ECCLESIA IN AMERICA: PROFECÍA, ENSEÑANZAS Y COMPROMISOS
Intervención de Guzmán Carriquiry, Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, sobre “La Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America: profecía, enseñanzas y compromisos”.
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La cuestión prioritaria y fundamental es suscitar y renovar un encuentro
personal y comunitario con Jesucristo, tal como lo propone la Exhortación
apostólica Ecclesia in America y lo destaca luego la Encíclica Dives caritas
est de S.S. Benedicto XVI, cuando afirma que “no se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un
Acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva” (n. 1). Este encuentro no puede nunca darse
por descontado, sino experimentado siempre de nuevo. Todos estamos llamados
a vivir la fe como nuevo inicio, como esa novedad sorprendente, esplendor de
verdad y promesa de felicidad, che reenvía al acontecimiento que la hace
posible y que continuamente la regenera. No es accidental que el pontificado
de Juan Pablo II se haya inaugurado con la invitación a “abrir las puertas a
Cristo” y se haya concluyido con la invitación a “recomenzar desde Cristo”,
a fijar la mirada sobre su rostro, descubriendo toda la densidad y belleza
de su misterio presente, confiados mendicantes en su gracia. En efecto, no
hay otra vía que la de “recomenzar desde Cristo”, para que su Presencia sea
percibida y encontrada, amada y seguida con la misma realidad, novidad y
actualidad, con el mismo poder de persuasión y afecto, experimentados por
sus primeros discípulos 2000 años ha o por los “juandiego” del “Nuevo Mundo”
hace 500 años. Sólo en el estupor y fascinación de este encuentro, superior
a todas las expectativas pero percibido y vivido como plena respuesta a los
anhelos de verdad y felicidad del “corazón” de toda persona, el cristianismo
ne se reduce a una lógica abstracta, sino que hace carne en propia
existencia. Por ello, la primera y más sincera actitud humana y cristiana es
pedir, invocar, como pobres pecadores suplicantes, que el misterio de Dios
se manifiesta en la propia vida, que nos haga reconocer la presencia de
Cristo, che mueva nuestra prontitud para acoger su designio de salvación
para nuestra vida con un obediente fiat, como el de la Santísima Virgen
María. Este encuentro, que adviene por medio de aquellos que hacen
transparente su Presencia, con toda su fuerza suave de atracción, se realiza
en toda su verdad en la participación a los sacramentos, que son los gestos
con los cuales Jesucristo abraza y transforma la vida de los fieles;
encuentro que se gusta, se profundiza y que permea toda la vida en la
oración perseverante, en una disciplina de vida espiritual. Tal es la
suprema prioridad para las Iglesias del continente americano, para toda la
Iglesia católica.
La Exhortación apostólica Ecclesia in America dedica, pues, algunas páginas
a los santos, como los mejores frutos de la evangelización americana, como
testigos irradiantes de su identidad cristiana, modelos heroicos de vida
cristiana, compañía intercesora de quienes aún peregrinan por tierras del
continente. ¡Cómo no recordar a lo largo de nuestra geografía americana a
santas místicas como Rosa de Lima y Mariana de Quito, ¡Que sean todos ellos,
y entre ellos a muchos mártires, patrimonio común para la comunión, la
edificación y la devoción en las Iglesias de todo el continente americano.
¡Y cómo no invocar, con afecto filial, sobre todo, a la Santísima Virgen
María, la primera y más perfecta discípula, la que se hizo reconocer en toda
América como Nuestra Señora de Guadalupe, pedagoga de la fe y estrella de la
evangelización! La emulación entre las Iglesias del continente tiene que
estar dada por los testimonios de santidad, de ayer pero también de la
santidad de hoy a la que están llamados todos católicos americanos.
Ese encuentro con Jesucristo vivo es “camino de conversión”, nos señala la
Exhortación apostólica Ecclesia in America (nn. 26 y ss.) ¡Qué resonancia,
responsabilidad y desafío tienen para las multitudes de bautizados en el
continente aquélla invitación urgida del Evangelio: “El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la Buena
Nueva” (Mc. 1,15); o aquéllas palabras de la Epístola a los Romanos (3,11):
“Es ya hora de levantaros del sueño, que la salvación está más cerca de
nosotros de cuando abrazamos la fe”. ¡Cuántos son los cristianos que han
sepultado su bautismo bajo una capa de indiferencia y olvido, cuánta
confesión cristiana sin ninguna influencia en el entramado de la propia
vida, cuántas devociones sin encuentro con Cristo en los sacramentos, con
què frecuencia predominan los “mix” arbitrarios de creencias sin referencia
fiel al Credo, al Catecismo, a las enseñanzas soctrinales y morales de la
Iglesia, cuánto abandono del sacramento de la reconciliación y
superficialidad en la participación eucarística! La “conversión permamente”
que la Ecclesia in America urge a todos los americano conduce a la vida
nueva “en Cristo”, por gracia de su Espíritu, confiados en el amor
misericordioso del Padre, para llegar a ser discípulos y testigos, reflejos
de su Presencia, no obstante todos nuestros límites, opacidades y miserias.
