Catequesis del Papa Francisco sobre la Familia: Heridas en la Familia
Ciudad del Vaticano,
24 de junio de 2015
¿Somos conscientes del peso que tienen nuestras opciones en el alma de los niños?, porque las heridas les marcan para siempre. Sanarlas apenas se producen y no dejarlas agravar
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
en las últimas catequesis hemos hablado de la familia que vive la fragilidad
de las condición humana, la pobreza, las enfermedades, la muerte. Hoy sin
embargo reflexionamos sobre las heridas que se abren precisamente dentro de
la convivencia familiar. Cuando, en la familia nos hacemos mal. ¡Lo más feo!
Sabemos bien que en ninguna historia familiar faltan momentos en los cuales,
la intimidad de los afectos más queridos son ofendidos por el comportamiento
de sus miembros. Palabras y acciones (¡y omisiones!) que, en vez de expresar
el amor, lo sustraen o, peor aún, lo mortifican. Cuando estas heridas, que
son aún remediables, se descuidan, se agravan: se transforman en
prepotencia, hostilidad, desprecio. Y a ese punto se pueden convertir en
heridas profundas, que dividen al marido y la mujer, e inducen a buscar en
otra parte comprensión, apoyo y consolación. ¡Pero a menudo estos “apoyos”
no piensan en el bien de la familia!
El vacío de amor conyugal difunde resentimientos en las relaciones. Y a
menudo la disgregación se trasmite a los niños.
Esto es, los hijos. Quisiera detenerme un poco en este punto. A pesar de
nuestra sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros análisis
psicológicos refinados, me pregunto si no nos hemos anestesiado también
respecto a las heridas en el alma de los niños. Cuanto más se trata de
compensar con regalos y pasteles, más se pierde el sentido de las heridas
--más dolorosas y profundas-- del alma. Se habla mucho de trastornos del
comportamiento, de salud psíquica, de bienestar del niño, de ansiedad de los
padres y de los niños… ¿Pero sabemos qué es una herida del alma? ¿Sentimos
el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias en las
que se trata mal y se hace mal, hasta romper la unión de la fidelidad
conyungal? ¿Qué peso tienen nuestras elecciones --elecciones a menudo
erróneas-- en el alma de los niños?
Cuándo los adultos pierden la cabeza, cuando cada uno piensa a sí mismo,
cuando papá y mamá se hacen daño, el alma de los niños sufre mucho, siente
desesperación. Y son heridas que dejan marca para toda la vida.
En la familia todo está entrelazado: cuando su alma está herida en algún
punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se
han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensa
obsesivamente en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta
distorsión afecta profundamente el corazón y la vida de los hijos. Tantas
veces los niños se esconden para llorar solos…Debemos entender bien esto.
Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne.
Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos sobre no
escandalizar a los pequeños --hemos escuchado el fragmento del Evangelio--
podemos comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad
de custodiar la unión conyugal que da inicio a la familia humana. Cuando el
hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos
los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.
Es verdad, por otra parte, que hay casos en los que la separación es
inevitable. A veces se puede convertir incluso en moralmente necesaria,
cuando se trata precisamente para proteger al cónyuge más débil, o a los
hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la
violencia, del enfado o del aprovecharse, de la alienación y de la
indiferencia.
No faltan, gracias a Dios, aquellos que, sostenidos por la fe y el amor por
los hijos, testimonian su fidelidad y una unión en la cuál han creído, en
cuanto aparece imposible hacerlo revivir. No todos los separados, sin
embargo, sienten esta vocación. No todos reconocen, en la soledad, una
llamada del Señor dirigida a ellos. En torno a nosotros encontramos familias
en situaciones llamadas irregulares. A mí no me gusta esta palabra. Y nos
planteamos muchos interrogantes. ¿Cómo ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo
acompañarlas para que los niños no se vuelvan rehenes del papá o de la mamá?
Pidamos al Señor una fe grande, para mirar la realidad con la mirada de
Dios; y una gran caridad, para acercarse las personas con su corazón
misericordioso.