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Tercer Catecismo del III Concilio Provincial de Lima

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Introducción  al III Catecimso

 

TERCERO CATECISMO

(Sermonario)

Lima, 1585

Para saltar al Sermón I

 

 

PROEMIO DE LOS SERMONES (p. 624)

[I] Del modo que se ha de tener en ensar y predicar a los Indios

La caridad cristiana, que obliga y constriñe (como dice el Apóstol) a que busquemos no a nosotros, sino a Jesucristo (2 Cor, 5, 11), enseña al que trata con pequeños que se haga pequeño, y huelgue antes de bajar y condescender con los bajos para ganarlos en Dios, que no de subirse en cosas altas para cobrar opinión de sabio (Rom. 53 12, 3). El mismo APÓSTOL SAN Pablo que dio el aviso, mostró en s1 admirablemente también el ejemplo: Facti sumes (dice escribiendo a los Tesalonicenses) parvuli in medio vestrum, tanquam si nutrix foveat filios suos, ita desiderantes vos, cupido volebamus tradere vobis non solum Evangeliurn Dei, sed etiam animas nostras (1 Tes. 2, 7-8). Por el símil que pone en sí del alma que cría declara escogidamente el oficio del predicador evangélico que él hacía a gente nueva y tier­na, y el que debe imitar cualquier ministro de Cristo celoso de la conversión y salud de los indios. Porque dejando aparte el afecto y ternura con que una ama trae colgada de sus pechos la cria­tura, y el no cansarse de sus niñeces e importunidades, envolviéndola y limpiándola, y acallándola y adormeciéndola, y dejando por mo­mentos lo que le da gusto, por acudir a su chicuelo: lo cual todo es un propio retrato de la caridad y paciencia, y perseverancia y longa­nimidad que las amas evangélicas, que son los que doctrinan gente nueva en la fe, han de tener si quieren que sus hijuelos espirituales no se les mueran (como dicen) mal logrados.

Mas en el particular de que hablamos, es cosa notable lo que SAN AGUSTIN, tratando la propia autoridad, advierte que es ver el lenguaje y plática que tienen las amas o madres con sus chiquillos de teta,   hablando aniñadamente y gorjeando con ellos. Y aun los hombres con canas, en siendo padres, no se empachan de parlar con sus hijuelos a su tono y repetirles "tayta" y "mama"; y, en efecto, hacerse niños con ellos: Num enim delectat (dice), nisi amor invitet, decurtata el mutilata verba immurmurare? El tamen optant homines habere infantes, quibus id exhibeant; el suavius est matri minuta mansa inspuere parvulo filio, quam ipsam mandere, et devorare grandiora (Aug. de Cat. rudibus, e. 12)[15].

Mas, de los que por imprudencia a los pequeños les dan más recio manjar de lo que sufre su tierna edad, y no les dan el trigo de 59  la doctrina conforme a su medida, como el Señor lo manda (Lc. 12, 26), de éstos dice SAN GREGORIO NACIANCENO que hacen notable daño con su predicación: Quidam (dice él) lactis alimonia opus habent, hoc est, simplici est rudimentaria doctrina, qui nimirum animi habitu­díne teneri sunt, nec virilem sermonis cibum ferunt, quem siquis ipsis praeter vires admoverit, eius pondere oporesis, atque obrutis pristinas etiam vires labe factabit (S. Greg. Naz. in Apolog.)[16].

Esto hacen los predicadores y maestros de la ley evangélica que, no teniendo la consideración que deben, mas excediendo de la capa­cidad y necesidad de los oyentes, se ponen a predicar a indios cosas 61         exquisitas o en estilo levantado, como si predicasen en alguna corte o universidad; y en lugar de hacer provecho hacen gran daño, porque ofuscan y confunden los cortos y tiernos entendimientos de los indios.

De esto también avisa SAN GREGORIO PAPA, exponiendo aquel verso de Job: Qui ligat aquas in nubibus suis, ut non erumpant pariter deor­sum (Jb. 26, 8). Donde declarando cómo los apóstoles y predicadores son nubes que llueven el agua de la doctrina celestial, dice: Curaverunt summopere redibus populis plana el capabilia, non summa atque ar­dua praedicare. Nam si scientiam sanctam, ut hauriebant corde, ita ore funderent, iminensitate eius auditores suos opprimerent, potius quam rigarent (Greg., Lib. 17, Mor., c. 14)[17].

Y no hay duda, sino que es ésta una de las causas de hacerse poco fruto, pues unos son como nubes estériles que llama la Escritu­ra, sin agua de ciencia y doctrina (Jud. 12); [y] otros por ostentación, en lugar de llover mansa lluvia que se empape en la tierra y fructifique, son como aguaceros que espantan y enturbian los flacos enten­dimientos. Hase, pues, de acomodar en todo a la capacidad de los oyentes el que quisiere hacer fruto con sus sermones y razonamientos.

 Y siendo (como son) los indias gente nueva y tierna en la doc­trina del Evangelio, y lo común de ellos no de altos y levan­tados entendimientos, ni enseñados en letras, es necesario, lo pri­mero, (p. 626) que la doctrina que se les enseña sea la esencial de nuestra fe, y la que es de necesidad saberla todos los cristianos. Esto llama el Apóstol "elementos", o "A.B.C." de la doctrina de Dios (Heb. 5, 12), como son las cosas que se contienen en el catecismo o cartilla. Porque tratar a indios de otras materias de la Sagrada Escritura, o de pun­tos delicados de teología, o de moralidades y figuras, como se hace con españoles, es cosa por ahora excusada y poco útil. Pues, semejan­te manjar sólido, y que ha menester dientes, es para hombres creci­dos en la religión cristiana y no para principiantes. Porque acaece que muchos indios después de haber oído largo tiempo sermones, si les preguntáis qué sienten de Cristo y de la otra vida, y si hay más que un Dios y cosas tales, que son el "A.B.C." cristiano, los halláis tan ignorantes, que ni aun el primer concepto de eso han formado: que cierto es un gran vituperio al cabo de tantos años de frecuentar la Iglesia y oír la Palabra de Dios.

* Lo segundo, no se debe enfadar el que enseria a indios de re­petirles con diversas ocasiones los principales puntos de la doctrina cristiana, para que los fijen en su memoria y les sean familiares. Eadem scribere, mihi quidem non pigrum, vobis autem necessarium, decía el Apóstol (Flp. 3, 1). Y así es en éstos, que como a discípulos rudos conviene inculcarles los puntos más esenciales de nuestra re­ligión, especial en los que ellos padecen más ignorancia, como es la 'unidad de un solo Dios; y que no se ha de adorar más de un Dios; que Jesucristo es Dios y hombre, y es único Salvador de los hombres; que por el pecado se pierde el cielo, y se condena para siempre el hombre; que para salir de pecado se ha de bautizar, o confesar enteramente; que Dios es Padre e Hijo y Espíritu Santo; que hay otra vida, y pena eterna para los malos, y gloria eterna para los buenos. Tales cosas como éstas, que son los fundamentos esenciales de nues­tra fe (y así los llama la Escritura) (Heb. 6, 1-2), es necesario con todas ocasiones repetirlos e inculcarlos a los indios hasta que estén muy enterados en ellos, y no lo sepan como a poco más o menos.

* El tercero aviso es del modo de proponer esta doctrina y ense­ñar nuestra fe: que sea llano, sencillo, claro y breve, cuanto se com­padezca con la claridad necesaria. Y, así, el estilo de sermones o pláticas para indios se requiere ser fácil y humilde, no alto ni levan­tado; las cláusulas no muy largas, ni de rodeo; el lenguaje no exqui­sito, ni términos afectados; y más a modo de quien platica entre compañeros, que no de quien declama en teatros. Finalmente, el que 73            enseña ha de tener presente el entendimiento del indio a quien ha­bla, y a su medida ha de cortar las razones, mirando que la garganta angosta se ahoga con bocados grandes. Esto advierte el sabio, cuando dice: Doctrina prudentium facilis (Pr. 14, 6).

*El cuarto aviso, y el más importante, es que de tal manera se 74         proponga la doctrina cristiana, que no sólo se perciba, sino que tam­bién se persuada. Y aunque ésta es propia obra del Espíritu Santo, cuyo es abrir los oídos del corazón y levantar el alma para que asien­ta a cosas que son sobre todo nuestro entendimiento, y no conformes a nuestro apetito, pero ayudan mucho las buenas razones y eficacia del que predica o enseña. Pues, aunque no podamos hacer evidencia de estos misterios (Sal. 92, 7), podremos bien mostrar que son muy creíbles y (lar satisfacción de nuestra fe, como dice la Escri­tura (1 Pe. 3, 15). Y así lo hacían los apóstoles cuando predicaban a los judíos y gentiles el Evangelio, aprovechándose con los unos de los testimonios de la Escritura que tenían, y con los otros de la buena razón y sentencias de sus sabios (Hch. 2, 14-36; 3, 11-26; 7, 1-53; 13, 16-52; 17, 22-34).

Mas, es de advertir que con los indios no sirven razones muy sutiles, ni les persuaden argumentos muy fundados. Lo que más les persuade son razones llanas y de su talle, y algunos símiles de cosa entre ellos usadas; ejemplos también de cosas que la Escritura cuen­ta; y, sobre todo, el descubrirles sus errores y mostrarles la burlería y falsedad que contienen, y desautorizar a sus maestros los hechice­ras declarando sus ignorancias, y embustes y malicias. Lo cual es muy fácil de hacer, como se tenga cuidado de saber de raíz sus ritos y supersticiones.

Últimamente por experiencia consta que estos indios (como los demás hombres) comúnmente más se persuaden y mueven por afec­tos que por razones. Y, así, importa en los sermones usar de cosas que provoquen y despierten el afecto, como apóstrofes, exclamaciones y otras figuras que enseña el arte oratoria, y mucho mejor la gracia del Espíritu Santo cuando arde el sentimiento del predicador evan­gélico. El Apóstol decía: Velle, apud vos esse modo, et mutare vocem meam (Gál. 4, 20). Porque, sin duda, aunque sus cartas te­nían mucha eficacia, era sin comparación mayor la de su pronuncia­ción y semblante con que daba un espíritu del cielo a todo cuanto decía. Y por esto aconseja tanto SAN AGUSTÍN que el predicador que desea imprimir la Palabra de Dios en otros por sermones, la imprima primero en sí por oración (Aug., Lib. 4 de Doctr. crist., c. 15)[18].

Y aunque esto es general a todos, pero muy especialmente se experimenta que los indios, como gente de suyo blanda, en sintiendo en el que les habla algún género de afecto, oyen y gustan y se mue­ven extrañamente. Porque ellos, entre sí mismos, en su lenguaje tie­nen tanto afecto en el decir, que parece a quien no les conoce pura afectación y melindre. Así que usar, a vueltas de la doctrina que se (p. 628) enseña, algunos afectos con que se provoquen a amar lo bueno y aborrecer lo malo, es negocio muy importante para el que hubiere de predicar a estos indios. Y todas estas advertencias, y otras que se ofrezcan, no las debe tener en poco el que desea ser obrero de almas y tratar dignamente el ministerio de la Palabra de Dios.

