Dos remedios para fomentar impulsar un matrimonio profundamente creyente (feliz): Papa Francisco
El papa Francisco ha recibido este sábado en audiencia en el Vaticano a los
prelados auditores, oficiales, abogados y colaboradores del Tribunal de la
Rota Romana con motivo de la solemne inauguración del Año Judicial. Después
del saludo del decano, Mons. Pio Vito Pinto, el Papa dirigió a los presentes
el siguiente discurso:
“Queridos jueces, oficiales, abogados y colaboradores del Tribunal
Apostólico de la Rota Romana.
Extiendo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, empezando por el Colegio
de los prelados auditores con el Decano, Mons. Pío Vito Pinto, a quien
agradezco sus palabras, y el pro-decano, quien recientemente fue nombrado
para este puesto. Deseo a todos que vuestro trabajo esté a la enseña de la
serenidad y del amor ferviente de la Iglesia en este año judicial que hoy
inauguramos.
Hoy me gustaría volver al tema de la relación entre la fe y el matrimonio,
en particular, sobre las perspectivas de fe inherentes en el contexto humano
y cultural en que se forma la intención matrimonial. San Juan Pablo II
explicó muy bien, a la luz de la enseñanza de la Sagrada Escritura, “el
vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón
[…].La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción
de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la
razón y el de la fe.. “(Enc. Fides et ratio, 16).
Por lo tanto, cuanto más se aleja de la perspectiva de la fe, tanto más, ”
el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la
situación del ‘necio'”. Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para
la vida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce muchas cosas,
pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales. Ello
le impide poner orden en su mente (cf. Pr 1, 7) y asumir una actitud
adecuada para consigo mismo y para con el ambiente que le rodea. Cuando
llega a afirmar: ‘Dios no existe’ (cf. Sal 14 [13], 1), muestra con claridad
definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad
plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino” (ibid., 17).
Por su parte, el Papa Benedicto XVI, en el último discurso que les dirigió
recordaba que “sólo abriéndose a la verdad de Dios […] se puede entender, y
realizar en lo concreto de la vida, también en la conyugal y familiar, la
verdad del hombre como hijo suyo, regenerado por el bautismo […]. El rechazo
de la propuesta divina, de hecho conduce a un desequilibrio profundo en
todas las relaciones humanas […], incluyendo la matrimonial” (26 de enero de
2013).
Es muy necesario profundizar en la relación entre amor y verdad. “El amor
tiene necesidad de verdad. Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor
puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer
firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que
ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la
prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos
de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena.
Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar
al « yo » más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del
instante para edificar la vida y dar fruto.”(Enc. Lumen fidei, 27 ).
No podemos ignorar el hecho de que una mentalidad generalizada tiende a
oscurecer el acceso a las verdades eternas. Una mentalidad que afecta, a
menudo en forma amplia y generalizada, las actitudes y el comportamiento de
los cristianos (cfr. Exhort. ap Evangelii gaudium, 64), cuya fe se debilita
y pierde la originalidad de criterio interpretativo y operativo para la
existencia personal, familiar y social. Este contexto carente de valores
religiosos y de fe, no puede por menos que condicionar también el
consentimiento matrimonial.
Las experiencias de fe de aquellos que buscan el matrimonio cristiano son
muy diferentes. Algunos participan activamente en la vida parroquial; otros
se acercan por primera vez; algunos también tienen una vida de intensa
oración; otros están, sin embargo, impulsados por un sentimiento religioso
más genérico; a veces son personas alejadas de la fe o que carecen de ella.
Ante esta situación, tenemos que encontrar remedios válidos. Indicó un
primer remedio en la formación de los jóvenes a través de un adecuado
proceso de preparación encaminado a redescubrir el matrimonio y la familia
según el plan de Dios. Se trata de ayudar a los futuros cónyuges a entender
y disfrutar de la gracia, la belleza y la alegría del amor verdadero,
salvado y redimido por Jesús.
La comunidad cristiana a la que los novios se dirigen está llamada a
anunciar el Evangelio cordialmente a estas personas, para que su experiencia
de amor puede convertirse en un sacramento, un signo eficaz de la salvación.
En esta circunstancia, la misión redentora de Jesús alcanza al hombre y a la
mujer en lo concreto de su vida de amor. Este momento se convierte para toda
la comunidad en una ocasión extraordinaria de misión.
Hoy más que nunca esta preparación se presenta como una ocasión verdadera y
propia de evangelización para los adultos y, a menudo, de los llamados
lejanos. De hecho, son muchos los jóvenes para los que el acercarse de la
boda representa una ocasión para encontrar de nuevo la fe, relegada durante
mucho tiempo al margen de sus vidas; por otra parte se encuentran en un
momento particular, a menudo caracterizado por una disposición a analizar y
cambiar su orientación existencial. Puede ser así un momento favorable para
renovar su encuentro con la persona de Jesucristo, con el mensaje del
Evangelio y la doctrina de la Iglesia.
Por lo tanto, es necesario que los operadores y los organismos encargados de
la pastoral familiar estén motivados por la fuerte preocupación de hacer
cada vez más eficaces los itinerarios de preparación para el sacramento del
matrimonio, en pro del crecimiento no solamente humano, sino sobre todo de
la fe de los novios. El propósito fundamental de los encuentros es ayudar a
los novios a realizar una inserción progresiva en el misterio de Cristo, en
la Iglesia y con la Iglesia. Esto lleva aparejada una maduración progresiva
en la fe, a través de la proclamación de la Palabra de Dios, de la adhesión
y el generoso seguimiento de Cristo.