Incluso hasta llegar a exclamar, como el Apóstol: “Mi vida es Cristo”.
Ese encuentro con Cristo ha de ser acompañado y proseguido con una
catequesis “que debe ser presentada explícitamente en toda su amplitud y
riqueza “Cfr. E. in A. n. 69). Hay mucha ignorancia religiosa, sobre todo
entre las nuevas generaciones, y deficiencias de formación cristiana
adecuada entre muchos fieles de nuestras Iglesias. No es exagerado desdtacar
que hermos vivido situaciones muy frecuentes de crisis de una auténtica
educación católica, de una catequesis superficial, de dificultades notorias
en la formación de personalidades sólidas y maduras en la fe, de adhesión
más integral a las verdades propuestas por la Iglesia. Ademas, el bombardeo
de los medios de comunicación social incrementa la dificultad de darse
referencias y juicios para una formación cristiana que sea unitaria,
sistemática y fiel. Por ello, resulta fundamental repensar a fondo la
formación cristiana de los fieles, sea la de la iniciación o reiniciación
cristiana que la que conduce a la formación de personas Sin fundamental del
“Catecismo de la Iglesia católica”, cuyo vigésimo aniversario de
promulgación estamos ahora celebrando en el cuadro del “Año de la fe”. Ésta
es tarea fundamental para las parroquias y para las familias cristianas, que
tienen que ser más alentadas y ayudadas en este propósito. La Exhortación
appstólica pos-sinodal recuerda también que existe una vasta red de escuelas
y Universidades católicas por todo el continente, cuyos frutos parecen en
general exiguos en proporción a los recursos espirituales, humanos y
materiales “invertidos”. Hay una “emergencia educativa”, también en la
Iglesia, a la que no se responde suficientemente. Quince años después de la
Asamblea del Sínodo para América urge repensar a fondo la pastoral
educativa, alentar y sostener con los medios adecuados la identidad católica
como hilo conductor de vida y estudios en los institutos de enseñanza,
“invertir” a sunuevas fuerzas vivas en esa tarea y relanzar una
evangelización de las propias Universidades católicas. Y ello teniendo en
cuenta que la presencia evangelizadora en las instituciones escolásticas no
confesionales, sobre todo universitarias, forma parte más de la “missio ad
gentes” en tierras de frontera que de la “nueva evangelización”.
El encuentro con Jesucristo vivo es “camino de comunión”, se lee también la
Exhortación apostólica pos-sinodal Ecclesia in America (nn. 33 y
siguientes). Es camino de comunión trinitaria, eclesial y social. En la
Iglesia, sacramento de unidad de nuestros pueblos dentro de la circulación
católica de la comunión, ha de ser mucho más fuerte lo que nos une en la fe,
esperanza y caridad de lo que nos separa en las diversidades,
contradicciones y desgarramientos que se viven a nivel del continente.
Cumple, por eso, una preciosa tarea reconciliadora. Sin embargo, para ello
es necesario reconstuir y educar siempre el sensus ecclesiae, a la luz de la
comunión vertical y horizontal que está en su propio ser. Gracias a Dios,
las Iglesias en el continente americano han ido dejando atrás la frecuencia
de contestaciones, manipulaciones, crisis de comunión, que se arremolinaron
en los tiempos huracanados de la primera fase del pos-concilio, en la que
críticas, experimentaciones y novedades se vieron sobre-determinadas por
corrientes de hiper-politización e ideologización. No faltan aún, ni
faltarán, tales crisis, porque el Principe de este mundo, el diablo, siembra
la división. Es necesario, pues, que nuestreas Iglesias sigan educando a un
profundo y fiel sentido de pertenencia a su misterio de comunión, a su
sacramentalidad, a la fuente y vértice de esa comunión que es la Eucaristía.
Y que ayuden a los fieles a experimentarlo en comunidades cristianas
conformes al ser de la Iglesia, signos y reflejos de su misterio, casas y
escuelas de comunión que abracen y sostengan la vida cristiana de todos los
bautizados. También gracias a Dios, no falta, en general, la comunión con
los Obispos, ministros de la unidad, y de éstos, junto a la devoción de los
fieles, con el Sucesor de Pedro, testigo y garante de la unidad de toda la
Iglesia católica. Este Congreso es ocasión providencial para proclamar una
vez más la inquebrantable y firme comunión afectiva y efectiva de las
Iglesias del continente americano con el Sucesor de Pedro. Desde tales
premisas, la Exhortación apostólica pos-sinodal Ecclesia in America alienta
signos concretos de esa comunión a nivel continental, como “la oración en
común de unos por otros, el impulso a las relaciones entre las Conferencias
Episcopales, los vínculos entre Obispo y Obispo, las relaciones de hermandad
entre las diócesis y las parroquias, y la mutua comunicación de agentes
pastorales para acciones misionales específicas” (n. 33). En ese orden de
sugerencias, la exhortación indica aún “fortalecer las reuniones
interamericanas” promovidas par las Conferencias episcopales de diversas
naciones, “crear comisiones específicas para temas comunes”, etc. Más
importante aún es enriquecer la recíproca comunión edificándose con los
mutuos dones y experiencias.
