Catequesis del Papa Francisco sobre la Familia: La Familia y la Parroquia
El Papa
Francisco señala que la familia y la parroquia son los dos lugares en los
que se realiza la comunión de amor que tiene su fuente última en Dios mismo.
Una Iglesia según el Evangelio solo puede ser un hogar acogedor
Ciudad del Vaticano,
09 de septiembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Quisiera hoy detener nuestra atención en el vínculo entre la familia y la
comunidad cristiana. Es un vínculo, por así decir, “natural”, porque la
Iglesia es una familia espiritual y la familia es una pequeña Iglesia.
La Comunidad cristiana es la casa de aquellos que creen en Jesús como la
fuente de la fraternidad entre todos los hombres. La Iglesia camina en medio
de los pueblos, en la historia de los hombres y de las mujeres, de los
padres y de las madres, de los hijos y de las hijas: esta es la historia que
cuenta para el Señor. Los grandes acontecimientos de las potencias mundanas
se escriben en los libros de historia, y permanecen allí. Pero la historia
de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios; y es
la historia que permanece eternamente. Es este el lugar de la vida y de la
fe. La familia es el lugar de nuestra iniciación --insustituible,
indeleble-- en esta historia. En esta historia de vida plena que terminará
en la contemplación de Dios para toda la eternidad en el cielo, pero
comienza en la familia y por eso, es tan importante la familia.
El Hijo de Dios aprendió la historia humana por esta vía, y la recorre hasta
el final. ¡Es hermoso volver a contemplar a Jesús y los signos de este
vínculo! Él nació en una familia y allí “aprendió el mundo”: un taller,
cuatro casas, un pueblo. Y sin embargo, viviendo durante treinta años esta
experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión
con el Padre y en su misma misión apostólica. Después, cuando dejó Nazaret y
comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a él una comunidad, una
“asamblea”, es decir una con-vocación de personas. Este es el significado de
la palabra “iglesia”.
En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de
una familia acogedora, no de una secta exclusiva, cerrada: nos encontramos
con Pedro y Juan, pero también al hambriento y al sediento, al extranjero y
al perseguido, a la pecadora y al publicano, a los fariseos y a la multitud.
Y Jesús no cesa de acoger y de hablar con todos, también con el que ya no
espera encontrar a Dios en su vida. ¡Es una gran lección para la Iglesia!
Los discípulos mismos han sido elegidos para cuidar de esta asamblea, de
esta familia de huéspedes de Dios. Para que esté viva hoy esta realidad de
la asamblea de Jesús, es indispensable reavivar la alianza entre la familia
y la comunidad cristiana. Podríamos decir que la familia y la parroquia son
dos lugares en donde se realiza esta comunión de amor que encuentra su
fuente última en Dios mismo. Una Iglesia de verdad según el Evangelio no
puede no tener la forma de una casa acogedora. Con las puertas abiertas
siempre. Las iglesias, las parroquias, las instituciones con las puertas
cerradas no se deben llamar iglesias, se deben llamar museos.
Hoy, esta es una alianza crucial. “En contra de los 'centros de poder'
ideológicos, financieros y políticos, volvemos a poner nuestras esperanzas
no en estos centros de poder, sino en los centros del amor. Nuestra
esperanza está en estos centros del amor. Centros evangelizadores, ricos de
calor humano, basados en la solidaridad y la participación”, y también en el
perdón entre nosotros.
Reforzar el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana es hoy
indispensable y urgente. Por supuesto, se necesita una fe generosa para
encontrar la inteligencia y la valentía para renovar esta alianza. Las
familias a veces dan un paso atrás, diciendo que no están a la altura:
'Padre, somos una pobre familia y también un poco destartalada', 'no somos
capaces', 'tenemos ya tantos problemas en casa', 'no tenemos la fuerza'. Es
verdad. Pero ninguno es digno, ninguno está a la altura, ¡ninguno tiene las
fuerzas! Sin la gracia de Dios, no podremos hacer nada. Todo nos es dado
gratuitamente. Y el Señor no llega nunca a una nueva familia sin hacer algún
milagro. ¡Recordemos lo que hizo en las bodas de Caná! Sí, el Señor, si nos
ponemos en sus manos, nos hace hacer milagros. Milagros de todos los días
cuando está el Señor en esa familia.
Naturalmente, también la comunidad cristiana debe hacer su parte. Por
ejemplo, tratar de superar actitudes demasiado directivas y demasiado
funcionales, favoreciendo el diálogo interpersonal y el conocimiento y la
estima recíproca. Las familias tomen la iniciativa y sientan la
responsabilidad de llevar los propios dones preciosos para la comunidad.
Todos debemos ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo
abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia deben
cumplir el milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad.
En Caná, estaba la Madre de Jesús, la “madre del buen consejo”. Escuchemos
nosotros también sus palabras: 'Hagan todo lo que él les diga'. Queridas
familias, queridas comunidades parroquiales, dejémonos inspirar por esta
Madre, hagamos todo lo que Jesús nos diga, y nos encontraremos ante el
milagro, el milagro de cada día. Gracias.