Algunos efectos (muy negativos) de la cohabitación
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Por: Eduardo Armstrong, Catholic.net
Por cohabitación, nos referimos a las parejas que viven juntas sin
formalizar su unión ante la ley civil ni ante la Iglesia.
Es un fenómeno que siempre ha existido, obedeciendo a variadas causas, las
que pueden ir desde modas en ciertos grupos juveniles de posiciones
acomodadas, presiones causadas por un embarazo imprevisto, hasta lo más
frecuente: el temor al fracaso de contraer un compromiso mayor como lo es el
matrimonial. También, puede ser causado por un sentimiento originado en
malas experiencias vividas en el hogar paterno, o en un fenómeno habitual
que afecta a las personas de bajos recursos, quienes padecen desprotección
social y familiar. El sentimiento de gran inseguridad ocasionado por la
falta de recursos económicos para asegurar la capacidad de sostener un hogar
(no creer ser capaces de poder mantener el deseado hogar estable).
Al respecto el asesor de organizaciones como ONU, OIT y OEA, B. Kiliksberg
nos dice: “Independientemente de su voluntad, numerosas parejas jóvenes no
tienen las oportunidades reales para conformar o mantener una familia.
Muchas familias son destruidas ante el embate de la pobreza y la
desigualdad, otras se degradan y otras ni siquiera llegan a ser
constituídas”.
Análisis económicos y sociológicos dan cuenta de los siguientes efectos
frecuentes de la cohabitación sobre los hijos y los mismos convivientes,
sean sus causas voluntarias o no:
· En un estudio británico, la socióloga P. Morgan demostró que en las
parejas que conviven se incrementan los problemas de salud (causado
generalmente por abuso de alcohol, droga y tabaco), los malos tratos, el
desempleo y los problemas con los hijos.
· La cohabitación es más frágil que el matrimonio: En Inglaterra menos del
4% de las parejas que conviven duran 10 años o más. El 20% se separa antes
de tres años contra el 3% en el caso de las parejas casadas. La tasa de
ruptura de las parejas convivientes con hijos es en ese país 4 a 5 veces
mayor que la de matrimonios con hijos.
· Un estudio realizado por la Universidad de Western Ontario demostró que
las mujeres que convivieron antes de casarse tienen un riesgo 33% superior
de divorciarse que las que no lo hicieron.
· La cohabitación suele ser la puerta de entrada para formar madres
solteras, con graves consecuencias para ellas mismas y para sus hijos: peor
rendimiento escolar, más problemas psicológicos y un significativo aumento
del riesgo de ser objeto de malos tratos, de conductas delictivas y padecer
desórdenes adictivos (como la droga).
· Un alto porcentaje inicia la convivencia con un primer embarazo en su
adolescencia. Como consecuencia, la madre posee menores estudios y menores
posibilidades de trabajo e ingresos. Se produce así una consolidación y
profundización de la pobreza.
· En familias de precaria constitución, como lo son las que cohabitan, hay
mayores índices de violencia. Estudios en varios países, han demostrado que
una inestable estructura familiar incrementa las conductas delictivas
juveniles.
· Los hijos de convivientes tienen menores índices de escolaridad. Lo cual
se traduce en menores expectativas futuras de ingresos para cuando esos
jóvenes sean adultos.
· La primera escuela del amor se desarrolla en la familia, donde podemos
apreciar sus efectos directos en la relación con los padres, pero ¿qué clase
de relación pueden enseñar quienes no fundan sus relaciones en la
responsabilidad y el compromiso incondicional? Porque, donde la relación
está condicionada en un “hasta que queramos” o “hasta que no disponga de
alguien o algo mejor”, ¿dónde está el amor? La cohabitación, cuando es
voluntariamente aceptada como opción de relación afectiva, fácilmente puede
desviarse hacia el egoísmo, el egocentrismo, o el individualismo;
transformándose en una escuela de lo opuesto al amor.
.Afortunadamente, sigue siendo para los jóvenes una aspiración universal
mayoritaria la unión para siempre entre un hombre y una mujer que se aman,
por medio de un voluntario compromiso de responsabilidad mutua, al contraer
el libre matrimonio. Pero el matrimonio, como todo en la vida, conlleva sus
exigencias y necesidades, a las que toda persona generosa y con la previa
experiencia de haber conocido al amor en el matrimonio que le dio origen,
generalmente puede responder; más, ¿podrá responder igualmente por sus actos
quién no ha sido formado en los valores del compromiso total y de la
responsabilidad incondicional?