 

 

[II] Del intento de este "Tercero Catecismo" o "Sermones" sobre la doctrina cristiana, y del fruto que se puede sacar de ellos

Habiéndose, pues, tratado en el Sínodo Provincial, que se celebró en la Ciudad de los Reyes el año pasado de ochenta y tres, del catecismo y forma de enseñar la doctrina cristiana a los indios, pareci6 a los Prelados, y otras personas graves y expertas, que ultra del [fol. 5v] Catecismo Menor y Mayor que había de hacerse por modo de diá­logo de preguntas y respuestas, convenía mucho hacerse otra manera de Catecismo por modo de sermones o pláticas, que sirvan principalmente para los curas y predicadores de indios. Porque, así como el Catecismo Menor es para que todos los indios, por rudos que sean, lo sepan y tengan de memoria; y el Catecismo Mayor es para que los que son más capaces sepan más por entero los misterios de nuestra religión cristiana, y que para esto se recite y repita de coro cuando se juntan a la doctrina; así también es menester que esta misma doctrina se les propusiese a los indios en tal modo, que no sólo la percibiesen y formasen concepto de estas verdades cristianas, pero también se persuadiesen a creerlas y obrarlas como se requiere para ser salvos. Y para esto es necesario diferente estilo. Y ha de ser como sermón o plática del predicador, y tal que enserie y agrade y mueva a los oyentes, para que así reciban la doctrina de Dios y la guarden.

Y aunque durante el Concilio Provincial no se hizo este Tercero Catecismo, como los otros que el dicho Concilio aprobó y publicó, pero vista la intención de los Prelados y lo mucho que importaba, se procuró que quien por comisión del Sínodo había sacado los otros Ca­tecismos, hiciese también este Tercero, y con aprobación del Metro­politano se publicase para utilidad de los curas y sacerdotes que doctrinan indios o de nuevo predican el Evangelio a infieles.

Va, pues, toda la doctrina cristiana por medio de sermones, aco­modados a la capacidad de indios. Y conforme a los avisos que arriba se han dicho, hase tenido en cuenta de que la doctrina sea de cosas esenciales; y las que son más importantes se repitan muchas veces; y el estilo sea humilde y fácil, y razones llanas o símiles que persuadan lo que es contra errores o vicios más usados entre indios; y que la misma doctrina lleve alguna mezcla de exhortación y afecto. Y aunque esto no se haya hecho como era de desear, dáse siquiera ocasión para que se entienda cómo se ha de hacer.

Aunque la doctrina de los Sermones es la misma del Catecismo, no va todo por el mismo orden, mirando a la mayor comodidad para ser bien percibida. En los primeros Sermones se trata de los misterios de nuestra fe, poniendo primero los fundamentos y puntos más sus­tanciales; y después lo demás por modo de narración, que es el mejor modo de catequizar, como SAN AGUSTÍN enseña, y se ve por experien­cia; y aun por ejemplo de la ley escrita y evangélica, que en ambas se enseñan por narración e historia: la una en el Pentateuco, y la otra en los cuatro Evangelios. Después de la fe se trata de la penitencia interior. Después de los sacramentos, cuanto a los indios parece con­veniente. Tras esto, de los diez mandamientos y oración, tratando en particular de las costumbres cristianas y vicios contrarios más fami­liares a estas gentes. Al cabo, de los novísimos con que concluyen los misterios de nuestra fe, y se despierta la esperanza y amor para cumplir la ley de Dios. Que por todos son treinta y uno Sermones.

Pónese en cada Sermón la suma al principio, para que se noten los principales puntos de la doctrina cristiana. Hanse tradu­cido en las lenguas generales del Cuzco y Aymara, por los mismos que el Sínodo nombró para la traducción del Catecismo (aunque no todos), porque la ausencia y ocupaciones de algunos de ellos, no ha dado lugar a juntarse todos; ni hay tanta necesidad, pues los princi­pales términos son los mismos del Catecismo. Y estos Sermones no son cosa de obligación, como lo es el Catecismo, sino de pura voluntad del que quisiere aprovecharse de este trabajo; y así le queda lugar a cada uno a que predique la misma doctrina por el modo y palabras que mejor le pareciese.

Pueden aprovechar estos Sermones, lo primero, a los que son 9faltos de lengua o de letras, o de ambas cosas. Porque con tomarlos de memoria y predicarlos con buen afecto, podrá sin duda hacer gran fruto en los indios. Y si alguno tuviere esto por cosa impropia y ajena a la autoridad de un predicador, sepa que se usó así entre hombres muy sabios en la Iglesia Santa; y es parecer muy aprobado de SAN AGUSTÍN, el cual escribe al fin de los libros de Doctrina Cristiana así: Sunt sane quidam, qui bene pronuntiare Prossunt, quid autem pro­nuntient, excogitare non Prossunt. Quod si ab aliis sumant eloquenter sapienterque conscriptum mernoriaeque conimendent, et ad populum proferant, si eam personam gerunt, nort improbe faciunt. Sic enim, quod profecto utile est, multi praedicatores veritatis fiunt (Aug., Lib. 4 ele Doctr. crist., c. 29)[19]. Esto alaba SAN ACUSTIN. Y esto vemos que hoy día hacen los más de los predicadores, que predican por papeles (p. 630) y cartapacios de otros. Y si lo hacen con espíritu, no dejan de hacer mucho provecho. Así podrá ser éste como un breve Cartapacio o Sermonario de Indios.

Pueden también aprovechar para dar materia y ocasión a otros más hábiles y pláticas en la lengua. Porque le será fácil dilatar los mismos puntos, y tendrán patio de que sacar más ropa. Finalmente, aunque solamente se leyesen o recitasen, no dejarían de ser de pro­vecho a los indios, como lo son tratados o libros compuestos en latín o en romance, a los que los leen u oyen leer.

Sólo resta advertir y rogar a los que en letras y en lenguas vue­lan más alto, no desprecien a los pequeños, ni por tener hecho el gusto a viandas más delicadas, se enfaden de estas papitas de niños. Pues, no se han de mirar estos Sermones, sino como dichos a gente nueva en las cosas de Dios. Que si hay caridad y celo de su bien, cierto es que parecerán cosas muy nuevas y muy gustosas las que miradas en sí son ya tan trilladas y sabidas. Debemos tomar en esta parte el saludable y docto consejo del glorioso SAN AGUSTÍN, que es­cribe así: Si usitata, et parvulis congruentia, saepe repetere fastidimus, congruamus eis per fraternum, paternum, maternumque amorem, et copulatis cordi eorum etiam nobis, nova videbuntur (Aug., de Cat. rud., c. 12)[20].

El símil que trae a este propósito es galano. Cuando estamos hechos a ver un jardín o una pieza rica de nuestra casa, no sentimos mucho gusto en mirarla; mas si algún amigo o persona a quien mu­cho deseamos que agrade, se pone de nuevo a mirarla, es cosa cierta que con el gusto de que agrade al otro, a nosotros también nos le da muy particular mirarla y rodearla y mostrarla [fol. 7v] despacio. Así 104 ha de ser y es en los que tienen amor de la salud de los indios, que las cosas muy menudas y muy ordinarias de nuestra religión cristia­na se hacen nuevas y muy gustosas cuando las almas que Dios llama a su gracia de nuevo las oyen y gustan de ellas.

 

SERMON I. En que se declaran los primeros presupuestos de la fe. Es a saber: que hay otra vida adonde van nuestras almas, porque son inmortales; que Dios hizo al hombre para que goce de él, y porque es justo, a los buenos da descanso, y a los malos pena.

Hermanos míos muy amados, deseo enseñaras la verdadera ley de Dios, para que conociendo y amando el bien, salvéis vuestras al­mas. Oídme con atención, porque os va la vida en saber el camino del cielo. Y si me escucháis, entenderéis cuál es lo bueno que habéis de seguir, y cuál lo malo que habéis de dejar. Esto enseña la palabra de Dios [fol. 8v], cual yo os vengo a declarar, como Jesucristo Nuestro Señor nos manda que lo hagamos los que somos sus ministros y predicadores.

Primeramente, hermanos, bien sabéis que sois hombres como yo, y como los demás; y que todos los hombres acá, dentro de este cuerpo que veis, tenemos un alma; y aunque no la vemos, porque no es de carne, ni de hueso como el cuerpo, pero con ella vivimos, y hablamos, y andamos, y sentimos, y pensamos, y queremos, y hacemos muchas cosas. Y en saliendo esta alma del cuerpo queda sin habla y sin sentido, y sin menearse como una piedra, o un pedazo de tierra.

Esta alma, hijos míos, cuando sale de este cuerpo, no se acaba, ni muere, como se acaban las bestias y animales que en muriendo el caballo o el perro le echáis en el muladar, y no hay más cuenta con él, porque ya se acabó del todo. Mas los hombres no somos así: antes cuando el alma sale de este cuerpo va luego a otra vida, donde para siempre ha de durar y nunca jamás se ha de acabar. Por 110 eso, los hombres tienen tanta cuenta con dar sepultura a los cuerpos y hacerles enterramiento, y no echan los cuerpos de sus difuntos al muladar como los perros o caballos. ¿Par qué, si pensáis? Porque el alma vive todavía, y huelga que se tenga cuenta con su cuerpo. Y esto así lo entendieron vuestros antepasados, aunque en muchas cosas anduvieron muy errados y engañados, pero bien atinaron a que había otra vida, y que las almas salidas de los cuerpos no se acababan, luego más vivían en la otra vida[21].

Esto mismo dice la Palabra de Dios que tienen los cris­tianos, la cual no puede errar, ni mentir. Esta dice que hay otra vida después de esta de acá, y que aquella vida nunca se acaba; y dice que nuestras almas son inmortales, y no se pueden acabar. Y dice más, que los que en esta vida viven bien y agradan a Dios, tienen bienes y descanso para siempre en la otra vida; y los que en esta vida son malos y enojan a Dios con pecados, en la otra vida son castigados con penas y tormentos para siempre. Y esta, hermanos míos, es muy justo y muy conforme a razón. Porque decidme: ¿no es razón que los buenos tengan premio del bien que hacen? ¿No es razón que los ma­los tengan castigo por el mal que cometen? Así vemos que lo hace el buen padre con sus hijos, que al buen hijo le honra y hace bien, y al malo y desobediente se enoja con él y le castiga. Así también los señores que mandan y rigen los pueblos, Honran y hacen bien a los que le sirven y obedecen; y a los soberbios malos las azotan y los castigan, y aun a veces los mandan a matar, y todo esto justamen­te. Porque la virtud merece premio, y el pecado merece castigo. (p. 632)

            Pues así, hijos míos, aquel gran Dios que está en el cielo y es Señor de todo el mundo, como es bueno y justo, tiene mucha cuenta con todos los que en esta vida vivieron. y mira si obran bien o si obran mal. Y a los buenos y obedientes les da premio de gloria; y a los malos y rebeldes a sus mandamientos, castigo de infierno. Este Dios es padre de todos los hombres, y los tiene por hijos. Porque así como el hijo es semejante a su padre, y es como imagen suya, así los hombres los hizo Dios a su imagen y semejanza. Porque esta alma que tenemos acá dentro conoce lo bueno y lo malo, y tiene libertad de tomar el bien y dejar el mal. Y esta alma nunca se acaba, 117 mas siempre vive y puede conocer y gozar de Dios, su Creador. Y por eso a todos los animales y aves y peces no los tiene por hijos, porque no son como él. Pero al hombre lo tiene por hijo, porque su alma es semejante a su Hacedor, justo es que a los buenos hijos que obedecen a Dios y guardan su ley, les dé bienes, y a los malos y desobedientes, les dé males y penas. ¿No es esto así? Todos diréis: "Así es, Padre; no hay que dudar".

