Ande o no ande, familia grande
Jaime
Nubiola
Invitación a pensar
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Más problemas y más felicidad
Hace unos pocos meses fui a comprar una maleta muy grande para llevar ropas,
libros y papeles en estancias largas en otros países. Me ofrecieron un
maletón enorme a buen precio y añadió la experta vendedora: «Esta es una
maleta tamaño familiar». Me llamó la atención el adjetivo «familiar» para
calificar aquel tamaño realmente grande y me vino a la cabeza que
probablemente en el mundo hay millares de familias cuyas pertenencias caben
todas en ella.
Quizá como contraste, mientras llevaba la maleta vacía hacia el coche, vino
a mi memoria lo que escuché hace unos años en la parroquia de Saint Peter,
en Cambridge, Massachusetts, durante una estancia de investigación en
Estados Unidos. Se trataba de un sermón en el que el predicador intentaba
persuadir a la audiencia de que todos éramos personas con familia y que
incluso quienes vivían solos, tendrían al menos una mascota o unas plantas a
las que cuidar y que, por tanto, podrían ser considerados también como
familias. Como los norteamericanos son gente bastante precisa, identificaba
a quienes viven aislados, pero con perro, gato o similar, como «familias
unipersonales».
¡Qué enorme el contraste entre una familia grande y una familia unipersonal!
Por supuesto, en una familia numerosa hay de ordinario muchos más problemas
que en la vida de una familia pequeña o en la de una persona aislada, pero
casi siempre donde hay problemas hay también la posibilidad de ser feliz, de
querer y de sentirse querido, de disfrutar con tantas cosas buenas de los
demás, desde el cariño de los abuelos que van perdiendo la memoria con el
paso de los años hasta la mirada de agradecimiento del niño discapacitado o
más lento en los estudios y que requiere una atención especial. Leon Tolstoi
comienza su maravillosa novela Anna Karenina con aquellas líneas tan famosas
que merece la pena recordar: «Todas las familias felices se parecen,
mientras que cada familia infeliz es infeliz a su propia manera».
Así estamos hechos los hombres Con aquellas palabras el genial escritor
quería afirmar algo que todos tenemos bien experimentado. La felicidad es
siempre fruto del darse a los demás, del vivir la vida de quienes nos rodean
con más interés y atención que si fuera la propia. Así es en todas las
familias, en todos los países, en todas las condiciones sociales. Como me
escribía alguien hace unas semanas desde Argentina, «la felicidad debería
ser un verbo, no un sustantivo; la palabra tendría que ser felicidar y su
conjugación: yo felicido, tú felicidas, él felicida, nosotros felicidamos,
vosotros felicidáis, ellos felicidan». Me pareció un ingenioso juego de
palabras que ilustra bien esto que quiero aquí recordar: no hay felicidad
sin donación. Así estamos hechos los seres humanos, somos felices al darnos
a los demás, en primer lugar, a aquellos de nuestra familia, a aquellos que
están más cerca. Por el contrario las familias compuestas por personas
egoístas, que buscan sólo la propia satisfacción personal, convierten el
espacio de convivencia en una batalla campal que destroza a todos los
contendientes. El egoísmo es capaz de adoptar muchísimas formas diversas,
tantas como las personas en liza, y por eso escribía Tolstoi que para cada
familia infeliz las formas de ser infeliz son distintas.
Quienes forman una familia numerosa tienen un papel imprescindible en esta
sociedad nuestra, pues atestiguan con su vida y con su ejemplo que es
posible poner el cuidado de los demás por delante del propio egoísmo. Con su
vida dan fe, de manera más fehaciente que un notario, de que la comodidad no
es el valor supremo, como parecen a veces enseñar los anuncios
publicitarios.
Más problemas y más soluciones
Decir esto no significa, por supuesto, afirmar
que en una familia grande no hay dificultades. Nada más lejos de la
realidad. En una familia numerosa hay más dificultades que en una familia
pequeña, pero hay también muchísimas más posibilidades para resolverlas.
Desde el cuidado de los más pequeños y de los enfermos o ancianos hasta el
apoyo y la acogida en las situaciones de crisis. ¡Cuántas familias jóvenes
crecen y se multiplican porque tienen unos abuelos o una tía soltera o viuda
que ayuda en el cuidado de los niños! ¡Cuántas familias, que vieron con
ilusión marcharse a un hijo o a una hija para casarse, lo acogen de regreso
a los pocos años al romperse aquella unión! Una familia grande es algo
permanente, algo para siempre, como aquellos árboles frondosos de las plazas
de pueblo bajo cuya sombra jugaban los niños y descansaban los viejos por
muchas generaciones.
La familia numerosa ayuda al ser humano en su desarrollo, favorece su
plenitud, le hace más fácil ser menos egoísta y, por tanto, ser más humano.
Quienes somos miembros de familias numerosas hemos de sentirnos realmente
orgullosos, porque una familia grande es una verdadera escuela de humanidad
para todos, para sus miembros y para todas las demás personas. Ser familia
numerosa crea problemas, pero quizás es más fácil solucionarlos porque hay
más personas para resolverlos, y sobre todo, porque de ordinario las
personas han aprendido en esa escuela el servicio y la donación. Por eso, he
querido encabezar estas líneas con una rima sencilla para que la guardemos
en la memoria y la recordemos cuando el egoísmo nos susurre que nos
olvidemos de los demás: «Ande o no ande, familia grande».