¿Dónde está tu Dios? La fe
cristiana ante la increencia religiosa.
Capítulo 2: Proposiciones
concretas
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Autor: Card. Paul Poupard
Un desafío no es un obstáculo. Los desafíos que
presentan las culturas de nuestro tiempo y la nueva religiosidad estimulan a
los cristianos a profundizar en su fe y a buscar cómo anunciar hoy la Buena
noticia del amor de Jesucristo, para llegar a los que viven en la increencia
y la indiferencia. La misión de la Iglesia no consiste en impedir la
transformación de la cultura, sino más bien asegurar la transmisión de la fe
en Cristo, en el corazón mismo de unas culturas en pleno proceso de cambio.
El diálogo con los no creyentes y la pastoral de la increencia tratan de
responder al doble mandato de Cristo a la Iglesia: «Id a todo el mundo y
proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15), «Amaestrad a todas
las naciones» (Mt 28,19). Este mandamiento misionero concierne a todos los
miembros de la Iglesia, sin excepción. No se puede separar de la vida misma
de la Iglesia ni quedar reservado para algunos expertos. Es una misión
transversal, que afecta conjuntamente a la catequesis y la enseñanza, la
liturgia y la actividad pastoral ordinaria, las familias y las parroquias,
los seminarios y las universidades.
Toda iniciativa pastoral acerca de la increencia y la indiferencia religiosa
nace de la vida misma de la Iglesia, vida comunitaria impregnada del
Evangelio. Sin el impulso de una fe vivida en plenitud, las iniciativas
pastorales carecen de valor apostólico. Invitando a colocar la santidad en
el primer punto de toda programación pastoral, el Santo Padre recuerda la
importancia de la oración, la eucaristía dominical, el sacramento de la
reconciliación, en definitiva, el primado de la gracia y la escucha y el
anuncio de la Palabra 12
En esta presentación sucinta de algunas propuestas pastorales concretas, el
diálogo con los que se declaran explícitamente no creyentes va acompañado
del anuncio del Evangelio dirigido a todos: bautizados, no creyentes, mal
creyentes, indiferentes, etc., es decir, la evangelización de la cultura de
la increencia y de la indiferencia religiosa.
1. El diálogo con los no creyentes
En realidad, más que de increencia habría que hablar de no creyentes,
agnósticos o ateos, cada uno con su propia historia. De ahí que el modo más
adecuado de tratar la cuestión sea el diálogo personal, paciente,
respetuoso, amistoso, sostenido y animado por la oración, que trata de
proponer la verdad de modo equilibrado y en el momento oportuno, sabiendo
que la verdad no se impone sino en virtud de su propia fuerza13 y
que eso exige saber esperar el momento favorable, con el deseo de que «Te
conozcan a Ti, Padre, y al que Tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
1.1. La oración por los no creyentes
Este diálogo amoroso ha de ir acompañado por la oración de intercesión. En
este campo, han ido surgiendo algunas iniciativas importantes en grupos,
como el llamado «Incroyance-prière» (increencia y oración). Esta asociación,
fundada por el Padre Jean-Baptiste Rinaudo en la diócesis de Montpellier con
el apoyo del Consejo Pontificio de la Cultura, cuenta ya más de 3000
miembros en unos cincuenta países del mundo. Sus miembros, convencidos de la
potencia de la oración de intercesión, se comprometen, como buenos
samaritanos, a rezar todos los días por un no creyente. La fórmula de
compromiso para rezar por esta intención, puede servir de modelo a
iniciativas semejantes:
Yo... me comprometo a rezar cada día, con toda humildad, para que Dios
ilumine mediante su Espíritu a un no creyente, y a mí mismo también, para
que pueda descubrir su inmenso amor y amarlo como padre. En... a.....
Firmado14.
Los monasterios, lugares de peregrinación, santuarios y centros de
espiritualidad, desempeñan un papel crucial, tanto por la oración como por
la ayuda espiritual a través de la escucha y la atención dada a las personas
que van en busca de orientación. En algunos monasterios, las «jornadas de
puertas abiertas» ha contribuido a acercar a la Iglesia a quienes viven
lejos de ella.
1.2. La centralidad de la persona humana
Un acercamiento antropológico, centrado en el hombre en su totalidad y sin
fragmentaciones instrumentales, ofrece un terreno de diálogo fecundo con los
no creyentes. En lugar de resignarse a asistir impotentes a la «apostasía
tranquila» de multitudes de nuestros contemporáneos, hay que retomar la
iniciativa apostólica, fieles al mandato de Cristo (cfr. Mt 28,19-20),
teniendo en cuenta la sed inextinguible, aun cuando a veces inconsciente, de
paz, de reconciliación y de perdón, que existe en todo hombre. Nuestra
misión es salir al encuentro del hombre, tomarlo de la mano si es necesario,
pero sin pretender crear un ideal para nuestro uso y disfrute, para, a
continuación, jactarnos de ser los guías de humanidad perfecta que se ajusta
a todos los esquemas. Ofreciendo respuestas a preguntas que en realidad
nadie ha planteado, nos veríamos como un caudillo sin nadie a quien guiar.
La experiencia del sufrimiento, compañero de viaje ineludible de todo
hombre, compartida hasta el extremo por el varón de dolores, constituye como
un «lugar antropológico» de encuentro. Ante la enfermedad, el sufrimiento y
la muerte, el dolor provoca la pérdida del sentido, lakénosis, o
vaciamiento, y abre un espacio para la búsqueda de una palabra, de un
rostro, de un «alguien» que sepa abrir un intersticio de luz en la oscuridad
más total. La misión evangélica, exige que crezcamos en la fe a través de
experiencias espirituales fuertes y nos empuja a convertirnos, no en
cruzados intransigentes, sino en testigos humildes, verdaderos signos de
contradicción en el corazón de las culturas en toda la tierra, para llegar a
nuestros hermanos, sin forzarlos ni apabullarlos, sino aceptando abajarnos
por ellos. La categoría antropológica de la inter-humanidad tiene un
significado particular para la misión. Evoca el mundo globalizado donde la
persona corre el riesgo de reducirse al «hombre de la cumbre antropológica».