Pues, mirad ahora: vosotros bien veis que en esta vida hay mu­chos hombres malos, que roban a otros y les toman sus mujeres, y son soberbios y cometen maldades, y con todo esto están ricos y contentos. Pues ¿éstos no han de ser castigados por sus gran­des delitos? ¿Es posible que Dios, que es justo, ha de dejar a estos malos sin el castigo que merecen? Por eso, hijos míos, hay otra vida donde se castigan esos malos, y allá pagarán con tormentos el mal que hicieron. Al contrario, otros buenos hay en esta vida que están pobres y enfermos, y callan y no hacen mal a nadie; antes obran bien, y son buenos cristianos. ¿Qué será de éstos? Por eso hay otra vida donde los buenos reciban bien.

De manera, hijos míos, que nuestro gran Dios, que es Señor del cielo y de la tierra, e hizo todas las cosas cuantas veis y no veis, hizo al hombre a su imagen y semejanza, para que le conociese, y sirviese, y guardase sus mandamientos; y en pago de esto alcanzase en la otra vida, que dura para siempre, aquel descanso y bienes que Dios tiene. Y todas esas otras cosas, cielos, y mar, y tierra, y ríos, y aves, y peces y animales, crió Dios para que sirvan al hombre, que le tiene Dios como a hijo suyo. Y si el hombre no quisiere servir a Dios, ni guardar sus mandamientos, enojarse ha Dios mucho con él, porque habiendo recibido tantos bienes de Dios, es tan malo e ingra­to. Bien me habéis oído.

Pues ahora no os quiero decir más, sino que guardéis en vuestra memoria, cómo hay Dios que es Señor y Hacedor de todo, y que este Dios es muy bueno y muy justo; y así hace bien a los buenos, y castiga a los malos. (Fol, 12r] Y que hay otra vida después de ésta, adonde van nuestras almas, y allí reciben de Dios los buenos gloria, y los malos pena para siempre.

            Ahora conmigo, de todo vuestro corazón, adorad a este gran Dios y llamadle, diciendo: ¡Oh altísimo y eterno Señor, que nos hiciste a los hombres para que te conozcamos y sirvamos y gocemos en el cielo; y aunque sordos tan pequeños y tata pobres criaturas, nos llamas a ti, y nos quieres corno a hijos: haz, que nuestro entendimiento reciba tu  Palabra, y que nuestro corazón te ame y te desee, y guarde lo que nos mandas, para que así alcancemos la vida del cielo para que nos creas­te para siempre jamás. Amén".

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SERMON II. En que se declara cuánto enoja a Dios el pe­cado, y el daño que nos hace; y se exhorta a huir el mismo pecado, y a buscar el remedio de tanto mal.

Si os recordáis, hermanos míos, en el sermón pasado os dije cómo hay otra vida después de ésta, donde nuestras almas viven para siempre; y que aquel gran Dios y Señor y Hacedor de todo lo criado, a los buenos que le sirven les da bienes de gloria y descanso para siempre, porque quiere mucho al hombre y le crió a su semejanza, y le tiene como a hijo; y así tiene guardados para los que son buenos hijos y guardan sus mandamientos, bienes eternos tan grandes que no hay lengua que pueda contarlos, ni corazón que pueda pensarlos. Ahora, os diré por qué causa pierden los hombres tantos bienes y caen en tantos males que no se pueden contar.

Quiero, hijos míos, enseñaros en qué está todo el mal y perdición ele los hombres, para que los sepáis y huyáis, y busquéis el remedio. Todo nuestro mal es el pecado. ¿Sabéis qué es pecado? No querer hacer lo que Dios manda, sino lo que a nosotros nos da gusto; hacer nuestra voluntad, y no hacer la voluntad de Dios, mas traspasar sus mandamientos: esto es pecado. Pecado es hurtar y adulterar, y jurar falso y adorar guacas, y hacer mal a otro; todo esto es pecado. Y todo aquello que es contra lo que Dios quiere y manda, esto es toda nuestra perdición.

                                                                 Y para que sepáis enteramente cuán mala cosa es el pecado, y cuántos daños os hace, y sabiéndolo así aborrezcáis y huyáis de él, sabed que dice Dios que el pecado es sierpe y culebra que echa pon­zoña y mata, y que es una pestilencia que corrompe, y hiere de muer­te el alma que toca. Y mirad lo que hace la muerte en vuestros cuerpos, que esto hace el pecado en vuestras almas. El cuerpo muer­to, ya veis cuán feo se pone, cuán sucio y hediondo. Antes era una doncella muy hermosa y linda; en muriendo, está fea y hiede. ¿Quién hizo eso? La muerte, que apartó el alma de aquel cuerpo. Era primero un mozo recio y valiente, y después de muerto no se menea, ni anda, 132 ni habla, ni siente; y si lo echáis al muladar, o lo pisáis, no se defiende. Pues ¿cómo es tan para poco, el que antes era valiente? (p. 634)  

Con la muerte perdió las fuerzas, y la vida, y el sentido, y todos huyen del muerto, porque espanta y huele mal. ¿Habéis mirado esto? Pues, eso propio hace el pecado en vuestras almas. Porque les quita la vida espiritual que es Dios, y el alma apartada de Dios queda fea, y sucia y sin fuerzas, y condenada a ser sepultada en el infierno y padecer eternos tormentos. Pues, si huís del fuego por que no os queme, y del cuchillo por que no os hiera, y de la sierpe y víbora por que no os mate, ¿por qué no aborrecéis el pecado, que os hace más mal que la víbora, ni el cuchillo, ni el fuego?

Si en vuestra ropa, cuando es nueva y de muy fina lana, veis que os echan alguna grande mancha, os enojáis con el que tal hace, y os pesa de ver vuestra ropa manchada; pues, eso es el pecado en el alma que la crió Dios muy hermosa, muy linda, muy blanca, y por el pecado se vuelve muy sucia y muy negra. Y si queréis saber qué cosa es el pecado, sabed que os hace esclavo del diablo, enemigo de Dios, condenado a los tormentos eternos del infierno. Que el que muere en pecado va para siempre jamás condenado al fuego, donde arderá sin fin, y aunque más gritos dé, con rabiosos dolores, nunca acabará de penar lo que merece por el pecado que hizo contra Dios. ¡Maldito sea el pecado, que tanto mal hace a los hombres!

Decirme heis, hijos: "Padre, la muerte del cuerpo bien la vemos, y cuán feo y sucio queda después de muerto; pero no vemos cómo el pecado mata al alma, y la deja tan fea y abominable, como decís; antes hacemos cada día muchos pecados, y con todo eso come­mos y bebemos, y hablamos ni más ni menos que antes. Pues ¿cómo decís que el pecado hace tanto mal, pues no lo vemos?"

Tampoco veis, hijos míos, vuestras almas, y no por eso dejáis de creer que tenéis almas. Pues, como no veis vuestra alma, con los ojos del cuerpo, tampoco veis el pecado, que es enfermedad del alma; y con todo eso sabéis que pecáis cuando cometéis adulterio con la mujer ajena, y cuando herís a vuestro hermano y cuando hurtáis. Porque allá dentro os dice vuestro corazón que hacéis mal, y luego de lo mal hecho os recuerda, y procuráis encubrirlo y que no lo sepan. 139 ¿Por qué? Porque es malo. ¿Quién dijo que era malo hurtar y adul­terar y matar? Dícelo Dios en vuestro corazón, y no podéis negar que es malo.

Pues, ese Dios ha dicho, por su Sagrada Palabra, que el pecado le enoja mucho, y que tiene por enemigos a los que hacen pecados, porque contra el mismo Dios y contra su santa ley cometen grande ofensa. Si vuestro hijo, a quien vos engendrasteis, y criasteis, y le mantenéis, es rebelde y desobediente, y os dice palabras feas, y toma un palo para daros con él, ¿qué diréis de este mal hijo? ¿Qué merece por tal maldad? Si el criado roba la hacienda a su señor, y dice mal de él, ¿que hará el señor, no se enojará? ¿No le castigar como a malo? Dios es vuestro Rey, en cuya casa estáis (que toda la tierra es casa suya). Pues ¿no os parece que habiéndoos él hecho tanto bien, y siendo tan gran Rey y Señor, se enojará con razón de que vos le ofendáis y le despreciéis y le quebrantéis su ley? Sí, que se enojará mucho, y con mucha razón.

¿Por un pequeño y sucio deleite quebrantas, tú adúltero y tú borracho, la ley de Dios? ¿Por un pequeño enojo maldices a tu hermano, y le hieres? ¿Por una pequeña ganancia hurtas y desprecias la ley de Dios? ¿No se enojará Dios de esto contra ti? Mucho, y con mucha razón. [Fol. 16v] Y el que deja de adorar a Dios, y adora al diablo o a las guacas, y no quiere aprender la ley de Dios, ni obedece a los padres, sino en sus enfermedades y necesidades consulta a los hechi­ceros y viejos, ¿cuánto os parece que tendrá enojado a Dios?

Sabed que es terrible Dios, y que castiga bravísimamente los pecados. Por el pecado de soberbia echó a los ángeles con Satanás del cielo, y se hicieron fieros demonios. Por el pecado de desobediencia desterró a nuestros primeros padres, Adán y Eva, del paraíso de deleites, y todos sus hijos y descendientes padecemos trabajos y mi­serias y muerte. Por el pecado de lujuria y fornicación, hundió todo el mundo con el gran diluvio, y sólo escaparon ocho personas. Por el pecado contra natura nefando, con fuego del cielo abrasó cinco ciudades, y a todos sus moradores los volvió en ceniza.

¿Que os diré, Hermanos míos, de otros mil castigos crueles, he­chos por el pecado? Mucho enoja a Dios el pecado; huyamos, herma­nos míos, del pecado, y lloremos haber pecado, y busquemos remedio contra el pecado, porque no perezcamos para siempre, y vamos al infierno por las culpas que hemos cometido, mas seamos salvos para siempre. Amén.

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SERMON III. En que se declara cómo el único remedio de los hombres para librarse del pecado, es Jesucristo Nuestro Se­ñor; y se refieren en suma los misterios de su humanidad; y se exhorta a poner todo nuestro corazón en nuestro Salvador.

