La comunicación matrimonial: orar, escuchar al otro y compartir
Por José Manuel Mañú Noain
(* en las sugerencias hacen falta
algunas muy importantes)
Numerosas estadísticas coinciden en destacar
la abundancia de esposas insatisfechas con el nivel de comunicación
logrado en su vida matrimonial. La proporción es de un 80% de mujeres
que la consideran deficiente, frente a sólo un 20% de varones que
piensan lo mismo.
Diferencias de valoración
Se pueden hacer diversas lecturas de este dato; una de ellas es la
desproporción de la valoración ente una y otra parte de la pareja. Eso,
en sí mismo, ya es indicio de un posible problema. Mientras los varones
no sean conscientes de que deben mejorar en esta cuestión, resulta
difícil que pongan los medios para mejorar un problema que desconocen.
Tenemos que interiorizar que los varones y las mujeres somos iguales en
dignidad, pero diferentes en el modo de ser.
¿A qué se debe esa diferencia de valoración entre uno y otro cónyuge?
Son varias las razones; entre ellas está el que la mujer, en general,
necesita exteriorizar sus sentimientos más que los varones; si bien no
cabe atribuir este rasgo necesariamente a cada persona de uno u otro
sexo. Sabiendo que son rasgos generales, cabe afirmar que la mayoría de
las mujeres descansan manifestando sus sentimientos y que consideran
grata la labor de escucha del marido. Los hombres en cambio suelen ser
más reacios a manifestar sus preocupaciones. Por eso es frecuente que,
cuando el marido llega a casa, o una vez acostados los niños, la esposa
manifieste notorio interés en relatar las incidencias del día, mientras
que su marido suele preferir leer un periódico o ver un programa
deportivo.
Además las mujeres son más minuciosas en sus explicaciones, pues dan
gran importancia a los detalles. Si el esposo, con la intención de
serenar a su mujer, o de que le deje tranquilo, trata de dar respuestas,
descubrirá que su mujer se enfada; quizás no ha entendido que ella, al
relatarle los problemas no le está pidiendo soluciones, sino compartir
las preocupaciones o, al menos, ser escuchada.
Algunos, erróneamente, podrían pensar que esta afirmación tiene tintes
sexistas, pero el hecho es que las mujeres tienden a valorar las cosas
de modo diferente que sus maridos, y que compartir las preocupaciones
les supone un descanso y un desahogo.
Generalmente las mujeres tienen más desarrollada la capacidad verbal que
los varones; eso les ayuda a expresar con más precisión y profundidad
sus estados emocionales; además consideran un signo de solidaridad y de
cariño compartir los problemas entre las personas. Por el contrario,
muchos varones considerando poco agradable el hecho de ser preguntados
por sus sentimientos, suelen preferir que se les deje a solas cuando
tienen un problema o, en todo caso, considera que la iniciativa para
comentarlos debe partir de él. Como es obvio esto no tiene una precisión
matemática.
Sumas y restas
Suma a la comunicación matrimonial: escuchar, que es mucho más que oír;
interesarse realmente por lo que le están contando; saber dar nuevas
oportunidades; corregir de un modo amable, delicado y a solas; saber
pedir perdón y perdonar, aunque sea una vez más. Por eso, es válida la
expresión: "Quiéreme cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo
necesito".
En cambio, resta a la comunicación conyugal: usar frases hirientes;
dejar en evidencia al cónyuge ante terceras personas; hacer referencia a
sucesos negativos del pasado; comparar despectivamente al cónyuge con
otro miembro de su familia... Se entiende que no es acertado el
comentario: "Cada vez me recuerdas más a tu madre...", en medio de una
discusión.
Para restablecer la comunicación deteriorada, es importante saber
distinguir entre lo que es fruto natural del cansancio y lo que refleja
una situación de crisis; evitar hacer enmiendas a la totalidad, ya que
difícilmente todo estará mal; mezclar cuestiones de planos muy
distintos; no caer en el error de pensar: "Estoy harta/o de ceder; esta
vez que ceda él/ella".
En algunas ocasiones podemos estar tan obcecados con nuestros puntos de
vista que conviene que una tercera persona nos asesore. Para que sea un
buen asesor es importante que cumpla los siguientes requisitos: que te
conozca bien; que sea una persona prudente; que te ayude a reconstruir,
no a derribar lo que todavía os une; que sea discreto con tus consultas;
que sea de tu mismo sexo. Esto último puede resultar extraño para
algunos; su lógica se fundamenta en que compartir intimidad crea unos
lazos, que en el caso de las consultas sobre el propio matrimonio se
pueden acabar convirtiendo en un obstáculo al problema que tratábamos de
resolver. Si pensáramos que nuestro consejero, de sexo distinto, nos
entiende mejor que nuestro cónyuge estaríamos dando pasos hacia la
ruptura matrimonial, además de poder crear un problema a una tercera
persona y a su familia.
Saber rectificar
Admitir la posibilidad de estar equivocado es indispensable para poder
rectificar. A veces nos equivocamos, aunque estemos seguros de nuestra
opinión, como se ve en la siguiente historia: Un día, una señora fue a
la estación de tren; al llegar, le informaron que el tren que esperaba
se retrasaría una hora. La señora, algo molesta, compró una revista, un
paquete de galletas y una botella de agua; buscó un banco en el andén
central y se dispuso a esperar. Mientras ojeaba la revista, un joven se
sentó a su lado y comenzó a leer un periódico. Inesperadamente, la
señora observó cómo el chico, sin decir una sola palabra, estiraba la
mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y se llevaba una a la
boca. La mujer no quería ser grosera, pero tampoco dejarlo pasar, así
que, de un modo ostensible tomó el paquete y sacó una galleta y se la
comió mirando al joven fijamente.
