PONTIFICIO CONSEJO: ORIENTACIONES PARA LA PASTORAL DE LA CARRETERA Y DE LA CALLE
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Nota: La primera parte se dirige directamente a los involucrados en el tráfico con unas enseñanzas maravillosas. La Comisión de Obispos ha hecho un resumen. Las demás tienen sugerencias de cómo ayudar a las prostituas y a los niños de la calle.
Pontificio Consejo
para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes
ĺNDICE
PRESENTACIÓN
primera parte
PASTORAL PARA LOS USUARIOS DE LA CARRETERA
I. El fenómeno de la movilidad humana
Circulación vial y progreso humano
II. La Palabra de Dios ilumina el camino
Ejemplos del Antiguo Testamento
Cristo es la Vía, Él es el Camino
La psicología particular del conductor
Evasión de la vida diaria y placer de conducir
Desequilibrio comportamental y relativas consecuencias
Un fenómeno que no es patológico
IV. Aspectos morales de la conducción
Conducir quiere decir “convivir”
Conducir quiere decir controlarse
Conducción de un vehículo y peligros correspondientes
Obligatoriedad de las normas de circulación
Responsabilidad moral de los usuarios de la carretera
V. Las virtudes cristianas del conductor y su «decálogo»
La Caridad y el servicio al prójimo
Profecía, en una situación grave y alarmante
Sujetos a los cuales se dirige
Llamamiento del Concilio Ecuménico Vaticano II
VII.
La Pastoral de la Carretera
La Evangelización en el ambiente de la carretera
PASTORAL PARA LA LIBERACIÓN DE LAS MUJERES DE LA CALLE
La prostitución es una forma de esclavitud
Migraciones, tráfico de seres humanos y derechos
¿Quién es la víctima de la prostitución?
Promover la dignidad de la persona
En la solidaridad y en el anuncio de la Buena Nueva
III. Recuperación de las mujeres y de los «clientes»
Prestación de socorro y evangelización
PASTORAL PARA LOS NIÑOS DE LA CALLE
I. El fenómeno, las causas y posibles intervenciones
El fenómeno
Las intervenciones y sus objetivos
III.
Tarea de evangelización y promoción humana
Una pastoral del encuentro, una nueva evangelización
IV. Algunas propuestas concretas
Jesús, Buen Pastor y los discípulos de Emaús
Juntos, con miras a un compromiso común
“En una red” y con un mínimo de estructuras pastorales
PASTORAL PARA LAS PERSONAS “SIN TECHO”
II. Métodos de acercamiento y medios de asistencia
Estas Orientaciones para la pastoral de la carretera, de la que se ocupa un sector específico del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, son el fruto de una gran obra de escucha, de ponderación y de discernimiento.
El Documento está estructurado en cuatro partes muy diferentes, considerando el carácter específico y la amplitud de las problemáticas vinculadas a la carretera como ámbito pastoral: la primera parte está dedicada a los usuarios de la carretera (automovilistas, camioneros, etc.) y de los ferrocarriles – la vía férrea – y a todos los que trabajan en los distintos servicios vinculados a ellos; la segunda y la tercera parte, respectivamente, a las mujeres y a los niños de la calle; la cuarta, en fin, a las personas “sin techo”.
El presente Documento considera a los sujetos indicados arriba, aunque no hay que olvidar a los habitantes de los andenes (pavement dwellers) y a los vendedores ambulantes (street vendors), ni pasar por alto el vínculo que tienen con la carretera los turistas y peregrinos, los nómadas, los circences y los actores ambulantes.
El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes ya se ha ocupado de algunas de estas categorías en tres Documentos publicados en esta última década: Orientaciones para una Pastoral de los Gitanos[1], Orientaciones para la Pastoral del Turismo[2]y La Peregrinación en el Gran Jubileo del 2000[3].
Las Orientaciones contenidas en el presente Documento están destinadas a los obispos, sacerdotes, religiosos/as y a los agentes de pastoral, para dar un paso ulterior hacia una pastoral siempre más atenta a todas las expresiones de la movilidad humana e integrada en la pastoral ordinaria, territorial y parroquial.
Renato Raffaele Cardenal Martino
Presidente
Agostino Marchetto
Arzobispo Titular de Ecija
Secretario
PRIMERA PARTE
PASTORAL PARA LOS USUARIOS DE LA CARRETERA
I. El fenómeno de la movilidad humana
1. Es característico del ser humano, desde cuando se conoce su historia, el desplazamiento de un lugar a otro y el transporte de cosas utilizando distintos medios. La movilidad y el peregrinar son, pues, expresiones de la naturaleza del hombre y de su evolución en el plano cultural.
2. El tráfico de mercancías y el movimiento de las personas aumentan, hoy, vertiginosamente, se realizan a veces en condiciones difíciles y también con peligro de la vida. El automóvil condiciona la existencia, ya que se ha hecho de la movilidad un ídolo simbolizado por él.
La carretera y el ferrocarril deben estar al servicio de la persona humana, como instrumentos para facilitarle la vida y el desarrollo integral de la sociedad. Deben ser un puente de comunicación entre las gentes, creando nuevos espacios económicos y humanos. Desde luego, «por las carreteras circula gran parte de la vida de un país»[4].
3. Fenómeno actual, lleno de consecuencias, dentro de esta movilidad y del progreso que de ella se desprende, es el «tráfico» en general, en particular la circulación vial. Esta ha ido aumentando gradualmente, como exigencia de una sociedad en continuo desarrollo, también debido a medios de locomoción cada vez más rápidos y de siempre mayores dimensiones, utilizados para el desplazamiento de personas y cosas.
Circulación vial y progreso humano
4. La carretera ya no es sólo una vía de comunicación; llega a ser un lugar de vida, en el que se pasa gran parte del propio tiempo, incluso en los países en desarrollo. Es suficiente pensar en tantas carreteras en mal estado, por las que circulan medios de transporte inseguros y repletos, con gran peligro para todos, especialmente durante la noche.
5. Los peligros que corren directamente las personas proceden, además de la congestión del tráfico, también de otros problemas relacionados con él: ruido, contaminación atmosférica, utilización intensiva de materias primas... Esas cuestiones han de ser afrontadas y no se deben padecer pasivamente, incluso para evitar los costos de una modernización que llega a ser insostenible. En este contexto, no es inútil invitar a dejar de utilizar el automóvil si no es necesario.
6. Es cierto que son muchas las ventajas que nos proporcionan los vehículos en circulación. Representan un medio de locomoción rápido para las personas (para acceder a los lugares de trabajo y de estudio, para las salidas de fin de semana, las salidas a vacaciones y los encuentros entre amigos y entre parientes) y para las mercancías. Con la utilización de un vehículo se facilita la vida social y el desarrollo económico, y a muchas personas se les presenta la oportunidad de ganarse honestamente la vida.
7. Otro aspecto positivo de la movilidad es la posibilidad de mejorar la dimensión humana de cada uno, porque se conocen otras culturas y personas con religión, etnia y costumbres diferentes[5]. Además, une a las personas y facilita el diálogo, dando lugar a procesos de socialización y de enriquecimiento personal, mediante descubrimientos y nuevas relaciones.
8. Los medios de transporte son especialmente útiles cuando permiten socorrer a enfermos y heridos, facilitando y simplificando una intervención urgente. Pueden promover, asimismo, el ejercicio de las virtudes cristianas – prudencia, paciencia y caridad al ayudar a los hermanos – tanto a nivel espiritual como corporal. Pueden constituir, en fin, una ocasión para acercarse a Dios, pues facilitan el descubrimiento de las bellezas de la creación, signo del amor ilimitado de Dios por nosotros.
El espíritu del viajero podrá elevarse también, contemplando los distintos testimonios de religiosidad que se divisan a lo largo de las carreteras o junto al ferrocarril: iglesias, campanarios, capillas, capiteles, cruces, estatuas, metas de peregrinaciones, que se visitan, hoy, con mayor facilidad, utilizando precisamente los medios de locomoción modernos.
9. La circulación vial y ferroviaria es, pues, una cosa buena, además de ser una exigencia ineluctable de la vida del hombre contemporáneo. Si él hace buen uso de los medios de transporte, aceptándolos como dones que Dios le otorga y que son, al mismo tiempo, fruto del trabajo de sus manos laboriosas y de su ingenio, podrá sacar provecho de ellos para su propio perfeccionamiento humano y cristiano.
II. La Palabra de Dios ilumina el camino
10. Del compromiso cristiano en los lugares de circulación vial y ferroviaria, que llamamos «Pastoral de la carretera, de la calle», nace el deber de elaborar y promover también una adecuada y correspondiente expresión de «espiritualidad», arraigada en la Palabra de Dios. De tal espiritualidad se desprende la luz capaz de dar significado a toda la vida, precisamente partiendo de la que se vive en la circulación vial y ferroviaria. La movilidad, fenómeno que caracteriza al hombre contemporáneo, debe ser vivida como cristianos, ejerciendo las virtudes teologales y cardinales. Para el fiel, también la carretera llega a ser camino de santidad.
Ejemplos del Antiguo Testamento
11. En la Biblia encontramos continuas migraciones y peregrinaciones. Los Patriarcas, Abraham (cf. Gn 12,4-10), Isaac (cf. Gn26,1.17.22), Jacob (cf. Gn 29,1; 31,21; 46,1-7) y José (cf. Gn 37,28) llevan una existencia itinerante. Cuando sus descendientes forman un pueblo numeroso, Moisés los guía en la salida de Egipto (cf. Ex 12,41) a través del Mar Rojo (cf. Ex 14) y peregrinando por el desierto (cf. Ex 15,22).
12. En la experiencia de la movilidad, llena de peligros y dramas, el Pueblo de Dios siempre está asistido por la protección particular de Yahvé (cf. Ex 13,21). Las reiteradas infidelidades de los Israelitas a la Alianza tienen más tarde como consecuencia otro tipo de peregrinación muy dolorosa: la deportación a Babilonia (cf. 2Re 24,15). Después de largos años de exilio, la fidelidad de Dios se manifiesta con el edicto de Ciro, que posibilita el gozoso viaje de regreso a la tierra prometida (cf. 2Cr 36,22-23; Sal 126 [125]).
13. El Salmista (cf. Sal 107 [106],7) indica el «camino recto» por el cual conduce el Señor, mientras el profeta Isaías lanza la invitación a preparar el camino al Señor (cf. Is 40,3). La importancia que da la Biblia al tema de la peregrinación, del viaje, es clara, porque el término «camino» se utiliza como metáfora para indicar los comportamientos humanos. La Escritura exhorta con insistencia a elegir «caminos rectos», a no entretenerse «en el camino de los pecadores» (Sal 1,1) y a «seguir los caminos del Señor» (cf. Dt 8,6; 10,12; 19,9).
14. En el Nuevo Testamento, las referencias al camino, a los desplazamientos, a los viajes, son bastante numerosas. Pensemos en los de María y José, antes y después del nacimiento de Jesús; en aquellos seguidos, de Jesús, durante su vida pública, y en los de los Apóstoles. Los evangelistas presentan la vida de Cristo como un caminar continuo: Jesús recorría ciudades y aldeas para proclamar el Evangelio y curar «todas las enfermedades y dolencias» (cf. Mt 9,35). Una sección bastante larga del Evangelio de Lucas (9,51-19,41) nos muestra al Señor en camino hacia Jerusalén, donde había de consumar su «éxodo» (cf. Lc 9,31)[6].
15. El camino y el viaje están presentes también en las parábolas del Evangelio. Además de la del Buen Samaritano, que se puede aplicar inmediatamente a la Pastoral de la carretera (cf. Lc 10,29-37), pensemos en el Hijo Pródigo, que se marcha «a un país lejano» (Lc 15,13) y luego regresa al padre (cf. Lc 15,13-20). Recordemos también el amo que «se ausenta» y entrega sus bienes a sus servidores (cf. Mt25,14-30).
16. Jesús pone en camino también a sus discípulos. Los envía, de dos en dos, a proclamar la Buena Nueva del Reino (cf. Mc 6,6-13), mientras en el evangelio de Lucas la misión de los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10,1-20) sugiere una extensión universal de aquella sucesiva, cuando Jesús Resucitado envía a los Apóstoles, diciendo: «Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura» (Mc 16,15; Mt 28,19 y Lc 24,47). Ellos serán, en efecto, sus testigos «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Esa misión universal implicará, desde luego, innumerables viajes para Pedro, como lo afirman los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9,32-11,2), y para Pablo (cf. Hch 13,4-14,28; 15,36-28,16).
17. La Sagrada Escritura presenta, en líneas generales, la realidad de la movilidad humana, con sus peligros, sus satisfacciones y sus penas, y afirma su correspondencia con el designio salvífico de Dios. Podemos, así, comprender el viaje, no sólo como un desplazamiento físico de un lugar a otro, sino en su dimensión espiritual, porque el viaje relaciona a las personas, contribuyendo a la realización del designio de amor de Dios.
Cristo es la Vía, Él es el Camino
18. El evangelio de Juan presenta expresiones particularmente importantes por lo que se refiere a la que llamaríamos una espiritualidad de la calle, como realización del plan de Dios. El Señor Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí» (Jn 14,6). Cristo, al presentarse como «camino», nos indica que todo ha de estar orientado hacia el Padre. La afirmación «Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12) confirma que Jesús y su mensaje son la vía luminosa que orienta nuestra vida hacia el Padre. El que sigue al Señor, y escucha y pone en práctica su Palabra, va por el camino de la vida.
19. El que conoce a Jesucristo es prudente en la carretera. No piensa sólo en sí mismo y no está siempre apremiado por la prisa en llegar. Se fija en las personas que lo «acompañan» por el camino, cada una con su propia vida, el deseo de llegar y sus propios problemas. Las ve a todas como hermanos y hermanas, hijos de Dios. Esta es la actitud que connota al automovilista cristiano.
