¿Qué tienen en común el sexo en el matrimonio y la santa misa?
Como para el sacerdote, también para los esposos unidos en sacramento, hay
momentos cumbres que resumen esta realidad esponsal de siempre en un solo
acto, el de la unión matrimonial de ser "una carne"
Les queremos ofrecer un ejemplo. Un sacerdote puede haber sido ordenado
desde hace años. Es sacerdote "para siempre". Nunca dejará de ser sacerdote.
Con todo, hay momentos cumbres cuando Cristo quiere actuar sacramentalmente
y de manera especial a través del sacerdocio de ese hombre ordenado por la
imposición de las manos del obispo. Uno de esos momentos cumbres es la
celebración de la Eucaristía.
La Eucaristía es un momento cumbre cuando el sacerdote actúa "en la persona
de Cristo", es decir, se vuelve instrumento transparente a la fe porque su
persona hace presente a Jesucristo. Es la actualización del sacramento del
orden. Es que como si se resumiera todo su sacerdocio en esta celebración
eucarística. Y la fe abre los ojos y ve el cielo abierto.
De manera similar el matrimonio está consagrado por el sacramento desde el
día de sus bodas hasta que la muerte los separe. Se han donado el uno al
otro sin reservas en Jesucristo. Esta entrega mutua fue el sacramento porque
significa sacramentalmente la presencia de Cristo que se entrega a su
Iglesia.
Ahora bien, el momento cumbre de esta donación mutua impregna todo lo que
harán en el futuro como esposos y como padres. Pero, como para el sacerdote
también para los esposos unidos en sacramento, hay momentos cumbres que
resumen esta realidad esponsal de siempre en un solo acto, el de la unión
matrimonial de ser "una carne".
Se realiza, se re-actualiza, cuando los esposos se entregan el uno al otro
"en el Señor". En ese momento se vuelven instrumento transparente a la fe
como personas que hacen presente a Jesucristo que se entrega de nuevo a su
esposa la Iglesia para hacerla santa e inmaculada en su presencia. Y la fe
abre los ojos y ve el cielo abierto.
La consagración de la santa misa es uno de los momentos que más reclama el
recogimiento profundo del creyente. ¿Por qué? Porque en ese momento Cristo
se inmola, se dona, se entrega.
Algo semejante, bajo otro signo, lo realiza Jesucristo cuando los dos
esposos se unen. Cristo se entrega a su Iglesia para hacerla santa e
inmaculada en su presencia. Es la actualización del sacramento. Es un
momento cumbre del designio de Cristo sobre el amor de los esposos. ¿Acaso
esto no reclama una honda atención a la presencia del Señor en medio del
acto matrimonial?
Ahora podrán ustedes entender porque los esposos cristianos antes de
“hacerse uno en la carne” se ponen de rodillas ante Dios y le agradecen el
amor que les ha regalado y le piden poder amarse el uno al otro cómo Cristo
los ha amado.
Se están aprestando a celebrar su sacramento. Convocan a Cristo y a la
Iglesia y se convierten en signo de la entrega de Cristo a su Iglesia.
Cuando se celebra la Misa Cristo muerto y resucitado se hace presente bajo
los signos de pan y vino que ya no son pan y vino.
Cuando la pareja celebra su matrimonio la entrega de Cristo a su Iglesia se
hace presente bajo el signo de la unión de los esposos.
Demos un paso más para descubrir las maravillas que Dios ha pensado dar al
matrimonio.
Los tres altares del matrimonio cristiano
Los antiguos hablan de tres altares en el matrimonio cristiano. El primer
altar es el altar de la iglesia donde se nos sirve el pan de la palabra de
Dios y de la eucaristía para vida eterna. El segundo altar es la mesa
familiar donde se comparten los alimentos, donde la familia ora, donde se
educan los hijos.
El tercer altar es el tálamo nupcial, es decir, la cama matrimonial. Es un
altar. No es para menos porque es lugar donde Cristo se entrega a su esposa
la Iglesia. Es un monumento, es un lugar sagrado.
Bajemos al llano y veamos qué consecuencias tiene esto. Es evidente que esta
realidad sacramemtal requiere de una estética muy particular y esmerada. El
marco exterior favorece o destruye esa conciencia de sacralidad.
gual que el altar de la Iglesia la mesa familiar debe ser siempre un lugar
digno y hermoso, especialmente cuando la familia se reúne, también el tálamo
nupcial ha de ser un lugar digno, bien dispuesto. Es un santuario, es un
altar. Los hijos no deben entrar allí sin permiso expreso.
¿Acaso no creen que esta realidad de fe ha de iluminar todo lo que hacen los
esposos especialmente en los momentos cumbre de su matrimonio? ¿Se dan
cuenta de la tragedia de los matrimonios que no tienen fe o de los que han
entrado en una rutina mortal porque todo se realiza por costumbre y ya no
hay corazón ni presencia divina porque no hay conciencia de ella?
Todo se vuelve búsqueda egoísta del placer. Miren, la rutina sin fe, sin
amor no es sólo problema de los casados. También los sacerdotes estamos en
peligro de celebrar el misterio eucarístico rutinariamente y ya no hay amor
ni fe. Siempre de nuevo hay que recuperar el primer amor
Las expresiones de hoy que describen lo que hacen los esposos en el
dormitorio denuncian la pobreza de la concepción que se tiene del momento de
realizar la unión: “tener relaciones”, “realizar el acto matrimonial”, etc.
La más aceptable podría ser “hacer el amor”. Pero también esta expresión es
pobre, muy pobre.
De todo lo que hemos dicho anteriormente pueden ustedes deducir que el acto
matrimonial no “se hace”, sino "se celebra”. Ya lo indica la estética y el
decoro que debe rodearlo.
¿Cómo se celebra? Pues, hombre, ustedes saben cuáles son los ingredientes
para que haya una verdadera y auténtica celebración, para que haya una
verdadera y auténtica fiesta. Todo se ha preparado con ilusión, es un
encuentro gozoso, se procede con alegría, lo más importante son las personas
que participan, y se le da tiempo al tiempo, se disfruta sin acelerar la
fiesta, ¿verdad?
Por si acaso, también hay que aprender a celebrar. ¿Y cómo se aprende?
Celebrando una y otra vez el amor de Dios presente en la pareja. Y poco a
poco desarrollarán ustedes su manera inconfundible de celebrar.
¿Puede haber técnicas de cómo celebrar?
Imposible, porque cada pareja es distinta y celebrará su matrimonio de
manera distinta. Será el cometido y el deleite de los primeros meses (¡no
semanas, por favor!) del matrimonio el descubrir el cómo celebrar el acto
matrimonial.
Es evidente que tienen que descubrir los dones peculiares que Dios le ha
dado a cada uno de los dos para que haya fiesta, para que haya celebración.
Es importante en este sentido el conversar mucho sobre la fiesta pasada
porque hace revivir las alegrías experimentadas y prepara a celebrar mejor
la siguiente.
Esta es la clave. ¿Pueden creer que todavía después de años de casados los
esposos encuentran nuevas delicadezas para brindarse el uno al otro
simplemente porque escuchan realmente al otro? Si están dispuestos a digerir
lo que dice muy acertadamente un profesor de filosofía sobre la donación
mutua, vayan a la siguiente página: Engrendar en la belleza segun el cuerpo
y el alma. Vale la pena.
Fuente: Misioneros del Sagrado Corazón del Perú
Artículo originalmente publicado por pildorasdefe.net