La belleza interior, una moda que no pasa
En la obra de Perez Galdós, Marianela, la protagonista le pregunta al ciego
al que guía si sabe distinguir el día y la noche. Él contesta: «Es de día
cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos».
Nieves García
Mujer Nueva
La belleza y la moda
En la novela que lleva su nombre, Marianela es una joven deforme por un
accidente que tuvo de pequeña. Solo su amigo ciego podía ver la belleza de
su ser interior, sin quedarse en la superficialidad del cuerpo contrahecho.
La ceguera de los ojos físicos era el principio de luz de sus ojos
interiores para ver a los demás. No juzgaba por la impresión sensible,
juzgaba por la belleza según la talla moral de la persona. Interesante forma
de apreciar el mundo. Una lección serena para una sociedad occidental tan
angustiada por el cuidado estético y paradójicamente una sociedad tan
superficial en el cultivo de la interioridad. La belleza sigue siendo una
enorme preocupación femenina, pero ¿Qué es lo realmente bello?
En el siglo V a.C., los sofistas definen la belleza como "lo que resulta
agradable a la vista o al oído". Con esta definición la "belleza" empieza a
distinguirse de lo "bueno". Más tarde, los estoicos proponen una nueva
definición: "aquello que posee una proporción apropiada y un color
atractivo". Aristóteles define la belleza como "aquello que, además de
bueno, es agradable". Como vemos, mientras los sofistas privilegian el
agrado sensible que provoca el objeto bello, los estoicos subrayan el
equilibrio interno entre las partes de dicho objeto. Aristóteles, por su
parte, asume una postura intermedia, que concilia ambas teorías.
Junto a estos intentos por definir la belleza, la Antigüedad barajaba otros
elementos tales como la proporción, el ordenamiento de las partes y las
interrelaciones que se establecían entre ellas. A esta proporción, cuyo
fundamento está inscrito en la misma naturaleza y cuyo paradigma máximo es
el cuerpo humano, se le da el nombre de "simetría".
Retomando la idea de "iluminación" como parte sustancial de la belleza Santo
Tomás de Aquino habla de la belleza como "esplendor de la forma". Siempre ha
habido una asociación natural entre bondad y belleza.
Pero además el concepto de belleza cambia según las culturas y los tiempos.
En la antigua literatura china, el concepto de “mujer bella” se refiere a un
ser delgado y frágil. En un país como Japón, la definición de belleza
también parece haber variado según la época. Las mujeres bonitas que fueron
representadas en impresiones de madera durante el período Edo tenían caras
largas, ojos alargados y mejillas grandes y prominentes. No obstante, en el
período que siguió a la Segunda Guerra Mundial, las mujeres de apariencia
masculina pasaron, de repente, a ser consideradas atractivas. Esto hablando
brevemente de la belleza de corte oriental. Ni siquiera podemos compararlo
con los moldes occidentales del siglo XXI, donde la mujer pálida...: ¿Cómo
puede haber estándares tan diferentes en la sociedad, en cuanto a la belleza
femenina?
Esclavas del modelo
Las mujeres tienen la tendencia a caer en la trampa que las hace buscar
encajar en el molde de “belleza”, según los parámetros establecidos por las
tendencias sociales de cada época. El propósito de esta interminable
búsqueda, y el objeto para el cual se busca, suelen ser olvidados. ¿Qué
belleza se busca? ¿La del aparecer o la del ser? ¿Para quién se trata de
conquistar esa belleza, para uno mismo o para otros?
Hoy en día vemos rostros con sonrisas artificiales, operaciones quirúrgicas
para evitar las arrugas, liposucción, inyecciones de silicona para moldear
cuerpos que no tienen otro defecto que el desgaste natural del tiempo. Nos
han vendido una imagen de mujer, donde se valora su apariencia pero se
olvida uno de “ella”, de la mujer como persona. A fuerzas de ver modelos
esbeltas, sin ningún defecto externo, con medidas imposibles...hemos
aceptado que el ideal de belleza que nos permite entrar por la puerta grande
del mundo es semejante al de la Miss Universo que se corone en el año en
curso. Y aunque muchos asentimos al leer ideas semejantes a esta! s, e
incluso criticamos el uso que se hace de la mujer en la publicidad, al final
caemos en el mismo juego que nos proponen y somos los primeros en
preocuparnos por el paso del tiempo, (y no precisamente porque no acerque a
la muerte); nos inquietan las primeras canas, el cruzar el umbral de los 30,
de los 40, de los 50,... En el fondo también nosotros identificamos juventud
y belleza, porque nuestra bandera estética también se reduce al margen de lo
superficial y sensible. ¿Dónde está la luz del día interior del que habla el
ciego? ¿Por qué no la vemos?
Independiente del aspecto físico Porque esa luz hay que buscarla con ojos
interiores, en silencio y en la quietud que me permite ver lo invisible,
pero que es realmente lo valioso.
El rostro de una mujer que ha sido marcado por las numerosas tormentas de la
vida puede ser hermoso. Sea cual sea su edad, tal como ocurre con las vetas
de la madera, cuya belleza tiende a ser más profunda con el paso de los
años, la belleza de una mujer que ha resistido las dificultades de la vida
brilla con un esplendor que se destaca. Hay rostros de mujeres ancianas que
irradian algo que no se vende en nuestro acarreado siglo: una belleza
pacífica, serena. Esa belleza crece con el tiempo, porque el tiempo aquilata
y purifica lo que nos hace grandes: la capacidad de amar que posee el ser
humano. El paso silencioso y constante de los años engrandece a la mujer que
ha vivido en orden al darse y no al “buscarse”.
Por eso un rostro anciano puede ser atractivo. Quizás detrás de esos ojos
compasivos, se esconden muchas lágrimas, detrás de esas arrugas no
maquilladas se oculta mucho dolor porque el amor es donación, es buscar el
bien objetivo del otro, y por eso muy a menudo, el amor duele. El amor no es
un maquillaje que se quita en la noche; su huella en la persona es indeleble
y no se borra con el paso del tiempo.
Más allá de los sentimientos, de la emotividad casi de origen físico, esta
la capacidad oculta en el ser humano, que nos permite elegir libremente lo
difícil y doloroso, y con desinterés, solo para hacer feliz a alguien. La
mujer que por vocación está llamada a educar al hombre en el arte del amor
desinteresado, es verdaderamente hermosa cuando ha sido fiel a sí misma,
aunque su cabello luzca blanco, o tiemblen ya sus manos. Decía Agustín de
Hipona “Solo la belleza agrada”, y si no es mucha pretensión, podemos añadir
“Solo la belleza interior agrada siempre”.