FEMINIZAR EL MUNDO: El papel insustituible de la mujer
Tomás Melendo
Revista Internacional BERIT,
Instituto de la Familia,
Universidad Santo Tomás,
Año VI, Nº 9 Julio 2008, 57-80
Presentación
Una antropología adulta...
Hoy prácticamente nadie duda que la aparición del concepto-realidad de
persona supuso un radical salto de calidad para aquel saber que intenta
explicarnos lo que es el hombre —la antropología adulta, como la he llamado
en ocasiones—, así como también para el conjunto de la vida en la Tierra.
Pero esta afirmación y todo lo que implica resultaría coja si no se
subrayara con vigor un nuevo elemento, fundamental y decisivo: la
diferenciación de la persona humana en masculina y femenina. Sin semejante
descubrimiento, y cuanto de él se desprende, resulta imposible apreciar toda
la riqueza que corresponde a la «humanidad»: estaríamos ante un saber
adulto, pero no suficientemente maduro.
Y no se trata solo de que la mujer ostente de ordinario unos atributos
diferentes de los que caracterizan al varón, de manera que si excluimos a
una u otro lo propiamente humano resulta manco y disminuido.
Conviene advertir también, aunque solo de pasada, que la complementariedad
entre ambos es dinámica. La presencia de la mujer hace despertar en el varón
cualidades que sin ella quedarían como adormecidas, lo mismo que sin el amor
masculino la feminidad no lograría un pleno desarrollo.
Pero, además, entre las perfecciones que uno hace florecer en la otra, y
viceversa, se encuentran también las que, al no poder entrar en detalles,
calificaré como más propias de uno u otro sexo. Con la peculiaridad de que
el varón encarnará las propiedades de la mujer con un toque masculino, de
forma análoga a como la mujer incorporará lo masculino con un dejo de
feminidad.
El resultado, que me limito a esbozar, es un auténtico enriquecimiento de
«lo personal-humano», en una espiral creciente que, en principio, no tiene
límites y sin cuya consideración cualquier análisis de la persona y el mismo
desarrollo de la Humanidad en cuanto tal quedarían incompletos.
Y madura
Debe afirmarse, pues, que la plena mayoría de edad de los estudios
antropológicos no ha comenzado hasta que, muy en particular a lo largo del
siglo XX, se advirtió que la diversidad entre el varón y mujer afectan justo
a su condición personal, de modo que se hace necesario distinguir entre la
persona- masculina (o varón) y la persona-femenina (o mujer), precisamente
como complementarias y destinadas al apoyo y crecimiento recíproco.
A lo que, por desgracia, hay que añadir algo que debería resultar obvio. A
saber, que tal cúmulo de ganancias desaparecería en cuanto —como ha ocurrido
a menudo y en cierto modo era «históricamente inevitable»—, por una suerte
de igualitarista mal entendida, la mujer dejara de ser a fondo lo que es
mujer-mujer, para adoptar aires o tonos o modales masculinos.
Como explico con frecuencia, la igualdad no es un atributo aplicable a las
personas, entre otros motivos, y no como el menos importante... porque no la
necesitan para nada. Cada persona es un absoluto, que vale absolutamente,
sin parangón posible, y cuya exclusiva misión es la de ser fondo aquel
alguien que -¡cada una, singular e irrepetible, única!— está destinada a
ser.
Lo que lleva consigo, para el varón, un desarrollo acabado de su
masculinidad, y para la mujer, el cumplimento más cabal de su feminidad
genuina… que son las maneras respectivas como uno y otra pueden alcanzar la
plenitud personal que les corresponde.
Por enésima vez, y porque resulta sumamente gráfico, recojo el consejo de
Unamuno a un escrito novel que «se consideraba»... poco «considerado» por la
crítica: «No te creas más, ni menos, ni igual que otro cualquiera, que no
somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a
conciencia pon todo tu empeño.» in
Por eso me ha parecido oportuno estructurar esta segunda intervención como
comentario somero, y por eso insuficiente —además de inevitablemente , en
torno a la función de la mujer en la tarea vivificadora de la que desde hace
lustros propugno, porque la considero imprescindible.
EL DETERIORO
Lo público y lo privado
Para lograrlo, me detendré un momento en consideraciones relativamente I
despersonalización que he ilustrado otras muchas veces como el nuestra
época, podría resumirse como sigue.
1 Unamuno, Miguel de, "iAdentro!", en Obras selectas, Plenitud, Madrid 1965,
5' ede p.188.
En el desarrollo de la civilización durante estas ultimas centurias
observamos una especie de fractura, que va disponiendo progresivamente el
despliegue perfeccionador del ser humano en dos círculos estrictamente
separados e incluso contrapuestos: el privado y el público.
Y advertimos también que, de manera imparable, este segundo ha acabado por
ejercer un dominio avasallador sobre el primero: que lo público ha ido
fagocitando a lo privado, al introducir incluso en el seno del hogar
actitudes y modos propios más bien de la relaciones comerciales o de
negocios, en el sentido menos noble de estos términos, a los que enseguida
aludiré.
¿Cuáles son los elementos constituyentes de lo que califico como esfera
pública?
1. Por ejemplo, el mundo laboral, cada vez más dominado por un economicismo
materialista, cuyo ídolo es el dinero.
2. 0 el terreno de la política (o del «partidismo» o del «politicismo»),
cuyo crecimiento indiscriminado hace que todo tienda a girar alrededor del
poder, intercambiable con el dinero, y origen también de una burocratización
despersonalizante a gran escala.
3. 0, por referirme al tercer factor considerado de ordinario, el influjo de
los llamados medios de comunicación de masas —especialmente relevantes en el
evento que nos reúne—, que incrementan inadecuadamente su virtud persuasiva
y su capacidad de sugestión en la medida en que estimulan el carácter no
diferenciado, impersonal y simultáneamente individualista, de sus
destinatarios.
En la exacta proporción en que estos y otros vectores similares han ido
configurando la sociedad actual, nos encontramos con un universo público en
el que, por lo general, al margen de toda actitud de servicio, las
relaciones humanas se van viendo pilotadas, de manera creciente, por un
punzante egoísmo hedonista, pragmatista e insolidario... ¡con honrosas y
abundantes excepciones!, añado con sumo gozo.
