Conversación sobre los Divorciados y la Comunión
JUAN y ALBERTO trabajan en la misma oficina. JUAN es católico. ALBERTO le
plantea un problema:
ALBERTO: ¿Cómo es que la Iglesia no permite comulgar a los divorciados?
JUAN: La Iglesia sí permite comulgar a los divorciados.
ALBERTO: Me refiero a los divorciados vueltos a casar.
JUAN: Incluso en ese caso, no necesariamente quedan excluidos de la
comunión.
ALBERTO: Me refiero a aquellos cuyo primer cónyuge vive todavía.
JUAN: En efecto, en esa situación no se puede comulgar. La razón es
sencilla: el matrimonio es indisoluble, luego, el que en vida del cónyuge
con quien ha contraído matrimonio válido, se une a otra persona, comete
adulterio. El adulterio es pecado mortal, y no es posible comulgar en pecado
mortal, si se lo hace, se comete un nuevo pecado mortal, que es el
sacrilegio. Si se arrepiente de verdad y se confiesa, recibe el perdón en el
sacramento de la reconciliación, y puede comulgar. Pero si permanece unido a
su nueva pareja, con intenciones de convivir como marido y mujer, no puede
al mismo tiempo estar arrepentido de su nueva unión adúltera. Y entonces, no
puede recibir la absolución sacramental, y así, no puede comulgar.
ALBERTO: Pero en este caso no hay adulterio, porque la persona en cuestión
ya se ha divorciado de su primer cónyuge.
JUAN: La Iglesia sabe por la fe en la Revelación, que ante Dios el divorcio
no existe. Es decir, el matrimonio es indisoluble, como dice Jesús en el
Evangelio: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre”. “Indisoluble” quiere
decir que el vínculo matrimonial no puede ser disuelto por ningún poder en
la tierra.
ALBERTO: ¿Tampoco por el Estado y sus autoridades legítimas?
JUAN: Tampoco. El Estado no está por encima de Dios ni de la ley de Dios.
ALBERTO: ¿Y porqué entonces en el Registro Civil se les dice a las personas
que están divorciadas y que pueden volver a casarse cada una por su lado?
JUAN: Porque en ese aspecto, el Estado moderno no se ajusta a la ley de
Dios.
ALBERTO: ¿Y la Iglesia no podría cambiar esa ley, que lleva a situaciones
tan duras a tantos cristianos?
JUAN: En primer lugar, no es la ley la que nos lleva a situaciones duras,
sino nuestras opciones libres, contrarias a la ley de Dios. En segundo
lugar, la Iglesia no es dueña, sino servidora de la ley de Dios. No tiene el
más mínimo poder para cambiar una sola coma de la misma.
ALBERTO: ¿Y si la pareja encuentra imposible la convivencia, qué debe hacer,
permanecer unida hasta que uno de los dos o los dos salgan lastimados o
muertos?
JUAN: De ningún modo. La Iglesia admite la “separación de cuerpos”. En casos
de matrimonios válidamente celebrados, pero en los cuales la convivencia es
imposible, porque terminaría resultando en grave daño para uno de los dos,
para los dos, o para alguien más, la Iglesia admite la separación y la vida
por separado, pero sin nueva unión mientras viva la otra parte, porque el
vínculo matrimonial permanece, ya que es indisoluble.
Las personas así separadas sí pueden comulgar, si cumplen los requisitos
generales.
ALBERTO: ¿Entonces los divorciados vueltos a casar deben necesariamente
pecar contra el precepto dominical, que dice que hay que ir a Misa todos los
Domingos?
JUAN: De ningún modo. El precepto vale también para ellos. Deben asistir, no
pueden comulgar. El precepto dominical no dice que hay que comulgar todos
los Domingos, sino que hay que asistir a Misa todos los Domingos y fiestas
de guardar. El que a conciencia entiende que no tiene pecados mortales no
confesados, puede comulgar, y es mejor que lo haga, (por supuesto, si además
cree verdaderamente en Jesucristo y se esfuerza por seguirlo). El que
entiende que está en pecado mortal no debe comulgar hasta que no se haya
arrepentido y confesado.