Recientemente las autoras Linda Waite y Maggie Callager, en “The Case of
Marriage” nos demuestran en un completo estudio sociológico que el
compromiso matrimonial beneficia a las parejas y a la sociedad. Con
estadísticas y convincentes análisis demuestran la correlación existente
entre matrimonio y calidad de vida, según el cual: En conjunto, los casados
viven más años, gozan de mejor salud, mantienen relaciones sexuales más
satisfactorias y están más estimulados a aumentar sus ingresos que los
solteros, quienes cohabitan o se han divorciado. Las estadísticas también
señalan que los hijos que nacen dentro de un matrimonio tienen menores
riesgos de fracaso, así como que la violencia doméstica es menos frecuente
en las parejas casadas, o que el divorcio reduce la esperanza de vida de los
hombres. Una vez más, la postura que desde siempre ha sostenido y promovido
la Iglesia Católica sobre el valor del matrimonio, está siendo ratificada
por diversos estudios científicos sobre conductas sociales y su impacto en
la sociedad.
“The Case of Marriage” contradice con fundamentos algunas suposiciones
planteadas por organizaciones contrarias a la familia como el eje de la
sociedad, quienes han planteado que el matrimonio es una trampa para las
mujeres, o que el divorcio es lo mejor para los hijos cuando sus padres no
se entienden y que el matrimonio es un asunto privado y no una institución
social y pública. El estudio concluye que dado los beneficios que aporta el
matrimonio, éste debe ser tratado como una opción social preferente.
Refuerza esta tesis el estudio de George Gilder, titulado “Riqueza y
Pobreza”, donde se muestra la importancia enorme del matrimonio para la
economía: “
Los hombres casados trabajan un 50% más que los solteros de igual edad,
educación y capacidad”;”El mantenimiento de una familia es factor clave para
la reducción de la pobreza; Cuando el matrimonio se mantiene firme y los
hombres aman y mantienen a sus hijos, el estilo clase baja se convierte en
porvenir de clase media”-. Resultados admirables, considerando que en la
actualidad la mayoría de los países del mundo, y especialmente los
hispanoamericanos, mantienen políticas de impuestos adversas al matrimonio,
donde los padres de familia deben cancelar igual peso tributario sobre sus
ingresos que los solteros; afectando seriamente la estabilidad económica del
núcleo familiar al reducir el ingreso familiar con tasas de hasta 40% y
desconocer sus mayores necesidades reales, consecuencia del mayor número de
personas dependientes de un mismo ingreso.
Finalmente, será necesario estudiar si los mismos efectos señalados para la
cohabitación son extensivos a aquellas parejas que creen poder prescindir
del matrimonio responsable y comprometido para toda la vida (como el
ofrecido en la religión católica y las principales religiones) por aquel
simple contrato civil, llamado también “matrimonial”, que hoy ofrece la
legislación de una inmensa mayoría de países que han aceptado el divorcio.
Dicho contrato civil, al llevar implícita en su aceptación la posibilidad de divorciarse por cualquiera sea la causal o el deseo unilateral de los contrayentes, constituye desde el punto de vista moral y psicológico, una forma de cohabitación. Las causales de nulidad planteadas por la religión, y especialmente, por la Iglesia Católica, son precisas, puntuales, y plantean situaciones y condiciones pre-existentes al compromiso matrimonial, como las únicas que pueden anular su legitimidad y validez. A diferencia de las causales de divorcio que ofrecen los contratos “matrimoniales” civiles, donde la causal es lo menos importante frente a la voluntad de quienes desean el divorcio al momento que lo solicitan (a la ley del hombre parece interesar poco los fundamentos o consecuencias familiares y personales para centrarse en los deseos).
De esta forma, el “matrimonio” civil, aún cuando se exprese como “para toda la vida” al momento de aceptarlo, es una mentira, ya que la misma ley que lo ampara, permite su disolución si alguno de los contrayentes cambia de parecer. Aceptarlo conociendo sus alcances, constituye una clara muestra de la voluntad de los contrayentes para buscar una forma de cohabitación, cuando bajo estas condiciones se rechaza al matrimonio religioso como el único válido ante la ley natural y la ley de Dios.