Catequesis del Papa Francisco sobre la Familia: Educación de los Hijos
Ciudad del Vaticano,
20 de mayo de 2015
El Santo Padre invita a los padres a no autoexiliarse de la educación de los
hijos. A los papás separados les pide que los hijos no carguen con el peso
de la división y no les usen como rehénes
Hoy, queridos hermanos y hermanas, quiero daros la bienvenida porque he
visto entre vosotros muchas familias. ¡Buenos días a todas las familias!
Y continuamos reflexionando sobre la familia y hoy de una característica
esencial de la familia, o sea, de su vocación natural a educar a los hijos
para que crezcan en la responsabilidad de sí y de los otros. Lo que hemos
escuchado del apóstol Pablo al inicio es muy bonito, muy bonito. Vosotros
hijos obedeced a los padres en todo, eso agrada al Señor. Y vosotros padres,
no exasperéis a los hijos, para que no se desanimen. Esto es una regla
sabia, el hijo que es educado en escuchar a los padres, obedecer a los
padres que buscan no mandar de una forma fea para no desanimar a los hijos.
Los hijos deben crecer sin desanimarse, paso a paso. Si vosotros, una
familia, padres, decís a los hijos ‘subamos esa escalera y les lleváis de la
mano paso a paso, les hacéis subir, las cosas irán bien’. Pero si les decís
‘vé allí, vé arriba’, ‘no puedo’, ‘vé’. Esto se llama exasperar a los hijos,
pedir a los hijos cosas que no son capaces de hacer. Y por eso, esta
relación entre padres e hijos es de una sabiduría, debe ser de una
sabiduría, de un equilibrio grande. Hijos obedeced a los padres, eso gusta a
Dios.
Y vosotros padres, no exasperéis a los hijos pidiendo cosas que no pueden
hacer. ¿Entendido? Y eso se hace para que los hijos crezcan en la
responsabilidad de los otros, parecería una constatación obvia, incluso
también en nuestros tiempos no faltan las dificultades. Es difícil educar
para los padres que ven a los hijos solo por la noche, cuando vuelven a casa
cansados. Los que tienen la suerte de tener trabajo. Y más difícil aún para
los padres separados, con la carga de esta condición. Es muy difícil educar
pero pobres, han tenido dificultades, se han separado y muchas veces el hijo
es tomado como rehén, el padre le habla mal de la madre, la madre le habla
mal del padre. Y se hace mucho mal. Yo os digo, matrimonios separados,
nunca, nunca, nunca, tomar al hijo como rehén. Vosotros os habéis separado
por muchas dificultades y motivos, la vida os ha dado esta prueba, pero que
los hijos no sean los que lleven el peso de esta separación. Que los hijos
no sean usados como rehén contra el otro cónyuge. Que los hijos crezcan
escuchando que la madre habla bien del padre, aunque no estén juntos. Y que
el padre habla bien de la madre. Para los matrimonios separados esto es muy
importante, es muy difícil pero podéis hacerlo.
Pero, sobre todo, esta es la pregunta, ¿cómo educar? ¿Qué tradición tenemos
hoy para transmitir a nuestros hijos?
Intelectuales “críticos” de todo tipo han acallado a los padres de mil
manera, para defender a las jóvenes generaciones de los daños --reales o
presuntos-- de la educación familiar. La familia ha sido acusada, entre
otras cosas, de autoritarismo, de favoritismo, de conformismo, de represión
afectiva que genera conflictos.
De hecho, se ha abierto una fractura entre la familia y la sociedad. Entre
familia y escuela. El pacto educativo hoy se ha roto. Y así, la alianza
educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis porque ha sido
socavada la confianza recíproca. Los síntomas son muchos. Por ejemplo, en la
escuela se han erosionado las relaciones entre los padres y los profesores.
A veces hay tensiones y desconfianza recíproca; y las consecuencias
naturalmente recaen en los hijos. Por otro lado, se han multiplicado los
llamados “expertos” que han ocupado el rol de los padres también en los
aspectos más íntimos de la educación. Sobre la vida afectiva, la
personalidad y el desarrollo, sobre los derechos y los deberes, los
“expertos” saben todo; objetivos, motivaciones, técnicas. Y los padres deben
solo escuchar, aprender y adecuarse. Privados de su rol, se convierten a
menudo en excesivamente cargantes y posesivos en lo relacionado con los
hijos, hasta no corregirles nunca. ¡Pero tú no puedes corregir al hijo!