Y es sin embargo, con este hombre con quienes estamos llamados a entrar en
diálogo, porque es este hombre en todas las culturas, el camino de la
Iglesia (cfr. Redemptor
hominis, 14).
Este desafío se plantea sin cesar, en especial cuando se piden los
sacramentos de la iniciación cristiana en familias no creyentes o
indiferentes a la religión. En efecto, a través del encuentro de preparación
a los sacramentos con padres que no creen o indiferentes, a veces es posible
discernir recursos humanos y religiosos, siempre presentes, pero que se
hallan como aprisionados. Como creyentes, no podemos ignorar esta dimensión
antropológica: el bautismo que se solicita porque siempre se ha hecho así en
la familia —la fe de los padres— y que permite inscribir al niño en la
genealogía familiar. El encuentro con estas personas nos permite
experimentar que el bautismo representa algo más profundo, incluso respecto
a lo que los padres conscientemente piden. Estos, sin duda, sentirían un
sentimiento de vació en la historia de su familia, si su hijo no estuviera
bautizado. Nos hallamos aquí ante una situación pastoral aparentemente
paradójica, que nos pone delante personas no creyentes o indiferentes, pero
siempre impregnadas de fuertes raíces religiosas ancestrales: es una
situación típica de la cultura de la post-modernidad. Por ello, el contacto
humano, amable y sincero, la oración, la actitud de acogida, de escucha, de
apertura y respeto, la relación confiada, la amistad, la estima y otras
virtudes, son la base sobre la que es posible construir en una relación
humana, una pastoral en la que cada uno se siente respetado y acogido porque
es, aunque no lo sepa, una criatura amada personalmente por Dios.
1.3. Modalidades y contenidos del diálogo con los no creyentes
Un diálogo constructivo con los no creyentes, basado en estudios y
observaciones pertinentes, puede desarrollarse en torno a algunos temas
privilegiados:
– Las grandes cuestiones existenciales: el porqué y el sentido de la vida y
de la responsabilidad, la dimensión ética de la vida humana, el porqué y el
sentido de la muerte en la cultura y en la sociedad, la experiencia
religiosa en sus diferentes expresiones, la libertad interior de la persona
humana, la fe.
– Los grandes temas de la vida social: la educación de los jóvenes, la
pobreza y la solidaridad, los fundamentos de la convivencia en la sociedades
multiculturales, los valores y derechos del hombre, el pluralismo cultural y
religioso, la libertad religiosa, el trabajo, el bien común, la belleza, la
estética, la ecología, la paz, las nuevas biotecnologías y la bioética.
En algunos casos, el diálogo con los no creyentes se hace más formal, con
una dimensión pública, cuando se trata de discusiones y debates con
organizaciones explícitamente ateas. Mientras que el diálogo de persona a
persona es responsabilidad de todos los bautizados, el diálogo público con
los no creyentes exige personas bien preparadas. Con tal fin, elSecretariado
para los no creyentes, publicó
en 1968 un documento titulado El
diálogo con los no creyentes15, con indicaciones que todavía
siguen siendo útiles. En Francia, los miembros del servicio «Incroyance et
foi» (Increencia y fe), de la Conferencia Episcopal, participan en debates,
coloquios y mesas redondas organizados por Centros Culturales e
instituciones educativas, católicas o laicas. En Italia, la «Cátedra de los
no creyentes» de la Diócesis de Milán, instituida para el diálogo entre
creyentes y no creyentes, permite un debate sincero entre laicos y
católicos, bajo la guía de su pastor 16
En Lisboa, el Patriarca ha mantenido un diálogo público con intelectuales en
forma de intercambio epistolar, usando como tribuna las páginas de un
importante diario nacional 17.
En el marco del diálogo con los no creyentes, la teología fundamental,
concebida como una apologética renovada, tiene como misión dar razón de la
fe (1Pe 3,15), justificar y explicitar la relación entre la fe y la
reflexión filosófica, a través del estudio de la revelación en relación con
los interrogantes de la cultura actual. La Teología Fundamental tiene su
lugar propio en la Ratio
Studiorum de los seminarios,
facultades de teología y centros de formación de laicos, ya que muestra cómo
«a la luz del conocimiento de la fe, aparecen algunas verdades que la razón
ya capta en su itinerario autónomo de búsqueda» (Fides et ratio, n. 67).
2. Evangelizar la cultura de la increencia y de la indiferencia
El mandato de Cristo a la Iglesia no se agota en la evangelización de las
personas. En efecto, es necesario también evangelizar la conciencia de un
pueblo, su ethos, su cultura (Evangelii Nuntiandi, n.
18). Si la cultura es aquello por lo que el hombre se hace más hombre, o
sea, el clima espiritual en el que vive y actúa, es evidente que su salud
espiritual dependerá en gran medida de la calidad del aire cultural que
respire. Si la increencia es un fenómeno cultural, la respuesta de la
Iglesia ha de tomar en consideración también las diversas problemáticas de
la cultura a través del mundo.
Evangelizar la cultura es dejar que el Evangelio impregne la vida concreta
de los hombres y mujeres de una sociedad dada. «Para ello, la pastoral ha de
asumir la tarea de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria» (Ecclesia
in Europa, n. 58). Más que de
convencer, la evangelización de la cultura trata de preparar un terreno
favorable a la escucha, es una especie de pre-evangelización. Si el problema
fundamental es la indiferencia, el primer deber al que la Iglesia no puede
renunciar es el de despertar la atención y suscitar el interés de las
personas. Al identificar algunos puntos de anclaje para el anuncio del
Evangelio, las proposiciones aquí presentadas ofrecen diferentes
orientaciones —nova et vetera— para una pastoral de la cultura, con
el fin de ayudar a la Iglesia a proponer la fe cristiana respondiendo al
desafío de la increencia y la indiferencia religiosa al alba del nuevo
milenio.
