LA PROVIDENCIA: Catequesis del Santo Padre Juan Pablo II sobre el Credo 6
INDICE
La Revelación de la
Providencia
La Providencia en la Biblia
La
Providencia: poder y sabiduría amorosa
Providencia y
libertad del hombre
Providencia y
predestinación
Problema del mal y
del sufrimiento
Jesús, respuesta
al problema del mal
Providencia de Dios y dominio del mundo por el hombre
Relaciones entre el Reino de Dios y el progreso del mundo
La Revelación
de la Providencia (30.IV.86)
1. 'Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra': el primer artículo del Credo no ha acabado de darnos sus
extraordinarias riquezas, y efectivamente, la fe en Dios como creador del
mundo (de las 'cosas visibles e invisibles'), está orgánicamente unida a la
revelación de la Divina Providencia.
Comenzamos hoy, dentro de la reflexión sobre la creación, una serie de
catequesis cuyo tema central está justamente en el corazón de la fe
cristiana y en el corazón del hombre llamado a la fe: el tema de la
Providencia Divina, o de Dios que, como Padre omnipotente y sabio está
presente y actúa en el mundo, en la historia de cada una de sus criaturas,
para que cada criatura, y especificamente el hombre, su imagen, pueda
realizar su vida como un camino guiado por la verdad y el amor hacia la meta
de la vida eterna en El.
'¿Para qué fin nos ha creado Dios?', se pregunta la tradición cristiana de
la catequesis. E iluminados por la gran fe de la Iglesia, tenemos que
repetir, pequeños y grandes, estas palabras u otras semejantes: 'Dios nos ha
creado para conocerlo y amarlo en esta vida, y gozar de El eternamente en la
otra'.
Pero precisamente esta enorme verdad de Dios, que con rostro sereno y mano
segura guía nuestra historia, paradójicamente encuentra en el corazón del
hombre un doble contrastante sentimiento: por una parte, es llevado a acoger
y a confiarse a este Dios Providente, tal como afirma el Salmista: 'Acallo y
modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre' (130, 2).
Por otra, en cambio, el hombre teme y duda en abandonarse a Dios, como Señor
y Salvador de su vida, o porque ofuscado por las cosas, se olvida del
Creador, o porque, marcado por el sufrimiento, duda de El como Padre. En
ambos casos la Providencia de Dios es cuestionada por el hombre. Es tal la
condición del hombre, que en la misma Escritura divina Job no vacila de
lamentarse ante Dios con franca confianza; de este modo, la Palabra de Dios
indica que la Providencia se manifiesta dentro del mismo lamento de sus
hijos. Dice Job, lleno de llagas en el cuerpo y en el corazón: '¡Quién me
diera saber dónde hallarlo y llegar hasta su morada!. Expondría ante El mi
causa, tendría la boca llena de recriminaciones' (Job 23, 3-4).
2. Y de hecho, no han faltado al hombre, a lo largo de toda su historia, ya
sea en el pensamiento de los filósofos, ya en las doctrinas de las grandes
religiones, ya en la sencilla reflexión del hombre de la calle, razones para
tratar de comprender, más aún, de justificar la actuación de Dios en el
mundo.
Las soluciones son diversas y evidentemente no todas son aceptables, y
ninguna plenamente exhaustiva. Hay quien desde los tiempos antiguos se ha
remitido al hado o destino ciego y caprichoso, a la fortuna vendada. Hay
quien para afirmar a Dios ha comprometido el libre albedrío del hombre: o
quien, sobre todo en nuestra época contemporánea, para afirmar al hombre y
su libertad, piensa que debe negar a Dios.
Soluciones extremistas y unilaterales que nos hacen comprender al menos qué
lazos fundamentales de vida entran en juego cuando decimos 'Divina
Providencia': ¿cómo se conjuga la acción omnipotente de Dios con nuestra
libertad, y nuestra libertad con sus proyectos infalibles? ¿Cuál será
nuestro destino futuro? ¿Cómo interpretar y reconocer su infinita sabiduría
y bondad ante los males del mundo: ante el mal moral del pecado y el
sufrimiento del inocente? ¿Qué sentido tiene esta historia nuestra, con el
despliegue a través de los siglos, de acontecimientos, de catástrofes
terribles y de sublimes actos de grandeza y santidad? ¿El eterno, fatal
retorno de todo al punto de partida sin tener jamás un punto de llegada, a
no ser un cataclismo final que sepultará toda vida para siempre, o -y aquí
el corazón siente tener razones más grandes que las que su pequeña lógica
llega a ofrecerle- hay un ser Providente y Positivo, a quien llamamos Dios,
que nos rodea con su inteligencia, ternura, sabiduría y guía 'fortiter ac
suaviter' nuestra existencia -la realidad, el mundo, la historia, nuestras
mismas voluntades rebeldes, si se lo permiten- hacia el descanso del
'séptimo día', de una creación que llega finalmente a su cumplimiento?.
3. Aquí, en esta linea divisoria sutil entre la esperanza y la desesperanza,
se coloca, para reforzar inmensamente las razones de la esperanza, la
Palabra de Dios, tan nueva, aunque invocada por todos, tan espléndida que
resulta casi humanamente increíble. La Palabra de Dios nunca adquiere tanta
grandeza y fascinación como cuando se la confronta con los máximos
interrogantes del hombre: Dios está aquí, es Emmanuel, Dios-con-nosotros (Is
7, 14), y en Jesús de Nazaret muerto y resucitado. Hijo de Dios y hermano
nuestro, Dios muestra que 'ha puesto su tienda entre nosotros' (Jn 1, 14).
Bien podemos decir que todas las vicisitudes de la Iglesia en el tiempo
consisten en la búsqueda constante y apasionada de encontrar, profundizar,
proponer, los signos de la presencia de Dios, guiada en esto por el ejemplo
de Jesús y por la fuerza del Espíritu.
Por lo cual, la Iglesia puede, la Iglesia quiere, la Iglesia debe decir y
dar al mundo la gracia y el sentido de la Providencia de Dios, por amor al
hombre, para substraerlo al peso aplastante del enigma y confiarlo a un
misterio de amor grande, inconmensurable, decisivo, como es Dios. Así que el
vocabulario cristiano se enriquece de expresiones sencillas que constituyen,
hoy como ayer, el patrimonio de fe y de cultura de los discípulos de Cristo:
Dios ve, Dios sabe, si Dios quiere, vive en la presencia de Dios, hágase su
voluntad, Dios escribe derecho con nuestros reglones torcidos, en síntesis:
la Providencia de Dios.
4. La Iglesia anuncia la Divina Providencia no por invención suya, aun
cuando inspirada por pensamientos de humanidad, sino porque Dios se ha
manifestado así, cuando ha revelado, en la historia de su pueblo, que su
acción creadora y su intervención de salvación estaban indisolublemente
unidas, formaban parte de un único plan proyectado en los siglos eternos.
Así, pues, la Sagrada Escritura, en su conjunto se convierte en el documento
supremo de la Divina Providencia, al manifestar la intervención de Dios en
la naturaleza con la creación y aún más con la más maravillosa intervención,
la redención, que nos hace criaturas nuevas en un mundo renovado por el amor
de Dios en Cristo.
Efectivamente, la Biblia habla de Providencia Divina en los capítulos sobre
la creación y en los que más especificamente se refiere a la obra de la
salvación, en el Génesis y en los Profetas, especialmente en Isaías, en los
Salmos llamados de la creación y en las profundas meditaciones de Pablo
sobre los inescrutables designios de Dios que actúa en la historia (Cfr.
especialmente Efesios y Colosenses), en los Libros Sapienciales, tan atentos
a encontrar la señal de Dios en el mundo, y en el Apocalipsis, que tiende
totalmente a encontrar el sentido del mundo en Dios. Al final aparece que el
concepto cristiano de Providencia no es simplemente un capítulo de la
filosofía religiosa, sino que la fe responde a las grandes preguntas de Job
y de cada uno de los hombres como él, con la visión completa de que,
secundando los derechos de la razón, hace justicia a la razón misma dándole
seguridad mediante las certezas más estables de la teología.
A este propósito nuestro camino se encontrará con la incansable reflexión de
la Tradición a la que nos remitiremos oportunamente, recogiendo en el ámbito
de la perenne verdad el esfuerzo de la Iglesia por hacerse compañera del
hombre que se interroga sobre la Providencia continuamente y en términos
nuevos. El Concilio Vaticano I y el Vaticano II, cada uno a su modo, son
voces preciosas del Espíritu Santo que no hay que dejar de escuchar y sobre
las que hay que meditar, sin dejarse atemorizar del pensamiento, pero
acogiendo la linfa vital de la verdad que no muere.
5. Toda pregunta seria debe recibir una respuesta seria, profunda y sólida.
Por ello tocaremos los diversos aspectos del único tema viendo ante todo
cómo la Providencia Divina entra en la gran obra de la creación y es su
afirmación, que pone de relieve la riqueza múltiple y actual de la acción de
Dios. De ello se sigue que la Providencia se manifiesta como Sabiduría
transcendente que ama al hombre y lo llama a participar del designio de
Dios, como primer destinatario de su cuidado amoroso, y al mismo tiempo como
su inteligente cooperador.
La relación entre la Providencia Divina y libertad del hombre no es de
antítesis, sino de comunión de amor. Incluso el problema profundo de nuestro
destino futuro halla en la Revelación Divina, especificamente en Cristo, una
luz providencial que, aun manteniendo intacto el misterio, nos garantiza la
voluntad salvífica del Padre. En esta perspectiva, la Divina Providencia,
lejos de ser negada por la presencia del mal y del sufrimiento, se convierte
en el baluarte de nuestra esperanza, dejándonos entrever cómo sabe sacar
bien incluso del mal.
