No cometerás adulterio
Habéis
oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo:
Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su
corazón .
Hombre y mujer los creó
‘Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.
Creándola a su imagen... Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la
mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del
amor y de la comunión’.
‘Dios creó el hombre a imagen suya... hombre y mujer los creó’. ‘Creced y
multiplicaos’; ‘el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios.
Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó ‘Hombre’ en el día de su
creación’ .
La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad
de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la
capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para
establecer vínculos de comunión con otro.
Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad
sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y
espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo
de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende
en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la
complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
‘Creando al hombre «varón y mujer», Dios da la dignidad personal de igual
modo al hombre y a la mujer’. ‘El hombre es una persona, y esto se aplica en
la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a
imagen y semejanza de un Dios personal’.
Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera
distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de
la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad
y la fecundidad del Creador: ‘El hombre deja a su padre y a su madre y se
une a su mujer, y se hacen una sola carne’. De esta unión proceden todas las
generaciones humanas.
Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el
Sermón de la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: ‘Habéis
oído que se dijo: «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: «Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón’».
El hombre no debe separar lo que Dios ha unido .
La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a
la globalidad de la sexualidad humana.
La Integridad de la persona
La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor
depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se
opone a todo comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble
vida ni el doble lenguaje.
La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía
de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus
pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado
. ‘La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección
consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y
no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción
externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda
esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y
se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados’ .
El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las
tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la
práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la
obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y
la fidelidad a la oración. ‘La castidad nos recompone; nos devuelve a la
unidad que habíamos perdido dispersándonos’ .
La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza,
que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la
sensibilidad humana.
El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará
adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado en todas las
edades de la vida . El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas
épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la
adolescencia.
La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados
por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. ‘Pero el hombre, llamado
a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser
histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres;
por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de
crecimiento’.
La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también un
esfuerzo cultural, pues ‘el desarrollo de la persona humana y el crecimiento
de la sociedad misma están mutuamente condicionados’. La castidad supone el
respeto de los derechos de la persona, en particular, el de recibir una
información y una educación que respeten las dimensiones morales y
espirituales de la vida humana.
La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un
fruto del trabajo espiritual . El Espíritu Santo concede, al que ha sido
regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo .
La integridad del don de sí
La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la
castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de
sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica
a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.
La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo
cómo seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos , a quien se dio
totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina. La
castidad es promesa de inmortalidad.
La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo.
Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad
representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.
Los diversos regímenes de la castidad
Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de
Cristo’, modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a
una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su
Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la
castidad.
La castidad ‘debe calificar a las personas según los diferentes estados de
vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente
de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la
manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o
celibatarias’. Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad
conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.
Existen tres formas de la virtud de la castidad:
una de los esposos,
otra de las viudas,
la tercera de la virginidad.
No alabamos a una con exclusión de las otras. En esto la disciplina de la
Iglesia es rica.
Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta
prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la
fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios.
Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura
específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la
castidad.
(cortesía: es.catholic.net)