Por ejemplo, los católicos latinoamericanos tienen mucho que aprender del
profundo y concreto sentido de pertenencia de los católicos de los Estados
Unidos a su comunidad parroquial y diocesana, desde la alta participación
litúrgica dominical hasta el sostén material de sus comunidades. Los
católicos de Estados Unidos y Canadá, por su parte, pueden enriquecerse
mucho con el profundo sentido de trascendencia, de presencia del Misterio en
la propia vida, que expresa la religiosidad popular de los latinoamericanos.
Ante el incremento impresionante de los hispanos en los Estados Unidos y
Canadá, la gran mayoría de ellos católicos, se puede dar allí un laboratorio
de encuentros e intercambios entre diversas formas de incilturación de la
fe, incluso para dar lugar a una más completa síntesis católica.
Cuando entra en crisis la comunión, la Iglesia tiende a replegarse sobre sí,
a ocuparse más de asuntos eclesiásticos que del testimonio al que está
llamada a dar, a alimentar problematizaciones inhibitorias de energías
evangelizadoras y solidarias en la vida de los pueblos. En cambio, si el
encuentro con Jesucristo vivo ha llenado de gratitud y alegría la propria
vida, y la caridad rebosa en la comunión de sus discípulos y testigos,
entonces el “corazón” urge por comunicar este don a todos por amor a su
vidadestino.
El encuentro con Jesucristo vivo, en la comunión de la Iglesia, su cuerpo
presente, desata energías de solidaridad entre los pueblos. Esta es la
perspectiva desde la que la Iglesia presta un servicio invalorable a la vida
pública de las naciones. Hay todavía mucha ignorancia y prejucios que
obstaculizan el incremento de sentimientos de fraternidad entre
latinoamericanos y estadounidenses. La Iglesia cumple una función de verdad
cuando educa la opinión pública norteamericana a superar una actiud de
indiferencia, a veces mezclada de temores y rechazos, respecto a los
latinoamericanos. Hay que dejar atrás una “leyenda negra”
anti-latinoamericana, que lo es también anti-católica, que presenta a los
latinoamericanos como afectos de pereza, violencia e ignorancia congénitas,
que amenazan la convivencia en los Estados Unidos a través de la “invasión”
–como se dice – de los hispanos. Los latinoamericanos tienen que conocer más
y mejor al pueblo norteamericano, más allá de eslóganes superficiales o
lentejuelas ideológicas que impiden comprender cabalmente su compleja
realidad. Es mejor que ambos, hermanos católicos del Norte y del Sur tengan
mayor conciencia de saberse sometidos a ese prejuicio, que es el último a
morir en lo “politically correct”, que es disparar contra la Iglesia por
parte de elites dirigentes y mediáticas. Un cambio profundo de actitudes
favorece, sin duda, la solidaridad para frontar cuestiones comunes.
Hay cuestiones comunes que hoy plantean problema
s y desafíos mucho más graves que los de hace quince años. Paso revista
sintética de algunos de ellos.
El problema de la inmigración hispana, sobre todo a Estados Unidos, desata
prejuicios, injusticias y violencias cuando no estábien afrontado. Es
impresionante tener en cuenta los millares de centroamericanos que recorren
toda la geografía mexicana, de sur a norte, sufriendo toda clase de
vejaciones y soprusos. La ausencia de una reforma de la política
inmigratoria en Estados Unidos alimenta actitudes xenófobas, incluso de
discriminación racial, no sólo levantando muros físicos y militares en la
frontera con México – país con el que tiene pactado el “libre comercio” –
sino también separando familias de los hispanos inmigrados y deportando a
muchos hispanos “indocumentados” que viven desde hace mucho tiempo en el
país, incluso nacidos en el mismo. Honra a la Conferencia Episcopal de
Estados Unidos haber siempre considerado a los hispanos, no como problema,
sino como aporte “providencial” para la vida nacional. Y son muy importantes
las periódicas reuniones que sobre la inmigración reunen a Obispos de las
Conferencias de Estados Unidos y Canadá junto con las de México,
Centroamérica y el Caribe, así como declaraciones bilaterales de las
Conferencias de Estados Unidos y México. La Iglesia católica no puede
desentenderse de la tarea de “humanizar” la cuestión migratoria, respetando
la legítima lalegislación de los Estados pero considerando a los migrantes
con espíritu de caridad y servicio, atendiéndolos desde un punto de vista
pastoral y evangelizador.