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UN CORAZÓN NUEVO Y UN ESPÍRITU NUEVO de  E. J. Cuskelly MSC: Obediencia y Caridad Fraterna, capítulo 14

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CAPITULO CATORCE

OBEDIENCIA Y CARIDAD FRATERNA

La obediencia cristiana fundamental se impregna de una dimensión especial en la profesión religiosa. Mucho más que los Otros consejos evangélicos, la obediencia religiosa, asumiendo el carisma y la espiritualidad del instituto en que sea practicada, adquiere características particulares. Esta misma práctica ha sido fuertemente influenciada en todo el transcurso de la historia por el trasfondo sociológico de épocas diferentes. "Así se explica que el monasterio benedictino adquiera los rasgos de la familia romana; que la organización de la sociedad feudal se transmita a la abadía cisterciense; que el convento dominicano refleje el ideal democrático de las comunidades medievales; que la Compañía de Jesús reproduzca la arquitectura interna de una sociedad eclesial fuertemente centralizada"[1]. (1). Estas órdenes tenían su forma propia de adaptar la práctica de la obediencia a fin de armonizarla con las mentalidades de diversas generaciones. Tal adaptación es necesaria. Formas de hablar sobre la obediencia que en otras épocas eran del todo aceptables, hoy desfasadas. "Pero ni la obediencia cristiana ni la obediencia religiosa más en particular tiene nada que ver, por lo que de evangélico hay en ella, con la obediencia de un autómata, de un discípulo, de un esclavo, de un niño, de un hijo, de un soldado ni de un súbdito"[2]. (2)

Es importante no encasillar la obediencia religiosa en falsas categorías socio-culturales. Tener demasiado en cuenta los conceptos benedictinos o Jesuitas para elaborar lo que debe ser "nuestra obediencia religiosa" sería engendrar confusión y esterilidad. Se hace necesario recordar aquí la importancia vital de un texto ya citado:

"Los que entren a nuestra Sociedad pueden sufrir al verse aventajados por sus compañeros en ciencia, mortificación, pobreza; pero en cuanto a obediencia y caridad mutua, que no permitan a nadie superarlos"[3]. (3)

Como lo hace notar el P. Vermin, con ello alcanzamos profundamente el punto esencial de la idea que se hacía el P. Chevalier sobre cómo debía vivir y actuar su congregación[4]. (4)  Vale la pena repetir que el P. Chevalier no concibe que, como MSC, podamos dejar a otros la mortificación y la pobreza, mientras que nosotros las acomodaríamos a nuestro antojo con la práctica de la obediencia y la caridad mutua. Señala más bien que hemos de abrazar la mortificación y aceptar la pobreza personal implicada en una vida dedicada a la obediencia y a la caridad fraterna[5]. (5). La obediencia es concebida en el contexto de la caridad fraterna y en el de la vida comunitaria generosamente vivida. Considero, pues, que lo primero que un MSC ha de hacer un esfuerzo ascético, como miembro de una comunidad, perteneciendo a un grupo, consiste en darse a este mismo grupo, y por él, renunciando a toda acción individual, ayudar a construir la comunidad.

Resulta claro que, para el P. Chevalier, la obediencia y la comunidad (en el sentido de Koinonia, compañerismo, fraternidad), están estrecha e inseparablemente unidas. Como elementos de nuestra vocación MSC, deben ser vividos como esenciales y complementarios. Un MSC que no vive realmente como alguien que "pertenece" a un grupo, no vive la caridad fraterna tal como la exigía el P. Chevalier. Si no tiene la obediencia y la práctica de la caridad como una acción que se sitúa en la profundidad misma "de la caridad fraterna" de la comunidad y la fraternidad, se hace una falsa idea de la obediencia tal como la concibió el Fundador.

Constituye esto otro ejemplo de como las intuiciones fundamentales del P. Chevalier pueden adaptarse a diferentes épocas, permaneciendo al mismo tiempo inmutables. El pasaje siguiente bien puede ser un comentario de la idea del P. Chevalier. Es en realidad, la proposición de "algunas conclusiones relativas al estilo en que hoy habría que vivir permanentemente los valores de la obediencia evangélica:

“a) La obediencia religiosa ha de ser vivida como disponibilidad a la vida comunitaria. En realidad, la obediencia no es más que una dimensión de la vida comunitaria que consiste en escuchar, prestar atención, someterse libremente, consentir —sentir con Es decir, la obediencia señala las relaciones de unos religiosos para con otros, y, naturalmente, para con quien en la comunidad es el signo de la vida en comunión y en fraternidad de todos.