De esta suerte, la lógica del intercambio interesado, de «los equivalentes»
- del do ut des ¡y solo ut des!, ¡y des más de lo que te doy!, propia de la
sociedad mercantilista y burocrática, tal como muchos la viven— ha ido
imponiendo su ley sobre la lógica de la gratuidad, del don, de la efusión
altruista, cuyo reducto último o va siendo la familia, pero que también
debería imperar en todas las relaciones sociales, incluso en las propiamente
económicas.
En este sentido, como afirma Donad, «la civilización consiste en saber en
familiar lo no-familiar»; lo que, para mí, significa aprender a impregnar lo
humano, y muy en particular los medios de comunicación —que ahora nos
ocupan—, con el ineludible e incomparable •toque» o «genio» de la mujer.
Los valores personales
En cualquier caso, más que el mismo diagnóstico, por fuerza simplificador,
me interesa explicitar lo que hace unos momentos esbozaba: que un universo
como el que he bosquejado va cerrando el espacio para los genuinos valores
de sima entendida como tal.
Valores que giran íntegramente en torno al amor y a todo aquello que lo hace
posible y jugoso: el encanto de lo pequeño, la flexibilidad, la imaginación
creativa, la generosidad, la aptitud para captar matices, el ocio
compartido, el diálogo, la intimidad, la diferenciación individualizadora,
la relación entre tú y tú irreiterables, el gozo conjunto de una vida
cotidiana y sin aparente brillo, y un dilatado etcétera.
Podemos advertir, por consiguiente, dos mundos o, como hoy suele decirse,
dos culturas::
Y son muchos los que, fundadamente, calificarían el primer cosmos, el de la
producción y la eficiencia, de típicamente masculino, mientras que unirían
la resurrección del segundo al progresivo afirmarse de lo femenino. Con lo
que, simplificando nuevamente, pero sin faltar por ello a la verdad, cabria
sostener que el problema más acentuado de la civilización presente es el
predominio indiscriminado y avasallador de lo masculino sobre lo femenino.
A la luz de esta afirmación debe leerse cuanto sigue.
Lo femenino
Y, en primer lugar, la necesidad imperiosa de la mujer. Pero vaya por
delante, aunque estimo que no sería necesario, que en ningún momento
pretendo hacer demagogia. Para cualquier hombre casado, y yo lo soy,
deberían resultar más que manifiestas las riquezas con que se adorna una
esposa cabal. E incluso, por una especie de «defecto de perspectiva», esas
cualidades aparecerán ante sus ojos con más apabullante claridad que las
pertenecientes al varón.
Repito con ocasión y sin ella que el amor, lejos de ser ciego, se muestra
asombrosamente clarividente: impulsa y «obliga» a descubrir el fondo de
maravilla oculto en el corazón ontológico del ser querido, Y como cualquier
persona medianamente honrada estima más a su cónyuge que a sí mismo, los
privilegios de la mujer deslumbran a su marido de manera mucho más
perentoria que los suyos propios o, en general, los de su sexo. No porque
los invente —eso también lo he explicado una buena porción de veces,
oponiéndome a Stendhal y Proust y, hasta cierto punto, a Ortega—, sino
porque los descubre sin apenas dificultad.
La persona femenina
Pero es que, con independencia de esa fascinación, la mujer encarna de una
forma muy particular, más propia y acentuada, el peculiar carácter de la
persona humana. Si no puede decirse que es más persona, sí cabe afirmar que
lo es de un modo más patentemente personal y más exquisitamente humano.
Quiero ser objetivo. Me expresaré por eso con palabras prestadas. Carlos
Cardona escribió con rotundidad, a propósito del tema que estoy esbozando,
que «... la mujer es imagen más diáfana de lo característico de la persona
creada: hecha por amor y para el amor». La expresión cumplida de la persona
humana, «en su ser más radical, se manifiesta mejor y con más propiedad en
la mujer que en el varón. Y esto, a más de resultar metafísicamente
manifiesto, es un hecho de experiencia común: todos sabemos muy bien que la
mujer, precisamente como tal, y en la medida en que sabe y quiere serlo, es
lo más 'amable'. Así se entienden bien muchas características de la
feminidad: como ese instinto que mueve a la mujer a procurar ser amable,
atractiva (y no me refiero aquí principalmente a lo físico, sino a lo
psíquico y espiritual: la simpatía, la ternura, la paciencia, la piedad, por
ejemplo).» (2)
Por todo ello, la mujer encarna de forma privilegiada la condición de la
persona, en cuanto principio y término de amor: resulta más «amable»...
«precisamente porque ama y en el amor se da». Puesto que, como recordaba ya
recordaba hace algún tiempo José María Pemán —y agradecería que no se
tomaran estas expresiones en sentido despreciativo, al menos teniendo en
cuenta mi propia valoración del amor, muy superior a la de la
inteligencia... si es que tal disociación pudiera realizarse—, « el amor es
en la mujer como la expresión total de su ser y el ejercicio fundamental de
su vida La mujer es, por definición, una a de amor'.» (3)
Maravillosamente inteligente, añado por mi cuenta, tras haber expuesto en
multitud de ocasiones —como acabo de recordar— que el amor no es un atributo
de segundo orden, una especie de «compensación piadosa» para aquellos o
aquellas que no logran triunfar en los dominios del intelecto, sino que
constituye la condición ineludible y la máxima encarnación del conocimiento
intelectual más noble, elevado y eficaz: la sabiduría, donde se aúnan las
más altas cimas
2Cardona,Carlos, Ética del quehacer educativo, Rialp, Madrid 1990, pp.
144145.
3 Pemán, José Maria Pernil; De doce cualidades de la mujer, Ed. Prensa
Española, Madrid, 2' ed. 1969, pp. 36 y 46.
de la contemplación y la atención delicada y operativa a las menudas
irisaciones de la vida vivida a diario).
Y, en otro lugar, recogiendo ideas de Juan Pablo II, el propio Cardona
recuerda que «los hombres todos —tanto varones como mujeres— hemos sido
'confiados por Dios a la mujer': y no principalmente en el orden biológico,
sino fundamentalmente en el psíquico y en el espiritual.» (4)
El genio de la mujer
¿Sería muy difícil extraer las conclusiones pertinentes para el
enriquecimiento de la familia y la personalización del mundo y, más en
concreto, de los medios de comunicación?
