SAN BENITO Y LA VIDA FAMILIAR UNA LECTURA ORIGINAL DE LA REGLA BENEDICTINA
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de Don Massimo Lapponi
No hablemos de cosas grandes; vivámoslas S. Cipriano
A Su Santidad Benedicto XVI
con afecto filial
Indice
Prefacio de S. Em. Card. Franc Rodè
Cinco documentos preliminares
-Primer documento (carta)
-Segundo documento (carta)
-Tercer documento (cita)
-Cuarto documento (carta)
-Quinto documento (cita)
Propuestas para una vida de familia inspirada en la Regla de san Benito
1-El Trabajo
1.1. El trabajo doméstico
1.2. El trabajo profesional
1.3. El trabajo creativo (artístico y artesanal)
2- El descanso
3- Las comidas
4- El vestido
5- Las salidas
6- Los ambientes
7- Los adornos
8- Los instrumentos
9- La distribución de las habitaciones
9.1. El lugar del culto
9.2. La biblioteca
9.3. El lugar del trabajo común
9.4. La decoración artística
9.5. Los objetos y las imágenes de devoción
10. La oración
10.1. La oración en común
10.2. La oración en privado
11- La caridad
11.1. La caridad al interno de la familia y el servicio recíproco
11.2. La caridad hacia el exterior
12. El diálogo fraterno. Los tiempos y los modos de la conversación y de
silencio
13. La lectura
14. El estudio
15. La música y el canto sagrado y profano
16. El esparcimiento y el arte tradicional, los medios modernos de
diversión, de expresión artística, de comunicación
17. Amistad entre una familia natural y una familia monástica
Apéndice
Oración, vida, rito, educación
PRÓLOGO
DE S. EM. CARD. FRANC RODÉ
Hay obras que nunca pasan, que aún después de muchos siglos se muestran
fecundas en nuevas inspiraciones para la vida humana, no exploradas por las
generaciones anteriores. Entre estas obras cabe enumerar, sin duda alguna,
la Regla de San Benito. Escrita hace mil quinientos años como fruto de una
profundización original de la tradición monástica precedente, tanto oriental
como occidental, y de la experiencia de una vida enteramente dedicada al
servicio de Dios, la Regla de San Benito esconde en su aparente sencillez
tesoros de profunda sabiduría humana y espiritual.
La obra de Benito estaba destinada a los monjes; podríamos pensar que el
autor no tiene nada que compartir con la vida seglar y, en modo especial con
la vida familiar. El autor de este librito que ahora presentamos nos
demuestra todo lo contrario: viviendo en una época trágica de guerras,
carestías, pestes, invasiones y corrupción civil y moral, Benito quiso
enseñar a los hombres de su tiempo cómo se puede vivir juntos en la paz, en
la armonía, en el respeto recíproco y en la caridad cristiana. Es por ello
que los monasterios benedictinos no fueron para las generaciones futuras
sólo oasis de espiritualidad, sino también modelos fecundos de civilización
y de vida comunitaria. Los métodos racionalistas de la crítica histórica no
podrán nunca medir el influjo enorme que el ejemplo de la vida benedictina
tuvo en la vida social y en las familias de los siglos pasados.
Todo esto hoy queda fácilmente olvidado. No obstante, la experiencia actual
de la disolución de la vida familiar, a la que parece no encontrarse todavía
un remedio eficaz, puede hacernos descubrir bajo una nueva luz la enseñanza
perenne de san Benito sobre la vida común.
El autor de este libro que, entre otras bondades, tiene el regalo de la
brevedad pero dice mucho en poco espacio, nos permite palpar con nuestras
manos la grandeza de la sabiduría benedictina, no solo como guía para
comunidades religiosas, sino también para dar nueva vida y nueva esperanza a
la comunidad familiar. No serán, efectivamente, las conferencias y las
discusiones de grupo, ni siquiera las reformas legislativas, por deseables
que éstas sean, las que salven la institución familiar, sino únicamente la
propagación de un modelo vivo de vida en sociedad que sea la alternativa al
modelo actualmente imperante. “Y yo creo poder afirmar- escribe nuestro
autor- que existe un solo modelo que puede ser propuesto eficazmente a las
familias: el modelo benedictino tal como brota de la Regla y de la
tradición”
¿Tiene razón? Dejamos al lector la respuesta. Nosotros nos limitamos a
recomendar vivamente a todas las familias, cristianas o no cristianas, la
lectura de estas densas páginas, escritas con pasión no común y, por tanto,
provocadoras y estimulantes.
Card. Franc Rodé
Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
CINCO DOCUMENTOS
PRELIMINARES
Como premisa a la exposición de mis propuestas tengo el placer de traer a
colación una parte de la correspondencia con algunas religiosas y con una
joven pariente, así como algún otro documento. En efecto, ha sido a través
de esta correspondencia y de la reflexión sobre escritos importantes hoy
olvidados, como han nacido y han sido desarrolladas las ideas expuestas en
este trabajo. Al tratarse de documentos escritos para ocasiones particulares
y sin un plan preconcebido no ha sido posible evitar algunas repeticiones.
Primer documento (una carta)
Desde hace muchos años siento una gran pasión por los escritos de Friedrich
Wilhelm Förster. Cuanto más leo algunos de ellos más me iluminan con nueva
luz. Últimamente, reflexionando sobre las páginas que te envíe a su tiempo,
extraídas de la obra Cristianismo y lucha de clases (1908), he creído
entender como nunca antes lo había hecho dos textos clásicos de la
espiritualidad cristiana: La Imitación de Cristo y la Regla de san Benito.
Te parecerá extraño, pero así es. Es más, creo que Foster tiene aún hoy una
altísima misión que desarrollar: el redescubrimiento para nuestros tiempos
del fecundísimo valor de las tradiciones espirituales de la antigüedad. Tal
vez nadie como él ha podido vislumbrar tan lúcidamente esta mutua relación.
La tradición nunca debe ser negada o infravalorada: debe ser comprendida en
sus auténticas motivaciones y se debe mostrar su perenne y siempre nueva
fecundidad. Una modernidad privada de raíces sería peor que un
tradicionalismo privado de actualización.
Vamos al asunto. ¿Cuál era el reproche que el joven Foster, aún laico, hacía
a la cultura moderna? Era el de querer resolver los problemas morales,
sociales y políticos con una erudición universitaria que no llegaba al alma,
al corazón, al querer más profundo del ser humano: una cultura abstracta y,
por tanto, muerta. Por eso, a sus ojos aparecía más sano el pueblo llano de
su tiempo que las personas de la cultura. Joven laico aún, comenzó a meditar
con los clásicos de la espiritualidad cristiana: desde san Agustín a Tomás
de Kempis. ¿Y qué encontró en la Imitación de Cristo sino la afirmación de
que la cultura universitaria a nada sirve si adolece del conocimiento
humilde de sí mismo? Un título universitario no puede sustituir a la
humildad del corazón, ni al fuego del alma, ni a la encarnación del espíritu
en la humillación del lavatorio de los pies y de la muerte en la cruz. Así
mismo la predicación no sirve tanto cuanto el sacrificio diario de cada
fibra del alma, del corazón y del cuerpo. Así lo sugiere también el episodio
incomparable de la perfecta alegría.
He aquí que aparece en toda su grandeza la Regla de san Benito.
Benito no instituye directamente misioneros, ni siervos de los pobres o de
los enfermos: se limita a crear las condiciones concretas para que la vida
humana- que normalmente sólo puede ser comunitaria- pueda desarrollarse
cristianamente sin impedimentos en todos los detalles de la jornada –“para
que ninguno sea molestado en la casa de Dios”- y con un continuo estímulo
para mejorar. Se trata, por tanto, de establecer el modo de dormir, de
comer, de trabajar, de respetar los horarios, del silencio, de la oración en
común y en privado, del modo como debe ser la casa para que “que sea por
sabios y sabiamente administrada”. Desde estas alturas espirituales se baja
a encarnar el Evangelio en la carne de la vida diaria. De ahí, los monjes
harán todas sus obras buenas (cap. IV) dentro del recinto del monasterio,
esto es en la custodia de una vida constantemente dirigida a Cristo en sus
acciones ordinarias y en el espíritu que éstas irradian. Los monjes no se
limitaban a orar, también fundaban monasterios.
La abadesa de…..me ha pedido que hable a los oblatos, y me ha venido la
inspiración de hablarles así: el oblato benedictino de hoy no debe limitarse
a las devociones privadas (recitar ciertas oraciones, frecuentar las
reuniones, etc.): debe tomar nota de que san Benito quiso ordenar la vida
diaria de una comunidad con leyes concretas que le permitiesen ser en todo
familia de Dios. El oblato benedictino debe organizar su vida familiar con
este mismo espíritu. Hoy se habla mucho de la salvación de la familia.
Pero
nada se hará si no pasamos de las charlas a la vida de cada día. La misión
actual de los oblatos benedictinos es precisamente ésta: establecer, bajo la
guía de la Regla, las normas precisas para que el hogar familiar no se
convierta en una fonda de paso o en una central electrónica. ¿A qué hora
levantarse? ¿Cuándo y cómo rezar todos juntos? ¿Cómo debe ser la estructura
de las habitaciones? ¿Qué lugar reservar para el culto? ¿Cómo sentarse a la
mesa familiar? ¿Cómo respetaremos los horarios de la familia? ¿Cómo deberían
ser los turnos de trabajo en casa para que todos aprendamos a servirnos
mutuamente? ¿Qué uso hacer de los modernos medios de comunicación de forma
que no invadan nuestra vida y nos impidan una relación humana y natural?
¿Qué horas deben ser tiempo de silencio y de descanso? ¿Qué clase de libros
pueden girar por casa? ¿Cuál es la función de la biblioteca? ¿Qué música,
qué canciones debemos estimar a cantar? ¿Qué clase de vestido usaremos? ¿Qué
tipo de cuadros y de arte queremos que adornen nuestra casa?……Podríamos
continuar, siguiendo la Regla y el desarrollo de la tradición monástica. Los
oblatos presentes, así como las monjas, quedaron fascinados por estas cosas.
¿No sería éste un empeño a continuar?
Te confío la reflexión sobre este asunto y añado un corolario final,
inspirado también por la intuición principal de Foster: las buenas
inspiraciones deben ser cultivadas, pero no de forma abstracta. La joven que
experimenta la angustia de una familia demasiado cerrada y estricta tiene el
deber de aspirar a nuevos espacios, pero debe conquistarlos ella misma
demostrando con hechos concretos que sabe vivir el sentido de la familia. El
espíritu de todo deseo de mejora es el amor y el amor, para irradiarse más
allá, debe demostrarse primero hacia las personas que nos sirven de
obstáculo: saber conjugar la firmeza con la dulzura y el respeto. Así –
afirma Förster – la joven que quiere hacer un trabajo social en los
suburbios porque no soporta a la abuela que le impide realizarse, demuestra
no tener ninguna aptitud para el trabajo social. ¿No es capaz de soportar a
su abuela y quiere enfrentarse a situaciones de extrema miseria en los
barrios pobres entre gente desconocida? ¿No es una contradicción?
Roma, 15.10.2008
Segundo documento (una carta)
Muy distinta es la gente que edifica una ciudad sobre cimientos de antiguas
selvas,
la proveen de todo y la adornan, a aquella otra que nace y puede ya sentarse
plácidamente bajo pórticos ya edificados o huertos ya florecidos. (Carlo
Cattaneo)
He tenido la oportunidad estos días de hacer algunas reflexiones de las
quiero haceros partícipes.
Quisiera comenzar trayendo a la memoria la figura de un siervo de Dios: el
cardenal John Henry Newman, que con toda seguridad será beatificado en abril
del año próximo.
En 1843 el pastor anglicano Newman se retiró a la soledad de una casa de
campo en Littlemore, cercana a Oxford, a fin de reflexionar en la oración y
la meditación, casi en una vida monacal, sobre la definitiva elección de su
vida. Durante muchos decenios había estudiado los escritos de los Padres,
llevados a Inglaterra por los sacerdotes exiliados de Francia durante la
Revolución, en la cuidada edición de los Benedictinos de San Mauro. Había
encontrado en su doctrina y en su vida espiritual una sublimidad
incomparable frente a la cual palidecían la insulsa devoción victoriana y la
doctrina secularizada común en su tiempo en la Iglesia de Inglaterra. ¿Cómo
hacer llegar al Anglicanismo el fervor de los tiempos de los Santos Padre?
Esta era la batalla a la que se enfrentaban él y sus amigos del llamado
“Movimiento de Oxford”. Pero la meditación de la doctrina y la historia de
los Padres debería ponerlo frente a una cuestión preñada de consecuencias.
Lo que los modernos objetaban a los Padres de los siglos IV y V era el hecho
de que su doctrina se expresaba con términos y conceptos nuevos respecto al
lenguaje de la Sagrada Escritura. ¿No convenía, pues, rechazar la teología
dogmatica de los Padres y volver a la simplicidad del lenguaje evangélico,
evitando las cuestiones doctrinales y las definiciones tales como la
Encarnación y la Trinidad? Esta era el alma de la doctrina liberal del
Ochocientos que, a juicio de Newman, amenazaba con destruir el cristianismo.
No: la teología de los Padres era necesaria para salvaguardar el verdadero
sentido del Evangelio. Pero, ¿cómo armonizar su lenguaje con el lenguaje de
la Escritura?
Entonces Newman encontró un principio teológico importantísimo: el principio
del desarrollo doctrinal. En 1843, en su último discurso- el decimoquinto-
pronunciado en Oxford ante todo el cuerpo docente y el alumnado de la gran
universidad, había ilustrado de forma espléndida el principio según el cual
unas pocas palabras pronunciadas a lo largo del lago de Galilea podían
desarrollarse hasta constituir un cuerpo de pensamiento incomparable,
infinitamente superior a cualquier filosofía humana. Según este principio,
es más de maravillar el hecho de que san Juan, de humilde pescador, se
convierta en teólogo, que el hecho de que san Pedro se convierta en
príncipe. Por este principio, el mundo del pensamiento cristiano constituye
la historia de una conquista, destinada a elevar la mente humana por encima
de todo confín, a asimilar todo pensamiento humano transfigurándolo al
servicio de la verdad divina.
Pero, una vez establecido este principio, no puede ser recortado a gusto
propio. Si la historia de la Iglesia ha visto de la victoria del pensamiento
cristiano sobre el mundo y el desarrollo de sus dogmas en los primeros
siglos, paralelamente ha visto también el desarrollo del pontificado romano
y, posteriormente, el desarrollo de la teología medieval y la expansión de
la actividad y de la organización de la Iglesia, de las órdenes religiosas,
de la santidad, del arte cristiano etc., en todas las direcciones.
Consiguientemente, según este principio, la acusación de innovación abusiva
que el Protestantismo dirige a la Iglesia de Roma resulta infundada.
Llegado a este punto, ¿cuál era el deber del teólogo anglicano de apenas 40
años? En la soledad de Littlemore, Newman se dedicó a escribir el tratado El
desarrollo de la doctrina cristiana, en el que elaboraba ampliamente las
intuiciones de su decimoquinto sermón universitario. Al concluir el volumen
la decisión estaba ya madura: en 1845, en la casa de Littlemore, el beato
pasionista Domingo de la Madre de Dios recibía al teólogo anglicano en la
comunión de la Iglesia de Roma.
En su tratado Newman recordaba que una de las acusaciones del mundo hostil
contra la Iglesia era la ser incorregible.
Efectivamente, comentaba, la doctrina de la Iglesia no puede cambiar y nunca
cambiará. Desarrollo no significa cambio. En este sentido la historia de la
Iglesia se puede comparar con el misterio de la Encarnación: Quod erat
permansit dice de Cristo la profesión de la fe, et quod non erat assumpsit.
Eso mismo sucede en la Iglesia- prolongación del misterio de la Encarnación:
permanece siempre lo que es y asume lo que no es todavía. Una de sus
características es, en efecto, la maravillosa capacidad de asimilación de
todo lo verdadero y de bueno que hay en cada cosa, aún en la peor
En su obra Newman intenta aplicar su principio también a la vida monástica,
observando por ejemplo, como en un principio el estudio era practicado por
los monjes antiguos solo excepcionalmente, pasando después a ser una
tradición característica del monaquismo occidental. El abad Butler, en su
obra Benedictine Monasticism, intentó desarrollar ulteriormente esta
aplicación. Se refiere, entre otras cosas, al desarrollo de la Liturgia, en
particular al movimiento cluniacense , que amplió y solemnizó los oficios
litúrgicos con la música, el incienso, los vestiduras solemnes, las iglesias
suntuosas- un aspecto no previsto por san Benito, pero que ha permanecido
inseparablemente unido a la tradición benedictina.
La referencia a la música nos recuerda el grandísimo papel desarrollado por
los monjes en beneficio no sólo de la Iglesia, sino de toda la civilización,
en el campo de la música: desde la invención de la escritura musical (Guido
de Arezzo) a la restitución del canto gregoriano (Solesmes): ¡qué inmensa ha
sido la obra de los monjes en este sector¡ Tampoco había previsto esto san
Benito, pero aún hoy día el monaquismo benedictino significa para muchos la
conservación de una cierta dignidad de la música religiosa en la marejada de
la libre experimentación, y esto mucho más allá de la sola conservación del
gregoriano, ya importante por sí mismo.
He recordado un poco la Historia- otro campo en el que los estudios han
tenido un grande y meritorio desarrollo en la tradición benedictina- para
llegar a la cuestión: ¿Hoy en día debemos contentarnos con complacernos en
las glorias de los padres y mirarlas con nostalgia? ¿No es tal vez nuestro
deber permanecer siendo lo que somos y asumir lo que todavía no somos?
¿Acaso el principio del desarrollo se ha detenido? ¿Se ha empequeñecido el
brazo del Señor?
Sin duda me diréis: pero ¿Qué es lo que somos y qué es lo que debemos
asimilar? ¿La respuesta a este asunto no corresponde más bien a los doctos y
a los sabios? No, por cierto. Santa Teresa del niño Jesús es doctora de la
Iglesia por haber hecho progresar el conocimiento de los misterios de Dios
más que muchos teólogos. Hace pocos días un anciano y buen sacerdote me
decía: “En el mundo existen tres categorías de personas: las que hablan
mucho y no hacen nada, las que hablan poco y hacen mucho y las que no hablan
nada y lo hacen todo”. Sin querer tomarlo a la letra, tiene mucho de verdad.
De todos modos, no son los títulos los que cuentan, sino la luz que viene de
lo alto y que Dios frecuentemente concede a los más pequeños.