20. Está comprobado que una de las raíces de muchos problemas inherentes al tráfico es de orden espiritual. Los creyentes encontrarán la solución de estos problemas en una visión de fe, en la relación con Dios, y en una opción generosa en favor de la vida, testimoniada también con un comportamiento respetuoso de la vida de los demás y de las normas instituidas para tutelarla, en la carretera.
«En realidad, se podría sacar de las páginas inspiradas en los dos Testamentos, pero sobre todo del Evangelio y de las Cartas apostólicas, un florilegio de preceptos que podrían constituir un corpus de criterios morales e incluso un manual de galateo y de buena educación para el uso de la carretera, mediante el cual se sostienen y se valorizan las prescripciones del Código, dándole una inspiración que la enunciación meramente negativa y preventiva de sus normas no puede tener. Sólo cuando el usuario de la carretera llegue a considerar sus responsabilidades bajo esta perspectiva positiva y animadora, que halla en los valores superiores e imprescriptibles de la conciencia su verdadera justificación, se podrá obtener la anhelada moralización»[7].
La psicología particular del conductor
21. El vehículo es un medio que se puede utilizar de modo prudente y ético, para la «convivencia», la solidaridad y el servicio a los demás, o se puede también abusar de él.
Evasión de la vida diaria y placer de conducir
22. Al ponerse al volante del coche, algunos prenden el motor para lanzarse a la carrera, con el objeto de evadirse de los ritmos apremiantes de la vida diaria vinculados al trabajo. El placer de conducir llega a ser una manera de gozar de la libertad y la autonomía de las que habitualmente no se dispone. Lleva también a practicar deportes de carretera, como el ciclismo y el motociclismo, a participar en carreras de automóviles con un sentido sano de competencia, aunque con los peligros correspondientes.
23. Puede suceder que las prohibiciones impuestas por las señales del tráfico se consideren como limitaciones de la libertad. Especialmente cuando se sienten ni vistos ni controlados, algunos tienden a quebrantar esas barreras, que, en cambio, se han puesto para su protección y la de los demás. Algunos conductores llegan a sentirse humillados al tener que respetar ciertas normas de prudencia que disminuyen los riesgos y peligros del tráfico. Otros estiman intolerable, casi una limitación de sus propios «derechos», la obligación de seguir con paciencia otro vehículo que viaja a baja velocidad, porque las señales del tráfico indican, por ejemplo, la prohibición de adelantarse.
24. Es preciso tener en cuenta que la personalidad del conductor al volante es distinta a la del peatón. Circunstancias especiales, cuando se conduce un vehículo, pueden llevar a un comportamiento inadecuado e incluso poco humano. Vamos a considerar, en seguida, los principales factores psicológicos que influyen en el comportamiento del conductor.
25. El instinto de dominio, o sentimiento de prepotencia, en el ser humano, impulsa a buscar el poder para afirmarse[8]. La conducción de un automóvil da la posibilidad de ejercer fácilmente ese dominio sobre los demás. Identificándose con el automóvil, el conductor siente aumentar el propio poder, que se expresa en la velocidad, lo que da lugar a un placer, el de conducir, precisamente. Todo esto puede llevar al conductor a querer experimentar la euforia de la velocidad, manifestación característica del aumento de su poder.
Disponer libremente de la velocidad, tener la posibilidad de acelerar a voluntad y de lanzarse a la conquista del tiempo, del espacio, adelantándose, «sometiendo», casi, a los demás conductores, llegan a ser fuentes de una satisfacción que nace del dominio.
26. El automóvil se presta, de manera especial, a que el propietario lo utilice como objeto de ostentación de sí mismo y como medio para eclipsar a los demás y suscitar sentimientos de envidia. La persona se identifica, así, con el coche y proyecta en él la afirmación del ego. Cuando elogiamos nuestro automóvil, en el fondo, nos elogiamos a nosotros mismos, porque nos pertenece y, sobre todo, porque lo conducimos. Muchos automovilistas, incluso ya no muy jóvenes, se ufanan con gran gusto de los récords logrados y de las altas velocidades alcanzadas; es fácil constatar cómo es de molesto ser considerados malos conductores, aunque lo reconozcamos.
Desequilibrio comportamental y relativas consecuencias
27. Los comportamientos poco equilibrados varían según las personas y las circunstancias: falta de cortesía, gestos ofensivos, imprecaciones, blasfemias, pérdida del sentido de responsabilidad, violaciones deliberadas del Código de circulación. En algunos conductores, el desequilibrio comportamental se manifiesta en formas insignificantes, mientras que en otros produce graves excesos que dependen del carácter, del nivel de educación, de la incapacidad de autocontrol y de la falta del sentido de responsabilidad.
Un fenómeno que no es patológico
28. Dichos excesos se pueden encontrar en muchísimas personas normales. Estos fenómenos de desequilibrio comportamental, que pueden tener graves consecuencias, se consideran, sin embargo, dentro de los límites de la normalidad psicológica.
29. La conducción de un automóvil hace brotar del inconsciente inclinaciones que, por lo general, «controlamos» cuando no vamos por la calle. Si estamos al volante, en cambio, los desequilibrios se manifiestan, se privilegia la regresión a formas de comportamiento primitivas. La conducción se debe considerar como cualquier otra actividad social que supone un compromiso a mediar entre las exigencias del yo y los límites impuestos por los derechos de los demás.
El automóvil, en fin de cuentas, tiende a mostrar al ser humano tal como es en su forma «primitiva», y eso puede ser muy poco agradable. Hay que tener en cuenta estas dinámicas y reaccionar, recurriendo a las tendencias nobles del ánimo humano, al sentido de responsabilidad y al control de sí mismos, para impedir esas manifestaciones de regresión psicológica, vinculada con bastante frecuencia a la conducción de un medio de locomoción.
IV. Aspectos morales de la conducción
Conducir quiere decir «convivir»
30. La «convivencia» es una dimensión fundamental del hombre; por consiguiente, la carretera debe ser más humana. El automovilista, al volante, no está nunca solo, aunque no haya nadie a su lado. Conducir un vehículo es, en el fondo, una manera de relacionarse, de acercarse, de integrarse en una comunidad de personas. Esa capacidad de «convivir», de entrar en relación con los otros, supone en el conductor algunas cualidades concretas y específicas: ser dueño de sí mismo, la prudencia, la cortesía, un espíritu de servicio adecuado y el conocimiento de las normas del Código de circulación. Habrá que prestar una ayuda desinteresada a los que la necesitan, dando ejemplo de caridad y hospitalidad.
Conducir quiere decir controlarse
31. El comportamiento de la persona se caracteriza por la capacidad de controlarse y dominarse, de no dejarse llevar por los impulsos. La responsabilidad de cultivar esta capacidad personal de control y dominio es importante, tanto por lo que respecta a la psicología del conductor, cuanto por los gravísimos daños que se pueden causar a la vida y a la integridad de las personas y de los bienes, en caso de accidente.
32. En su evolución como hecho social, el comportamiento al volante de los vehículos se ha desarrollado a veces al margen de las normas éticas; ha surgido así – lo observamos – un contraste profundo entre el progreso constante en el transporte y el aumento continuo y caótico del tráfico en las carreteras, con consecuencias negativas para quien está al volante y para los peatones.
33. Para poner la base de los principios éticos que deben ser el fundamento de todo lo que se relaciona con la «profesionalidad» del usuario de la carretera, es preciso considerar ante todo el peligro para las personas y para los bienes que se deriva de la circulación vial, y que existe, en la realidad, para el conductor, para sus pasajeros y para todos los automovilistas que están al volante. El incumplimiento de las normas éticas básicas impide a los usuarios de la carretera gozar de sus propios derechos personales y compromete también la salvaguardia de las cosas.
34. El deber de proteger los bienes puede ser quebrantado no sólo por una conducción imprudente, sino también por no mantener el coche o el medio de transporte en condiciones mecánicas de seguridad, descuidando el control técnico periódico. El deber de revisión de los vehículos ha de ser respetado.
35. Existen también casos en los que se conduce sin habilidad física o capacidad mental, por abuso de alcohol y de otros estimulantes o drogas, y por cansancio o somnolencia. Y está también el peligro de los «minicoches» (citycars), en manos de los más jóvenes y de adultos sin licencia, así como la utilización temeraria de los ciclomotores y de las motos.
36. Considerando todo esto, para salvaguardar los derechos y evitar los daños causados por accidentes, las Autoridades públicas establecen una serie de normas penales. Desafortunadamente, en la práctica, el carácter obligatorio de tales normas no se tiene en cuenta, se atenúa fácilmente o incluso desaparece en la conciencia de los conductores, precisamente porque dichas normas pertenecen al ámbito del Código penal, es decir a acontecimientos considerados no ordinarios, sino extraordinarios. Esto pone más fácilmente al conductor en la condición de actuar contra la norma, con la esperanza de que la Autoridad que tendría que castigarlo no lo sorprenda.
37. Es claro, a este respecto, que una pedagogía en favor de la cultura de la vida, en defensa del mandamiento «No matar», se hace siempre más necesaria. Desde esa misma perspectiva, son muy útiles las distintas campañas en favor de la seguridad de la circulación, la mejora de los medios públicos de transporte, el trazado seguro de las carreteras, la señalización y la pavimentación adecuadas de las vías de comunicación, la supresión de los pasos a nivel no custodiados, la creación de una mentalidad pública responsable, a través de asociaciones específicas, así como la colaboración, con los usuarios, de los encargados del servicio de carreteras.
Conducción de un vehículo y peligros correspondientes
38. El conductor, cuando sale en automóvil, debe ser consciente, sin fobias, de que en cualquier momento podría suceder un accidente. No obstante la buena calidad, en general, de las actuales vías de comunicación en los países desarrollados, es insensato conducir «alegremente», como si no existieran peligros. La actitud al volante debería ser la misma que se asume cuando se utilizan instrumentos peligrosos, es decir, de una gran atención.
39. Los números dan prueba de lo anterior. Considerando la producción mundial de vehículos con motor, registramos que en 2001 fueron casi 57 millones, mientras eran 10 millones y medio en 1950. Se calcula que, en el siglo XX, unos 35 millones de personas han muerto en accidentes de carretera, mientras los heridos serían alrededor de mil millones y medio. Sólo en el 2000, los muertos serían 1.260.000. Es importante tener en cuenta que alrededor del 90% de los accidentes se debe a un error humano. No hay que olvidar el daño que se causa a las familias de las víctimas del accidente, además de las prolongadas consecuencias para los heridos, que, con demasiada frecuencia, quedan discapacitados para siempre. Fuera del daño a las personas, merecen una oportuna consideración, en todo caso, también los graves daños a los bienes materiales.
40. Todo esto es una verdadera tragedia, un serio desafío para la sociedad y para la Iglesia. No sorprende que la Asamblea General de la ONU haya afrontado seriamente este problema en una sesión plenaria sobre la seguridad vial, convocada específicamente en abril de 2004, con el objeto de sensibilizar más a la opinión pública acerca de las proporciones del fenómeno, con miras a dar recomendaciones precisas para la seguridad vial[9].
41. El Papa Pablo VI afirmó lo siguiente: «Demasiada es la sangre que se derrama cada día en una lucha absurda contra la velocidad y el tiempo; y mientras los Organismos internacionales se dedican a sanar dolorosas rivalidades, mientras se realiza un maravilloso progreso en la conquista del espacio, mientras se buscan los medios adecuados para sanar las plagas del hambre, de la ignorancia y de la enfermedad, es doloroso pensar cómo, en todo el mundo, innumerables vidas humanas siguen sacrificándose cada año a ese destino inadmisible. La conciencia pública debe sacudirse y considerar el problema como uno de los más difíciles, que ponen en alerta la sensibilidad y el interés del mundo entero»[10].
Obligatoriedad de las normas de circulación
42. Cuando alguien conduce poniendo en peligro la vida de los demás o la propia, así como la integridad física y psíquica de las personas, y también bienes materiales considerables, se hace responsable de una culpa grave, incluso cuando ese comportamiento no provoca accidentes, pues, en todo caso, implica graves riesgos. Hay que agregar que la mayor parte de los accidentes es provocada, precisamente, por la imprudencia.
43. El Magisterio de la Iglesia se ha pronunciado claramente en relación con estas problemáticas: «Las consecuencias, a menudo dramáticas, de las infracciones del Código de circulación le otorgan un carácter obligatorio intrínseco mucho más grave de lo que se piensa generalmente. Los automovilistas no pueden contar sólo con la propia vigilancia y habilidad para evitar los accidentes, sino que deben mantener un justo margen de seguridad si quieren salvarse de los imprudentes y evitar dificultades imprevisibles»[11]. En efecto, «es justo que las leyes civiles apoyen la gran ley del “Non occides”: no matarás, que resplandece en el Decálogo de todos los tiempos y es para todos un precepto sagrado del Señor»[12].
44. Por tanto, «es preciso que cada uno se proponga crear, mediante el estricto respeto del Código de circulación, una “cultura de la carretera”, fundada en la extensa comprensión de los derechos y deberes de cada uno y en el respectivo comportamiento coherente»[13].
45. Principios teológicos, éticos, jurídicos y tecnológicos sostienen la moralización del uso de la carretera. «Dichos principios se fundan en el respeto que se debe a la vida humana, a la persona humana, tal como lo inculca, desde las primeras páginas, la Sagrada Escritura. La persona humana es sagrada: ha sido creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), es redimida con el valor inestimable de la sangre de Cristo (cf. 1Cor 6,20; 1Pe 1,18-19), y ha sido introducida en la Iglesia, en la Comunión de los Santos, con el derecho y el deber de la mutua, efectiva y sincera caridad hacia los hermanos y las hermanas, según el precepto del Apóstol Pablo: “Que vuestro amor no sea una farsa... amaos de verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima” (Rm 12,9-10)»[14].