Se pueden entrever a través de las sugerentes afirmaciones de un texto de
Jutta Burggraf. Acudiendo a una expresión acuñada por Juan Pablo II, explica
la autora que el "genio de la mujer" «constituye una determinada actitud
básica que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentado
por esta. En efecto, no parece descabellado suponer que la intensa relación
que la mujer guarda con la vida pueda generar en ella unas disposiciones
particulares. Así como durante el embarazo la mujer experimenta una cercanía
única hacia un nuevo ser humano, así también su naturaleza favorece el
encuentro interpersonal con quienes la rodean.
El "genio de la mujer" se puede traducir en una delicada sensibilidad frente
a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse
cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede
identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de mostrar el amor
de un modo concreto. Consiste en el talento de descubrir a cada uno dentro
de la masa, en medio del ajetreo del trabajo profesional; de no olvidar que
las personas son más importantes que las cosas. Significa romper el
anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones,
mostrarse solidaria y buscar con ellos.» (3)
4 Cardona, Carlos, o. e., pp. 144-145.
La tarea de feminizar el universo
Afirmaciones que, lejos de cualquier atisbo de enfrentamiento entre lo
masculino y lo femenino, llamados a complementarse dinámica y creativamente
– como he esbozado y espero desarrollar en otra ocasión—, nos devuelven en
persona y la exigencia de personalizar el universo humano, que es también
volverle su mordiente ético.
Pero asimismo nos informan de que para lograrlo resulta imprescindible que
todos aquellos valores que podríamos calificar «como propios de lo femenino
– lo que el psicólogo suizo C. J. Jung llamaba el ánima, el cuidado, la
atención diligente por los demás— no los consideremos en modo alguno
privativos ni exclusivos de la mujer (aunque en ella hayan podido tener una
mayor presencia por razones históricas), sino que los advirtamos como
igualmente indispensables en el varón, para evitar que este sea simplemente
un energúmeno, tan solo preocupado por el poder y la competencia.»
Lo que se impone, pues, es un trasvase. Una transfusión que ya se está
llevando término en el seno de muchísimas familias y en otros ámbitos de la
sociedad. Pero recuerden lo que acabo de evocan que el ser humano —varón y
mujer - ha sido confiado al cuidado de esta última. De ahí surge, comenzando
por el ámbito del matrimonio, el reto primordial, la exigencia más
apremiante 'libre de lo que vengo calificando como revolución pacífica que
instaurará en nuestro mundo una auténtica civilización el amor.
5. Burggraf, Jutta, “Dimensión antropológica del misterio nupcial", en
Servei de documentació Montslgre, 30-13-2004, pp. 3-4, 6 Ballesteros, Jesús,
Postmodernidad: decadencia o resistencia, Ternos, Madrid 1990, p. 133.
Es esta la tarea que la mujer no puede aplazar y en la que los medios de
comunicación «feminizados» desempeñarían un papel de primer orden, también
como elementos de difusión y de propuesta anticipadora.
Se trata de devolver la vida auténticamente humana, personal, cálida,
jugosamente perspicaz, al conjunto de la familia y, a través de ella, y
también directamente, a todo el universo. Porque, como recuerda de nuevo
Pemán en clave un tanto humorística y sin ningún afán de lastimar, «el varón
puede hacer sin la mujer todo —arte, ciencia, guerra, política—, todo menos
un pequeño detalle: vivir...»
En resumen: con toda probabilidad, la quintaesencia de lo femenino pueda
definirse como una cercanía connatural con cada persona y con la importancia
de cada detalle de cada vida personal; categoría que nunca podría ser
exagerada porque deriva justamente de la condición personal del sujeto de
esos atributos.
Dos caminos no excluyentes
¿Cómo ejercer esa función? En lo que me concierne, contemplo la incidencia
de la mujer en el mundo encauzada a través de dos vías complementarias:
1. Mediante su acción directa en las instituciones sociales y en las
personas que las integran, y muy en particular en todos aquellos ámbitos que
permitan comunicar de manera íntima y universal la grandeza de cualquier
persona: su carácter eminentemente personal.
2. Y en virtud del influjo, tremendamente efectivo, que ejercen en el hogar.
Mujeres-mujeres
En medio de los vaivenes y las turbulencias de los últimos años en relación
con estos temas, siempre han existido quienes han logrado mantener un sereno
y lúcido equilibrio. Fueron muy conscientes, como apuntaba, de que la mujer
1 Pensé, José Mana, o a, p. 41.
era del todo imprescindible para humanizar el mundo en que nos movemos y, al
mismo tiempo, de que esa elevación y saneamiento irrenunciables solo podría
ejercerla —como he repetido y ahora pretendo subrayar— si no hacía dejación
de su feminidad.
En este sentido, no puedo dejar de recordar, con las palabras directas y
certeras de una de las personas que más ha influido en mi vida y en mis
ideas este respecto (S), que el desarrollo, la madurez, la mayoría de edad,
la emancipación de la mujer y cuanto quiera añadirse en la misma línea —
acertadísimo e indispensable—, nunca deberían convertirse en una anhelo de
igualdad igualitaria o de uniformidad con el varón: en una burda imitación
de manera masculino-machista de comportarse.
Y la razón, tras lo que he apuntado, no puede ser más neta. Semejante
«avance» de ningún modo podría considerarse un logro, sino más bien una
pérdida para la mujer... y, lo que en cierto modo es aún más doloroso, para
el conjunto de la humanidad.
Y eso, no porque la mujer sea más o menos que el varón — ¿no dije que
semejantes comparaciones están fuera de lugar cuando se trata de personas?—
sino porque es distinta y solo podrá cumplir en ella lo humano siendo hasta
el fondo lo que por naturaleza está llamada a ser: mujer-mujer, en el
grandioso sentido que procuro otorgar siempre a esta expresión.
Como vengo diciendo, solo la mujer puede aportar a la familia, al lugar de
trabajo, al conjunto de la sociedad civil, ¡a los medios de comunicación, en
particular!, lo que le pertenece nativamente y, no obstante, está llamado a
ser patrimonio de todos: su delicada ternura, su generosidad sin límites, su
amorosa y perspicaz atención a lo concreto, su creatividad y agudeza de
ingenio, su
6 Se trata de San José María Escvivá, al que no cito expresamente en el
texto en atención al carácter no confesional de este Congreso, pero cuya
referencia recojo a pie de página por pura honradez humana, profesional y
universitaria: Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, Rialp,
Madrid, núm. 87.
intuición clarividente, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad...
