Mujer... feliz de ser mujer
Lucrecia Rego de Planas
Contenido
Catholic.net
Las mujeres que trabajan... insatisfechas
Las mujeres que no trabajan... insatisfechas también
Los culpables de esta insatisfacción... por supuesto, los hombres
¿Cuándo surgió el dilema?
¿Qué podemos hacer para encontrar la verdadera realización?
La mujer plenamente realizada es la que ama y se siente amada, la que se entrega de manera plena, a su marido, a sus hijos y a la sociedad
Ayer, mientras esperaba que mis
hijos salieran de su clase de natación, no pude dejar de escuchar la
conversación que se llevaba a cabo entre dos mujeres que estaban frente
a mí.
Tendrían alrededor de 35-40 años. Una de ellas vestía un traje sastre,
traía un portafolios colgando del hombro y un bebé de unos seis meses en
los brazos. La otra en pants, traía una raqueta de padel y una niña de
unos tres años, abrazada de su pierna. Las dos estaban acompañadas por
sus nanas.
- Hace mucho que no te veía... ¿cómo has estado?
- Uf... corriendo como una loca. Me acaban de dar el puesto del que era
mi jefe. Estoy bien contenta, pero agotada.
- Qué bien, felicidades, pero ... ¿cómo le haces con tu bebé?
- Bueno, llego muy tarde a la casa y casi no lo veo, pero... ya ves que
dicen que "es mejor darles calidad que cantidad" de tiempo. Y cuando
llego, estoy con él, de verdad.
- A mí me encantaría ponerme a trabajar. Pero por ahora, estoy dedicada
"de tiempo completo" a mis hijos... Tal vez cuando crezcan.
Una conversación simplona, que se puede escuchar todos los días en
cualquier lugar y que refleja la insatisfacción que sienten gran parte
de las mujeres de hoy, independientemente de si trabajan o no, fuera del
hogar.
Las mujeres que
trabajan... insatisfechas
Si observamos un poco a una mujer que trabaja fuera del hogar, vemos que
exteriormente da siempre la imagen de estar autorrealizada, orgullosa de
sí misma y permanentemente agobiada, como tratando de hacer ver a los
demás, que ella sí está logrando exitosamente ser mamá, esposa y
profesionista, eso que el mundo dice que es algo imposible de lograr.
Cuando se encuentra con una mujer que no trabaja, le dice que la
envidia, con expresiones de este tipo: “qué rico que no trabajas, con
razón tienes tu casa tan linda”, pero en su interior la critica
terriblemente: “se levanta a las 10 a.m... es una floja”.
La mujer que trabaja vive en un estrés continuo, pues quiere demostrar
al mundo entero que ella no descuida nada, que es perfecta en todo, que
es la mismísima mujer maravilla. Sin embargo, en el fondo de su corazón,
se siente culpable de no estar con sus hijos lo suficiente, una
culpabilidad que le reclama el estar “autorrealizándose” a costa de su
familia.
Por supuesto, ante los demás se escuda y se justifica, con la falacia de
“es mejor darles calidad que cantidad”, aunque se da cuenta a leguas, de
que eso no es cierto.
Todos saben (y ellas también) que los niños no necesitan una mamá que
los llene de besos y abrazos durante media hora al día. Necesitan una
mamá que esté presente en los momentos adecuados para cuidarlos,
consolarlos, corregirlos y educarlos. Es decir, siempre.
Las
mujeres que no trabajan... insatisfechas también
La mujer que no trabaja desearía estar trabajando, pues teniendo una
profesión universitaria, se aburre terriblemente jugando tenis, haciendo
flores de migajón y yendo al supermercado, pero... finge estar feliz y
tranquila, pues ha oído que las mujeres “buenas” son las que se dedican
exclusivamente al hogar y a los hijos. Oculta un sentimiento interno de
frustración, por no estar autorrealizándose, por culpa de sus hijos.
