UN CORAZÓN NUEVO Y UN ESPÍRITU NUEVO de E. J. Cuskelly MSC: Pobreza de Corazón, capítulo 5
CAPITULO QUINTO
POBREZA DE CORAZÓN
Según las palabras del Cardenal Pironio, Prefecto de la Sagrada Congregación
de Religiosos: "La pobreza auténtica es un hambre de Dios, una necesidad de
oración, una inseguridad personal y la esperanza en Aquel para quien nada es
imposible".
Confieso que comienzo a estar cansado de las discusiones que se han tenido
sobre la pobreza religiosa. Los religiosos se reúnen para discutir su estilo
de vida, el de sus casas, el de sus carros. Aparece alguien que hace notar
que hay mucha gente más pobre que ellos, y enseguida surgen sentimientos de
culpabilidad. Pero qué difícil es cambiar cantidad de cosas prácticas y
entonces se llega a la conclusión habitual: "Bien, intentemos al menos ser
pobres de corazón". Y cada uno se vuelve a su casa y no se hace nada.
Lo que es más lastimoso en este asunto es constatar que uno de los puntos
más vitales para la renovación de la vida religiosa sea tratado como un
accesorio y un paliativo.
Deberíamos tratarlo muy de otra manera, deberíamos comenzar por una seria
meditación sobre la doctrina bíblica de la pobreza de corazón, intentar ver
a dónde nos puede llevar eso. Muchos religiosos piensan que si no realizamos
una renovación de la vida religiosa todos los demás problemas quedarán sin
solución.
Quisiera comunicarles mi propia convicción. Estoy persuadido de que no habrá
renovación de la vida religiosa, de la comunidad o de la Iglesia de Cristo,
en tanto no hayamos aprendido a vivir de nuevo esta pobreza bíblica del
corazón, la que está bastante bien definida por el Cardenal Pironio en el
texto antes citado.
Esta convicción me vino a raíz de mis encuentros con religiosos hombres y
mujeres —de diversas congregaciones y de diferentes nacionalidades— a través
del mundo. Me vino sobre todo y de manera positiva de personas que me
impresionaron profundamente. La mayor parte no eran personas célebres, eran
hombres como ustedes y como yo, personas que se esforzaban por cumplir sus
obligaciones día a día. Muchos de ellos tenían esa cualidad tan
impresionante que encontramos en personas más célebres y conocidas como una
Madre Teresa de Calcuta con determinación serena de hacer "algo hermoso" por
Dios y por el prójimo. Ella tenía esa extraordinaria disponibilidad, única,
de los que han descubierto a Cristo y sólo quieren vivir para Él y para los
otros. Esta cualidad se encuentra también en muchos otros que admiramos por
su entrega al seguimiento de Cristo. Se tiene la impresión de que cada uno
de ellos considera a cualquier otro como más importante, no contando él para
nada. Todas estas personas tienen una confianza serena, creyendo que si
vivimos para Dios y hacemos generosamente lo que podemos, siguiendo su
camino, entonces Dios salvará el mundo.
Por otra parte, de forma negativa, he adquirido la misma convicción al
encontrar a personas que habían perdido la paz, la confianza, el ánimo y que
vivían en la ansiedad, la amargura, la angustia.
Esta doctrina del pobre, del "anawim ", todos la hemos estudiado. Pero
recordemos algunas de las actitudes esenciales inherentes a la "pobreza de
corazón". Para los escritores del Antiguo Testamento, ella comporta toda una
actitud delante de Dios en la fe, la esperanza y la atención a su Voluntad,
una actitud total del espíritu, del alma y del corazón. Fue especialmente
durante el exilio, que los profetas desarrollaron esta enseñanza; el pueblo
de Dios estaba entonces reducido a muy poca cosa. Todo lo que había
constituido su seguridad había desaparecido: su templo destruido, sus
ejércitos deshechos, a pesar de "la ayuda del Dios de los Ejércitos". En el
exilio, el hombre pobre, es el hombre aplastado por la desgracia, el
perseguido, el hombre sin voz ni derecho, sin apoyo tangible. En tal
situación era consciente y estaba convencido de sus propias limitaciones y
de su miseria. Comprendía y aceptaba esa condición como pecador. Más aún, se
daba cuenta de la vanidad de las criaturas, de su ineptitud para satisfacer
el corazón humano. Aceptaba su condición de extrema desnudez. Es entonces
que se volvía dócil a Dios, sin pretensiones de ser ya independiente.