Ya os dije, Hermanos, en el sermón pasado, la fealdad del pecado, y el (Inflo que nos hace; y sobre tollo, cuánto enoja a Dios. Ahora os quiero decir el remedio que tenemos los hombres para librarnos del pecado.

Sabed, hermanos míos, que Dios Nuestro Señor es muy piadoso y misericordioso para sus criaturas. Y aunque le enoja mu­cho el pecado, que los hombres cometen contra él, pero también le 149 duele el grande mal en que caen los hombres, y le pesa de que sean condenados, y desea librarlos de la pena eterna y del mal del pecado. (p. 636)

Y porque todo el mundo está lleno de pecados, y todos los hombres según nuestra flaqueza pecamos, y desde el primer pecado de nues­tros primeros padres Adán y lava quedarnos todos condenados a muerte; por eso, la inmensa bondad de nuestro Dios ordenó un reme­dio poderoso y admirable para quitar todos los pecados de todos los hombres, y éste es Jesucristo Nuestro Señor, al cual adoramos; y en él creemos, y en él esperamos, y de él recibimos todo el bien.

Este es el remedio de nuestras almas, que trajo medi­cina del cielo para sanar todas las enfermedades del alma. Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Este es el que aplaca la ira de Dios, y hace a los hombres amigos de Dios. No hay otro nombre debajo del cielo que nos pueda salvar, sino el de Je­sucristo Nuestro Señor. A este Jesucristo nos conviene conocer y amar, y servir y obedecer, si queremos ser salvos. Pues, ahora, os diré, hermanos míos muy amados, quién sea este Jesucristo, y después os diré cómo habemos de alcanzar perdón de nuestros pecados por él.

Sabed, hijos míos, que Jesucristo es Hijo de Dios vivo y verdade­ro, el cual con el Padre Eterno, y con el Espíritu Santo, es un misma Dios, y una misma substancia y gloria: que así lo confiesa la fe de los cristianos, y lo dice la Palabra de Dios que no puede errar. Es también Jesucristo hombre verdadero, como vosotros y yo. Porque este Hijo de Dios, por remediar a los hombres, tuvo por bien hacerse hombre como ellos. Y con su infinito poder vino del cielo, y en las entrarlas de la Virgen María, Nuestra Señora, por obra del Espíritu Santo, se hizo hombre; y fue concebido según el Ángel San Gabriel lo anunció a la Virgen María. Y después nació en Belén, quedando vir­gen su madre por el gran poder de Dios. Y siendo niño fue adorado de los pastores, y de los Reyes, y de los ángeles. Y después, cuando ya grande de treinta años, predicó en el mundo la Palabra de Dios, y enseñó a los hombres el camino del cielo. Y obró grandes maravillas sanando con sola su palabra los enfermos, y contrahechos y ciegos; resucitando los muertos, andando sobre el mar, declarando las cosas secretas y por venir; y haciendo otras grandes maravillas, 156 con sola su palabra. Su vida era santa, sin pecado. Su conversación muy amorosa, a todos hacía bien. Y a los pobres y flacos amparaba y mantenía. Y a todos los pecadores convidaba con el perdón. Y daba a los hombres sus entrañas, porque los amaba como a hijos, y rogaba al Padre siempre, y lloraba por ellos. Y así muchos pecadores y po­bres se iban tras él, y los recibía a todos con grande amar.

Mas otros hombres malos, y soberbios y mentirosos, que se llamaban fariseos, teniendo grande envidia y rabia contra él, sin razón ninguna le persiguieran, y procuraron darle la muerte. Y todo lo sufrió con gran mansedumbre por nuestro amor. Y para que tomásemos ejemplo en él, en esto gastó treinta y tres años. Al cabo de los cuales, siendo su voluntad morir por redimirlos del pecado, fue vendido y entregado por un falso discípulo suyo llamado Judas. Y puesta en manos de sus enemigas, padeció crudelísimos tormentos y afrentas gravísimas por nosotros. Fue azotado reciamente, coronada de crueles espinas su cabeza, escupido y abofeteado por hombres viles.

Levantáronle muchos falsos testimonios, y llevando una cruz sobre sus hombros en compañía de ladrones, fue llevado al monte Calvario, y allí fue crucificado; y estuvo tres horas padeciendo grandes tormentos y muchas afrentas de sus enemigos. Y allí en la cruz rogó al Padre Eterno por aquellos que le hacían mal, y ofreció la sangre que derramaba par todos nosotros los pecadores. Después de muerto fue sepultado, y al cabo de tres días (como él lo había dicho) resucitó glorioso en cuerpo inmortal e impasible. Y apareció a los suyos muchas veces, y se estuvo con ellos cuarenta días enseñándoles las cosas del cielo. Y les mandó que fuesen a predicar por todo el mundo, cómo habían de creer en Jesucristo los hombres; y que creyendo en él, y doliéndose de sus culpas, y recibiendo el santo bautismo y guardando la ley de Dios, serían salvos y alcanzarían la vida eterna.

Y Nuestro Señor Jesucristo, habiendo ordenado estas cosas, se subió a los cielos, y en lo más alto de ellos está sentado a la diestra del Padre Eterno, sobre todos los ángeles, como Señor universal que es de todo el mundo. Y desde allí está mirando a todos los hombres de la tierra lo que hacen y cómo viven. Y a los que hubieren guardado su ley, les dará el día del juicio gloria para siempre, y a los malos que no la guardaran, tormentas sin fin en el interno, porque ha de venir a tomar cuenta a los hombres en el postrero día del juicio final.

            Veis aquí, hermanos míos, el misterio de Jesucristo y quién es, que es verdadero hombre, Salvador de los hombres y Señor del mun­do. Veis aquí también lo que hizo por nuestro remedio, y lo que padeció con tanto amor por librarnos de nuestros pecados. Resta deciros cómo habremos de aprovecharnos de tan grande remedia y go­zar de tanto bien. Porque si no hacemos lo que él nos manda para esto, será para nosotros mayor condenación (por nuestra culpa y mal­dad) la muerte preciosa y sangre de Jesucristo, pues le despreciamos no queriendo curar can ella nuestras llagas y pecados como él lo manda.

Rogad a Dios, hijos míos, que ponga en vuestros cora­zones deseos de oír la Palabra de Dios que os he de decir, y que a mí me dé gracia para enseñaros bien, que os va la salvación en ello, y venid para el sermón siguiente muy atentos. Y ahora platicad entre vosotros estas cosas que os he contado de Jesucristo Nuestro Señor. Y mirad en la lglesia la imagen del crucifijo, e hincadas las rodillas adoradla. Y hablando con Jesucristo vuestro Dios y Redentor, que (p. 638) estuvo en la cruz, como aquella imagen os representa, herid vuestro pecho, y con mucho dolor y lágrimas decid:

Señor mío Jesucristo, hija de Dios vivo, que te hiciste hombre y moriste en la cruz por mí pecador, perdona por tu sangre Iodos mis pecados y hazme buen cristiano, y que sea yo hijo obediente y oiga tu palabra, y la entienda y guarde. Salva, Señor, esta alma que tú criaste y redimiste, y dame gracia que siempre sirva, y después de mi muerte, alcance yo la vida bienaventurada del cielo. Amén.

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SERMÓN IV. En que se declara lo que hemos de hacer para ser salvos; y lo primero, cómo hemos de creer y esperar en Jesu­cristo; y de la firmeza de la fe y de la confianza en Nuestro Salvador.

En este sermón os diré, hermanos muy amados, qué habéis de 170 hacer para alcanzar perdón de vuestras culpas, y salvaras, por Jesu­cristo Nuestro Señor y Redentor. Cuando Jesucristo envió a predicar a sus Apóstoles a todas las gentes del mundo, mandóles que predica­sen penitencia y perdón de pecados, y para que se salvasen los hom­bres enseñó que habían de hacer cuatro cosas.

               La primera es recibir la fe de Jesucristo, creyendo en él (Mt. 28, 19-20; Mc. 16, 15-16, Lc. 24, 46-47). La segunda, tener verdadero dolor de las culpas cometidas, y firme voluntad de no cometerlas más. La tercera, recibir los sagrados sacramentos, que él ordenó para remedio de los pecados. La cuarta, cumplir los santos mandamientos de su ley. Estas cuatro cosas, hermanos míos, liemos de tener en la memoria y en el corazón. Y de éstas os tengo de tratar en estos sermones. Rogad a Nuestro Señor que toque mi lengua para hablar y vuestros oídos para oír su Palabra.

Lo primero, pues, para salvaras es necesario que creáis en Jesu­173 cristo Nuestro Señor, porque no se perdonan a ningún hombre los pecados, ni le recibe Dios por hijo suyo, sino teniendo la fe que los cristianos tienen. Y así debéis dar gracias a Dios y estar muy alegres, porque os ha (lado Dios quien os predique y os declare la fe de Jesu­cristo.

Y sabed, hermanos, que todos los que no son cristianos se condenan, y todas los que adoran las guacas, o montes, o cerros, o el sol y la luna, o cualquiera otra cosa, si no es a nuestro Dios y Creador y nuestro Padre, y Hacedor y Señor de todas las cosas. El cual es un mismo Dios con el Padre Eterno y con el Espíritu Santo: que son tres personas y un solo Dios verdadero. Y esto aunque no lo entendáis cómo es, debéislo creer así firmemente, porque lo enseña la Palabra de Dios que no puede errar. Y ésta es la fe que han tenido, y siempre tienen todos los cristianos. Esta fe enseña Dios por su boca. Esta fe predicaron los varones santos y profetas y apóstoles, alumbrados de Dios.

Por esta fe murieron muchos millares de mártires, escogiendo antes perder esta vida presente, que no la fe. Y yo que os predico, estoy aparejado a morir en el fuego, con la gracia de Dios, antes que dejar esta fe. Y todos los padres y buenos cristianos harán lo misma con la ayuda de Dios. Con esta fe obraron los santos gran­des maravillas, dando vista a los ciegos, y sanando los enfermos, y resucitando a los muertos, y mandando al mar y al sol y a todas las criaturas, porque todas están sujetas a esta palabra de Dios. Con esta misma fe y palabra de Dios convirtieron a todo el inundo: a reyes y a señores, y a sabios y a poderosos, y todos se sujetaron a la palabra de Dios y fe de Jesucristo.

Y los que no reciben esta palabra de Dios y fe de Jesucristo, son desventurados y condenados a los tormentos eternos del infierno. Y mucho más los que después de haber recibido esta fe y héchose cristianos, tornan a los errores y mentiras de sus antepa­sados, que les enseñan los viejos y hechiceros ministros del diablo. Los cuales os procuran apartar de la fe y palabra de Dios, y os man­dan adorar al diablo, y no a Dios, en las guacas; y ofrecer sacrificios al diablo, mochándole[22]; que en vuestras necesidades y enfermedades vayáis a los viejos hechiceros, y (ligáis vuestros pecados y ofrezcáis vuestras cosas. Lo cual todo es mentira y maldad. Y ellos son unos pobres y desventurados y tontos, y os engañan por que les deis de comer, y os llevan al infierno, donde ellos arderán para siempre ja­más con el diablo.