 

“'b) La obediencia religiosa debe ser vivida como una disponibilidad al servicio de los hombres. El ser y el actuar del religioso tienen una característica muy especial: la disponibilidad de responder a las llamadas de todos los hombres. El testimonio que los religiosos tratan de dar se expresa a través de un servicio que no es el objeto de una elección personal, sino un servicio al cual todos han sido llamados, como lo era el de Cristo al recibir su misión del Padre. Lógicamente, esta disponibilidad radical incluye una obediencia al servicio que la comunidad asigna. La obediencia a la autoridad en el seno de la comunidad está justificada en la medida en la cual ésta autoridad tiene el encargo de unificar la decisión de este servicio. Por otro lado, está claro que al interior de la comunidad todos aportan su contribución para descubrir claramente cuál es la mejor manera de servir.

"c) La obediencia religiosa exige un compromiso personal y responsabilidad. Es verdad que obedecer es aceptar unas reglas de acción necesarias donde quiera unos seres razonables quieren vivir razonablemente juntos. Sin embargo, tal aceptación no debe ser puramente pasiva, como parece que fue el ideal en un pasado no demasiado lejano. Hoy la obediencia se expresa en la corresponsabilidad y en el compromiso personal de todos los miembros de la comunidad, y no solamente de aquel que ejerce la autoridad.

"d) La obediencia religiosa exige de parte de todos los interesados el realismo, eso es, la aceptación de las decisiones tomadas por los que están encargados, decisiones que no siempre concuerdan con sus deseos personales. Lo que, debemos admitirlo, ocurre a menudo. Está claro que, aun después una consulta perfecta, habrá cosas donde no se dará la unanimidad. Pero debemos ser realistas y aceptar todas todas las consecuencias de una vida de fraternidad y de comunión. Debemos tener presente que al fin de cuentas la obediencia religiosa es una realidad práctica y no simplemente una teoría especulativa. Y esto será fácil para el religioso a condición de sacrificarse y de sacrificar sus preferencias viéndolo todo en la perspectiva de la fe. Cuando en las exigencias de la obediencia uno se encuentra con dificultades, no hay lugar para gritar al cielo como si se tratase de una injusticia y de la violación de sus propios derechos. Al consagrarse al servicia de los demás uno ha inmolado sus propios derechos en el altar del servicio como Cristo lo hizo. Esta verdad no se acepta sino a la luz de la fe. Será un contrasentido a la luz de cualquier otro principio. El que quiere seguir a Cristo debe aceptar ser tratado como él lo ha sido. Y Cristo fue aquel que no tuvo derecho (lo que no quiere decir que el Superior tiene toda libertad para actuar como un déspota).

 “e) El sentido supremo de la obediencia religiosa consiste en permitir a la gracia de Dios de actuar plenamente en nosotros. Esta es la única manera de signos de esta libertad que el mundo actual aprecia tanto. Sin embargo, los religiosos deben revelar que son libres en el seno de la vida común v que pueden crecer y desarrollarse plenamente en una sumisión que han aceptado"[6]. (6).

En este texto es patente el aspecto comunitario de la obediencia. Conviene también insistir fuertemente en el servicio. En ambos aspectos un comentario más amplio es necesario. Importa, sin embargo, antes de dicho comentario, considerar otro texto del P. Chevalier: "El maestro de Novicios se esforzará en hacerles amar, gustar y practicar especialmente la obediencia y la humildad, que deben ser virtudes capitales de la congregación, puesto que son las del Corazón de Jesús"[7]. (7).

Este párrafo ha servido para los Maestros de Novicios sostener inconsiderablemente que los religiosos no tenían otra alternativa que la de ser humildes y hacer lo que se les mandara. Para los encargados tal vez sea ésta una salida cómoda que les permita evitar molestias, pero sería cometer una injusticia contra la riqueza espiritual evocada por el Fundador. Tampoco se trataría de hacer una aproximación exacta a la obediencia religiosa. Más bien se da una deficiencia en situar la obediencia dentro de una visión coherente que responda a la espiritualidad MSC.