Jesús dio como signo de la proximidad del Reino: "La Buena Noticia es
anunciada a los Pobres" (Mt. 5, 11). Este texto, en cierto momento, me hizo
reflexionar mucho: ¿Por qué los pobres? y ¿por qué solamente los pobres? Y
los que no son pobres, entonces ¿qué? He encontrado multitud de personas con
los bolsillos llenos de dinero y me hubiera gustado que la Buena Noticia
fuera también para ellos. De hecho, muchos de ellos me han predicado el
Evangelio con su fe profunda y su disponibilidad a la voluntad de Dios.
Pero, hecha la reflexión, se ve que es inútil predicar el Evangelio a quien
no sea pobre —en el sentido bíblico de la palabra— pues sólo los pobres
pueden entender. Sólo ellos están abiertos y dispuestos a escuchar.
Los autores de la Biblia no tenían una visión errónea sobre el valor de las
cosas materiales. Dios creó el mundo y vio que era bueno. El mundo era
bueno, como lo eran las flores y la comida, el oro y la plata, todo era
regalo de Dios hecho al hombre. Pero, considerando la vida de aquellos que
tienen una gran parte de las posesiones materiales (es decir, los ricos),
los autores de la Biblia constataron que a menudo, demasiado a menudo,
desviaban sus riquezas de su verdadero destino. Sus actitudes eran malas y
sus prioridades, desordenadas. Se volvían independientes y orgullosos y se
comportaban como si no tuvieran necesidad de Dios. Buscaban su seguridad en
las criaturas, se volvían tan afanosos y apegados a las cosas materiales,
que perdían su libertad. No eran libres para escuchar lo que Dios les pedía;
no eran libres para responder a los gritos de sus hermanos. Repitámoslo: no
hay nada malo en el corazón de los hombres que les empuja a poner su
seguridad en las criaturas, que disminuye su libertad, que divide su
corazón. "No pueden servir a Dios y a Mammón".
Algunas traducciones modernas dicen: "No pueden servir a Dios y al dinero".
No hay en ello un gran desafío. Ustedes no sirven al dinero, ¿verdad?
Entonces, ¿no hay ningún desafío para nosotros? El desafío, para nosotros,
es el de tener que afrontar estas dos preguntas: ¿Somos lo suficientemente
pobres para entender el Evangelio cualquiera que sea la manera en la que se
nos predique? ¿Somos lo suficientemente libres para responderle? Traducir
"dinero" en lugar de "mammón", es limitar de una manera engañosa el sentido
mismo de la palabra "Amén" que significa "firme-sólido-estable" Mammón puede
tener el sentido de dinero, pero significa toda cosa creada en la que el
hombre pone su confianza, como una especie de soporte en lugar de Dios. Es,
pues, toda criatura en la que el hombre se apoya demasiado fuertemente como
sobre su propio soporte; todo aquello que divide el corazón, todo aquello a
lo que se apega con exceso. Es mammón todo lo que destruye así la pobreza de
corazón que es apertura a Dios para dejamos conducir, por el camino que sea,
según su voluntad; para que Él pueda hablamos de la manera que sea, según su
deseo,
La teología espiritual ha sido presentada como un estudio de la evolución de
la vida espiritual en sus condiciones psicológicas. Las condiciones
psicológicas cambian de una época a otra. Entonces para qué perder tiempo en
preocuparse del dinero cuando los modernos obstáculos a la apertura de Dios
son a menudo muy distintos. Preguntémonos, por el contrario: " ¿Cuáles son
hoy nuestros mammones"? Cada uno debe preguntarse para descubrir cuál es su
mammón personal, no de iniquidad, sino de seguridad. ¿Qué es lo que divide
su corazón o qué es lo que cierra su espíritu a la escucha de todo el
Evangelio? ¿A qué estamos apegados de una manera desordenada? A veces digo
que he recorrido el mundo en búsqueda de pobres a quienes pudiera yo
predicar el Evangelio, pero, a lo largo de mi camino, he encontrado menos de
los que hubiera podido esperar. Hay muchos más obstáculos de los que se
pudiera creer para la pobreza de corazón. Entre esos obstáculos hay uno que
tiene su marca: El chauvinismo.
