¿Te mantienes atractiva para tu cónyuge?
Autor: Tomás Melendo
Es un acto de virtud hacer cuanto esté
en nuestras manos para aumentar la atracción, también la sexual, de nuestro
cónyuge.
A la vista de cuanto estamos viendo, resulta fácil comprender que es un acto
de virtud de la virtud de la castidad, en concreto hacer cuanto esté en
nuestras manos para aumentar la atracción, también la estrictamente sexual,
de nuestro cónyuge.
Particularmente, parece manifestación de buen sentido aprovechar el gozo
entrañable que Dios ha unido al abrazo amoroso personal e íntimo para
resolver pequeñas discrepancias o desavenencias surgidas durante el día,
para poner fin a una situación de tirantez, o para relajarse en momentos en
que la vida profesional o familiar de uno u otra generan especiales
tensiones. Como consecuencia, entre otras cosas, ambos tendrán que prestar
atención a su aspecto físico.
Objetivo bien determinado
Como también resulta imprescindible, y estamos ahora ante una cuestión más
de fondo y de conjunto, que ambos esposos sepan presentarse y contemplarse,
a lo largo de toda su vida, por lo menos con el mismo primor y embeleso con
que lo hacían en los mejores momentos de su etapa de novios. Obrar de otra
manera, dejar que el amor se enfríe o se momifique, equivale a poner al
cónyuge en el disparadero, propiciando que busque fuera del hogar el cariño
y las atenciones que todo ser humano necesita la cualquier edad... y que
nunca deben darse por supuestos.
Situada en este horizonte vital, la mujer debe estar persuadida de que la
fecundidad embellece y de que su marido posee la suficiente calidad humana
para apreciar la nueva y gloriosa hermosura derivada de la condición de
madre. Ciertamente, la maternidad reiterada suele "romper las proporciones
materiales" que determinados y superficiales cánones de belleza femenina
pugnan por imponernos. Pero el menos perspicaz de los maridos, si se
encuentra de veras enamorado, advierte el esplendor que esa "desproporción"
lleva consigo; reconoce que su mujer es más hermosa e incluso sexualmente
más atractiva que quienes se pavonean con un remedo de belleza reducido a
"centímetros" y "contornos".
A poca sensibilidad que posea, un varón descubre embelesado en el cuerpo de
su mujer, acaso menos vistoso: I) el paso de su propio amor de marido y
padre; II) la huella de los hijos que ese cariño ha engendrado; III) la
tarjeta de visita del Amor infinito de todo un Dios creador, que les demos!
demostró su confianza al dar vida y hacer desarrollarse en el seno de la
esposa a cada una de esas criaturas... ¡Cómo no habría de sentirse cautivado
por semejantes enriquecimientos!
Después de bastantes años de casado y de trato con otros matrimonios, en
ocasiones experimento la necesidad de pedir a las esposas que se "conformen"
con gustar a sus maridos... y gocen plenamente con ello. Que, sobre todo con
el correr del tiempo, no pretendan "gustarse a sí mismas" son sus críticas
más feroces ni admitan comparaciones con sus amigas o con otras personas de
su mismo sexo... y mucho menos con las más jóvenes. Que crean a pies
juntillas a sus esposos cuando éstos le digan que están muy guapas, sin
oponer siquiera en su interior la más mínima reserva... Toda mujer entregada
esposa y madre debe tener la convicción inamovible de que incrementa su
hermosura radicalmente humana en la exacta medida en que va haciendo más
actual y operativa la donación a su esposo y a sus hijos.
(¡Haga que también su esposo lea esto !)