Si se encuentra con una mujer que trabaja, la alaba con expresiones como
“estás picudísima”, pero en el fondo la critica pensando “tiene a sus
hijos abandonados con el chofer y la nana”.
Lo peor es que sabe muy bien que ella, aunque dice que se dedica "de
tiempo completo" a los hijos, también los deja (y tal vez más que la
otra), para ir a sus clases de gimnasia, costura, repostería, pintura,
literatura y arte contemporáneo, a la peluquería, al café con las
amigas, al banco, al supermercado y a todos esos lugares a los que van
las amas de casa.
Los culpables de esta insatisfacción... por supuesto, los hombres
Sin duda, los hombres son los culpables de que hoy por hoy, la mujer
sienta esa insatisfacción. Por querer darle gusto, han accedido a
tratarla como hombre y la han llevado a enfrentarse a un dilema que no
tendría por que existir: ¿Trabajar para autorrealizarme o ... no
trabajar, para ser buena esposa?
Los hombres se olvidaron de que la mujer funciona diferente que ellos,
simplemente porque no es un hombre.
El hombre, aunque tenga varios roles en su vida, es un personaje
uni-canal, que cuando está trabajando está totalmente concentrado en el
trabajo y se olvida de que es esposo y padre. Cuando representa el rol
de esposo, no piensa en su trabajo ni de chiste. Su cerebro está
programado para pensar en una sola cosa a la vez.
La mujer, en cambio, puede estar en cinco asuntos al mismo tiempo. Puede
perfectamente, estar atendiendo una llamada de negocios y cambiando un
pañal, mientras revisa la tarea de otro de los niños y le entrega a la
cocinera una nota con el menú del día siguiente.
No es nada del otro mundo, porque Dios dotó a las mujeres de un cerebro
”multi-canal”, que las hace capaces de ejercer varios roles al mismo
tiempo, sin que uno u otro se vea deteriorado.
¿Cuando surgió el dilema?
Hasta antes del siglo XIX, el trabajo era una parte integral de la vida
de la mujer, quien representaba sus roles de esposa, madre, ama de casa
y trabajadora, de una manera natural. Nadie se escandalizaba de saber
que la esposa salía de la casa para atender a algún enfermo, el puesto
en el mercado, el comercio familiar, el trabajo en la agricultura o en
la granja. La mujer siempre había trabajado como mujer (no como hombre)
y eso era lo natural. En su casa, guardadas, sólo se quedaban las
mujeres enfermas o minusválidas.
En el siglo XIX, con la Revolución industrial, los hombres vieron que el
trabajo en las fábricas era demasiado rudo para la mujer (lo cual era
cierto) y, queriendo protegerla y proteger a su familia del abandono
materno, la excluyeron por completo de la opción de compartir su riqueza
con el mundo. Decidieron, los hombres, que ellos se dedicarían a la
empresa y la mujer solamente al hogar, enfrentándola a un problema que
antes no existía: Maternidad, sí - Trabajo, no.
Esta decisión masculina significó una pérdida importante en la identidad
intrínseca de la mujer, quien se sabe llamada a darse, no sólo a su
marido y a sus hijos, sino también a la sociedad. La mujer del s XIX,
como la de hoy, estaba convencida de poder atender hijos, marido, casa,
sobrándole aún tiempo y capacidad para amar a los demás. Su naturaleza,
llamada a la entrega, se sintió aprisionada en un espacio que le quedó
chico y, con toda razón, se rebeló.
Fue entonces cuando la mujer, representada por el movimiento que
iniciaron las ideas de Simone de Beauvoir, pidió el derecho de volver a
trabajar, porque se sentía insatisfecha solamente con el trabajo de la
casa, pero… aquí estuvo el gran error… el movimiento feminista, en lugar
de pedir sus derechos de mujer como mujer, pidió que la devolvieran al
mundo laboral con condiciones iguales al varón. Al ser aceptada su
propuesta, se metió en mil problemas, pues la mujer nunca podrá trabajar
como un hombre. La mujer debe trabajar como mujer y el hombre como
hombre.
