La fe, guía de la familia:
Intervenciones en el Congreso Teológico sobre la Familia
La familia, transmisora de la fe
Durante los días previos a la visita del Papa a Valencia, en el Congreso
teológico sobre la familia, participaron expertos de todos los continentes,
así como numerosos cardenales y arzobispos. Recogemos algunos extractos:
Cardenal Antonio Cañizares
Arzobispo de Toledo y Primado de España
«La familia debe abrirse a Cristo, que sabe qué hay dentro de ella»
La experiencia personal pone de manifiesto que, cuando falla la familia, se
encuentran serias dificultades para transmitir la fe y acoger la fe, y
cuando esta transmisión no se ha dado en el ámbito familiar, en los primeros
pasos de la vida, qué difícil es suscitarla años más tarde. Nuestros
catequistas hablan de la necesidad que tienen de los padres para educar en
la fe a los hijos, y cómo se quejan si no encuentran la colaboración que
esperan por parte de los padres. Hoy, en buena parte de los casos, la
familia ha dejado de ser cauce para la transmisión de la fe. ¿Qué es lo que
pasa en la familia, o qué es lo que debiera pasar, para que la familia en
nuestros días fuese de nuevo ese ámbito, esa matriz donde no sólo seamos
engendrados y venidos a la vida, sino donde también seamos nacidos y
educados a la vida de fe de manera insustituible? Es necesario que, una y
otra vez, siempre, escuchemos aquellas palabras del Papa Juan Pablo II en el
comienzo de su pontificado, recogidas también por Benedicto XVI: «¡No
tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su fuerza
salvadora las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y políticos,
los vastos campos de la cultura, de la civilización y el desarrollo. ¡No
tengáis miedo! ¡Cristo sabe lo que hay dentro del hombre! ¡Sólo Él lo
sabe!... A menudo el hombre se siente invadido por la duda, que se
transforma en desesperación. Permitid, por tanto, os lo ruego, os lo imploro
con humildad y confianza, ¡permitid a Cristo que hable al hombre!» Aquí hay
que situar la realidad de la familia. Ésta debe abrirse a Cristo, que es el
que sabe, sólo Él, lo que hay dentro de ella, porque sólo Él sabe lo que hay
dentro del hombre.
Monseñor Ricardo Blázquez
Presidente de la Conferencia Episcopal Española
«Todos debemos participar en el anuncio del Evangelio»
A la Iglesia entera ha confiado el Señor el Evangelio. Todos los cristianos
podemos y debemos participar; nadie debe estar ocioso, ni sentirse
prescindible o sobrante; en esta tarea ningún creyente está solo, sino en la
comunión de la Iglesia. Nadie es espontáneo, sino enviado por el mismo
Señor. Hemos venido a la fe a través de la Iglesia, y todos unidos,
presididos por los pastores, participamos en la misma fe. La vida entera de
la comunidad se debe convertir en llamada y anuncio. Dentro de la Iglesia,
que es como un mismo cuerpo, cada cristiano y grupo de cristianos reciben
una gracia y una vocación específica en orden a vivir y transmitir el
Evangelio: los laicos que, en la familia y en otras actividades temporales,
aspiran a que el Evangelio sea levadura; los contemplativos que, con la luz
del Espíritu, van siendo íntimamente enseñados; los teólogos que, con su
trabajo paciente y esforzado, ayudan a los demás cristianos en la
inteligencia de la fe en medio de las diversas situaciones culturales. A los
sucesores de los Apóstoles ha encomendado el mismo Señor el ministerio de
interpretar auténticamente la Palabra de Dios, no como dueños del Evangelio,
sino «a su servicio, para enseñar no otra cosa que lo transmitido, pues por
mandato divino, y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha
devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este
depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser
creído».