Quiero explicar esta palabra —Fanatismo— Chauvinismo (en francés
"chauvinisme") viene, en su acepción francesa, del nombre de Nicolás
Chauvin, que hacía profesión de un patriotismo exclusivo. En este sentido,
en mi propio país hay unos "chauvins": piensan que todo lo que es
australiano es lo mejor del mundo y lo que viene de afuera vale menos. Pero
no somos los únicos "Chauvins" en el mundo. Los italianos, reconocidos por
su gran cultura, piensan que todos los extranjeros, gente no cultivada, no
tienen nada que enseñarles. Los franceses, fueron ellos los que inventaron
la palabra "chauvin"' (en castellano traducimos por "fanático" o
patriótico). Muchos alemanes admiten ellos mismos que en su país la única
teología que vale es la alemana. Esta clase de actitud bloquea la escucha
del Evangelio en cuanto se le anuncia con acento extranjero. En mi propia
(congregación) (Misioneros del Sagrado Corazón) he hablado de lo que había
encontrado de bueno en América, y los europeos me dijeron: "Seguro, todo eso
es bueno para países sin historia y sin cultura, pero eso no tiene valor
para Europa". Encontré la misma reacción en sentido contrario: " ¿Qué pueden
aportarnos los holandeses, los alemanes, los italianos? ". Si hablo de algún
buen acontecimiento, de la vida religiosa en Australia, preguntan:
"Australia, ¿dónde se encuentra?”
Uno podría creer que al menos en los países más jóvenes del mundo uno
encontraría "pobres" dispuestos a oír el Evangelio. Quizás habría allí más
que en el viejo mundo. Sin embargo, según la frase de Mary Ward, también
allí, se encuentran personas "que tienen el culto de los dioses del
nacionalismo". Son muchos los que uno encuentra que quieren aparecer como
superiores a todo extranjero. No crean con eso que se les está causando un
agravio, puesto que hace mucho tiempo que oyen predicar el evangelio de la
superioridad europea o americana. ¡No nos sorprendamos, pues, de tales
reacciones! Sea como sea todos esos sentimientos de agresividad no favorecen
la escucha del Evangelio con pobreza de corazón.
Me acuerdo de la experiencia de un Prefecto de estudios en uno de nuestros
Seminarios. Tenía costumbre de pasar mucho tiempo dialogando con los
estudiantes. Si después de una larga discusión los estudiantes no ganaban su
causa, decían entonces: "Claro, usted Padre es un blanco, usted no puede
comprender nuestra espiritualidad. Usted es un extranjero, usted no puede
enseñamos". O bien, usted es alemán, holandés, español, americano, italiano,
usted no puede enseñamos. Es tan actual, y al mismo tiempo tan antiguo. . .
Eso nos recuerda el episodio del ciego de nacimiento del Evangelio. Tenía
algo interesante que decir a los Fariseos a propósito del Cristo, pero ellos
argüían: "Tú has nacido en pecado, ¿y quieres enseñarnos a nosotros? "
Si por una razón cualquiera quisiéramos enorgullecernos de nuestra ciencia,
seríamos incapaces de aprender de los más pequeños lo que Dios les revela y
esconde a los sabios y prudentes. Uno de los obstáculos más comunes para una
escucha integral del Evangelio es la convicción que tenemos de saber. La
causa de ello puede ser el fanatismo (chauvinismo) o la opinión de que somos
más sabios que los otros (aunque el verdadero sabio sabe lo bastante como
para darse cuenta de que no sabe nada). También podría ser causa de ello,
entre los que tenemos conciencia de ser menos sabios el que, por el
contrario, tenemos un "verdadero" conocimiento a partir de nuestra
experiencia en parroquia, en las misiones, con la juventud, en el mundo
real. También puede existir en aquellos que sólo pueden oír un Evangelio
progresista, no ese viejo mamotreto de la tradición y de la historia. Puede
existir en aquellos que se enorgullecen de ser ortodoxos y leales a la
tradición. Se puede construir el propio mammón con las cosas de la
tradición, buscando su seguridad en "lo que siempre se ha hecho" en lugar de
buscarla en el Dios vivo que nos lleva a donde Él quiere.