Finalmente recordaremos la gran luz que el Vaticano II irradia sobre la
Providencia de Dios con relación a la evolución y al progreso del mundo,
recogiendo al final, en la visión transcendente del reino que crece, el
punto final del incesante y sabio actuar en el mundo de Dios providente.
'¿Quién es sabio para entender estas cosas, prudente para conocerlas?. Pues
son del todo rectos los caminos de Yahvéh, por ellos van los justos, pero
los malvados resbalarán en ellos' (Os 14, 10).
La Providencia en la
Biblia (7.V.86)
1. Dios al crear, llamó de la nada a la existencia todo lo que ha comenzado
a ser fuera de El. Pero el acto creador de Dios no se agota aquí. Lo que
surgió de la nada volvería a la nada, si fuese dejado a sí mismo y no fuera,
en cambio, conservado por el Creador en la existencia. En realidad Dios,
habiendo creado el cosmos una vez, continúa creándolo, manteniéndolo en la
existencia. La conservación es una creación continua (Conservatio est
continua creatio ).
2. Podemos decir que la Providencia Divina, entendida en el sentido más
genérico, se manifiesta ante todo en esa 'conservación': es decir,
manteniendo en la existencia todo lo que recibió de la nada el ser. En este
sentido, la Providencia es como una constante e incesante confirmación de la
obra de la creación en toda su riqueza y variedad.
La Providencia significa la constante e ininterrumpida presencia de Dios
como Creador, en toda la creación: una presencia que continuamente llaga a
las raíces más profundas de todo lo que existe, para actuar allí como causa
primera del ser y del actuar.
En esta presencia de Dios se expresa continuamente la misma voluntad eterna
de crear y de conservar lo que ha sido creado: una voluntad suma y
plenamente soberana mediante la cual Dios, según la naturaleza misma del
bien que le es propia de modo absoluto (bonum diffusivum sui) continúa
pronunciándose lo mismo que en el acto primero de la creación, en favor del
ser contra la nada, en favor de la vida contra la muerte, en favor de la
'luz' contra las tinieblas (Cfr. Jn 1, 4-5), en una palabra: en favor de la
verdad, del bien y de la belleza de todo lo que existe. En el misterio de la
Providencia se prolonga de modo ininterrumpido e irreversible el juicio
contenido en el libro del Génesis: 'Vio Dios que era bueno, que era muy
bueno' (Gen 1, 24.31): es decir, constituye la fundamental e inquebrantable
afirmación de la obra de la creación.
3. Esta afirmación esencial no queda menoscabada por mal alguno que se
derive de los límites inherentes a cada cosa del cosmos, o que se produzca,
como ha sucedido en la historia del hombre, en doloroso contraste con el
original: 'Vio Dios que era bueno, que era muy bueno' (Gen 1, 24.31). Decir
Providencia Divina significa reconocer que en el plan eterno de Dios, en su
designio creador, ese mal que originariamente no tiene lugar, una vez
cometido por el hombre, es permitido por Dios, en definitiva está
subordinado al bien: 'todo concurre al bien', como dice el Apóstol (Cfr. Rom
8, 28). Pero éste es un problema sobre el que habrá que volver de nuevo.
4. La verdad de la Providencia Divina está presente en toda la Revelación.
Más aun, se puede decir que impregna toda la Revelación, lo mismo que la
verdad de la creación. Constituye con ella el primer y principal punto de
referencia en todo lo que Dios 'muchas veces y de diversas maneras' quiso
decir a los hombres 'por medio de los Profetas, y últimamente por medio de
su Hijo' (Heb 1, 1). Así, pues, hay que releer esta verdad tanto en los
textos de la Revelación donde se habla de ella directamente, como allí donde
la Sagrada Escritura da testimonio de ella de modo indirecto.
5. Se encuentra desde el principio, como verdad fundamental de la fe, en el
Magisterio ordinario de la Iglesia, aunque sólo el Concilio Vaticano I se
pronunció sobre ella en el ámbito de la solemne Constitución dogmática de
fide catholica, a propósito de la verdad sobre la creación. He aquí las
palabras del Vaticano I: 'Dios conserva todo lo que ha creado y lo dirige
con su providencia 'extendiéndose de uno a otro confín con fuerza y
gobernando con bondad todas las cosas' (Cfr. Sab 8, 1). 'Todo está desnudo a
sus ojos' (Cfr. Heb 4, 13), incluso lo que tendrá lugar por libre iniciativa
de las criaturas'
6. El texto conciliar, más bien conciso, como se ve, estaba dictado por la
particular necesidad de los tiempos (siglo XIX). El Concilio quería ante
todo confirmar la enseñanza constante de la Iglesia sobre la Providencia, y
por tanto la inmutable Tradición doctrinal vinculada a todo el mensaje
bíblico, como prueban los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento contenidos
en el texto. Al confirmar esta constante doctrina de la fe cristiana, el
Concilio intentaba contraponerse a los errores del materialismo y del deísmo
de entonces.
El materialismo, como se sabe, niega la existencia de Dios, mientras que el
deísmo, aun admitiendo la existencia de Dios y la creación del mundo,
sostiene que Dios no se ocupa en absoluto del mundo que ha creado. Se podría
decir, pues, que precisamente el deísmo con su doctrina ataca directamente
la verdad sobre la Divina Providencia.
7. La separación de la obra de la creación de la Providencia Divina, típica
del deísmo, y todavía más la total negación de Dios propia del materialismo,
abren camino al determinismo materialista, al cual están completamente
subordinados el hombre y su historia. El materialismo teórico se transforma
en materialismo histórico. En este contexto, la verdad sobre la existencia
de Dios, y en particular sobre la Providencia Divina, constituye la
fundamental y definitiva garantía del hombre y de su libertad en el cosmos.
Lo deja a entender la Sagrada Escritura ya en el Antiguo Testamento, cuando
ve a Dios como fuerte e inescrutable apoyo: 'Yo te amo, Señor, tú eres mi
fortaleza, Señor, mi roca, mi alcazar, mi liberador; Dios mío, peña mía,
refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte' (Sal 17, 2-3).
Dios es el fundamento inquebrantable sobre el que el hombre se apoya con
todo su ser: 'mi suerte está en tu mano' (Sal 15, 5).
Se puede decir que la Providencia Divina como soberana afirmación, por parte
de Dios, de toda la creación y, en particular, de la preeminencia del hombre
entre las criaturas, constituye la garantía fundamental de la soberanía del
hombre mismo con relación al mundo. Esto no significa la anulación de la
determinación inmanente en las leyes de la naturaleza, sino la exclusión de
ese determinismo materialista, que reduce toda la existencia humana al
'reino de la necesidad', aniquilando prácticamente el 'reino de la
libertad', que, en cambio, el Creador ha destinado al hombre. Dios con su
Providencia no cesa de ser el apoyo último del 'reino de la libertad'.
8. La fe en la Providencia Divina, como se ve, está íntimamente vinculada
con la concepción basilar de la existencia humana, es decir, con el sentido
de la vida del hombre. El hombre puede afrontar la existencia de modo
esencialmente diverso, cuando tiene la certeza de no estar bajo el dominio
de un ciego destino (fatum), sino que depende de Alguien que es su Creador y
Padre. Por esto, la fe en la Divina Providencia inscrita en las primeras
palabras del Símbolo Apostólico: 'Creo en Dios Padre todopoderoso', libera a
la existencia humana de las diversas formas del pensamiento fatalista.
9. Siguiendo las huellas de la constante tradición de la enseñanza de la
Iglesia y en particular del Concilio Vaticano I, también del Vaticano II
habla muchas veces de la Divina Providencia. De los textos de sus
Constituciones se deduce que Dios es el que 'cuida de todos con paterna
solicitud' (Gaudium et Spes 24), y en particular 'del género humano' (Dei
Verbum 3). Manifestación de esta solicitud es también la 'ley divina,
eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el
mundo universo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su
sabiduría y de su amor' (Dignitatis humanae 3). 'El hombre no existe
efectivamente sino por amor de Dios, que lo creó y por el amor de Dios, que
lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad
cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador'
(Gaudium et Spes 19).
La
Providencia: poder y sabiduría amorosa (14.V.86)
1. A la reiterada y a veces dubitativa pregunta de si Dios está hoy presente
en el mundo y de qué manera, la fe cristiana responde con luminosa y sólida
certeza: 'Dios cuida y gobierna con su Providencia todo lo que ha creado'.
Con estas palabras concisas el Concilio Vaticano I formuló la doctrina
revelada sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que
encontramos una rica expresión en el Antiguo Testamento, hay dos elementos
presentes en el concepto de la Divina Providencia: el elemento del cuidado
('cuida') y a la vez el de autoridad ('gobierna'). Se compenetran
mutuamente. Dios como Creador tiene sobre toda la creación la autoridad
suprema (el 'dominium altum'), como se dice, por analogía con el poder
soberano de los principes terrenos. Efectivamente, todo lo que ha sido
creado, por el hecho mismo de haber sido creado, pertenece a Dios, su
Creador, y, en consecuencia, depende de El. En cierto sentido, cada uno de
los seres es más 'de Dios' que 'de sí mismo'. Es primero 'de Dios' y, luego,
'de sí'. Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las
analogías de la relación entre autoridad y súbditos en la tierra.
2. La autoridad del Creador ('gobierna') se manifiesta como solicitud del
Padre ('cuida'). En esta otra analogía se contiene en cierto sentido el
núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia. La Sagrada Escritura
para expresar la misma verdad se sirve de una comparación: 'El Señor
-afirma- es mi Pastor: nada me falta' (Sal 22, 1). ¡Imagen estupenda!.
Si los antiguos símbolos de la fe y de la tradición cristiana de los
primeros siglos expresaban la verdad sobre la Providencia con el término
'Omnitenens', correspondiente al griego 'Panto-krator', este concepto no
tiene la densidad y belleza del 'Pastor' bíblico, como nos lo comunica con
sentido tan vivo la verdad revelada.