Rafael Navarro Valls
Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid
«Apunta un retorno al matrimonio clásico»
Recientes encuestas sobre el matrimonio y la familia, parecen apuntar a un
retorno del matrimonio clásico. Limitándose a España, según el Centro de
Investigaciones Sociológicas, ocho de cada diez españoles (78%) opinan que
el matrimonio es «una institución muy importante»; el 63% entiende «que es
la mejor forma de convivencia», y de acuerdo con el censo de población, el
66% de los españoles mayores de 19 años están casados. Paralelamente,
algunas iniciativas legales y decisiones judiciales parecen reafirmar rasgos
clásicos del matrimonio; que permiten hablar de un retorno del matrimonio.
Retorno de tempus lento. Hablar de retorno de la estabilidad matrimonial
parece un sarcasmo si nos fijamos, por ejemplo, en las legislaciones
vigentes en la Unión Europea y Estados Unidos. De los 4,8 millones de niños
nacidos en la Unión Europea en 2004, un 31,6% son extramatrimoniales. En ese
mismo año, hubo 4,8 matrimonios y 2,1 divorcios cada 1.000 habitantes. En
este momento hay más de quince millones de mujeres norteamericanas criando a
sus hijos sin el apoyo del padre. Según un informe gubernamental de hace
unos años –ratificado hoy con mayor fuerza–, la incidencia incrementada de
la ruptura matrimonial y el crecimiento del número de madres solteras «son
los factores responsables del aumento de la pobreza desde la década de los
setenta, sin que haya señales de mejora, pues ambos factores siguen
creciendo rápidamente». Algo similar puede llegar a pasar en España con la
última ley de divorcio al vapor. Dicho esto, el retorno de la estabilidad se
manifesta en ciertas líneas legislativas orientadas a fortalecer el
matrimonio. Acabo de citar Estados Unidos, volvamos a él. El hábitat
geográfico líder en rupturas matrimoniales comienza lentamente a proteger la
estabilidad matrimonial, con el llamado matrimonio a la carta u opcional.
Cardenal Renato Rafaelle Martino
Presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz
La familia, en la doctrina social de la Iglesia
El Compendio dedica a la familia el capítulo quinto. Es considerada antes
del trabajo, de la vida económica, de la comunidad política, de la comunidad
internacional, de las cuestiones ambientales y de las que se refieren a la
guerra y a la paz. El significado teológico y metodológico de esta elección
es de gran relevancia: nos indica no sólo el valor e importancia que la
doctrina social atribuye a la familia y a su función social, sino, con mayor
propiedad, la consideración de la familia como primera sociedad natural,
titular de derechos propios y originarios, puesta al centro de la vida
social y de todos los problemas que la aquejan. En efecto, la familia que
nace de la íntima comunión de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un
hombre y una mujer, posee su específica y original dimensión social, en
cuanto lugar primario de relaciones interpersonales y ámbito en que se forma
la persona.
Cardenal Julián Herranz
Presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos
La persona humana en el centro del Derecho
La creciente toma de conciencia de los derechos fundamentales de la persona
humana –derechos que, siendo innatos, preceden toda legislación positiva– ha
contribuido enormemente a poner en el centro de los sistemas jurídicos
democráticos su verdadero protagonista: la persona humana, su dignidad
inviolable y su libertad, inseparable de su responsabilidad. Pero ¿de qué
tipo concreto de persona humana estamos hablando? ¿De la persona que la
filosofía relativista y libertaria considera completamente autónoma en todas
sus formas de realización subjetivas, también en la esfera sexual? O bien,
¿de la persona cuyo justo ejercicio de la necesaria libertad está ordenado y
regulado por el respeto del conjunto de derechos y deberes que surgen de la
dignidad humana y del bien común de la sociedad? De la respuesta afirmativa
que se dé a una u otra de estas dos últimas preguntas, depende la diversidad
de legislaciones posibles sobre el matrimonio y la familia. Es evidente que,
en el primer caso, están algunos Estados que han introducido la asimilación
jurídica al matrimonio de cualquier caso de convivencia civil, incluso
homosexual, a la vez que han liberalizado al máximo tanto el procedimiento
del divorcio como las formas de procreación asistida, de adopción de
menores, etc. En el segundo caso, nos encontramos, en cambio, con muchos
Estados –democráticos, no teocráticos o fundamentalistas: liberales, no
libertarios– que, sin ser homóficos, privilegian en sus leyes aquellas
formas de convivencia social consideradas desde siempre armónicas con la
realidad antropológica corporal del hombre y de la mujer, y que más
favorecen –como demuestra la experiencia de sistemas jurídicos civiles
plurimilenarios– el bien común de la sociedad, y la tutela de importantes
valores sociales, como son la estabilidad de la familia, la promoción de la
natalidad y la defensa de la vida, los derechos y la educación de los hijos,
etc.