Responsabilidad moral de los usuarios de la carretera
46. Es cierto que, ni el automovilista o el motociclista, ni el ciclista o el peatón imprudentes desean las consecuencias fatales de un accidente que ellos han provocado, ni tampoco tienen la intención de hacer daño a la vida o a los bienes ajenos. Pero puesto que estas consecuencias son el producto de una acción consciente, podemos hablar justamente de responsabilidad moral.
«Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez»[15]. Cuando se conduce sin las debidas condiciones (por ej., imprudentemente, cuando faltan las capacidades necesarias, etc.), se ponen en peligro, sin motivo suficiente, la vida y los bienes, lo que supone una violación de la ley moral, debido al carácter voluntario del acto.
47. La responsabilidad moral del usuario de la carretera, conductor o peatón, deriva de la obligación de respetar el quinto y el séptimo mandamiento: «No matar» y «No hurtar». Los pecados más graves contra la vida humana y contra el quinto mandamiento son el suicidio y el homicidio, pero este mandamiento exige también el respeto de la propia integridad física y psíquica y de aquella de los demás.
Son actos contra estos mandamientos las imprudentes distracciones y negligencias, cuya gravedad moral se calcula según el grado en que sean previsibles y, en cierto modo, intencionales. Lo que significa que, además de la prohibición de matar, herir o mutilar directamente, el mandamiento del Señor prohíbe todo acto que pueda ocasionar indirectamente esos daños. Eso mismo se puede decir respecto a los daños causados a los bienes del prójimo.
48. La ley moral prohíbe exponer a alguien a un serio riesgo, sin una razón grave, así como rechazar la asistencia a una persona en peligro. Por otra parte, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «la virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de excesos: el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de la velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables»[16].
V. Las virtudes cristianas del conductor y su «decálogo»
La Caridad y el servicio al prójimo
49. El Papa Pío XII exhortaba así a los automovilistas, ya en 1956: «No olvidéis respetar a los usuarios de la carretera, observar la cortesía y la lealtad con los otros pilotos y peatones, y mostrarles vuestro carácter servicial. Gloriaos de saber dominar la impaciencia, con frecuencia muy natural, sacrificando a veces un poco de vuestro sentido del honor, para hacer triunfar esa gentileza que es signo de verdadera caridad. Así no sólo podréis evitar accidentes desagradables, sino que contribuiréis a hacer del automóvil un instrumento incluso más útil para vosotros y para los demás, y capaz de ofreceros un placer de más alto nivel»[17].
50. A esta exhortación pontificia hace eco mucho más tarde el Episcopado belga, que invita a los conductores a «dar prueba de un espíritu de cortesía y caridad, respetando la prelación con una actitud comprensiva respecto a las maniobras torpes de los principiantes, prestando atención a los ancianos y a los niños, a los ciclistas y a los peatones, y dominándose en los casos de infracciones cometidas por terceras personas. La solidaridad cristiana anima a todos los usuarios de la carretera a tener una gran sensibilidad, a prestar asistencia a los heridos y ayuda a las personas ancianas, con una especial solicitud hacia los niños y los discapacitados»[18]. Y, junto con la atención al cuerpo, no hay que olvidarse de prestar una asistencia espiritual, no menos urgente en numerosos casos.
51. El ejercicio de la caridad, en el conductor, tiene una doble dimensión. La primera se manifiesta en el cuidado del propio automóvil en su aspecto técnico desde el punto de vista de la seguridad, para no poner en peligro, conscientemente, la propia vida y la de los demás. Estar encariñados con el propio coche significa también no pretender de él lo que no puede dar.
La segunda dimensión se refiere al amor hacia los que viajan, cuya vida no se debe poner en peligro con maniobras equivocadas e imprudentes que pueden causar daño, tanto a los pasajeros como a los peatones. Utilizamos aquí la palabra «amor» para expresar las múltiples formas con que se manifiesta la auténtica caridad, es decir, el respeto, la cortesía, la consideración, etc. El buen conductor deja pasar amablemente al peatón, no se siente ofendido si otro se adelanta, no pone obstáculos al que quiere correr con mayor velocidad, y no se venga.
52. Esta virtud ha sido presentada siempre como una de las más necesarias e importantes con relación a la circulación por carretera. Lo confirma el siguiente texto: «Otra virtud que no se puede olvidar es la de la prudencia. Esta exige un margen adecuado de precauciones para afrontar los imprevistos que se pueden presentar en cualquier ocasión»[19]. Desde luego, no se comporta según la prudencia el que se distrae, al volante, con el celular o con la televisión.
53. Y, siguiendo con la prudencia, «Los usuarios de la carretera no deben circular a una velocidad excesiva; es preciso calcular un amplio margen de tiempo, teóricamente y psicológicamente necesario para frenar; no deben sobreestimar la propia habilidad y prontitud; hay que controlar continuamente la propia atención y conversación. A este respecto, también los compañeros de viaje deben saber cuáles son sus propias responsabilidades»[20].
54. Sin lugar a dudas, toda relación humana debe fundarse en la justicia, con mayor razón si está en juego la vida. Desde el momento en que la Iglesia se interesó por el problema del tráfico, se remitió a esa virtud. Recordemos, al respecto, la siguiente exhortación: «La justicia exige a los conductores un conocimiento completo y exacto del Código de circulación. Los usuarios de la carretera deben conocer los reglamentos y tenerlos en cuenta. El automovilista, además, está obligado a hacer todo lo posible por encontrarse en condiciones físicas y psicológicas adecuadas. Si se halla en estado de embriaguez, no deberá ponerse nunca al volante y no debe ser autorizado a hacerlo. Está obligado, como cualquier otra persona, a la sobriedad: el alcohol, en efecto, provoca un estado de euforia y reduce la capacidad mental hasta dar lugar a resultados fatales»[21].
55. Respetando la justicia, «el usuario de la carretera tendrá también que reparar el daño causado a otro. Si, en conciencia, es responsable de él, debe procurar que la víctima, o sus parientes cercanos, sean indemnizados adecuadamente. Si el daño se produce de manera completamente independiente de su voluntad, estará obligado, no obstante, en conciencia, a indemnizar a la víctima según lo que establece la ley y, en caso de impugnación, deberá respetar la sentencia»[22].
56. Por lo demás, es preciso animar a los familiares de las víctimas a perdonar al agresor, como signo, aunque difícil, de madurez humana y cristiana. En este proceso de perdón es útil, cuando no necesario, el apoyo espiritual del capellán o del agente de pastoral, así como la celebración de la «Jornada del perdón»[23].
57. La esperanza es otra virtud que debe distinguir al conductor y al viajero. Todo el que comienza un viaje, en efecto, sale siempre con una esperanza, la de llegar seguro al destino, para hacer negocios o gozar de la naturaleza, visitar lugares famosos o que despiertan recuerdos, o abrazar de nuevo a las personas queridas. Para los creyentes, la razón de esa esperanza, incluso teniendo en cuenta los problemas y los peligros de la carretera, se funda en la certeza de que, en el viaje hacia una meta, Dios camina con el hombre y lo preserva de los peligros. En virtud de esta compañía de Dios y gracias a la colaboración del hombre, el viajero llegará a su destino.
58. Siendo Dios siempre la roca sobre la cual se funda la esperanza cristiana, la devoción católica ha encontrado numerosos intercesores ante Él, los verdaderos amigos suyos y nuestros, los Ángeles y los Santos y las Santas de Dios, a los que nos encomendamos para superar los peligros del viaje, con la gracia divina. Recordemos a San Cristóbal (que cargó a Cristo), la presencia del Ángel de la Guarda, el Arcángel Rafael, que acompañaba a Tobías (cf. Tb 5,1ss.), y que la Iglesia considera protector de los viajeros. Son significativos, igualmente, los títulos que se dan a María Santísima con relación al camino. La invocamos, en efecto, como Virgen de la calle, Virgen peregrina, icono de la mujer migrante[24].
59. El hecho de acudir a nuestros Intercesores celestiales no nos debe hacer olvidar la importancia de la señal de la cruz, antes de comenzar un viaje. Con ese signo nos entregamos directamente a la protección de la Santísima Trinidad; él nos remite, ante todo, al Padre como origen y meta; a este respecto, recordemos las palabras del salmo: «Ha ordenado a sus ángeles que te protejan en todos tus caminos» (Sal 91 [90],11).
La señal de la cruz, además, nos entrega a Jesucristo, nuestro guía (cf. Jn 8,12). El encuentro de Emaús (cf. Lc 24,13-35) nos garantiza que el Señor sale al encuentro de cada uno en el camino, se aloja en casa de quien le invita y viaja con nosotros, está sentado a nuestro lado.
En fin, la señal de la cruz nos consigna al «Espíritu Santo, que es Señor y da la Vida»[25]. Él ilumina la mente y concede, a quien lo invoca, el don de la prudencia para llegar a la meta. Nos lo confirma el canto del Veni Creator: «Ductore sic te praevio, vitemus omne noxium» («Y, siendo nuestro guía en la carrera, todo daño evitemos»).
60. Durante el viaje será posible y fructuoso también orar vocalmente, alternándose especialmente en la recitación, con quien nos acompaña, como cuando se reza el Rosario[26] que, por su ritmo y su suave repetición, no distrae al conductor. Eso contribuirá a sentirse sumergidos en la presencia de Dios, a permanecer bajo su protección, y podrá surgir el deseo de una celebración comunitaria o litúrgica, si es posible, en puntos «espiritualmente estratégicos» de la carretera o del ferrocarril (santuarios, iglesias y capillas, incluso móviles).
61. En todo caso, para recordar al automovilista la práctica de las virtudes, alguien ha querido formular un “decálogo” especial, a semejanza de las 10 “Palabras”, es decir, los Mandamientos del Señor. Lo reproducimos a continuación, indicativamente, teniendo en cuenta que se podría formular también de otros modos.
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No matarás.
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La carretera sea para ti un instrumento de comunión entre las personas y no de daño mortal.
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Cortesía, corrección y prudencia te ayuden a superar los imprevistos.
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Sé caritativo y ayuda al prójimo en la necesidad, especialmente si es víctima de un accidente.
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El automóvil no sea para ti expresión de poder y dominio, y ocasión de pecado.
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Convence con caridad a los jóvenes, y a los que ya no lo son, a que no se pongan al volante cuando no están en condiciones de hacerlo.
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Brinda apoyo a las familias de las víctimas de los accidentes.
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Haz encontrar a la víctima con el automovilista agresor en un momento oportuno, para que puedan vivir la experiencia liberadora del perdón.
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En la carretera, tutela la parte más débil.
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Siéntete tú mismo responsable de los demás.
Profecía, en una situación grave y alarmante
62. Denunciar situaciones peligrosas, como las que causa el tráfico, hace parte de la misión de la Iglesia, es decir, es una realización de su misión profética. Es preocupante el número de accidentes en los que también los peatones pueden tener una grave responsabilidad. Hay que denunciar, además, el peligro de ciertas competencias deportivas y de aquellas ilegales, por las calles, que constituyen un grave riesgo.
63. Es bastante común indicar como causa de un accidente las condiciones del asfalto, un problema de orden mecánico o las circunstancias ambientales; hay que subrayar, sin embargo, que gran parte de los accidentes automovilísticos se debe a ligerezas graves y gratuitas – cuando no se trata incluso de estupideces y de arrogancia en el comportamiento del conductor o del peatón – y, por tanto, al factor humano.
64. Ante un problema tan grave, tanto la Iglesia como el Estado – cada uno en el marco de sus propias competencias – deben actuar más allá de la denuncia para crear una conciencia general y pública con relación a la seguridad vial, y promover, con todos los medios, una correspondiente y adecuada educación de los conductores, así como de los viajeros y los peatones.
65. En términos más generales, recordemos que, para cumplir bien una acción, son necesarios tres elementos, es decir: saber lo que hay que hacer, querer hacerlo y, en fin, haber desarrollado suficientemente una serie de reflejos y rutinas necesarios para realizar esa acción con precisión, exactitud y rapidez. Eso mismo vale para la educación callejera: debe abarcar la inteligencia, la voluntad y también los comportamientos acostumbrados.
66. La Iglesia se preocupará, a ese respecto, por sensibilizar las conciencias y promover una educación callejera que tenga en cuenta los tres elementos mencionados: saber lo que hay que hacer, conscientes del peligro, de la responsabilidad y de las obligaciones que se desprenden para los conductores y para los peatones; querer hacerlo con atención y dedicación y, en fin, desarrollar los suficientes reflejos y rutinas para realizar una acción precisa, que no implique riesgos ni imprudencias.
67. Para alcanzar estos fines, no se deberán descuidar, además del compromiso familiar, las posibilidades educativas que tienen las parroquias, las asociaciones laicales y los movimientos eclesiales, sobre todo para los niños y los jóvenes.
68. Todo eso significa fomentar y animar aquella que podríamos denominar una «ética de la carretera», que no es distinta de la ética en general, sino que constituye más bien una aplicación de ella.
Sujetos a los cuales se dirige
69. Una cuestión importante es determinar los sujetos a quienes se dirige la educación callejera; consideremos, ante todo, los sujetos «activos». Puesto que el tráfico está relacionado con el bien común, en la solución del problema de la formación de automovilistas, motociclistas, ciclistas y peatones está implicada toda una serie de actores y entidades sociales, además del individuo y la familia, la sociedad en general y los poderes públicos.
70. El individuo tiene la obligación ética de respetar las normas de circulación y por eso debe tener conocimientos procedentes de una formación que haga más profundo su sentido de responsabilidad. El papel de la familia es evidente y fundamental en la educación callejera, parte del patrimonio necesario que se ha de transmitir a los hijos para que tengan una buena educación general.