Veamos si podemos sugerir algo que nos ayude a tomar decisiones prácticas
para nuestras comunidades
En los últimos tiempos, la Regla se me ha presentado con una luz nueva: san
Benito no escribe grandes tratados de teología o de espiritualidad. Incluso
el capítulo VII va más bien dirigido a la vida práctica de cada día que a la
mística. San Benito desea crear las condiciones para que la vida de una
comunidad se desarrolle día a día y momento a momento a la luz del
Evangelio. Por ello desciende a los detalles particulares de la vida,
estableciendo como debe ser la construcción del monasterio, cómo y cuándo se
hace la oración, cómo y cuándo se puede hablar, cómo y cuándo dormir, comer,
trabajar, meditar, cómo vestir, cómo compartir el trabajo de forma que todos
se sirvan mutuamente, etc.
Según mis conocimientos sólo otro libro se me
antoja comparable a la Regla de san Benito. Es la Filotea de san Francisco
de Sales que, sin embargo, trata de organizar la vida individual, no la
comunitaria, la vida seglar y no la vida religiosa, si bien muchas de sus
enseñanzas sean óptimas también para la vida religiosa. Es necesario
recordar que, de ordinario, el ser humano vive en sociedad y que si el
ambiente social en que vive tiene usos y costumbres contrarios a los
principios cristianos, el individuo tendrá muchas dificultades para vivir en
la práctica la virtud evangélica.
El capítulo IV de la Regla prevé que los monjes hagan todas las buenas obras
prescritas por la caridad, pero “dentro del recinto del monasterio”, es
decir, sustancialmente, en el sentido de que cualquier cosa buena que haga
no se sustraiga a la regulación de cada acto en el ámbito de la comunidad en
que vive. Hay muchos sacerdotes, sobre todo en el clero secular, que se
entregan en alma y cuerpo a la organización de los trabajos, pero su casa es
un caos, sus horarios intempestivos, su vida personal, por muy virtuosa, sin
orden no regla. Esto no funcionaría entre nosotros, y si hay algún monje que
se deja arrastrar a imitar este género de vida con motivo de obras buenas, a
mi juicio no hace bien. El benedictino debe influir en la vida del mundo
sobre todo a través del orden de su propia vida de cada día, compartida y
sostenida por una comunidad.
El mundo tiene necesidad del ejemplo de una vida diaria de oración y trabajo
ordenada para poder imitarla en la vida propia adaptándola a las propias las
exigencias. Así, tiempo atrás, los paisanos que vivían junto a los
monasterios regulaban sus propios modos y ritmos de vida bajo al ritmo de
los oficios a que convocaban las campanas y del ejemplo de los monjes.
Los últimos Papas, comenzando cuando menos de Pio XII, han exhortado siempre
a los monjes a hacer participes a los seglares de las riquezas de la propia
vida. Estimo que debemos ver un importante camino de desarrollo en esta
dirección. Esto comporta, de una parte, saber valorar y vivir en nuestras
comunidades los rasgos que caracterizan la sacralidad de nuestra vida
diaria, alimentándonos de toda la riqueza de la tradición con espíritu
creativo y, de otra, buscar nuevas estrategias para hacer irradiar nuestra
vida al exterior. Tiempo atrás, en las ciudades, los monasterios eran
deseados por los ciudadanos y las administraciones, y los seglares buscaban
espontáneamente la presencia, la bendición y el ejemplo de los monjes. Hoy
ya no es así. Estamos rodeados por la indiferencia y la incomprensión. Nos
corresponde a nosotros despertar a nuestros vecinos a los valores de la vida
monástica.
Veamos el primer punto: ¿cómo podemos enriquecer nuestra vida comunitaria de
cada día con un nuevo- y antiguo- soplo del Espíritu Santo? Como ya he
dicho, san Benito no hace vuelos místicos, sólo habla de cómo comer, como
hablar, cono dormir, como rezar….Reflexionemos sobre todo esto a la luz de
la tradición benedictina y de las eventuales nuevas posibilidades. Es verdad
que las situaciones de emergencia en las que tantas veces nos encontramos no
dejan mucho tiempo para ello; pero no podemos dejar de preguntarnos: ¿en
nuestra limitación no podríamos hacer más y mejor? Basta recordar que las
mayores creaciones del genio monástico se llevaron a cabo frecuentemente en
las condiciones menos favorables. La fundación de Solesmes tuvo lugar en
circunstancias de inaudita dificultad y pobreza humana y la renovación del
canto gregoriano se realizó al tiempo en que las leyes represivas en la
Francia del primer Novecientos obligaban a los monjes a cerrar los
monasterios y marchar al destierro.
Recuerdo que, años atrás, nuestra Liturgia de Laudes y de la Eucaristía era
insípida y maltrecha. Un buen día, mientras daba una lección sobre la Regla
a dos jóvenes postulantes- que después no continuaron- encontré un
comentario que exhortaba con palabras cálidas a hacer de la celebración
fervorosa y cuidada de la Misa y del Oficio el centro de la jornada
monástica. En aquel momento nos preguntamos: ¿qué podemos hacer? Yo- pensé-
podría sentarme al órgano: aunque concelebre, puedo acercarme al altar en el
momento de la consagración, y la noche anterior podríamos preparar los
cantos, al menos nosotros tres. Así lo hicimos, y de esta pequeña iniciativa
derivó una notable mejoría de nuestra liturgia. Del mismo modo, cuántas
pequeñas o grandes cosas se podrían enderezar, embellecer, renovar,
perfeccionar con un mínimo esfuerzo, si tuviéramos la convicción de su
importancia para nosotros y para los otros.
Quizás nos pueden venir muchas inspiraciones a partir del segundo punto:
¿Qué podemos hacer los monjes, como tales, por los otros? Los sumos
pontífices, entre los cuales algunos han amado intensamente la vida
monástica- léase Pablo VI- nos invitan a reflexionar sobre ello. A mi
entender, como antes he afirmado, hoy no podemos limitarnos a esperar que
los otros vengan a buscarnos. Desgraciadamente la vida de la sociedad está
de tal forma degradada que los horizontes comunes entre la sociedad y la
vida religiosa aparecen cada día más difuminados. Precisamente por ello se
hace más urgente tomar conciencia de que los monjes combaten contra el
maligno “impulsados por el deseo ardiente de liberar del error ciudades y
pueblos” (san Juan Crisóstomo) y sacar las oportunas consecuencias.
Se comprenderá, de lo afirmado hasta este momento, que no se trata de dejar
la clausura sino de hacer llegar, por decirlo de alguna forma, la clausura
al mundo.
Intentaré explicarme: son muchos hoy los que sienten el malestar de una
sociedad privada de contenidos y de fines válidos, de afectos verdaderos y
continuados, de paz profunda, de belleza no artificial y contrahecha, de
emociones no vulgares, que no persigan atropellar la dignidad humana, de una
no efímera alegría interior. Por lo demás, la casi totalidad de padres de
familia responsables se sienten afligidos a causa de la preocupación por la
educación y el futuro de sus hijos y por el relativo sentimiento de
impotencia ante todo ello. Este malestar de espíritu del individuo queda,
las más de las veces, sin una respuesta adecuada, ya que el individuo se
encuentra totalmente desarmado ante el ambiente social que le rodea y le
condiciona.
Esta constatación nos ayuda a entender mejor el mensaje sobreentendido de la
Regla: sin un ambiente y unas costumbres sociales que la sostengan en la
práctica de cada día, la vida del individuo no puede realizarse según un
ideal de rectitud humana y cristiana. Esto significa que no es suficiente
evangelizar la inteligencia del individuo con bonitas catequesis y tampoco
es suficiente evangelizar el corazón, la voluntad y las obras del individuo
con la práctica de las virtudes evangélicas: se hace necesario crear
ambientes sociales dirigidos en la vida diaria por costumbres rectamente
inspiradas en la sabiduría humana y cristiana, y asumidas por todos.
Ahora bien, ¿cuál es el ambiente social fundamental para la vida humana, el
más fácilmente alcanzable, el más disponible a la escucha y el que más
interesa y preocupa a la Iglesia? La familia, naturalmente. Pero por
desgracia, también la familia está expuesta a la mayor degradación, ya que
la vida que se desarrolla en casa padece por todas partes los
condicionamientos de una andadura común pasivamente aceptada como una
fatalidad inevitable. Frente a la costumbre difundida que, sin pedir
permiso, se rige en patrona de casa antes incluso de comenzar la
convivencia, los individuos, sean marido, mujer o hijos, se sienten y son
impotentes.
La televisión siempre encendida y disponible a cada momento, el uso
indiscriminado, y tantas veces precoz e irresponsable, de los modernos
medios electrónicos (internet, playstation, juegos y jueguecillos
electrónicos, teléfonos móviles, etc. ), los horarios salvajes, la mesa
desierta, las entradas nocturnas libres para los jóvenes, los libros, las
revistas, los periódicos y folletines de bajo género que giran por casa sin
ningún cuidado, la forma de vestir de los jóvenes siempre dispuestos s
seguir la última moda, la pseudo música que recorre la casa o se infiltra en
los cerebros a través de los auriculares, los adornos e imágenes d cualquier
gusto y género-, raramente de valor artístico clásico o religioso-, la
ausencia frecuente de padres e hijos, con centros de interés fuera de
casa….¿Qué más?. En este contexto, ¿es posible no ser víctima del modo
social imperante, de la propaganda comercial más cínica, de la inmoralidad
reinante a través de los potentísimos medios de comunicación social? ¿De qué
sirven buenos sermones y bonitas catequesis? Entrando en casa el individuo,
aún el mejor dispuesto, se encuentra desarmado frente al proprio ambiente
familiar.
A un modelo di vida en común degradada sólo se puede responder con la
propuesta de un modelo diverso, y yo creo poder afirmar que hoy existe un
solo modelo que pueda ser eficazmente propuesto a las familias: el modelo
benedictino tal como emerge de la Regla y de la tradición, encarnada en las
comunidades vivas de monjes y monjas, en sus usos y costumbres y en la
estructura material de sus casas, con todos los aspectos decorativos y
artísticos que la embellecen. A partir de este modelo, y solo partiendo de
él, será como las familias podrán extraer una regla de vida en común, según
la cual, y ya desde el comienzo, se puedan establecer los horarios del día,
los momentos de oración y de silencio, los momentos de soledad y de vida
común, los tiempos y los modos de realizar los trabajos dentro y fuera de
casa, la equitativa y caritativa distribución de los quehaceres domésticos,
el lugar del culto de la casa, la distribución de las habitaciones
particulares o comunes, los libros y publicaciones a leer y conservar, los
cantos para la oración y para la recreación común, el tiempo y la forma del
diálogo, la clase de vestido a endosar, el uso del dinero, el tiempo y la
forma de las comidas- excluyendo completamente de la mesa la televisión- los
programas de televisión que pueden verse en solitario o en común, el uso de
los modernos medios de comunicación- teniendo presente la necesidad de los
más pequeños de educarse a través del contacto con el mundo real y no tanto
con el mundo virtual, y la necesidad de todos de vivir la propia vida, no
una vida ficticia.
Personalmente me parece que sólo con una vida de familia
que se desarrolla principalmente en el ambiente de una casa cuidada y
querida, bajo una regla establecida y una guía atenta por parte de los
padres, será posible el buen uso de los modernos medios telemáticos. En
efecto, sólo cuando la vida concreta de cada uno y de todos sea el centro de
la preocupación de cada uno y de la comunidad, los instrumentos electrónicos
quedarán al margen de la experiencia, como medios auxiliares útiles, y non
invadirán todo el campo- es decir el tiempo y los lugares- de la existencia
sustituyendo a la vida real.
Pero, ¿cómo hacer operativo este ideal? A mi entender el camino más eficaz
podría ser la refundación totalmente revisada y renovada del instituto de
los oblatos benedictinos. El oblato no debería ser ya el individuo que
participa en reuniones mensuales y se da a determinadas devociones: toda su
familia debería convertirse en oblata y adoptar una regla de vida inspirada
en la enseñanza de san Benito y en la tradición monástica, según las líneas
que hemos propuesto. A ello hay que añadir el contacto vivo con una abadía
como centro de culto, escuela de canto, modelo de vida comunitaria
consagrada al trabajo a la oración, a través de la comunicación de
experiencias de santidad, de cultura y de arte de anteriores generaciones,
laboratorio de actividades artesanales y artísticas, edificio en cuya
estructura y arte se encarna de modo más perfecto que en una casa familiar
la elevación, trabajosa pero real, a la luz de Dios, de cada expresión y de
cada momento de la vida individual y común.
Más allá de la institución de los oblatos, se pueden establecer otros
contactos para propagar el modelo benedictino: encuentros con jóvenes
universitarios, con parejas de novios, con grupos de oración y estudio.
Particularmente en nuestro monasterio me gustaría organizar con jóvenes una
velada musical semanal o quincenal a pasar juntos, después de la cena, en la
biblioteca parroquial como momento de distensión, de amistad, de compartir
el gusto por la poesía y la música, de trabajo manual artístico, de
elevación a lo sagrado. Todo ello para ofrecer a los jóvenes un modelo de
encuentro nocturno alternativo a la disipación corriente para su futura vida
familiar.
Otro importantísimo ámbito de acción sería el del uso correcto de los
poderosos medios telemáticos modernos. ¿Por qué no crear una página web en
la que uno o más monasterios promuevan un nuevo humanismo familiar,
proponiendo a tal fin jornadas de experiencia para familias, jóvenes y
novios? La página podría incluir un amplio material ilustrativo, con
abundantes referencias a la multiforme tradición benedictina. Siendo,
además, la vida monástica el centro inspirador y el modelo de referencia del
discurso sobre la familia, encontrarían su lugar en dicha página la
ilustración de los valores y de los ideales de la vida benedictina, la
invitación a experiencias de vida monástica, la explicación de las normas a
seguir para la aceptación de postulantes, incluso extranjeros , finalmente
la programación de una semana vocacional anual y el proceso de inscripción.
He aquí cuanto me ha parecido oportuno escribirte. Me ha llevado un poco de
tiempo, pues he estado ocupado en otros asuntos. ¿Podrán servir estas
reflexiones para aclaraciones personales y para la vida de nuestras
comunidades? Espero vivamente que así sea y lo pongo todo en manos de María
y de vuestra caridad.
Vuestro d.mo en Cristo
D. Massimo
Farfa, 13.11.2008-Fiesta de Todos los Santos Monjes
Tercer documento (cita)
“El cristianismo ha dado (al servicio personal y al trabajo manual) el más
sagrado carácter, no porque le interesase menos la vida espiritual, sino
porque conocía muy a fondo la verdadera higiene de nuestra naturaleza
espiritual y sabía, por tanto, que el elemento espiritual es puesto a prueba
y liberado del mejor modo en nosotros no por la aversión a la materia, sino
por el metódico encauzamiento de ésta. Quien observa desde este punto de
vista las diversas clases de trabajo y su influjo sobre el hombre interior,
deberá admitir que le estudio científico, por cuanto indispensable sea, es
más un peligro que una ayuda para la verdadera cultura, para la auténtica
espiritualización del ser humano. Porque aquí la energía espiritual está
separada de la vida personal y ocupada en cosas que no tienen relevancia
para la autoeducación.
El espíritu no es dirigido al control atento del cuerpo y de sus acciones,
no lucha contra los influjos adversos de la vida y de los hombres; es más,
no se ocupa en absoluto de estas cosas y se queda endeble en la esfera del
espíritu…..La verdadera cultura se adquiere sólo cuando el espíritu ejerce
su energía creadora en la vida personal, no cuando se dedica a trabajar al
margen de la vida; la verdadera cultura no viene de la falta de espíritu,
sino de la omnipresente señoría del espíritu sobre la materia, y de la
compenetración vital de cada palabra y de cada acción con las energías del
alma. Pero esta sujeción de la materia a finalidades superiores es algo que
requiere un penoso ejercicio y una costumbre trabajada con constancia; y el
llamado trabajo doméstico ofrece la mejor ocasión para ello.
En su más íntima esencia el trabajo doméstico es transfusión de alma en la
materia, es señoría del espíritu sobre la vida… ¿Esta atención del espíritu
no es también la esencia del tacto femenino , de la delicada unión entra la
acción y la palabra, más aún de cada gesto o expresión de la mirada con lo
más íntimo del alma? ¿Y esta “presencia del alma” no se actúa precisamente
por medio del trabajo manual, que impide aislarse al espíritu y le obliga a
estar presente incluso en las yemas de los dedos? Quien sea consciente de
esto, dará por sentado que el trabajo manual, por ir dirigido justamente a
vencer la resistencia visible de la materia, es una óptima escuela de
tenacidad de la voluntad, de paciencia, de concienciación, de
exactitud…..Todo trabajo manual ejecutado de este modo, es decir con un
profundo interés espiritual, pasa de ser un simple trabajo manual a ser un
trabajo espiritual, y fortalece en el ser humano la espiritualidad y el
carácter. El trabajo manual hecho a conciencia constituye una victoria
inmediata sobre las potencias materiales de la pereza y la carnalidad, es un
triunfo de la energía y de la libertad espiritual, y contribuye, por tanto,
de modo inmediato al predominio del espíritu también en los demás campos.
Muy frecuentemente los hombres se muestran menos resistentes que las mujeres
a los grandes y pequeños dolores; esto sucede porque el espíritu y la
voluntad de los hombres se dirigen menos al control y dominio inmediato
sobre la vida, o por mejor decir están separados de ella. Cultura, sin
embargo, es aplicación del espíritu a la materia personal, cultura quiere
decir “encarnación del espíritu”… La personalidad es estimulada por el amor,
desarrollada por el servicio, fortalecida por el vencimiento de sí misma…
“El hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir él
mismo”. Estas palabras, que Jesús pronunció al lavar los pies a los
apóstoles, tienen un profundo sentido para todo este asunto que estamos
tratando: el Altísimo viene a los hombres bajo apariencia de siervo para
demostrarles que sólo se puede llegar al Altísimo haciéndose siervo.
De Cristianismo y lucha de clases (1908)
de Friedrich Wilhelm Förster
Cuarto documento (Carta)
Carísima Benedetta ,
naturalmente que estoy de acuerdo contigo, y ciertamente lo estaría también
Förster. En algunos de sus textos, queriendo acentuar un aspecto
particularmente importante de la cuestión puede dar la impresión de olvidar
el otro aspecto, igualmente importante. Pero no es así. Se trata de
contemplar las dos exigencias. Para entender bien este punto debes tener
presente el mundo cultural al que él dirigía su crítica. En su tiempo, la
cultura dominante creía resolver los problemas del mundo con la ciencia, con
la técnica y con la difusión de la “cultura”. Se vivía en la ilusión de
creer que la formación moral del ser humano no fuese más que un subproducto
de la erudición escolástica.