La Iglesia condena el pecado, no a los pecadores, a éstos los llama al
arrepentimiento y a la reconciliación con Dios. Y si los hermanos que están
en esta situación aún no pueden celebrar plenamente su reconciliación con
Cristo, y por lo mismo, no pueden comulgar, eso no quita que siguen siendo
amados por Dios, y que Él los sigue llamando a que participen, en la medida
de lo posible, en la vida de su Iglesia.
ALBERTO: Pero la Iglesia sí admite el divorcio en algunos casos.
JUAN: No es así. A lo que tú te refieres es a las nulidades matrimoniales.
Lo que la Iglesia hace en esos casos no es disolver el vínculo, sino
reconocer que el vínculo nunca ha existido, porque había impedimentos graves
en el momento de dar el consentimiento.
El divorcio, o sea, la disolución del vínculo matrimonial, es algo
inexistente e imposible: nadie puede hacerlo.
ALBERTO: Nadie puede hacerlo, dices tú, tratándose del matrimonio entre
cristianos, celebrado en la Iglesia, porque es un sacramento.
JUAN: Pues no. Me refiero a cualquier matrimonio válidamente celebrado, sean
o no bautizados o creyentes los contrayentes. Si ha sido celebrado
válidamente, es indisoluble, y el divorcio es imposible.
ALBERTO: ¿Pero cómo, si no son cristianos, ni bautizados, ni creen en esas
cosas?
JUAN: ¿Es necesario creer en las leyes de tránsito para estar bajo su
jurisdicción?
ALBERTO: Claro que no, pero no es la misma cosa: la religión es algo
personal, íntimo, que no puede imponerse a los demás.
JUAN: Nada de eso tiene que ver con lo que estamos hablando.
ALBERTO: ¿Cómo así?
JUAN: Veamos. ¿Cuántos dioses hay?
ALBERTO: No sé a qué viene esa pregunta.
JUAN: Pues es claro, queremos saber si la ley de Dios es la misma para todos
los hombres. ¿Cuántos dioses hay?
ALBERTO: Pues bien, uno solo.
JUAN: Y ese único Dios, ¿es el Creador?
ALBERTO: En efecto.
JUAN: ¿De todos los católicos, de todos los cristianos, de todos los
creyentes, o de todos los hombres y de todas las cosas?
ALBERTO: De todos los hombres y de todas las cosas.
JUAN: ¿La ley de Dios es distinta para judíos, cristianos, protestantes,
católicos, ateos, paganos, musulmanes? ¿O es la misma para todos los
hombres?
ALBERTO: Pues todos ellos tienen ideas muy distintas, en muchos puntos,
acerca de Dios y de su ley.
JUAN: No es eso lo que te pregunto.
ALBERTO: ¿Cómo?
JUAN: No te pregunto lo que los hombres piensan de la ley de Dios, sino
acerca de la ley de Dios misma.
ALBERTO: ¿Y cómo he de saber?
JUAN: Veamos. ¿Todos los hombres son iguales?
ALBERTO: Claro.
JUAN: Y son todos creaturas de Dios.
ALBERTO: En efecto.
JUAN: Y la ley de Dios es la que el Creador le ha dado a sus creaturas.
ALBERTO: Así parece.
JUAN: Luego, la ley de Dios es la misma para todos. Dios no es el Dios de
los cristianos, ni de los judíos, ni de los musulmanes: es el único Dios, el
Dios de todos los hombres y de todo el Universo. Si hay extraterrestres, es
el Dios también de ellos. Pues Él es el que ha creado a todos y todas las
cosas que no son Él. Los diez mandamientos no son solamente la ley de los
judíos o de los cristianos, sino que son la ley de todo ser humano creado
por Dios.
ALBERTO: ¿Pero entonces es lo mismo ser cristiano que ser musulmán o ateo?