Por su parte, la sociedad tiene la obligación y el derecho de afrontar este problema, porque concierne al bien común. Se utiliza el término ‘sociedad’ con un significado amplio y diversificado, que incluye, por ejemplo, la escuela, la empresa privada, el club, la institución, la prensa, etc. Con el término sociedad se entienden también los poderes públicos y la administración civil, cuya intervención en este campo, como en otros, debe apoyarse en el principio de subsidiariedad[27].
71. Entre los sujetos «pasivos» por educar, mencionamos en primer lugar al niño. Es necesario que se le prepare muy pronto a afrontar el tráfico, en el que tendrá que pasar parte de su vida; esto, por dos motivos fundamentales.
Ante todo, porque educar al niño a moverse en el tráfico quiere decir poner a su alcance el mejor medio para proteger su propia vida. Son muchos, en efecto, los niños que todos los años mueren en la carretera, y son muchos también aquellos que, sin perder la vida, quedan discapacitados en sus facultades y marcados para siempre física y/o psicológicamente. Además, la educación callejera del niño es la mejor garantía de una generación futura más segura y correcta en ese campo.
72. Hay que insistir también en el papel irreemplazable de la escuela, que forma e informa. En la escuela, más que todo, el niño puede captar a tiempo el fundamento ético de los problemas del tráfico y el por qué de sus reglas. En la escuela se aprende que los problemas del tráfico pertenecen al campo más amplio de las problemáticas de la convivencia humana, cuya primera urgencia es el respeto a los demás. En la escuela se aprende la autolimitación consciente en la utilización y el goce de los bienes comunes; en ella se debe aprender la cortesía y la nobleza del espíritu en las relaciones humanas.
73. La escuela es la institución a la que la familia confía una parte muy importante de sus tareas educativas. Esto hace de ella uno de los instrumentos más poderosos e insustituibles para la formación integral de la persona. Dejar de cumplir con el deber de impartir también la educación callejera implicaría una peligrosa laguna en la formación, difícilmente colmable.
74. Una ocasión importante de educación al tráfico es la que se proporciona a los que desean conseguir el permiso de conducir. Se trata de una etapa de formación específica, de evidente importancia, sobre todo si el sujeto no ha recibido antes ninguna educación callejera. Las autoescuelas tienen una grave responsabilidad, así como la administración cívica: a ella le compete establecer las pruebas a las que se debe someter el aspirante conductor.
75. Otro sujeto que se ha de formar, en fin, es la multitud de usuarios de la carretera: no sólo los conductores, sino también los peatones no automovilistas que, en su mayoría, no han recibido una educación callejera conveniente. Muchos de ellos, siendo personas ancianas, tienen los reflejos menos rápidos para afrontar el tráfico con toda la seguridad. Están expuestos, pues, más fácilmente, a un accidente.
Llamamiento del Concilio Ecuménico Vaticano II
76. El Concilio Ecuménico Vaticano II, en el que resonaba – mientras se ponía al día – el anterior Magisterio eclesial, al notar los cambios sociales del siglo XX y poniendo en guardia contra el puro individualismo, llamó la atención también sobre el problema del tráfico, con los siguientes términos: «La profunda y rápida transformación de la vida exige con suma urgencia que no haya nadie que, por despreocupación frente a la realidad o por pura inercia, se conforme con una ética meramente individualista. El deber de justicia y caridad se cumple cada vez más contribuyendo cada uno al bien común según la propia capacidad y la necesidad ajena, promoviendo y ayudando a las instituciones, así públicas como privadas, que sirven para mejorar las condiciones de vida del hombre... No pocos, con diversos subterfugios y fraudes, no tienen reparo en soslayar los impuestos justos u otros deberes para con la sociedad. Algunos subestiman ciertas normas de la vida social, por ejemplo, las referentes a la higiene o a las normas de la circulación, sin preocuparse de que su descuido pone en peligro la vida propia y la vida del prójimo»[28].
77. Al tratar de responder de manera adecuada y pastoral a los desafíos del mundo contemporáneo, entrevemos aquí un campo de apostolado amplio y renovado, que exige sujetos pastorales debidamente preparados y activos. Nos referimos, por ejemplo, a la expresión de la solicitud pastoral por los camioneros, que transportan mercancías recorriendo largas distancias, y por los conductores de automóviles y autobuses; por los turistas que viajan por la carretera y en los trenes; por los responsables de la seguridad del tráfico, los encargados de los distribuidores de carburante y de los restaurantes del camino, etc.
78. Este también es un campo de nueva evangelización, aquella tan anhelada por el Papa Juan Pablo II. De este sector sale una llamada urgente a buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio por las vías del mundo, también por las carreteras y ferrocarriles, nuevos areópagos para el anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo, el Salvador.
VII. La Pastoral de la Carretera
79. Ante este urgente compromiso de evangelización en la sociedad industrializada y técnicamente avanzada, sin olvidar los países en desarrollo, la Iglesia quiere suscitar una renovada toma de conciencia de las obligaciones inherentes a la pastoral de la carretera, y de la responsabilidad moral en la trasgresión de las normas de circulación, para prevenir lo más posible las consecuencias fatales que de ella se derivan. El Concilio Ecuménico Vaticano II pide a los Obispos que tengan «una solicitud particular por los fieles que, por la condición de su vida, no pueden gozar suficientemente del cuidado pastoral, común y ordinario de los párrocos, o carecen totalmente de él»[29].
La Evangelización en el ambiente de la carretera
80. La evangelización del ambiente de la carretera se presenta, ante este campo peculiar, facilitando en todas partes la transmisión de la Buena Nueva y la administración de los Sacramentos, la dirección espiritual, la consejería y la formación religiosa de los automovilistas, de los transportadores profesionales, de los pasajeros y de todos aquellos que, de alguna manera, están vinculados con la carretera y el ferrocarril.
Es preciso un esfuerzo común para que se adquiera conciencia de las exigencias éticas que derivan del tráfico; es necesario y oportuno apoyar las iniciativas y los esfuerzos por promover los valores éticos y humanos en la carretera y en el ferrocarril, para que la movilidad sea un factor de comunión entre los hombres.
Hay que difundir en la sociedad el mensaje evangélico de amor, aplicado a la realidad de la carretera, afianzando, en primer lugar, la conciencia de las obligaciones morales de los viajeros, alimentando el sentido de responsabilidad y garantizando el respeto de las leyes para evitar ofensas y daños a terceros.
81. Destinatarios de esta pastoral son todos aquellos que, en distinto grado, están vinculados a la carretera y al ferrocarril; por tanto, no sólo los usuarios, sino también los profesionales, los que trabajan en ese sector. Dicha pastoral se propone acercarse a los hombres de hoy, en su propio ambiente, para ayudarles a convivir en paz, a ejercer la solidaridad recíproca y para unirlos a Dios, contribuyendo a que ese sector sea más conforme al mensaje cristiano y también más humano.
Por eso habrá que redescubrir y poner en práctica las virtudes necesarias al usuario de la carretera, sobre todo la caridad, la prudencia y la justicia. En esta tarea podrán ser de gran ayuda los medios de comunicación, especialmente la radio, que acompaña tanto a los viajeros.
Las Radios católicas deberán tener un papel más activo en este campo, con canciones cuyo contenido no sea superficial, y aprovechando sus posibilidades de formación personal.
82. Por lo que se refiere a esa pastoral específica, existen iniciativas en distintos países, algunas de ellas verdaderamente creativas, capaces de buenos resultados concretos. Por ejemplo, las capillas (fijas o móviles) en las autopistas; las Liturgias que se celebran periódicamente en los grandes nudos de las carreteras, en los restaurantes y en los aparcaderos de autobuses. Otro ejemplo son los lugares de venta de objetos religiosos y los centros de atención e información cristiana para viajeros y agentes, en las estaciones de ferrocarriles y de autobuses; los sitios de reunión en las parroquias, en las mismas autopistas, en la frontera; las actividades dirigidas por sacerdotes y religiosos/as o también por agentes de pastoral laicos.
No olvidemos la preocupación por la cura de almas de los transportadores y sus familias, los clubs de motociclistas, los «rallies» y otras manifestaciones semejantes, así como la bendición de los vehículos, la «Jornada europea sin coches», la celebración nacional, o diocesana, o parroquial, de la Jornada de los heridos en la carretera, o del perdón; la colaboración con la pastoral del turismo y de las peregrinaciones y, en otros sectores de la movilidad, con los capellanes de la policía vial, las autoescuelas, etc.
83. De las Conferencias episcopales y de las correspondientes Estructuras de las Iglesias Orientales Católicas depende también una respuesta adecuada a estos retos pastorales. Dicho apostolado requiere un mínimo de organización, o por lo menos un punto de referencia nacional, diocesano/de la eparquía, o local, que ofrezca referencias institucionales para esta pastoral específica incipiente. Podría ser oportuno nombrar, para ella, un Promotor nacional y, para comenzar, algunos Delegados diocesanos, confiando a un presbítero, aunque no de tiempo completo, o a un diácono, la tarea de esta animación pastoral específica.
En todo caso, ella requiere una conciencia eclesial más misionera, también en las estructuras pastorales relacionadas con el territorio, que sea capaz de imaginar y realizar una «pastoral en movimiento», una pastoral también de la movilidad, con miras a una auténtica y eficaz pastoral de conjunto o integrada. En efecto, «a la movilidad contemporánea debe corresponder la movilidad pastoral de la Iglesia»[30]. Sería deseable la realización de encuentros a distintos niveles, entre agentes de pastoral comprometidos en el apostolado específico de la carretera, para efectuar un intercambio de informaciones y experiencias que ayudará a recoger frutos más abundantes en este campo de nueva evangelización[31].
84. La movilidad, con sus problemas, verdadero signo de los tiempos, característica de las sociedades contemporáneas en el mundo entero, constituye, hoy, un reto importante y urgente para las Instituciones, para las personas y también para la Iglesia, que tiene una misión al respecto. Los que creen en el Hijo de Dios hecho hombre para salvar a la humanidad no pueden permanecer inertes ante este nuevo horizonte que se abre a la evangelización, para promover integralmente, en nombre de Jesucristo, a todo el hombre y a todo hombre.
PASTORAL PARA LA LIBERACIÓN DE LAS MUJERES DE LA CALLE
85. El contacto del «cliente» con las mujeres de la calle se realiza con su propio vehículo, utilizado también como lugar del comercio sexual. Una pastoral de la calle debe tener en cuenta incluso estas situaciones, desafortunadamente ordinarias, y prestar una gran solicitud a quienes «viven» en la calle.
86. El magisterio del Papa Juan Pablo II estimula este compromiso pastoral, que denuncia la explotación de las mujeres: «Mirando también uno de los aspectos más delicados de la situación femenina en el mundo, ¿cómo no recordar la larga y humillante historia – a menudo “subterránea” – de abusos cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad? A las puertas del tercer milenio no podemos permanecer impasibles y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar, con determinación, empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia sexual que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres. En nombre del respeto de la persona no podemos además no denunciar la difundida cultura hedonística y comercial que promueve la explotación sistemática de la sexualidad, induciendo a chicas incluso de muy joven edad a caer en los ambientes de la corrupción y hacer uso mercenario de su cuerpo»[32].
87. El Papa Benedicto XVI enseña que la prostitución femenina puede ser una de las formas de tráfico de seres humanos, con las siguientes palabras: «El tráfico de seres humanos – y sobre todo de mujeres – prospera donde las oportunidades de mejorar la propia condición de vida, o simplemente de sobrevivir, son escasas; es fácil para los traficantes ofrecer sus propios “servicios” a las víctimas, que a menudo no sospechan ni siquiera lejanamente lo que tendrán que afrontar más adelante. En algunos casos, mujeres y jovencitas están destinadas a ser explotadas luego en el trabajo, casi como esclavas, y no rara vez también en la industria del sexo. En la imposibilidad de profundizar en el análisis de las consecuencias de ese tipo de migración, hago mía la condena ya expresada por Juan Pablo II contra la difundida cultura hedonista y mercantil que promueve la explotación sistemática de la sexualidad (Carta a las Mujeres, 29 de junio, 1995, n. 5). Hay aquí todo un programa de redención y de liberación al que los cristianos no pueden sustraerse»[33].
La prostitución es una forma de esclavitud
88. La prostitución es una forma de esclavitud moderna que puede afectar también a los varones y a los niños. Hay que observar, desafortunadamente, que el número de mujeres de la calle ha aumentado notablemente en el mundo debido a una serie de motivos complejos, incluso económicos, sociales y culturales. Es importante reconocer, en primer lugar, que la explotación sexual y la prostitución vinculada al tráfico de seres humanos son actos de violencia que constituyen una ofensa a la dignidad humana y una grave violación de los derechos fundamentales.
89. Hay que tener en cuenta, además, que las mujeres implicadas en la prostitución, en muchos casos han experimentado violencias y abusos sexuales desde la infancia. Inducen a la prostitución la esperanza de garantizar un respaldo económico para sí mismas y para sus propias familias y la necesidad de responder por deudas y la decisión de abandonar situaciones de pobreza en el país de origen, pensando que el trabajo que se ofrece en el exterior puede cambiar la vida. Desde luego, la explotación sexual de las mujeres es una consecuencia de varios sistemas injustos.
90. Muchas mujeres de la calle, en el llamado mundo desarrollado, proceden de países pobres y en Europa, como en otras partes, muchas son víctimas del tráfico de seres humanos que responde a la creciente demanda de los «consumidores» del sexo.
Migraciones, tráfico de seres humanos y derechos
91. La relación entre migración, tráfico de seres humanos y derechos ha sido definida por el “Protocolo de las Naciones Unidas para prevenir, suprimir y castigar el tráfico de personas, especialmente de mujeres y niños”[34].