2.1. Presencia de la Iglesia en la vida pública
«Hasta el fin de los tiempos, entre las persecuciones del mundo y los
consuelos de Dios, la Iglesia continúa su peregrinación» 18,
con la confianza y la certeza de saberse sostenida e iluminada por el Señor.
Su presencia visible y su acción tangible como sacramento universal de
salvación en el seno de la sociedad pluralista, son hoy más necesarios que
nunca para permitir a todos los pueblos del mundo entrar en contacto con el
mensaje de la Verdad revelada en Jesucristo. La Iglesia lo hace a través de
una presencia diversificada en los lugares de encuentro, en los grandes
debates de la sociedad, para suscitar la curiosidad de un mundo a menudo
indiferente y presentar la persona de Cristo y su mensaje de modo que
atraiga la atención y suscite la acogida por parte de la cultura dominante.
El testimonio público ofrecido por los jóvenes que
participan en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) es un
acontecimiento sorprendente, y atrae la atención hasta el punto de
interpelar a jóvenes carentes de referencias o motivaciones religiosas. El
compromiso de los diversos movimientos eclesiales que implican a los jóvenes
es fundamental. Las JMJ ayudan a cambiar una falsa imagen de Iglesia
considerada como institución opresora, vieja y decadente.
Las nuevas misiones ciudadanas, llevan
de nuevo a la Iglesia en la plaza pública. Así se ha llevado a cabo en
Europa, sucesivamente en cuatro ciudades: Viena, París, Lisboa y Bruselas.
Las maravillas apostólicas suscitadas desde hace diez años por la
peregrinación de las reliquias de santa Teresa del Niño Jesús en todo el
mundo, son verdaderamente sorprendentes[19]. Ante la mirada sorprendida de
pastores desazonados, esta peregrinación atrae multitudes que se cuentan por
decenas de millones, muchos de los cuales viven habitualmente lejos de la
Iglesia e incluso la ignoran.
Los movimientos y asociaciones cristianos activos en la vida pública, en
los medios de comunicación social y ante los gobiernos, contribuyen a crear
un cultura diferente de la cultura dominante, no sólo en el nivel
intelectual, sino sobre todo en la vida práctica. Vivir en plenitud el
misterio de Cristo y proponer maneras de vivir inspiradas en el Evangelio,
según el espíritu de la Carta
a Diogneto 20,
constituye la forma de testimonio propia del cristiano en medio del mundo.
La colaboración de los cristianos con organizaciones de no creyentes con
vistas a realizar acciones que en sí mismas son buenas o al menos
indiferentes, permite compartir momentos de diálogo. Según las directivas
pastorales de Juan XXIII en la encíclica Pacem
in terris, «si los católicos,
por motivos puramente externos, establecen relaciones con quienes o no creen
en Cristo o creen en Él de forma equivocada, porque viven en el error,
pueden ofrecerles una ocasión o un estímulo para alcanzar la verdad» (n.
158). Es así como algunos cristianos colaboran con la «Liga agnóstica a
favor de la vida», en defensa de la vida.
La promoción de manifestaciones públicas sobre los grandes temas de la
cultura. Estos encuentros
favorecen los contactos y el diálogo personal con los que trabajan en los
grandes campos de la cultura y constituyen un modo significativo de
presencia pública de la Iglesia.
Los coloquios organizados por el Consejo Pontificio de la Cultura con el
Ente dello Spettacolo, en
Roma, sobre el cine espiritual, y el congreso celebrado en colaboración con
la Iglesia Luterana Noruega en Oslo, sobre La
Iglesia y el cine, son
ejemplos de encuentros donde se pone en evidencia la capacidad del lenguaje
cinematográfico para transmitir, gracias a la fuerza de las imágenes,
valores espirituales que pueden fecundar las culturas. Una iniciativa
parecida del Consejo Pontificio de la Cultura sobre el teatro religioso, se
revela prometedora. Tales acontecimientos permiten asegurar una presencia
cristiana en el mundo de la cultura, valoran las potencialidades del arte y
crean espacios de diálogo y reflexión.
Cada año, el Santo Padre concede el Premio
de las Academias Pontificias, como
conclusión de un concurso preparado por el Consejo Pontificio de la Cultura,
con el fin de animar a jóvenes estudiosos o artistas cuyas investigaciones y
trabajos contribuyen notablemente a promover el humanismo cristiano y sus
expresiones artísticas. Las Semanas
de los intelectuales católicos y las Semanas Sociales, ofrecen
una dimensión pública al encuentro entre la fe y la cultura y manifiestan el
compromiso de los católicos en los grandes problemas de la sociedad.
Los medios de comunicación social desempeñan
en la cultura actual un papel fundamental. La imagen, la palabra, los
gestos, la presencia son elementos que no se pueden descuidar en un proceso
de evangelización que se inserta en la cultura de las comunidades y de los
pueblos, aun cuando se haya de estar atento a no privilegiar la imagen en
detrimento de la realidad y del contenido objetivo de la fe. Los enormes
cambios que los medios de comunicación social operan en la vida de las
personas, reclaman un compromiso pastoral adaptado: « Muchos laicos jóvenes
se orientan hacia los medios. Corresponde a la pastoral de la cultura
prepararlos para estar activamente presentes en el mundo de la radio, la
televisión, del libro y de las revistas, ya que estos vectores de
información constituyen la referencia diaria de la mayoría de nuestros
contemporáneos. A través de medios abiertos y moralmente convenientes,
cristianos bien preparados pueden jugar un papel misionero de primer plano.
Es importante que sean formados y apoyados» (Para una pastoral de la
cultura, 34). La presencia
profesional de católicos calificados que se identifican claramente como
tales en los medios de comunicación social, las agencias de prensa, los
periódicos, revistas, sitios Internet, agencias de radio y televisión, es
esencial para difundir noticias e informaciones veraces sobre la Iglesia, y
ayuda a comprender la particularidad del misterio de la Iglesia, evitando
centrarse sobre los aspectos marginales o insólitos, o los prejuicios
ideológicos. Premios como el Premio
católico del cine, o el Premio Robert Bresson del
Festival de Venecia; bolsas de estudio, las Semanas
Cristianas del Cine y la
creación de redes y asociaciones profesionales católicas, animan y
manifiestan a la vez el necesario compromiso en este campo tan importante,
sin caer en el peligro de crear un ghetto católico.