En uno de los capítulos generales al que asistí, no hace mucho tiempo, uno
de los religiosos rezaba, agradeciendo a Dios el que en estos tiempos
difíciles "nosotros conservábamos los verdaderos valores". "Gracias, Dios
mío, porque no somos como los demás religiosos, nosotros hemos guardado los
verdaderos valores". Pero, ¿cómo podemos estar tan seguros de haber guardado
los verdaderos valores? Esperamos poder decir que hemos intentado guardarlos
y rezamos para que podamos hacer que sean una realidad, rezamos al Señor
para que nos ilumine para corregir los errores que hayamos podido cometer.
Pero jamás podemos poner nuestra confianza en nuestra posesión de unos
valores, o en la creencia de que hemos hecho todo lo que había que hacer.
Nuestra confianza y nuestra seguridad están en Dios solamente.
¿Hacemos un Mammón de nuestra ciencia, sea teológica, sea espiritual, sea
del mundo real, sea de los valores de la vida religiosa, de manera que no
seamos lo suficientemente pobres para oir una nueva predicación del
Evangelio? Nuestro conocimiento de Dios, como toda cosa creada, no puede ser
más que limitado. Nadie entre nosotros podrá jamás conocer la longitud y la
anchura del misterio de Cristo. Todos, estamos llamados a un descubrimiento
continuo de los designios de Dios sobre el mundo. ¿Somos lo suficientemente
pobres para oír el Evangelio? ¿Somos lo suficientemente libres para
responderle? Los ricos del Antiguo Testamento no eran lo suficientemente
pobres porque eran demasiado apegados a los bienes materiales. El mundo
moderno tiene otros mammones que no son el dinero.
A veces me propongo un ejercicio interesante con los religiosos, y es el
pedirles responder a esta pregunta: " ¿quién es usted? " Piense la
respuesta. Para muchos, la respuesta es algo así como: "Yo soy profesor,
director de colegio, coordinador (hoy en día "coordinador" es una palabra
muy importante, ¡es algo que impresiona aunque nadie sepa lo que usted
coordina! ). Ni uno piensa en responder: "Soy religioso". La razón por la
que me entretengo en ese ejercicio, es para provocar una reflexión sobre
este hecho: En nuestro mundo, tener un status es algo muy importante —el
status de una profesión, sobre todo si se es Herr Doktor o Signore
Professore—. Muchos religiosos están buscando un status profesional, quieren
hacer estudios especializados o buscan cualificaciones profesionales.
Recordemos lo que ya dijimos: todas las cosas creadas son buenas, y es bueno
tener religiosos, hombres y mujeres, bien cualificados. Pero es malo que un
religioso esté insatisfecho si no tiene su status profesional, cuando su
especialización personal es más Importante que su participación en la propia
comunidad religiosa como miembro de la misma. Se oye hablar del "desarrollo
de la personalidad" (epanouissement) en la de vida religiosa. Hasta cierto
punto es bueno, más aún es necesario. Pero desarrollo de la personalidad,
cualificación personal, status profesionales, todo eso, como todas las cosas
contingentes, puede que se lo busque como soporte y una satisfacción. Como
toda cosa temporal, ello puede convertirse en mammones para los religiosos
modernos si no cuidan de vivir la pobreza de corazón. Si fuera así, serían
menos libres para escuchar el Evangelio y responder al mismo.
En el pasado muchos religiosos encontraban un cierto apoyo en las
estructuras e ideologías existentes en la vida religiosa. Ante la llamada al
cambio y la puesta al día, algunos, asustados como lo está todo el mundo
cuando se trata de correr algún riesgo, se han aferrado a antiguas
costumbres y estructuras. Tal vez se ofenderán de lo que les digo, pero en
realidad se hicieron un mammón de esas prácticas y estructuras religiosas.
Les quiero citar a propósito de esto un pasaje corto de un artículo del P.
Vallachi:
El pobre asume una actitud de crítica despiadada hacia sí mismo y hacia las
diversas confianzas que anidan dentro de él. Es una persona que sabe ponerse
en discusión y sabe someterse a revisión crítica a sí misma, sus
convicciones y su propia línea de acción. las estructuras, el sistema, el
cuadro de valores. . . Precisamente porque se apoya en Dios el pobre
relativiza todo lo demás y resiste a la tentación, más o menos, valores o
personas" (Diccionario Enciclopédico de Teología Moral, pág. 843).