Ninguna mujer lo será en plenitud hasta que advierta la hermosura —para nada
alienante en un universo previamente feminizado, preñado de amor— de su
aportación insustituible... y haga de todo ello vida de su propia vida.
En semejante sentido, Janne Haaland Matláry, que ha desempeñado cargos
políticos de primer rango en el Gobierno noruego, escribe: «La colaboración
femenina siempre es diferente, su atención a los demás también es distinta.
Ellas tienen una inclinación natural hacia las relaciones interpersonales y
hacia los otros seres humanos que muy pocos hombres tienen; y siempre serán
las que se ocupen de esas "políticas menores" [es decir, las auténticamente
relevantes, decisivas] que son las de la familia y los asuntos sociales por
haber tenido la experiencia previa de la maternidad; o serán también las que
se ocupen del cuidado de otras personas o de sacar adelante una casa, tal y
como hace la mayoría de las mujeres.» (9)
Y añade, para aclarar hasta qué extremo todo ello se encuentra ligado con lo
que he resaltado en cursiva (es decir, con la experiencia de la maternidad,
que no necesariamente consiste ni «pasa» por la maternidad biológica): «...
hoy las mujeres tienen necesidad de reafirmar la importancia de la
maternidad, tanto en sus propias vidas como en el conjunto de la sociedad.
Deben asimismo plantear reivindicaciones en otros ámbitos —en la actividad
profesional y en la política— para que sea posible y compatible ser madre y
trabajar fuera de casa. Y esto debería hacerse extensivo a los padres.
9 Matliry, , Janne Haaland, El tiempo de las mujeres, Notas para un Nuevo
Feminismo, Rialp, Madrid, 2000, pp. 87- 68.
Otros, quizás de forma un tanto unilateral, han llegado a la misma
conclusión, pero eaPoniéndola desde el extremo opuesto: si la mujer deja de
vivificar todas las estructuras del mundo, este caminaré, a pasos cada vez
mis acelerados, hacia la bancarrota mis plena. En parte, es lo que ha
sucedido en los últimos lustros, aun cuando se vean ya clarísimos signos de
recuperación... en la que de nuevo la mujer es la proagonista.
En esa vertiente menos positiva cabe situar las siguientes convicciones de
Borghello: «Se puede ya afirmar con certeza que la raíz de las crisis
familiares, y ahora también de tantísimos noviazgos, tiene que ver con cl
hecho de que la total promiscuidad de la convivencia entre los sexos que
está teniendo lugar desde hace algunos decenios ha llevado a la mujer a
creerse igual al varón, sobre todo por lo que respecta a la manera de
relacionarse con el , en los sentimientos y en las prestaciones, incluso en
la que atañe a la sexualidad. La cultura del pasado acentuó en exceso las
diferencias; pero la cultura de hoy corre el peligro de originar muchos
engaños porque no sabe reconocer las profundas diferencias y, sobre todo,no
sabe hacerlas amar. Una mujer puede y debe amar su especificidad y su
aportación absolutamente insustituible a la vida, al amor, a la familia, a
la sociedad y a la cultura.« (Borghello, Irgo, Le crisi dell'amore, Ed.
Ares, Milano, 2000, p. 42).
Pero la cuestión esencial no es solo de orden práctico sino también
antropológico: las mujeres nunca se sentirán felices si no toman conciencia
de hasta qué punto la maternidad define el ser femenino, tanto en el plano
físico el espiritual, y expresan esta realidad con la reivindicación del
cimiento social.
Ser madre es mucho más que la intensa y vivida experiencia de dar a luz y
criar a un hijo es la clave para una toma de conciencia existencial de
quienes somos.» (mi
También lo expresa, con la fuerza y el vigor que la caracterizan, Marta B
Brancatisano: «Desempeñar nuevas profesiones (desde ministro a astronauta,
pasando todo el género de tareas inventadas por la sociedad multifuncional)
ha sido un simple juego para quien poseía la clave de todas ellas inscrita
en su código sexual. Enumero algunas a título de ejemplo: el conocimiento
del ser humano que le permite gobernarse a sí misma y relacionarse con los
demás con la apertura y la serenidad que se experimentan ante lo que nos
resulta conocido y amado, la flexibilidad para pasar de una tarea a otra
—que deriva de su habitual competencia a para afrontar las imprevisibles
necesidades cotidianas; la amplitud de intereses y la versatilidad de
ingenio, fruto de la pluriforme preparación imprescindible para hacer vivir
un hogar (economía, ingeniería, arquitectura, privado e internacional,
medicina, dietética, arte, estética, literatura, psicología, pedagogía e
incluso moral y teología); su inimitable sentido de la realidad del valor
del tiempo, resultado del carácter impelente y de urgencia propios del
trabajo del hogar, que, por estar directa y ordinariamente unido a
supervivencia del ser humano, no admite incumplimientos, retrasos ni
tramposas simulaciones.» (")
10 Matláry, J. H., o. c., p. 27.
11 BrancatisanoMarta, Approecio all'antroloolagia della differenza Roma
2004,
Con los mismos derechos y oportunidades
Personalmente, tengo la férrea convicción, difícilmente inamovible, de que
las mujeres se encuentran destinadas a vivificar desde dentro todas las
profesiones dignas —y, muy en concreto, los medios de comunicación—, en
absoluta paridad con los varones: con las mismas perspectivas, posibilidades
y oportunidades, y con idéntica formación humana, profesional, etc.
Más todavía, siguiendo de nuevo sugerencias de Brancatisano, afirmo con toda
sinceridad que la mujer se encuentra mucho más preparada que el varón para
desempeñar la mayor parte de ellas... y que en parte por este motivo los
varones tendemos a discriminadas e impedir que desplieguen su inigualable
potencia. (12)
Pero este reconocimiento no me inclina a «sacarlas» del hogar, como tampoco
lo pretendo de los varones. Muy al contrario, aspiro a conservarlas o
devolverlas (¡a ellas!) y, sobre todo, a introducirlos (¡a ellos!) en lo más
íntimo y configurador del núcleo familiar. Pues, si algo he pretendido dejar
claro desde que, hace ya veinte años largos, dedico mi atención primordial a
estos asuntos, es la absoluta necesidad que todo ser humano —varón y mujer—
tiene de la familia.
