LA PERSONA, CENTRO DE LA SEGURIDAD VIAL
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Jornada de Responsabilidad en el Tráfico
Comisión Episcopal de Migraciones 2010
La Jornada de Responsabilidad en el Tráfico debe ayudarnos a ser sensibles a este designio de Dios para poderlo llevar a cabo no sólo en esta época de verano sino en cada uno de los días del año.
El Papa Benedicto XVI nos decía el año pasado que hay que «reiterar una vez más el deber para todos de la prudencia en la guía y en el respeto de las normas del código vial. ¡Unas buenas vacaciones comienza precisamente por esto!» ( Benedicto xvi. Ángelus, 12 de julio 2009).
Que Nuestra Señora del Camino, imagen de la Virgen Peregrina, el Ángel de la Guarda, el Arcángel Rafael y San Cristóbal nos ayuden a redoblar nuestros esfuerzos y nuestro sentido de responsabilidad como conductores, y también como peatones, hemos de mantener viva y activa la esperanza de llegar a la meta.
Madrid, 4 de julio de 2010
Los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones
+ Monseñor José Sánchez González
+ Monseñor Ciriaco Benavente Mateos
+ Monseñor Luis Quinteiro Fiuza
+ Monseñor Ignacio Noguer Carmona
+ Monseñor Antonio Dorado Soto
Ante la celebración, en el primer domingo de julio, de la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico, los Obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones queremos invitar a los cristianos, a sus comunidades y a la sociedad en general a fijar la atención en el significado y la importancia de la conducción, que se ha convertido en un hecho habitual en nuestra vida cotidiana
El lema elegido para este año, Caminos de esperanza y de seguridad, nos ofrece la ocasión para nuestra reflexión. Coincide, además, la Jornada de este año dentro de la celebración del Año Santo Compostelano, en que tantos peregrinos recorremos, al menos, una parte del célebre Camino de Santiago.
El Camino de Santiago es una realidad religiosa, cultural, de experiencia personal y comunitaria y de un gran significado y simbolismo.
Efectivamente, la peregrinación a Santiago, como toda peregrinación, es una expresión de la vida como viaje y como camino. Algo análogo podríamos decir de los desplazamientos de un lugar a otro tan frecuentes y tan propios de la vida moderna. Así como las peregrinaciones están presentes en la práctica totalidad de las tradiciones religiosas de la humanidad manifestando la presencia de lo sagrado en el mundo, también nuestros desplazamientos diarios «suponen no sólo un desplazamiento físico de un lugar a otro, sino que conlleva una dimensión espiritual, porque el viaje relaciona a las personas, contribuyendo a la realización del designio de amor de Dios»
En estos días del verano, millones de personas se desplazan de un lugar a otro para iniciar sus vacaciones o regresar de las mismas, sin olvidarnos de los que diariamente lo hacen por motivos laborales y sociales. Pues bien, es evidente que cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, desgraciadamente, no siempre sucede así.
Los expertos en seguridad vial pronostican que, en el 2015, los accidentes de tráfico podrían convertirse en la principal causa de discapacidad entre niños y jóvenes de todo el mundo. De los 1,2 millones de personas que anualmente pierden la vida en accidentes de tráfico en el mundo, casi la tercera parte son jóvenes menores de 25 años. Estos datos impactan por sí mismos y son los suficientemente elocuentes.
Por lo que se refiere a la realidad española, ateniéndonos a las cifras que periódicamente nos ofrece la Dirección General de Tráfico, en el pasado año 2009 se produjeron en las carreteras españolas un total de 1.695 accidentes mortales, en los que 1.929 personas perdieron la vida.
Es cierto, y felicitamos por ello a las administraciones correspondientes y a cuantas personas e instituciones han colaborado en ello, que en una sola década el número total de accidentes y de víctimas mortales ha descendido notablemente. En el año 2000 estas cifras eran de 3.678 y 4.295. Ello significa una reducción del 51,9% y 55,7%, respectivamente. Con todo, es preciso seguir redoblando los esfuerzos, por parte de cada uno y desde todas las instancias públicas y privadas, para seguir reduciendo dichas cifras hasta donde sea posible. Salvar una sola vida humana bien merece la pena.
Para que la esperanza de llegar al destino no quede frustrada, es necesario, por una parte, poner en juego cuanto esté de nuestra parte en pro de la seguridad de las personas que viajan en nuestro vehículo y en los de los demás. Por otro lado, no podemos olvidar la naturaleza de la propia virtud de la esperanza en relación con la conducción, tal como nos recuerda el Pontificio Consejo de Migrantes e Itinerantes: «La esperanza es otra virtud que debe distinguir al conductor y al viajero. Todo el que comienza un viaje, en efecto, sale siempre con una esperanza, la de llegar seguro al destino, para hacer negocios o gozar de la naturaleza, visitar lugares famosos o que despiertan recuerdos, o abrazar de nuevo a las personas queridas. Para los creyentes, la razón de esa esperanza, incluso teniendo en cuenta los problemas y los peligros de la carretera, se funda en la certeza de que, en el viaje hacia una meta, Dios camina con el hombre y lo preserva de los peligros. En virtud de esta compañía de Dios y gracias a la colaboración del hombre, el viajero llegará a su destino»