La Providencia Divina es, en efecto, una 'autoridad llena de solicitud' que
ejecuta un plan eterno de sabiduría y de amor, al gobernar el mundo creado y
en particular 'los caminos de la sociedad humana' (Cfr. Conc. Vaticano II,
Dignitatis humanae 3). Se trata de una 'autoridad solícita', llena de poder
y al mismo tiempo de bondad. Según el texto del libro de la Sabiduría,
citado por el Conc. Vaticano I, 'se extiende poderosamente (fortiter) del
uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (suaviter)' (8, 1), es
decir, abraza, sostiene, guarda y en cierto sentido nutre, según otra
expresión bíblica sobre la creación.
3. El libro de Job se expresa así:
'Dios es sublime en su poder / ¿Qué maestro puede comparársele?/ El atrae
las gotas de agua, / y diluye la lluvia en vapores,/ que destilan las
nubes,/ vertiéndolas sobre el hombre a raudales/ Pues por ellas alimenta a
los pueblos / y da de comer abundantemente '
(Job 36, 22. 27-28. 31)
'El carga de rayos las nubes, / y difunde la nube su fulgor/ para hacer lo
que El le ordena / sobre la superficie del orbe terráqueo'
(Job 37, 11-12)
De modo semejante el libro del Sirácida:
'El poder de Dios dirige al rayo/ y hace volar sus saetas justicieras'
(Sir 43, 14)
El Salmista, por su parte, exalta la 'estupenda potencia', la 'bondad
inmensa', el 'esplendor de la gloria' de Dios, que 'extiende su cariño a
todas sus criaturas', y proclama:
'Los ojos de todos te están aguardando, Tú les das la comida a su tiempo;
abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente'
(Sal 144, 5-7. 15 y 16)
Y también:
'Haces brotar hierba para los ganados / y forraje para los que sirven al
hombre;/ él saca pan de los campos/ y vino que alegra el corazón,/ y aceite
que da brillo a su rostro, / y alimento que le da fuerzas'
(Sal 103, 14-15)
4. La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como
suprema autoridad del mundo, la cual, llena de solicitud por todas las
criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve de la fuerza eficiente de
las causas creadas. Precisamente en esto se manifiesta la sabiduría
creadora, de la que se puede decir que es soberanamente previsora, por
analogía con una dote esencial de la prudencia humana. En efecto, Dios que
transciende infinitamente todo lo que es creado, al mismo tiempo, hace que
el mundo presente ese orden maravilloso, que se puede constatar, tanto en el
macro-cosmos como en el micro-cosmos. Precisamente la Providencia, en cuanto
Sabiduría transcendente del Creador, es la que hace que el mundo no sea
'caos', sino 'cosmos'.
'Todo lo dispusiste con medida, número y peso' (Sab 11, 20).
5. Aunque el modo de expresarse la Biblia refiere directamente a Dios el
gobierno de los cosas, sin embargo, queda suficientemente clara la
diferencia entre la acción de Dios Creador como Causa Primera, y la
actividad de las criaturas como causas segundas. Aquí con una pregunta que
preocupa mucho al hombre moderno: la que se refiere a la autonomía de la
creación, y por tanto, al papel del artífice del mundo que el hombre quiere
desempeñar. Pues bien, según la fe católica, es propio de la sabiduría
transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como
providencia, y simultáneamente que el mundo creado posea esa 'autonomía', de
la que habla el Concilio Vaticano II. En efecto, por una parte Dios, al
mantener todas las cosas en la existencia, hace que sean lo que son: 'por la
propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de
consistencia, verdad y bondad propias de un propio orden regulado' (Gaudium
et Spes 36). Por otra parte, precisamente por el modo con que Dios rige el
mundo, éste se encuentra en una situación de verdadera autonomía que
'responde a la voluntad del Creador' (Ib.).
La Providencia Divina se manifiesta precisamente en dicha 'autonomía de las
cosas creadas', en la que se revela tanto la fuerza como la 'dulzura'
propias de Dios. En ella se confirma que la Providencia del Creador como
sabiduría transcendente y para nosotros siempre misteriosa, abarca todo ('se
extiende de uno al otro confín'), se realiza en todo con su potencia
creadora y su firmeza ordenadora (fortiter), aun dejando intacta la función
de las criaturas como causas segundas, inmanentes, en el dinamismo de la
formación y el desarrollo del mundo como puede verse indicado en ese
'suaviter' del libro de la Sabiduría.
6. En lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee,
pues, desde el principio y constitutivamente, en cuanto que ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios, un lugar totalmente especial. Según el libro del
Génesis, fue creado para 'dominar', para 'someter la tierra' (Cfr. Gen 1,
18). Participando como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura,
en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta
manera en 'providencia' para sí mismo, según la hermosa expresión de Santo
Tomás (Cfr. S.Th. I q, 22, a.2, ad 4). Pero por la misma razón gravita sobre
él desde el principio una peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante
las criaturas y, en particular, ante los otros hombres.
7. Estas nociones sobre la Divina Providencia que nos ofrece la tradición
bíblica del Antiguo Testamento, están confirmadas y enriquecidas por el
Nuevo. Entre todas las palabras de Jesús que el Nuevo Testamento registra
sobre este tema, son particularmente impresionantes las que narran los
evangelistas Mateo y Lucas: 'No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué
comeremos, qué beberemos o qué vestiremos?. Los gentiles se afanan por todo
eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis
necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo
demás se os dará por añadidura' (Mt 6, 31-33; cfr. también Lc 21, 18).
'¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en
tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos
de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos
pajaritos' (Mt 10, 29-31; cfr. también Lc 21, 18).
'Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en
graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más
que ellas? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del
campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón
en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del
campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará
mucho más con vosotros, hombres de poca fe?' (Mt 6, 26-30; cfr. también Lc
12, 24-28).
8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la
Providencia Divina contenida en el Antiguo Testamento, sino que lleva más a
fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres,
tratado por Dios con la delicadeza exquisita de un padre.
Sin duda eran magníficas las estrofas de los Salmos que exaltaban al
Altísimo como refugio, baluarte y consuelo del hombre: así p.e., en el Salmo
90: 'Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del
Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcazar mío, Dios mío, confío en Ti
Porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa Se puso
junto a Mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y
lo escucharé. Con él estaré en la tribulación' (Sal 90, 1-2. 9. 14-15).
9. Son expresiones bellísimas; pero las palabras de Cristo alcanzan una
plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las pronuncia el Hijo
que 'escrutando' todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da
testimonio perfecto del misterio de su Padre; misterio de Providencia y
solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más
insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto
más al hombre!. Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si
la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas
tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él. En esta página
evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de
los valores que está presente desde el principio del libro del Génesis, en
la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas.
Lo tiene en su naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y
cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.
10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado
por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don recibido de la
Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido,
de la materia y de la utilidad. Debe buscar sobre todo 'el reino de Dios y
su justicia', porque 'todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le
darán por añadidura' (Cfr. Mt 6, 33).
Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular
dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla el hombre, ser
racional y libre.
Providencia y
libertad del hombre (21.V.86)
1. En nuestro camino de profundización en el misterio de Dios como
Providencia, con frecuencia tenemos que afrontar esta pregunta: si Dios está
presente y operante en todo, ¿cómo puede ser libre el hombre?. Y sobre todo:
¿qué significa y qué misión tiene su libertad?. Y el amargo fruto del
pecado, que procede de una libertad equivocada, ¿cómo ha de comprenderse a
la luz de la Divina Providencia?.
Volvamos una vez más a la afirmación solemne del Vaticano I: 'Todo lo que ha
creado Dios lo conserva y dirige con su Providencia, 'extendiéndose de uno a
otro confín con fuerza y gobernando todo con bondad', 'las cosas todas están
desnudas y manifiestas a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta',
hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas'.
El misterio de la Providencia Divina está profundamente inscrito en toda la
obra de la creación. Como expresión de la sabiduría eterna de Dios, el plan
de la Providencia precede a la obra de la creación: como expresión de su
eterno poder, la preside, la realiza y, en cierto sentido, puede decirse que
ella misma se realiza en sí. Es una Providencia transcendente, pero al
propio tiempo, inmanente a las cosas, a toda la realidad. Esto vale, según
el texto del Concilio que hemos leído, sobre todo, en orden a las criaturas
dotadas de inteligencia y libre voluntad.
2. Pese a abarcar 'fortiter et suaviter' todo lo creado, la Providencia
abraza de modo especial a las criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios,
las cuales gozan, por la libertad que el Creador les ha concedido, 'de la
autonomía de los seres creados', en el sentido en que lo entiende el Conc.
Vaticano II (Cfr. Gaudium et spes 36). En el ámbito de estas criaturas deben
contarse los seres creados de naturaleza puramente espiritual, de los que
hablaremos más adelante. Ellos constituyen el mundo de lo invisible. En el
mundo visible, objeto de las especiales atenciones de la Divina Providencia,
está el hombre, 'el cual -como enseña el Conc. Vaticano II- es la única
criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma' (Gaudium et spes 24)
y precisamente por esto 'no puede encontrar su propia plenitud, si no es en
la entrega sincera de sí mismo a los demás' (Ib.).
3. El hecho de que el mundo visible se corone con la creación del hombre,
nos abre perspectivas completamente nuevas sobre el misterio de la
Providencia Divina. Lo destaca la afirmación del Conc Vaticano I cuando
subraya que, a los ojos de la sabiduría y de la ciencia de Dios, todo
permanece 'abierto' ('aperta'), en cierto modo 'desnudo' ('nuda'), incluso
aquello que la criatura racional realiza por obra de su libertad: lo que
será resultado de una elección razonable y de una libre decisión del hombre.