En el estudio de la Sagrada Escritura prevalecía la crítica
histórico-literaria, que frecuentemente enfriaba el espíritu en vez de
abrirlo al mensaje divino. Él, por tanto, no luchaba contra el desarrollo
del pensamiento, sino contra el intelectualismo abstracto que no envolvía la
vida toda del ser humano, y contra la ingenua confianza de que el progreso
técnico, dirigido a hacer más fácil la vida material de los hombres,
significase la solución de los problemas humanos y sociales. Contra esas
tendencias de su tiempo reclamaba él la urgencia de una cultura dirigida a
lo profundo del alma. “La verdadera civilización -escribía en 1904- es
subordinación de toda necesidad individual al poder espiritual de la vida,
es señoría del ser humano sobre su propia naturaleza; sin una civilización
de este género una civilización no es vital; y, por ello, es cuestión de
vida o muerte para nuestra sociedad que exista esa civilización verdadera,
capaz de subordinar nuevamente la civilización técnica a la llamada
civilización del alma, y no suceda que todo el saber y poder sea destinado
sin remedio al servicio exclusivo del refinamiento material y,
consiguientemente de la degeneración moral.”
Así en lo referente al estudio de la Sagrada Escritura y de la religión,
Förster da la alarma contra un intelectualismo que no envuelva el alma.
Escribe: “Si hay algo que se pueda considerar como la condición más
importante para comprender la religión, esto es, sin duda, el despertarse de
toda el alma. El conocimiento de sí mismo es el verdadero medio para el
despertar de nuestras energías psíquicas. Ciertamente a ello contribuye
también la inteligencia, pero no ya dirigida a deducciones abstractas, sino
a la observación de la vida real en sí mismo y a su alrededor, de la
discordancia de nuestra voluntad, de los más profundas motivaciones de cada
acción y omisión, de las causas de toda ilusión.
Y cita el siguiente texto de Robert Saitschick:
“Muy por encima del sentimiento y de la inteligencia domina la visión
interior- en ella está la fuente de las más profundas acciones creadoras, la
fuente de la luz, que brilla más clara, más viva, e incomparablemente más
segura que cualquier luz de la inteligencia. No fue a partir de definiciones
intelectuales que los apóstoles del Cristianismo encontraron su fuerza
invencible; no fue a partir de la luz fría y uniforme de unos conceptos de
donde les vino aquella fe imperturbable; no fue un intelectualismo
igualatorio lo que les dio la atracción de la inspiración interior, la
determinación por el fin, la seguridad en la vida y en la muerte……. Sólo
cuando maduran en nosotros para la contemplación todas las fuerzas del alma,
por la purificación de la voluntad y del verdadero amor, sólo entonces
podemos reconocer la verdad cristiana en su esencia; y es entonces, por vez
primera, cuando esta verdad se convierte en una posesión inalienable y
firme, y nuestra inteligencia encuentra también la más segura y apremiante
expresión.”
No quiero alargarme con otras citas. Me parecen que las ya aportadas sean
suficientes para demostrar que Forster no desprecia en absoluto el estudio y
la vida intelectual, sino que quiere que la vida intelectual tome de la vida
profunda del alma su más genuina inspiración. En este sentido, la lucha
diaria para vencerse a sí mismo en el cumplimiento de los deberes propios,
principalmente- pero no sólo- en al ámbito del trabajo doméstico, si es
sostenida por toda la energía y la luz del alma que busca la purificación y
el ejercicio del amor, se convierte en el verdadero manantial del
conocimiento de la vida y de la iluminación interior sobre las verdades más
profundas. Sobre esta base el estudio realizará posteriormente sus propias
conquistas. Aunque Förster habla poco de este segundo aspecto en algunos
lugares, sin embargo no es difícil completar su pensamiento.
Hagamos ahora una comparación con la actualidad. A mi modo de ver la
situación no ha mejorado en absoluto. Es más, probablemente ha empeorado. Me
parece que el mundo quiere resolver sus problemas haciendo la vida más
fácil, más placentera, más excitante, por medio de la técnica y con la
difusión de la enseñanza. ¿Pero de qué enseñanza? ¿De un estudio enraizado
en la vida del alma? No me parece tal. Incluso la exégesis bíblica
frecuentemente se torna árida a causa de los tecnicismos, si no pretende
forzar el sentido de las Escrituras para acomodarlo a la mentalidad en boga.
Si, además, se analiza cuáles son los estudios más solicitados, me parece
que dominan las ciencias políticas, la economía, el comercio y la
informática.
Y no me parecen las materias más apropiadas para conducir al
ser humano al conocimiento profundo de sí mismo. Recuerdo haber leído en un
ASL este anuncio con la siguiente frase: “Si usas anticonceptivos podrás
seguir estudiando”. ¡ Bonito modo de acercar el estudio a la vida del
espíritu ¡. San Benito pensaba muy sensatamente que, si este debe ser al
ambiente de estudio de nuestras universidades, valía más refugiarse en la
montaña para poder encontrarse a sí mismo bajo la mirada de Dios.
Quisiera ahora volver a la Regla de san Benito. “El ocio es enemigo del
alma”, se lee allí.; “y por tanto los hermanos deben ocuparse en trabajos
manuales en determinadas horas, y en otras, también establecidas, en el
estudio de las cosas de Dio”. San Benito, se ve, piensa también en el
estudio. No se trata naturalmente de la simple erudición escolástica, sino
de la búsqueda de Dios de la que hablas tú también. Ahora bien, en la vida
monástica todo está organizado en la vida cotidiana en vistas a la victoria
sobre sí mismo- la obediencia- y al ejercicio de la caridad fraterna- el
servicio recíproco en los trabajos de todos los días.
Este ejercicio
práctico, fundado esencial y exactamente sobre el trabajo doméstico, queda
transfigurado por la luz de Dios y de su Palabra que anima, come una melodía
interior, la vida del monje: están los tiempos de estudio de las cosas de
Dios, la lectura durante la refección; más aún, está el rezo del Oficio
Divino que divide toda la jornada y anima desde dentro todas las
actividades, un rezo que, con el desarrollo de la vida benedictina, se
enlaza con la solemnidad de las celebraciones, de los edificios, de los
hábitos, de los manuscritos miniaturizados y, sobre todo, del canto-
cultura, pensamiento, arte, melodía que animan con un soplo de poesía e
inspiran con un brillo del cielo todas las actividades del monje.
De este modo del sencillo trabajo doméstico de cada día y del espíritu
divino que lo vivifica nacen las grandes ideas, los grandes proyectos para
la salvación del mundo, a realizar sin sustraerse jamás al sacrificio diario
de la vida fraterna en comunidad: nada que ver con la cultura abstracta,
alejada de la vida del alma.
Está además el espíritu de la cruz, que da valor supremo a la abnegación
diaria del monje “de modo que no apartándose nunca del magisterio de Dios, y
adhiriéndose con perseverancia a su doctrina dentro del monasterio hasta la
muerte, nos unimos con nuestro sufrimiento a los padecimientos de Cristo
para merecer ser también partícipes de su reino”. Pero no es sólo la cruz;
está también la bienaventuranza: “con el progreso en las virtudes monásticas
y en la fe, el corazón se ensancha y el camino de los divinos preceptos se
recorre en la inefable suavidad del amor”.
Hemos celebrado ayer Santa Cecilia y por eso me viene espontáneamente el
hablar de música. En el monasterio, el canto penetra en el alma e ilumina
los corazones, transfigurando el sentido sublime de la Palabra de Dios- el
libro de la Consolación de Isaías (Is 40, 1ss.), cantado en las antiguas
lecturas latinas del oficio de Navidad, revelaba todo su contenido secreto:
es un canto de penitencia que se trasforma en un eco del cielo y de su
bienaventuranza. Escuchaba esta mañana en Radio María el comentario del
padre Livio sobre el Evangelio del día: “Venid, benditos de mi Padre….”. El
padre Livio comentaba: estas palabras son una música más bella que la música
de Beethoven, de Mozart, de Vivaldi: es la música del cielo, de la
bienaventuranza eterna. Y yo he pensado: ¿acaso no sentimos ya esta música
si, a través de todos los medios que he mencionado, la Palabra de Dios se
enlaza con toda nuestra vida? Y entonces me ha venido a la mente el día de
tu Bautismo.
Fue en la iglesia de Santa María in Traspontina, en Roma. Yo, joven
sacerdote aún, administré el Bautismo y en la breve homilía recordé el
origen de tu nombre “Benedicta”- lo había encontrado en un escrito del
cardenal Schuster.: “Este nombre viene del Evangelio y, más exactamente del
pasaje del juicio final, cuando Jesús dice: “Venid, benditos de mi Padre….”
Así, esperamos que esta niña, a través de las pruebas de la vida, en el
ejercicio de la caridad, pueda llegar un día a la felicidad sin término”.
Pero la bienaventuranza la pregustamos ya desde ahora- como lo vemos
expresado en la Regla- si en la fatiga de la obediencia hacemos vivir en
nosotros verdaderamente al espíritu de inmolación de Cristo.
¿Todas estas reflexiones no podrían sugerirnos la posibilidad de revisar la
vida familiar de un modo nuevo – como te lo hacía notar en los mensajes
anteriores- a pesar de las dificultades a las que tú haces referencia. ?
Puedo equivocarme, pero me parece que no puede faltar, en presencia de una
grave exigencia fundada realmente en la verdad de los hechos, una
creatividad dispuesta a revisiones sustanciales. ¿Cuántas familias, ante la
necesidad de afrontar el hecho de un hijo drogado o encarcelado o de una
hija abandonada por su marido, han tenido que adaptarse a cambios de vida
frecuentemente dramáticos? Quizás, en las actuales circunstancias, se podría
proponer la exigencia de cambios que afecten igualmente a la vida de las
familias, al fin de prevenir, en cuanto sea posible, que los hijos
inquietos, desadaptados o viciados, se encaminen por caminos sin salida.
Se trata de sugerencias sobre las que se podría pensar con prudencia, pero
también con decisión y espíritu crítico- y no sólo sobre las presentes
reflexiones, sino también sobre la marcha común de la sociedad.
Me he alargado demasiado, pero termino, y lo hago mandándote mis más
caluroso saludos y bendiciones.
Tuyo aff.mo
D. Massimo
Farfa, 23.11.2008
Querida Benedetta: releyendo mi última contestación a tu carta me da la
impresión de haber sido demasiado unilateral y de no haber valorado y
apreciado suficientemente tus justas observaciones sobre el valor del
estudio. Probablemente me expresé mal. Otra de mis fuentes de inspiración es
santo Tomás de Aquino quien, ciertamente, no despreciaba el estudio y la
investigación intelectual. Para intentar aclarar las cosas me limito ahora a
poner de relieve que la parte más consistente, en su conjunto, de la Summa
Teologiae es la segunda, es decir la parte moral. Creo que este hecho nos
hace comprender el grado en que la reflexión de santo Tomás estaba dirigida
al conocimiento del espíritu humano. Añado otras dos observaciones: la
primera es que Förster admiraba mucho a santo Tomás – en otro momento te
citaré un texto suyo muy significativo – y que él mismo era profesor
universitario de pedagogía (no se puede por tanto pensar que no amase el
estudio); la segunda es que, en siglos pasados, las materias fundamentales
de estudio en las universidades eran las ciencias morales y metafísicas.
Hace poco tiempo he tenido la oportunidad de examinar un volumen de primeros
del 700 que contenía las lecciones universitarias de no recuerdo ahora qué
gran centro europeo. Me he quedado impresionado por la inmensidad de
argumentos sobre la vida moral del ser humano que el volumen sacaba de una
antigua tradición, fundamentalmente – pero no exclusivamente – de la Etica
de Aristóteles. En otro tiempo ésta era considerada como la cultura
superior. Quizás convendría volver a pensar estas cosas a fin de encontrar
la justa relación entre la cultura y la vida y poder afrontar en su realidad
más concreta los problemas de la vida individual, familiar y social de hoy
día. Con cariño.
D. Massimo
Farfa, 27.11.2008
Quinto documento (cita)
“Hacer nacer una conciencia viva y atenta, animar e iluminar “desde dentro”
asiduamente nuestro yo material…Tal es el sentido de la historia de Marta y
María. Aparentemente el Cristianismo desacredita el trabajo, al proponer
fines superiores al trabajo y arrancar al ser humano de la pura idolatría de
la producción. “María ha elegido la mejor parte” ¿Acaso esta expresión
minusvalora el trabajo? No: justo cuando el ser humano se eleva por fines
sublimes a la suprema conciencia de su destino espiritual, justo entonces el
trabajo se le presenta con una nueva luz que lo transfigura: se le presenta
como un medio de acción para la victoria del espíritu en la vida, como una
escuela de dominio de sí mismo; y todas las energías latentes, despertadas
en la profundidad del alma para la consecución del fin superior, se
trasforman a favor del trabajo.
Sucedió así que justamente el Cristianismo, que pone a María por encima de
Marta, despertó también inagotables energías para los trabajos más penosos,
humillantes y desinteresados. Prometiendo la corona de la vida al vencedor,
el Cristianismo corona propiamente el trabajo que requiere una mayor
victoria sobre nosotros mismos.
María, que aspira a esa corona y que en comparación con ella tiene como
despreciables las cosas terrenas, es la mejor trabajadora…….su energía para
trabajar tiene fuentes más grandes y copiosas, es guiada por un amor
superior (….).
El antiguo lema ora et labora tiene un sentido muy profundo, porque quiere
afirmar que para la energía, la constancia y la seguridad del esfuerzo en el
trabajo es decisivo que el alma se mantenga unida a su destino supremo, se
separe del mundo de lo aparente y transitorio y se llene a sí misma del
intenso deseo de una perfección que no es de este mundo: y, de este modo
purificada y firme, rija cada acción creadora y transforme el trabajo
terreno en trabajo celestial, en una obra dirigida a honrar y a extender el
mundo espiritual(….).
El ora et labora, sin embargo, no se refiere solamente al trabajo manual,
sino, y sobre todo, a esa parte más difícil de todo trabajo de servicio
personal, es decir al modo de tratar con los hombres. Si no hay grandeza de
pensamientos y de ideales, la inmediata y estrecha relación con el hombre
real, con todos sus caprichos y todas sus debilidades y con sus
preocupaciones egoístas, contribuirá a amargar y paralizar la vida interior
más que a animarla y acrecentarla. El amor de Marta esta obcecado por el
espíritu de una inquieta actividad; a su amor le falta la mirada penetrante
del alma pacificada y recogida, que aplica sus ejercicios de contemplación y
de meditación a las relaciones con los otros y se toma el tiempo necesario
para reflexionar y profundizar en el amor. Sin esta suerte de contemplación
no puede haber de la acción práctica nada más que estancamiento, disolución
y lucha.
Marta no conoce bien al ser humano. Por lo demás, la inferioridad de Marta
respecto a María se manifiesta también en esto: ella, por falta de una luz
superior, debe sucumbir a las preocupaciones y a las dificultades del
servicio diario, y no encuentra remedio alguno contra las desilusiones que
le produce su relación con los otros, no encuentra ninguna interpretación
conciliadora, ninguna idea de cómo hacer que todo pueda ser utilizado y
transformado en provecho del yo interior. Y por esto se explica el grito
angustioso que brota hoy de la vida de Marta, es decir del mundo del
servicio llevado a cabo de forma estúpida y sin alma; y se explica también
el rechazo de tales servicios para dirigirse al recinto del trabajo
impersonal y puramente espiritual. Pero la solución es, como hemos visto,
que el servicio sea puesto en relación con la vida espiritual del ser
humano, de modo que sirva a ésta y de ésta sea servido, fortificado, elevado
(….)
Por eso, la escuela ideal de economía doméstica no es la de Marta, sino la
de María, en la que, con una radical atención al alma y con el ejemplo de
los grandes héroes y heroínas del amor y de la abnegación, las aprendices
sean tan eficazmente iniciadas en la vida superior del alma y tan claramente
conocedoras del lazo que une su trabajo con esta vida superior que se
sientan verdaderamente como sacerdotisas del espíritu y del amor en el mundo
de lo material.
De Cristianismo y lucha de clases de Friedrich Wilhelm Förster.
UNA LECTURA ORIGINAL DE LA REGLA BENEDICTINA
PROPUESTA PARA UNA VIDA DE FAMILIA
INSPIRADA EN LA REGLA DE SAN BENITO
Como he intentado mostrar en otro lugar, san Benito y la tradición monástica
han querido organizar la vida cotidiana de la comunidad a la luz de la
sabiduría humana y cristiana, de modo que el individuo deseoso de vivir
cristianamente no vea obstaculizado su proyecto por la comunidad en que
vive, sino que sea sostenido por ella. Este ordenamiento presenta dos
elementos: la disposición práctica de las acciones y la disposición interior
que debe animarlas. El primer elemento incluye los modos y los horarios a
seguir en los diversos ámbitos de la acción (es decir, el trabajo, el
descanso, las comidas, las salidas, el vestido, etc.). El segundo incluye
las disposiciones espirituales correspondientes, es decir la humildad, la
obediencia, la caridad, la oración, la escucha de Dios, etc. y las
condiciones concretas que las favorecen. De estos elementos y de su mutua
interrelación surge un cuadro completo y detallado de vida comunitaria,
fruto de la profundización de la tradición monástica precedente llevada a
cabo por san Benito después de años de experiencia, desarrollado
sucesivamente por sus seguidores en el correr de los siglos.
Intentaré ahora extraer de esta tradición los diversos aspectos, exteriores
y exteriores, según los cuales debería organizar la propia vida una familia
deseosa de salvarse, a través de la sabiduría humana y cristiana, del
desorden actualmente reinante .
En primer lugar intentaré ordenar dos series de disposiciones- exteriores e
interiores- inspiradas en la Regla de san Benito y en su desarrollo
posterior, adaptadas al espíritu de una familia.
1. Las disposiciones exteriores tienen como punto de mira el trabajo
(doméstico, profesional, creativo), el descanso, las comidas, el vestido,
las salidas, los ambientes, la ornamentación, los instrumentos.
2. Las disposiciones interiores dependerán en gran parte de aquellos
aspectos de la vida familiar dirigidos más directamente a cultivar el
corazón y la mente: la oración, común y en privado, la caridad dentro y
fuera de la familia, el servicio recíproco, el diálogo fraterno, el tiempo y
el modo de tertulia y de silencio, la lectura, la música, el canto sagrado y
profano, el esparcimiento y el arte más tradicional, los medios modernos de
diversión, de expresión artística y de comunicación, la organización de la
casa (el lugar de culto, la biblioteca, el ambiente del trabajo común, la
decoración artística y las imágenes devotas).