Los que emigran para hacer frente a las necesidades de la vida y las víctimas del tráfico de seres humanos tienen en común muchos aspectos vulnerables, pero existen también notables diferencias entre migración, tráfico y contrabando de seres humanos. Las mujeres endeudadas y sin trabajo debido a las políticas de macrodesarrollo, que emigran para vivir y ayudar a las propias familias o comunidades, se encuentran en una situación muy distinta de aquella de las mujeres víctimas del tráfico de seres humanos.
92. Para dar una respuesta pastoral eficaz, es importante conocer los factores que impulsan o atraen a las mujeres a la prostitución, las estrategias utilizadas por los intermediarios y los explotadores para tenerlas bajo su dominio, las pistas del desplazamiento desde los países de origen hasta los de destino, y los recursos institucionales para afrontar el problema. La Comunidad internacional y muchas Organizaciones No Gubernamentales están aumentando progresivamente las iniciativas que se proponen afrontar las actividades criminales y proteger a las personas víctimas del tráfico de seres humanos, desarrollando una amplia gama de intervenciones para prevenir dicho fenómeno y rehabilitar, mediante la integración social, a sus víctimas.
¿Quién es la víctima de la prostitución?
93. Víctima de la prostitución es un ser humano que, en muchos casos, pide ayuda «a gritos» para ser liberado de la esclavitud, porque vender su propio cuerpo por la calle no es, en general, lo que haría por su propia voluntad. Desde luego, cada persona tiene una historia distinta, pero todas las historias individuales tienen en común la violencia, el abuso, la desconfianza y la poca autoestima, el miedo y la falta de oportunidades. Cada una carga con profundas heridas que es necesario curar, y aspira, más que todo, a establecer relaciones, al amor, la seguridad, el cariño, la afirmación de sí misma y a un futuro mejor, también para la propia familia.
94. También el cliente tiene problemas profundamente arraigados, pues, en cierto sentido, él también es esclavo, con sus más de 40 años de edad (esta es la edad de la mayoría de los «clientes»), aunque entre ellos aumenta el número de jóvenes entre los 16 y los 24 años de edad. Crece también el número de hombres que buscan a las prostitutas, más para dominarlas que para tener una satisfacción sexual. Se trata de sujetos que, en las relaciones sociales y personales, experimentan una pérdida de poder y de «masculinidad» y no logran desarrollar relaciones de reciprocidad y respeto. Esos hombres buscan a las prostitutas para realizar una experiencia total de dominio y control de una mujer, incluso por un breve espacio de tiempo.
95. El «cliente» debe ser ayudado a resolver sus problemas más íntimos y a encontrar las modalidades adecuadas para dirigir sus tendencias sexuales. «Comprar sexo» no resuelve los problemas que surgen, sobre todo, de las frustraciones, de la falta de relaciones auténticas, de la soledad que caracteriza, hoy, tantas situaciones de vida. Una medida eficaz con miras a un cambio cultural respecto al comercio sexual podría ser la de asociar el Código penal a la condena social.
96. La relación entre hombre y mujer, en muchísimos casos, no es una relación entre iguales, pues la violencia, o la amenaza de ejercerla, da al hombre unos privilegios y un poder que no pueden dejar a las mujeres silenciosas y pasivas. Tanto ellas, como los niños, se lanzan con frecuencia a la calle, o se sienten atraídos por ella, debido a la violencia de los varones presentes en casa, que, por su parte, han «interiorizado» modelos de violencia vinculados a las ideologías cristalizadas en las estructuras sociales. Es particularmente triste constatar la participación de las mujeres en la opresión y la violencia perpetrada contra otras mujeres en las redes criminales vinculadas a la prostitución.
Promover la dignidad de la persona
97. La Iglesia tiene la responsabilidad pastoral de defender y promover la dignidad humana de las personas explotadas a causa de la prostitución, y de abogar en favor de su liberación, dando también, con tal objeto, un apoyo económico, educativo y formativo.
98. Para responder a estas necesidades pastorales, la Iglesia denuncia las injusticias y las violencias perpetradas contra las mujeres de la calle e invita a los hombres y a las mujeres de buena voluntad a comprometerse a sostener la dignidad humana de esas mujeres, acabando con la explotación sexual.
En la solidaridad y en el anuncio de la Buena Nueva
99. Es necesaria una renovada solidaridad en las comunidades cristianas y entre las congregaciones religiosas, los movimientos eclesiales, las nuevas comunidades y las instituciones y asociaciones católicas, para conceder una mayor atención y «visibilidad» a la cura pastoral de las mujeres explotadas a causa de la prostitución, una cura en cuyo centro está el anuncio explícito de la Buena Nueva de la liberación integral en Jesucristo, es decir, de la salvación cristiana.
100. Al atender a las necesidades de las mujeres en el transcurso de los siglos, las congregaciones religiosas, especialmente aquellas femeninas, tuvieron muy en cuenta los signos de los tiempos, redescubriendo el valor y la importancia de sus propios carismas en los nuevos contextos sociales. Las religiosas, en todo el mundo, fieles a la meditación de la Palabra de Dios y de la Doctrina social de la Iglesia, buscan hoy nuevas formas de testimonio en favor de la dignidad femenina.
Ellas ofrecen, también a las mujeres de la calle, una amplia gama de servicios de socorro en centros de acogida, viviendas y casas seguras, realizando programas de formación y de educación. Las órdenes contemplativas manifiestan su solidaridad sosteniéndolas con la oración y, cuando es posible, con la ayuda económica.
101. Los programas específicos de formación para los agentes de pastoral son necesarios para desarrollar competencias y estrategias con el objeto de luchar contra la prostitución y el tráfico de seres humanos. Dichos programas son realizaciones importantes porque comprometen a sacerdotes, religiosos/as y laicos en la prevención de los fenómenos considerados y en la reintegración social de las víctimas. La colaboración y la comunicación entre las Iglesias de origen y destino son esenciales[35].
102. Para realizar la acción eclesial de liberación de las mujeres de la calle es necesario un enfoque pluridimensional. Este debe incluir tanto a los hombres como a las mujeres y colocar los derechos humanos en el centro de toda estrategia.
103. Los hombres tienen un papel importante en la obra que se propone lograr la igualdad de los sexos, en un contexto de reciprocidad y justas diferencias. Los explotadores (por lo general, los «clientes» son varones, traficantes, turistas del sexo, etc.) necesitan que se les ilumine sobre lo que es la jerarquía de valores de la vida y sobre los derechos humanos. Deben también tener en cuenta la explícita condena de la Iglesia por su pecado y por la injusticia que cometen. Eso vale también para el comercio homosexual y transexual.
104. Las Conferencias episcopales y las Estructuras correspondientes de las Iglesias Orientales Católicas en los países donde está difundida la prostitución, consecuencia del tráfico humano, deberán denunciar esa plaga social. Es necesario, igualmente, promover el respeto, la comprensión, la compasión, y una actitud que se abstenga de emitir juicios – en el justo sentido – sobre las mujeres que han caído en la red de la prostitución.
Obispos, sacerdotes y agentes de pastoral han de ser animados a afrontar esta esclavitud desde el punto de vista pastoral, en el ministerio eclesial. Las congregaciones religiosas procurarán apoyarse en el vigor de sus propias instituciones y unir las fuerzas para informar, educar y actuar.
105. Todas las iniciativas pastorales harán hincapié en los valores cristianos, el respeto mutuo, las sanas relaciones familiares y comunitarias y, además, en la necesidad de equlibrio y armonía en las relaciones interpersonales entre hombres y mujeres.
Es urgente, además, que los distintos proyectos organizados para ayudar a la repatriación y la reintegración social de las mujeres atrapadas en la prostitución reciban un apoyo económico adecuado. Se recomienda la realización de encuentros de asociaciones religiosas que trabajan en distintas partes del mundo con esos objetivos de asistencia y de liberación.
Por lo que se refiere a los «clientes», la participación y el apoyo del clero son determinantes, tanto para la formación de los jóvenes, sobre todo varones, como para la compleja actividad de cercanía humana y, al mismo tiempo, de formación y de guía espiritual.
106. La cooperación entre Organismos públicos y privados para llegar a la eliminación de la explotación sexual debe ser total.
Es necesario, asimismo, colaborar con los medios de comunicación social para garantizar una correcta información sobre este gravísimo problema. La Iglesia aspira a que se presenten y se apliquen leyes que protejan a las mujeres de la plaga de la prostitución y del tráfico de seres humanos. Es importante, igualmente, hacer lo posible por lograr medidas eficaces contra las degradantes representaciones de la mujer en la publicidad.
Las comunidades cristianas, en fin, serán estimuladas a colaborar con las autoridades nacionales y locales para ayudar a las mujeres de la calle a encontrar recursos alternativos para vivir.
III. Recuperación de las mujeres y de los «clientes»
107. De los encuentros pastorales con las víctimas se deduce claramente que la «cura» es larga y difícil. Las mujeres de la calle necesitan que se les ayude a encontrar una casa, un entorno familiar y una comunidad donde se sientan aceptadas y amadas, donde puedan comenzar a reconstruirse una vida y un futuro. Esto les dará la posibilidad de recuperar la autoestima y la confianza en sí mismas, la alegría de vivir y de comenzar una nueva existencia sin sentirse señaladas con el dedo.
La liberación y la reintegración social de las mujeres de la calle requieren la aceptación y la comprensión de las comunidades; el camino de «sanación» de estas mujeres será allanado por un amor auténtico y por el ofrecimiento de diversas oportunidades que puedan satisfacer su anhelo de seguridad y de afirmación de una vida mejor. El tesoro de la fe (cf. Mt 6,21), si todavía es viva en ellas, no obstante todo, o el hecho de descubrirla, les ayudará inmensamente, ya que es potente en el bien la certeza del amor de Dios, misericordioso y grande en el amor.
108. Los «clientes» potenciales, en cambio, necesitan que se les enseñe lo que es el respeto y la dignidad de la mujer, los valores interpersonales y todo el ámbito de las relaciones y de la sexualidad. En una sociedad en la que el dinero y el «bienestar» son los ideales, las relaciones adecuadas y la educación sexual son necesarias para la formación completa de las personas. Ese tipo de educación debe ilustrar la verdadera naturaleza de las relaciones interpersonales, que se fundan, no en un interés egoísta o en la explotación, sino en la dignidad de la persona, que se ha de respetar y apreciar ante todo como imagen de Dios (cf. Gn 1,27). En este contexto, hay que recordar a los creyentes que el pecado es una ofensa al Señor que se debe evitar con todas las fuerzas y con la entrega confiada de sí mismos a la acción de la Gracia divina.
109. Es importante enfocar el problema de la prostitución con una visión cristiana de la vida. Esto se hará con los grupos juveniles en las escuelas, en las parroquias y en las familias, para elaborar juicios correctos sobre las relaciones humanas y cristianas, el respeto, la dignidad, los derechos humanos y la sexualidad. Los formadores y los educadores deberán tener en cuenta el contexto cultural en el que actúan, pero no permitirán que una inoportuna cohibición les impida comprometerse en un diálogo apropiado sobre esos temas para crear una conciencia y una correcta preocupación sobre el abuso de la sexualidad.
110. La causa de la violencia en la familia y su efecto en las mujeres han de considerarse y estudiarse en todos los niveles de la sociedad, en particular por su impacto en la vida familiar. Las consecuencias prácticas de la violencia «interiorizada» tendrán que ser identificadas con toda claridad en lo que concierne tanto a los hombres como a las mujeres.
111. La educación, y una conciencia siempre más clara, son requisitos esenciales para afrontar la injusticia en la relación hombre-mujer y establecer la igualdad entre ellos en un contexto de reciprocidad, teniendo en cuenta las justas diferencias. Tanto los hombres como las mujeres necesitan adquirir conciencia del fenómeno de la explotación sexual y conocer los propios derechos y las relativas responsabilidades.
Hay que proponer a los hombres, en particular, iniciativas que contemplen las problemáticas de la violencia contra las mujeres, de la sexualidad, del VIH/Sida, de la paternidad y de la familia, relacionándolas con el respeto y la caridad hacia las mujeres y las jóvenes, en el marco de las relaciones recíprocas, en un examen que incluya una justa crítica a las costumbres tradicionales vinculadas a la masculinidad.
112. La Iglesia enseña y difunde su Doctrina social, que ofrece líneas claras de comportamiento e invita a luchar por la justicia[36]. Comprometerse en varios niveles – local, nacional e internacional – para la liberación de las mujeres de la calle, es un acto de verdadero discipulado hacia el Señor Jesús, una expresión de auténtico amor cristiano (cf. 1Cor 13,3). Es esencial desarrollar la conciencia cristiana y social de las personas con la predicación del Evangelio de la salvación, la enseñanza del catecismo y las distintas iniciativas de formación.
La formación particular destinada a los seminaristas, jóvenes religiosos/as y sacerdotes es asimismo necesaria, para que puedan tener las capacidades y las actitudes apropiadas, y ser, con verdadero amor, también pastores de las mujeres atrapadas en la prostitución y de sus «clientes».
Prestación de socorro y evangelización
113. Por lo que se refiere a la prestación de socorro, la Iglesia puede ofrecer a las víctimas de la prostitución una gran variedad de formas, es decir, viviendas, puntos de referencia, asistencia médica y legal, consultoría, formación vocacional, educación, rehabilitación, defensa y campañas de información, protección contra las amenazas, contactos con la familia, asistencia para el regreso voluntario y la reintegración en el país de origen, y ayuda para obtener la visa para quedarse, cuando el regreso a la patria es imposible.
Antes que todo, y además de los servicios señalados, el encuentro con Jesucristo, Buen Samaritano y Salvador, es el factor decisivo de liberación y redención, también para las víctimas de la prostitución (cf. Mc 16,16; Hch 2,21; 4,12; Rom 10,9; Flp 2,11 y 1Tes 1,9-10).