También en relación a esta esfera, la Providencia Divina conserva su
superior causalidad creadora y ordenadora. Es la transcendente superioridad
de la Sabiduría que ama, y, por amor, actúa con poder y suavidad y, por
tanto, es Providencia que con solicitud y paternalmente guía, sostiene,
conduce a su fin a la propia criatura tan ricamente dotada, respetando su
libertad.
4. En este punto de encuentro del plan eterno de la creación de Dios con la
libertad del hombre se perfila, sin duda, un misterio tan inescrutable como
digno de adoración. El misterio consiste en la íntima relación, más
ontológica que psicológica entre la acción divina y la autodecisión humana.
Sabemos que esta libertad de decisión pertenece al dinamismo natural de la
criatura racional.
Conocemos también por experiencia el hecho de la libertad humana, auténtica,
aunque herida y débil. En cuanto a su relación con la causalidad divina, es
oportuno recordar el acento puesto por Santo Tomás de Aquino en aquella
concepción de la Providencia como expresión de la Sabiduría divina que todo
lo ordena al propio fin: 'ratio ordinis rerum in finem', 'la ordenación
racional de las cosas hacia su fin' (Cfr. S.Th. I q.22, a.1). Todo lo que
Dios crea recibe esta finalidad -y se convierte, por tanto, en objeto de la
Providencia Divina (Cfr. Ib. a.2)-. En el hombre -creado a imagen de Dios-
toda la creación visible debe acercarse a Dios, encontrando el camino de su
plenitud definitiva.
De este pensamiento, ya expresado, entre otros, por S. Ireneo (Ad Haereses
4,38; 1105-1109), se hace eco la enseñanza del Conc. Vaticano II sobre el
desarrollo del mundo por la acción del hombre (Cfr. Gaudium et spes 7). El
verdadero desarrollo -esto es, el progreso- que el hombre está llamado a
realizar en el mundo, no debe tener sólo un carácter 'técnico', sino, sobre
todo, 'ético', para llevar a la plenitud en el mundo creado el reino de Dios
(Cfr. Ib. 35, 43, 57, 62).
5. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es la única criatura
visible que el Creador ha querido 'por sí misma' (Gaudium et spes 24). En el
mundo, sometido a la transcendente sabiduría y poder de Dios, el hombre,
aunque tiene como fin a Dios, es, sin embargo, un ser que es fin en sí
mismo; posee una finalidad propia (auto-teleología), por la cual tiende a
autorrealizarse. Enriquecido por un don, que es también una misión, el
hombre está sumido en el misterio de la Providencia Divina. Leamos en el
libro del Sirácida:
'El Señor formó al hombre de la tierra/ le dio el dominio sobre ella/
Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos/ y corazón para entender./
Llenóle de ciencia e inteligencia y le dió / a conocer el bien y el mal./
Iluminó sus corazones para mostrales / la grandeza de sus obras/
Y añadióle ciencia, dándole en posesión / una ley de vida.
(Sir 17, 1-2. 5-7, 9)
6. Dotado de tal, podríamos decir, equipamiento 'existencial', el hombre
parte para su viaje por el mundo. Comienza a escribir la propia historia. La
Providencia Divina lo acompaña todo el camino.
Leemos también en el libro del Sirácida:
'El mira siempre sus caminos y / nada se esconde a sus ojos /
Todas sus obras están ante El / como está el sol y sus ojos observan /
siempre su conducta'
(Sir 17, 13.16)
El Salmista da a esta misma verdad una expresión conmovedora:
'Si tomará las alas de la aurora / y quisiera habitar al extremo del mar, /
también allí me tomaría tu mano y / me tendría tu diestra' (Sal 138, 9-10)
'Del todo conoces mi alma. / Mis huesos no te eran ocultos' (Sal 138, 14-15)
7. La Providencia de Dios se hace, por tanto, presente en la historia del
hombre, en la historia de su pensamiento y de su libertad, en la historia de
los corazones y de las conciencias. En el hombre y con el hombre, la acción
de la Providencia alcanza una dimensión 'histórica', en el sentido de que
sigue el ritmo y se adapta a las leyes del desarrollo de la naturaleza
humana, permaneciendo inmutada e inmutable en la soberana transcendencia de
su ser que no experimenta mutaciones.
La Providencia es una presencia eterna en la historia del hombre: de cada
uno y de las comunidades. La historia de las naciones y de todo el género
humano se desarrolla bajo el 'ojo' de Dios y bajo su omnipotente acción. Si
todo lo creado es 'custodiado' y gobernado por la Providencia, la autoridad
de Dios, llena de paternal solicitud, comporta, en relación a los seres
racionales y libres, el pleno respeto a la libertad, que es expresión en el
mundo creado de la imagen y semejanza con el mismo Ser divino, con la misma
Libertad divina.
8. El respeto de la libertad creada es tan esencial que Dios permite en su
Providencia incluso el pecado del hombre (y del ángel). La criatura
racional, excelsa entre todas, pero siempre limitada e imperfecta, puede
hacer mal uso de la libertad, la puede emplear contra Dios, su Creador. Es
un tema que turba la mente humana, sobre el cual el libro del Sirácida
reflexionó ya con palabras muy profundas:
'Dios hizo al hombre desde el principio / y lo dejo en manos de su albedrío.
/
Si tu quieres puedes guardar sus mandamientos / y es de sabios hacer su
voluntad. /
Ante ti puso el fuego y el agua; / a lo que tu quieras tenderás la mano. /
Ante el hombre están la vida y la muerte; / lo que cada uno quiere le será
dado. /
Porque grande es la sabiduría del Señor; / es fuerte, poderoso y todo lo ve.
/
Sus ojos se posan sobre los que le temen / y conoce todas las obras del
hombre.
Pues a nadie ha mandado ser impío ni le ha dado permiso para pecar' (Sir 15,
14-20)
9. Se pregunta el Salmista: '¿Quién será capaz de conocer el pecado?' (Sal
18, 13). Y sin embargo, también sobre este inaudito rechazo del hombre, da
luz la Providencia de Dios para que aprendamos a no cometerlo.
En el mundo, en el cual el hombre ha sido creado como ser racional y libre,
el pecado no sólo era una posibilidad, se ha confirmado también como un
hecho real 'desde el comienzo'. El pecado es oposición radical a Dios, es
aquello que Dios de modo decidido y absoluto no quiere. No obstante, lo ha
permitido creado los seres libres, creando al hombre. Ha permitido el pecado
que es consecuencia del mal uso de la libertad creada.
De este hecho, conocido en la Revelación y experimentado en sus
consecuencias, podemos deducir que, a los ojos de la sabiduría transcendente
de Dios, en la perspectiva de la finalidad de toda la creación, era más
importante que en el mundo creado hubiera libertad, aun con el riesgo de su
mal empleo, que privar de ella al mundo para excluir de raíz la posibilidad
del pecado.
Dios providente, si, por una parte ha permitido el pecado, por otra, en
cambio, con amorosa solicitud de Padre ha previsto desde siempre el camino
de la reparación, de la redención, de la justificación y de la salvación
mediante el Amor. Realmente, la libertad se ordena al amor. Y en la lucha
entre el bien y el mal, entre el pecado y la redención, la última palabra la
tendrá el amor.
Providencia y
predestinación (28.V.86)
1. La pregunta sobre el propio destino está muy viva en el corazón del
hombre. Es una pregunta grande, difícil, y sin embargo, decisiva:'¿Qué será
de mí mañana?'. Existe el riesgo de que respuestas equivocadas conduzcan a
formas fatalismo, de desesperación, o también de orgullosa y ciega
seguridad: 'Insensato, esta misma noche te pedirán el alma', amonesta Dios
(Cfr. Lc 12, 20).
Pero precisamente aquí se manifiesta la inagotable gracia de la Providencia
Divina. Es Jesús quien aporta una luz esencial. El, realmente, hablando de
la Providencia Divina, en el Sermón de la Montaña, termina con la siguiente
exhortación: 'Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo lo demás
se os dará por añadidura' (Mt 6, 33; cfr. también Lc 12, 31). En la última
catequesis hemos reflexionado sobre la relación profunda que existe entre la
Providencia de Dios y la libertad del hombre. Es justamente al hombre, ante
todo al hombre, creado a imagen de Dios, a quien se dirigen las palabras
sobre el reino de Dios y sobre la necesidad de buscarlo por encima de todo.
Este vínculo entre la Providencia y el misterio del reino de Dios, que debe
realizarse en el mundo creado, orienta nuestro pensamiento acerca de la
verdad del destino del hombre; su predestinación en Cristo. La
predestinación del hombre y del mundo en Cristo, Hijo eterno del Padre,
confiere a toda la doctrina sobre la Providencia Divina una decisiva
característica sotereológica y escatológica.
El mismo Divino Maestro lo indica en su coloquio con Nicodemo: 'Porque tanto
amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en
El no perezca, sino que tenga la vida eterna' (Jn 3, 16).
2. Estas palabras de Jesús son el núcleo de la doctrina sobre la
predestinación, que encontramos en la enseñanza de los Apóstoles,
especialmente en las cartas de San Pablo.
Leemos en la Carta a los Efesios:
'Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo en él nos eligió antes de la
constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en
caridad y nos predestinó a la adopción de hijos de suyos por Jesucristo
conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza del esplendor de su
gloria que nos otorgó gratuitamente en su amado' (Ef 1, 3-6).
Estas luminosas afirmaciones explican de modo auténtico y autorizado en qué
consiste lo que en lenguaje cristiano llamamos 'predestinación' (latín:
praedestinatio). Es justamente importante liberar este término de los
significados erróneos y hasta impropios y no esenciales, que se han
introducido en su empleo común: predestinación como sinónimo de 'ciego
destino' ('fatum') o de la 'ira' caprichosa de cualquier divinidad
envidiosa. En la revelación divina la palabra 'predestinación' significa la
elección eterna de Dios, una elección paternal, inteligente y positiva, una
elección de amor.
