Catequesis del Papa Francisco sobre la Familia: Los niños, don para la humanidad
'¿Tenemos como los niños la capacidad de reír y llorar espontáneamente?' pregunta Francisco
¡Queridas hermanas y hermanos, buenos días!
Después de haber pasado repasado las distintas figuras de la vida familiar
-madre, padre, hijos, hermanos, abuelos-, quisiera concluir este primer
grupo de catequesis sobre la familia hablando de los niños. Lo haré en dos
momentos: hoy me dentendré sobre el gran don que son los niños para la
humanidad. Es verdad. Gracias por aplaudir. Son el gran don de la humanidad,
pero también son los grandes excluidos, porque ni siquiera les dejan nacer.
Y la próxima semana sobre algunas heridas que lamentablemente hacen mal a la
infancia. Me vienen a la mente los muchos niños que he encontrado durante mi
último viaje a Asia: llenos de vida, de entusiasmo y, por otra parte, veo
que en el mundo muchos de ellos viven en condiciones indignas. De hecho, por
cómo son tratados los niños se puede juzgar a una sociedad. Pero no solo
moralmente, también sociológicamente. Si un sociedad libre, o una sociedad
esclava de intereses internacionales.
En primer lugar los niños nos recuerdan a todos que, en los primeros años de
la vida, hemos sido totalmente dependientes de los cuidados y de la bondad
de los otros. Y el Hijo de Dios no se ha ahorrado este paso. Es el misterio
que contemplamos cada año, en Navidad. El pesebre es el icono que nos
comunica esta realidad en la forma más sencilla y directa.
Es curioso, Dios no tiene dificultad a hacerse entender por los niños, y los
niños no tienen problemas para entender a Dios. No por casualidad en el
Evangelio hay algunas palabras muy bonitas y fuerte de Jesús sobre los
“pequeños”. Este término, “pequeños”, indica a todas las personas que
dependen de la ayuda de los otros, y en particular a los niños. Por ejemplo
Jesús dice: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber
ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a
los pequeños”. Y también: “Cuídense de despreciar a cualquiera de estos
pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están
constantemente en presencia de mi Padre celestial”.
Por tanto, los niños son en sí mismos un riqueza para la humanidad y para la
Iglesia, porque nos llaman constantemente a la condición necesaria para
entrar en el Reino de Dios: la de no considerarse autosuficientes, sino
necesitados de ayuda, de amor, de perdón. Y todos estamos necesitados de
ayuda, amor y perdón. Todos. Los niños nos recuerdan otra cosa bonita, nos
recuerdan que siempre somos hijos: también si uno se convierte en adulto, o
anciano, también si se convierte en padre, se ocupa un puesta de
responsabilidad, por encima de todo esto permanece la identidad de hijo.
¡Todos somos hijos! Y esto nos lleva siempre al hecho de que la vida no nos
la hemos dado solos, sino que la hemos recibido. El gran don de la vida, es
el primer regalo que hemos recibido. La vida. A veces corremos el peligro de
vivir olvidándonos de esto, como si nosotros fuéramos los dueños de nuestra
existencia, y sin embargo somos radicalmente dependientes. En realidad, es
motivo de gran alegría escuchar que en cada edad de la vida, en cada
situación, en cada condición social, somos y permanecemos hijos. Este es el
principal mensaje que los niños nos dan, con su misma presencia. Solamente
con la presencia recuerdan que todos nosotros y cada uno de nosotros somos
hijos.
Pero hay muchos dones, muchas riquezas que los niños llevan a la humanidad.
Recuerdo solo algunos. Llevan su modo de ver la realidad, con una mirada
confiada y pura. El niño tienen una espontánea confianza en el papá y en la
mamá, y tiene un confianza espontánea en Dios, en Jesús, en la Virgen. Al
mismo tiempo, su mirada interior es pura, aún sin contaminar por la maldad,
la duplicidad, lo que ensucia la vida que endurece el corazón. Sabemos que
también los niños tienen el pecado original, que tienen sus egoísmos, pero
conservan una pureza, una sencillez interior.
Los niños no son diplomáticos, dicen lo que sienten, dicen lo que ven,
directamente. Y muchas veces ponen a sus padres en dificultad. ‘Esto no me
gusta porque es feo’, también delante de las personas. Pero los niños dicen
lo que piensan. No son personas dobles, aún no han aprendido esa ciencia de
la duplicidad, que nosotros adultos hemos aprendido.
Los niños, además en su sencillez interior, llevan consigo la capacidad de
recibir y dar ternura. Ternura es tener un corazón “de carne” y no “de
piedra” como dice la Biblia. La ternura es también poesía: es “sentir” las
cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, solo para
usarlos, porque sirven.
Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar. Algunos, cuando los
tomo para besarles sonríen. Otros me en de blanco, creen que soy el médico y
que voy a ponerles la vacuna y lloran, pero espontáneamente. Los niños son
así. Reír y llorar, dos cosas que en nosotros grandes a menudo “se
bloquean”, ya no somos capaces Y muchas veces nuestra sonrisa se convierte
en una sonrisa de cartón, algo sin vida, una sonrisa que no es vivaz,
también una sonrisa artificial, de payaso. Los niños sonríen
espontáneamente, y lloran espontáneamente. Depende siempre del corazón.
Nuestro corazón se bloquea y pierde a menudo esta capacidad de sonreír y
llorar. Y entonces los niños pueden enseñarnos de nuevo a sonreír y a
llorar. Debemos preguntarnos a nosotros mismos, ¿sonrío espontáneamente, con
frescura, con amor o mi sonrisa es artificial? ¿Aún lloro, o he perdido la
capacidad de llorar? Son dos preguntas muy humanas que nos enseñan los
niños.
Por todos estos motivos Jesús invita a sus discípulos a hacerse como niños
porque “a quien es como ellos pertenece el Reino de Dios”.
Queridos hermanos y hermanas, los niños llevan vida, alegría, esperanza,
también disgustos, pero la vida es así. Ciertamente llevan también
preocupaciones y a veces problemas; pero es mejor una sociedad con estas
preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se
ha quedado sin niños. Y cuando vemos que el nivel de nacimiento de una
sociedad apenas llega al 1 por ciento, podemos decir que esta sociedad es
triste, es gris porque se ha quedado sin niños.