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Claudia Salas, Mujer Nueva

 

 

Muchas mujeres dicen que preferirían haber nacido hombres o así parece por sus actitudes y acciones. ¿No se han dado cuenta de la maravilla de ser mujer? No me convence que los hombres nos superen; por el contrario, ¿qué harían ellos sin nosotras?

Últimamente se lee y se escucha mucho sobre la discriminación de la mujer, sobre su derecho a ser igual que el hombre, tener las mismas oportunidades, etc. Estoy de acuerdo con mucho de esto: tenemos derecho al mismo respeto y a las mismas oportunidades porque poseemos la misma dignidad de seres humanos. Pero de ahí a querer “hacerme” igual al hombre hay mucha diferencia.

Hace pocos meses tuve la suerte de escuchar a un hombre con una enorme experiencia de vida (de la buena, de la que nace del trato con hombres y mujeres de toda condición y todas las edades y que ha aprendido de ello a descubrir lo bueno de todos), en una conversación con un grupo de chicas jóvenes. Les decía, y cito textualmente, “la mujer es el más maravilloso de todos los seres que existen”. Les doy algunos ejemplos por los que yo concuerdo con él.

Las mujeres nos caracterizamos por ciertas cualidades “subjetivas”. Subjetivas no por poco reales sino por dirigirse al sujeto, a la persona como fin y como referencia. El hombre en cambio se caracteriza por una conciencia más objetiva, más fría de las cosas; para ellos son más importantes los logros materiales, las ganancias objetivas, los pasos dados; la mujer se interesa más por las personas, por sus sentimientos y sus disposiciones frente a algo que ha de acometerse. Ambas cosas son necesarias, sin ellos viviríamos en un mundo desorganizado, dirigido por lo subjetivo y sin ellas en una sociedad inhumana, donde sólo cuentan los logros materiales. Por supuesto que soy consciente de la existencia de mujeres muy organizadas y objetivas y varones muy sensibles y capaces de comprender y atender esas necesidades interiores de los demás. Pero si no existiéramos nosotras, el mundo sería más duro, más frío y menos hermoso.

Yo admiro en los hombres algo que, personalmente, no poseo en absoluto: el ser capaces de mantener cada aspecto de la vida en su lugar, por separado, y no permitir que se mezclen las situaciones y vivencias. Eso les facilita sacar adelante lo que tienen entre manos aunque otros aspectos de su vida estén bajo presión. Yo, como buena parte de las mujeres, junto todo. Lo mezclo todo, no logro dejar fuera del trabajo la discusión con mi hermana; ni estar tranquila con mis amigos cuando los negocios funcionan mal. Soy siempre una. Aunque eso a veces causa problemas; creo que es un don valiosísimo: poder contemplar siempre las cosas en su integridad, incluido el ser humano, y ser capaces de considerar todos los elementos en juego. Así no se pierde de vista el conjunto y al mismo tiempo se consideran todos los detalles.

Otra cualidad que podemos considerar es la fortaleza. Si hablamos de fuerza física, ellos se llevan el trofeo, pero si hablamos de fortaleza interior, la situación es menos clara y con frecuencia somos nosotras las vencedoras. Nadie puede negar que una mujer reacciona mejor ante las dificultades, que su fortaleza interior la lleva a salir adelante y sacar adelante a los suyos mejor que el varón. Encontramos un ejemplo en aquellas mujeres que ante una dificultad familiar, social o económica extraen de su interior una gran fortaleza y, sin que nadie lo imagine, sacan a sus hijos adelante en condiciones extremadamente difíciles.

En las mujeres los sentimientos y emociones tienden a involucrarse en todos los aspectos de la vida; pero en determinadas situaciones podemos dejarlas en un segundo plano para concentrarnos en aquello que realmente nos importa. Por el contrario, a los varones les es más difícil superar ciertas distracciones cuando intentan llevar a cabo una tarea, necesitan un ambiente que les garantice el poder concentrarse en lo que desean. Recuerdo haber leído, hace algunos años, una aseveración que llamó mi atención en un reportaje sobre accidentes automovilísticos. Afirmaban que la mujer es más hábil a la hora de conducir con un grupo de niños bulliciosos y activos dentro del coche. Ella puede mantenerse tranquila mientras que los varones tienden a desesperarse porque no poseen el silencio y la tranquilidad necesarios

Y, aunque lo he dejado para el final, definitivamente no es la capacidad menos importante: podemos ser madres. Y ¿qué?, los hombres pueden ser padres. No es lo mismo. Nunca será lo mismo. La unión, la comunicación que se produce entre la madre y el bebé desde antes de su nacimiento, sentir que va creciendo, que comienza a moverse, que se alimenta a través de nosotras, que depende de una es un tesoro y una fuente de realización y felicidad increíbles. Un hombre nunca llegará a compartir lo que una madre comparte con su hijo por muy buen padre que sea y por muy cercano a sus hijos que esté. Si esto fuera lo único que nos distinguiera, si no tuviésemos ninguna otra cualidad, bastaría esto para que ser mujer valiera la pena. Y si lo juntamos con todo lo demás. ¡Díganme qué más se puede pedir!

Obviamente lo mejor de todo es poseer el equilibrio y lograr enriquecer al mundo con las características y cualidades de cada sexo. Un mundo sólo de mujeres o sólo de hombres, además de quedar disminuido en capacidades, perdería mucha de la riqueza y diversidad que le otorgan las diferencias y complementariedades entre ambos. Y sería un aburrimiento.

He enumerado sólo algunos aspectos por los que yo me siento realizada como mujer y por los que doy gracias a la vida. Seguramente hay muchos otros, y lo mismo pueden decir los hombres. ¿Por qué no buscarlos y aprovecharlos? Vale la pena.




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