3. Esta elección, con la decisión en que se traduce, esto es, el plan de la
creación y de la redención, pertenece a la vida íntima de la Santísima
Trinidad: se realiza eternamente por el Padre junto con el Hijo y en el
Espíritu Santo. Es una elección que, según San Pablo, precede a la creación
del mundo ('antes de la constitución del mundo'); y del hombre en el mundo.
El hombre, aun antes de ser creado, está 'elegido' por Dios. Esta elección
se cumplirá en el Hijo eterno ('en él'), esto es, el el Verbo de la Mente
eterna. El hombre es, por consiguiente, elegido en el Hijo para la
participación en la misma filiación por adopción divina. En esto consiste la
esencia misma del misterio de la predestinación que manifiesta el eterno
amor del Padre ('ante El en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos
suyos por Jesucristo').
En la predestinación se halla contendida, por tanto, la eterna vocación del
hombre a participar en la misma naturaleza de Dios. Es vocación a la
santidad, mediante la gracia de adopción para ser hijos ('para que fuésemos
santos e inmaculados ante El').
4. En este sentido la predestinación precede a 'la constitución del mundo',
esto es, a la creación, ya que ésta se realiza en la perspectiva de la
predestinación del hombre. Aplicando a la vida divina las analogías
temporales del lenguaje humano, podemos decir que Dios quiere 'antes'
comunicarse en su divinidad al hombre, llamado a ser en el mundo creado su
imagen y semejanza; lo elige 'antes', en su Hijo eterno y de su misma
naturaleza, a participar en su filiación (mediante la gracia) y sólo
'después' ('a su vez') quiere la creación, quiere el mundo, al cual
pertenece el hombre. De este modo el misterio de la predestinación entra en
cierto sentido 'orgánicamente' en todo el plan de la Divina Providencia. La
revelación de este designio descubre ante nosotros la perspectiva del reino
de Dios y nos conduce hasta el corazón mismo de este reino, donde
descubrimos el fin último de la creación.
5. Leemos justamente en la Carta a los Colosenses: 'Damos gracias a Dios
Padre, que os ha hecho capaces de participar de la herencia de los santos en
la luz. El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al
reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de
los pecados' (Col 1, 12-14). El reino de Dios, en el plan eterno de Dios Uno
y Trino, es el reino del 'Hijo en su amor', precisamente, porque por obra
suya se ha cumplido la 'redención' y 'la remisión de los pecados'. Las
palabras del Apóstol aluden también al 'pecado' del hombre. La
predestinación, es decir, la adopción a ser hijos en el Hijo eterno, se
opera, por tanto, no sólo en relación con la Creación del mundo y del hombre
en el mundo, sino en relación a la Redención realizada por el Hijo. La
Redención se convierte en expresión de la Providencia, esto es, del gobierno
solícito que Dios ejerce especialmente en relación con las criaturas dotadas
de libertad.
6. En la Carta a los Colosenses encontramos que la verdad de la
'predestinación' en Cristo está estrechamente ligada con la verdad de la
'creación en Cristo'. 'El -escribe el Apóstol- es la imagen de Dios
invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas
las cosas' (Col 1, 15-16). Así pues, el mundo creado en Cristo, Hijo eterno,
desde el principio lleva en sí, como primer don de la Providencia, la
llamada, más aun, la prenda de la predestinación en Cristo, al que se une,
como cumplimiento de la salvación escatológica definitiva, y antes que nada
del hombre, fin del mundo. 'Y plugo al Padre que con El habitase toda la
plenitud' (Col.1, 19). El cumplimiento de la finalidad del mundo y
concretamente del hombre, acontece precisamente por obra de esta plenitud
que hay en Cristo. Cristo es la plenitud. En El se cumple en cierto sentido
aquella finalidad del mundo, según la cual la Providencia Divina custodia y
gobierna las cosas del mundo y, especialmente, al hombre en el mundo, su
vida, su historia.
7. Comprendemos así otro aspecto fundamental de la Divina Providencia: su
finalidad salvífica. Dios de hecho 'quiere que todos los hombres sean salvos
y vengan al conocimiento de la verdad' (1 Tim 2, 4). En esta perspectiva, es
preciso ensanchar cierta concepción naturalística de la Providencia,
limitada al buen gobierno de la naturaleza física o incluso del
comportamiento moral natural. En realidad, la Providencia Divina se
manifiesta en la consecución de las finalidades que corresponden al plan
eterno de la salvación. En este proceso, gracias a la plenitud de Cristo, en
El y por medio de El, ha sido vencido también el pecado, que se opone
esencialmente a la finalidad salvífica del mundo, al definitivo cumplimiento
que el mundo y el hombre encuentran en Dios.
Hablando de la plenitud que se ha asentado en Cristo, el Apóstol proclama:
'Y plugo al Padre que en El habitase toda la plenitud y por El reconciliar
consigo todas las cosas, pacificando con la sangre de su cruz así l as de la
tierra como las del cielo' (Col 1, 19-20).
8. Sobre el fondo de estas reflexiones, tomadas de las Cartas de San Pablo,
resulta más comprensible la exhortación de Cristo a propósito de la
Providencia del Padre que todo lo abarca (Cfr. Mt 6, 23-24; Lc 12, 22-31),
cuando dice: 'Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo
eso se os dará por añadidura' (Mt 6, 33; cfr. Lc 12, 31). Con este 'primero'
Jesús trata de indicar lo que Dios mismo quiere 'primero': lo que es su
intención primera en la creación del mundo, y también el fin último del
propio mundo: 'el reino de Dios y su justicia' (la justicia de Dios). El
mundo entero ha sido creado con miras a este reino, a fin de que se realice
en el hombre y en su historia. Para que por medio de este 'reino' y de esta
'justicia' se cumpla aquella eterna predestinación que el mundo y el hombre
tienen en Cristo.
9. A esta visión paulina de la predestinación corresponde lo que escribe San
Pedro:
'Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran
misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, que os está reservada en los cielos, a los que
por el poder de Dios habéis sido guardados, mediante la fe, para la
salvación que está predispuesta a manifestarse en el tiempo oportuno' (1 Pe
1, 3-5).
Verdaderamente 'sea alabado Dios' que nos revela cómo su Providencia es su
incansable, su solícita intervención para nuestra salvación. Ella es
infatigable en su acción hasta que alcancemos 'el tiempo oportuno', cuando
'la predestinación en Cristo' de los inicios se realice definitivamente 'por
la resurrección de Jesucristo', que es 'el Alfa y la Omega' de nuestro
destino humano' (Ap 1, 8).
Problema del
mal y del sufrimiento (4.VI.86)
1. Tomamos el texto de la Primera Carta de San Pedro, al que nos hemos
referido al terminar la catequesis anterior:
'Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran
misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, que os está reservada en los cielos' (1 Pe 1,
3-4).
Poco más adelante el mismo Apóstol tiene una afirmación iluminadora y
consoladora a la vez:
'Por lo cual exultáis, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco en las
diversas tentaciones, para que vuestra fe probada, más preciosa que el oro
que se corrompe, aunque acrisolado por el fuego' (1 Ped 1, 6-7).
De la lectura de este texto se concluye ya que la verdad revelada sobre la
'predestinación' del mundo creado y sobre todo el hombre en Cristo
(praedestinatio in Christo) constituye el fundamento principal e
indispensable de las reflexiones que tratamos de proponer sobre el tema de
la relación entre la Providencia Divina y la realidad del mal y del
sufrimiento presente bajo tantas formas en la vida humana.
2. Constituye esto para muchos la dificultad principal para aceptar la
verdad de la Providencia Divina. En algunos casos, esta dificultad asume una
forma radical, cuando incluso se acusa a Dios del mal y del sufrimiento
presentes en el mundo llegando hasta rechazar la verdad misma de Dios y de
su existencia (esto es, hasta el ateísmo). De modo menos radical y sin
embargo inquietante, esta dificultad se expresa en tantos interrogantes
críticos que el hombre plantea a Dios. La duda, la pregunta e incluso la
protesta nacen de la dificultad de conciliar entre sí la verdad de la
Providencia Divina, de la paterna solicitud de Dios hacia el mundo creado, y
la realidad del mal y del sufrimiento experimentado en formas diversas por
los hombres.
Podemos decir que la visión de la realidad del mal y del sufrimiento está
presente con toda su plenitud en las páginas de la Sagrada Escritura.
Podemos afirmar que la Biblia es, ante todo, un gran libro sobre el
sufrimiento: éste entra de lleno en el ámbito de las cosas que Dios quiere
decir a la humanidad 'muchas vecespor ministerio de los profetas últimamente
nos habló por su Hijo' (Heb 1, 1): entra en el contexto de la
autorrevelación de Dios y en el contexto del Evangelio; o sea, de la Buena
Nueva de la salvación. Por eso el único método adecuado para encontrar una
respuesta al interrogante sobre el mal y el sufrimiento en el mundo es
buscar en el contexto de la revelación que nos ofrece la palabra de Dios.
3. Debemos antes que nada llegar a un acuerdo sobre el mal y el sufrimiento.
Este es en sí mismo multiforme. Generalmente se distinguen el mal en sentido
físico del mal en sentido moral. El mal moral se distingue del físico sobre
todo por comportar culpabilidad, por depender de la libre voluntad del
hombre y es siempre un mal de naturaleza espiritual. Se distingue del mal
físico, porque este último no incluye necesariamente y de modo directo la
voluntad del hombre, si bien esto no significa que no pueda estar causado
por el hombre y ser efecto de su culpa.