El fin de esta preparación es ayudar a los novios a conocer y vivir la
realidad del matrimonio que quieren celebrar, para que lo hagan no sólo
válida y lícitamente, sino también fructuosamente, y para que estén
dispuestos a hacer de esta celebración una etapa de su camino de fe. Para
lograrlo, necesitamos personas con competencias específicas y adecuadamente
preparadas para ese servicio, en una sinergia oportuna entre sacerdotes y
parejas de cónyuges.
Con este espíritu, quisiera reiterar la necesidad de un “nuevo
catecumenado”, en preparación al matrimonio. En respuesta a los deseos de
los Padres del último Sínodo Ordinario, es urgente aplicar concretamente
todo lo ya propuesto en la Familiaris consortio (n. 66), es decir, que así
como para el bautismo de los adultos el catecumenado es parte del proceso
sacramental, también la preparación para el matrimonio debe convertirse en
una parte integral de todo el procedimiento de matrimonio sacramental, como
un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales
nulas o inconsistentes.
Un segundo remedio es ayudar a los recién casados a proseguir el camino en
la fe y en la Iglesia también después de la celebración de la boda. Es
necesario identificar con valor y creatividad, un proyecto de formación para
las parejas jóvenes, con iniciativas destinadas a aumentar la toma de
conciencia sobre el sacramento recibido. Se trata de animarles a considerar
los diversos aspectos de su vida diaria como pareja, que es un signo e
instrumento de Dios, encarnado en la historia humana.
Pongo dos ejemplos. En primer lugar, el amor con que vive la nueva familia
tiene su raíz y fuente última en el misterio de la Trinidad, de la que lleva
siempre este sello a pesar de las dificultades y las pobrezas con que se
deba enfrentar en su vida diaria. Otro ejemplo: la historia de amor de la
pareja cristiana es parte de la historia sagrada, ya que está habitada por
Dios y porque Dios nunca falta al compromiso asumido con los cónyuges el día
de su boda; Efectivamente es “un Dios fiel y no puede negarse a sí mismo” (2
Tim 2:13) .
La comunidad cristiana está llamada a acoger, acompañar y ayudar a las
parejas jóvenes, ofreciendo oportunidades apropiadas y herramientas
–empezando por la participación en la misa dominical –para fomentar la vida
espiritual, tanto en la vida familiar, como parte de la planificación
pastoral en la parroquia o en las agregaciones.
A menudo, los recién casados se ven abandonados a sí mismos, tal vez por el
simple hecho de que se dejan ver menos en la parroquia; como sucede sobre
todo cuando nacen los niños. Pero es precisamente en estos primeros momentos
de la vida familiar cuando hay que garantizar más cercanía y un fuerte apoyo
espiritual, incluso en la tarea de la educación de los hijos, frente a los
cuales son los primeros testigos y portadores del don de la fe. En el camino
de crecimiento humano y espiritual de la joven pareja es deseable que
existan grupos de referencia donde llevar a cabo un camino de formación
permanente: a través de la escucha de la Palabra, el debate sobre cuestiones
que afectan a la vida de las familias, la oración, el compartir fraterno.
Estos dos remedios que he mencionado están encaminados a fomentar un
contexto apropiado de fe en el que celebrar y vivir el matrimonio. Un
aspecto tan crucial para la solidez y la verdad del sacramento nupcial llama
a los párrocos a ser cada vez más conscientes de la delicada tarea que se
les ha encomendado en la guía del recorrido sacramental de los novios, para
hacer inteligible y real en ellos la sinergia entre foedus y fides.
Se trata de pasar de una visión puramente jurídica y formal de la
preparación de los futuros cónyuges a una fundación sacramental ab initio,
es decir, de camino a la plenitud de su foedus-consenso elevado por Cristo a
sacramento. Esto requerirá la generosa contribución de cristianos adultos,
hombres y mujeres, que apoyen al sacerdote en la pastoral familiar para la
construcción de la “obra maestra de la sociedad, la familia, el hombre y la
mujer que se aman” (Catequesis, 29 abril 2015) según “el luminoso plan de
Dios (Palabras al Consistorio Extraordinario, 20 febrero 2014).
El Espíritu Santo, que guía siempre y en todo al pueblo santo de Dios, ayude
y sostenga a todos aquellos, sacerdotes y laicos, que se comprometen y se
comprometerán en este campo, para que no pierdan nunca el impulso y el valor
de trabajar en pro de la belleza de las familias cristianas, a pesar de las
ruinosas amenazas de la cultura dominante de lo efímero y lo provisional.
Queridos hermanos, como ya he dicho varias veces, hace falta mucho valor
para casarse en el momento en el que vivimos. Y cuantos tienen la fuerza y
la alegría de dar este paso importante deben sentir a su lado el amor y la
cercanía concreta de la Iglesia. Con esta esperanza, renuevo mis mejores
deseos de buen trabajo para el nuevo año, que el Señor nos da. Les aseguro
mi oración y cuento con la vuestra mientras os imparto de corazón la
bendición apostólica”.