A continuación examinaremos con detalle los puntos anteriores-
1.El trabajo
1.1.El trabajo doméstico
Sírvanse los hermanos uno al otro, de modo que ninguno sea dispensado del
trabajo de la cocina, a no ser por enfermedad o por estar ocupado en
negocios de gran utilidad, porque de este modo se consigue una mayor
recompensa y un mayor mérito en la caridad
Santa Regla, c. 35
Aparece ya en este punto, como sucederá con todos los puntos que
examinaremos, que para san Benito el trabajo manual es, de hecho, un empeño
espiritual, porque el humilde servicio doméstico- la cocina en este caso-
significa ejercicio de la caridad fraterna, victoria sobre el propio egoísmo
y sobre la pereza, imitación de Cristo obediente y sufriente. Esta enseñanza
de san Benito aplicada a la familia no es sólo una norma práctica para
aliviar el trabajo de la madre de familia distribuyendo el trabajo entre
todos los miembros de la familia: mucho más que eso, es un poderoso medio
educativo a través del cual los hijos – naturalmente también los adultos –
aprenden, no con palabras sino con hechos, el significado del amor fraterno
y adquieren, con la práctica de cada día, la virtud de la caridad, de la
laboriosidad, de la paciencia, de la atención, de la precisión. Sin esta
enseñanza la lección de catecismo sirve a muy poco. Me parece superfluo
subrayar el influjo positivo que esta práctica- y aquellas de las que
hablaremos a continuación-ejercería sobre el afecto recíproco, sobre la
mutua comprensión- incluso generacional- sobre la estabilidad de la familia.
1.2.El trabajo profesional
Si en el monasterio hay hermanos expertos en cualquier arte, lo ejerciten,
pero con toda humildad y sólo con el consentimiento del abad. Si alguno de
ellos monta en soberbia por la pericia en un arte, porque piensa que aporta
una gran utilidad al monasterio, se le aparte de ejercer aquel arte y no se
le permita ejercerlo por más tiempo, a no ser que se humille y el abad se lo
permita de nuevo.
Santa Regla, c.57
La enseñanza de san Benito puede ser preciosa también para la vida familiar
en este aspecto. La Regla, en efecto, establece el principio fundamental de
que lo que cuenta realmente no es tanto la habilidad profesional o los
títulos universitarios o el escalafón en la sociedad, sino el humilde
conocimiento de la propia pobreza ante Dios y la disponibilidad a la
renuncia de sí mismo y del propio interés o placer en favor del servicio
fraterno. Bajo este prisma, el trabajo en casa puede ser más fecundo en
bendiciones para quien lo ejecuta y para toda la familia que el más
brillante trabajo profesional, aunque este aporte- al menos en apariencia-
mayores ventajas financieras. Porque las mismas ventajas financieras podrían
verse gravemente comprometidas por la falta de humildad y de caridad, por la
consiguiente carencia del afecto familiar, por una falsa escala de valores
propuesta en la educación de los jóvenes. San Benito no se deja encandilar
por la perspectiva de un mayor bienestar económico o de prestigio social: lo
que para él cuenta es el bien de las almas y la armonía fraterna que de ello
nace. Decía un sabio: “No tenemos necesidad de profesores, sino de monjes”.
Del mismo modo podría decirse: no tenemos necesidad de profesionales, sino
de madres, padres, hijos e hijas que no sean sólo profesionales, incluso en
la vida social. Es necesario añadir, además, que toda profesión sale ganando
bajo todos los aspectos cuando se pospone y somete humildemente al verdadero
bien de las almas.
1.2.El trabajo creativo (artístico y artesanal)
Considere todos los objetos y bienes del monasterio como vasos sagrados de
altar.
Santa Regla, c.31
Para ilustrar este punto- como otros que veremos a continuación- debemos
tener en cuenta la multisecular tradición benedictina. Aunque san Benito no
hable de arte, los monasterios de sus monjes se han distinguido siempre,
siglo tras siglo, por las producciones artístico-artesanales ligadas a la
vida de oración y de trabajo de todos los días. Los libros litúrgicos han
sido siempre adornados con espléndidas miniaturas, los ornamentos sagrados
siempre confeccionados con maravillosos bordados, los vasos del altar han
dado la oportunidad para los trabajos de orfebrería, los coros de madera
siempre artísticamente tallados, por no hablar de las obras arquitectónicas,
pictóricas, escultóricas de las iglesias, capillas, claustros, pasillos y
lugares comunes. A estas expresiones propiamente artísticas se pueden añadir
las actividades artesanales menores, como el coser, el remendar, la
confección de dulces etc.
En todo ello, el cuidado ordinario y extraordinario por con el culto y por
el orden de la casa, manifestado frecuentemente en el trabajo doméstico,
reciben una inspiración espiritual y estética que nace de la conciencia
humana y religiosa de los monjes, y que añaden, a las ventajas ya señaladas
del trabajo manual, un nuevo elemento. Hacía notar Förster cómo
desempolvando con cuidado las estatuillas de porcelana se aprende a tratar
al prójimo con delicadeza y consideración. Si a ello se añade el esfuerzo, a
veces arduo, de proyectar en los materiales y en los objetos de uso
ordinario la expresión sensible de la propia creatividad y del propio amor
por un ideal estético humano y religioso, el trabajo se convierte en algo
profundamente educativo, como dominio del espíritu sobre la materia, del
alma sobre el cuerpo y sobre el mundo sensible, y en fuente de alegría
interior para sí mismo y para los otros.
De lo dicho, se puede deducir el daño causado por la casi total desaparición
del trabajo artístico y artesanal en la vida cotidiana de las familias y de
su sustitución por el trabajo puramente mental y abstracto del estudio
escolar, por la actividad profesional fuera de casa y por los juegos y las
diversiones con artificios electrónicos y espectáculos televisivos que se
consumen pasivamente durante horas. Se ha constatado en los jóvenes de hoy
un desorden material y mental que sería fácilmente corregido con el esfuerzo
asiduo en actividades manuales y artesanales. Querría añadir que la
decadencia actual de las bellas artes depende en gran parte, sin ningún
género de dudas, de la carencia de aquella base familiar artesana de la que
he afirmado que ninguna academia puede sustituir.
Resulta superfluo a estas alturas subrayar cuánto podría aprender de la
tradición benedictina en este campo la familia actual.
2.El descanso
Inmediatamente después de la cena vayan todos a sentarse juntos, y uno lea
las “Colaciones” o las “Vidas de los Padres” u otra obra que sirva para la
edificación de los que escuchan; pero no se lean los siete primeros libros
de la Biblia ni los libros de los Reyes, porque no sería de utilidad a la
mentes débiles escuchar a esa hora estos libros de la Escritura…..Cuando se
levanten de madrugada para la 0bra di Dios exhórtense mutuamente con
delicadeza a fin de rechazar las excusas de los somnolientos
Santa Regla, cc. 42 y 22
La Regla y la tradición benedictina prevén momentos de esparcimiento común
después de la comida y de la cena, para relajarse de las fatigas del día.
Para san Benito el momento de esparcimiento después de la cena se condensa
en un tiempo de lectura espiritual, seguido de la oración conclusiva de la
jornada- las Completas- y del reposo nocturno, naturalmente regulado por un
horario preciso. El levantarse por la mañana está también reglamentado por
un horario preciso, que, sobre todo en verano, es muy temprano.
Para una aplicación de estas costumbres a la vida de familia podemos
mantener tres puntos: la noche es un tiempo de esparcimiento dedicado, antes
del descanso nocturno, a las lecturas y actividades que recreen el espíritu;
llegada la hora establecida- no demasiado tarde- todos se retiran para el
descanso; ya desde pequeños los niños deben habituarse a levantarse sin
concesiones a la poltronería.
Vemos como esto es descuidado hoy en día: por la noche nos dedicamos
fácilmente a actividades y diversiones rumorosas y extenuantes,
frecuentemente fuera de casa y hasta muy entrada la noche; no existen
horarios comunes para el descanso nocturno; niños y adultos son capaces de
estar en la cama, cuando les es posible, hasta la hora de la comida e
incluso más tarde aún. En este punto es absolutamente necesario ir contra
corriente: es una exigencia de carácter espiritual y físico.
En el siglo XIX, Alfonso Gratry escribió una página maravillosa titulada La
noche y el descanso que no ha perdido nada de su actualidad. Extraigo
algunas de sus frases:
“¡El empleo de la noche! ¡El respeto de la noche! ¡Qué importante cuestión
práctica!…. En este punto es necesario saber romper con las costumbres
actuales…. ¿Qué son nuestras conversaciones nocturnas, nuestras reuniones,
nuestros juegos, nuestras visitas, nuestros espectáculos? Se dirá que son
descanso. Pero yo lo niego. El que se disipa no descansa. El cuerpo, el
espíritu, el corazón, consumidos, disipados lejos de sí mismos, se sumergen,
después de una velada inútil, en un sueño pesado y estéril que no
proporciona ningún reposo, ya que la vida demasiado dispersa no deja tiempo
ni fuerzas para fortalecerse en sus raíces…..El descanso es necesario; y,
hoy en día, tenemos más necesidad de descanso que de trabajo….Nos hacemos
inútiles más por falta de descanso que por falta de trabajo…El descanso es
la vida que se concentra y se fortalece en sus raíces…La vida debería estar
compuesta de trabajo y de descanso, como el sucederse del tiempo sobre la
tierra se compone de día y de noche…El descanso, moral e intelectual, es un
tiempo de comunión con Dios y con las almas y de la alegría de esta
comunión…. Nada hay que nos lleve tan poderosamente al verdadero descanso
como la buena música.
El ritmo musical nos hace regular los movimientos y lleva a cabo en el
corazón y en el espíritu, y también en el cuerpo, lo que el sueño realiza
sólo en el cuerpo, restableciendo el ritmo de los latidos del corazón, de la
circulación de la sangre y de la respiración. La buena música es hermana de
la oración y de la poseía. Su influjo aporta inmediatamente al espíritu la
fuerza de los sentimientos, de las luces, de los arrebatos, conduciéndonos a
nuestras raíces. Lo mismo que la oración y la poesía, con las cuales se
funde, la música hace elevar la mirada al cielo, lugar de descanso….Que el
descanso nocturno sea un negocio del espíritu y del alma, un tender común
hacia lo verdadero con un sencillo estudio de las ciencias, hacia lo bello
con las artes, hacia el amor de Dios y de los hombres con la oración; dad
semillas luminosas y santas emociones al sueño, durante el cual Dios las
cultivará en el alma de su hijo dormido”.
Es importante observar cómo la moderna biología ratifica plenamente cuanto
Gratry escribe a propósito del descanso del cuerpo: las fuertes pulsiones
que el organismo recibe durante el día provocan respuestas continuas del
aparato celular, con errores y desequilibrios que el sueño nocturno tiene la
función de corregir y armonizar. La falta del descanso nocturno adecuado
provoca envejecimiento precoz. Este funcionamiento se extiende incluso a la
esfera infrahumana y, en épocas anteriores, el desarrollo de la vida animal
ha permitido el desarrollo de la vida vegetal con el alternarse del día y de
la noche.
De lo aquí expuesto se podrían deducir normas que establezcan, para las
horas que preceden al descanso nocturno, un sustancial recorte (que no debe
ser ni excluyente ni diario e indiscriminado, sino moderado y elegido) del
uso de la televisión y de los videocasetes o DVD- a ser vistos en común- y
sobre todo la búsqueda de la comunión de espíritus entre los familiares a
través del diálogo, el gozo compartido del pensamiento y del arte- en
especial la música y la poesía-, la oración en común.
3-Las comidas
A quien no llegare al comedor antes del verso, de modo que todos juntos
reciten el verso y oren, y todos juntos se sienten a la mesa, si la tardanza
es debida a la negligencia o a la mala voluntad, se le llame la atención
hasta por dos veces…… Nada de más inconveniente para un cristiano como los
excesos en la comida, como dice nuestro Señor: “Vigilad para que vuestros
corazones non se emboten por el excesivo alimento”…En las comidas de los
hermanos no debe faltar la lectura
Santa Regla, cc. 44, 39, 38
Las enseñanzas que una familia debería extraer de la Regla de san Benito en
este apartado se pueden resumir en estos cuatro puntos: 1. La comida debe ir
precedida de la oración en común; 2. En la medida de lo posible respeten
todos las horas establecidas y estén presentes desde la oración inicial; 3.
En el comer y en el beber se ejerciten la sobriedad y la mortificación
cristianas; 4. No son convenientes para una familia, que no es una comunidad
religiosa, la lectura y el silencio en la mesa, pero ello no impide que la
comida sea un momento de comunión humana y espiritual entre los presentes-
como era en todas las culturas tradicionales- , en especial hoy en día,
cuando los deberes laborales y de estudio mantienen separados a los miembros
de la familia casi todo el día. Por ello, debería ser excluido durante las
comidas el uso de la televisión y se debería favorecer, por el contrario, la
conversación cordial entre todos. Esto resultará mucho más fácil, como he
dicho antes, si los trabajos de la cocina, del servicio, de la lavandería y
del arreglo de la casa no recaen todos sobre una sola persona, sino que son
compartidos caritativamente por todos.
Se puede añadir que una nota muy importante para hacer más viva la alegría
de la refección común es la calidad de la comida y el perfeccionamiento en
el arte culinario. Tampoco este aspecto ha faltado en la tradición de la
vida monástica y entra de lleno en el apartado sobre el valor educativo del
trabajo artesano, del que he hablado anteriormente.
A este propósito es oportuno hacer una referencia al problema de la
alimentación, que ha cambiado notablemente en tiempos recientes tanto en la
calidad como en la cantidad. En este cambio, que despierta bastante
preocupación por la salud física y psíquica de las nuevas generaciones y por
la relación malsana con la creación, han influido el abandono o la
disminución del trabajo doméstico, la falta generalizada de atracción por la
casa y por el trabajo artesano, el alejamiento de la naturaleza y la
urbanización masiva, la difusión de modelos de consumo ofrecidos por
sociedades extranjeras altamente industrializadas, propagadoras de una
publicidad agobiante e invasora, el consiguiente olvido de las tradiciones
alimenticias mediterráneas , y otros factores análogos. Todo ello ha
favorecido una cocina globalizada, uniforme y privada de una relación
natural con la producción primaria de los alimentos.
Frecuentemente los jóvenes y los adultos, los hombres y las mujeres,
incapaces de emplear su tiempo en el arte de la alimentación, optan por el
llamado fast food, con el resultado de consumir regularmente alimentos
adulterados nocivos para el organismo. A ello debe añadirse el exceso en la
cantidad y el desorden de los horarios, debidos a la ausencia generalizada
de autodisciplina moral, considerada como algo ya superado y no aconsejable
en la civilización moderna.
A estos graves desvíos, que no se pueden infravalorar, se pueden oponer, en
primer lugar, los tres “ingredientes principales” formulados por los
expertos de una alimentación sana: genuinidad, estacionalidad y
territorialidad, es decir el cuidado por adquirir alimentos no adulterados
desde su más lejano origen, propios de la cada estación y producidos en el
territorio en que se vive.
Además, como ya se ha puesto de relieve, es necesario volver a valorar,
particularmente en este aspecto, el trabajo doméstico y artesanal, el amor a
la casa, el valor del tiempo que se trascurre en ella, la dedicación y los
ritmos necesarios para un esfuerzo que requiere paciencia y precisión.
Volvemos a repetir que la implicación de todos los miembros de la familia
facilitará el trabajo de la madre y será educativo para todos. Finalmente,
es necesario redescubrir, también para nuestra sociedad, la importancia de
la austeridad, de la sobriedad, de la mortificación, de los tiempos de
ayuno: todas estas cosas que reafirman la actualidad de la Regla
benedictina.
4.El vestido
Creemos… que al monje le bastan la túnica….la cogulla…..el escapulario….Las
cogullas y las túnicas para viajar sean algo mejores que las que se usan
habitualmente
Santa Regla, c. 55
En tiempos de san Benito los monjes tenían ya un hábito que los distinguía
de los seglares, pero la preocupación de san Benito era la pobreza del
religioso que no debe poseer nada superfluo. Notemos, sin embargo, que en la
Regla no falta la preocupación por la decencia, sobre todo cuando se viaja.
La tradición benedictina posterior, representada en este punto por el
movimiento cluniacense de los siglos X-XI, desarrolló la solemnidad de los
hábitos corales para la liturgia. Así, la cogulla, que en origen era un
vestido monástico muy simple, pasó a ser una vestido artísticamente
confeccionado, apto para las más solemnes celebraciones litúrgicas.
Vemos, pues, que san Benito no deja al azar este particular de la vida
diaria, sino que da normas precisas. Adaptando esta tradición benedictina a
las circunstancias propias de la vida de familia, se puede subrayar, por una
parte, la exigencia de la sobriedad y de la renuncia al lujo excesivo- hoy
también a la extravagancia y a la indecencia, oponiéndose a las fortísimas
presiones de la moda y de la propaganda comercial- y, por otra, el cuidado
por una estética que exprese realmente la índole íntima de la persona y de
la familia. En esta perspectiva las revistas de moda de finales del
Ochocientos y comienzos del Novecientos no son sólo una lección preciosa
sobre el vestido, sino también una verdadera escuela de espiritualidad.
5.Las salidas fuera de casa
Los monjes que deban salir de viaje se recomienden a las oraciones de todos
los hermanos y del abad; y recuérdese a todos los ausentes en la última
oración del Oficio divino.
Santa Regla, c. 67
La vida monástica implica una estrecha comunión con la propia comunidad, con
su vida y con todas sus necesidades. Según san Benito no hay lugar para el
individualismo y la indiferencia asocial y egoísta, desgraciadamente en boga
hoy en día. Aún sin seguir a la letra el rigor de las normas benedictinas
que regulan la ausencia de los monjes en vistas a su bien espiritual a
través de la obediencia y la solicitud amorosa hacia los hermanos, una
familia podría muy bien imitar el espíritu benedictino invitando a sus
miembros a privilegiar la vida en familia sobre las actividades exteriores.
Como ya he dicho, la vida doméstica, si está bien organizada, requiere la
atención por las necesidades de todos y por el mantenimiento y el
amejoramiento, también estético, del ambiente, que de ordinario falta en las
actividades exteriores- profesionales, escolares o de diversión- y que es
altamente educativo en la formación del carácter y del sentido social y
artístico. Para ello se podrían proponer sin rigidez normas que favorezcan
el respeto de todos hacia los horarios, la llegada no demasiado tardía a
casa por la noche y, sobre todo, la solicitud de todos por una vida común
guiada por la fraternidad.