Y es que la familia constituye el ámbito imprescindible del pleno desarrollo
tanto del varón como de la mujer, así como la condición de posibilidad para
personalizar los restantes dominios en que se desenvuelve la existencia
humana y, si me apuran, muy particularmente los medios de comunicación,
proclives con frecuencia —aun cuando no debe ni tiene por qué ser así— a
deshumanizar
12 «Parece que no existe un solo trabajo, un solo deporte, una sola
actividad artística o cualquier otra que no esté al alcance de la mujer.
Aunque esto, que constituye una auténtica novedad en la historia de nuestro
planeta, obliga a preguntarse si estas tareas se despliegan según el modo de
ser de la mujer, en lugar de subrayar paradigmas masculinos. En cualquier
caso, lo relevante es que todas estas funciones se han podido desarrollar
raiss a una preparación remota tan completa y profunda – tanto en el ámbito
psíquico como en el intlectual – que puede con todo derecho denominarse
omnivaente..
Y también resulta obvio que esta preparación excepcional deriva del hecho de
que la mujer luz sido desde siempre capaz de ocuparse eficazmente del otro
—la maternidad, en su sentido más amplio— y de sacar adelante esa empresa
multifuncional que hace posible la vida y que llamamos casa» (Brancatisano,
Marta, o. c., p. 93).
y trivializar lo más grandiosamente humano; y entre todo ello, el amor y,
más Teto, el amor entre varón y mujer.
Una falsa oposición
Ejercicio profesional fuera de casa y quehacer también profesional dentro de
ella son dos esferas que de ningún modo deberían enfrentarse ni, por
consiguiente —en contra de lo que hoy está tan de moda—, tienen necesidad de
ser conciliadas. Pues tanto una tarea como otra son, en el fondo —y es
oportuno llegar hasta el fondo, al menos de vez en cuando—, ejercicio del
amor, de la búsqueda sincera del bien para los demás.
Repito, por eso, trayendo de nuevo a la mente recuerdos imborrables de mi
juventud, que el hogar y la familia han de ocupar un puesto central en la
vida de la mujer... como también en la del varón, por una razón poderosísima
t a día, voy advirtiendo con mayor claridad: que la dedicación a los
menesteres familiares —en el sentido más amplio y noble de estos términos—
componen sin duda el más grande quehacer que cualquier ser humano puede
realizar en la tierra (13).
A estas alturas, ¿podría alguien imaginar que ese ejercicio sublime elimine
por principio y de por vida la posibilidad de ocuparse en otras labores
profesionales?; o, yendo más el fondo, ¿que la atención prioritaria a las
exigencias inigualables de la familia impidan atender a cualquiera de los
oficios que conforman la urdimbre de la sociedad contemporánea...?
13 El trabajo de padres no se puede relegar al último lugar, cuando ya se
han hecho todos los demás trabajos. Antes bien, es un trabajo primordial y
si no se dan las condiciones necesarias para llevarlo a cabo, todo lo demás
se cae por su peso. Los niños se irritan y se contrarían, las madres están
afectadas de continuo por sentimientos de culpa y, en consecuencia, también
el trabajo profesional acaba resintiéndose.
Hay que encontrar el delicado y bastante difícil equilibrio entre todos los
trabajos que hay que hacer y el tiempo necesario para una alegre convivencia
en la familia. El modo variará según los casos, pero debe quedar claro desde
el principio que la . labor de los padres, y sobre todo de de las madres, es
de esencial importancia para todas las demás facetas de la vida de la
persona. Esta labor debería ser valorada tanto por la sociedad como por los
empleadores:• (Matáry, J. H. o.c, pp.62-63)
Con los mismos derechos y oportunidades
Personalmente, tengo la férrea convicción, difícilmente inamovible, de que
las mujeres se encuentran destinadas a vivificar desde dentro todas las
profesiones dignas —y, muy en concreto, los medios de comunicación—, en
absoluta paridad con los varones: con las mismas perspectivas, posibilidades
y oportunidades, y con idéntica formación humana, profesional, etc.
Más todavía, siguiendo de nuevo sugerencias de Brancatisano, afirmo con toda
sinceridad que la mujer se encuentra mucho más preparada que el varón para
desempeñar la mayor parte de ellas... y que en parte por este motivo los
varones tendemos a discriminarlas e impedir que desplieguen su inigualable
potencia. (la)
Pero este reconocimiento no me inclina a «sacarlas» del hogar, como tampoco
lo pretendo de los varones. Muy al contrario, aspiro a conservarlas o
devolverlas (¡a ellas!) y, sobre todo, a introducirlos (¡a ellos!) en lo más
íntimo y configurador del núcleo familiar. Pues, si algo he pretendido dejar
claro desde que, hace ya veinte años largos, dedico mi atención primordial a
estos asuntos, es la absoluta necesidad que todo ser humano —varón y mujer—
tiene de la familia.
Y es que la familia constituye el ámbito imprescindible del pleno desarrollo
tanto del varón como de la mujer, así como la condición de posibilidad para
personalizar los restantes dominios en que se desenvuelve la existencia
humana y, si me apuran, muy particularmente los medios de comunicación,
proclives con frecuencia —aun cuando no debe ni tiene por qué ser así— a
deshumanizar
12 .Parece que no existe un solo trabajo, un solo deporte, una sola
actividad artística o cualquier otra que no esté al alcance de la mujer.
Aunque esto, que constituye una auténtica novedad en la historia de nuestro
planeta, obliga a preguntarse si estas tareas Be despliegan según el modo de
ser de la mujer, en lugar de subrayar paradigmas masculinos. En cualquier
caso, lo relevante es que todas estas funciones se han podido desarrollar
gracias a una preparación remota tan completa y profunda —tanto en el ámbito
psiquis° como en el intelectual— que puede con todo derecho denominarse
omnivalente.
