Catequesis del Papa Francisco sobre la Familia: La Experiencia de un Hermano que te quiere
En el ciclo de catequesis sobre la familia, el Santo Padre recuerda que tener un hermano que te quiere es una experiencia fuerte, impagable, insustituible
Queridos hermanos y
hermanas, buenos días.
En nuestro camino de catequesis sobre la familia, después de haber
considerado el rol de la madre, del padre y de los hijos, hoy es el turno de
los hermanos. “Hermano”, “hermana”, son palabras que el cristianismo ama
mucho. Y, gracias a la experiencia familiar, son palabras que todas las
culturas y todas las épocas comprenden.
La unión fraterna tiene un lugar especial en la historia del pueblo de Dios,
que recibe su revelación en el vivo de la experiencia humana. El salmista
canta la belleza de la unión fraterna, y dice así: “¡Qué bueno y agradable
es que los hermanos vivan unidos!” (Salmo 133, 1) Y esto es verdad, la
fraternidad es bella. Jesucristo ha llevado a su plenitud también esta
experiencia humana del ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor
trinitario y potenciándola así que va más allá de las uniones de parentesco
y puede superar cualquier muro de extrañeza.
Sabemos que cuando la relación fraterna se estropea, se estropea esta
relación entre hermanos, abre el camino a experiencias dolorosas de
conflicto, de traición, de odio. El pasaje bíblico de Caín y Abel constituye
el ejemplo de este éxito negativo. Después de la muerte de Abel, Dios
pregunta a Caín: “¿Dónde está Abel, tu hermano?” (Gen 4, 9a). Es una
pregunta que el Señor continúa repitiendo en cada generación. Y
lamentablemente, en cada generación, no cesa de repetirse también la
dramática respuesta de Caín: “No lo sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi
hermano?” (Gen 4,9b). Cuando se rompe la unión entre los hermanos, se
convierte en algo feo y también mala para la humanidad. Y también en la
familia, ¿cuántos hermanos han peleado por pequeñas cosas, o por una
herencia? Y después no se saludan más, no se hablan más, es feo. La
fraternidad es algo grande. Pensar que los dos han vivido en el vientre de
la misma madre durante nueve meses, vienen de la carne de la madre, y no se
puede romper la fraternidad. Pensemos un poco, todos conocemos familias que
tienen hermanos divididos, que se han peleado. Pensemos un poco y pidamos al
Señor por estas familias, quizá en nuestra familia haya algunos casos, para
que el Señor nos ayude a reunir a los hermanos, reconstituir la familia. La
fraternidad no se debe romper, y cuando se rompe sucede esto que ha sucedido
con Caín y Abel. Y cuando el Señor pregunta a Caín dónde está su hermano,
“yo no lo sé, a mí no me importa mi hermano”. Esto es feo, es algo muy muy
doloroso que escuchar. En nuestras oraciones, siempre recemos por los
hermanos que se han dividido.
La unión de fraternidad que se forma en la familia entre los hijos, se lleva
a cabo en un clima de educación a la apertura a los otros, es la gran
escuela de libertad y de paz. En la familia entre hermanos se aprende la
convivencia humana, cómo se debe convivir en sociedad. Quizá no siempre
somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia la que introduce la
fraternidad en el mundo! A partir de esta primera experiencia de
fraternidad, nutrida por los afectos y la educación familiar, el estilo de
la fraternidad se irradia como una promesa sobre toda la sociedad y sus
relaciones entre los pueblos.
La bendición que Dios, en Jesucristo, derrama sobre esta unión de
fraternidad lo dilata de una forma inimaginable, haciéndole capaz de
traspasar cualquier diferencia de nación, de lengua, de cultura e incluso de
religión.
Pensad en qué se convierte la unión entre los hombres, también muy
diferentes entre ellos, cuando pueden decir de otros: “¡Este es como mi
hermano, es como una hermana para mí!” Es bonito esto, es bonito. La
historia ha mostrado suficientemente, por otra parte, que también la
libertad y la igualdad, sin la fraternidad, pueden llenarse de
individualismo y de conformismo, también de interés.
La fraternidad en familia resplandece de forma especial cuando vemos la
consideración, la paciencia, el efecto con el que se rodea al hermanito o la
hermanita más débil, enfermo o que tiene alguna discapacidad. Los hermanos y
las hermanas que hacen esto son muchísimos en todo el mundo, y quizá no
apreciamos lo bastante su generosidad. Y cuando los hermanos son muchos en
la familia, ahí he saludado una familia que tiene nueve, el más grande, la
más grande ayuda al papá y la mamá a cuidar a los más pequeños y esto es
bonito, este trabajo de ayuda entre los hermanos.
Tener un hermano, una hermana que te quiere es una experiencia fuerte,
impagable, insustituible. De la misma forma sucede con la fraternidad
cristiana. Los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben
enternecernos: tienen “derecho” de tomarnos el alma y el corazón. Sí, estos
son nuestros hermanos y como tales debemos amarlos y tratarlos. Cuando esto
sucede, cuando los pobres son como de casa, nuestra misma fraternidad
cristiana retoma vida. Los cristianos, de hecho, van al encuentro de los
pobres y débiles no por obedecer a un programa ideológico, sino porque la
palabra y el ejemplo del Señor nos dicen que todos somos hermanos. Este es
el principio del amor de Dios y de toda justicia entre los hombres.
Os sugiero una cosa, antes de terminar, me quedan pocas líneas, en silencio
cada uno de nosotros, pensamos en nuestros hermanos y en nuestras hermanas.
Pensamos, en silencio, y en silencio desde el corazón rezamos por ellos. Un
instante de silencio. Con esta oración, les hemos llevado a todos, hermanos
y hermanos, con el pensamiento, el corazón, aquí en la plaza para recibir la
bendición.
Hoy más que nunca es necesario llevar de nuevo la fraternidad al centro de
nuestra sociedad tecnocrática y burocrática: entonces también la libertad y
la igualdad tomarán su justa entonación. Por eso, no privemos al corazón
ligero de nuestras familias, por temor o por miedo, de la belleza de una
amplia experiencia fraterna de hijos e hijas. Y no perdamos nuestra
confianza en la amplitud de horizonte que la fe es capaz de sacar de esta
experiencia iluminada por la bendición de Dios. Gracias