JUAN: Claro que no. Jesucristo es la Revelación plena y definitiva de ese
único Dios, y la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo. Pero eso no
quiere decir que Jesucristo exista sólo para los que creen en Él, y sea
Señor solamente de ellos. Más bien, como Hijo de Dios que es, Él es el Señor
de todos, cristianos o no, creyentes o no, terrestres o no. Como dice San
Pablo: “Todo fue creado por Él y para Él”.
Lo que sucede, es que entre sus creaturas, algunas lo conocen más, otras,
menos. Algunas han llegado a la verdad de que Dios existe, otras, aún no.
Unas han llegado a descubrir en Cristo al Hijo de Dios, otras aún no. Unas
han llegado a descubrir en la Iglesia Católica la Iglesia de Cristo y de
Dios; otras, aún no. Pero la realidad, en sí misma considerada, es una y la
misma para todos.
En lo que toca al matrimonio, su institución no depende del Nuevo Testamento
ni es obra de la Iglesia cristiana. El matrimonio indisoluble fue instituido
por Dios Creador, al crear al hombre y a la mujer, y ordenarlos a la vida de
familia. “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y
serán los dos una sola carne”, dice el libro del Génesis. Es una institución
de derecho natural, y por tanto, rige para todo ser humano que viene a este
mundo, independientemente de su credo religioso.
En la Nueva Alianza en Cristo, no se instituye el matrimonio como tal, sino
que se lo eleva a la dignidad de sacramento. El matrimonio indisoluble lo es
para todos los hombres, pero sólo para los cristianos el matrimonio es un
sacramento, que comunica la gracia del Espíritu Santo para poder asumir el
compromiso matrimonial según el espíritu del Evangelio. El matrimonio
cristiano, así ennoblecido y elevado, conserva la indisolubilidad propia del
matrimonio como tal.
ALBERTO: Es muy sorprendente lo que dices. ¿No te parece excesiva arrogancia
de los católicos creer que su religión es en el fondo la única religión, de
la cual las demás son sólo realizaciones imperfectas?
JUAN: No se trata de arrogancia, sino de que la Iglesia realmente cree en lo
que predica y enseña: Que hay un solo y único Dios, que Jesucristo es el
único Hijo de Dios, y que Jesucristo es el Fundador de la única Iglesia
Católica. La Iglesia ha sido enviada por el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, a predicar la buena noticia de la única salvación en Jesucristo. Su
misión no es ser arrogante ni no ser arrogante, sino obedecer a Dios.
ALBERTO: Pero, si es verdad lo que dices, ¿en qué situación se encuentra la
mayoría del género humano?
JUAN: La Revelación nos enseña que el hombre necesita la gracia de Cristo
para liberarse del pecado que viene de Adán. La situación de la humanidad es
trágica si la miramos desde el pecado original y sus consecuencias, pero
mucho más fuerte que todo eso es la gracia de Dios por la muerte y
Resurrección de Jesucristo. Eso es precisamente lo que la Iglesia debe
anunciar al mundo, para que crea y se salve.
ALBERTO: ¿Y los que no sean católicos no se han de salvar?
JUAN: Se ha de salvar todo aquel que haya sido fiel a la voz de su
conciencia y haya hecho todo lo que estaba de su parte por conocer la verdad
y vivir de acuerdo con ella. Y todos los que se han de salvar, se han de
salvar por la gracia de Jesucristo y de su Iglesia, incluso aunque no lo
sepan. No se ha de salvar el que sabiendo que la Iglesia viene de Dios,
rehuse prestar fe a su mensaje e incorporarse a ella. La Iglesia tiene de
Cristo la misión de anunciar a todos los hombres el Evangelio de la
Salvación para que crean y se bauticen, y tengan así la plenitud de los
medios de la salvación que sólo se encuentra en la Iglesia de Cristo.
ALBERTO: Ahora comprendo que mi problema no es ya si la Iglesia hace bien o
no en negar la comunión a los divorciados vueltos a casar, sino que veo que
todo el asunto radica en si efectivamente la Iglesia es lo que dice que es,
a saber, la mensajera del Hijo de Dios hecho hombre.
JUAN: Pues te felicito, porque en efecto sólo ahora comienzas a plantear
correctamente la cuestión.
Fuente: http://www.feyrazon.org/