Tienden a confiar cada vez más a los ‘expertos’, también para los aspectos
más delicados y personales de su vida, dejándoles en la esquina solos; y así
los padres corren el riesgo de autoexcluirse de la vida de sus hijos. ¡Y
esto es gravísimo! Hoy no, pensemos, hay casos no digo que sucede siempre
pero hay casos. La maestra en la escuela, regaña al niño y hace un escrito a
los padres. Yo recuerdo una anécdota personal, yo una vez cuando estaba en
cuarto de primaria dije una palabra fea a la profesora. Y la profesora,
buena mujer, hizo llamar a mi madre. Mi madre vino al día siguiente, han
hablado entre ellas y luego me llamaron. Y mi madre, delante de la profesora
me explicó que lo que había hecho era algo feo, que no se debe hacer, pero
con mucha dulzura lo ha hecho mamá. Y me dijo que pidiera perdón a la
maestra. Yo lo hice y después me quedé contento porque pensé, ha terminado
bien la historia. Pero ese era el primer capítulo. Cuando volví a casa,
comenzó el segundo capítulo. Imaginadlo vosotros. Hoy, la maestra, hace una
cosa como esta y el día siguiente, uno de los padres o los dos van a regañar
a la profesora porque los técnicos dicen que a los niños no hay que
regañarles así. ¡Han cambiado las cosas! Los padres no deben autoexcluirse
de la educación de los hijos.
Es evidente que este enfoque no es bueno: no es armónico, no es dialógico, y
en vez de favorecer la colaboración entre la familia y las otras agencias
educativas, las escuelas, los gimnasios, tantas agencias educativas, las
contrapone.
¿Cómo hemos llegado a este punto? No hay duda de que los padres, o mejor,
ciertos modelos educativos del pasado, tenían algunos límites. ¡No hay duda!
Pero es verdad que hay errores que solo los padres están autorizados a
hacer, porque pueden compensarles de una forma que es imposible para otros.
Por otro lado, lo sabemos bien, la vida nos ha dejado poco tiempo para
hablar, reflexionar, debatir. Muchos padres están “secuestrados” por el
trabajo, papá y mamá deben trabajar, y por otras preocupaciones,
avergonzados por las nuevas exigencias de los hijos y de la complejidad de
la vida actual, que es así, debemos aceptarla como es, y se encuentran como
paralizados por el miedo a equivocarse. El problema no es solo hablar. Es
más, un “dialogismo” superficial no lleva a un verdadero encuentro de la
mente y del corazón. Preguntémonos más bien: ¿tratamos de entender ‘donde’
los hijos están realmente en su camino? ¿Dónde está realmente su alma, lo
sabemos? Y sobre todo ¿lo queremos saber? ¿Estamos convencidos que ellos, en
realidad, no esperan otra cosa?
Las comunidades cristianas están llamadas a ofrecer apoyo a la misión
educativa de las familias, y lo hacen sobre todo a la luz de la Palabra de
Dios. El apóstol Pablo recuerda la reciprocidad de los deberes entre padres
e hijos: “Vosotros, hijos, obedeced a los padres en todos; eso agrada al
Señor. Vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se
desanimen”. En la base de todo está el amor, lo que Dios nos dona, que “no
falta el respeto, no falta el propio interés, no se enfada, no tiene en
cuenta el mal recibido… todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera, todo
lo soporta”. ¡También en las mejores familias es necesario aguantarse y es
necesaria mucha paciencia! El mismo Jesús ha pasado a través de la educación
familiar.
También en este caso, la gracia del amor de Cristo lleva a cumplir lo que
está inscrito en la naturaleza humana. ¡Cuántos ejemplos buenos tenemos de
padres cristianos llenos de sabiduría humana! Ellos muestran que la buena
educación familiar es la columna vertebral del humanismo. Su irradiación
social es el recurso que consiente compensar las lagunas, las heridas, los
votos de paternidad y maternidad que tocan a los hijos menos afortunados.
Esta irradiación puede hacer auténticos milagros. ¡Y en la Iglesia suceden
cada día estos milagros!
Deseo que el Señor done a las familias cristianas la fe, la libertad y la
valentía necesarias para su misión. Si la educación familiar encuentra el
orgullo de su protagonismo, muchas cosas cambiarán a mejor, para los padres
inciertos y los hijos desilusionados. Es hora de que los padres y las madres
vuelvan de su exilio, porque se han autoexiliado de la educación de sus
hijos, que vuelvan de su exilio y asuman plenamente su rol educativo.
Esperemos que el Señor nos dé esta gracia de no autoexiliarse en la
educación de los hijos. Y esto solamente pueda hacerlo el amor, la ternura y
la paciencia.