¿El secreto? Mirarse en el espejo
Fernando Pascual, L.C.,
AutoresCatolicos.org
Muchas veces creemos que las raíces de nuestros problemas están en los
otros. ¿Va mal el matrimonio? Acusamos al esposo, a la esposa, a los
suegros, a los hijos. ¿No funciona nuestra empresa? El culpable es el jefe,
o un compañero desleal, o el Estado con sus impuestos. ¿Estamos deprimidos?
La culpa es de la contaminación, del agujero de ozono, de los cláxones de
los coches. ¿Estamos de mal humor? En las mil dificultades de la vida
siempre podemos señalar, con el dedo de la memoria, a un culpable fuera de
nosotros.
No siempre nos damos cuenta de que podríamos dar un vuelco radical a muchos
problemas si nos mirásemos en el espejo. Tras una discusión familiar, me veo
y me pregunto: ¿qué parte de culpa tengo en el problema? ¿Cómo puedo actuar
para que la solución empiece a ser realidad? Es muy cómodo sentarse ante la
televisión y acusar siempre a la esposa o al esposo. Es difícil pensar, en
serio, si no hay algo que dependa de mí y que pueda mejorar mucho las cosas
o, al menos, hacer más llevadero un momento de conflicto.
Muchos matrimonios fracasan precisamente porque se espera que la otra parte
cambie. La suegra o el suegro deben portarse bien. El esposo debe llegar a
tiempo al hogar. La esposa debe gastar menos, cocinar mejor o tener más
limpia la casa. Los niños deben estarse quietos todo el día en su cuarto y
portarse como muñecos de escaparate... Siempre pensamos en los otros. De
nuevo, miremos al espejo: ¿no puedo cambiar mi actitud ante este problema?
Quizá mi esposo no va a dejar de ser como es, o la suegra tiene ya una
personalidad calcificada. ¿Hay algo que dependa de mí y que me permita
salvar un amor matrimonial o familiar que quiero, de verdad, constante y
limpio?
No todos, ciertamente, tienen “madera de héroes”. Hay situaciones que son
insoportables. Pero otras se podrían arreglar con un poco de buena voluntad,
una palabra a tiempo para aclarar la situación, y algún espejo con el que
hablar de vez en cuando. Es hermoso ver a parejas que no sólo han
sobrellevado un problema grave (no tener hijos, o tener un hijo con
discapacidad, o sufrir por culpa de un familiar realmente pesado), sino que
han sabido salir airosas y han crecido en el amor. Cada uno se miró en el
espejo y puso lo que estaba de su parte para que la situación no explotase.
Otros, en cambio, han fracasado, simplemente porque acusaron completamente a
la otra parte y sólo pensaron en sí mismos como víctimas.
Es bueno mirarse al espejo. Quizá incluso es muy bueno mirarse al espejo
como pareja, y hablarse así, en forma cruzada, “a cuatro”, para aclarar
algún jaleo familiar. Para los cristianos, existe todavía un método mejor:
mirarse en el espejo “a cinco”, con un crucifijo que recuerde que el
matrimonio es algo querido por Dios. Con Cristo a nuestro lado todo puede
tener un matiz distinto. Y las soluciones, aunque cuesten, se pueden
encontrar con un poco de ingenio y un mucho de amor.