114. Acercarse a las muchachas y chicas de la calle, para redimirlas, es una empresa compleja y exigente, que implica también actividades que se proponen la prevención, y el desarrollo de una mayor conciencia del problema en los países de origen, tránsito y destino de las víctimas del tráfico.
115. Las iniciativas de reintegración son indispensables, en los países de origen, para las mujeres que regresan. Son importantes también la defensa y la información, así como una «red de comunicación». Es preciso reforzar dicha «red» entre los que están comprometidos en la pastoral en este campo, es decir, los voluntarios, las asociaciones y movimientos, las congregaciones religiosas, las diócesis, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), los grupos ecuménicos e interreligiosos, etc.
Las Conferencias nacionales de religiosos/as están invitadas a elegir, en este sector pastoral, a una persona que sirva de elemento de comunicación de la «red» que funciona en el interior y en el exterior del propio país.
PASTORAL PARA LOS NIÑOS DE LA CALLE
116. Recordamos, aquí, las palabras del Papa Juan Pablo II: «Demos a los niños un futuro de paz! Ésta es la llamada que dirijo confiado a los hombres y mujeres de buena voluntad, invitando a cada uno a ayudar a los niños a crecer en un clima de auténtica paz. Es un derecho suyo y es un deber nuestro… En algunos países hay niños obligados a trabajar desde su infancia, maltratados, castigados violentamente, remunerados con una paga irrisoria: al no tener manera de hacerse respetar, son los más fáciles de chantajear y explotar»[37]. En un telegrama al Director General de la Organización Internacional del Trabajo, la Santa Sede agregó: «Nadie puede permanecer indiferente ante los sufrimientos de tantos niños, víctimas de una intolerable explotación y violencia, no como resultado del mal perpetrado por los individuos, sino a menudo como una directa consecuencia de estructuras sociales corruptas»[38].
117. La Organización de las Naciones Unidas ha afirmado solemnemente que «el niño debe estar plenamente preparado para una vida independiente en sociedad y ser educado en el espíritu de los ideales proclamados en la Carta de las Naciones Unidas y, en particular, con un espíritu de paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad»[39].
Pues bien, el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes dirige su solicitud pastoral también a los pequeños habitantes de la calle, chicos y chicas.
I. El fenómeno, las causas y posibles intervenciones
118. Los muchachos de la calle constituyen uno de los desafíos más arduos y preocupantes de nuestro siglo, tanto para la Iglesia como para la sociedad civil. Se trata de un fenómeno de insospechada amplitud: una población que aumenta, casi en todas partes, y llega ya a unos 100 millones de muchachos. Es una auténtica emergencia social, además de pastoral.
119. Las Instituciones públicas, incluso cuando manifiestan una clara conciencia de la gravedad del fenómeno, no se movilizan adecuadamente para realizar intervenciones eficaces de prevención y de recuperación. En la misma sociedad civil, la actitud que prevalece es la de la alarma social que se pone inmediatamente en marcha ante una posible amenaza al orden público. Difícilmente se producen intentos de actitudes humanitarias, solidarias, e incluso cristianas, respecto a este problema; por consiguiente, está aún más ausente una pastoral específica.
120. Los muchachos de la calle, en sentido estricto, carecen de vínculos con su núcleo familiar de origen, es decir, han hecho de la calle su propia habitación, donde también duermen, en una amplia gama de situaciones. Algunos han tenido la experiencia traumatizante de una familia que se ha despedazado y han quedado solos; otros han huído de casa porque los han descuidado o maltratado.
Están también los que rechazan el hogar, o los que han sido obligados a salir de él por estar comprometidos en distintas formas de desviación (droga, alcohol, robo y expedientes de varias clases para sobrevivir), y los que son inducidos, por adultos o grupos de la mala vida, mediante promesas, la seducción o la violencia, a permanecer en la calle.
Esto sucede con frecuencia a las jóvenes extranjeras, forzadas a prostituirse, así como a los menores extranjeros no acompañados, obligados a mendigar y también a prostituirse. Con frecuencia todos ellos tienen que responder ante las fuerzas del orden y a menudo terminan en la cárcel.
121. Es distinta la situación de los «muchachos de la calle», es decir, los que pasan gran parte del tiempo en la calle, aunque no les falte una «casa» y un vínculo con la familia de origen. Prefieren vivir sin pensar en el día de mañana, con poco o ningún sentido de responsabilidad respecto a su formación y al futuro, en grupos poco recomendables, por lo general fuera de la familia, si bien encuentran todavía en sus hogares un rincón donde dormir. Su número, en todo caso, es preocupante, también en los países desarrollados.
122. Son muchas las causas fundamentales de este fenómeno social que adquiere dimensiones siempre más alarmantes. Entre las principales, la creciente disgregación de las familias, la situaciones de tensión entre los padres, los comportamientos, agresivos, violentos y a veces perversos, hacia los hijos, la emigración, con todo lo que implica de desarraigo del contexto habitual de vida y la consiguiente desorientación, las condiciones de pobreza y de miseria que hacen mella en la dignidad y privan de lo indispensable para sobrevivir, la difusión de la drogadicción y el alcoholismo, la prostitución y la industria del sexo, que sigue causando un número impresionante de víctimas, obligadas a veces con espantosas violencias a la más terrible de las esclavitudes.
Entre las causas del fenómeno que se contempla están, además, las guerras y los desórdenes sociales que trastornan, también en los menores, la normalidad de la vida, y no hay que pasar por alto la invasión, sobre todo en Europa, de una «cultura del desmadre y de la trasgresión» en ambientes caracterizados por la carencia de valores de referencia, en los que la soledad y un sentido siempre más profundo de vacío existencial caracterizan al mundo juvenil en general.
Las intervenciones y sus objetivos
123. Cuanto más alarmante se presenta la dimensión del fenómeno, y carente la presencia efectiva de los poderes públicos, tanto más apreciable y preciosa es la intervención de la esfera social privada y del voluntariado. El asociacionismo del área eclesial y de inspiración cristiana es activo y eficaz, con sus nuevos movimientos y comunidades, pero, desafortunadamente es inadecuado ante la magnitud de las necesidades y, sobre todo, está desvinculado de un proyecto pastoral orgánico.
Es necesario que las Diócesis y las Conferencias episcopales nacionales, así como las correspondientes Estructuras de las Iglesias Orientales Católicas, afronten desde un punto de vista pastoral este problema, considerando tanto la prevención como la rehabilitación de los muchachos.
124. En la variedad de las iniciativas concretas al respecto, es posible encontrar una concordancia esencial en los objetivos, es decir, la rehabilitación del muchacho de la calle a una vida normal, lo que implica su reintegración en la sociedad, pero sobre todo en un ambiente de familia, posiblemente en la de origen, o en otra, y si esto es imposible, en estructuras comunitarias, pero siempre de tipo familiar.
El empeño prioritario es poner al muchacho en condiciones de tener confianza en sí mismo, haciéndole adquirir autoestima, sentido de la dignidad y la consiguiente conciencia de su propia responsabilidad personal, para que pueda nacer en él un auténtico deseo de reanudar un plan de estudios y prepararse profesionalmente a una integración, incluso laboral, en la sociedad, y realizar proyectos de vida dignos y gratificantes, contando con sus propias fuerzas y no en una condición de exclusiva dependencia de otros.
125. Son muy diversificadas las tipologías de intervención, como el denominado compromiso en la calle, que prevé el contacto con los chicos en los lugares donde se reúnen y así establecer una relación de empatía y de confianza que les permita una apertura a los educadores y a los centros diurnos organizados para la promoción de las condiciones esenciales con el objeto de que los muchachos puedan vivir con dignidad.
Existen también iniciativas de apoyo para satisfacer las necesidades principales de los muchachos: comedores, vestuario, asistencia socio-sanitaria y estructuras de educación y de formación, es decir, jardines de infancia, escuelas y cursos de formación profesional. Se organizan, además, centros de acogida con posibilidad de residir, donde ellos reciben también instrucción y formación, pero sobre todo se insiste en el seguimiento humano, con la ayuda también de las disciplinas psico-pedagógicas.
126. En el marco de las iniciativas de reintegración de los muchachos en el núcleo originario de pertenencia o en nuevas comunidades de adopción, en ciertos casos se organizan caminos de seguimiento espiritual basados en el Evangelio.
No olvidemos, en fin, la actividad, de más amplio alcance, que se extiende a la sociedad civil y eclesial, no sólo para informar, sino para sensibilizar y hacer participar, sobre todo en la obra de prevención del fenómeno y de apoyo, a los muchachos que han sido devueltos a su ambiente natural; además, están los cursos de formación y de puesta al día para agentes y voluntarios, con el fin de garantizar una seria profesionalidad.
127. Por lo que se refiere al método, es preciso integrar las distintas actividades: el trabajo en equipo de todos los agentes; el compromiso paralelo de apoyo a los padres de familia, si es posible localizándolos y solicitando su colaboración; la reintegración de los muchachos en la escuela o en la formación profesional; la construcción y ampliación de redes de amistad, incluso por fuera de las estructuras de acogida; las actividades lúdicas y deportivas, y todo lo que puede estimular al muchacho a asumir papeles activos de responsabilidad y creativos.
128. El compromiso con los muchachos de la calle, desde luego, no es fácil; a veces incluso parece infructuoso y frustrante y puede surgir la tentación de ceder y retirarse. En estos casos, hay que anclarse en las motivaciones fundamentales que han impulsado a dedicarse a esta obra meritoria. Para el creyente, se trata, en primer lugar, de motivaciones de fe.
En todo caso, es útil enfocar la atención en los que realizan una experiencia decididamente positiva, en los que sostienen, justamente, que el trabajo tiene resultados satisfactorios en muchos casos, a veces en la mayoría. Con prudencia y paciencia, hay que esperar que el tiempo lo confirme, verificando, por ejemplo, después de cinco años, el «estado» de reintegración y de normalización del sujeto. Es posible una recaída, un regreso a la calle, pero puede también suceder que el muchacho, refractario en un primer momento a la obra de los educadores, se abra más adelante al camino de reintegración y a los valores que antes se le habían propuesto sin obtener resultado.
III. Tarea de evangelización y promoción humana
129. Es evidente la necesidad de una mayor toma de conciencia sobre la gravedad del fenómeno que se analiza aquí, y de un compromiso más sistemático para afrontarlo, incluso en el campo eclesial. En este nivel, las intervenciones de tipo humanitario en favor de los muchachos de la calle deberían estar acompañadas de la tarea general y principal de la evangelización; es deseable, pues, la elaboración de una pastoral específica, caracterizada por la propuesta de nuevas estrategias y modalidades, con el objeto de poner en contacto a estos muchachos con el poder de liberación y de curación de Jesús, amigo, hermano y maestro. Una pastoral calificada, de primera o de nueva evangelización, es necesaria e irreemplazable para recuperar y valorizar la dimensión religiosa, fundamental en todas las personas.
130. Al educador, al agente de pastoral, se le presenta al respecto un doble camino o modo de intervenir, a saber: el que enfoca directamente la propuesta religiosa específicamente evangélica, para que el muchacho, una vez que ha entrado en el área de la fe y de los valores humanos, pueda librarse de los condicionamientos y superar los desequilibrios que lo llevaron a la calle; o la vía de la recuperación humana del muchacho, hasta devolverle el equilibrio y la normalidad, la plena identidad humana.
Esta obra paciente va acompañada también de propuestas y referencias religiosas, en la medida en que esto sea compatible con la condición del muchacho mismo y del país en que se encuentra. Dichos caminos, desde luego, no se contraponen, pues ambos pueden ser eficaces.
131. La propuesta religiosa sigue siendo siempre fundamental en todo el ámbito de la intervención de recuperación. El problema común a gran parte del «pueblo de la calle» no es solamente la miseria o la drogadicción, el alcoholismo o la desviación, la violencia o la criminalidad, el sida o la prostitución, sino más que todo el terrible mal de la «muerte del alma». Se trata, con demasiada frecuencia, de personas que, incluso en la plenitud de la juventud, están «muertas por dentro».
Una pastoral del encuentro, una nueva evangelización
132. Es necesario, pues, responder al llamamiento apremiante a una nueva evangelización, que resonó a menudo durante el pontificado de Juan Pablo II. Sólo el encuentro con Cristo Resucitado puede devolver la alegría de la resurrección al que está muerto. Sólo el encuentro con Aquel que ha venido a vendar las llagas de los corazones despedazados (cf. Is 61,1-2; Lc 4,18-19) puede realizar una profunda curación de heridas devastadoras en seres traumatizados y endurecidos por las demasiadas frustraciones y violencias padecidas.
133. Es importante pasar de la pastoral de la espera a la pastoral del encuentro y de la acogida, actuando con imaginación, creatividad y coraje para llegar hasta los muchachos en sus nuevos lugares de reunión, en las calles, en las plazas, así como – ampliando la perspectiva – en los distintos locales, en las discotecas y en las zonas más «calientes» de nuestras metrópolis. Es preciso irles al encuentro con amor para llevarles la Buena Noticia y testimoniar, con la propia experiencia de vida, que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida.
134. Es indispensable dar testimonio de la luz de Cristo, que ilumina y abre nuevos caminos a los que se sienten sumergidos en las tinieblas. Es urgente volver a despertar en la comunidad cristiana la vocación al servicio y a la misión, con una creciente y sincera conciencia del poder salvífico de la fe y de los Sacramentos. Demasiados jóvenes siguen muriendo en las carreteras, ante la indiferencia de muchos.