No basta hablar para ser comprendido. Se
nos exige un gran esfuerzo para utilizar el lenguaje de los hombres de hoy, compartir
sus esperanzas y responder sinceramente, con un estilo accesible. Así, por
ejemplo, el Arzobispado de Danzig, en Polonia, ha presentado una Carta
de los Derechos del Hombre que
ha tenido un gran impacto sobre el público, siguiendo el espíritu del
Concilio en su Constitución pastoral Gaudium et spes: «El gozo y la
esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre
todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza,
tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente
humano que no tenga resonancia en su corazón. Pues la comunidad que ellos
forman está compuesta por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por
el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el Reino del Padre y han recibido
el mensaje de la salvación para proponérselo a todos. Por ello, se siente
verdadera e íntimamente solidaria del género humano y de su historia»
(Gaudium et spes, n. 1).
En definitiva, asegurar la presencia de
la Iglesia en la vida pública, en diálogo con los no creyentes, permite
crear un puente entre su mensaje evangélico y la vida cotidiana, lo que no
deja de plantear interrogantes y, a menudo, de revelar al Invisible en medio
de lo visible. Se trata de suscitar verdaderas preguntas antes de proponer
respuestas convincentes. En efecto, si estas no responden a verdaderas
preguntas y, por tanto, a una búsqueda personal, no despiertan la atención y
no se acogen como pertinentes. Saliendo del templo para ir a la plaza, los
cristianos dan testimonio público, sin publicidad, del gozo de creer y de la
importancia de la fe para la vida. El diálogo y el testimonio pueden
suscitar el deseo de entrar en el misterio de la fe. Es el itinerario de
Jesús en el Evangelio: «Venid y veréis» (Jn 1,36).
2.2. La familia
Si para algunos la increencia es un dato teórico, en realidad, para muchos
padres se convierte en algo concreto cuando constatan con dolor que sus
hijos abandonan la fe o viven como si no creyeran. Por ello, es
importantísimo ayudar a los padres a transmitir a los hijos, junto con el
patrimonio cultural, la herencia de la fe y la experiencia de Dios que son
fuentes de libertad y de gozo. La ayuda ofrecida a la pareja durante el
noviazgo y después del matrimonio es más necesaria que nunca para afrontar
estas situaciones. La experiencia de los Equipes
de Notre Dame es
significativa: hogares cristianos que se ayudan mutuamente a crecer en su
vida de fe compartiendo los gozos y las alegrías cotidianas, profundizando
en la fe. Allí donde el Evangelio ha quedado inscrito en los corazones de
los hijos gracias a los maestros y a la familia, es más fácil superar las
crisis de la adolescencia. La familia, primera escuela de evangelización, es
el lugar de la transmisión de una fe viva, encarnada en la vida cotidiana a
través de diversos gestos: la celebración de las fiestas religiosas, la
oración en familia por la noche, la bendición de la mesa, el rezo del
rosario, las visitas al Santísimo y a las iglesias, el tiempo para la lectio
divina o la liturgia de las
horas. Los padres son los primeros evangelizadores de sus hijos en la
familia, donde los gozos y los sufrimientos son ocasiones para hacer crecer
las virtudes cristianas. Acompañándolos a las actividades de los movimientos
eclesiales, les ayudan a arraigarse en la fe para prepararlos a recibir los
sacramentos y a formarse una conciencia cristiana. Viven así de modo más
pleno la vida familiar y eclesial. Las «catequesis familiares» constituyen
un ejemplo de ello: a los padres, especialmente a los papás, se les pide que
ejerzan su responsabilidad en el anuncio del Evangelio.
La familia aparece así como un lugar de cultura de la vida y para la vida,
donde unos aprenden de otros los valores fundamentales de la convivencia,
apreciando la diversidad y la riqueza de cada uno. Para introducir en las
familias cristianas «los criterios de juicio, los valores determinantes, los
puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los
modelos de vida de la humanidad» (Evangelii nuntiandi, n.
19), es decir, una cultura inspirada por la fe, es importante consagrar más
tiempo a la vida de familia. Así puede nacer una nueva manera de ver y de
vivir, de comprender de actuar y preparar el futuro y ser, allí donde sea
necesario, promotores de una nueva cultura. Además, en una cultura de la
imagen, es importante que los padres eduquen a los hijos a ver la
televisión, discutiendo juntos sobre los programas, viéndolos con ellos y
mostrándose disponibles a contestar a sus preguntas. Si no, se corre el
riesgo de que la televisión ocupe el tiempo necesario para las relaciones
interpersonales, tan importantes para la transmisión de la fe.
2.3. La instrucción religiosa y la iniciación cristiana
La ignorancia, ya sea religiosa o cultural, es una de las causas principales
de la increencia, de la mal-creencia y de la indiferencia religiosa. Para
hacer frente a la ignorancia, es necesario replantearse las diferentes
formas de educación y de formación actuales, especialmente en el nivel
elemental. El papel de los profesores y los maestros, que tienen que ser
además testigos, es esencial. Siempre es buen momento para enseñar, como lo
muestran los Evangelios, que presentan a Jesús dedicado a hacerlo durante la
mayor parte de su vida pública.
En este campo, es importante definir mejor la especificidad cristiana frente
a la Nueva Era21, a las sectas y a los nuevos movimientos
religiosos 22, tanto
en el nivel de la investigación teológica como en el de la formación de los
catequistas. La superstición y la fascinación por la magia son a menudo
resultado de una formación insuficiente. La ignorancia de los contenidos
esenciales de la fe favorece el crecimiento de las sectas y la
multiplicación de los falsos profetas. Es importante hacer percibir la
diferencia entre vida eterna y mundo de los espíritus; entre contemplación
cristiana y meditación trascendental; entre milagro y sanación; entre ciclo
litúrgico y relación con la naturaleza.