Guardaos de estos hechiceros, hijos míos, y no adoréis sino a sólo Dios verdadero, que hizo los cielos y la tierra, y da los bienes de este mundo a los que él es servido; y (la las bienes del cielo para siempre a los que le sirven, y castiga con tormentos de fuego para siempre, a los malos e infieles que sirven al diablo. Y para todas vuestras necesidades y enfermedades acudid, hijos míos, a Jesucris­to, que es vuestro padre y vuestro Dios; y tened gran confianza en él, que, pues, murió en una cruz y dio su sangre por vuestro remedio. Ninguna cosa os negará que le pidáis y hayáis menester. Y si voso­tros tuviésedes la fe que debíades con él, veíades como os ayuda y favorece en vuestras necesidades y enfermedades.

Pero mucho más habéis de ir a Jesucristo y llamarle para el remedio de vuestras almas, y para que vuestros pecados sean perdonados, porque no hay otro remedio sino Jesucristo Nuestro Se­ñor. El cual por su preciosa sangre puede perdonar todos los pecados del mundo, aunque sean más que las arenas de la mar y mayores que (p. 640) los montes. Y él quiere perdonar a los pecadores, y por ellos vino al mundo, y ahora os llama y os está diciendo: Hijos, yo morí por vo­sotros en la cruz, y padecí muchos tormentos por vuestro bien; venid a mí los que estáis cargados con vuestros pecados, que yo os desear fiaré y os daré descanso. Tomad mi sangre y ofrecedla por sacrificio, y serán perdonadas vuestras culpas, aunque hayáis sido muy malos y enemigos de Dios. Convertíos a mí, que yo os recibiré.

Mirad estas llagas que por vosotros se hicieron. Mirad la sangre que con tanto amor derramé, para que sea medicina de vuestras almas. Con esta sangre se limpiarán vuestros corazones de vuestros pecados, y vosotros seréis salvos. Mucho me costasteis, hijos míos; mucho y mucho hice por vosotros; y, pues tanto os amo, dadme vuestro cora­zón, que yo os daré descanso y vida perdurable.

Estas palabras os dice Jesucristo, y con mucho amor os convida, para perdonar vuestros pecados y salvaros. Pues, hermanos míos muy amados: ¿Qué respondéis a Jesucristo? Yo en nombre de vosotros le respondo, diciendo:

Señor nuestro Jesucristo, que eres nuestro padre y nuestro Dios, y nos haces todo bien: a ti pedimos perdón de nuestras culpas, y nos pesa de haber sido malos, y te suplicamos hayas pie­dad de nosotros miserables, y por tu muerte y sangre preciosa nos hagas salvos. A ti adoramos como a nuestro verdadero Dios. En ti creemos como [en] maestro celestial. En ti esperamos como en nues­tro Redentor y Salvador. Y de aquí adelante no hemos de adorar al 189 diablo, ni sus guacas, ni creer lo que nos dicen los hechiceros men­tirosos, sino oír tu Palabra y guardarla para que seamos hijos tuyos, y gocemos de los bienes que nos tienes aparejados en la gloria per­durable. Amén.

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SERMÓN V. En que se enseña qué cosa es Dios, y que no hay más de un Dios, y ese Dios es Padre e Hijo y Espíritu Santo.

Díjeos, hermanos muy amados, de Jesucristo nuestro Salvador, que es verdadero 1-lijo de Dios. Ahora os quiero decir quién es Dios. Estad atentos, y rogad de corazón al mismo Dios, que a mí me dé palabras suyas con que os hable, y a vosotros os dé entendimiento con que percibáis su Palabra. Porque ningún hombre puede aprender la verdadera doctrina de Dios, si el mismo Dios no le enseña.

Y todo lo que yo os diré ahora, el mismo Dios lo ha enseñado, y así no puede haber engaño, ni mentira en ello. Mirad, hijos míos, esos cielos tan grandes y tan hermosos, ese sol tan resplandeciente, esa luna tan clara, esas estrellas tan alegres y tan concertadas. Mirad la mar tan inmensa, los ríos que van corriendo presurosos a ella; mirad la tierra y sus campos, y montes tan altos; (p. 642) las arboledas y fuentes; la muchedumbre de aves en el aire, de ga­nados en los prados, de peces en las aguas. El que es Señor de todo eso, y lo gobierna y manda: ése es Dios. El que hizo todo eso, y lo conserva con sola su Palabra: ése es vuestro Dios. El que envía los tiempos de lluvia y multiplica vuestros ganados, y acrecienta vues­tras sementeras, y os da el maíz, y el trigo y las papas, y todo cuanto hay en la tierra, para que comáis y vistáis y os alegréis: ése es Dios. El que os da la salud, y los hijos, y el buen contento y el buen corazón: ése es Dios. El que atruena en las nubes y echa relámpagos y rayos para espantar a los hombres y hacer que le te­man: ése es Dios. El que os envía algunas veces hambres y enferme­dades, y muertes y temblores de tierra para castigo de vuestros pecados, por que os enmendéis de ellos: ése es Dios. El que en el cielo, y en la tierra, y en todo lugar manda, y no hay quien pueda resistir su poder: ése es Dios. Porque todas las cosas no tienen más de un solo Dios, que es supremo Señor de todos.

No penséis, hijos míos, que un Dios es el que manda en el cielo, y otro en la tierra; y uno da el maíz, y otro el ganado, y otro da el trigo; y uno envía los truenos y lluvias, y otro da la salud; ni es uno el Dios de los viracochas[23] y otro el de los indios. Esto dijeron vuestros antepasados, porque sabían poco, y eran como niños en el saber de Dios. De lo cual os habéis de reír y hacer burla. Porque no hay muchos dioses, ni muchos señores, sino uno solo que lo manda todo. ¿No veis que entre los hombres, cuando hay muchos señores, hay guerras y discordias, y no van bien las cosas? Antes se pierde todo, porque cada uno quiere sujetar al otro. [Fol. 29v] Pues, si hu­biese muchos dioses, uno en el cielo y otro en la tierra, claro está que 198 no habría paz ni concierto entre el cielo y la tierra, sino que el uno pelearía con el otro, y todo se hundiría y acabaría presto. Un solo Dios hay, y no más. Así lo dijo el mismo Dios a su pueblo de Israel: Óyeme, pueblo mío; el Señor Dios tuyo no es más de un solo Dios (Dt. 6, 4).

               Este Dios, hijos míos, ninguno de vosotros le ha visto por sus ojos, porque no es de carne ni de hueso, ni tiene cuerpo, mas es espíritu. Como vuestra alma que está en vuestro cuerpo, es espíritu que rige al cuerpo y está en todo el cuerpo, en la cabeza, y en las manos, y en los pies, y en cualquier parte de tu cuerpo que te piquen lo siente tu alma, porque está allí; pues, así has de entender, hombre, que tu Dios está en cielos, y tierra, y mar, y en todas partes presente; [fol. 30r] y no es sol, ni estrellas, ni mar, ni fuego, ni tierra, sino el que hizo y gobierna todo eso. Dios es grande, y no has de pensar de Dios, como lo que ves, porque tiene ser sobre todo lo que ves.

Dios es un ser sobre todo ser. Dios no tuvo principio ni tendrá fin, siempre es, y siempre será. No tiene necesidad de nada, en sí mismo tiene el bien, y el contento y alegría. Es eterno, inmenso, incomprensible, infinito y lleno de gloria. Sabe cuanto hay, y cuanto puede haber. Ve los pensamientos ocultos del corazón, y hasta las arenitas de la mar tiene contadas. Puede hacer todo cuanto quiere con sola su Palabra, y puede deshacer cuanto hay en un punto. Los cielos y la tierra son como una gota de agua, o como un grano delante su grandeza.

¡Oh, hermanos, qué gran cosa es Dios! Alzad vuestro corazón, y pensad que no hay cosa tan grande, ni se puede pensar, ni imaginar, como vuestro Dios. Dios no se muda, ni tiene tristeza, ni se cansa con gobernar todo el mundo. Es muy lindo y muy hermoso, y los que le ven en el cielo, nunca se hartan de mirarle. Es muy bueno, y piadoso, y amador de los hombres. A todas sus criaturas hace bien y los pro­vee, y sobre todas, quiere bien al hombre, porque en él puso su ima­gen y semejanza. Bienaventurado es el que conoce a Dios, y le sirve y le adora.

Mas, ¡ay, desventurados hombres ciegos, que a las pie­dras y los ríos, y a otras cosas bajas hacen la honra que se debe a Dios! ¿Cómo no te avergüenzas, hombre, de adorar por Dios lo que es menos que tú? ¿Cómo no lloras de haber deshonrado a tu Dios, quitándole la reverencia debida y dándola a las criaturas, a las guacas y a la mentira? ¡Oh, Señor, perdona nuestra ignorancia, que ahora que te conocemos no haremos jamás la maldad!

            Así que, hermanos míos, nuestro Dios es todo el bien, y todo el ser v toda la verdad que puede ser; y así no hay más de un Dios en cielo y tierra, en España y en el Perú, y en todas partes y en todos tiempos. Y quien adora más de un Dios, es idólatra maldi­to, y será condenado al infierno. ¿No lo creéis y confesáis así? Sin duda alguna, todos lo decís así. Islas aguardad un poco, y sabréis otra verdad de gran misterio, y oiréis la gran gloria de nuestro Dios.

Confesarnos los cristianos que este Dios es uno, y justamente es tres. ES un Dios, un Señor, un poder, un ser; y no tres dioses, ni tres señores; y justamente es Padre e (lijo y Espíritu Santo, que son tres personas. ¿Cómo son tres personas? Porque el Padre no es el (lijo, ni el Espíritu Santo; y el Hijo no es el Padre, ni el Espíritu Santo; y el Espíritu Santo no es el Padre, ni el hijo. Veis ahí cómo son tres personas diferentes, que cada una de ellas no es la otra. Mas todas estas tres personas, Padre e hijo y Espíritu Santo, no tienen más que un ser, un poder, un querer, un vivir; y así no son más de un solo Dios. Decirme heis: "Padre, ¿cómo puede ser eso?" Dígoos que hasta que lo veamos en el cielo no podemos entender cómo es, porque las cosas de Dios, si fuesen tales que las pudiesen com­prender los hombres, no sería Dios. Muchas cosas tiene el rey de (p. 644) España que no las puede entender, como son el indio que está acá; pero cree a los españoles que las cuentan, porque las han visto. Pues así, hermanos, los hombres no hemos visto a Dios, ni podemos enten­der su grandeza cómo es; pero creemos los cristianos firmemente este misterio de la Santísima Trinidad, porque Jesucristo, que es Hijo de Dios y lo ha visto como es, nos lo enseñó.

Creemos y confesamos que en esta Santísima Trinidad hay tres personas distintas, que se llaman Padre, Mijo y Espíritu Santo. Creemos y confesamos que cada una de estas personas es Dios. Creemos y confesamos que son iguales entre sí, porque no hay mayor, ni menor, ni primero, ni postrero, sino odas tres personas son eternamente. Creemos y confesamos que siendo tres personas distintas, de suerte que cada una no es la otra, pero no son tres Dioses, ni tres señores, ni tres poderes, sino un solo Dios y Señor, al cual adoran los ángeles en el cielo, y obedecen las criaturas en la tierra y tiemblan los demonios en el infierno.