Y también resulta obvio que esta preparación excepcional deriva del hecho de
que la mujer ha sido desde siempre capaz de ocuparse eficazmente del otro
—la maternidad, en su sentido más amplio— y de sacar adelante esa empresa
multifuncional que hace posible la vida y que llamamos casa. (Brancatisano,
Marta, o. c., p. 43).
y trivializar lo más grandiosamente humano; y entre todo ello, el amor y,
más en concreto, el amor entre varón y mujer.
Una falsa oposición
Ejercicio profesional fuera de casa y quehacer también profesional dentro de
ella son dos esferas que de ningún modo deberían enfrentarse ni, por
consiguiente —en contra de lo que hoy está tan de moda—, tienen necesidad de
ser conciliadas. Pues tanto una tarea como otra son, en el fondo —y es
oportuno llegar hasta el fondo, al menos de vez en cuando—, ejercicio del
amor, de la búsqueda sincera del bien para los demás.
Repito, por eso, trayendo de nuevo a la mente recuerdos imborrables de mi
juventud, que el hogar y la familia han de ocupar un puesto central en la
vida de la mujer... como también en la del varón, por una razón poderosísima
que, día a día, voy advirtiendo con mayor claridad: que la dedicación a los
menesteres familiares —en el sentido más amplio y noble de estos términos—
componen sin duda el más grande quehacer que cualquier ser humano puede
realizar en la tierra (13).
A estas alturas, ¿podría alguien imaginar que ese ejercicio sublime elimine
por principio y de por vida la posibilidad de ocuparse en otras labores
profesionales?; o, yendo más el fondo, ¿que la atención prioritaria a las
inigualables exigencias de la familia impidan atender a cualquiera de los
oficios que conforman la urdimbre de la sociedad contemporánea...?
13.E1 trabajo de padres no se puede relegar al último lugar, cuando ya se
han hecho todos los demás trabajos. Antes bien, es un trabajo primordial y
si no se dan las condiciones s para llevarlo a cabo, todo lo demás se cae
por su peso. Los niños se irritan y se contrarían, las madres están
afectadas de continuo por sentimientos de culpa y, en consecuencia, también
el trabajo profesional acaba resintiéndose.
Hay que encontrar el delicado y bastante difícil equilibrio entre todos los
trabajos que hay que hacer y el tiempo necesario para una alegre convivencia
en la familia. El modo variará según los casos, pero debe quedar claro desde
el principio que la labor de los padres, y sobre todo la de las madres, es
de esencial importancia para todas las demás facetas de la vida de la
persona. Esta labor debería ser valorada tanto por la sociedad como por los
empleadores.. Malatláry, Janne Haaland, o, c., pp. 62-63)
¿No será más bien la actividad desplegada en el seno de la familia la
condición de posibilidad —masculina y femenina— de desempeñar cualquier otro
quehacer, incluida la profesión, con eficacia propiamente humana? ¿No habría
que hablar de sinergia, en lugar de conciliación?
Por eso, el empeño por oponer los ámbitos de la familia y del trabajo
profesional, y por abandonar el primero, ha conducido a un error más grave
que el que se trataba de corregir: pues nadie puede «personalizar» a las
personas —varones y mujeres— sino con la fuerza ganada día a día en el seno
del propio hogar "".
Dignidad suma del trabajo en el hogar
La gravedad de ese abandono por parte de la mujer me parece muy clara, igual
que me lo parece, por razones muy similares, aunque no del todo idénticas,
la ya multisecular y aún no corregida deserción del varón.
Y es que, como acabo de sugerir, sin la presencia de una tan discreta como
eficaz mano femenina resulta bastante arduo lograr el ambiente de familia en
que deben desenvolverse y crecer personalmente la gran mayoría de los seres
humanos.
Espero que nadie me malinterprete. No intento pasar de contrabando una
especie de coartada para que los varones se desentiendan de contribuir —en
primera persona, por derecho-deber propio, y no como función subsidiaria— a
la edificación de auténticas familias, en todos los sentidos de este
vocablo.
Más bien pretendo subrayar la grandeza de quienes —en su mayoría, mujeres—,
renunciando a veces a éxitos más fácilmente alcanzables en otros ámbitos,
dedican sus energías y su competencia a levantar y gestionar, con auténtico
sentido profesional repleto de calidez e inteligencia, los hogares propios o
los de otras personas, que se amparan en su buen hacer.
Se trata, pues, de un sendero que asegura, y de una manera insoslayable, la
presencia femenina en el mundo. Hoy son muchos los que apuntan que el estado
de «masculinización» de la mujer provocado por cierto feminismo mal
entendido ha hecho de nuestro entorno vital un paraje todavía más inhóspito
que en tiempos pretéritos. Se trata de una atmósfera densa, dura, hostil,
irrespirable, masculinizada en exceso...: en fin de cuentas, «machista». Y
hay que buscarle solución, pero una solución adecuada.
¿Solución?: la mujer
Sin duda, la mujer ha sufrido durante siglos una clara discriminación,
modulada de maneras y con intensidades distintas en las diversas esferas,
que pedía y sigue pidiendo a gritos ser subsanada... ¡y hasta sus últimas
consecuencias!
Pero cuando el «remedio» ha consistido en adoptar en la actividad pública
los modos de obrar propios del varón, y cuando a eso se ha unido la
defección del hogar por parte de bastantes mujeres, el saldo ha sido —como
ya he dicho y contra todos los propósitos y previsiones— un recrudecimiento
de lo que podrían calificarse como «vicios» típicamente masculinos... ni
contrapesados ni dulcificados por la presencia efectivamente femenina de la
mujer. (15)
Cuestión todavía más peliaguda por cuanto, en determinados momentos y
lugares, esta ha dejado de ejercer también el influjo que durante siglos
irradiaba desde el seno de su casa... ¡y que asimismo debería y debe
irradiar el varón, con sus características particulares!