Cardenal William J. Levada
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe
La enseñanza del Catecismo sobre la familia
En el mundo de hoy, donde las cuestiones de orden público están muy a menudo
enfocadas hacia los derechos y libertades del individuo, el Catecismo trata
al individuo como miembro de una familia, y a la familia en relación con la
sociedad; habla de los deberes de los hijos y de los padres, de los cuidados
y de las autoridades civiles. Enfatiza la dimensión social de la existencia
humana, y suministra un antídoto importante contra la creciente visión
fragmentaria, y fundamentalmente antisocial, de la Humanidad. El ver a la
familia como Iglesia en miniatura, y el llamarla familia de Dios, son ideas
que han estado presentes desde los primeros siglos del cristianismo. Vivir
la vocación de Iglesia doméstica no es seguramente ninguna tarea fácil. Por
esta razón, quisiera sugerir que el Catecismo podría ser una herramienta
sumamente útil para la familia en la realización de su vocación y misión.
Cuando en los padres e hijos crezca la gratitud por la belleza del plan
salvífico de Dios y vean su verdad más claramente, estarán mejor preparados,
no sólo para ser los testigos vivos que, como miembros de toda familia
cristiana, están llamados a ser, sino también para transformar el orden
social. Sólo entonces podrán colaborar más eficazmente con sus conciudadanos
en la creación de un nuevo orden mundial, basado en la justicia, el amor, la
paz y la libertad.
Cardenal Stanislaw Dziwisz
Arzobispo metropolitano de Cracovia
Juan Pablo II, el Papa de la familia
Hablar de Juan Pablo II como Papa de la familia y de la vida, capítulo al
que dedicó toda su capacidad intelectual y todo su corazón, significa tratar
de un tema amplísimo en su trabajo pastoral. Así era el Papa que llegó a
Roma desde un país lejano: dedicado por entero a la familia y a defender la
vida. El que haya tenido la oportunidad de convivir de cerca con él, lo ha
podido comprobar. Acompañé al cardenal Carol Wojtyla, y después a Juan Pablo
II, durante casi cuarenta años. Por eso entiendo muy bien lo que, como
Pastor de la Iglesia universal, escribió a los sacerdotes en la Carta del
Jueves Santo del año 1994: la pastoral familiar es la quintaesencia de toda
labor con las almas y a todos los niveles. Teniendo en cuenta la historia de
su vida sacerdotal, se puede definir a Juan Pablo II como uno de los más
grandes pastores de la familia en la historia de la Iglesia católica del
siglo XX y comienzos del XXI. Una característica de su labor pastoral con la
familia es la profunda reflexión que siempre acompañaba a lo que realizaba,
proponía o aconsejaba a las personas que, como sacerdote, trataba. Gracias a
lo cual, en su actividad nunca dominó el caos. Por otra parte, y esto
también es importante señalarlo, se encontró siempre lejos de la tentación
de convertirse en el llamado activista. Todas las personas con las que se
encontraba o conocía –jóvenes, novios, padres e hijos, ancianos, y sobre
todo enfermos– nunca eran tratados como objetos de atención pastoral.
Siempre eran personas que se quedaban grabadas en su corazón y en su
memoria. Era frecuente que el trato con esas personas durara hasta el final
de su vida. Sencillamente hablando, la gente encontrada se convertía en su
gran familia, su comunidad de vida y servicio.
(A&O 507)