'Laudes en familia: La familia, Iglesia doméstica, y la transmisión de la fe
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
(A&O 520)
Catequesis para la vida
Los domingos por la mañana son un momento especial en la vida de la
familia Guitart. Fernando y Laura, y sus seis hijos (Lucía, Fernando,
Marta, Irene, Juan y Jesús, con edades que van desde los 11 años hasta 1
año) se colocan en torno a la mesa del salón, adornada con unas flores,
una vela y un crucifijo, y comienzan el rezo de Laudes. Fernando, el
padre, dice que esta celebración les sirve para «dar a nuestros hijos
una palabra acerca de que Jesús les quiere y les ayuda, y que las cosas
que les pasan en la vida no suceden por casualidad».
Durante la celebración, los mayores se van pasando el Salterio unos a
otros, y van recitando los salmos en alto. Al acabar, Fernando padre
pregunta a sus hijos qué decía el salmo, y también el sentido de rezar
Laudes en familia: «¿Por qué el domingo no se puede estar triste, y no
os castigamos?»
-«Porque el domingo es el día en que alabamos al Señor», dice Marta, de
7 años.
-«¿Por qué?»
-«Porque el domingo Jesús resucitó y los discípulos se pusieron
contentos».
Luego, Fernando aprovecha para contar la historia de una figura bíblica,
y la traslada a la vida de su hijos. Hoy toca Abrahán y la promesa que
recibió de Dios. Después de que Marta se haga un pequeño lío con las
genealogías (¿Pero el abuelo de Jesús no era David?), los niños
contestan a la pregunta: «¿A vosotros os ha prometido algo Dios?»
-«Que voy a comer fruta», dice Irene, y todos reímos. Y es que a ella le
resulta difícil comer verduras y frutas, y le ha pedido a Jesús que le
ayude.
-«¿Y a vosotros os ha prometido algo Dios?», preguntan los niños a sus
padres.
-«Claro: la vida eterna -dice la madre, Laura-. ¿Sabéis lo que es la
vida eterna?»
-«Que vas ahí arriba, al cielo», dice Marta.
-«¿Y sólo vale para el cielo?», pregunta Laura.
-«No, también vale para aquí».
-«¿Y cómo?»
-«Queriendo a los demás y sabiendo que Dios nos quiere», dice Marta.
-«Y que siempre nos perdona», apostilla Irene.
Juan, el más trasto de los seis, aprovecha el momento para apagar la
vela, y luego va donde su hermano Jesús y le quita un juguete; los
lloros no se hacen esperar y Fernando tiene que poner algo de orden.
Jesús es bueno y nos cuida
Después, Fernando lee el Evangelio del domingo. Hoy toca el de la viuda
que da para el Templo todo lo que tiene para vivir. Llegan de nuevo las
preguntas: «¿Qué hizo la viuda? ¿Por qué lo hizo? ¿No se va a morir de
hambre?»
-«No, porque Jesús es muy bueno y le cuida», dicen todos a una.
-«¡Por eso tenemos nosotros mucha comida!», exclama Irene, y todos
reímos de nuevo.
Luego Laura, la madre, toma la palabra y explica a sus hijos: «Nosotros
siempre hemos tenido lo que hemos necesitado. Cinco semanas antes de
casarnos, no teníamos todavía casa donde vivir. Luego tuvimos una casa,
un coche en el que cabemos todos, comida para comer... ¿Pero qué es más
importante que todo eso?»
-«Que Dios, además de darnos todo, nos dio a Jesús», dice Fernando hijo.
-«Y a la Iglesia, que nos cuida -dice Laura-. Sin eso, no seríamos
felices. ¿De qué nos sirve tener ropa y comida, si estuviéramos siempre
enfadados? Es Jesús quien nos ha enseñado a perdonarnos».
Luego llega el turno de dar un pequeño repaso a la vida de cada día.
Fernando y Laura van preguntando a cada uno de su hijos: «¿Qué tal el
cole? ¿Y vuestros amigos?» Después llega la hora del Padrenuestro y de
las peticiones, y cada uno da gracias por lo que tiene y pide por sus
padres, por sus amigos, para que Dios les ayude a estudiar.
La celebración va llegando a su fin con el momento de la paz, y se forma
una algarabía de besos en torno a la mesa. Luego, llega la parte que más
les gusta a todos, la bendición del padre a cada uno: «Lucía, que el
Señor te bendiga, te guarde de todo mal y te lleve a la vida eterna», y
hace el signo de la cruz en la frente de cada uno de sus hijos. Con la
oración final concluye la celebración, y uno se lleva la impresión de
que no hay mejor manera de empezar el domingo, y que la fe de los
cristianos de mañana -y de los de hoy- depende en gran medida de
pequeñas celebraciones como ésta, en la que la Iglesia doméstica que es
la familia cobra su verdadera dimensión