No niego que la mujer es capaz de cubrir las responsabilidades de
cualquier puesto de trabajo, y las puede cumplir tal vez mejor que
cualquier hombre, pues por su misma naturaleza llamada a la entrega
incondicional, involucra toda su persona en lo que realiza, se apasiona
fácilmente y tiene una fuerza impresionante para vencer los obstáculos.
Pero para hacerlo bien, lo tendrá que hacer en su estilo femenino, de
una manera integral, sin olvidar ni abandonar en ningún momento su
condición de ser esposa, madre y ama de casa.
Al exigir condiciones iguales al hombre, la mujer se vio enredada en
unas "reglas del juego" imposibles de cumplir sin descuidar sus otros
roles : horarios fijos de trabajo, jornadas extensas, competencia dentro
de la empresa. Con estas condiciones iguales a las del varón e
incompatibles con sus roles de esposa y madre, la mujer se enfrentó al
dilema contrario: "Trabajo sí, maternidad no."
En lugar de luchar por su derecho a darse, a entregarse a los demás, a
enriquecer y ayudar al mundo, que es la inquietud del corazón de la
mujer, el movimiento feminista distorsionó el mensaje y exigió para la
mujer cosas totalmente contrarias al amor, cosas nacidas del egoísmo: el
derecho a desarrollar-se, a superar-se, a enriquecer-se, a
autorrealizar-se.
Con esto, la mujer perdió su identidad como mujer. El corazón de la
mujer se deterioró cambiando el amor y el deseo de darse, por el egoísmo
y el deseo de autorrealizarse.
Como consecuencia directa, la familia se empezó a deteriorar, por tener
en su seno mujeres francamente deterioradas… mujeres que empezaron a ver
a los hijos como "enemigos" u "obstáculos" de su autorrealización y que
empezaron, por lo mismo, a tener menos hijos, más tiempo para sí mismas
y por ende, más egoísmo, del cual ahora son víctimas los esposos, los
hijos y la sociedad.
¿Qué podemos hacer para encontrar la verdadera realización?
El secreto está en regresar a lo propio de la mujer, que es la entrega
de sí misma. Sólo entregándose totalmente, es como la mujer se puede
sentir auténticamente realizada.
Hoy más que nunca, el mundo necesita de la mujer. La mujer no puede, ni
debe, desperdiciar los dones que ha recibido, aún cuando haya decidido
no trabajar para una empresa de manera formal.
Es injusto, no sólo para ella, sino para la sociedad completa, que una
mujer que ha estudiado, que tiene una carrera profesional, que sabe
varios idiomas, que tiene un corazón enorme para entregarlo a los demás,
se quede con esos dones escondidos, guardados e inutilizados, llenando
su tiempo libre en los gimnasios, los cafecitos, los centros comerciales
y los salones de belleza.
La mujer plenamente realizada no es aquella que obtiene grandes éxitos
profesionales a costa del descuido de su familia. Tampoco aquella que se
queda en casa de una manera egoísta, cómoda e insatisfecha. La mujer que
se siente realizada, es la que ama y se siente amada, la que se entrega
de manera plena, a su marido, a sus hijos y a la sociedad.
Así como comer, dormir, bañarse y cocinar, jugar tenis e ir a visitar a
la amiga, son compatibles con la maternidad y la correcta educación de
los hijos, también es compatible trabajar. Nunca debió de hacerse esa
separación, pues el trabajo no es un derecho de la mujer, sino una
responsabilidad natural para con el mundo entero.
El secreto está en hacerlo por amor y no por egoísmo, por compartir lo
mucho que se ha recibido con el mundo y no por querer ocupar un lugar
exitoso. Los hijos se darán perfecta cuenta de las intenciones de su
mamá. Así como aborrecerán a una madre egoísta que los abandona sólo por
buscar su propia satisfacción, la admirarán en cambio, si saben que los
deja un rato por ir a hacer el bien en un mundo urgido de su sabiduría,
ternura y cariño.