Esta fe predicaron los apóstoles. Por ésta murieron los mártires. Esta enseñaron todos los doctores de la Iglesia. En esta fe y confesión nos bautizamos e hicimos cristianos. Este misterio profesa­mos todas las veces que nos santiguamos, diciendo: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. En esta fe vivimos, y por ella, si es menester morir, moriremos de buena gana.

Oh tú, Señor, Dios nuestro, que eres Trinidad gloriosa, Padre e (lijo y Espíritu Santo: bendito y glorificado seas por siempre. Toda criatura te alabe, toda carne te adore por tu majestad. Alumbra, Dios nuestro, estos entendimientos nuestros tan ciegos, levanta estos pen­samientos tan bajos, para que de ti sintamos dignamente, y te honre­mos y adoremos con todas nuestras fuerzas; y después de esta mise­rable vida, te veamos con lumbre de gloria y gocemos eternamente sin fin. Amén.

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SERMÓN VI. En que se enseria cómo Dios creó a los ánge­les; y cómo hay úngeles buenos que nos ayudan, y malos que nos engañan; y cómo los cielos son criaturas de Dios, y no han de ser adorados por Dios.

Ya os he dicho, hermanos muy amados, cómo para ser salvados lo primero que habéis de hacer es tener fe y creer en Jesucristo, no adorando otra cosa alguna más de un solo Dios verdadero, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres Personas y un solo Dios. Sabed ahora que este Dios, porque es bueno sin tener necesidad de nadie, quiso dar ser a todas las otras cosas que son. Y así con su inmenso poder, con sola su Palabra, crió al principio del mundo todas las cosas de nada, e hizo los cielos y la tierra, y todo cuanto hay en ellos. Y crió con su gran poder, innumerables ejércitos de espíritus que no son de carne y hueso como nosotros, sino muy sutiles y muy ligeros, muy hermosos y muy valerosos, que llamamos ángeles.

               De éstos, algunos fueron rebeldes y soberbios al principio, y se alzaron contra Dios. Otros fueron buenos y leales, y permanecieron en la obediencia de Dios, y fueron de su parte como San Miguel contra los malos. Y, por eso, Dios que es justo, a los buenos ángeles les dio corona de gloria para siempre, y les dio la 1 bienaventuranza, que es el mismo Dios. Mas a los rebeldes y malos, luego los arrojó de los cielos, y los condenó como a traidores a pena eterna. Por lo cual, ellos, como malos y soberbios, quedaron muy enojados e hin­chados contra Dios, y tienen su corazón lleno de rabia y de envidia contra Dios, y contra los que son del bando de Dios.

               Estos son los que llamamos diablos y demonios y supay[24], que como son malos y enemigos de Dios, aborrecen a los hombres que son imagen y hechura de Dios, y tienen gran envidia, porque los hombres van al cielo a gozar los bienes que ellos perdieron. Y, por eso, engañan a los hombres y les persuaden que no adoren a Dios, ni crean en Jesucristo, mas que adoren las guacas, donde ellos están y quieren ser adorados de los hombres. Estos malos de­monios son los que hablan a los hechiceros. Estos son los que per­suaden adulterios, y homicidios, y hurtos, y todos los pecados, por que con ellos se condenen los hombres, y no sirvan a Dios, ni gocen de él, porque le quieren mal de corazón, y les pesa del bien de los hombres. Mas si vosotros creéis en Jesucristo y le llamáis, no po­drán haceros mal estos falsos enemigos vuestros, porque huyen de la señal de la cruz, y en nombrando a Jesucristo, luego tiemblan. Y por eso los cristianos se santiguan y se persignan, haciendo la señal de la santa cruz.

Y así haced vosotros, hermanos muy amados, muchas veces, cuando os levantáis, y cuando os acostáis, y cuando salís de casa y cuando entráis en la Iglesia, y cuando tenéis algún trabajo o enfermedad o tentación del enemigo. Y sabed que como estos demo­nios os persiguen y quieren mal. Así los ángeles buenos, que están en el ciclo muy gloriosos y resplandecientes, os quieren bien, y son vues­tros amigos y valedores; y ruegan a Dios, juntamente con los Santos, por vosotros; y os traen buenos pensamientos al corazón, y os libran de muchos peligros y males, y se alegran de vuestro bien, y desean que seáis buenos cristianos, y vayáis a gozar de aquel Reino del Cielo que ellos gozan.

[Cada uno de vosotros, en naciendo de su madre, tiene un ángel bueno de éstos, que le manda Dios que os guarde y ayude; y siempre os hace bien, y os defiende de mal. Par eso, encomendaos (p. 646) a él cada día por la mañana, diciendo: Ángel santo, a quien mandó Dios que me guardases: mira por mi, para que en este día no caiga en pecado, ni en mal alguno. Veis aquí, pues, cómo el Criador hizo los cielos, y en ellos puso los ángeles, criados suyos y compañeros de los hombres santos. El mismo Dios hizo el sol, y la luna, y las estrellas, para alumbrar y sustentar a los hombres.

No penséis que el sol es Dios, que no es sino hechura de Dios. Y el hombre, aunque es tan pequeño, es mejor que el sol, porque tiene en sí la imagen de Dios, y habla y siente y puede ver a Dios; y el sol, ni habla, ni siente, ni puede ver a Dios. De aquí veréis la locura grande de vuestros antepasados, que adoraban al sol y hablaban con él, y el sol ni les respondía, ni oía, ni curaba de sus palabras, ni sacrificios, porque no siente. Ni la luna, ni el lucero, ni las cabrillas2" ni las otras estrellas. Mucho menos, el trueno, y los cerros, y montes, y ríos, y fuentes, y tierra, que son criaturas que no hablan, ni oyen, ni sienten; mas hacen lo que Dios les manda para servicio y provecho del hombre, que mora en la tierra y ha de ir al cielo a gozar de Dios, donde tendrá todas esas cosas debajo de sus pies. ¡Oh locos y sin juicio, los que adoran estas cosas y hablan con ellas! Tontos, vosotros, ¿no veis que ni responden, ni hacen nada, ni se curan de vuestras palabras ni sacrificios, más que las piedras de la calle?

Pues, de aquí adelante, hijos míos, no os engañe el diablo, ni sus ministros los hechiceros, para que hagáis tan gran maldad y ofensa de Dios, antes le dad muchas gracias, porque os 232 alumbra y sacó de una gran ceguedad. Y adorando a él de todo vuestro corazón, que es hacedor vuestro y de todas las cosas, decidle muy de veras:

Señor, tú nos hiciste y diste conocimiento por Jesucristo tu Hijo, para que dejando de adorar las piedras y las cosas vanas, te adore­mos a ti, verdadero Dios Criador de todo. Ten por bien de librarnos de los engaños de Satanás nuestro enemigo, y perdona nuestros yerros pasados como padre piadoso. Ya conocemos, y sabemos de cierto, que ninguna cosa ele cuantas hay es Dios, sino tú. Y a ti adoran y sirven todos los ejércitos innumerables de los ángeles; y están prestos a obedecer a tu mandato; y de tu poder tiemblan los demonios, nuestros enemigos; y a tu voluntad sirven todas las criaturas del cielo y de la tierra. Tú eres el Dios de los cristianos, y no hay otro Dios sino tú. A ti sea gloria y honra y reverencia, que eres un Dios, Padre e hijo y Espíritu Santo, que vives y reinas para siempre jamás. Amén. (p. 648)

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SERMÓN VII. Cómo crió Dios la tierra, y a los primeros hombres; y de su desobediencia, y daño que vino al mundo por ella; y del remedio que nos proveyó, que fue venir el Hijo de Dios al mundo.

El omnipotente Dios, que os dije que había criado los cielos, y en ellos innumerables ángeles; ese mismo, con sola su palabra crió la redondez de la tierra, y el mar y todos los peces, y aves y bestias y ganado del campo; y lo sustenta y rige todo, de modo que un pájaro no cae, ni muere, sin su voluntad. Y todas estas cosas crió para el hombre, al cual tiene por hijo y le ama, y le quiere dar su Reino del Cielo.

Habéis, pues, de saber que habiendo Dios criado al principio todas las demás cosas, al cabo crió a un hombre, que se llamó Adán, formando su cuerpo de barro de la tierra, y con su soplo crió el alma que infundió en el cuerpo. La cual hizo a su imagen y semejanza, porque no muere, ni se acaba, como el alma de las bestias, y tiene uso de razón y de voluntad libre, y, por eso, es semejante a Dios. A este primer hombre, llamado Adán, después de haberle creado, le puso Dios en el paraíso de deleites, donde había gran abundancia de bie­nes y de regalos, donde no había enfermedad, ni hambre, ni pobreza, ni cansancio, ni vejez, ni muerte; y diole el mando y señorío de todo. Y diole por compañera a su mujer, Eva. La cual formó de una costilla, sacada del costado del hombre. Y éstos fueron los primeros padres del linaje humano, de quien descienden todas las generacio­nes que hay en el universo mundo.

            Estando, pues, muy contentos en el paraíso estos primeros dos, deseando Dios que con servirle mereciesen ir al cielo adonde él está, mandóles una cosa muy difícil y muy justa: que no comiesen de un árbol que había en el paraíso, porque morirían; y que de todos los demás (que eran muchos y muy lindos) comiesen a su voluntad. Y si guardaran este mandamiento de Dios, no supieran de ma­les, ni de trabajos, ni murieran.

Sabiendo esto el demonio, enemigo de Dios, y teniendo envidia al hombre, buscó cómo engañarlos y destruirlos. Y tomando figura de sierpe habló a nuestra madre Eva, diciéndole que si comía la fruta de aquel árbol que Dios le mandara que no comiese, sería luego como Dios y sabría de todo, y que por eso Dios se lo había prohibido, porque no fuesen como él.

Mirad la mentira y malicia del diablo, cómo es padre de todas las mentiras, y cómo siempre busca cómo echar a perder al hombre. Nuestra madre creyó (que no debiera) a la sierpe, y tomó y comió la fruta, [fol. 40v] y dio de ella a su marido Adán, el cual por no enojar a su mujer, también comió de ella contra el mandamiento del altísi­mo Dios. (p. 650)

¿Qué os parece, hermanos míos muy amados, de este tan mal hecho de nuestros primeros padres? De ahí nos vino todo el mal, y daño y trabajos que padecemos sus hijos, porque enojándose mucho Dios (como era razón) por tan gran traición y deslealtad, y sintiendo la injuria que le habían hecho en obedecer al diablo su enemiga, y no a él, que tantos bienes les había hecho, vino contra ellos, y como a traidores echólos del paraíso, y dio trabajos y hambre, y pobreza y enfermedad y muerte. Y sobre todo despojóles de su gracia y bienes hermosísimos del alma, [fol. 41r] y mandó que todo su linaje fuese tenido por traidor y condenado a muerte.

