Mujer: Tu cooperación singular al Año Sacerdotal y a la Iglesia
Autora: Isabel Woites de Berarducci
Fuente: Catholic.net
¿Nos hemos detenido a pensar si seríamos capaces de ofrecer nuestra
maternidad para que nazca un nuevo sacerdote?
Mujer: Tu cooperación singular al Año Sacerdotal Sin dejar de reconocer y
agradecer aquello que es digno de ser defendido y promovido, nos preocupa y
sorprende se estén reclamando por nosotras y para nosotras supuestos
derechos y beneficios que nunca habíamos querido obtener.
Se nos ha colocado en un pedestal encumbrado que, de tanto exaltar lo que ya
sabíamos pero guardábamos celosamente en nuestra peculiar intimidad
femenina, ha ido produciéndonos un extraño embelesamiento.
Un pedestal que, de tan elevado, marea y confunde pero, lo que es peor aún,
nos ha alejado (¡y dejado tan solas!) de aquello que más se asocia con
nuestra condición de mujer y con nuestra propia felicidad: ¡las personas!,
¡nuestros hijos!,¡nuestras familias!
Sí, nos ha alejado de los que siempre quisimos que estuvieran a nuestra
misma altura porque son quienes amamos y por quienes somos capaces de dar la
vida.
¿Cómo podremos encontrar la compañía y protección de aquellos que nos
sostienen y complementan: esposos, novios, amigos, hermanos estando en
niveles diferentes?
¿Cómo podremos abrazar y dar afecto a nuestros hijos o a quienes están solos
y desamparados si sus bracitos no pueden alcanzarnos de tan arriba que
estamos?
Se vindica por nosotras y para nosotras una supuesta pretendida liberación
(¡qué trampa siniestra!) de aquello que es inherente a nuestro ser femenino:
¡la vida misma!
¿Cómo puede la mujer, sin traicionarse a sí misma, disociarse de la vida?
¿Cómo puede la mujer permanecer en su quicio si no se reconoce y facilita el
camino para que ella nos sobreabunde de bienes a través de la maternidad?
¿Cómo puede la mujer alcanzar su plenitud sin permanecer asociada a la
Creación misma como el Señor la pensó y dotó desde toda la eternidad?
La mujer no puede vivir rondándose a sí misma porque ella es en los otros.
Ella es mejor mujer y más plena en la entrega y la donación. Ella alcanza su
propia felicidad prodigándola a otros y no buscándola para sí misma.
Quien no comparta estas premisas, podrá afirmar sin miedo a equivocarse, que
poco y nada conoce de la naturaleza femenina y entonces -¡qué tristeza!-
tampoco podrá amarla como ella merece.
Pero Dios, que la ha modelado con sus propias manos envolviéndola de un halo
de misterio para incorporarla al misterio mismo de la Creación, conoce bien
la exquisita capacidad con que la ha dotado y la ama (¡nos ama!) de un modo
pleno, perfecto, único. Quien ama de verdad sólo desea para el amado la
plena felicidad.
¡Dios quiere para nosotras la felicidad! Justamente por eso se hace hoy tan
necesario repetirlo y, como decía nuestro querido maestro Fray Petit de
Murat,: “despertar en la mujer, y que ella despierte en ella, la conciencia
de que está incorporada a un misterio… que entienda que está incorporada a
Dios como instrumento de Dios, como sacramento. La carne de la mujer es
materia de sacramento como el pan es materia de la Eucaristía, como el agua
lo es en el Bautismo, ¡miren ustedes en qué nivel se encuentran!”…”y toda
ella está ordenada a esa cosa maravillosa de continuar la creación de Dios.”
(1)
¿Puede hacerse un elogio de la mujer con mejores palabras? Yo no las
encontré todavía.
¿Podremos, en un mundo que lo degrada y vitupera tanto, ahondar en el
misterio de la maternidad y redescubrir la maravilla de este don,
exclusivamente femenino? ¿Seremos capaces de enfrentarnos a esta corriente
que sólo se ocupa de las cosas de las mujeres pero no así de la mujer misma
y entonces, cada vez encontramos mayores dificultades para desarrollar esa
capacidad de ser co-creadoras con Dios?