El mal físico causado por el hombre, a veces sólo por ignorancia o falta
de cautela, a veces por descuido de las precauciones oportunas o incluso por
acciones inoportunas o dañosas, presenta muchas formas. Pero hay que añadir
que existen en el mundo muchos casos de mal físico que suceden
independientemente del hombre. Baste recordar, p.e., los desastres o
calamidades naturales, al igual que todas las formas de disminución física o
de enfermedades somáticas o psicológicas, de las que el hombre no es
culpable.
4. El sufrimiento nace en el hombre de la experiencia de estas múltiples
formas del mal. En cierto modo, el sufrimiento puede darse también en los
animales, en cuanto son seres dotados de sentidos y de relativa
sensibilidad, pero en el hombre el sufrimiento alcanza la dimensión propia
de las facultades espirituales que posee. Puede decirse que en el hombre se
interioriza el sufrimiento, se hace consciente y se experimenta en toda la
dimensión de su ser y de sus capacidades de acción y reacción, de
receptividad y rechazo; es una experiencia terrible, ante la cual,
especialmente cuando es sin culpa, el hombre plantea aquellos difíciles,
atormentados y dramáticos interrogantes, que constituyen a veces una
denuncia, otras un desafío, o un grito de rechazo de Dios y de su
Providencia.
Son preguntas y problemas que se pueden resumir así: ¿cómo conciliar el mal
y el sufrimiento con la solicitud paterna, llena de amor, que Jesucristo
atribuye a Dios en el Evangelio? ¿Cómo conciliarlas con la transcendente
sabiduría del Creador?. Y de una manera aún más dialéctica: ¿podemos de cara
a toda la experiencia del mal que hay en el mundo, especialmente de cara al
sufrimiento de los inocentes, decir que Dios no quiere el mal?. Y si lo
quiere, ¿cómo podemos creer que 'Dios es amor', y tanto más que este amor no
puede no ser omnipotente?.
5. Ante estas preguntas, nosotros también como Job, sentimos qué difícil es
dar una respuesta. La buscamos no en nosotros sino, con humildad y
confianza, en la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento encontramos ya la
afirmación vibrante y significativa: ' pero la maldad no triunfa de la
sabiduría. Se extiende poderosa del uno al otro extremo y lo gobierna todo
con suavidad' (Sab 7, 30-8, 1).
Frente a las multiformes experiencias del mal y del sufrimiento en el mundo,
ya el Antiguo Testamento testimoniaba el primado de la Sabiduría y de la
bondad de Dios, de su Providencia Divina. Esta actitud se perfila y
desarrolla en el Libro de Job, que se dedica enteramente al tema del mal y
del dolor vistos como una prueba a veces tremenda para el justo, pero
superada con la certeza, laboriosamente alcanzada, de que Dios es bueno.
En este texto captamos la conciencia del límite y de la caducidad de las
cosas creadas, por la cual algunas formas del 'mal' físico (debidas a falta
o limitación de bien) pertenecen a la propia estructura de los seres
creados, que, por su misma naturaleza, son contingentes y pasajeros, y por
tanto corruptibles. Sabemos además que los seres materiales están en
estrecha relación de interdependencia, según lo expresa el antiguo axioma:
'La muerte de uno es la vida del otro' ('corruptio unius est generatio
alterius').
Así pues, en cierta medida, también la muerte sirve a la vida. Esta ley
concierne también al hombre como ser animal al mismo tiempo que espiritual,
mortal e inmortal. A este propósito, las palabras de San Pablo descubren,
sin embargo, horizontes muy amplios: ' mientras nuestro hombre exterior se
corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día' (2 Cor 4, 16). Y
también: 'Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso
eterno de gloria incalculable' (Ib. 17).
6. La afirmación de la Sagrada Escritura: 'la maldad no triunfa de la
Sabiduría' refuerza nuestra convicción de que, en el plano providencial del
Creador respecto del mundo, el mal en definitiva está subordinado al bien.
Además, en el contexto de la verdad integral sobre la Providencia Divina,
nos ayuda a comprender mejor las dos afirmaciones: 'Dios no quiere el mal
como tal' y 'Dios permite el mal'. A propósito de la primera es oportuno
recordar las palabras del Libro de la Sabiduría: ' Dios no hizo la muerte ni
se goza en la pérdida de los vivientes. Pues El creó todas las cosas para la
existencia' (Sab 1, 13-14).
En cuanto a la permisión del mal en el orden físico, por ejemplo, de cara al
hecho de que los seres materiales (entre ellos también el cuerpo humano)
sean corruptibles y sufran la muerte, es necesario decir que ello pertenece
a la estructura de estas criaturas. Por otra parte, sería difícilmente
pensable, en el estado actual del mundo material, el ilimitado subsistir de
todo ser corporal individual. Podemos, pues, comprender que, si 'Dios no ha
creado la muerte', según afirma el Libro de la Sabiduría, sin embargo la
permite con miras al bien global del cosmos material.
7. Pero si se trata del mal moral, esto es, del pecado y de la culpa en sus
diversas formas y consecuencias, incluso en el orden físico, este mal decida
y absolutamente Dios no lo quiere. El mal moral es radicalmente contrario a
la voluntad de Dios. Si este mal está presente en la historia del hombre y
del mundo, y a veces de forma totalmente opresiva, si en cierto sentido
tiene su propia historia, esto sólo está permitido por la Divina
Providencia, porque Dios quiere que en el mundo creado haya libertad.
La existencia de la libertad creada (y por consiguiente del hombre, e
incluso la existencia de los espíritus puros como los ángeles, de los que
hablaremos en otra ocasión) es indispensable para aquella plenitud del bien
que Dios quiere realizar en la creación, la existencia de los seres libres
es para El un valor más importante y fundamental que el hecho de que
aquellos seres abusen de la propia libertad contra el Creador y que, por
eso, la libertad pueda llevar al mal moral.
Indudablemente es grande la luz que recibimos de la razón y de la revelación
en relación con el misterio de la Divina Providencia que, aun no queriendo
el mal, lo tolera en vista de un bien mayor. La luz definitiva, sin embargo,
sólo puede venir de la cruz victoriosa de Cristo.
Jesús,
respuesta al problema del mal (11.VI.86)
1. En la catequesis anterior afrontamos el interrogante del hombre de todas
las épocas sobre la Providencia Divina, ante la realidad del mal y del
sufrimiento. La Palabra de Dios afirma de forma clara y perentoria que 'la
maldad no triunfa contra la sabiduría (de Dios)'(Sab 7, 30) y que Dios
permite el mal en el mundo con fines más elevados, pero no quiere ese mal.
Hoy deseamos ponernos en actitud de escuchar a Jesucristo, quien en el
contexto del misterio pascual, ofrece la respuesta plena y completa a ese
atormentador interrogante.
Reflexionemos antes de nada sobre el hecho que San Pablo anuncia: Cristo
crucificado como 'poder y sabiduría de Dios' (1 Cor 1, 24) en quien se
ofrece la salvación a los creyentes. Ciertamente el suyo es un poder
admirable, pues se manifiesta en la debilidad y el anonadamiento de la
pasión y de la muerte en la cruz. Y es además una sabiduría excelsa,
desconocida fuera de la Revelación divina.
En el plan eterno de Dios y en su acción providencial en la historia del
hombre, todo mal, y de forma especial el mal moral -el pecado- es sometido
al bien de la redención y de la salvación precisamente mediante la cruz y la
resurrección de Cristo. Se puede afirmar que, en El, Dios saca bien del mal.
Lo saca, en cierto sentido, del mismo mal que supone el pecado, que fue
causa del sufrimiento del Cordero inmaculado y de su terrible muerte en la
cruz como victima inocente por los pecados del mundo. La liturgia de la
Iglesia no duda en hablar, en este sentido, de la 'felix culpa' (Cfr.
Exultet de la Liturgia de la Vigilia Pascual).
2. Así pues, a la pregunta sobre, cómo conciliar el mal y el sufrimiento con
la verdad de la Providencia Divina, no se puede ofrecer una respuesta
definitiva sin hacer referencia a Cristo. Efectivamente, por una parte,
Cristo -el Verbo encarnado- confirma con su propia vida -en la pobreza, la
humillación y la fatiga- y especialmente con su pasión y muerte, que Dios
está al lado del hombre en su sufrimiento; más aún, que El mismo toma sobre
Sí el sufrimiento multiforme de la existencia terrena del hombre. Jesús
revela al mismo tiempo que este sufrimiento posee un valor y un poder
redentor y salvífico, que en él se prepara esa herencia que no se corrompe,
de la que habla San Pedro en su primera Carta: 'la herencia que está
reservada para nosotros en los cielos' (1 Pe 1, 4).
La verdad de la Providencia adquiere así mediante 'el poder y la sabiduría'
de la Cruz de Cristo su sentido escatológico definitivo. La respuesta
definitiva a la pregunta sobre la presencia del mal y del sufrimiento en la
existencia terrena del hombre la ofrece la Revelación divina en la
perspectiva de la 'predestinación de Cristo', es decir, en la perspectiva de
la vocación del hombre y la vida eterna, a la participación en la vida del
mismo Dios. Esta es precisamente la respuesta que ha ofrecido Cristo,
confirmándola con su cruz y con su resurrección.
3. De este modo, todo, incluso el mal y el sufrimiento presente en el mundo
creado, y especialmente en la historia del hombre, se somete a esa sabiduría
inescrutable, sobre la cual exclama San Pablo, como transfigurado: '¡Oh
profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
inescrutables son sus juicios e insoldables sus caminos!' (Rom 11, 33). En
todo el contexto salvífico, ella es de hecho la 'sabiduría contra la cual no
puede triunfar la maldad' (Sab 7, 30). Es una sabiduría llena de amor, pues
'tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo' (Jn 3, 16).