Iniciación cristiana, catequesis y catecumenado. En
todas partes se aprecia la necesidad de dar mayor importancia a la
iniciación cristiana, junto con la preocupación por una catequesis
sacramental intensa y prolongada, condición sine qua non del crecimiento en
el hombre de la vida divina y de su amor hacia la Iglesia. Muchos subrayan
la necesidad de introducir o de reintroducir la catequesis para adultos, no
sólo para colmar las lagunas de conocimientos, sino sobre todo para
favorecer la experiencia personal y eclesial de la fe. El catecumenado se
propone bajo diversas formas, entre las cuales, los nuevos movimientos
eclesiales se revelan un apoyo a la formación y al crecimiento de la fe, de
modo que en diversos países, el número de catecúmenos no deja de aumentar y
prepara una nueva generación de creyentes que redescubren juntos el gozo de
creer en Cristo compartiendo la fe de la Iglesia, un fervor y un entusiasmo
contagiosos y una esperanza viva.
La lectura y el estudio de la Biblia en las parroquias se ve facilitada por
programas adecuados. Al mismo tiempo, hay que ofrecer diversas posibilidades
para responder al derecho de cada bautizado de recibir una verdadera
formación doctrinal, derecho que va unido al deber de seguir profundizando
los contenidos de la fe y de transmitirlos a las generaciones futures 23.
En este campo, es útil orientar tales actividades hacia grupos específicos:
niños, universitarios, graduados, adultos y ancianos, personas comprometidas
con responsabilidades en la comunidad. Las iniciativas emprendidas en los
distintos niveles de formación, —bíblica, moral, doctrina social de la
Iglesia—, permiten a los participantes discernir, a la luz del Evangelio,
los acontecimientos de los ambientes donde viven.
Instituciones de educación. La
Iglesia dispone de una imponente red de centros de enseñanza, desde la
escuela elemental a la Universidad. A diario, las escuelas y centros de
enseñanza católicos congregan a millones de jóvenes. Este hecho constituye
una excelente oportunidad, a condición de que se la aproveche para proponer
una formación auténticamente cristiana, donde la fe se convierte en el
elemento unificador de todas las actividades del Instituto. En numerosos
países, la enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas está
garantizada, con cotas que alcanzan a veces hasta el 90% del total de
alumnos, como es el caso de Italia. El contacto con los jóvenes en las
escuelas desempeña un papel fundamental en la pastoral de la cultura.
Allí donde no es posible ofrecer la enseñanza de la religión, es importante
mantener una dimensión religiosa en la escuela. En algunos estados de los
Estados Unidos, los padres y los profesores cristianos, católicos y
evangélicos, se han movilizado activamente para introducir la oración en las
escuelas públicas, no desde arriba, con una decisión del Gobierno, sino a
partir de iniciativas de base, con campañas de recogida de firmas u otras
similares. Del mismo modo, han obtenido que se incluya en los programas de
historia la importancia y el papel fundamental de la religión en la cultura.
La presencia de la Iglesia en las Universidades 24,
tanto en el campo de la enseñanza como en el de la pastoral, es vital. Aun
cuando no esté presente a través de una Facultad de Teología, la Iglesia
asegura su presencia a través de una pastoral universitaria, que se
distingue de la simple pastoral juvenil. La pastoral universitaria apunta
principalmente a la evangelización de la inteligencia, la creación de nuevas
síntesis entre la fe y la cultura y se dirige prioritariamente a los
profesores y docentes, para disponer de católicos bien formados.
En los seminarios y facultades de teología, la filosofía y la teología
fundamental tienen una importancia particular como disciplinas de diálogo
con la cultura moderna. Crece la necesidad de diseñar nuevos cursos y
programas en el diálogo entre la ciencia y la fe. Así, por ejemplo, el
Proyecto STOQ 25 –—Ciencia,
Teología y búsqueda Ontológica—, nacido en Roma, agrupa diversas
universidades pontificias bajo el patronato del Consejo Pontificio de la
Cultura, con el fin de formar personas competentes en el campo de la ciencia
y en el de la teología. Este proyecto interdisciplinar está ya sirviendo de
modelo a otros centros universitarios en todo el mundo.
Otras iniciativas concretas merecen todo el apoyo: la creación de una
Academia para la Vida, centros como bibliotecas, videotecas, librerías, el
fomento de la prensa y las publicaciones cristianas de amplia difusión.
Los servicios especializados en el diálogo con los no creyentes y con la
cultura de la increencia tienen también gran importancia, en unión con las
Comisiones para la cultura y para la increencia de las Conferencias
Episcopales. En las Facultades de teología se pueden crear departamentos u
observatorios sobre la increencia, como los que ya existen en Zagreb, Split
y en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma. También la constitución de
grupos reducidos de estudio, que se reúnen informalmente, permite continuar
esta reflexión. Allí donde no exista una cátedra para el estudio del
ateísmo, la reflexión sobre las nuevas formas de increencia puede ser de
gran ayuda para la misión de la Iglesia.
2.4. La vía de la belleza y el patrimonio cultural
La belleza es
una vía privilegiada para acercar a los hombres a Dios y saciar su sed
espiritual. La belleza «como la verdad, es quien pone la alegría en el
corazón de los hombres, es el fruto precioso que resiste a la usura del
tiempo, que une las generaciones y las hace comulgar en la admiración» 26.
La belleza, con su lenguaje simbólico, es capaz de hacer que hombres y
mujeres de culturas diferentes se encuentren en valores comunes, que,
radicándolos en su propia identidad antropológica y en la experiencia
original de su humanidad, permiten al hombre mantener el corazón abierto a
la fascinación del misterio y el absoluto27. En este contexto, la
Iglesia se abre a una nueva epifanía de la belleza, es decir, introduce en
una nueva via pulchritudinis que amplía el concepto de belleza de la
filosofía griega. Las Escrituras revelan al Mesías, «el más bello de los
hijos de los hombres», que se ha abajado por nosotros y se presenta como el
«varón de dolores» (cfr. Is 53,3). En una cultura de la globalización, donde
elhacer, el obrar y el trabajar ocupan
un lugar fundamental, la Iglesia es llamada a fomentar elser, el alabar y
el contemplar para desvelar
la dimensión de lo bello. Un itinerario semejante requiere una pastoral
específica para los artistas y sus ambientes, lo mismo que una adecuada
valoración del patrimonio cultural.