No acoger con gran empeño la invitación a la nueva evangelización es un auténtico pecado de omisión. Por eso es importante contemplar, en los proyectos pastorales, intervenciones muy variadas que lleven el anuncio a los que están «lejos», que den la posibilidad a los muchachos de la calle de descubrir que existe alguien que los ama, y de ser acompañados en busca de una nueva relación consigo mismos, con los demás, con Dios y con la comunidad de pertenencia o de adopción.
IV. Algunas propuestas concretas
135. Las experiencias ya probadas sugieren las siguientes posibilidades que serían deseables:
- la creación de comunidades y grupos (parroquiales u otros) donde los jóvenes puedan conocer y vivir el Evangelio de modo radical, experimentando en primera persona su poder de curación;
- la institución, en las parroquias y en las distintas realidades eclesiales, de escuelas de oración que den un nuevo impulso a la dimensión contemplativa y misionera de los distintos grupos;
- la formación de equipos de evangelización capaces de testimoniar con entusiasmo la maravillosa Noticia que Cristo vino a traernos, así como de muchachos «misioneros» que lleven el abrazo de Cristo Resucitado a sus coetáneos y a los «nuevos pobres» o esclavos en nuestro mundo;
- la formación en las diócesis/eparquías de jóvenes siempre mejor preparados profesionalmente, capaces de hacer culminar sus talentos artísticos y musicales en la creación de nuevos espectáculos, caracterizados por contenidos «evangélicos»;
- la creación de centros de formación para la evangelización de la calle;
- la constitución de lugares alternativos de reunión de los jóvenes, que ofrezcan propuestas ricas de valores y de significado;
- la constitución de centros de escucha y la elaboración de iniciativas de prevención y de evangelización en las escuelas;
- el compromiso de utilizar los mass-media como instrumentos preciosos para «gritar desde los techos» el Evangelio (cf. Mt 10,27);
- el compromiso de utilizar los mass-media como instrumentos preciosos para la constitución de nuevas comunidades y grupos de acogida que sigan a los muchachos en un largo y laborioso camino de curación interior, fundado en el Evangelio, con el amor que Cristo nos enseñó, un amor que no se contenta con «hacer la caridad», sino que asume el clamor, la angustia, las heridas, la muerte de los pequeños y de los pobres: un amor listo a dar la vida por los propios amigos.
Jesús, Buen Pastor, y los discípulos de Emaús
136. También el educador, sin partir de una explícita y fuerte propuesta religiosa, puede vivir una actitud interior inspirada en el Evangelio, muy bien expresada en un triple icono evangélico. Ante todo, el de Jesús frente a la adúltera (cf. Lc 7,36-50: Jn 8,3-11); el maestro es respetuoso y afectuoso, no juzga, no condena a la persona, más bien la anima, con su propia actitud, a cambiar de vida.
El segundo icono, el del Buen Pastor (cf. Mt 18,12-14; Lc 15,4-7), que va en busca de la oveja descarriada (tanto más si se trata de un corderillo), invita a no esperar, ni mucho menos a pretender, que la oveja encuentre el camino del redil. Para realizar una pastoral de los muchachos de la calle, se vislumbran, pues, las siguientes etapas obligatorias: observar, escuchar, comprender desde el interior de este mundo que es tan misterioso (el Buen Pastor conoce sus ovejas); tomar la iniciativa del encuentro, ir por la calle para que el muchacho se dé cuenta de que uno también se halla bien allí donde él ha elegido o se ve obligado a estar (el Pastor deja el redil y sale); establecer con él una relación espontánea, de cálido afecto e interés, de amistad auténtica que no es necesario enfatizar con muchas palabras porque se revela en cada gesto (el Pastor lleva la oveja sobre sus hombros y festeja con los amigos su regreso).
El tercer icono es el de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35); ellos abren, en fin, los ojos ante Cristo resucitado y ante la perspectiva de la resurrección, después de haber recorrido un cierto camino durante el cual no son los ojos, sino el corazón ardiente, el que se abre a la Novedad del Evangelio.
137. Es evidente que con esta actitud interior, el segundo camino educativo arriba mencionado (v. n. 130) tiene mucho en común con el primero, y sobre todo, la meta final es única. Los dos recorridos presentan también un mismo método, en los siguientes aspectos fundamentales:
- Suscitar confianza y autoestima. Así el muchacho comprenderá y experimentará que él es importante para el educador, y el educador importante para él. Se trata de un punto de partida indispensable para que el muchacho en dificultad pueda dar, con convicción y decisión, los primeros pasos hacia otra opción de vida. Es preciso acompañarlo en el descubrimiento del Amor de Dios a través de la experiencia concreta de sentirse acogido, aceptado incondicionalmente y amado personalmente por lo que es. Este contacto cercano deberá seguir más adelante, incluso después de que el muchacho haya pasado a los cuidados de otros educadores o haya dejado la estructura de acogida.
- Dar espacio al muchacho que se forma para que tenga una función activa en la comunidad; suscitar su sentido de responsabilidad y de libertad, para que se sienta en la comunidad como en su propia casa. Esto exige que en la «casa» sigan reinando el calor, la espontaneidad, la cercanía amistosa, más que el orden, la disciplina y una norma escrita.
- Cultivar la relación personal con cada muchacho. Por útiles que sean las metodologías y las reglas generales, cada cual es un caso distinto, es un mundo original y tiene su propia historia. Muchos chicos han demostrado inteligencia y energía al superar situaciones muy difíciles; se han revelado hábiles, creativos y astutos. Pues bien, habrá que insistir en estos recursos, más o menos manifiestos, de su personalidad, para orientarlos a «cambiar de camino», para hacer que ellos mismos sean sujetos, y no sólo objetos de la pastoral, para su recuperación. Los programas pedagógico-educativos tienen la tarea importante de llevar a los muchachos a redescubrir y valorizar su propio potencial positivo, a aprovechar los talentos y desarrollar lo más posible sus propias capacidades.
- Proponerse el objetivo de que el muchacho asuma e interiorice profundamente el proyecto educativo, hasta llegar a ser, quizás después de unos años, una ayuda y un estímulo para que otros muchachos de la calle sigan su mismo camino. Se colocará, así, al lado de su educador, transformándose él mismo en sujeto de esta pastoral específica.
- Reconocer en el compromiso en favor de los muchachos de la calle un camino privilegiado de servicio al Señor y de encuentro con Él. Él mismo dice: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
138. Desde luego, los recursos más escogidos, dedicados a este campo, han de tener el objetivo de preparar profesional y espiritualmente a los agentes de pastoral, que deben llegar a una gran madurez humana, ser capaces de renunciar al éxito inmediato y confiar en que el fruto de su compromiso podrá revelarse también más adelante, incluso después de momentos en que parece que todo está perdido. Dichos agentes deben poseer una gran capacidad de actuar en sintonía y colaboración con los demás educadores.
Juntos, con miras a un compromiso común
139. Hay que prever, si es posible, un trabajo con la familia de origen que influya positivamente en las dinámicas familiares y sirva para apoyar y reconstruir el tejido familiar, así como un gradual seguimiento y reintegración del muchacho en el trabajo, en el núcleo de pertenencia.
140. Hay que proponerse un trabajo conjunto, no sólo en el interior de las propias estructuras educativas y pastorales, sino también con todos aquellos que, en el territorio, están comprometidos en el mismo servicio o, en todo caso, están interesados.
Habrá, pues, que buscar y acoger la colaboración de otras fuerzas que, aunque no procedan de una matriz eclesial, tengan una auténtica sensibilidad humana, y también de las entidades públicas, incluso cuando no se puede, o no se quiere, por una propia opción, contar con sus financiaciones.
141. Habrá que poner mucha atención, no obstante, para que las intervenciones sustitutivas del asociacionismo y del voluntariado no establezcan, en quienes deben intervenir, la mentalidad y el pretexto de no asumir las responsabilidades. También la Iglesia Católica, cuando sea necesario, deberá agregar a la función de propuesta y estímulo, la crítica constructiva y la denuncia profética de situaciones injustas e inhumanas.
“En una red” y con un mínimo de estructura pastoral
142. Habrá que tratar, además, de «introducir en la red» todo lo que ya existe en un determinado territorio, para permitir un intercambio de experiencias positivas y también para que quien ya tiene una larga práctica, preste un eventual apoyo a los que se hallan todavía en los comienzos.
143. Los muchachos de la calle son un reflejo de la sociedad en que viven. Los agentes deben ayudar a la sociedad a adquirir conciencia de esta responsabilidad y alimentar en ella un cierto sentido de sana inquietud hacia esos muchachos. La Iglesia local y las comunidades cristianas deben poner esa misma atención.
144. Para esta movilización en favor de los muchachos de la calle será muy útil, en las Conferencias episcopales y en las correspondientes Estructuras de las Iglesias Orientales Católicas, y/o en las diócesis/eparquías más interesadas por el problema, la creación de una oficina especial (o de una sección en una oficina ya existente, por ejemplo, la de la pastoral de la movilidad humana, o del apostolado de la calle), relacionada con el compromiso apostólico juvenil o familiar.
Es deseable, igualmente, que en los proyectos pastorales generales se incluyan propuestas orgánicas y con una acción seguida, que presten una especial atención a la «pastoral de la calle», a la que los agentes específicos deben abrir las comunidades parroquiales y eclesiales, con una creciente sensibilidad y con interés, en busca de respuestas que correspondan a la urgencia del problema y a la Palabra del Señor: «El que acoge a uno solo de estos pequeñitos en mi nombre, a mí me acoge» (Mt 18,5).
PASTORAL PARA LAS PERSONAS “SIN TECHO”
145. La Iglesia, con su opción preferencial por los pobres y los necesitados, anima a los cristianos a acompañar y a servir a estas personas, sea cual fuese la situación moral o personal en la que se encuentran[40]. Para darse cuenta del estado de la pobreza en el mundo, también por lo que respecta a los “sin techo”, es suficiente pensar en el número de personas que carecen de vivienda en las grandes ciudades[41].
146. La pobreza tiene un aspecto que se manifiesta en las personas que viven y duermen en las calles o bajo los puentes. Ellas representan uno de los muchos rostros de la pobreza en el mundo contemporáneo: son los clochards, personas obligadas a vivir en la calle por carecer de vivienda, o extranjeros inmigrados de los países pobres que a veces, incluso trabajando, no tienen una casa dónde vivir, o también ancianos sin domicilio, o, en fin, los que – por lo general jóvenes – han «elegido» un tipo de vida vagabunda, solos o en grupo.
147. Entre las personas que viven en la calle, merecen una mención particular los extranjeros: en general, se trata de jóvenes que se encuentran sin vivienda sólo durante el primer período de la inmigración, debido a la carencia de estructuras, y viven esta experiencia con humillación, pero aceptándola como un paso obligado para lograr un futuro mejor.
148. En estos últimos años, en las sociedades industrializadas, especialmente en la vieja Europa, debido a la crisis del Estado social o de las difíciles condiciones económicas (por ejemplo, en el Este europeo), muchas personas ya no encuentran apoyo en el sistema asistencial del estado. Las pensiones de vejez son insuficientes, el derecho a la casa no se tiene en cuenta, el desempleo, en muchos casos, no recibe asistencia, y los gastos de salud son pesados. Así, muchas personas, en un determinado momento de su vida, se encuentran viviendo en la calle.
Otros motivos de esta situación pueden ser el desalojo, una tensión familiar que no se resuelve, la pérdida del trabajo, o una enfermedad. Todo esto puede transformar – cuando falta el apoyo requerido – a las personas que antes llevaban una vida «normal», en gente que carece de lo necesario.
149. Vivir en la calle – es importante saberlo – contrariamente a lo que se piensa con frecuencia, no es casi nunca una elección. La vida en la calle, en efecto, es dura y peligrosa, es una lucha diaria por la supervivencia. No es, ni mucho menos, una elección de libertad. El que carece de vivienda experimenta, en efecto, una condición de gran vulnerabilidad, porque se ve obligado a depender de los demás, incluso para las necesidades primarias, y está expuesto a las agresiones, al frío, a la humillación de verse alejado como indeseado.
150. Esto sucede siempre con mayor frecuencia, porque el número de pobres sin techo aumenta, los espacios donde pueden encontrar abrigo se reducen (por ej., las estaciones de ferrocarril, los bancos de la calle, los pórticos, los puentes), mientras asistimos también a un cambio gradual de mentalidad respecto a ellos. Los pobres ya no conmueven, se han transformado en un problema de orden público; existe una actitud de molestia creciente hacia los que piden limosna, esto también porque puede existir una auténtica organización de la mendicidad.
151. Los que viven en la calle son observados con desconfianza y con sospecha, y por el hecho de no tener vivienda comienza para ellos una pérdida progresiva de derechos. Les es más difícil recibir asistencia, casi imposible encontrar trabajo, no pueden obtener documentos de identidad... Estos pobres se transforman en una multitud sin nombre y sin voz, a menudo incapaz de defenderse y de hallar los recursos para mejorar su propio futuro.
La Palabra de Dios estigmatiza cualquier forma de molestia o de indiferencia hacia los pobres (poverty fatigue), recordándonos que el Señor juzgará nuestras vidas valorando cómo y cuánto hemos amado a los pobres (cf. Mt 25,31-46). Según San Agustín, estamos invitados a proporcionar nuestra ayuda a todo pobre, para no correr el peligro de que aquel a quien se la negamos sea el mismo Cristo[42].
152. Incluso encontrándose en una situación de necesidad y de dificultad, los sin techo son personas, con una dignidad que no se debe dejar de tener en cuenta, con todas sus consecuencias.
Las intervenciones en favor de las personas sin techo deben ser innovadoras, para eliminar el binomio de la simple respuesta a las necesidades, extender la mirada hacia más lejos y tratar de enfocar siempre a la persona.
153. Hay que considerar siempre como punto de partida lo que la persona sin techo posee: sus capacidades y no sus carencias. En este contexto, también las pequeñas novedades que manifiestan un cambio deben ser valorizadas por los agentes de pastoral.