Esto, naturalmente, no para cultivar un egoísmo familiar, sino, por el
contrario, para educar a todos los miembros de la familia en un amor no de
teoría, sino práctico, que los lleve a involucrarse en los fatigosos
trabajos del servicio recíproco, fundamento de toda actividad verdaderamente
social. Mi experiencia me ha hecho ver que en los monasterios y en el campo
este sentido social se desarrolla más que en las familias y en la ciudad. A
modo de ejemplo: cuando vivía en familia en Roma, la ciudad estaba tan llena
de ruidos que cualquier rumor me dejaba indiferente y yo continuaba a pensar
en mis cosas. Llegado al monasterio en pleno campo yo continuaba a
comportarme del mismo modo: si oía un golpe o un rumor desacostumbrado, a mí
no me preocupaba. Pero, más tarde, alguien venía a reprocharme por no
haberme interesado por lo que sucedía. Así, poco a poco, he aprendido a
estar siempre atento al ambiente en el que vivo y a las necesidades de la
casa, de las personas, de la vida común.
6.Los ambientes
Los monasterios deben estar de tal modo estructurados que todo lo necesario,
es decir, el agua, el molino, el huerto y las oficinas de las diversas
artes, estén dentro del recinto del monasterio, de modo que los monjes no
tengan necesidad de caminar por fuera: algo que no ayuda absolutamente a sus
almas
Santa Regla, c. 66
La cantidad, la calidad, la disposición de los ambientes dependen de las
opciones hechas por quien funda una familia, o de la herencia de las
familias de origen. Muy frecuentemente, estas opciones están fuertemente
condicionadas por la penuria o por situaciones difíciles, a veces trágicas,
de nuestras ciudades. De todos modos, y en cuanto sea posible, los
iniciadores de una convivencia familiar deberían tener en cuenta el hecho de
que es en el ámbito familiar donde se desarrolla- o debería desarrollarse-
la más auténtica vida de la familia. Más auténtica en el sentido de que, muy
frecuentemente, la profesión o el estudio nos llevan a centrarnos en un
aspecto abstracto de la realidad, aislado del conjunto de nuestra vida. Así,
el médico analista se preocupará por la sangre, la cajera por los recibos,
el banquero por los préstamos, el universitario por una materia particular,
etc.
Es evidente que éstos son, por decirlo de algún modo, fragmentos que deben
ser integrados en la totalidad de la vida. Pero esta totalidad debería
encontrarse, sobre todo, en la vida doméstica. Por tanto, el ambiente de la
casa, práctico y agradable, debe favorecer la presencia asidua de los
miembros de la familia. Sería bueno que cada miembro de la familia- esposos,
chicos y chicas- tuvieran su propia habitación, en la que encontrar un
ambiente acogedor, como residencia habitual y lugar principal de su
actividad personal.
Debo hacer aquí una referencia al problema, tan agudo hoy, del ahorro
energético. En este aspecto se puede hacer mucho con las opciones en el
momento de la construcción de la casa o de la disposición inicial de la
habitación. Sin intención de entrar en detalles, para los que sería bueno
consultar a algún experto, podemos considerar la posibilidad de utilizar la
energía eólica y solar y las propiedades térmicas de la madera y de otros
materiales naturales o sintéticos. A veces, determinadas opciones implican
un cambio de costumbres y, frecuentemente, una mayor austeridad en el uso
del agua, de los alimentos o de las diversas fuentes de energía, favorecida
por la profundización en el sentido moral y religioso.
En la segunda mitad de los años 60 del Novecientos, por motivos
exclusivamente ideológicos unidos a la obsesión entonces imperante por el
colectivismo, se extendió como mancha de aceite la costumbre de centralizar
las fuentes de energía. En los centros urbanos se hicieron gastos inmensos
para montar calefacciones y otros servicios centralizados, eliminando la
calefacción particular de cada apartamento. Cada familia debía pagar su
cuota y, en lo referente a las horas y la intensidad del abastecimiento, se
dependía de la decisión de la administración central, con el resultado
frecuente de que los apartamentos más cercanos a las fuentes de energía
reventaban de calor y a los más alejados apenas les llegaba el calor. Además
la temperatura sólo se podía bajar apagando la calefacción en cada
apartamento, pero el combustible continuaba quemándose con el consiguiente y
enorme dispendio. Mantengo todavía el recuerdo obsesivo del calor sofocante
y antinatural de los apartamentos de las grandes ciudades.
A esta mentalidad colectivista la doctrina católica tradicional opone el
principio de subsidiariedad, según el cual todo organización menor tiene el
derecho de llevar a cabo sus finalidades libremente, sin sentirse ahogada
por las grandes organizaciones, cuyo único deber es intervenir en apoyo de
la organización menor cuando ésta no está en grado de llevar a cabo con
solvencia todas sus funciones. Esta doctrina nace de la confianza en la
libertad humana, cuando se rige por la justicia y por la caridad, y de la
valorización de la función insustituible del dinamismo interior de cada
persona: sólo de la santificación de la vida espiritual de cada uno puede
surgir un renacer de la sociedad.
Bajo este punto de vista se puede comprender la importancia de una relativa
autonomía y, en la medida de lo posible, de un cierto aislamiento de cada
habitación y de sus servicios, y no solo por razones de ahorro de energía,
sino para poder favorecer el desarrollo de aquella iniciativa individual de
la que nace el esfuerzo moral por la fraternidad, hoy absolutamente
necesario, que el colectivismo tiende a sofocar.
7.El mobiliario
Si alguno trata las cosas del monasterio con poca limpieza o con
negligencia, sea reprendido. En caso de no enmendarse, se le castigue según
está establecido.
Santa Regla, c.32
Para poder ser apto a la finalidad a que es destinado y al mismo tiempo
agradable y acogedor, todo ambiente necesita ser convenientemente aparejado.
El aspecto artístico de los muebles, unido a elementos ornamentales, es muy
importante. Esto implica no sólo una cuidadosa elección de los muebles, sino
también el cuidado por su orden y limpieza por parte de todos los miembros
de la familia. El trabajo dedicado a ello, como ya he dicho, debe ser
distribuido equitativa y caritativamente entre todos y tiene un grandísimo
valor educativo, sea porque contribuye a educar el sentido de
responsabilidad hacia la casa común, sea porque acostumbra a la fatiga
física, al sacrificio, a la precisión, al sentido de la justicia y de la
caridad y también al sentido estético.
Este último aspecto- al que hay dar una grande importancia- podrá ser más
desarrollado con la dedicación a crear con las propias manos los muebles y
adornos artísticos de la casa. Lo fragmentario del trabajo profesional, lo
abstracto del trabajo mental, lo mecánico de las modernas actividades
industriales, podrá ser compensado en gran manera por esta actividad manual
creativo-artística llevada a cabo para embellecer la propia morada.
8. Los instrumentos
Para que el vicio de poseer sea erradicado, el abad proporcione todo lo
necesario; es decir la cogulla, la túnica, los calcetines, los zapatos, la
correa, el cuchillo, la pluma, la aguja, el pañuelo, las tablillas, de modo
que se quite toda excusa a la necesidad…Aquello que hay de más, es ya de por
sí superfluo, y debe ser eliminado.
Santa Regla, c. 55
Por lo que se refiere a la cantidad y a la calidad de los instrumentos de
trabajo y de entretenimiento, una familia no podrá guiarse por el voto de
pobreza propio de la vida monástica, pero podría ser muy conveniente desde
distintos puntos de vista una cierta analogía con las disposiciones de la
Regla. En todo caso, una familia cristiana debe evitar el lujo, el
dispendio, la superficialidad. La tendencia actual a llenar la habitación de
los niños con una cantidad exorbitante de juguetes y muñecos es
auténticamente destructiva para la formación del carácter de los pequeños.
Esto fomenta la pereza, la excitabilidad, la avidez, el egoísmo. San Benito
puede sugerirnos sobre todo medir nuestras preferencias a tal fin: debemos
hacer, ciertamente, que el niño- y no sólo él- encuentre en su habitación el
lugar apto para una vida sana de trato humano, de juego, de trabajo, de
estudio, de descanso.
Para todo ello es necesario dosificar sobria y prudentemente el uso de
aparatos electrónicos, admitidos hoy en día, por desgracia, sin ningún
criterio de discernimiento en el ajuar de los pequeños. A esta fatal
costumbre se debe oponer la siguiente consideración: el niño se encuentra en
una etapa inicial de su desarrollo en la que todo su sistema neuro-cerebral
está en fase de formación. En tal situación tiene una absoluta necesidad de
contacto con el mundo real, marcado por la experiencia de la distancia, del
peso, del esfuerzo, del calor, del frío, del trato directo con la
naturaleza-inanimada y animada- y con los hombres. Nada de esto puede ser
sustituido en absoluto por el mundo virtual, carente de los caracteres
propios de la realidad. Por ello, la dedicación precoz y prolongada de los
pequeños en el uso de aparatos electrónicos- sean éstos las pantallas de
diversas clases, sean los teléfonos móviles, las cufias u otros- es
absolutamente destructivo.
Sólo cuando el ser humano está bien integrado y asentado en las relaciones
naturales y humanas, constituyentes de una sana personalidad, se encuentra
en grado de enriquecer su experiencia propia y la de los demás con el uso de
los medios modernos de comunicación. Para poder comunicar se necesita haber
adquirido antes un fundamento firme de las realidades a comunicar. Incluso a
nivel mental, sustituir las operaciones propias de la mente- por ejemplo el
cálculo matemático- con elementos electrónicos- la calculadora, por ejemplo-
no puede ser inocuo para el desarrollo de la inteligencia. Por lo demás, al
abuso del mundo artificial de la electrónica no perjudica sólo a los niños,
sino también a los adultos, aunque sea con menos gravedad. La electrónica
debe tener siempre un papel subsidiario y marginal, nunca esencial y
central, en la experiencia humana.
Establecidos estos principios, podemos ahora formular las siguientes normas,
tanto positivas y como negativas: 1.hasta una cierta edad- a determinar por
los expertos- el uso de los aparatos electrónicos debe ser reducido al
mínimo, e incluso eliminado. 2. por esta razón deben evitarse la televisión
personal en la habitación, los video-juegos, los teléfonos móviles, los
auriculares etc. 3. a una cierta edad se podrá hacer un uso moderado de
ciertos de algunos aparatos electrónicos- personalmente excluiría por
completo los video juegos. El uso de la televisión debe ser siempre
moderado, no prolongado, no habitual, no solitario, sino programado para
circunstancias útiles y compartido por toda la familia.4
También el uso del ordenador y de sus variadas posibilidades debe ser
introducido gradualmente, con un atento control del tiempo y del modo. Pero
es importante integrar estas normas negativas con normas positivas: 5. Es
necesario revalorizar los instrumentos naturales y tradicionales de juego y
de trabajo, que permiten un sano desarrollo de las facultades musculares,
cognoscitivas y creativas. 6. Una vez que el niño haya adquirido una
relación correcta con la realidad y se haya aficionado a los instrumentos
naturales, encontrando gusto en la actividad física, en la inteligencia
práctica, en la creatividad estética, entonces los nuevos aparatos podrán
constituir una óptima ayuda a la actividad natural para perfeccionarla,
depurarla y comunicarla rápidamente a otros. 7.El descubrimiento de las
cosas hermosas que nuestros antepasados han realizado con sus propias manos
y con los instrumentos naturales, o en cualquier caso elementales, que
tenían a su disposición, debe restablecer una continuidad con su trabajo,
interrumpido artificialmente por la exaltación de la electrónica.
Los aparatos presentes en los lugares de la casa y, sobre todo, en las
habitaciones de los chicos, nunca deben transformar el ambiente en “ventanas
abiertas al mundo”- en realidad aquello no es el mundo, sino una monstruosa
falsificación-: deben ser lugares donde se vive la propia vida real, hecha
de relaciones humanas reales- y no de ficción, de lo que se da un verdadero
abuso, anti-educativo para cualquier edad- de actividades lúdicas, de
trabajo útil y creativo, de estudio, de silencio meditativo, de oración, de
descanso del alma y del cuerpo.
9.La disposición de la casa
La casa de Dios sea administrada por sabios y con sabiduría….de modo en la
casa de Dios ninguno se turbe y se entristezca.
Santa Regla, cc. 53 y 31
Pasando a tratar de las disposiciones más interiores- aunque la distinción
no es tan clara- comenzaré por las señaladas en último lugar, aquellas que,
en cierto modo, forman parte de ambos ámbitos, interior y exterior. Lo
tratado a continuación estará en estrecha relación con lo visto
anteriormente.
9.1.El lugar del culto
El oratorio sea lo que dice su propio nombre; y en él no se haga se haga ni
se coloque nada extraño a este nombre.
Santa Regla, c. 52
En lo referente a este punto se dan situaciones diversas. La mejor-
absolutamente rara- es la de las casas, la mayor parte antiguas, en que
existe una capilla familiar. Hay también casas suficientemente grandes como
para permitir dedicar un lugar exclusivamente al culto y a la oración-
también este caso es más bien raro. En la mayoría de los casos se hace
necesario contentarse con trasformar en lugar de oración común una estancia
de otro uso- recibidor o salón- en el que siempre debería haber, en unos de
los lados o en un rincón, alguna imagen sagrada y otros signos de devoción
(reclinatorio, candelabros, etc.). Es sabido que el solo hecho de tener en
casa un lugar reservado para el culto es ya, de por sí, un fuerte reclamo,
cuando no una condición indispensable, para que la familia adquiera la
costumbre de orar en común. Cuando enseñaba religión en las escuelas
elementales hacía siempre hincapié en el hecho de que para hacer oración se
necesitan dos cosas: un lugar y un tiempo para rezar. Sin estas premisas la
oración no puede ocupar un espacio real en nuestras vidas y no pasará de
ser, en el mejor de los casos, un deseo piadoso.
Naturalmente, según el
Evangelio, la habitación de cada uno será el lugar privilegiado de oración
en privado; cuanto he dicho antes sobre los requisitos indispensables para
que la habitación de cada uno no se convierta en una “ventana abierta al
mundo”, sin silencio y sin intimidad, es también esencial considerando la
invitación evangélica a orar en la propia habitación. Y es también esencial
un ambiente adecuado y atractivo para la oración en común. También aquí es
necesario el cuidado de todos por la limpieza y la estética, elemento, como
ya he dicho, para nada secundario y menos aún en el ámbito propiamente
religioso.
9.2.La biblioteca
Los libros a leer en el oficio nocturno sean los de divina autoridad, tanto
del Antiguo como del Nuevo Testamento, y también los comentarios realizados
los Padres católicos de innegable nombre y fe recta…..¿Qué página o qué
palabra de autoridad divina del Antiguo o del Nuevo Testamento hay que no
sea regla rectísima para la vida humana? ¿O qué libro de los santos Padres
católicos no nos exhorta con insistencia a avanzar por el camino recto hacia
nuestro Creador? Asimismo las “colaciones”, las “Instituciones” y las “Vidas
de los Padres, la Regla de nuestro santo Padre Basilio, ¿qué otra cosas son
sino instrumentos de virtud para los monjes buenos y obedientes?….En estos
días de Cuaresma cada uno reciba un libro de la biblioteca y lo lea
ordenadamente de cabo a rabo. Estos libros deben ser distribuidos al
comienzo de la Cuaresma.
Santa Regla, cc. 9, 73 y 48
Para aquellos tiempos no puede decirse que la biblioteca de san Benito fuese
pequeña. Y evidentemente era una biblioteca bien ordenada. Lógicamente, una
familia de hoy no puede atenerse a la letra a las prescripciones de san
Benito para sus monjes. Pero no es poco lo que se puede aprender de la
Regla. Lo primero, la existencia de la biblioteca. No todas las casas
actuales poseen una biblioteca digna de ese nombre. La biblioteca requiere
el cuidado y la conservación de los libros.
Por el contrario, ¿cuántas veces sucede que los libros se pierdan, se
deterioren, se presten y no sean recuperados? Esto supone un gran perjuicio.
Porque un volumen, a los pocos años de su publicación, ya no se encuentra y,
como nos enseña la experiencia especialmente en nuestros días, lo más
recientemente publicado no equivale a lo mejor. Con mucha frecuencia los
libros más valiosos vienen injustamente relegados al olvido, para ser de
nuevo descubiertos después de siglos- ¿acaso no sucedió esto en el
Renacimiento? Pienso además que muchísimas técnicas de escritura, de copia,
de ilustración, que daban a los libros un aspecto estético admirable, han
caído en desuso con el correr de los tiempos y han sido sustituidas por
sistemas más baratos, pero también estéticamente más bajos; ello sin contar
con la progresiva decadencia de las manualidades y, consiguientemente, del
arte iconográfico. En esta situación nada más recomendable que la
conservación de los libros de otras épocas, a veces también de pocos
decenios.
Y naturalmente este mismo cuidado es necesario para los mejores
libros actuales, que mañana sería difícil encontrar. En este punto, la
tradición benedictina puede hacer escuela. Más allá de la conservación es
también importantísima la elección de las publicaciones. Sucede con
frecuencia que por la casa circulen libros, revistas, periódicos y
periodiquillos de todo género sin un control responsable.
La tradición moral de los países civilizados, no solo los cristianos, han
denunciado siempre con razón el daño inconmensurable causado mala prensa.
Parece reservado a nuestros días el olvido, entre otras cosas, de esta
enseñanza de la sabiduría humana. Sé por experiencia cuántos jóvenes han
quedado marcados negativamente para toda su vida por haber encontrado dando
vueltas por casa un libro o un periódico con textos o ilustraciones
inmorales, o por haber leído, sin una preparación adecuada, escritos
facciosos de propaganda subversiva.
Aún sin bajar a ínfimos niveles morales
o políticos, una casa en la giren solamente los fotogramas, los periódicos
deportivos o los más recientes libros chispeantes de la literatura en boga y
en la que falten los clásicos de la poesía o del pensamiento, no puede dejar
de ser sumamente anti-educativa para los pequeños y los jóvenes de casa y
espiritualmente deprimente para los adultos. Por el contrario, el niño que
va creciendo rodeado por una biblioteca bien organizada, de libros valiosos,
enriquecidos además con bellas ilustraciones, ya es un aventajado para la
vida y para la escuela por este simple hecho.
9.3.El ambiente del trabajo común
El ocio es enemigo del alma; por tanto, los hermanos deben estar ocupados en
determinadas horas en el trabajo manual, y en otras horas, también
determinadas, en el estudio de las cosas divinas.