Si queremos ser más positivos y constructivos, volvamos al texto de San Mateo 11, 25-30, que ya hemos explicado con cierta amplitud. Vimos que la humildad, la pobreza de corazón, la bondad, el sentido de lo humano, eran cualidades típicas de Cristo misericordioso, atentos para dar descanso a todos los que sufren y gimen bajo el yugo. La obediencia a que somos llamados tiene la misma fuente y el mismo objetivo. Basta una sola cita:

Comentando el pasaje anterior de S. Mateo, el P. Feuillet habla de: "la alusión a la misión doctrinal absolutamente universal del Siervo de Yavé. Esta alusión se contiene en las cualidades que Jesús se atribuye como doctor: "Yo soy manso y humilde de corazón". . . La actitud de Jesús evoca antes que nada la del Siervo humilde de Yavé, pendiente de no quebrar la caña cascada (Is. 42, 3) y que reconforta con su palabra al que se siente abatido (Is. 50, 4)... El Siervo se declara constantemente a la escucha de lo que Yavé quiere de él, a fin de instruir y reconfortar a los hombres. . . el Siervo de Yavé, el amigo íntimo de Dios, acepta ser contado entre los malhechores para asegurar la salvación del mundo pecador"[8]. (8).

En la obediencia de Cristo, siervo de Yavé, (como lo indica el corto texto anterior), existen tres aspectos que deben figurar en nuestra obediencia en el seguimiento de Cristo.

a) La obediencia-servicio. Incluye todo lo dicho sobre la misión de Cristo, como también sobre nuestra participación en esa misión.

b) La obediencia-escucha. "La obediencia en el mensaje bíblico es 'escuchar la voz de alguien” , en concreto, de Dios. Es tener los oídos y el corazón abiertos a las palabras de quien nos habla. Obedecer no es sólo conformarse, "someterse" a un código moral. La obediencia es una respuesta viva que equivale a la entrega de una persona, a las palabras de otro (Jer. 7, 23-24; sal. 81, 12). Es una relación entre personas. Ahí radica la distinción entre obediencia y sumisión. La obediencia en cuanto es relación interpersonal, escuchar la voz de otra persona, es algo connatural al hombre.

Desde este aspecto no se podría hablar de dificultad o sacrificio que supone la obediencia, Dialogar es fácil entre personas que se amen. El problema de la obediencia, en el fondo, es problema de relaciones personales, no de sumisión. No es dificultad de hacer lo que otro dice lo que constituye el sacrificio que entraña la obediencia, sino la relación que media entre la persona que manda y la que obedece.

La misma cosa puede ser fácilmente aceptada si la propone una persona a la que se ama o puede ser rechazada como imposible o superior a nuestras fuerzas si proviene de alguien que nos parece distante. La obediencia evangélica supone comunión-amor. Sólo donde hay amor-relación personal hay obediencia y diálogo"[9]. (9).

 

Estas consideraciones nos refieren a la "obediencia y caridad fraterna" del P. Chevalier.

c) La obediencia-sacrificio. En Cristo la aceptación gustosa de la voluntad del Padre constituía la aceptación en sumo grado de la misión que lo lanzaba a un mundo de pecado. Con el propósito de anular el efecto de la desobediencia del hombre, de atraerlo al camino de la vida y a la escucha de Dios, se hizo "obediente hasta la muerte" (Flp. 2, 8). Hablar de obediencia en términos solo de sacrificio es deformarla; pero hacerlo como si pudiera existir sin sacrificio es ignorar el misterio de la obediencia de Cristo en el que nos encontramos inmersos. Es también olvidar la realidad de que estamos llamados a una misión dentro de una Iglesia humana, con sus limitaciones, dentro de una comunidad de hombres.