"El hombre pobre adopta un comportamiento crítico clarividente ante sí mismo
y ante las actitudes de confianza que lleva en el interior de sí mismo. Es
alguien que puede intervenir en una discusión. Es un hombre que está abierto
a una revisión crítica de sus propias convicciones, de su manera de obrar. .
. de las estructuras, de los métodos, aún de los sistemas de valores. , .
Precisamente porque se apoya en Dios, es por eso que el pobre estima todas
las cosas como de un valor relativo, y resiste la tentación más o menos
consciente de hacer de las normas, estructuras, valores o personas algo
absoluto". (Diccionario de Teología Moral, págs. 744-745).
No hace mucho tiempo asistía yo a un capítulo de religiosas. Algunas de
ellas habían hecho esa "absolutización" rechazada en la cita que acabo de
darles. Más que nada yo estaba entristecido al oír la "oración espontánea"
dicha por una de las religiosas en la apertura del capítulo. Ella se contaba
a sí misma entre las "ortodoxas", ella y otras más estaban como asustadas de
algunas tendencias "progresistas" que se manifestaban en la asamblea. Ella
rezaba así: "Oh Señor, danos el coraje y la valentía de nuestras
convicciones". Estaba claro que ella quería decir: No dejes que estas
hermanas progresistas perturben nuestra seguridad.
La Iglesia no nos pidió nunca rezar de esa manera sin pedir primeramente el
ser iluminados para tener las verdaderas convicciones. A menudo no es la
valentía de nuestras convicciones la que nos falta, sino la sabiduría de
nuestras convicciones. Lo que llamamos valentía de nuestras convicciones
frecuentemente no es otra cosa que el miedo de ver tambalearse nuestra
seguridad. Una oración mucho más cristiana es la que encontrarnos en el
Misal: "Oh Dios que iluminas a todo hombre que viene a este mundo, haz que
brille sobre nosotros la luz de tu rostro a fin de que nuestros pensamientos
sean cada vez más conformes con tu sabiduría y que te amemos con un corazón
sincero"
Otro mammón de nuestra sociedad moderna, que está mucho más extendido, y que
yo creo más peligroso, es el mammón del éxito. Chesterton escribía que, en
su tiempo, el gran peligro para la fe era el racionalismo. Decía que el
poeta era mucho más feliz que el racionalista porque el poeta intentaba
poner su cabeza en el cielo, mientras que el racionalista quería meter el
cielo en su cabeza y era la cabeza la que acababa por explotar. Hoy, no es
eso lo que hacemos, ya que hoy tendemos a que toda opción y elección sea
ordenada, controlada y organizada. Vivimos en "nuestro" mundo, hablamos de
la sociedad de consumo y es automática y necesariamente una sociedad de
"producción" en la que la abundancia apunta a la eficacia.
¿Qué hacen ustedes? ¿Qué medio emplean para triunfar? Un mundo que ha
conseguido poner hombres en el espacio y sobre la luna debería ser capaz de
desembarazarnos de todo el despilfarro que entorpece al mundo. Nosotros
somos producto de esa sociedad. A menudo se oye decir que es evidente que la
Iglesia no está a la altura, que nuestra sociedad no está a la altura.
Muy a menudo se da como razón del abandono del sacerdocio, el hecho de que
la Iglesia, al menos la Iglesia oficial, no está a la altura, y tenemos la
impresión (esta impresión proviene de la atmósfera en que vivimos) de que
deberíamos ser capaces de controlar todo. Hay tantos defectos que corregir,
tantas cosas viejas que actualizar, tanto desorden que ordenar. . . Tenemos
que buscar nuevos métodos de pastoral y de acción misionera, nuevos medios
de intervención en la sociedad, nuevas maneras de influencia con las cuales
cambiar las condiciones sociológicas. Estamos bien conscientes de que no
estamos a la altura. ¿Hay todo un mundo por convertir? ¿y qué hacemos
nosotros? Bueno es que tengamos esa preocupación de la humanidad y de las
necesidades de los hombres. Sin embargo, la fe es la aceptación del misterio
de Dios no simplemente un misterio que trasciende nuestra inteligencia
humana, sino el misterio de Dios en su providencia que tiene el mundo entero
en sus manos, que sólo Él puede salvar al mundo y que vela por estas
sociedades que se hunden en su mediocridad humana.