15 se puede afirmar que el feminismo moderno tiene una antropología muy
pobre o lo que es peor: carece de ella. En vez de intentar comprender lo que
significa realmente ser mujer —en que consiste lo femenino, tanto en sentido
ontológico como existencial—, el feminismo parece presuponer y presentar una
visión del ser humano cargada de agresividad, y en la que los dos sexos
están enfrascados en una continua lucha por el Poder.. (Martláry Janne
Haaland, p. 48)
Todo lo anterior, con palabras de Mercedes Eguilar que no dudo en hacer
mías, conduce a afirmar sin paliativos, guste o no —¡y a mí me gusta!—, «...
la primacía femenina en el orden del mundo. Mientras permanece como
guardiana de lo particular e íntimo, no sucede nada. Cuando desea realizarse
[de manera exclusiva] en cualquier profesión, aparecen los inconvenientes. Y
al mismo tiempo, cuando no se encuentra en el quehacer externo se advierte
su ausencia, reina la agresividad y la paz es un ente que no se sabe cómo
llegar a poseer.» "
O, desde la perspectiva complementaria: «Al ausentarse del hogar para
trabajar [exclusivamente] en otra profesión fuera de su casa, [la mujer] ha
contribuido, sin desearlo, a crear un vacío que nadie ha ocupado y que
origina una fuerte inestabilidad en la familia. El hogar queda huérfano y el
matrimonio se debilita. Y al decidirse a no tener hijos, porque no tiene
tiempo, invierte la pirámide: el mundo necesita ciudadanos jóvenes y se
encuentra con un crecimiento desmesurado de personas mayores.» (17)
¿En su mayoría mujeres? «Al ausentarse del hogar...»
Precisamente porque se trata de una cuestión muy delicada, no hago sino
rozar este extremo. Y lo realizo trayendo a colación las convicciones de un
sociólogo italiano, Alberoni, cuya obra lo libera por completo de cualquier
acusación de machismo... y de adhesión a credo alguno que no sean los datos
que aportan sus investigaciones.
No obstante, sostiene, con acentos en parte un tanto superados:
«Para una mujer enamorada construir y decorar la casa es un acto de amor.
Muy a menudo es ella la que elige los distintos muebles y todos los
16 Eran:4r, Mercedes, La nueva identidad femenina, Palabra, Madrid, 2003,
pp. 98-99.
17 Ibídem, p. 98.
innumerables objetos que necesitarán en suvida futura. Los elige de modo que
la casa le guste a su marido, para que él se encuentre a gusto en ella, para
que se sienta bien en todo momento de su vida. En su mente ya ve dónde
estarán sentados para ver juntos la televisión. Imagina la habitación con el
mantel bordado donde recibirán a los amigos, cuál será el sitio del marido,
cuál el suyo. Y luego el dormitorio, con las sábanas floreadas como los
campos de primavera, las preciosas colchas, las cálidas mantas y los
edredones para el gran frío. Y el cuarto para los niños que vendrán, del que
ya se imgaina los empapelados de colores, la suave moqueta para que no se
hagan daño. Luego el baño en el que se recorta un poco de espacio para sí,
para maquillarse, para estar hermosa. Y el espacio para él, para la navaja
de afeitar y su loción para después del afeitado. Luego hay ambientes, como
la cocina, en los que deberá trabajar sobre todo ella, cómoda, espaciosa con
todo lo que piensa que le podrá prestar servicio. Y pensará en las comidas
que podrá cocinar. Si luego el marido tiene una actividad intelectual, hará
de modo que tenga su estudio, mientras que, si es un deportista, encontrará
espacios en el guardarropa o en armarios especiales para sus objetos.
Al decorar la casa la mujer expresa su visión del mundo, su ideal de vida
privada y el tipo de relaciones sociales que quiere instaurar. Pero sobre
todo despliega su cuerpo. Cada objeto es una parte de sí misma. Su piel
termina con el empapelado de las paredes, con las cortinas. Por esto es ella
la que, normalmente, se cuida de la casa, de su mantenimiento. Lo hace como
si fuera su cuerpo. Por esto no quiere que entren extraños si no está en
orden, presentable. Como no se mostraría ante extraños en chancletas,
despeinada. Y como perfuma su cuerpo para sí, para el marido, así tiene
horror de los malos olores que puedan impregnar las cortinas, los divanes o
la cocina. Y vigila que no los haya. Vigila sobre la suciedad. Teme a los
malos olores y a la suciedad como si fueran enfermedades infecciosas. Por
eso se pone de mal humor si la limpieza hecha por la asistenta es
superficial, si le cambia los objetos de lugar, si estropea un tapiz o rompe
algo a lo que ella atribuye un significado simbólico particular. Siente el
gesto indiferente, despreciativo de la otra mujer como una ofensa personal
que le cuesta olvidar. Como no olvida a un huésped torpe que le ensucia la
alfombra.
Cada acto que afea su casa lo vive como una violencia personal. Si en la
casa entran ladrones lo vive como una violación, una profanación. Muchas
mujeres, después de un robo, ya no quieren vivir en aquellos ambientes, los
desinfectan, cambian la decoración.
Para la mujer la construcción y la gestión de la casa es también una forma
de erotismo. Porque comunica su amor no solo cambiando de peinado, el
maquillaje de los ojos o poniéndose una blusa recién planchada, sino también
haciendo la cama con sábanas nuevas, poniendo flores frescas o esparciendo
esencias perfumadas por la casa. O bien preparando un plato que agrada a sn
marido.
A menudo el hombre no comprende el refinado trabajo que la mujer lleva a
cabo para hacer la casa armoniosa y acogedora. No comprende que esa es una
obra de arte continuamente renovada, y que compromete su mente y su corazón.
Y si entra en la casa distraído, si tira su ropa sucia por ahí, ella lo
percibe como desinterés hacia su persona, como desprecio de su trabajo
creativo, y se queda amargada y ofendida.» (18)
Matizaría algún punto, pero estoy sustancialmente de acuerdo; y no pienso
que todo sea fruto del influjo de la cultura.
«Pasando por» la familia Mujer-familia-mundo
Como ya apunté, soy partidario convencido y firmísimo de la necesidad de que
la mujer aporte aquella riqueza de virtudes, enfoques y claridades que le
pertenecen en exclusiva, actuando directamente en todas las esferas de la
actividad humana: en todas.
18 Alberoni, Francesco, Te amo, Gedisa, Barcelona 1997, pp. 166-167
Y es que, gracias a las dotes naturales que le son propias, puede enriquecer
enormemente el conjunto de la vida civil, pero muy particularmente las
esferas que más afectan al desarrollo o la contrahechura de la persona en
cuanto tal: la legislación familiar o educativa, el creciente ámbito de las
relaciones humanas y, muy en concreto, cuanto se relaciona con la
comunicación hondamente concebida.