Ya el Concilio Vaticano II reconoció la importancia del diálogo con los
artistas y el valor de la presencia constante y benéfica de sus obras en la
Iglesia, como camino que permite al hombre elevarse hacia Dios. Es oportuno
abrir o continuar el diálogo con las instituciones y con las sociedades
artísticas para crear relaciones recíprocas que permitan enriquecer tanto a
la Iglesia como a los mismos artistas. En efecto, numerosos artistas han
hallado en la Iglesia un lugar de creatividad personal, donde la acogida se
acompaña con propuestas, confrontación y discernimiento. Esta pastoral
requiere laicos y clérigos que hayan recibido una buena formación cultural y
artística, para entablar un diálogo con «todos aquellos que, con amor
apasionado buscan nuevas “epifanías” de la belleza para donarla al mundo en
la creación artística»28.
Las Semanas culturales,
Festivales de arte, Exposiciones de arte, Premios de arte sacro, Bienales
artísticas, organizados
también en colaboración con las autoridades civiles, en diferentes regiones
del mundo, ayudan a un acercamiento pastoral a la vía de la belleza como
camino privilegiado de inculturación de la fe. Estas actividades, junto con
otras iniciativas, que favorezcan las experiencia artística, donde la
persona de Cristo y los misterios de la fe, siguen siendo una fuente
privilegiada de inspiración para los artistas.
En el campo de la literatura, encuentros como los organizados por el Consejo
Pontificio de la Cultura con poetas, escritores y críticos, tanto católicos
como laicos, así como la creación de círculos literarios, permiten
intercambios muy prometedores.
Por otra parte, el patrimonio cultural de la Iglesia sigue siendo un medio
de evangelización. Los monumentos de inspiración cristiana edificados a lo
largo de siglos de fe son auténticos testigos de una cultura modelada por el
Evangelio de Cristo y guías siempre actuales para una buena formación
cristiana. En numerosos lugares, la restauración de templos y,
especialmente, de las fachadas, a veces por iniciativa de la administración
pública, se convierten en una invitación a responder a la invitación de
Jesús: «Brille, pues, vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras» (Mt 5,6).
La organización y la promoción de conciertos de música sacra, de
coreografías de inspiración religiosa o de exposiciones de arte sacro,
ayudan a personas que hacen así de la experiencia de la belleza un elemento
de crecimiento de su fe en el encuentro personal con el Salvador,
contemplado a través de una obra de arte. Grandes exposiciones, como en
Londres, Behold the Saviour.
Discovery of the Transcendent through the Face of Christ; en
diferentes ciudades de España, Las Edades del Hombre, y en Roma, El
Dios Escondido, han atraído
grandes cantidades de público, y constituyen un ejemplo de la capacidad que
tiene el arte de llegar al corazón insatisfecho del hombre moderno. En
efecto, son muchos los que se dan cuenta de la incapacidad de la cultura
racional y técnica para responder a la necesidad profunda de sentido que
reside en todo hombre y experimentan una impotencia real para captar la
realidad compleja y misteriosa del mundo y la persona humana, mientras
afirman su libertad y se afanan en una búsqueda de felicidad a menudo
ficticia.
En algunos países aparece la necesidad creciente de una enseñanza religiosa
en la Universidad para los estudiantes de disciplinas artísticas y ciencias
humanas. Estos, en efecto, con frecuencia carecen de conocimientos
elementales sobre el cristianismo y son incapaces de comprender su propio
patrimonio histórico y artístico. Estos cursos sobre el cristianismo
destinados a estudiantes de arte e historia ofrecen la oportunidad de
ponerles en contacto con la Buena noticia de Cristo a través del patrimonio
cultural.
La vía de la belleza aparece especialmente importante en la liturgia. Cuando
la dimensión de lo sagrado, según las normas litúrgicas, se manifiesta a
través de las representaciones artísticas, el misterio celebrado logra
despertar a los indiferentes e interpelar los no creyentes. La via
pulchritudinis se convierte
así en el camino del gozo que se manifiesta en las fiestas religiosas
celebradas como encuentros de fe.
2.5. Un nuevo lenguaje para comunicar el Evangelio: razón y
sentimiento
El Cardinal Newman, en su Gramática
del asentimiento 29 subraya
la importancia del doble canal de la evangelización, el corazón y la cabeza,
es decir, el sentimiento y la razón. Hoy día, la dimensión emocional de la
persona adquiere importancia creciente y numerosos cristianos llegan por
este medio al gozo de la fe. En un cultura de irracionalismo dominante,
experimentan la necesidad de profundizar sus razones para creer mediante una
formación apropiada, donde la Iglesia se hace «samaritana» de la razón
herida.
El primer problema es el del lenguaje. ¿Cómo comunicar la Buena noticia de
Cristo, único Salvador del mundo? La cultura de la indiferencia y del
relativismo, nacida en un Occidente secularizado no facilita una
comunicación fundada sobre un discurso objetivo. En este caso, el diálogo,
lo mismo que la comunicación, se ve seriamente comprometido. Si las personas
que viven en este cultura tienen dificultades para descubrir la res
significata, es decir, Cristo mismo, es necesario repensar la res
significans, es decir, todo aquello que conduce a El y a los misterios de la
fe, en función de su cultura, para una evangelización renovada.