A esta altura de nuestra reflexión, estarán preguntándose: ¿cuál es la
relación entre las mujeres con el Año Sacerdotal que reza nuestro título?
Entonces me pregunto y les pregunto… ¿nos hemos detenido a pensar si
seríamos capaces de ofrecer nuestra maternidad para que nazca un nuevo
sacerdote?
¡Claro que sí! ¡Cómo nos gustaría! ¡Qué bendición! es lo primero que
pensamos pero…, y aquí comienzan a desgranarse en nuestro interior las
razones, una y mil veces, repetidas y escuchadas por doquier: -Cuando
hayamos afianzado nuestro matrimonio…Cuando mi marido consiga un trabajo más
estable…Cuando mejore la situación económica…Cuando logremos construir otra
pieza para que cada uno tenga la suya…Cuando terminemos de pagar el préstamo
del auto que exige tantas horas extras de trabajo…Cuando me reciba, porque
después no podré seguir estudiando al mismo ritmo… Cuando… cuando… ¿Cuándo?
-¡Cierto que sería una alegría inmensa! pero… un hijo no estaba en nuestros
planes por el momento.
¿Por qué no pensar por esta vez, -por aquello del Año Sacerdotal-, que si
bien no estaba en nuestros planes, sí podría estarlo en los de Dios? Él nos
conoce antes de haber sido engendrados, ¡desde toda la eternidad! ¡Si!, Él
tiene la potestad de ver los posibles. Los que pudieron ser y no tuvieron la
oportunidad de la vida. Los que quedaron esperando el sí de su madre, ¡como
el mismo Dios esperó el de María para que naciera el Salvador de todos!
¿Qué hubiera sido de nosotros sin el Sí de María? Para Ella tampoco estaban
dadas las mejores condiciones. A causa de eso tuvo que enfrentarse durante
su embarazo, como quizás nosotras también, al duro y áspero “qué dirán”;
tuvo que sobrellevar los ofensivos juicios de quienes la señalaban pero
nunca perdió la serenidad, pues provenían de quienes lo hacían con espíritu
mundano, de aquellos que no entendían, que estaban muy lejos de vislumbrar
que en María se gestaba algo grande. Y Ella, que como buena mujer protegía
celosamente el misterio de la maternidad, sufrió aquellos agravios con
paciencia pues sabía que estaba engendrando la salvación para todos los
hombres.
¿Y nosotras? ¿No seremos capaces de concebir una nueva vida ofreciéndosela a
Dios para que sea sacerdote?
Las vocaciones son de Dios, no podemos forzarlas ni determinarlas, pero Dios
necesita de nuestra cooperación para engendrar otros Cristos. Aquellos que
tendrán la misión de prolongar la acción del Maestro a través de todos los
tiempos y sobre la humanidad entera a fin de que el mundo pueda salvarse.
Ser madre no es fácil. Incluso hoy puede llegar a ser heroico. ¡No tengas
miedo! ¡Atrévete a más! ¡El heroísmo es para todos los hombres!
Seamos capaces de confiar nuestras inquietudes y temores a Dios Padre y así
animarnos a engendrar una nueva vida y ofrecerla –por esta vez, por el Año
Sacerdotal- para que el Señor, si así lo dispone, pueda hacer de ella un
sacerdote.
Entonces, herederas directas de aquel misterio, nos habremos convertido en
dueñas de nuestro destino por haber aceptado el desafío de construir nuestra
propia salvación y la posibilidad de salvación para una mayor cantidad de
personas.
¡Cuántas almas dependen de nuestra valentía! Una cooperación verdaderamente
singular. ¿No lo crees?
(1) Fray Mario Petit de Murat, “El amanecer de
los Niños”, Grupo de Estudios del Tucumán “Fray Petit de Murat”, S.M.de
Tucumán, 1985, págs.67 y 199
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