9. En la procreación de los hijos ¿cómo interviene Dios?
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Ricardo Sada Fernández
26 agosto 2008
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Dios hizo a los seres humanos divididos en varones y hembras, y les dio el
poder de originar nuevas vidas humanas en colaboración con Él. Por la íntima
unión que llamamos acto sexual, el hombre y la mujer producen una imagen
física de ellos mismos, y a este nuevo cuerpo tan maravillosamente comenzado
Dios le infunde un alma espiritual e inmortal.
Es Dios quien ha concedido a los hombres la facultad de procrear, a través
de la potencia sexual. Es Él quien (para garantizar la perpetuación del
género humano) unió al uso de estos órganos un grado muy elevado de placer
físico.
Pero sobre todo es Él quien, para cada cuerpo recién concebido, crea un alma
espiritual, que durará eternamente, y la infunde en ese minúsculo óvulo
fecundado. De ahí que por la relación esencial a Dios, que participa en el
acto procreador al infundir un alma, el sexo resulte no sólo una cosa buena,
sino una realidad sagrada, santa.
Cuando se olvida que el sexo es una cosa santa (dijimos que Dios interviene
en Él muy directamente), se olvida también la santidad del matrimonio, y el
sexo se convierte en un juguete, en un instrumento excitante de placer,
dejando de ser, como es en realidad, instrumento de Dios en su obra
creadora.
¿Qué males se siguen de mal interpretar la sexualidad? Muchos, tanto para
los cónyuges mismos como para los hijos y la sociedad en general.
Mencionamos entre esos males la infidelidad conyugal, la proliferación del
divorcio, el llamado amor libre, la búsqueda constante del placer, los
hogares disfuncionales, los niños de la calle, las enfermedades de
transmisión sexual, los métodos anticonceptivos, las perversiones eróticas,
la homosexualidad y las aventuras frívolas. Estos son algunos de los males
que surgen en cuanto se violenta el sexo, apartándolo del orden divino de
las cosas.
Incluso personas rectas pueden sufrir por una concepción equivocada en este
tema. La debilidad ocasionada por el pecado original crea frecuentemente
dificultades para mantener el impulso sexual dentro del orden que Dios ha
establecido, es decir, el orden del matrimonio legítimo. Pero el cristiano
debe recordar que cuenta con la gracia de Dios para cumplir siempre sus
preceptos.