Santa Regla, c. 48
El trabajo al que se hace referencia aquí es aquel trabajo artesanal y
artístico del que he hablado en el punto 1.3. En muchos monasterios
benedictinos, especialmente en los femeninos, existe un lugar destinado a
este tipo de actividad, que frecuentemente se lleva a cabo en común. Me
agrada unir a esta tradición una costumbre familiar vigente sobre todo en
Dinamarca. En este País, las familias acomodadas tienen la costumbre de
reunirse en ciertas horas del día, en especial los Domingos, para dedicarse
a una actividad creativa, como puede ser el dibujo, o el bordado, o la
música, u otro. De este modo se tiene un momento de esparcimiento y de unión
familiar que sirve para cultivar el gusto por la belleza y las habilidades
manuales y mentales de cada uno. Sería algo convenientísimo que esta
costumbre se propagase por doquier, robando así tiempo y energías al dominio
absoluto de la televisión y de los juegos y aparatos electrónicos. Para
lograrlo es necesario encontrar un lugar adecuado, que bien puede ser el
mismo salón, utilizado en un tiempo oportuno para otras finalidades. En
cuanto a las actividades que podrían llevarse a cabo ya se ha dicho algo
anteriormente. En el próximo punto hablaré de una ocupación especial.
9.4.La decoración artística
Solo son verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus manos, como
nuestros padres y los apóstoles.
Santa Regla, c. 48
En la tradición benedictina encontramos extendido por doquier el amor hacia
la propia casa y el cuidado por embellecerla con una decoración que exprese,
por una parte, la fe de los monjes y, por otra, sirva de invitación a elevar
el espíritu a Dios en cada momento de la jornada. La belleza, en efecto, nos
habla siempre de Dios, sobre todo cuando celebra la humanidad de Cristo, de
la Virgen y de los Santos. Y una célebre exhortación de san Pablo ensancha
inmensamente nuestro horizonte: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de
verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto
sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta”. (Fil 4,8).
Los exegetas interpretan estas palabras como dirigidas no sólo a los
contenidos propios de la fe, sino a todas las cosas bellas y buenas en
cuanto provienen de Dios.
Por tanto, todo aquello que puede embellecer la casa de una familia, y no
sólo las imágenes religiosas, debería estar presente en todas sus
dependencias para alegrar el corazón y elevar el pensamiento de sus
habitantes. Si para ello es necesario cultivar los gustos y elegir
cuidadosamente los objetos decorativos, sería también muy deseable que los
mismos miembros de la familia se dedicasen a hacer con sus propias manos los
adornos necesarios. Como he dicho con anterioridad, esto sería enormemente
educativo para las capacidades físicas y mentales de pequeños y mayores y
constituiría una genuina fuente de alegría y de recíproca aceptación.
9.5.Los objetos y las imágenes devotas
El primer escalón de la humildad es aquel en que el ser humano, con la
continua visión de la presencia del Señor antes sus ojos, rechaza el
atolondramiento.
Santa Regla, c. 7
En un monasterio habrá una prevalencia de ornamentos religiosos, en una casa
familiar, por el contrario, prevalecerán las decoraciones artísticas y las
imágenes inspiradas en la vida del mundo o en los recuerdos de la misma
familia. Pero tampoco deben faltar las imágenes y los objetos religiosos,
sobre todo en el lugar del culto, pero no sólo allí. La tradición católica,
hoy desgraciadamente descuidada, colocaba encima del lecho de los esposos
una imagen de la Virgen o de la Sagrada Familia. El significado redentor y
excelso de este signo no puede ser olvidado. Un significado análogo pueden
tener también otras imágenes u objetos sagrados puestos en diversos lugares
de la casa.
Así como se acostumbraba antes a poner una imagen del ángel de la guarda en
la habitación de los niños. En los últimos decenios, la iconografía sagrada-
también la profana- ha experimentado una notable caída, sea por el abandono
de las manualidades, sea por la perversión de los gustos. Por ello se hace
necesaria una cuidadosa elección de los objetos sagrados- también de los
adornos artísticos profanos- y, sobre todo, adquirir, a través del estudio
de modelos anteriores, el gusto y la habilidad manual para expresar en
formas artísticas adecuadas las propias emociones religiosas y humanas. Todo
esto no es algo secundario: pequeños y mayores aprenden a conocer y
experimentar el sentido interior de la religión y de la vida y sus misterios
más por la Biblia de los pobres de la iconografía que por la catequesis.
También se debe a esta decadencia de la que he hablado la falta de sentido
religioso incluso en la infancia. Añado a esto que la fotografía no puede
sustituir a la creación artesanal, del mismo modo que la ficción no puede
sustituir a la lectura de un libro.
10.La oración
10.1.La oración en común
En estas, por tanto, alabemos a nuestro Creador….. y por la noche
levantémonos a ensalzarle.
Santa Regla, c. 16
El oficio divino señala todo la jornada monástica. De este modo la oración
se hace práctica de vida, encarnada en el oficio recitado o cantado en las
distintas horas del día. Los salmos, los himnos, las invocaciones, que han
enriquecido la liturgia de la Iglesia a lo largo de la historia cristiana,
frecuentemente enriquecidos con un elevado valor poético, no han sido
escritos para quedar encerrados en los libros, ni para ser ejecutados en el
teatro o en conciertos, sino para entrelazarse con la vida de cada día:
“Llenaos del Espíritu, recitando en vuestro corazón salmos, himnos y
cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor de corazón, dando
gracias siempre y por todas las cosas a Dios Padre en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo” (Ef 5, 18b-20)
Ciertamente la familia no puede dedicar a
la oración en común todo el tiempo que le dedican los monjes. Pero puede
intentar imitarles en ciertos momentos de la jornada: a la mañana, antes de
la comida y, sobre todo, antes del descanso nocturno. Esta oración en común
nunca debe ser hecha de modo prosaico y descuidado, sino que debe ser
embellecida por una oportuna elección de los textos y, como veremos a
continuación, del canto.
10.2.La oración en privado.
Si alguno quiere rezar en privado en algún otro momento, entre y ore, pero
no en voz alta, sino con lágrimas y fervor interior.
Santa Regla, c. 52
Todos los miembros de la familia, desde los más jóvenes a los más ancianos,
deberían desear el estar a solas con Dios. Esto puede ser cultivado con la
presencia de imágenes sagradas en el lugar del culto y en la habitación de
cada uno, por el clima de silencio y por la costumbre de reflexionar, de
estudiar y de meditar. En este sentido, es evidente el daño causado por una
casa llena de posters e imágenes fotográficas mundanas, descaradas y
vulgares, y perturbada continuamente por pseudo-músicas de discoteca, por
televisiones encendidas y por el rumor de los aparatos electrónicos. Para
favorecer la oración individual es absolutamente indispensable que la
habitación propia esté protegida de esta invasión mundana, y pueda ser un
lugar de silencio, de estudio, de meditación y una morada embellecida con
arte y enriquecida con libros de poesía, de pensadores, de oración: la
patria del alma, donde cada uno pueda encontrarse a sí mismo después de la
disipación y de los afanes de la jornada.
11.La caridad
11.1.La caridad dentro de la familia y el servicio recíproco
Este es el celo en el que los monjes deben ejercitarse con amor ardiente:
adelántense unos a otros en el tributarse el honor; sopórtense con suma
paciencia en las enfermedades físicas y morales: obedézcanse mutuamente;
ninguno busque la utilidad propia, sino la de los otros
Santa Regla, cc. 4 y 53
Se ha hablado, a veces, del “egoísmo monástico”, como si la clausura
encerrase a los monjes en el estrecho círculo de los intereses de la propia
comunidad. En muchos casos esto ha sido así; pero no era esta la finalidad
de san Benito, ni ha sido ésta la práctica de los monasterios cuando se ha
aplicado con seriedad la enseñanza de la Regla. Por el contrario, la
clausura ata al monje al servicio de la comunidad de la vida fraterna y lo
somete a la obediencia: esto lo purifica del egoísmo y del amor propio y de
este modo le prepara para la práctica de toda obra buena. El ejercicio de
toda obra buena debe ser realizado sin que el monje se dispense de las
obligaciones de la caridad y de la justicia hacia la comunidad de la que
forma parte y de la que recibe la ayuda continua para la vida del cuerpo y
del alma.
Por otra parte, el bien que se puede hacer fuera dentro del
conjunto de la vida comunitaria, bajo la coordinación del abad, vale mucho
más que el que se podría hacer individualmente. Esto no es óbice para que el
monje pueda tener sus propias iniciativas, pero debe someterlas siempre al
juicio del superior, quien tiene el deber de valorar los talentos de sus
monjes y de coordinarlos con las necesidades de la vida fraterna
11.2 Caridad más allá
de la familia
Tienes que aliviar la situación de los pobres, vestir a los desnudos,
visitar a los enfermos y enterrar a los muertos. Anda y ayuda a los y
consolar los tristes... Mucho cuidado y gran atención ha de mostrarse al
recibir a la gente pobre y peregrinos, es que en ellos se recibe de manera
especial a Cristo.
Santa Regla cc. 4 y 53
Pero así como, a veces, hay un egoísmo monástico, también hay,
desgraciadamente, un egoísmo familiar, por el cual las personas casadas se
encierran frecuentemente en los intereses exclusivos de su propia familia y,
con sus palabras y su ejemplo, enseñan a sus hijos a hacer otro tanto. Para
combatir contra esta tentación se aconseja valorar las virtudes que se
adquieren a través del servicio recíproco, del que ya se ha hablado varias
veces y cuya importancia no puede ser minusvalorada, y a través de la
práctica de la sobriedad y de la renuncia por exigencias de la caridad hacia
los de fuera y de los problemas de la sociedad que nos rodea. Frecuentemente
el origen de tantos males individuales y sociales está en la falta de las
virtudes que la sabiduría humana y cristiana benedictina invita a practicar.
Por eso, serán propiamente estas virtudes, cultivadas en una vida monástica
o familiar inspirada en la Regla de san Benito, las que aporten una ayuda a
los sufrimientos del mundo. Por ello, se aconseja a los padres, para no
dejar a medias la formación moral de los pequeños, el ponerlos en contacto
lo antes posible, pero con discreción, con las plagas de la sociedad y
enseñarles a practicar el espíritu de servicio que han adquirido en familia,
en apoyo de los que sufren y de los desheredados.
12.El diálogo fraterno. El tiempo y el modo de la conversación y del
silencio
Hemos hablado de convocar a todos al consejo, porque frecuentemente el Señor
inspira un parecer mejor a uno más joven…….La decisión dependa de la
voluntad del abad……pero así como los discípulo tienen el deber de obedecer
al maestro, así también conviene que él lo disponga todo con cuidadosa y
ecuánime sensatez…..Los monjes deben observar siempre con diligencia el
silencio, sobre todo en las horas nocturnas.
Santa Regla, cc. 3 y 42
Se lamenta hoy en las familias la falta de tiempo para el diálogo entre
esposos y entre padres e hijos. Muy a menudo esta falta de tiempo depende de
los muchos empeños inútiles fuera de casa, del desafecto hacia el ambiente y
el trabajo doméstico, de las demasiadas horas absorbidas por la televisión o
los aparatos informáticos. Hemos visto ya como el momento de las comidas es
sagrado y debe ser dedicado a la comunión fraterna, respetando los horarios
y excluyendo la televisión durante la refección. Del mismo modo se ha hecho
referencia a la noche como momento privilegiado de descanso y de alejamiento
de las preocupaciones exteriores y de las diversiones ruidosas y mundanas, y
como momento de comunión de los corazones en el diálogo, en la compartición
de pensamientos y sentimientos, en la oración en común.
A todo esto se opone la mala costumbre, universalmente extendida por
desgracia, de la mala utilización de la televisión, como si fuera una
inevitable fatalidad que debe llegar necesariamente para absorber las
mejores horas de la noche. Todos podemos comprender la irracionalidad de
esto, pero ninguno tiene la fuerza de oponerse a ello. Sin embargo, la
familia que quiera regirse según unos principios sanos, debe considerar como
una excepción el uso nocturno de la televisión o de los DVD, como una
excepción cuando la ventaja compense la pérdida- es decir raramente-, y no
como algo habitual. Habitualmente y como regla de vida, la familia debe
estar libre para dedicarse al diálogo y a aquellas actividades lúdicas o
artísticas que lo favorecen. La alegría del uso creativo de la inteligencia
en un diálogo cordial o en una actividad manual gozosa o en la música,
instrumental o vocal, o en el goce compartido de la poesía, es algo muy
distinto de la pasividad gris y taciturna impuesta por la televisión.
Repetimos una vez más que habituarse al servicio recíproco, a la
condescendencia humilde, a la sobriedad y a la abnegación, constituye una
premisa indispensable y preciosa para un fructuoso y respetuoso diálogo
entre los familiares. Todo lo contrario hay que decir del habituarse a la
pereza, al egoísmo, al acaparamiento, a la presuntuosa testarudez.
Señalemos finalmente la importancia del silencio en la Regla benedictina,
sobre todo del silencio después de la última oración de Completas. Después
del esparcimiento, el diálogo compartido y la oración de la noche, todo debe
concluirse con el recogimiento nocturno, cuando se apagan las luces del
mundo y se encienden las infinitas místicas lucecillas en la cúpula del
cielo: el cielo del alma tiene necesidad también de sus propias estrellas,
que vienen a consagrar los pensamientos, los afectos, las oraciones con las
que el corazón se adormece para que produzcan su misterioso fruto en la
inconsciencia del sueño.
13.La lectura
Escuchar con gusto las santas lecturas
Santa Regla. C. 4
Se podría repetir aquí lo ya afirmado en el capítulo 9. 2. Añado solamente
que la lectura no puede ser sustituida por las variadas formas de
comunicación visual ofrecidas por los modernos aparatos electrónicos. Una
cosa es la reflexión, otra la imaginación. La prevalencia de la segunda
sobre la primera marca muy negativamente al hombre actual y puede ser
destructiva para el equilibrado crecimiento del niño. También es importante
la calidad material del libro y la posibilidad de conservarlo y de volver a
hojearlo otras veces, incluso a distancia de años. Nos da seguridad el saber
que aquel viejo amigo está siempre ahí dispuesto a repetirnos sus sabias
palabras, que quizás no hemos meditado o entendido del todo y que, con el
paso de los años y el enriquecimiento de nuestra experiencia, revelan nuevos
significados. Si la habitación de los chicos no está llena de los ruidosos
aparatos electrónicos con su caótica y continua avalancha de imágenes, el
pequeño podrá aprender pronto el gusto por las buenas lecturas, que
enriquecen la mente y el corazón.
14.El estudio
Hemos esbozado esta Regla a fin de que al observarla en los monasterios
demos prueba, en cierto modo, de tener dignidad de costumbres y un cierto
encauzamiento de la vida monástica. Pero para quien desee avanzar
rápidamente hacia la perfección de esta vida, están los preceptos de los
santos Padres que, si practicados fielmente, son muy aptos para conducir al
hombre al culmen de la virtud. ¿Qué página o qué palabra de autoridad divina
del Antiguo o del Nuevo Testamento no es norma rectísima para la vida
humana. ¿O qué libro de los santos Padres católicos no nos exhorta
insistentemente a correr por el camino recto hacia nuestro Creador?…..
Quienquiera que tú seas que te apresuras hacia la patria celeste, pon en
práctica con la ayuda de Cristo este pequeña Regla esbozada para
principiantes; y entonces, con la protección de Dios, podrás llegar
fácilmente a aquellas sublimes vetas de doctrina y de virtud que antes hemos
mencionado.
Santa Regla, c. 73
San Benito, huido de Roma scienter nescius et sapienter indoctus
(conscientemente ignorante y sabio sin ciencia), escandalizado de la vida
inmoral de los estudiantes de la Urbe, buscó en la vida monástica una
escuela diferente de aquellas instituciones académicas: “la escuela del
servicio divino”. Crecer en la humildad, en la caridad, en la abnegación, es
para él más importante que avanzar en la instrucción académica. Para san
Benito, la verdadera sabiduría consiste en la práctica de las virtudes
humanas y cristianas. No desprecia el estudio cuando éste se orienta al
conocimiento de los caminos de Dios. En el capítulo 48 de la Regla escribe:
“El ocio es enemigo del alma; por tanto los hermanos, en determinadas horas
del día, deben ocuparse en el trabajo manual y en otras, también
determinadas, en el estudio de las cosas de Dios”. Y, a propósito del abad,
dice que debe poseer la “ciencia de las cosas espirituales” (c. 64) y que
“su mandato y su enseñanza entren suavemente en el espíritu de los
discípulos como fermento de justicia divina” (c. 2).
Por tanto, la verdadera sabiduría debe nacer del esfuerzo por una vida
virtuosa y, a su vez, debe iluminar con su luz el camino de la virtud. Pero,
como hemos visto, para san Benito la virtud se practica principalmente en
los servicios más humildes requeridos por la vida común y la caridad
fraterna. Esta vida común, por lo demás, no está ordenada a un fin terreno,
sino a un bien espiritual. Porque, efectivamente, buena parte de los
servicios requeridos por la vida común miran al recto ordenamiento y a la
práctica regular y fervorosa de la oración litúrgica, de la buena
organización de la lectura, tanto pública como privada, del estudio de la
Palabra de Dios y de los escritos patrísticos y monásticos, del esmero por
una vida de oración personal bien planteada. Incluso las observancias de la
Regla aparentemente más terrenas son trasfiguradas a través del espíritu de
la imitación de Cristo obediente y sufriente, que no vino para ser servido
sino para servir, y a través de la alegre oblación de sí mismos en el amor
de Dios y en la caridad fraterna. De este modo, cuanto se ha contemplado en
el rezo del oficio, en la meditación de la Sagrada Escritura y en la
oración, viene puesto en práctica después en la vida de cada día.
La tradición monástica sucesiva debía desarrollar grandemente estas líneas
maestras establecidas por san Benito como fundamento de una cultura no
abstracta y escolástica, sino profundamente amalgamada con las exigencias
prácticas de una vida cristiana personal y comunitaria virtuosa. Es evidente
que en un monasterio benedictino bien establecido no hay lugar para el
erudito o el científico vicioso o hinchado por el orgullo y desdeñoso de los
trabajos humildes requeridos por la vida común y por la caridad fraterna.
En la perspectiva de san Benito- que es naturalmente la del Evangelio- el
humilde monje iletrado que se sacrifica día y noche por amor a Dios y a los
hermanos, es más sabio que el de muchos títulos nunca disponible y siempre
orgulloso. Pero también es cierto que la misma vida religiosa comunitaria
requiere el desarrollo de una múltiple actividad cultural. Para ser monjes
cristianos es necesario leer, meditar, recitar continuamente la Palabra de
Dios y los escritos de los Padres y es necesario rezar los salmos y los
cánticos inspirados y los himnos y las oraciones de la Iglesia durante
muchas horas del día. De aquí la necesidad de aprender, enseñar, pensar,
escribir, copiar, miniaturizar, componer y, después, cantar, desarrollar y
enriquecer el patrimonio musical, inventar una escritura musical más
adecuada, construir oratorios, iglesias, capillas, bibliotecas, lugares para
los distintos servicios de la vida monástica, embellecerlos con el arte
arquitectónico, pictórico, escultórico, tallar coros de madera, confeccionar
ornamentos sagrados, inventar ritos litúrgicos o paralitúrgicos- de aquí el
nacimiento del teatro medieval- etc.