Estamos inclinados a hacer de la eficacia y del éxito un mammón. Y los que
abandonan la congregación y el sacerdocio, proclamando que la Iglesia —o la
sociedad— no ha hecho lo que debía, demuestran que se habían apoyado
demasiado sobre las cosas del mundo. No es que queramos quedarnos ahí
sentados sin hacer nada. Todo eso es bueno, pero si se convierte en un
mammón, entonces hay algo que no acaba por ir bien. A veces pienso que sería
bueno hacer el ejercicio de preguntarnos que habríamos hecho si se nos
hubiera confiado el trabajo de preparar el programa de la actividad pastoral
de Jesucristo. Con nuestras perspectivas de eficacia sobre el programa a
llenar, ¿le habríamos dejado, entonces, estarse tanto tiempo en Nazaret?
Pienso que cualquiera de nosotros, aún el menos eficiente, si se hubiera
encargado de hacer el plan de su campaña pastoral, se las hubiera arreglado
para dar un espacio mucho más importante y más amplio a su actividad.
Nuestra preocupación por los otros no debe disminuir. No obstante, no
podemos permitirnos el dejarnos llevar del desánimo si nuestras
realizaciones están por debajo de nuestras esperanzas. También en esto
debemos aceptar nuestra debilidad humana, nuestra ineptitud para construir
si el Señor no construye con nosotros.
Decíamos antes que, cuando las estructuras se desintegraban, la vida
religiosa perdía su seguridad y el individuo buscaba por sí mismo su propia
seguridad. No todos han verificado el por qué sentían la necesidad de hacer
estudios especiales, para mejorar su situación obteniendo cualificaciones
académicas, su oficio, su promoción personal, su sentido del triunfo. No se
dieron cuenta de la razón por la que había un mayor individualismo y un
debilitamiento del sentido comunitario. Una comunidad, es una comunión
construida alrededor de aquello que importa más que todo. Si todos
compartimos un carisma común, una visión y una inspiración espiritual, si
todos creemos que es de vital importancia el buscar siempre juntos el
descubrir la expresión más fecunda de este carisma, entonces conseguiremos
la comunión esencial que llegará a formar una comunidad.
De hecho, muy a menudo, aunque vivamos juntos, si cada uno de nosotros tiene
su mammón (algo que le importa, que tiene por encima de todo), la comunión
es más aparente que real. Cuando uno tiene como mammón la situación social,
otro el de su promoción personal, toda comunión se vuelve artificial, frágil
y se rompe por cualquier cosa. En ese caso el lazo de la unidad no es la
total disponibilidad a Dios para dejarnos conducir a donde Él quiera, según
la vocación a la que nos llamó y que un día profesamos públicamente
compartir con nuestros hermanos. ¿Somos suficientemente pobres para escuchar
el Evangelio, sea cual sea la manera en que se nos presente?
¿Somos suficientemente libres para responder?
Como conclusión, recordemos que donde hay una pobreza de corazón auténtica,
ésta va acompañada de una alegría profunda y de una confianza total. "Y me
gloriaré con gozo en mi debilidad a fin de que el poder de Cristo habite en
mí", dice S. Pablo, y "es cuando soy débil que soy fuerte". Las dos cosas
van juntas. Sólo aquellos que llegaron a vivir esa doble actitud de aceptar
su pobreza y de saber confiadamente que Dios está con ellos en su vida y en
sus actividades experimentan una paz profunda y una verdadera alegría.
Nuestra Señora del Sagrado Corazón es un ejemplo extraordinario de todo
esto, ella que tan bien expresó esos dos sentimientos en su "Magníficat".
“CREDIDIMUS CARITATI"
(1 Jn. 4, 16)
Para el MSC moderno este es un texto clave para expresar nuestro espíritu y
nuestra identidad.
"Descubrimos el corazón nuevo que Dios nos ha dado y nos entra el deseo de
mostrarlo a todos los hombres. Descubrimos el amor a un Dios hecho hombre
para los demás, y creemos en él. Nos proponemos anunciar este amor y la vida
nueva que posibilita a la humanidad". (D. R. No. 3).
En las páginas siguientes consideraremos algunos aspectos de la respuesta a
esta pregunta: " ¿En qué clase de amor hacemos nosotros profesión de fe? "