"El verdadero concepto de obediencia integra los dos elementos: la obediencia es sacrificio y servicio, es renuncia y prudencia, aunque no siempre en partes iguales. Las proporciones en que se combinan estos dos elementos son múltiples, pero las dos se encuentran siempre en el interior de la obediencia. Quizás sea éste el punto clave en el que hay que ejercitar la razón y la fe para llegar a ver el servicio y el sacrificio que nos pide. El servicio que en algunos momentos debemos aportar es simplemente nuestro sacrificio, nuestra renuncia, dejar de hacer lo que nosotros creemos y hacer lo que creen los demás. Y este dejar de hacer es un verdadero servicio que prestamos a la comunidad"[10]. (10)*.

La obediencia, la caridad fraterna, el servicio, la comunidad, la misión son realidades que se entremezclan en la vida y en la fraternidad MSC. Cristo vino para redimir a los hombres a fin de que llegaran a ser hijos de Dios. La redención no se da en el individualismo. En cierto sentido, podría decirse que nuestra misión consiste en "crear una comunidad cristiana", contribuir activa y concienzudamente en la construcción de una fraternidad. Mientras no querramos establecer "comunidades cerradas" es porque seguimos decididos a crear una fraternidad religiosa como parte integrante de nuestra misión. Varios de nosotros, provinciales, superiores, y muchos compañeros tendrán un papel especial que desempeñar en la creación de tales comunidades, o un cargo particular o ministerio que ejercer en ellas.

 

Conforme lo tratamos en un capítulo precedente, existe una cierta cantidad de factores que, recientemente, han contribuido a la formación de un individualismo enemigo de toda comunidad verdadera. En los jóvenes religiosos, por el contrario, se constata una gran aspiración a la fraternidad. Aunque buena en sí misma, con frecuencia esta aspiración se ve acompañada de esperanzas "idílicas" irrealizables. Construir una comunidad conlleva tanto realismo como obediencia. La fe es necesaria en ambos.

Hoy se ha escrito cosas muy buenas sobre la comunidad. La cita siguiente cerrará con broche de oro este capítulo:

"Es importante recordar que la comunidad cristiana se constituye comunidad en la espera, es decir, una comunidad que no crea sólo el sentido de pertenencia, sino también el de ruptura, En la comunidad cristiana nos decimos el uno al otro ' estamos juntos, pero no podemos colmarnos el uno al otro... Nos ayudamos mutuamente, pero hemos de recordar que nuestro destino se encuentra más allá del bien que nos une' . El soporte de una comunidad cristiana es aquel que se funda en una esperanza común. Ha de someterse a una crítica constante cualquiera que construya una comunidad como su refugio seguro o como un confortable capillismo, y se necesita valentía para pensar de antemano en el porvenir. Tiene suma importancia recordamos uno al otro que, como miembros de una comunidad, no estamos en ella primeramente los unos para los otros, sino para Dios. Nuestra mirada no ha de permanecer fija los unos en los otros; sino que debe ser dirigida al horizonte de donde pende nuestra existencia. Nos descubrimos mutuamente siguiendo la misma vocación y apoyándonos en la misma búsqueda. Una comunidad no es un círculo cerrado de gente que se mima, sino un grupo de compañeros de vanguardia unidos por la misma voz que reclama su atención"[11]. (11).



[1] (1) J. M. Tillard, "Problemas en torno a la obediencia", in Vida Religiosa, Vol. 42, N. 327 (1977), p. 444.

[2] (2)        J. Álvarez Gómez, "Diversas formas de obediencia religiosa", Vida Religiosa, Vol. 42, N. 327 (1977), p. 431.

[4] (4)        "El Padre Julio Chevalier", páginas 374 — 375.

[5] (5) Cf. Ch. 12.

[6] (6)        J. Álvarez Gómez, art. citado, págs. 432-434.

[7]  (7)       Reglas y Formula Instituti.

[8] (8) A. Feuillet, "El Misterio del Amor Divino en la Teología Johánica", Paris, Gabalda, 1972, págs. 164, 165, 71.

[9] (9) Pedro Franquesa, "Obediencia y Biblia", en Vida Religiosa, Volumen citado, pags. 414 — 415,

[10] (10)    * Pedro Franquesa, art. citado. P. 419.

[11] (11)    Henri Nouwen, "Llegando a la Meta", Collins, London, 1976, pp. 140-141.

 

 

 

 

 

 











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