Como escribí en otro lugar, “cultura,
pensamiento, arte, melodía concurren para animar con un soplo de poesía e
inspirar con un resplandor de cielo todas las actividades del monje. Así,
del sencillo trabajo doméstico de cada día y del espíritu divino que lo
vivifica nacen las grandes ideas, los grandes proyectos para la salvación
del mundo, llevados a cabo sin jamás dispensarse del sacrificio diario de la
vida fraterna en comunidad: nada que ver con la cultura abstracta, lejana de
la vida del alma” propia de tanta erudición académica.
De esta escuela debía nacer la mayor sabiduría cristiana. Me agrada citar
aquí algunas hermosas consideraciones de Jacques Maritain sobre santo Tomás
de Aquino, que salió del monasterio de Montecasino para entrar en la nueva
Orden de los Dominicos y terminó su no larga vida hospedado en el monasterio
de Fossanova:
“Él (santo Tomás) debía abandonar la casa del Beato Padre Benito, de quien,
como pequeño oblato de hábito negro, había aprendido las doce reglas de la
humildad, y a quien, siendo Doctor espléndido que ha finalizado su obra,
pedirá hospedaje para morir…En el cielo, santo Domingo le pidió Tomás a san
Benito porque el Verbo de Dios necesitaba a Tomás para confiarle la misión
de la inteligencia cristiana”.
La entonces moderna Orden Dominicana podía adaptarse mejor que la antigua
Orden Benedictina a la vida de estudio de las grandes universidades
medievales, pero el episodio es emblemático: incluso la más alta y
desarrollada vida intelectual, si quiere ser recta y no caer en la
abstracción, debe extraer su linfa del servicio humilde- “humildad” viene de
humus=tierra- de la oración vivida, de la práctica de la caridad, y nunca
debe contentarse con revolotear por las aulas de las universidades, sino que
debe volver a los hogares familiares y monásticos para iluminar con la luz
de la sabiduría la vida de trabajo, de oración, de angustia y de esperanza
de los simples fieles y de todos los hombres.
Me parece que lo expuesto hasta este momento es muy útil para una correcta
evaluación de la función y del valor del estudio en la vida de una familia.
Observamos en primer lugar que hay una cultura del espíritu que es más
importante que la cultura que la vida escolar. Es más, esta cultura del
espíritu debería ser el fundamento y la finalidad de toda otra actividad
intelectual. Esto significa que todo lo que viene incluido bajo la
aparentemente pobre expresión “trabajo doméstico”, constituye en realidad el
riquísimo fundamento de toda verdadera cultura. No es por tanto
inconveniente ni desdeñable para una mujer licenciada dedicarse a tiempo
pleno al cuidado de la casa y de la familia . Del mismo modo, no hay
discriminación alguna en reconocer que no todos se sienten inclinados a una
vida intelectual escolar, desde el momento que las energías de la
inteligencia, del corazón y de la voluntad se expresan igualmente, y
frecuentemente mejor, a través del trabajo manual, el servicio fraterno
humilde, la oblación de sí mismos en la caridad.
La historia enseña que, con
mucha frecuencia, el arte más elevado ha brotado de esta humilde actividad
familiar, y no de las universidades y academias. Quien, a su vez, se sienta
dotado para la actividad intelectual escolar, debería aprender de las
anteriores consideraciones a extraer de la práctica diaria de la virtud las
inspiraciones para sus estudios y referir a ella toda su actividad
intelectual.
Escribía Forster hace más de cien años: “Para que el hombre no pierda nunca
de vista el centro firme de la vida, es decir el trabajar su propio
carácter, es necesario que el mucho saber sea despojado de su influencia
dispersiva y confusa, lo que se obtiene poniéndolo en constante relación con
aquel centro. Todo lo demás no es educar al pueblo, sino pervertirlo.”.
Estas consideraciones nos indican el significado de una cultura superior y
la justa escala de valores de las ciencias: no son la informática, la
economía y el comercio o las ciencias políticas las que pueden aspirar al
rango de guías de la cultura humana. Recordemos que la parte más voluminosa
y compleja de la Summa Theologiae es la segunda, es decir la parte moral: el
Doctor Angélico muestra de este modo que la ciencia más importante con mucho
es el estudio del alma humana y que a esto mismo deben orientarse todas las
demás ciencias.
15.La música y el canto sagrado y profano
Los hermanos no lean o canten por orden de ancianidad, sino sólo aquellos
que sean aptos para deleitar a los oyentes.
Santa Regla, c. 38
Siguiendo la costumbre del monaquismo antiguo, san Benito otorga un papel
central en la vida del monasterio a la recitación coral del oficio divino.
Como es natural y conforme a la exhortación antes citada de san Pablo ( ),
frecuentemente los salmos y los cánticos eran cantados. Por lo demás, el
salmo es, por propia naturaleza, poesía y canto: por tanto la verdadera
oración debe ser poesía y canto.
La tradición benedictina sucesiva
desarrolló grandemente este aspecto, hasta el punto que el monaquismo
medieval llegó a ser un gran bienhechor de la humanidad por la conservación
y el desarrollo del patrimonio musical antiguo. Fueron los monjes
benedictinos quienes inventaron la escritura musical que, con las pocas
modificaciones con que hoy la conocemos, permitió poner por escrito de forma
precisa las melodías litúrgicas de la Iglesia. Por eso el canto sagrado
medieval- que en gran parte retoma y desarrolla el canto romano tardío, es
el más extenso repertorio antiguo que podemos conocer con precisión.
Es
notorio que los mismo nombres de las notas provienen de las sílabas
iniciales de los primeros seis versículos del himno litúrgico de la fiesta
de san Juan Bautista- señal del origen eclesial y monástico del arte musical
occidental. Posteriormente, en los siglos XIX y XX, los monjes del
monasterio benedictino de Solesmes, en Francia, restituirán al canto
gregoriano, a través del estudio científico de los códices, su primitiva
pureza, rescatándolo de las alteraciones padecidas en el curso de los
siglos.
También en este caso se observa que la música es cultivada en los
monasterios como algo que forma parte de la vida de todos los días, no como
algo académico o de concierto: se debe orar juntos y, por tanto, también se
debe cantar juntos, y cantar bien, y crear la música adecuada para una
liturgia siempre más cuidada y solemne, que se debe transmitir, y para ello
conservar, y para ello escribir de forma cada vez más adecuada. También en
años recientes se ha podido observar cómo, en la marejada de la
experimentación salvaje en el campo de la música sagrada, los monasterios
benedictinos han sabido conservar generalmente una cierta dignidad, con la
conservación del canto gregoriano y con una prudente apertura a las mejores
expresiones de la música moderna.
Ya en el Setecientos el benedictino alemán Martin Gerbert, abad del
monasterio de san Blas en la Selva Negra, lamentaba la decadencia de la
música sagrada, en la que en los siglos pasados se había ido introduciendo
poco a poco la música moderna profana, de tal modo que la música sagrada no
se distinguía de ella. Según su modo de ver, el cambio había sido tan rápido
y grave en los últimos tiempos como para poner en peligro la misma pureza
del culto, “si ya Platón pensaba que, degenerando la música, ni el mismo
Estado podía salvarse”.
Esta última observación nos lleva a considerar la importancia del papel de
la música en la vida de la familia. Se trata de un aspecto que se tiene poco
en cuenta, sin considerar el efecto determinante que la sugestión musical
ejerce en la profundidad de la vida inconsciente. La música de la que se
alimentan con abundancia nuestros jóvenes se ha degenerado cada día más en
los últimos decenios, con la colaboración de medios sonoros y de
instrumentos de comunicación cada día más poderosos y sofisticados. La
tradición benedictina podría ofrecer muchas sugerencias para corregir esta
peligrosa situación.
Partimos de la observación de que la música, por su destino natural, no debe
ser un objeto de museo o de sala de conciertos, sino que debe acompañar
nuestra vida de todos los días, como sucede en los monasterios con la música
sagrada. La familia podría imitar en esto a los monjes, animando los
momentos de oración con cantos bonitos, elegidos y cuidados. Pero podría
hacer mucho más aún: todo el inmenso mundo de los sentimientos humanos
debería ser cultivado y educado a través de la música y del canto. Para los
antiguos la música era un poderoso medio educativo.
Los padres y los
educadores deberían procurarse en primera persona la formación estética
conveniente para adquirir el gusto infalible por las melodías y los cantos
aptos para despertar en los hijos los mejores sentimientos humanos y
cristianos. Un repertorio a descubrir y valorar, incorporándolo a la trama
de la vida diaria familiar, es riquísimo patrimonio del canto popular
italiano y extranjero, sagrado y profano, y de la lírica del Setecientos y
del Ochocientos, sobre todo la italiana.
Hubo un tiempo en que estos cantos eran conocidos por todos; hoy han sido
sustituidos por las más descaradas composiciones de las variedades
televisivas. También en el campo de la música religiosa dominan con
frecuencia las más desgarbadas y ensordecedoras improvisaciones de última
hora. Un sabio autor escribía hace cien años que se sufre todo el dolor del
mundo al oír con qué clase de música se alimenta y se deleita nuestro
pueblo. ¿Qué diría hoy? También en este punto es necesario dar marcha atrás.
La tradición del canto popular y de la lírica clásica, con su irresistible
celebración de los más altos y tiernos sentimientos humanos, implícitamente
cristianos como fruto de una educación religiosa multisecular, no ha sido
abandonada por no ser adecuada para nuestros tiempos, sino por motivos
ideológicos y comerciales. Cuando este patrimonio es oportunamente
propuesto, el hombre y el joven hoy quedan conquistados por él y ven que
responde a las aspiraciones más profundas.
Las familias, por tanto, deberían aprender a enlazar los momentos de
distensión y de trabajo con los bonitos cantos de la tradición popular y
clásica, también con una oportuna elección de cantos modernos, entre los que
no faltan las bellas composiciones, aunque no siempre es fácil encontrarlas
en medio de tanta música comercial.
“Queriendo recrear una raza bella y fuerte”- escribía hace años el P.
Doncoeur,- “nos hemos propuesto enseñarles de nuevo a cantar”. Pero añadía:
“la música, el canto sin conexión con la vida, están muertos; no os serán
sabrosos y vuestro esfuerzo no será ni fecundo ni perdurable si no
impregnáis de verdad vuestra vida con la música….El cuadro de belleza, de
armonía, de gozo que puede hacer brotar el canto no es otra cosa que la
tierra del buen Dios, el camino, el bosque, la montaña y también el campo,
la fábrica y el hogar”.
No hay duda de que nuestra vida moderna, falsa y artificial, mata el canto,
del mismo modo que, alejando al hombre de la naturaleza, seca las secretas y
preciosas fuentes de la alegría de vivir.
16.El esparcimiento y el arte tradicional, los medios modernos de diversión,
de expresión artística, de comunicación
Espere la santa Pascua con la alegría del deseo sobrenatural.
Santa Regla, c. 49
La Regla de san Benito no prevé momentos de esparcimiento y de fruición del
arte, pero la vida del monje, aunque austera, mortificada y siempre
disponible a compartir la cruz de Cristo, es en el fondo una vida de
alegría, en la que, “con el progreso en las virtudes monásticas y en la fe,
el corazón se ensancha, y la vía de los divinos preceptos se recorre en la
inefable suavidad del amor”. (Santa Regla, Prólogo). Por lo demás, san
Benito afirma no haber querido establecer “nada penoso, nada pesado”
(ibid.), no obstante la severidad de la disciplina que tiende a corregir los
vicios y a conservar la caridad. Nada de extraño, pues, en que la tradición
monástica siguiente haya incorporado en el horario de la jornada momentos de
recreación y de juego y haya desarrollado con amplitud la actividad
artística. Esto es algo que debe imitar la familia que quiera seguir el
espíritu benedictino, ya que, como he indicado, la participación común en la
actividad lúdica o artística favorece en gran manera la comunión espiritual
y el diálogo.
Los juegos tradicionales, como las actividades artísticas y artesanales
manuales, tienen la ventaja de impregnar las facultades físicas y mentales
del ser humano sin la pantalla de energías artificiales. Esto es
importantísimo, yo diría indispensable, para el desarrollo de la
inteligencia, de la manualidad y del sentido estético de grandes y pequeños.
Además, como lo ha expresado poéticamente el P. Doncoeur, el hombre tiene
necesidad del contacto vivo con la naturaleza y de poder ejercer sobre ella
sus propias facultades cognoscitivas, de admiración y creativas.
Por desgracia, el inmenso desarrollo de la tecnología y de la electrónica
nos ha ido alejando progresivamente de la experiencia viva de la naturaleza
y ha vuelto nuestra vida falsa, lejana de sus fuentes genuinas, y
artificialmente agitada por las experiencias cada día más irreales y
degeneradas de la propaganda comercial. Lo cual no impide que los medios
modernos, bien utilizados, puedan ofrecer nuevas y extraordinarias
posibilidades a la acción humana. El principio fundamental para su uso
correcto, lo hemos señalado ya, es: los medios electrónicos nunca deben
suplantar a la realidad de la naturaleza, ni al uso natural de las
facultades humanas.
Su puesto nunca debe ser el primero, sino el segundo.
Esto quiere decir que el ser humano debe primeramente hacer sus propias
experiencias de contacto vivo con la naturaleza y con los otros seres
humanos y de ejercicio natural de sus propias facultades- inteligencia,
esfuerzo físico, conocimiento de la realidad y admiración de la belleza,
laboriosidad transformadora e creatividad artística, compartición de la vida
de la mente y del corazón- y, sólo después de haber realizado lo anterior,
podrá ampliar sin riesgos sus propias facultades, ya consolidadas, y
comunicar cuanto ha aprendido, pensado y realizado en las nuevas dimensiones
del espacio y del tiempo, sirviéndose de los medios electrónicos.
Esta jerarquía, que no es sólo de valores sino también cronológica, supone,
como ya he indicado, sea el aplazamiento de algunos años en el acceso del
educando a los medios electrónicos, sea el siguiente uso moderado de estos
medios, de modo que su utilización llegue a completar, y nunca a sustituir,
el contacto con la vida real. En este sentido sería importante que los
jóvenes, y en general toda la familia, usasen los medios de reproducción
visual de la forma más amplia para crear y trasmitirse las filmaciones de su
propia vida, de su trabajo, de sus propias realizaciones, para después poder
compartirlas con otros grupos familiares y culturales incluso distantes.
Estas y otras experiencias parecidas tendrían la gran ventaja de favorecer
la creatividad activa en vez de la pasividad en relación a los medios
electrónicos y, al mismo tiempo, enseñarían a hacer de ellos unos
instrumentos de fiel comunicación de la realidad y no de su falsificación,
como sucede fácilmente en el universo de la información, de la publicidad y
de la ficción. Estas últimas, cuando son bien elegidas y de uso no demasiado
frecuente, puede desempeñar un valiosísimo papel educativo. He dicho “no
demasiado frecuente” porque una filmación realizada con verdadero arte y con
un mensaje profundamente humano necesita de mucho tiempo para ser asimilada
por el recuerdo y la reflexión. Ya he expresado con anterioridad mi parecer
decididamente negativo en cuanto a los juegos electrónicos.
17.Amistad entre una familia natural y una familia monástica.
Si, para la corregir los vicios y la conservar la caridad, se debiese
introducir alguna norma un tanto dura, sugerida por un razonable equilibrio,
no te dejes llevar tanto del desánimo como para abandonar el camino de la
salud, que sólo se puede reemprender a través de una puerta estrecha.
Santa Regla, Prólogo
Seguramente muchos de entre los lectores de este escrito objetarán que lo
presentado aquí es demasiado exigente y difícilmente practicable sin ir
contra corriente con firmeza y sin invertir los hábitos de vida vigentes hoy
día. Pero, como ya hemos observado antes, son muchas las familias que se
encuentran en la necesidad de modificar radicalmente toda su forma de vida a
consecuencia de alguna tragedia, como es la tragedia de tener un hijo que se
droga o está en la cárcel o como es la tragedia de una hija abandonada por
su marido. ¿No sería mejor modificar voluntariamente la vida de la familia
con el fin de prevenir, en lo humanamente posible, tales desgracias en vez
de verse obligados a hacerlo después para ponerles remedio? En mi humilde
opinión, no hay duda de que muchas de estas tragedias dependen de los
desequilibrios que la situación actual, pasivamente aceptada por las
familias, provoca en el desarrollo de la edad evolutiva.
En las actuales
circunstancias, los pequeños crecen con fuertes carencias neurológicas,
psíquicas, afectivas y morales, encontrándose así inadaptados, en la
adolescencia y en la edad madura, para una vida social y matrimonial sana,
con las trágicas consecuencias que de ello se derivan. Querer oponer a la
urgencia de un cambio esencial en la vida actual de la familia los pretextos
del trabajo y de la falta de tiempo, es querer imitar la actitud del
avestruz: esconder la cabeza para no ver. Se podría preguntar: Una vez que
sucede la tragedia, ¿dónde van a parar las aparentes ventajas que se creían
tener en el trabajo y en la falta de tiempo?.
Pero querría terminar, además de con una invitación a reflexionar sobre lo
expuesto en este libro, con la invitación, a las familias, que quieran hacer
suya la enseñanza de san Benito, a entablar una amistad estable con un
monasterio benedictino, masculino o femenino. Así, lo que se intenta llevar
a cabo en la propia casa se encuentra, más completo y, en cierto modo,
transfigurado, en la comunidad monástica y en su morada. El monasterio sería
entonces, como ya lo he expresado, “centro de culto, escuela de canto,
modelo de vida comunitaria consagrada al trabajo y a la oración, a través de
la comunicación de experiencias de santidad, de cultura, de arte de
generaciones pasadas, laboratorio de creatividad artesanal y artística,
edificio en cuya estructura y en cuyo arte se encarna, de modo más perfecto
de cuanto pueda hacerlo en la casa de familia, la elevación, fatigosa pero
real, de toda expresión y de todo momento de la vida personal y comunitaria,
en la luz de Dios” .