Estar junto a los jóvenes, tratar de comprender sus maneras de vivir y su
cultura, es el primer acercamiento para ayudar a encontrar un lenguaje capaz
de transmitirles la experiencia de Dios. Algunas cadenas de televisión, como
MTV 30, basan su éxito
entre los jóvenes en una mezcla de simpatía y rabia, sarcasmo y tolerancia,
sentido de responsabilidad y egoísmo. Adoptando en alguna medida este
lenguaje y, por supuesto, purificándolo, el diálogo de la Iglesia con los
jóvenes se vería facilitado y la relación directa establecida con las
personas permitiría transformar desde el interior los aspectos negativos de
su cultura y reforzar lo que tiene de positivo. Los medios de comunicación
social son aptos para comunicar una experiencia positiva de conversión y de
fe, vividas por personas reales con las que es posible identificarse.
Por lo demás, la Iglesia puede explotar su tradición multisecular para
llegar a las personas mediante el atractivo de la música, ya sea litúrgica o
popular. En efecto, la música tiene una gran capacidad de apertura a la
dimensión religiosa y en algunos casos, como el canto gregoriano, ejerce una
fascinación incluso en ambientes no eclesiales.
La cultura de la relación significativa es indispensable para que el
testimonio cristiano pueda implicar al otro en un itinerario de fe. El
primado de la persona y de las relaciones personales es esencial en la obra
de evangelización. El contacto misionero auténtico se opera a través del
diálogo y tejiendo relaciones entre personas. Esta apertura no puede hacerse
si no es permaneciendo junto a las personas que tienen dificultades para
establecer relaciones positivas en la pareja, la familia o en la comunidad
cristiana misma, procurando que haya un acompañamiento a los niños, en los
centros parroquiales, adolescentes, novios, con educadores buenos y
competentes. Las personas ancianas tienen también necesidad de una pastoral
que responda a sus necesidades, lo que requiere de la comunidad cristiana un
esfuerzo para que las personas se sientan escuchadas, comprendidas amadas y
no consideradas como un simple miembro de una institución. Aun en el
«supermercado» de la religión y de la cultura, donde predominan el
sentimiento, la estética y la emoción, es posible ofrecer a quienes van en
busca una respuesta segura y exhaustiva, fundada sobre la verdad, la belleza
y la bondad de la fe en Jesucristo, que con su vida, su muerte y
resurrección da respuesta a todos los interrogantes fundamentales del hombre
sobre el gran misterio de su vida.
La Nueva Era y las sectas atraen a muchos actuando precisamente sobre la
emotividad. Para responder a este desafío, y siguiendo la invitación del
beato Juan XXIII de «emplear la medicina de la misericordia y no empuñar las
armas de la severidad»31, se trata de salir al encuentro de todas
las personas que buscan la Verdad con sinceridad y de cuidar de quienes
atraviesan momentos de fragilidad e inquietud, que son presas fáciles para
las sectas. A estas personas en dificultad estamos llamados a presentar el
misterio de la Cruz: en ella, sin caer en la trampa del absurdo o del
sentimentalismo, podemos compartir los sufrimientos de las personas heridas
y ayudarlas a encontrar allí la posibilidad de dar un sentido a su vida de
sufrimiento.
Las relaciones personales dentro de la Iglesia, sobre todo en las parroquias
más extensas, son de gran importancia. Las pequeñas comunidades, vinculadas
a movimientos eclesiales, que tienen en cuenta las particularidades
antropológicas, culturales y sociales de las personas, permiten renovar y
profundizar la vida de comunión. El gozo de pertenecer a la familia de Dios
es el signo visible del mensaje de la salvación y la Iglesia, familia de
familias, aparece entonces como el verdadero «lugar» del encuentro entre
Dios y los hombres.
La actitud misionera hacia los que están lejos de la Iglesia y que
consideramos como no creyentes o indiferentes es siempre la del Buen pastor
que va a buscar la oveja perdida para reconducirla al redil. Es también
fundamental acoger con cuidado a aquellos, cada vez más numerosos, que sólo
acuden a la iglesia ocasionalmente32. Entrar en diálogo con estas
personas es muchas veces más fácil de lo que se piensa. A veces, basta un
poco de iniciativa para dirigirles una invitación calurosa y personalizada,
o para entablar relaciones humanas de amistad profunda, para suscitar la
confianza y una mejor comprensión de la Iglesia 33.
Inculturar la fe y evangelizar las culturas a través de las relaciones
interpersonales permite a todos y cada uno percibir la Iglesia como su
propia casa y sentirse en ella a gusto. El anuncio del Evangelio que
llevaron a Asia misioneros venidos de Occidente, como Matteo Ricci o De
Nobili, fue fecundo en la medida en que los pueblos asiáticos percibieron su
inserción en las culturas locales, cuyas lenguas y costumbres aprendieron,
respetándolas y tratando de enriquecerse en un intercambio recíproco.
Evangelizar las culturas exige entrar en ellas con amor e inteligencia para
comprenderlas en profundidad y hacerse allí presente con verdadera caridad.
2.6. Los Centros Culturales Católicos26
«Los centros culturales católicos ofrecen a la Iglesia singulares
posibilidades de presencia y acción en el campo de los cambios culturales.
En efecto, éstos son unos foros públicos que permiten la amplia difusión,
mediante el diálogo creativo, de convicciones cristianas sobre el hombre, la
mujer, la familia, el trabajo, la economía, la sociedad, la política, la
vida internacional y el ambiente » (Ecclesia in Africa, n. 103).
Los Centros Culturales Católicos, que se conciben como una especie de
laboratorio cultural, «presentan una rica diversidad, tanto por su
denominación (Centros o Círculos Culturales, Academias, Centros
Universitarios, Casas de Formación), como por las orientaciones (teológica,
ecuménica, científica, educativa, artística, etc...), o por los temas
tratados (corrientes culturales, valores, dialogo intercultural e
interreligioso, ciencia, artes etc...), o por las actividades desarrolladas
(conferencias, debates, cursos, seminarios, publicaciones, bibliotecas,
manifestaciones artísticas o culturales, exposiciones, etc.). El concepto
mismo de “Centro Cultural Católico” reúne la pluralidad y la riqueza de las
diversas situaciones de un país: se trata, bien de instituciones vinculadas
a una estructura de la Iglesia... bien de iniciativas privadas de católicos,
pero siempre en comunión con la Iglesia» (Para una pastoral de la cultura,
n. 32).