Con otras palabras, y como los hechos demuestran, solo la presencia
activo•femenina de la mujer puede aseguramos que se respetarán loa valores
genuinos de la persona a la hora de tomar aquellas medidas que incidan con
mayor vigor en la vida de las familias, en la constitución de un ambiente
realmente educativo y, con todo ello, en el porvenir de la juventud y de la
humanidad.
Todo lo anterior, como decía, es una persuasión firmemente arraigada en mi
entendimiento y en mi labor cotidiana. Pero también tengo muy claro que la
función femenina en la vida pública, ¡como la de los varones!, solo será
eficaz en la medida en que cada mujer forje y refuerce su personalidad en el
seno de una familia, donde asimismo ha de reponer día a día las energías
gastadas.
Con el añadido de que en el hogar la mujer ejerce muy particularmente ese
papel de motor y estímulo que hasta ahora he atribuido casi indistintamente
a los dos cónyuges: de ahí mi convicción —fraguada tanto en los estudios
como en la vida vivida— de que la buena marcha de una familia depende, al
término y decisivamente, de la calidad y entrega de las mujeres que de ella
forman parte.
Soltera o casada, según las circunstancias, pero siempre miembro eminente de
un hogar, es la mujer, en fin de cuentas, la clave y el arranque de la
alentadora humanidad que cada ser humano está destinado a transmitir a los
otros.
Y a los varones nos corresponde hoy día, en contra de lo que habitualmente
se afirma y con frecuencia se vive, hacer posible y amable el pleno
desarrollo de la mujer... para con ello impulsar el progreso genuinamente
humano de la sociedad en su conjunto, sin discriminacion77
¡Una función en cierto modo secundaria... de la que me siento plenamente
orgulloso y satisfecho y que lucho denodadamente por cumplir lo mejor que
sé!
En todo el mundo a través del hogar
Por eso, sin disminuir para nada la urgencia de personalizar el universo,
«feminizándolo» mediante la presencia inmediata de la mujer en el conjunto
íntegro de las tareas que en él desempeñen, concuerdo muy a gusto con lo
que, en su momento, expresara Wilhelm Riehl: «Es la mujer quien vivifica las
costumbres de la casa, infundiendo un hálito vital a la soledad del hogar.
La norma especial doméstica y el carácter individual de la casa está casi
siempre determinado por la mujer».
Y me adhiero aún más cordialmente a esta afirmación de Jókal, hoy tan
tristemente olvidada: «El hogar no es humillante: puede ser un trono, desde
el que una mujer gobierna el mundo»... con el apoyo, tan imprescindible como
simplemente auxiliar, del varón.
Y a esta otra de von Leixener: «Una mujer que vive fiel y feliz dedicada a
su propio hogar teje hilos de oro en el destino de sus hijos.»
(Puedo afirmar todo lo anterior también porque mi propia mujer, desde antes
de casarnos, aspira a dedicar todas sus energías al cuidado de quienes
componemos su familia. El hecho de que «las aritméticas: las entradas y las
salidas» lo hayan impedido hasta el momento, no resta ningún valor a la
agudeza y perspicacia que supone el percibir que la atención directa a las
personas
19á De nuevo Bungraf resume buena parte de lo expuesto hasta el momento:
•... donde hay un especial talento femenino debe haber también un
correspondiente talento masculino. ¿Cuál es la fuerza especifica del varón?
Este tiene por naturaleza una mayor distancia respecto de la vida concreta.
Se encuentra siempre "fuera" del proceso de la gestación y del nacimiento, y
solo puede tener parte en ellos a través de su mujer. Precisamente esa mayor
distancia le puede facilitar una acción más serena pan proteger la vida, y
asegurar su futuro. Puede conducirle a ser un verdadero padre, no solo en la
dimensión física, sino también en sentido espiritual; a ser un amigo
imperturbable, seguro y de confianza. Pero puede llevarle también, por otro
lado, a un cierto desinterés por las cosas concretas y cotidianas, lo que,
desgraciadamente, se ha favorecido, en épocas pasadas, por Una educación
unilateral. (Burggraf, Jutta, *Varón y mujer: ¿Naturaleza o cultura?», en
Servicio de documentación Montalegre, núm. 919, p. 12).
constituye un trabajo —en el sentido más elevado de este término— que acoge
con mayor facilidad que ningún otro la única y decisiva razón de su
grandeza: el amor, mediante el que se procura el bien para los demás).
Son bastantes los que advirtieron desde hace lustros la tremenda y eficaz
influencia que, como esposa y madre y «creadora de familia», la mujer estaba
llamada a ejercer desde el interior de su hogar. Junto con algunos de ellos,
y apuntando de nuevo a la esencia de todo el asunto —al amor—, me atrevo a
preguntar, ya para ir terminando: «Pero, vamos a ver: ¿qué es la proyección
social sino darse a los demás, con sentido de entrega y de servicio, y
contribuir eficazmente al bien de todos?»
A lo que también yo respondo, como fruto de muchos años de reflexión y del
cariño y la admiración casi ilimitados que tengo a mi propia esposa: .;La
función de la mujer en su casa no solo es en sí misma una función social,
sino que puede ser fácilmente la función social de mayor proyección.»
Y ejemplifico: «Imaginad que esa familia sea numerosa: entonces la labor de
la madre es comparable —y en muchos casos sale ganando en la comparación— a
la de los educadores y formadores profesionales. Un profesor consigue, a lo
largo quizá de toda una vida, formar más o menos bien a unos cuantos chicos
o chicas. Una madre puede formar a sus hijos en profundidad, en los aspectos
más básicos, y puede hacer de ellos, a su vez, otros formadores, de modo que
se cree una cadena ininterrumpida de responsabilidad y de virtudes.»
Para ya concluir del todo: «También en estos temas es fácil dejarse seducir
por criterios meramente cuantitativos, y pensar: es preferible el trabajo de
un profesor, que ve pasar por sus clases a miles de personas, o de un
escritor, que se dirige a miles de lectores. Bien, pero ¿a cuántos forman
realmente ese profesor y ese escritor? Una madre tiene a su cuidado tres,
cinco, diez o más hijos; y puede hacer de ellos una verdadera obra de arte,
una maravilla de modo que sean felices y lleguen a ser realmente útiles a
los demás» [20]... que es, en definitiva, lo único que cuenta.