28.12.2008-Fiesta de la Sagrada Familia
Apéndice
Hace muchos años, en un momento de fuerte inspiración, escribí algunas
consideraciones sobre la vida de familia que me parecieron de notable
actualidad. Sin embargo, al no encontrarles una salida práctica las puse
aparte y casi las olvidé. Leyéndolas ahora, después de que nuevas
experiencias me hayan llevado a la redacción del presente trabajo, me parece
que dichas consideraciones no han perdido nada de su interés, y que pueden
finalmente encontrar su justa colocación en las propuestas anteriormente
presentadas. Las reproduzco aquí tal y como entonces las escribí, añadiendo
alguna breve nota explicativa.
Probablemente no es erróneo afirmar que en el joven o en el jovencísimo de
hoy puede haber una conciencia crítica precoz. Ahora bien, dos son las
posibilidades- si hay diferencia entre la cultura de la familia y la cultura
de la sociedad:
1. o el niño criticará a la familia;
2. o el niño criticará a la sociedad.
Todo depende de la propuesta cultural que se le presentará con mayor
autoridad y convicción. Si la familia vive pasiva y rutinariamente su propia
cultura, el niño no podrá por menos que quedar fascinado ante la agresividad
de la cultura de la sociedad. Es, por tanto, una obligación moral de los
padres saber crear las condiciones de una cultura familiar tal que pueda
hacer surgir en el niño una conciencia crítica de contraste en relación con
la cultura de la sociedad.
Una cultura familiar así no podrá estar hecha exclusivamente de
prohibiciones. Debe ser fundamentalmente positiva y propositiva: es decir,
debe ofrecer al niño unos contenidos que lo lleven a amarla y defenderla.
Intentaré puntualizar sobre algunos aspectos de una cultura familiar sana:
-forma parte esencial de una familia la centralidad de la vida personal y la
comunicación entre personas fundada en la comunión del mundo interior de
cada uno. A nivel familiar no existe oposición entre la vida personal y la
vida social, porque aquí la vida interior, evidentemente, es esencialmente
social, inclinada a desbordarse, a alimentarse en el dar y en el recibir.
Aquí las abstracciones estadísticas, que consideran al ser humano solo como
un número, caen por tierra .
-Por vocación, pues, la familia se siente inclinada en primer lugar a tener
una conciencia abierta en un horizonte de relación personal inmediato,
profundo (interior), dialogante, afectivo.
-De esta vida interior comunicada nasce espontáneamente la elevación hacia
la comunicación con un mundo espiritual superior, respuesta a la infinita
riqueza de la interioridad participada.
-Al mismo tiempo, toda manifestación inmoral no puede por menos que ser
considerada como extraña en una convivencia fundada sobre la estima
recíproca de cada persona en el diálogo y en un amor profundo (interior).
Caracteres de la cultura social de hoy que se oponen a la cultura natural de
la familia.
-Problemas sociales afrontados de modo abstracto y anónimo (estadísticas)
-Irrupción de los modernos medios de comunicación en el ámbito de la
comunicación familiar, con el daño consiguiente para la misma comunicación y
para su cultura propia.
-Inmoralidad de costumbres justificada como expresión de una sociedad
emancipada- opuesta de hecho a la cultura propia de la sociedad familiar-
notemos, en este sentido, que la medida de los valores morales de la
sociedad es distinta a la de la familia, por cuanto aquella se funda en
relaciones abstractas de problemas abstractos .
De hecho, entre ciertas tendencias de la sociedad actual y la cultura
familiar auténtica, el contraste no podría ser más claro. ¿Cómo encontrar
una medida común entre un amor de comunión total, profundo (que incluye el
más íntimo mundo interior), indisoluble, sagrado e inviolable (que llega a
tocar la relación personal con Dios), y una cierta cultura social fundada en
relaciones económicas abstractas, en la avalancha de imágenes artificiosas y
de falsas expresiones musicales transmitidas a chorro continuo por los
medios, en una propaganda y en una práctica de la inmoralidad extendida a
todos los niveles en la relación entre ambos sexos?
Observamos cómo- más allá de la apariencia que le dan sus necesarias
prohibiciones-la doctrina católica sobre este punto está basada en la
exigencia de un amor basado en motivos elevados (no exclusivamente carnales
y sensibles), espiritual en su esencia y, por ello, total, sagrado,
indisoluble. Esto constituye una propuesta fuertemente positiva, en la que
las prohibiciones sólo tienen la misión de salvaguarda. A través de esta
sublime puerta de entrada, el ser humano es llamado a pasar a los adentros
del reino de las relaciones espirituales e interiores entre los seres
humano. De esta misma plenitud, confianza, donación, intimidad espiritual
gozan las relaciones con los hijos.
A esta propuesta tan altamente creativa y positiva se opone una moral social
que considera al ser humano sólo en cuanto individuo encerrado en su propia
autonomía, válido sólo por su trabajo exterior, al que el cínico interés
comercial intenta apartar de la tutela eclesial y familiar para fundamentar
sus relaciones humanas exclusivamente en una búsqueda epidérmica de
emociones y placeres (sobre esta base los intereses comerciales pueden hacer
el cálculo de sus ganancias).
Pensemos ahora en la situación del niño o del joven: por una parte tiene un
mundo de afectos y de principios morales, humanos y religiosos; por otra se
le presenta un modo de vivir y de sentir fundamentado en la autonomía de las
relaciones familiares, en un mundo de emociones epidérmicas propagado por
todos los medios, en una posibilidad de relaciones libres entre los sexos.
Si la cultura familiar de la que proviene se le presenta como rutinaria,
convencional, unida solamente a un infantilismo sentimental que nada tiene
que aportar a las exigencias de un adulto de hoy, él terminara fatalmente
siendo víctima de las seducciones de la sociedad.
Por eso es necesario que la familia sea positiva, creativa, plena, adulta y
crítica (luchadora) en relación a los aspectos destructivos de la cultura de
la sociedad. Entonces la crítica precoz del niño moderno podría ser una
preciosa aliada de la cultura familiar, ejercida sobre la misma sociedad que
trata de seducirlo.
Un punto importante: hasta hace pocos decenios la cultura de la sociedad
estaba fuertemente influenciada por la cultura familiar (cristiana) y esta
última había tenido la oportunidad y, con frecuencia, también la energía de
mostrarse creativa y beligerante en hacer prevalecer sus ideales en la
sociedad. Se puede decir que existía una tradición muy fuerte de cultura
familiar, que no estaba amenazada por los medios como lo está hoy en día.
Esta tradición era el fruto de generaciones que habían obrado y había
transmitido a lo largo de decenios y de siglos un mundo de sentimientos y de
pensamientos (ars longa vita brevis).
Ahora bien, esta cultura no ha declinado de forma natural, como sucede con
tantas cosas humanas, sino que ha sido violentamente quitada de en medio y
asesinada. De ella permanecen, no obstante, tantos vestigios, con frecuencia
confinados entre los objetos fútiles de los la infancia. Pero, si miramos en
profundidad, descubrimos que en esos vestigios no se esconde sólo algún
placentero y vano sueño infantil, destinado a desaparecer con el paso del
tiempo, sino unas poderosas energías creativas capaces de formar y de
inspirar con fuertes ideales la vida de las personas adultas y maduras. Esta
cultura necesita ser reencontrada para ser continuada y enriquecida por la
experiencia de nuevas generaciones. La violencia de la sociedad actual no
debe prevalecer de modo que borre el pasado e hipoteque el futuro. Este
último no depende fatalmente de los condicionamientos sociales del momento
presente, sino de nuestra libre creatividad. Pero para que nuestra
creatividad pueda influir en el futuro (por medio de una continuidad en los
hijos y en los nietos), debemos proponer una cultura digna capaz de vencer a
las fuerzas de la disgregación social.
Intentemos, en primer lugar, recuperar una tradición cultural que ha sido
injusta y violentamente silenciada con el pretexto de estar superada y ser
poco adecuada a los nuevos tiempos (en realidad eran las nuevas tendencias
sociales las que querían imponerse, excluyéndola como incompatible con
ellas). La voluntad de excluirla debía hacerla aparecer como anticuada para
poder quitarla de en medio. De aquí las acusaciones de infantilismo,
paternalismo, romanticismo, evasión de los problemas sociales, intimismo,
egoísmo, etc. Acusaciones todas ellas falsas, cuya validez se funda
únicamente en la formas degeneradas de la cultura familiar tradicional. Pero
las formas sanas, creativas, heroicas de esa misma cultura familiar hacen
derretirse, como la nieve al sol, las acusaciones partidistas de la nueva
cultura. Hemos tendido ocasión de hablar de ejemplos famosos y sublimes de
la fecundidad social de la cultura religiosa y familiar tradicional . Hemos
visto como el lazo sagrado humano y religioso, que une íntimamente a los
miembros de la familia, es capaz de difundirse indefinidamente en beneficio
de la sociedad, no a base de esquemas abstractos puramente exteriores y
estadísticos, sino con la implicación social de fuerzas espirituales capaz
de despertar en la misma sociedad y en las personas que la forman las más
íntimas energías. Este es el camino de las revoluciones verdaderamente
eficaces y benéficas .
Vamos ahora al libro del que hemos hablado . Hoy viene fácilmente relegado
entre los libros infantiles que el joven presuntuoso de nuestros días ni
siquiera se digna conocer. Pero el presidente Lincoln no se avergonzó de
decir de la autora: “He aquí la mujer que ha hecho estallar la guerra”; la
fuerza social de esta novela está propiamente en saber despertar todas las
energías morales y religiosas de la interioridad humana para una renovación
de la sociedad. Por eso os pido que lo hagáis leer a vuestros hijos o
leédselo vosotras mismas a vuestros hijos y nietos a fin de despertar en
ellos los mejores sentimientos de su corazón y el entusiasmo por su misión
social de conquista y de redención de un mundo cruel e inhumano. De este
modo se demuestra la fuerza y la seriedad- y no el infantilismo y la
ineptitud- de la cultura familiar tradicional. Esta es la fuerza que los
jóvenes deben sentir, experimentar y amar para poder comprender la necesidad
de oponerse a la cultura social que la rechaza.
Intentaré ahora esbozar un programa para lograr este fin.
1-En primer lugar sería bueno enlazarse con esa tradición cultural tan
injustamente marginada, mostrando sus aspectos más dignos, heroicos e
inmortales. Para esto sería oportuno reconstruir, con una biblioteca y otros
medios de transmisión (música, imágenes, etc.), los varios aspectos de un
mundo espiritual declarado artificialmente pasado, a pesar de ser eterno.
2-Además, será necesario tener el coraje de enriquecer esta tradición
mostrando, con obras y proyectos dignos de ser transmitidos a nuestros
descendientes, la fuerza creativa de una cultura familiar y cristiana tan
injustamente combatida y ridiculizada. Deben ser justamente los males de la
sociedad causados por una cultura abstracta, comercial e inmoral que nos
hace la guerra, el objetivo del espíritu misericordioso, creativo y
salvífico de los sentimientos humanos y cristianos, que la familia tiene la
misión de salvaguardar y transmitir. Los niños y los jóvenes deben ser
implicados en estos proyectos, atrayendo su entusiasmo, su intransigencia,
su tendencia a la crítica y a la autoafirmación típicas de su edad hacía la
práctica del bien.
NB. El contraste entre generaciones nace exactamente cuando la generación
saliente no ha sido capaz de transmitir a la generación nueva una riqueza de
pensamientos y de sentimientos de la que sentirse orgullosa y dispuesta a
defender y desarrollar.
Oración, vida, rito, educación
de D. Massimo Lapponi
En las catequesis que se llevan a cabo sobre la oración se suscita con
frecuencia el problema de la relación entre la oración y la vida, un
problema que nace de una especie de ruptura entre la esfera espiritual,
propia de la dimensión religiosa y humana de la persona, y la esfera de los
intereses ordinarios y de las actividades terrenas. A todas las respuestas,
soluciones y sugerencias, frecuentemente preciosas, que los guías
espirituales ofrecen ordinariamente, se deberían añadir aquí algunas
observaciones nacidas de la reflexión sobre la tradición benedictina viva.
Con esta colaboración querría redondear el tratado desarrollado en mi
reciente libro San Benito ya la vida familiar, publicado este año por la
Libreria Editrice Fiorentina.
La tradición benedictina, bajo la guía de la Regla del santo Patrón de
Europa, mira a organizar la vida cotidiana de una comunidad, incluso en sus
aspectos prácticos y operativos, en función de la celebración, de la escucha
y de la puesta en práctica de la Palabra de Dios y del misterio de Cristo en
la actividades de todos los días. La importancia dada por la Regla a los
aspectos concretos de la vida comunitaria de cada día y de la liturgia
responde a una suerte de continuación, o mejor a una más amplia realización,
del misterio de la encarnación. De este modo, el Espíritu de Cristo anima
con su soplo divino toda la actividad de la comunidad monástica, sea en el
amplio y variado ámbito del trabajo, sea en el de la oración: ora et labora.
Este famoso lema benedictino ya sugiere de por sí una superación de la
ruptura entre oración y vida. Pero el aspecto particular en el que aparece
más directamente esta superación es la liturgia monástica, con todo su
desarrollo a lo largo de los siglos. Es especialmente en la liturgia donde
la oración se encarna y se hace viva, y no para quedarse aislada del resto
de la actividad humana, sino para obrar una profunda trasformación en ella.
En mi volumen antes recordado, ya llamaba la atención sobre el desarrollo de
la solemnidad de las celebraciones, de la música litúrgica, de los
ornamentos y de los vasos sagrados y del arte figurativo, escultórico,
arquitectónico y gráfico, ligado a la oración litúrgica, llevado a cabo por
la tradición benedictina. Sin embargo, había dado suficiente relieve a la
importancia de loa ritualidad. En un pasado más o menos reciente se ha
acusado bastante frecuentemente a la ritualidad como si fuese un ornato
exterior que haría de la oración un formalismo. Esto es algo que puede
suceder y, de hecho, ha sucedido no pocas veces. Pero, como bien se dice,
abusus non tollit usum: en sí misma la ritualidad no es otra cosa que la
encarnación más inmediatamente palpable de la oración y, por tanto, es ella
misma, y con mucha razón, una extensión del misterio central del
cristianismo- en este sentido no deberíamos mirar con hostilidad y
desconfianza las aportaciones de las vocaciones de los nuevos países en sus
experiencias celebrativas, con sus costumbres de danza extrañas a nuestra
cultura.
Participar, o sólo estar presente, en una celebración monástica en la que
palabra, sentimiento y voluntad tienen su natural correspondencia en el
edificio sagrado, enriquecido por la huella del arte y del recuerdo, en el
canto, en los hábitos, en los gestos, ¿no hace, ya de por sí, de la oración
parte de la vida? Ahora bien, esta ritualidad, con los varios elementos que
contribuyen a enriquecerla, fluye también fuera del oratorio en la vida del
monasterio: en el capítulo, en el refectorio, en el ambiente de trabajo y de
estudio.
Así, a modo de ejemplo, la mesa amplía la ritualidad a la exigencia
de puntualidad, a la oración inicial y final, a la lectura durante toda la
comida, o parte de ella en los días de dispensa, al servicio de la mesa, a
las normas de la galantería. Santificar, con la ritualidad litúrgica y con
su redundancia en las varias actividades, el modo de gestionar, de hablar,
de trabajar en relación a la vida común y, necesariamente por tanto, de
sentir, de pensar y de obrar en las diversas circunstancias de la vida
diaria, ¿no supone ya superar con naturalidad la ruptura entre oración y
vida?
Esta conclusión tiene importantes consecuencias para el proyecto de aplicar
la Regla de san Benito a la vida de las familias y, especialmente, para la
propuesta de un contacto vivo entre estas y un monasterio benedictino, como
he ilustrado en el ya nombrado libro San Benito y la vida familiar. Bajo
este punto de vista, la participación regular de una familia en partes
significativas de la liturgia monástica y en una mesa para los huéspedes
regulada por una ritualidad de alguna forma benedictina, no puede menos que
favorecer en gran medida en los laicos un fácil acercamiento entre oración y
vida, gracias al eco que tendría en la vida familiar la experiencia del
contacto con la ritualidad monástica, sobre todo en la oración común y en la
mesa. Y esto vale para todos, pero de modo especial para los más pequeños.
Recientes estudios neurológicos han individuado en el sistema nervioso
central del ser humano las llamadas neuronas espejo, a través de las cuales
la actividad psíquica y sus comportamientos reflejos están determinados en
el hombre, y sobre todo en el niño, no tanto por el contenido mental de la
instrucción escolar o catequética cuanto por lo que el hombre o el niño ven.
Así, la visión de unos padres que obran de común acuerdo o, por el
contrario, de unos padres en desacuerdo, tendrá en la formación mental y
emocional del niño un influjo mucho mayor que todas las clases teóricas
sobre las virtudes sociales o religiosas. Mientras nuestra generación ha
podido gozar en su ambiente vital de una presencia consistente de imágenes y
costumbres religiosas, de un arte y una literatura llena de ejemplos de
ideales cristiano vivos, de una ritualidad litúrgica, y también familiar,
religiosa y civil, marcada por un fuerte sentido de la dignidad estética,
las generaciones sucesivas se han visto privadas, en gran parte, de todo
esto y se les ha proveído más que abundantemente de un contenido de imágenes
y experiencias muy diverso. Yo mismo he podido observar cómo, durante un
retiro de preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, los
niños presentes se mostraban distraídos e insensibles antes el Santísimo
Sacramento expuesto y ante la repetición de la invocación del nombre de
Jesús, hecha por los religiosos que los guiaban. Para ellos Jesús non era
una presencia viva y significativa, como lo era para nosotros gracias a su
encarnación en la liturgia, en la iconografía, en la música, en el arte, en
la literatura.
Estas experiencias y estas reflexiones pueden hacernos comprender la
eficacia que tendría una presencia regular de los pequeños, junto con sus
familias, en la liturgia monástica, y en su riqueza poética, musical,
artística y ritual, sobre todo si ellos mismos participan personalmente con
el vestido oportuno y con pequeños actos auxiliares. Dígase lo mismo de una
mesa ofrecida a las familias en que las exigencias de puntualidad, de
participación ordenada en la oración inicial y final, la inteligente
disposición del servicio fraterno, la breve lectura inicial y conclusiva, la
observancia de una cierta buena crianza, reflejan en alguna medida la
ritualidad de la mesa monástica festiva. Si estas experiencias, repetidas
con regularidad, redundasen después en las costumbres de las familias – en
conformidad con el proyecto que hemos presentado en el libro repetidamente
mencionado – con toda seguridad el problema de la ruptura entre oración y
vida sería resuelto en gran parte de modo feliz y se aportaría una ayuda
esencial a la educación religiosa y humana de la sensibilidad y de la
inteligencia de los pequeños.
De “Ora et labora” de junio 2010
Trad. de P. Antonio Jose Iturgoyen Martinez y Marcelo Torres