4. Precisamente de esta sabiduría, rica en amor compasivo hacia el hombre
que sufre, tratan los escritos apostólicos para ayudar a los fieles
atribulados a reconocer el paso de la gracia de Dios. Así, San Pedro escribe
a los cristianos de la primera generación: 'Exultad por ello, aunque ahora
tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones' (1 Pe 1, 6).
Y añade: 'para que vuestra fe, probada, más preciosa que el oro, que se
corrompe aunque acrisolado por el fuego, aparezca digna de alabanza, gloria
y honor en la revelación de Jesucristo' (1 Pe 1, 7).
Estas últimas palabras se refieren al Antiguo Testamento, y en especial al
libro del Eclesiástico, en el que leemos: 'Pues el oro se prueba en el
fuego, y los hombres gratos a Dios, en el crisol de la humillación' (Sir 2,
5). Pedro, tomando el mismo tema de la prueba, continúa en su Carta: 'Antes
habéis de alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de
Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis su gozo' (1 Pe. 4,
13).
5. De forma análoga se expresa el Apóstol Santiago cuando exhorta a los
cristianos a afrontar las pruebas con alegría y paciencia: 'Tened, hermanos
míos, por sumo gozo, veros rodeados de diversas tentaciones, considerando
que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. Más tenga obra perfecta
la paciencia, para que seáis perfectos y cumplidos' (Sant 1, 2-4). Por
último, San Pablo, en la Carta a los Romanos, compara los sufrimientos
humanos y cósmicos con una especia de 'dolores de parto' de toda la
creación, subrayando los 'gemidos', de quienes poseen las 'primicias' del
Espíritu y esperan la plenitud de la adopción, es decir, 'la redención de
nuestro cuerpo' (Cfr. Rom 8, 22-23). Pero añade: 'Ahora bien, sabemos que
Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman' (Ib.
28), y más adelante, '¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el
peligro, la espada?' (Ib. 35), concluyendo al fin: 'Porque estoy persuadido
que ni muerte ni vida ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de
Dios (manifestado) en Cristo Jesús, nuestro Señor' (Ib. 38-39).
Junto a la paternidad de Dios, que se manifiesta mediante la Providencia
Divina, aparece también la pedagogía de Dios: 'Sufrís en orden a vuestra
corrección (paideia, es decir educación). Como con hijos se porta Dios con
vosotros; pues, ¿qué hijo hay a quien su padre no le corrija (eduque)? Dios,
mirando a nuestro provecho, nos corrige para hacernos participantes de su
santidad' (Heb 12, 7.10).
6. Así, pues, visto con los ojos de la fe, el sufrimiento, si bien puede
presentarse como el aspecto más oscuro del destino del hombre en la tierra,
permite transparentar el misterio de la Divina Providencia, contenido en la
revelación de Cristo, y de un modo especial en la cruz y en su resurrección.
Indudablemente, puede seguir ocurriendo que, planteándose los antiguos
interrogantes sobre el mal y sobre el sufrimiento en un mundo nuevo creado
por Dios, el hombre no encuentre una respuesta inmediata, sobre todo si no
posee una fe viva en el misterio pascual de Jesucristo. Pero gradualmente y
con la ayuda de la fe alimentada por la oración se descubre el verdadero
sentido del sufrimiento que cada cual experimenta en su propia vida.
Se trata de un descubrimiento que depende de la palabra de la divina
revelación y de la 'palabra de la cruz' (Cfr. 1 Cor 1, 18) de Cristo, que es
'el poder y la sabiduría de Dios' (Ib. 24). Como dice el Conc. Vaticano II:
'Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que
fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad' (Gaudium et spes
22). Si descubrimos mediante la fe este poder y esta 'sabiduría', nos
encontramos en las sendas salvadoras de la Divina Providencia. Se confirma
entonces el sentido de las palabras del Salmista: 'El Señor es mi Pastor
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque Tú vas conmigo' (Sal 22,
1.4). La Providencia se revela así como el caminar de Dios junto al hombre.
7. Concluyendo: la verdad sobre la Providencia, que está íntimamente unida
al misterio de la creación, debe comprenderse de una forma orgánica, en la
verdad de la Providencia entran la revelación de la 'Predestinación'
(praedestinatio) del hombre y del mundo en Cristo, la revelación de la
entera economía de la salvación y su realización en la historia. La verdad
de la Providencia Divina se halla también estrechamente unida a la verdad
del reino de Dios, y por esta razón tienen una importancia fundamental las
palabras pronunciadas por Cristo en su enseñanza sobre la Providencia:
'Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo eso se os dará por
añadidura'.
La verdad referente a la Divina Providencia, es decir, al gobierno
transcendente de Dios sobre el mundo creado se hace comprensible a la luz de
la verdad sobre el reino de Dios, sobre ese reino que Dios proyectó desde
siempre realizar en el mundo creado gracias a la 'predestinación en Cristo',
que fue 'engendrado antes de toda criatura' (Col 1, 15).
Providencia de Dios y dominio del mundo por el hombre (18.VI.86)
1. La verdad sobre la Divina Providencia aparece como el punto de
convergencia de tantas verdades contenidas en la afirmación: 'Creo en Dios
Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra'. Por su riqueza y
continua actualidad había de ocuparse de esta verdad todo el magisterio del
Concilio Vaticano II, que lo hizo de modo excelente. Efectivamente, en
muchos documentos conciliares encontramos una referencia apropiada a esta
verdad de fe, que está presente de un modo particular en la Constitución
Gaudium et spes. Ponerlo de relieve significa hacer una recapitulación
actual de las catequesis precedentes sobre la Divina Providencia.
2. Como es sabido, la Constitución Gaudium et spes afronta el tema; La
Iglesia y el mundo actual. Sin embargo, desde los primeros párrafos se ve
claramente que tratar este tema sobre la base del magisterio de la Iglesia
no es posible sin remontarse a la verdad revelada sobre la relación de Dios
con el mundo, y en definitiva a la verdad de la Providencia Divina.
Leemos pues: 'El mundo que el Concilio tiene presente es el de todos los
hombres; el mundo que los cristianos creen fundado y conservado por el amor
del Creador, mundo esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado
por Cristo crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que se
transforma según el propósito divino y llegue a su consumación' (Gaudium et
spes 2).
Esta 'descripción' afecta a toda la doctrina de la Providencia, entendida
bien como plan eterno de Dios en la creación, bien como realización de este
plan en la historia, bien como sentido salvífico y escatológico del
universo, y especialmente del mundo humano según la 'predestinación en
Cristo', centro y quicio de todas las cosas. En este sentido se toma con
otros términos la afirmación dogmática del Conc. Vaticano I: 'Todo lo que
Dios ha creado lo conserva y lo dirige con su Providencia 'extendiéndose de
un confín a otro con poder y gobernando con suavidad todas las cosas'.
'Todas las cosas están desnudas y descubiertas ante sus ojos' incluso las
que existirán por libre iniciativa de las criaturas' (Cons. Dei Filius). Más
especificamente, desde el punto de partida, la Gaudium et spes enfoca una
cuestión relativa a nuestro tema e interesante para el hombre de hoy: cómo
se compaginan el 'crecimiento' del reino de Dios y el desarrollo (evolución)
del mundo. Sigamos ahora las grandes lineas de tal exposición, puntualizando
las afirmaciones principales.
3. En el mundo visible el protagonista del desarrollo histórico y cultural
es el hombre. Creado a imagen y semejanza de Dios, conservado por El en su
ser y guiado con amor paterno en la tarea de 'dominar' las demás criaturas,
el hombre, en cierto sentido, es, para sí mismo, 'providencia'. 'La
actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos
realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores
condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de
Dios: creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el
mundo en justicia y santidad, sometiendo así la tierra y cuanto en ella se
contiene y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero,
reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de
todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo'
(Gaudium et spes 34).
Con anterioridad, el mismo documento conciliar había dicho: 'No se equivoca
el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al
considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo
de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo
entero, a estas profundidades retorna cuando entra dentro de su corazón
donde Dios aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente
bajo la mirada de Dios, decide su propio destino' (Gaudium et spes 14).
4. El desarrollo del mundo hacia órdenes económicos y culturales que
responden cada vez más a las exigencias integrales del hombre es una tarea
que entra de lleno en la vocación del mismo hombre a dominar la tierra. Por
eso también los éxitos reales de la actual civilización científica y
técnica, así como los de la cultura humanística y los de la 'sabiduría' de
todos los siglos, entran en el ámbito de la 'providencia' de la que el
hombre participa por actuación del designio de Dios sobre el mundo.
Bajo esta luz el Concilio ve y reconoce el valor y la función de la cultura
y del trabajo de nuestro tiempo. Efectivamente, en la Constitución Gaudium
et spes se describe la nueva condición cultural y social de la humanidad con
sus notas distintivas y sus posibilidades de avance tan rápido que suscita
estupor y esperanza (Cfr. Gaudium et spes 53-54). El Concilio no duda en dar
testimonio de los admirables éxitos del hombre reconduciéndolos al marco del
designio y mandato de Dios y uniéndose además con el Evangelio de
fraternidad predicado por Cristo: 'En efecto, el hombre, cuando con sus
manos o ayudándose de los recursos técnicos cultiva la tierra para que
produzca frutos y llegue a ser una morada digna de toda la familia humana, y
cuando conscientemente interviene en la vida de los grupos sociales, sigue
el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los
tiempos: somete la tierra y perfecciona la creación al mismo tiempo que se
perfecciona a sí mismo. Más aún, obedece al gran mandamiento de Cristo de
entregarse al servicio de sus hermanos' (Gaudium et spes 57; cfr.63).