Los Centros culturales católicos son lugares privilegiados para una pastoral
de la cultura y ofrecen la posibilidad de debates, con la ayuda de películas
o conferencias, sobre problemas culturales de actualidad. La respuesta a
estos interrogantes de la cultura, permite superar numerosos obstáculos a la
fe, un don de Dios que se recibe a través de la escucha (cfr. Rm 10,17).
2.7. Turismo religioso
Mientras en ciertas partes del mundo siguen dominando condiciones inhumanas
de trabajo, en otras no deja de aumentar el tiempo dedicado al ocio.
Siguiendo el surco de la tradición de la peregrinación, la promoción del
turismo religioso adquiere toda su importancia. Entre las diferentes
iniciativas que tratan de responder a las legítimas expectativas culturales
de los indiferentes y de los que no frecuentan la Iglesia, algunas buscan
unir la presentación del patrimonio religioso con el deber cristiano de la
acogida, de la propuesta de la fe y de la caridad. Las condiciones para ello
son las siguientes:
– Abrir una oficina para coordinar las actividades eclesiales locales con
las peticiones de los turistas, ayudándoles a comprender lo específico del
patrimonio de la Iglesia, que es ante todo cultual;
– Poner en marcha actividades, acontecimientos, museos diocesanos,
itinerarios culturales, donde el arte local conservado para las generaciones
futuras puede servir de instrumento para la catequesis y la educación;
– Dar a conocer la piedad popular a través de itinerarios devocionales y
permitir así experimentar la riqueza, la diversidad y la universalidad de la
vida de fe en los diversos pueblos;
– Crear organizaciones de guías católicos para los monumentos, que puedan
ofrecer a la vez indicaciones culturales de calidad y un testimonio de fe,
gracias a una formación cristiana y artística seria.
– Utilizar el sitio Internet de las diócesis para dar a conocer estas
actividades.
3. La vía del amor
«Mucho contribuye, finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el
amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del
Evangelio y se alzan como signo de unidad» (Gaudium et spes, n. 21). El
testimonio de la caridad es el argumento más convincente que los cristianos
presentan como prueba de la existencia del Dios del amor; es el «camino
mejor», del que habla san Pablo (cfr. 1Cor 13). En el arte cristiano y en la
vida de los santos, resplandece una chispa de la belleza y del amor de Dios
que se encarna de manera siempre nueva en la vida de los hombres. Al final,
la belleza salvará al mundo 25:
la belleza comprendida como una vida moral lograda que, a imitación de
Cristo, atrae a los hombres hacia el bien. No deja de ser significativo que
los griegos consideraran como ideal de la vida del hombre la kalokagathía,
la posesión de todas las cualidades físicas y morales, lo bello y lo bueno.
El filósofo Jacques Maritain ha convertido lo bello en un trascendental, a
la par de lo bueno y lo verdadero: ens et unum et bonum et verum et pulchrum
convertuntur. Esta síntesis se manifiesta en la vida del cristiano y, sobre
todo, en la comunidad cristiana. No se trata de «demostrar» a toda costa,
sino de compartir el gozo de la experiencia de la fe en Cristo, Buena
Noticia para todos los hombres y sus culturas. Así, nuestros contemporáneos
pueden sentirse interpelados en el corazón de su increencia o de su
indiferencia. Los grandes santos de nuestro tiempo, especialmente aquellos
que han ofrecido su vida por los más pobres, unidos a la multitud de todos
los santos de la Iglesia, constituyen el argumento más elocuente para
suscitar en el corazón de los hombres y mujeres la búsqueda de Dios y su
respuesta. Cristo es la Belleza, «egw eimi o poimhn o kaloV » (Jn 10, 11),
que atrae los corazones hacia el Padre con la gracia del Espíritu Santo.
El testimonio del perdón y del amor fraterno entre los cristianos se
extiende a todos los hombres como una oración suplicante. Es una llamada
dirigida a todos los cristianos, según la recomendación de san Agustín:
«Hermanos, os exhortamos vivamente a que tengáis caridad, no sólo para con
vosotros mismos, sino también para con los de fuera, ya se trate de los
paganos, que todavía no creen en Cristo, ya de los que están separados de
nosotros... Deploremos su suerte, sabiendo que se trata de hermanos
nuestros...Os conjuramos, pues, hermanos, por Cristo nuestro Señor, ... a
que usemos con ellos de una gran caridad, de una abundante misericordia,
rogando a Dios por ellos, para que les dé finalmente un recto sentir, para
que reflexionen y se den cuenta que non tienen en absoluto nada que decir
contra la verdad»66.
4. En resumen
Una visión sintética de las indicaciones, sugerencias y propuestas de
personas procedentes de diferentes culturas en los cinco continentes y de
experiencias pastorales muy diferentes, permite destacar los puntos
siguientes que merecen una atención particular:
– Importancia de dar testimonio de la belleza de ser amados por Dios
– Necesidad de renovar la apologética cristiana para dar razón, con dulzura
y respeto, de la esperanza que hay en nosotros (1Pe 3,15)
– Acercarse al homo urbanus mediante una presencia pública en los debates de
sociedad y poner el Evangelio en contacto con las fuerzas que modelan la
cultura.
– Urgencia de enseñar a pensar, en la escuela y la universidad y tener el
valor de reaccionar, frente a la aceptación tácita de una cultura dominante,
a menudo impregnada de increencia e indiferencia religiosa, mediante una
nueva y gozosa propuesta de cultura cristiana.
– A los no creyentes, indiferentes a la cuestión de Dios, pero creyentes en
los valores humanos, mostrar que ser verdaderamente hombre es ser religioso,
que el hombre halla su plenitud humana en Cristo, verdadero Dios y verdadero
hombre, y que el Cristianismo es una buena noticia para todos los hombres y
culturas.