154. Es importante, en todo caso, reconocer las «diferencias», que deben ser integradas, y los límites, que no deben inducir al otro a sentirse diferente, un hombre de serie inferior. Personalizar la intervención significa también discernir qué se puede hacer y qué no.
Algunos hablan, a este respecto, de un «derecho a la crisis», que concierne directamente al agente de pastoral que dirige la relación de ayuda y que se siente, de algún modo, como ofendido o herido. Las «diferencias», y las posibles crisis, hacen que la estructura de apoyo salga del aislamiento en que a veces corre el peligro de encontrarse y realice un «trabajo en red» con los distintos servicios presentes en el territorio.
155. Si observamos, además, el mundo en desarrollo, descubrimos un número creciente de mendigos, a menudo personas enfermas – ciegos o leprosos, o con Sida – y, por tanto, excluídas de su aldea y de sus familias, obligadas a vivir en los andenes de expedientes y limosnas.
II. Métodos de acercamiento y medios de asistencia
156. Gracias a Dios no faltan las respuestas pastorales adecuadas, aunque no suficientes, de las parroquias, de las agregaciones católicas, de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. Es decir, que hay quien va en busca de esos hermanos y hermanas necesitados, y el encuentro ha creado una red de amistad y de apoyo, dando lugar a generosas iniciativas estables de solidaridad.
157. La búsqueda de las personas sin techo, el encuentro con ellas, lleva a superar el aislamiento en que ellas viven, a protegerlas del frío y del hambre. Se les proporcionan comida y bebidas calientes, en una especie de «cena itinerante», se les dan cobijas y otros tipos de ayuda para sus necesidades.
158. Se han creado también centros de acogida, que garantizan una serie de iniciativas para satisfacer las muchas necesidades de esas personas desheredadas: información y consultoría, distribución de artículos alimenticios y vestuario, posibilidad de limpieza personal (duchas, lavandería, peluquería), y consultorio médico.
159. Hay que tener en cuenta, además, que las personas sin techo pierden con frecuencia la posibilidad de utilizar los servicios públicos porque, debido a su situación, no figuran en el registro civil y no tienen un lugar de residencia ni poseen documentos de identidad. Es preciso luchar contra esta condición de «muerte civil», tratando de ofrecerles, junto con las municipalidades y las autoridades civiles, un lugar de residencia, quizás en una comunidad de asistencia o en el centro de acogida. Una solución semejante se podría encontrar para la dirección postal.
160. Por lo que se refiere a ofrecerles comida, dar de comer al hambriento (cf. Mt 25,35), es un valor humano antiguo, presente en todas las culturas, porque tiene una relación directa con el reconocimiento del valor de la vida. El escándalo del pobre Lázaro y el rico epulón, en la famosa parábola de Jesús (cf. Lc 16,19-30), encuentra correspondencia también en las culturas hebrea e islámica, en las temáticas relacionadas con la hospitalidad. El hambriento, pues, interroga las conciencias de todos, laicos y creyentes, en el contexto de una cultura de la solidaridad[43].
161. En lo que concierne a los comedores, de cualquier tipo y orden, con el servicio gratuito de una comida caliente y abundante, será provechoso el clima familiar y acogedor que se podrá crear. El que va a comer, en su pobreza, tiene necesidad de satisfacer el hambre, pero sobre todo de encontrar la simpatía, el respeto y el calor humano que con frecuencia se le niegan. Es ideal el servicio de los voluntarios que, gratuitamente, ofrecen su tiempo libre para ayudar.
La atención a la dignidad y a la persona de cada uno se manifestará, además, con el cuidado del ambiente y con la actitud amable de los voluntarios que sirven a la mesa. Habrá que tener en cuenta, igualmente, las costumbres alimenticias de los huéspedes, respetando, por ejemplo, su tradición religiosa.
162. En esa situación, los voluntarios viven con los pobres una relación especial de amistad, hasta llegar casi a la de la familia, una familia que muchos de los sin techo han perdido o no han tenido nunca. Se llega, así, a la expresión hermosa de una comida navideña, casi en familia, para las personas sin techo, que se ha ido volviendo tradición en muchos lugares.
163. Aquí se revela la relación de la calle, de la correspondiente pastoral específica, con su fuente, Cristo Nuestro Señor, en el misterio de su Encarnación, y con la Iglesia y su opción preferencial por los pobres, que se han de evangelizar, naturalmente dentro del respeto de la libertad de conciencia de cada cual. Los pobres también nos evangelizan (cf. Is 61,1-3; Lc 4,18-19).
164. Desde esta perspectiva, no hay que olvidar, entre las obras de misericordia, la de la sepultura. A los que mueren y no tienen familia, los agentes de pastoral tendrán que garantizarles la celebración del entierro. Una vez al año, igualmente, se podrá hacer memoria, con las personas que viven en la calle, de aquellas conocidas que han pasado a mejor vida, recordándolas por sus nombres: ¡que queden escritos en el libro de la vida!
165. Nuestra mirada contemplativa, al terminar esta marcha por los varios caminos de la pastoral de la calle, se dirige a María, Madre y Señora nuestra, con la oración dedicada a los agentes de pastoral en el cuarto misterio glorioso del Rosario de los Migrantes y de los Itinerantes: «[...] para que, en el ejercicio de su actividad no se dejen “consumir por los intereses y preocupaciones materiales”, ni se dejen vencer por la incertidumbre, la ansiedad o la soledad, sino que busquen reparo en el corazón amoroso de María, Asunta al Cielo»[44].
Roma, desde la sede del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, 24 de mayo de 2007, memoria de la Virgen de la Calle.
Renato Raffaele Cardenal Martino
Presidente
+ Agostino Marchetto
Arzobispo titular de Ecija
Secretario
Notas
[1] Pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Orientaciones para una Pastoral de los Gitanos, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2005.
[2] idem, Orientaciones para la Pastoral del Turismo, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2001.
[3] idem, La Peregrinación en el Gran Jubileo del 2000, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1998.
[4] Cf. pio xii Discorso alla “Fédération Routière Internationale”, Discorsi e Radiomessaggi di S.S. Pio XII, vol. XVII (1955) 275.
[5] Cfr. card. angelo sodano, Mensaje Pontificio para la Jornada Mundial del Turismo 2005: L’Osservatore Romano, edic. en lengua española, 29 de julio, 2005, 7.
[6] Cf. pontificio consejo para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Instrucción Erga migrantes caritas Christi n. 15: People on the Move XXXVI (2004) n. 95, 262-263.
[7] Cf. pablo vi, Discorso sulla moralizzazione dell’utenza stradale, Insegnamenti di Paolo VI, Vol. III (1965), 499.
[8] En una Exhortación pastoral sobre la seguridad vial, la comisión social de la conferencia episcopal francesa declaraba: «Según los psicólogos, los conductores utilizan a menudo el propio vehículo de manera irresponsable y, por lo tanto, peligrosa. El coche, el camión y la moto se transforman así en expresión de poder, intolerancia, exhibición y a veces incluso de violencia. El conductor puede manifestar sentimientos y actitudes que no adopta en la vida normal... Esa inseguridad en los caminos constituye, por consiguiente, un escándalo que debe suscitar la reflexión de todos los conductores de vehículos y estimularlos a modificar su propio comportamiento» (cf. conférence episcopale française, Sécurité routière un défi évangélique, 24 octobre 2002: www.cef.fr/catho/actus/communiques/2002/commu
20021029securiteroutiere.php).
[9] Cf. General Assembly Plenary Meeting and Expert Consultation on the Global Road Safety Crisis, 14-15 April 2004.
[10] Cf. pablo vi, Discorso ai partecipanti al Dialogo Internazionale per la moralizzazione dell’utenza stradale: Insegnamenti di Paolo VI, vol. III (1965) 500; cf. también Benedicto XVI, Angelus del domingo 20 de noviembre, 2005: L’Osservatore Romano, edic. en lengua española, 25 de noviembre 2005, 6.
[11] Cf. pio xii, Discorso alla «Fédération Routière Internationale»: l.c. 275; cf. episcopado belga, Lettre pastorale sur la morale de la circulation routière, Malines, le 15 janvier 1966: Pastoralia, n. 8, hoja 1 dorso, col. II.
[12] Cf. juan xxiii Il rispetto della vita umana fondamento di efficace disciplina stradale: Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. III (1961) 383.
[13] Cf. juan pablo ii, Una cultura della strada. Contro i troppi incidenti: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. X, 3 (1987) 22.
[14] Cf. Pablo VI, Discorso ai partecipanti al Dialogo internazionale per la moralizzazione dell’utenza stradale: l.c., 499.
[15] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1737: Asociación de Editores del Catecismo de la Iglesia Católica, 2ª edic.; Madrid (1992), 397.
[16] Ibidem, n. 2290.
[17] Cf. pio xii, Ai soci dell’Automobile Club di Roma: Discorsi e Radiomessaggi di S.S. Pio XII, vol. XVIII (1956) 89.
[18] episcopado belga: l.c., hoja 2 anverso, col. II.
[19] episcopado español, Exhortación pastoral Espíritu cristiano y tráfico, n. 7: Ecclesia, n. 1481, 21 de julio, 1968.
[20] Episcopado Belga: l.c.
[21] Ibidem, col. I.
[22] Ibidem.
[23] Cf. «La Giornata del perdono»: L’Osservatore Romano 13.14 marzo 2000, 8-9.
[24] Cf. consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Instrucción Erga migrantes caritas Christi, n. 15: l.c.
[25] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 485: l.c.; Juan Pablo II, Carta encíclica Dominum et vivificantem, n. 66: AAS LXXVIII (1986) 896.
[26] Cf. juan pablo ii, Omelia all’Aeroporto «Leonardo da Vinci» di Roma: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XIV, 2 (1991) 1351; cf. también consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, El Rosario de los Migrantes, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2004.
[27] Cf. pablo vi, Ai partecipanti al VII Congresso dell’Associazione Nazionale [italiana] Enti di Assistenza: Insegnamenti di Paolo VI, vol. II (1964) 333.
[28] concilio ecuménico vaticano ii, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et Spes, 30: AASLVIII (1966) 1049-1050.
[29] concilio ecuménico vaticano ii, Decreto sobre la misión pastoral de los Obispos en la Iglesia Christus Dominus, 18: AAS LVIII (1966) 682.
[30] Pablo vi, Allocutio: AAS LXV (1973) 591.
[31] Cf. consejo pontificio para a pastoral de los migrantes e itinerantes, I Encuentro Europeo de los Directores Nacionales de Pastoral de la Calle, Documento Final: www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/migrants/documents/rc_pc_migrants_doc_
20021209_road_leur_pressrelease.sp.html; Idem, I Encuentro Internacional de Pastoral de los Niños de la Calle, Documento Final: People on the Move XXXVII (2005) Suppl. 98, 97 e Idem, I Encuentro Internacional de Pastoral para la liberación de las Mujeres de la Calle, Documento Final: People on the Move XXXVIII (2006) Suppl. n. 102, 131.
[32] juan pablo ii, Carta a las Mujeres, 5, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1995. Podemos recordar aquí también que «La actitud de Jesús en relación con las mujeres que se encuentran con él a lo largo del camino de su servicio mesiánico, es el reflejo del designio eterno de Dios que, al crear a cada una de ellas, la elige y la ama en Cristo (cf. Ef 1, 1-5)... «Cada una hereda también desde el “principio” la dignidad de persona precisamente como mujer»: juan pablo ii, Carta Ap. Mulieris dignitatem, 13, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano1988. Recordamos, igualmente, siempre del Papa juan pablo ii, el Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante, 1995, n. 3, cuyo tema es: «Solidaridad, acogida, tutela de los abusos y protección de la mujer».
[33] benedicto xvi, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado, 2006, sobre o tema Migracíón: signo de los tiempos: People on the Move XXXVII (2005) n. 99, 52.
[34] Cf. Protocol to Prevent, Suppress and Punish Trafficking in Persons, especially Women and Children, supplementing the United Nations Convention against Transnational Organized Crime, 15 November 2000.
[35] Cf. consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, Erga migrantes caritas Christi, nn. 70-72 y relativo ordenamiento jurídico-pastoral, Art 1 § 3 y 19 § 1: l.c.
[36] Cf. consejo pontificio “justicia y paz”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Ciudad del Vaticano 2005, n. 19.
[37] juan pablo ii, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1996: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, col. XVIII, 2 (1995) 1331.
[38] Cf. cardenal angelo sodano, Secretario de Estado, Telegramma al Direttore Generale della Organizzazione Internazionale del Lavoro in occasione dell’entrata in vigore della Convenzione n. 182 sull’interdizione e l’eliminazione delle forme peggiori di lavoro dei bambini: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XXIII, 2 (2000) 921-922.
[39] ONU, Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, 1989, Preámbulo.
[40] Cf. iii conferencia general del episcopado latinoamericano, celebrada en Puebla de los Ángeles, México, en 1979, La Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, n. 1142, CELAM, Bogotá, 2ª edic. 1979.
[41] Cf. juan pablo ii, Lettera al Cardinale Roger Etchegaray sul problema dei “senza tetto”: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol X, 3 (1987) 1352 y pontificia comisión «iustitia et pax», Che ne hai fatto del tuo fratello senza tetto? La Chiesa e il problema dell’alloggio, EDB, Bologna 1988, 6-7.
[42] “Date omnibus, ne cui non dederitis ipse sit Christus”, Ps. Augustinus, Sermo 311: P.L. 39, 2342-2343.
[43] Cf. consejo pontificio para la Pastoral de los emigrantes e itinerantes, Instrucción Erga migrantes caritas Christi, n. 9: l.c.
[44] consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, El Rosario de los Migrantes, 28: l.c.