Veis aquí en qué paró el pecado y desobediencia de los primeros hombres, Adán y Eva; y cómo todos nacemos en ira de Dios por aquel pecado. Mas, ioh Señor, mira que eres piadoso! Mira que el hombre es hechura tuya. ¿Cómo permitirás que se pierda la obra que tú hiciste a tu imagen y semejanza?

Hermanos míos muy amadas, viendo Dios al hombre ya desterra­do, y lleno de trabajos y miserias, y al demonio muy contento de nuestros males, y muy victorioso porque había prevalecido contra el mandamiento de Dios, dijo nuestro Dios entre sí: "Hará bien, que aunque el hombre haya pecado y no merezca perdón, pero por mi honra, y porque soy piadoso, yo le quiero librar y volverle los bienes que tenía, y mucho más. Y para esto enviaré al mundo a mi único (lijo, Dios verdadero como yo, y hacerse ha hombre corno Adán, y será muy obediente a mi voluntad, y padecerá muchos trabajos y muerte por los hombres. Y con esto el hombre quedará remediado, y el demonio será confundido, y vencido, y yo seré honrado y saldré con victoria".

Esto dijo Dios. Porque los hombres andaban tristes y afligidos, compadeciéndose de ellos, envióles con sus ángeles este recaudo y aviso, para que tuviesen esperanza y consuelo, y pusiesen su corazón en el Hijo de Dios que había de venir al mundo para su remedio. Esto supieron nuestros primeros padres, y así se volvieron a Dios, haciendo penitencia de su pecado, y pidiendo ser perdonados por aquel que había de venir a salvar cl mundo. Y desde entonces siempre hubo en el inundo hombres justos y santos y amigas de Dios, que esperaban esta promesa de Dios. Y aunque hubo muchos pecado­res, pero no se olvidó Dios de lo prometido. Pasaron, pues, un siglo y otro, y muchos siglos.

Fue Noé, en cuyo tiempo vino el diluvio que anegó todo el mundo por los grandes pecados; y sólo Noé y sus hijos y mujeres se salvaron en el arca. Fue Abrahán, varón santo, que ofreció su hijo, y si Dios no le estorbara, le sacrificara en honra de Dios, a quien Dios prometió que vendría de su linaje. Fueron Isaac y Jacob, de donde tomó Dios el pueblo de Israel, que le servía y era suyo, y no adoraba ídolos, como las otras naciones del mundo.

Porque habéis de saber que escogió Dios un pueblo donde fuese conocido; y a este pueblo de Israel manifestó sus secre­tos. En este pueblo fueron muchos justos y santos. Fue Moisés, varón santo, a quien Dios dio la ley por un ángel. Fue David, rey y profeta, de cuyo linaje vino Cristo. Fueron otros muchos santos y justos pa­dres y profetas, los cuales todos anunciaban al pueblo cómo había de venir el Redentor a librarlos. Y todos estos justos morían con esta esperanza, e iban a un lugar como cárcel, hasta que los viniese a sacar el Hijo de Dios, y les abriese el Cielo, que por el pecado de los primeros hombres estaba cerrado.

Finalmente, habiendo pasado cinco mil años desde que el mundo se creó, vino del cielo a la tierra el Hijo de Dios para salvar a los hombres, haciéndose hombre en las entrañas de una doncella purísima llamada María, en Nazaret, pueblo de Israel. La cual con­cibió sin varón, y parió sin dolor y corrupción. Este es Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre como nosotros, sin pecado, que murió y derramó su sangre en la cruz, y resucitó al tercero día de domingo y subió a los cielos, como os dije en otro sermón. De manera que el que es nuestro Creador, haciéndonos con su palabra de nada, ése es nuestro Salvador y Redentor, librándonos de aquel pecado y maldición de nuestros padres, y de todos nuestros pecados, y dejándonos su gracia y favor para que seamos salvos. ¿Creéis en este Jesu­cristo, hijos míos? Mirad que éste es todo vuestro bien, y vuestro Padre y Señor. A él adorad y servid y alabad para siempre jamás. Amén.

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SERMÓN VIII. Cómo fundó Jesucristo la Santa lglesia; y de su principio y discurso; y cómo siempre dura el poder de los ministros de Jesucristo, cuya cabeza es el Papa.

Cuando Nuestro Señor Jesucristo, alijo de Dios verdadero, andaba acá en este mundo predicando y enseñando la palabra de Dios y el camino del cielo, muchos hombres de aquella tierra, que se llamaba Judea, viendo las maravillas que hacía, sanando con sola su palabra enfermos y alumbrando ciegos y resucitando muertos, y viendo tam­bién su vivir tan santo, y cuán amoroso Señor era, determinaron de seguirle y andar con él, dejando sus casas y haciendas, y parientes y amigos, por aprender su doctrina celestial.

De esto sus discípulos escogió Jesucristo Nuestro Señor doce principales, que se llamaron apóstoles. Y por cabeza y superior de ellos y de todos los cristianos, a uno de ellos, que se llamaba San Pedro, al cual dio las llaves del cielo. Y después de Haberles enseñado tres años que predicó, fue entregado. Y padeció muerte muy cruel (por todos los hombres) en la cruz. Y habiendo resucitado al tercero (p. 652) día glorioso, les apareció muchas veces por espacio de cuarenta días. Y dioles su poder y virtud para predicar en todo el mundo su palabra, y para regir a todos los hombres que se hacen cristianos y quieren ser salvos, para perdonarles todos sus pecados, y para vencer y destruir a todos los demonios, y para ser príncipes de todo el mundo.  Estos apóstoles, después de subido a los cielos, con otros muchos discípulos, recibieron en Jerusalén el Espíritu Santo, que vino sobre ellos del cielo en figura de un fuego muy poderoso y muy amoroso. Y desde allí se partieron a predicar la Palabra de Dios por el mundo universo; y con su vida santa y obras maravillosas, siendo ellos po­bres y despreciados, convirtieron a la ley de Dios muchos sabios y reyes y grandes hombres. Fueron muy perseguidos de los malos, y dieron su vida por Jesucristo y por guardar su palabra. Y éste fue el principio que tuvo la Santa Iglesia: que es la congregación de los 264 cristianos. Queríanse mucho los cristianos. No apetecían honras ni deleites, ni riquezas de esta vida. Todo su deseo era que se salvasen los hombres, y conociesen y adorasen a Jesucristo Nuestra Dios y Señor.

Tras de ellos apóstoles y discípulos de Jesucristo, hubo en la Iglesia Santa, hermanos muy amados, muchos santos mártires, como San Esteban, San Laurenciano y San Vicente, que se dejaron ape­drear y quemar y hacer pedazos por no negar a Jesucristo. Y de éstos hubo millares de millares. Hubo otros que se fueron a los desiertos a hacer penitencia y vida áspera por amor de Dios, como San Anto­nio. Otros que a imitación de los apóstoles dejaron sus haciendas y casas; y vivieron en compañía con orden de vida santa, como San Francisco y Santo Domingo. [Hubo otros que siendo padres y mayores del pueblo con vida y doctrina enseñaron la ley de Dios, como San Agustín y San Martín y San Ambrosio. Hubo muchas mu­jeres que no quisieron conocer varón y dieron su vida por Jesucristo, como Santa Catalina y Santa Inés.

Y ahora todos estos santos, que son innumerables, están en el cielo gozando de ver a Dios, y ruegan por nosotros y son nuestros abogados. Y por eso los honramos y ]lamamos sus nombres y tenemos sus imágenes en la Iglesia, para que nos recuerden estos nuestros padres y maestros.

Y por eso honramos sus imágenes, no por lo que ellos son en sí, que son palo o metal o pintura, sino por lo que representan, que está en el cielo.

               Ahora, hermanos míos, también hay hombres buenos y santos, especial allá en el otro mundo, de donde venimos nosotros los vira­cochas. Que aunque no somos tales como ellos, ni como fueron nues­tros pasados, pero tenemos la misma doctrina de Jesucristo y el mis­mo poder que ellos. Y siempre dura y durará hasta el fin en la Santa Iglesia. Y ya todo el mundo conoce y sigue esta doctrina de Dios.

Porque aunque murieron los apóstoles, en su lugar puso Dios a los obispos, que son padres y mayorales de todos nosotros, y ellos hacen padres de misa y otras cosas muy altas. Y en lugar de San Pedro, que fue Príncipe de los Apóstoles, sucede el Papa, que es el Padre Santo de Roma, que es padre de todos los cristianos. A quien todos hemos de obedecer, como a Vicario de Jesucristo, porque tiene las llaves del cielo. Y los que se apartan de la doctrina que es' e Padre Santo enseña, y no le obedecen, ésos son los que llamamos herejes [y] traidores, que se llaman cristianos y no lo son, sino ene­migos de Jesucristo y engañadores.

De estos herejes ha habido muchos en el mundo, y hoy día muy muchos. Si vinieren éstos, y dijeren que os enseñarán el camino de Dios y la ley de Jesucristo, preguntad si obedecen al Padre Santo de Roma. Y si dijeren que no, luego conoceréis en esto que son traidores y falsos cristianos, y que os vienen a engañar.

Este Padre Santo os quiere mucho y os tiene por hijos. Este nos mandó que os viniésemos a enseñaros de parte de Dios, lo que habéis de creer y hacer para ser salvados. Y aunque nosotros no somos tales, como nuestros antepasados, pero de la misma manera seréis salvos 274 ni nos oís y obedecéis.

Y mirad, hijos míos, que el poder que Dios nos dio a los padres y sacerdotes, no nos lo dio por nuestros merecimientos, ni por nues­tra bondad, sino por su gran virtud y poder, y para que se salven los que nos oyeren y obedecieren. Y, así, aunque veáis algunos padres que no son buenos, o que se enojan y que son deshonestos y que juntan plata, no penséis por eso que no vale nada la misa que dicen y el bautismo que dan y la confesión que hacéis con ellos. Que sí vale, y tanto como la de los otros buenos, por virtud de Jesucristo, que así lo mandó. Mas ellos, y todos los malos cristianos que veis que son muchos, que os hacen mal y dan mal ejemplo, todos serán cas­tigados con la ira de Dios, en fuego eterno.

Porque ahora, mientras dura esta vida miserable, permite Dios que anden en su Iglesia envueltos malos con buenos, como el grano con la paja en la era. Porque Dios no hace fuerza a nadie para que sea bueno, mas déjalo a la voluntad ele cada uno, que es buen Dios. Mas al fin apartará los malos cristianos de los buenos, y darles ha mayor castigo que s¡ fueran infieles, y nunca le conocieran.

Porque hay día de juicio, que vendrá, al fin del mundo, cuando Jesu­cristo venga a juzgar a todos los hombres. Y dará premio de gloria a los buenos, y pena de infierno a los malos. Y mucho más serán ator­mentados los malos cristianos que conocieron a Dios, y no le quisie­ron servir, sino ofenderle: ¡ay de los tales que allí parecerán, donde no se esconderá pecado ninguno y no tendrán remedio para siempre jamás! Mas vosotros, hijos míos, dad muchas gracias a Dios, porque a vosotros os miró con ojos piadosos, y os llamó a su Santa (p. 654) Iglesia para ser hijos suyos, dejando a vuestros antepasados en sus vicios y pecados y ceguedad. A vosotros os alumbró de todos estos misterios y maravillas que os he contado. Estad firmes en todo esto, que es palabra de Dios que no puede faltar, y seréis salvos para siempre jamás. Amén.