Como respuesta, el muchacho tomó otra galleta y se la comió sonriendo.
La señora enojada, tomó otra con claras señales de fastidio. El diálogo
de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. Finalmente, la
señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba una galleta. "No
podrá ser tan descarado", pensó mientras miraba alternativamente al
joven y al paquete de galletas. Con calma el joven tomó la última
galleta, y con mucha suavidad, la partió en dos y ofreció la mitad a su
compañera de banco. “¡Gracias!”, dijo la mujer tomando con rudeza
aquella mitad. "De nada", contestó el joven suavemente, mientras comía
su mitad.
Entretanto llegó el tren... La señora se levantó furiosa del banco y
subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al
muchacho en el andén y pensó: " ¡Qué insolente y mal educado!" Sintió la
boca reseca por el disgusto; abrió su bolso para sacar la botella de
agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró dentro su paquete
de galletas intacto.
Estilos emocionales
Algunos malos entendidos se dan porque olvidamos que cada uno tiene un
estilo emocional distinto, fruto del temperamento, de la educación
recibida, de las costumbres familiares... Nuestro cónyuge tiene también
su estilo propio, que puede ser muy distinto al nuestro. Saber aceptar
los diferentes estilos es necesario para una buena convivencia. No
siempre podemos cambiar los sentimientos; lo que sí está en nuestra mano
es cambiar las respuestas.
Para que la comunicación sea efectiva, no basta con cuidar las formas,
es preciso tener una idea clara de lo que es el matrimonio. Pensar que
el amor reside en el sentimiento es uno de los graves errores de la
sociedad actual. Los sentimientos ayudan, pero son variables. Es preciso
partir de la convicción de que mi matrimonio con mi cónyuge se apoya en
el compromiso que adquirimos al casarnos y que, por tanto, debo luchar
por mantenerlo vivo con todas mis fuerzas.
El amor es como un ejercicio de jardinería: hay que arrancar las malas
hierbas, preparar el terreno, sembrar, regar, abonar y ser paciente.
Vendrán insectos, puede haber sequía o exceso de lluvia, pero no por eso
se abandona el jardín. Aún en el caso de que uno piense que sólo él es
el que pone de su parte, vale la pena recordar al clásico castellano:
"Pon amor donde no hay amor y sacarás amor".
El respeto mutuo
Una buena comunicación se apoya en el respeto mutuo, en respetar la
legítima autonomía del otro, como se refleja en la siguiente anécdota:
En una tribu Síux, un joven guerrero y una joven muchacha se presentaron
ante el jefe de la tribu. Nos queremos casar, dijeron. El anciano, al
verlos tan enamorados, quiso darle su mejor consejo. "Nube Azul, dijo el
jefe a la joven, sube a ese monte y trae el halcón más hermoso que
puedas". "Y tú, Toro Bravo, escala esa otra montaña y coge un águila que
hay en lo alto; dentro de dos lunas os espero aquí".
El día establecido, los dos jóvenes se presentaron con las aves. El jefe
les dijo: "Coged las aves y atarlas entre sí por las patas, luego
soltadlas y que vuelen". El guerrero y la joven así lo hicieron; el
águila y el halcón se levantaron unos metros para caer poco después; en
el suelo, arremetieron a picotazos entre sí. "No olvidéis esto jamás,
dijo el anciano, si queréis que vuestro amor dure: volar juntos... pero
nunca atados".
Saber los legítimos modos de ser significa, entre otras cosas, entender
que la unidad no es lo mismo que la uniformidad. Amarse no es estar todo
el día juntos, aunque tampoco su contrario; cada pareja debe de
encontrar su propio estilo. En todo caso, hay que ser consciente que
para que el matrimonio funcione, hay que saber dar: tiempo, cariño...
Fomentar lo que une y evitar lo que separa. Un modo delicado de cariño
es el que manifestó una niña africana con su maestra cuando ésta cumplió
años: la niña apareció en clase con una preciosa caracola. La maestra se
sorprendió; sabía que sólo se recogían en playas distantes. Cuando lo
comentó, la chica le dijo sonriendo: "Maestra, la caminata formaba parte
del regalo". Un detalle así es muy superior a compras caras y
precipitadas.
La cultura del perdón
Comprobar nuestras limitaciones no es un obstáculo, especialmente si nos
hace ser más comprensivos con los demás. Es importante fomentar la
cultura del perdón. La sola justicia no basta en las relaciones humanas;
se precisa la generosidad y la misericordia. Perdonar y ser perdonados;
por eso hace tanto daño el orgullo en las relaciones personales. Una
última idea puede ser el de tratar de conquistar a tu cónyuge cada día,
como si fuera la primera vez. Ella guardará sus mejores joyas para
cuando esté con su marido; él se esforzará en tener los detalles con su
esposa que tenía cuando eran novios. ¿Difícil?: Sí; pero vale la pena.
Recursos que tienen sólo los esposos
creyentes:
- Todos los domingos participan en la Misa
- Rezan juntos y transmiten la fe a los hijos
- Se confiesan regularmente y ejercitan
el arte de perdonar
- Formación
de los estados de ánimo
- Conversan regularmente sobre su relación en un ambiente de oración
- Saben que la entrega mutua en el acto matrimonial es un sacramente, es
decir, que Dios obra la salvación.
- La
fe ante la comunicación e incomunicación
- Fomentan
una profunda espiritualidad matrimonial
- Aprenden
a pelear a lo cristiano
- Hacen
de su hogar una Iglesia doméstica