5. El Concilio no cierra tampoco los ojos a los enormes problemas
concernientes al desarrollo del hombre de hoy, tanto en su dimensión de
persona como de comunidad. Sería una ilusión creer poderlos ignorar, como
sería un error plantearnos de forma impropia o insuficiente, pretendiendo
absurdamente hacer menospreciar la referencia necesaria a la Providencia y a
la voluntad de Dios. Dice el Concilio: 'En nuestros días, el género humano,
admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con
frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo,
sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de
sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las
cosas y de la humanidad' (Gaudium et spes 3). Y explica: 'Como ocurre en
casos de crecimiento repentino, esta transformación trae consigo no leves
dificultades.
Así, mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre
consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer con profundidad creciente
su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca
de sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la vida social y duda
sobre la orientación que a ésta se debe dar' (Gaudium et spes 4). El
Concilio habla expresamente de 'contradicciones y desequilibrios' generados
por una 'evolución rápida y realizada desordenadamente' en condiciones
socioeconómicas, en las costumbres, en la cultura, como también en el
pensamiento y en la conciencia del hombre, en la familia, en las relaciones
sociales, en las relaciones entre los grupos, las comunidades y las
naciones, con consiguientes 'desconfianzas y enemistades, conflictos y
anarquías, de las que el mismo hombre es a la vez causa y victima' (Cfr.
Gaudium et spes 8-10).
Y finalmente el Concilio llega a la raíz cuando afirma: 'Los desequilibrios
que fatigan al hombre moderno están conectados con ese otro desequilibrio
fundamental que hunde sus raíces en el corazón del hombre' (Gaudium et spes
10).
6. Ante esta situación del hombre en el mundo de hoy, aparece totalmente
injustificada la mentalidad según la cual el 'dominio' que él se atribuye es
absoluto y radical, y puede realizarse en una total ausencia de referencia a
la Divina Providencia. Es una vana y peligrosa ilusión construir la propia
vida y hacer del mundo el reino de la propia felicidad exclusivamente con
las propias fuerzas. Es la gran tentación en la que ha caído el hombre
moderno, olvidando que las leyes de la naturaleza condicionan también la
civilización industrial y post-industrial (Cfr. Gaudium et spes 26-27).
Pero es fácil ceder al deslumbramiento de una pretendida autosuficiencia en
el progresivo 'dominio' de las fuerzas de la naturaleza, hasta olvidarse de
Dios o ponerse en su lugar. Hoy esta pretensión llega a algunos ambientes en
forma de manipulación biológica, genética, psicológica que si no está regida
por criterios de la ley moral (y consiguientemente orientada al reino de
Dios) puede convertirse en el predominio del hombre sobre el hombre, con
consecuencias trágicamente funestas.
El Concilio, reconociendo al hombre de hoy su grandeza, pero también su
limitación, en la legítima autonomía de las cosas creadas (Cfr. Gaudium et
spes 36), le ha recordado la verdad de la Divina Providencia que viene al
encuentro del hombre para asistirle y ayudarle. En esta relación con Dios
Padre, Creador y Providente, el hombre puede redescubrir continuamente el
fundamento de su salvación.
Relaciones entre el Reino de Dios y el progreso del mundo (25.VI.86)
1. Como en la anterior catequesis, hoy también trataremos abundantemente de
las reflexiones que el Concilio Vaticano II dedicó al tema de la condición
histórica del hombre de hoy, el cual por una parte es enviado por Dios a
dominar y someter lo creado, y por otra él mismo es sujeto, en cuanto
criatura, de la amorosa presencia de Dios Padre, Creador y Providente.
El hombre, hoy más que en cualquier otro tiempo, es particularmente sensible
a la grandeza y autonomía de su tarea de investigador y dominador de las
fuerzas de la naturaleza.
Sin embargo hay que hacer notar que existe un grave obstáculo en el
desarrollo y en el progreso del mundo. Este está constituido por el pecado y
por la cerrazón que supone, es decir, por el mal moral. De esta situación da
amplia cuenta la Constitución conciliar Gaudium et spes.
Reflexiona pues el Concilio: 'Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin
embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia,
abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su
propio fin al margen de Dios' (Gaudium et spes 13). Por eso, como
consecuencia inevitable, 'el progreso humano, altamente beneficioso para el
hombre, también encierra sin embargo una gran tentación; pues los individuos
y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el
bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace
que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el
poder acrecido de la humanidad está amenazado con destruir al propio género
humano' (Gaudium et spes 37).
El hombre moderno es justamente consciente de su propio papel, pero 'si
autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es
independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al
Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad de estas
palabras. La criatura sin el Creador se esfuma Más aún, por el olvido de
Dios, la propia criatura queda oscurecida' (Gaudium et spes 36).
2. Recordemos primero un texto que nos hace captar la 'otra dimensión' de la
evolución histórica del mundo, a la que se refiere siempre el Concilio. Dice
la Constitución: 'El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el
curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta
evolución' (Gaudium et spes 26). Superar el mal es al mismo tiempo querer el
progreso moral del hombre, por el que su dignidad queda salvaguardada, y dar
una respuesta a las exigencias esenciales de un mundo 'más humano'. En esta
perspectiva, el reino de Dios que se va desarrollando en la historia,
encuentra en cierto modo su 'materia' y los signos de su presencia eficaz.
El Concilio Vaticano II ha puesto el acento con mucha claridad en el
significado ético de la evolución, mostrando cómo el ideal ético de un mundo
'más humano' es compatible con la enseñanza del Evangelio. Y aun
distinguiendo con precisión el desarrollo del mundo de la historia de la
salvación, intenta al mismo tiempo poner de relieve en toda su plenitud los
lazos que existen entre ellos: 'Por ello, aunque hay que distinguir
cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin
embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad
humana, interesa en gran medida al reino de Dios.
Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en
una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro
esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del
Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda
mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre 'el
reino eterno y universal'; reino de verdad y de vida; reino de santidad y
gracia; reino de justicia, amor y paz. El reino está ya misteriosamente en
nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará la perfección' (Gaudium
et spes 39).
3. El Concilio afirma el convencimiento de los creyentes cuando proclama que
'la Iglesia reconoce cuanto de bueno se haya en el actual dinamismo social:
sobre todo la evolución hacia la unidad, el proceso de una sana
socialización y una solidaridad civil y económica. La promoción de la unidad
concuerda con la misión íntima de la Iglesia, ya que ella es 'en Cristo como
sacramento o señal e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad
de todo el género humano' Pues las energías que la Iglesia puede comunicar a
la actual sociedad humana radican en esa fe y en esa caridad, aplicadas a la
vida práctica. No radican en el mero dominio exterior ejercido con medios
puramente humanos' (Gaudium et spes 42). Por este motivo se crea un profundo
lazo y finalmente una elemental identidad entre los principales sectores de
la historia y de la evolución del 'mundo' y la historia de la salvación. El
plan de la salvación hunde sus raíces en las aspiraciones más reales y en
las finalidades de los hombres y de la humanidad. También la redención está
continuamente dirigida al hombre y hacia la humanidad 'en el mundo'. Y la
Iglesia se encuentra siempre con el 'mundo' en el ámbito de las aspiraciones
y finalidades del hombre-humanidad. De igual modo la historia de la
salvación transcurre en el cauce de la historia del mundo, considerándolo en
cierto modo como propio. Y viceversa: las verdaderas conquistas del hombre y
de la humanidad, auténticas victorias en la historia del mundo, son también
'el substrato' del reino de Dios en la tierra' (K.Wojtyla, Alle fonti del
rinovamento).
4. Leemos a este propósito en la Constitución Gaudium et spes: 'la actividad
humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre Tal
superación rectamente entendida es más importante que las riquezas
exteriores que puedan acumularse.
El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Así mismo, cuanto
llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un
planteamiento más humano en los problemas sociales, vale más que los
progresos técnicos Por tanto, esta es la norma de la actividad humana: que,
de acuerdo con los designios y voluntad divinos, se conforme al auténtico
bien del género humano y permita al hombre, como individuo y miembro de la
sociedad cultivar y realizar integramente su plena vocación' (Gaudium et
spes 35; cfr. también 59). Así continúa el mismo documento : 'El orden
social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo
sobre la justicia, vivificarlo por el amor; pero debe encontrar en la
libertad un equilibrio cada día más humano. Para cumplir todos estos
objetivos, hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas
reformas de la sociedad. El Espíritu de Dios, que con admirable providencia
guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a
esta evolución' (Gaudium et spes 26).
5. La adecuación a la guía y a la acción del Espíritu Santo en el desarrollo
de la historia acontece mediante la llamada continua y la respuesta
coherente y fiel a la voz de la conciencia: 'La fidelidad a esta conciencia
une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver
con acierto los numerosos problemas morales, que se presentan al individuo y
a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto
mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del
ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad'
(Gaudium et spes 16).
El Concilio recuerda con realismo la presencia en la efectiva condición
humana del obstáculo más radical al verdadero progreso del hombre y de la
humanidad: el mal moral, el pecado, como consecuencia del cual 'el hombre se
encuentra íntimamente dividido. Por eso, toda la vida humana, la individual
y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el
bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota
incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el
punto de sentirse como aherrojado entre cadenas' (Gaudium et spes 13). La
del hombre es una 'lucha que comenzó al principio del mundo y durará, como
dice el Señor (Cfr. Mt 24, 13; 13, 24-30, 36-43), hasta el último día.
Metido en esta batalla, el hombre ha de combatir sin parar para adherirse al
bien, y no puede conseguir su unidad interior sino a precio de grandes
fatigas, con la ayuda de la gracia de Dios' (Gaudium et spes 37).
6. Como conclusión podemos decir que, si el crecimiento del reino de Dios no
se identifica con la evolución del mundo, sin embargo es verdad que el reino
de Dios está en el mundo y antes que nada en el hombre, que vive y trabaja
en el mundo. El cristiano sabe que con su compromiso a favor del progreso de
la historia y con la ayuda de la gracia de Dios coopera al crecimiento del
reino, hasta el cumplimiento histórico y escatológico del designio de la
Divina Providencia.