Familias rebeldes y numerosas
Ottawa. Patrick Meagher
ACEPRENSA
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Las madres y los padres necesitan
un arsenal de ideas y frases
para responder
a la mentalidad anti-niños.
Quien tiene hijos se encuentra en la primera
línea de fuego de la guerra cultural. En total contraste con el dicho “un
hijo es una bendición”, hay casos de hostilidad patente.
María López y su marido, Alex, reciben más sonrisas que malas caras, más
elogios que menosprecio cuando se dirigen a la tienda de comestibles en la
capital de Canadá, Ottawa, con sus cuatro hijos. Pero les asombra que
también hayan de escuchar críticas. En un mundo en el que a la mayoría nos
han enseñado que, cuando no se tiene nada agradable que decir, mejor no
decir nada en absoluto, no deja de ser revelador que la gente condene
abiertamente a las familias por tomar la decisión de tener un hijo cuando,
según parece, no se debe tener más de dos.
En otra ocasión, una mujer, refiriéndose a un hombre con cinco hijos, le
dijo a López: “¿Es que no ha oído hablar del control de natalidad?” López le
respondió de la forma más suave que pudo: “¿No estaba usted a favor de la
libertad de elección? Pues esto es lo que él ha elegido”.
Frases con gancho
En la era de las frases cortas con gancho en la batalla de las ideas, las
madres y los padres se encuentran en primera línea de fuego intentando
defender la familia con oraciones de quince palabras o menos. Yo también soy
padre de cuatro hijos y estaba con un pequeño grupo de familias canadienses,
cuando la charla giró hacia el tema de la hostilidad. Nuestra conversación
se convirtió en una sesión estratégica improvisada sobre cómo responder de
manera coherente. Estábamos de acuerdo en que, después del insulto, lo mejor
es actuar con rapidez. Los atacantes, con su sonrisa complaciente, en
realidad no quieren discutir la filosofía de la norma no escrita de los dos
hijos; en cambio, los padres agraviados sí desean responder con una máxima
que conduzca a una reflexión posterior. “Creo que el mejor regalo que le
puedes hacer a un niño es tener hermanos” fue la respuesta ganadora.
Ahora, imagine que tiene, por ejemplo, diez niños. Una pareja de Texas con
diez hijos cuenta que la mayoría de la gente se queda maravillada. En los
restaurantes, la camarera les pregunta que de qué campamento o grupo son.
Pero una vez, les dijeron: “¿Y se consideran personas responsables teniendo
diez hijos?” La madre, Catherine Musco García-Prats, respondió: “No medimos
nuestro sentido de responsabilidad por el número de niños que tenemos, sino
por lo que hacemos con ellos”. Se nota que tiene práctica en responder a las
críticas. Cuando le preguntan si hay tiempo para querer a tantos,
García-Prats contesta: “El amor se multiplica. Cada uno de ellos cuenta con
nueve hermanos que lo adoran”.
Yo he dejado de decir que tener hijos significa contar con alguien que venga
a verme cuando sea viejo. En el fondo, es una respuesta egoísta. Prefiero
decir que los niños invitan al sacrificio y estimulan la bondad de las
personas. Los niños hacen del mundo un lugar mejor porque obligan a sus
padres a madurar al hacerles pensar en las necesidades de los demás.
El recurso más valioso
Si disipamos la cortina de humo, veremos que los índices de natalidad
muestran lo contraria a los niños que es la sociedad actual. Un país
necesita un mínimo de 2,1 hijos por mujer (como en los Estados Unidos) sólo
para sobrevivir. Una sociedad que quiere a los niños no tiene una tasa de
fecundidad de tan solo 1,5 hijos por mujer, como en Canadá, o de 1,3, como
en España, Italia y Grecia. De hecho, toda Europa tiene poblaciones
implosivas, a juzgar por sus tasas.
Hasta hace poco, cuando numerosos países occidentales se encontraron con la
crisis de natalidad, no se ofrecía ningún tipo de beneficio fiscal a las
familias que generaban el recurso más valioso: la siguiente generación. En
casi todos los países occidentales, después de que una mujer haya tenido un
bebé, una enfermera le da una charla sobre métodos anticonceptivos. Naciones
Unidas da fondos a la organización de planificación familiar Planned
Parenthood, que gasta más dinero en poner fin a embarazos que en cualquier
otra cosa, y cuando las parejas tienen hijos, los esconden. Se envía a los
niños a la guardería, pero no hay ningún adulto que levante la mano cuando
se pregunta: ¿Quién hubiera preferido la guardería a estar con su madre
cuando era niño?
El mundo occidental padece algo peor que un desdoblamiento de personalidad:
lo que es una bendición para unos, supone una carga para otros. Cuando las
dos partes se encuentran, los acontecimientos pueden dar un curioso giro.
Una conocida llevó a sus cinco hijos de compras. Cuando el dependiente de la
caja se enteró de que todos los niños eran de ella, comentó: “Los hay
avariciosos”. Qué extraño.
Pero los comentarios despectivos de los que son blanco las madres, en muchos
casos no van dirigidos a ellas, sino a la persona que los pronuncia. Son
justificaciones para la mujer que decidió no tener hijos y ahora se
arrepiente, o que esperó demasiado.
Por lo general, la hostilidad de los hombres no es más que el mismo
egocentrismo de siempre. Me topé con esta situación por primera vez cuando
mi primer hijo tenía seis meses y me lo llevé a un restaurante donde me
encontré con unos conocidos. Para la joven pareja que tenía al lado, tener
familia no entraba en sus planes debido a las consecuencias para la figura
de ella, la vida sexual de ambos, las noches de hockey de él y sus planes de
viaje conjuntos. Él se inclinó hacia nosotros para expresar su opinión:
formando una cruz con los índices de las manos, los colocó ante la cara de
mi hijo, como para protegerse de todo mal, y anunció desafiante que en sus
vidas los niños estaban absolutamente fuera de toda discusión. Ella no dijo
nada. Visto desde ahora, creo que esta escena fue un mensaje para ella, no
para mí.
Aliados secretos
Pero esta moneda también tiene una cara alentadora. En la guerra cultural,
las familias tienen sus aliados secretos. Cuando, de repente, aparecen unos
desconocidos que te dicen “tiene unos niños preciosos” o “es usted valiente”
o “qué suerte tiene”, al padre abatido se le sube la moral, como a un
soldado en las trincheras después de escuchar que los refuerzos están en
camino. Ahora, hago un esfuerzo consciente para felicitar a los padres y las
madres con hijos pequeños, para ayudarles a abrir una puerta o para bregar
con el cochecito. Una sonrisa cómplice que diga “la paternidad no es para
pusilánimes” es, a veces, el elixir que un padre necesita para superar un
desastre infantil.
Por una serie de circunstancias complicadas, hace poco mi mujer tuvo que ir
sola a la iglesia con nuestra hija pequeña. Al final de la misa, la pequeña
Catalina lloraba tan alto que muchos giraron la cabeza. Mi mujer se puso
colorada y se le hizo eterno el camino hasta la puerta. Pero lo importante
en esta anécdota fue que un desconocido se acercó a ella, la felicitó por
haber acudido y le dijo que sabía que su labor era difícil. A pesar de lo
mal que lo había pasado, cuando me lo contó más tarde, mi mujer estaba
radiante.
Nunca está de más que te den ánimos. En el mundo actual, los padres y las
madres lo necesitamos más que nunca.