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SERMÓN IX. Que no basta sola la fe para salvarse; y que es menester que el que ha pecado haga penitencia; y exhortarse al arrepentimiento de los pasados.

Todas las cosas, hermanos muy amados, que nos enseña Dios por la Sagrada Escritura y por, la enseñanza de la Santa Iglesia, las hemos de creer firmemente, porque son tan ciertas y aun más que ser ahora de día. Porque las dice Dios, que no puede mentir, ni engañar. Y así cualquier hombre que quiere salvar su alma, ha de creer la Palabra de Dios que os he enseñado: Como es un solo Dios hacedor de todo, y que éste es Padre e Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios. Y que Jesucristo, hijo de Dios verdadero, se hizo hombre por nosotros y padeció por nos redimir del pecado. Y que por sólo este Señor tenemos remedio, y en éste creen y esperan los cristianos. Y que ninguno se puede salvar si no fuere cristiano y creyere en Jesucristo. Bien os acordáis que os he dicho todo esto más largamente.

Ahora, hijos, sabed que no basta que tengáis esta fe y creáis lo que os be dicho de parte de Dios. Mas es menester lo segundo, que aborrezcáis el pecado, y os convirtáis a Dios con todo vuestro corazón. Ya os dije como el pecado era ponzoña y muerte del alma, y como enojaba mucho a Dios, y que el que quiere a] pecarlo, es enemigo de Dios y está condenado a muerte para siempre.

Preguntaréisme: "¿Qué es pecado, Padre, y cómo sabré yo si estoy en pecado?" Yo os lo diré en pocas palabras. El que hace aquello que es contra la ley de Dios, ése obra pecado. El que adora las guacas. El que da crédito a los hechiceros. El que hiere o mata a su prójimo. El que anda con mujeres fuera de la suya. El que toma lo ajeno o hace daño. El que trata malas palabras de otro. Y, en una palabra, el que hace a otro el mal que no quiere para sí. Esta es la ley de Dios santa y justa: que lo que quieres que hagan contigo los otros, eso hagas tú con ellos.

Pues ¿quién hay de nosotros que no haya pecado una y muchas veces? Y cada día pecamos. Y el demonio nos engaña. Y esta mala carne nuestra nos incita a mal. Y así tenemos enojado a Dios, y nos están esperando la muerte y el infierno para tragarnos, corno ha tragado a muchos que están penando y penarán para siem­pre jamás. ¡Ay de aquel que le hallare la muerte en pecado! ¡Y ay de nosotros si estamos en pecado, que no sabemos si vendrá la muerte de repente!

"Pues ¿qué remedio hay, Padre -me diréis-, para salir del pecado?" Pláceme, hijos míos. El remedio es arrepentirnos [y] recibir los sacramentos que Cristo ordenó. Los hechiceros no os engañan, que las guacas, ni el sol, ni el trueno no perdonan pecados, ni los ríos llevan los pecados, ni los ichuris[25] y confesores libran la culpa, ni por ofrecer cuyes[26]  o coca[27] o carneros[28]  o maíz u otras cosas se perdona el pecado. Que todo eso es mentira y engaño del diablo, y embustes de los hechiceros que comen y beben. Y por comer y beber dicen que ofrezcáis eso a las guacas.

El verdadero remedio es volveros con el corazón a aquel gran Dios del cielo y de la tierra Hacedor vuestro. Y llamarle pidiéndole perdón por Jesucristo su único Hijo. Haos de pesar, hijos míos, mu­cho el mal que habéis hecho, y decid de todo corazón: Pequé, mal hice, gran castigo merezco, que enojé a mi Dios quebrantando su ley. Y también habéis de determinaros de no haber adelante ese pecado, ni otro alguno contra Dios, diciendo: De aquí adelante yo me enmendaré y no haré tal cosa, y seré bueno y serviré a Dios.

Y demás de esto habéis de recibir el sacramento del bautismo, si no estáis bautizado, diciendo: Yo me quiero hacer cristiano bautizado, y recibir aquel agua del Espíritu Santo para. que mis culpas se per donen y yo quede hecho hijo de Dios. Mas si ya sois cristiano bauti­zado y después del bautismo habéis caído en pecarlo, habéis de tener firme voluntad de confesar vuestros pecados al Padre, que está en lugar de Dios, diciendo: Señor mío Jesucristo, yo corno malo he peca­do y merezco ser condenado al infierno. Mas yo me acusaré de mis pecados al sacerdote y se los diré todos, para que por virtud de tu palabra me absuelva y libre de ellos. Y haré la penitencia y castigo que él me mandare por mis culpas.

Veis aquí, hijos míos, cómo se convierte el hombre a Dios, y cómo se ha de arrepentir de sus pecados para ser perdonado. Y si no es haciendo lo que os tengo dicho, nadie puede salir de su pecarlo. Por eso de aquí adelante, y desde luego, volveos a Dios y no estéis en pecado. Y cada noche antes de dormir pensad primero vues­tros pecados y pedid a Dios perdón de ellos, haciendo como os tengo enseriado. (p. 656)

            Sabed que Dios es muy piadoso y no quiere la muerte del pe­cador, sino que se convierta. El dijo que viniera del cielo a llamar pecadores a penitencia (Mt. 9, 13). Y por muchos y grandes que sean los pecados, todos los perdona Dios al que se convierte de corazón y le llama, aunque sean más sus pecados que las arenas de la mar y mayores que los montes. David Rey pecó haciendo adulterio y homicidio, y después lloró su pecado y Dios le perdonó. San Pedro Apóstol negó tres veces a Cristo en el tiempo de su pasión, y mirán­dole Cristo volvió en sí y lloró amargamente, y Dios piadosamente le perdonó. Uno de los ladrones que crucificaron junto con Cristo, se arrepintió de sus pecados y pidió misericordia a Jesucristo, y [éste] le perdonó, y el mismo día le llevó al paraíso. El mismo Señor dice por sus Profetas: Si el pecador se convirtiere a mí y gimiere sus pecados, yo le perdonaré en el mismo punto que se arrepintiere de sus culpas (Ez. 11, 17-21; 33, 14-16; Sal. 29, 3-4; 2 Pe, 3, 8-9). Oh dulcísimo Señor Jesucristo, que moriste por [los] pecadores, y diste tu sangre por nuestros pecados, no nos deseches, que aunque pecadores, a ti venimos para que nos des remedio.

[Sabed, hermanos, que había una mujer gran pecadora que se llamaba María Magdalena, la cual oyendo al Señor predicar, movida de su palabra, vino a buscarle a casa de un fariseo donde comía. Y llegando por detrás, con mucho dolor y vergüenza, derramó tantas lágrimas, que con ellas lavó los pies de Jesucristo, y luego los limpiaba con sus cabellos y los besaba con su boca. Y condenándola aquel fariseo, y otros que estaban a la mesa, Nuestro Sal­vador Jesucristo respondió que todos sus pecados se le habían perdonarlo en aquella hora, por el mucho dolor y el mucho amor que tuvo a su Dios.

De esta suerte haced vosotros, teniendo vergüenza de las malda­des cometidas, y llorando tantas ofensas como habéis hecho contra Dios, y pidiéndole perdón por su preciosa sangre. Que el mismo Hijo de Dios está convidando, y dice que se goza más de un pecador que se convierte que de muchos justos (Mt. 18, 13; Le. 15, 7). Así como el buen pastor toma la oveja perdida y la pone sobre sus hombros, así hace Jesucristo, que abraza al pecador que se vuelve a él, y hace gran fiesta en el cielo.

¡Oh, hijos, qué buen Señor tenemos y qué buen Padre! ¿Por qué le enojamos? ¿Por qué huimos de él? Volvamos de todo nuestro corazón, diciendo: Ya no más pecados. De los pasados nos pesa. Habed piedad de nosotros, Señor Nuestro. Quitad nuestra mal­dad. Dadnos vuestra gracia y después vuestra gloria. Amén.

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SERMÓN X. Qué cosa sea sacramento; y del bautismo, que es puerta de todos los sacramentos, y sin él nadie se salva; éste hace hijos de Dios; en qué consiste, y que no puede recibirse más de una vez.

En otros sermones os he dicho cómo todo el mal le vino al hombre por el pecado, y cómo Nuestro Señor Jesucristo vino del cielo a la tierra para salvarnos del pecado y llevarnos a la vida bienaventurada del cielo. También os dije que para ser librados de nuestros pecados, debemos poner nuestra fe y esperanza en este Señor Nuestro Jesu­cristo, y arrepentirnos de nuestros pecados, doliéndonos de haberlos cometido y determinando de enmendar nuestra vida. Díjeos también que es necesario recibir los sacramentos que Jesucristo or­denó para nuestro bien y remedio. De aquí adelante os trataré de estos sacramentos.

            Sacramentos llamamos unas señales y ceremonias ordenadas por Jesucristo, con las cuales honramos a Dios y participamos de su gracia. Así como si el Virrey o la Audiencia os da una provisión o quillca[29] con que os hace libre de tributo, y más, os manda dar de la caja del Rey cien pesos, tomáis la quillca y guardáisla, y por ella quedáis libre del tributo y aun rico. Así también los sacra­mentos de la Santa Iglesia hacen que los que los toman, queden libres de pecado, y aun queden ricos de gracia y bienes espirituales. Esto es siempre así, si el que recibe los sacramentos los toma con fe y devoción debida. Porque si los toma de burla o por cumplir, y sin propósito de dejar sus pecados, en lugar de recibir gracia y salud del alma, recibe mayor daño y condenación. Como la medicina, si no la toma el enfermo como conviene, en lugar de hacer provecho, hace daño y aun le suele matar.

Por tanto, hijos míos, mirad cómo os llegáis al bautismo y a la confesión, y al sacramento del altar y a los demás sacramentos. Captad que os mira Dios, y ve si traéis buen corazón; y si venís fingidos y con mentira, se enoja mucho, porque hacéis burla de Dios. Y Dios es gran Señor, y todo lo ve hasta lo íntimo de nuestros pen­samientos. No seáis come Judas falso discípulo, que después de haber 310 recibido el sacramento de mano de Jesucristo, se fue y le entregó. Y por eso reventó, colgándose de un árbol. No seáis como Simón Mago, que se bautizó y pretendió ganar dineros y vanidad, y por eso fue maldito del apóstol de Jesucristo San Pedro.

Estos sacramentos que Jesucristo ordenó son siete, como os en­seña la doctrina cristiana. El primero es el santo bautismo, sin el cual ningún otro sacramento vale nada, ni es nada. Por eso el (p. 658) que no está bautizado, no piense que es casado con matrimonio de la Iglesia; ni piense que confesando sus pecados le valdrá la confesión. Así como todos los que entran en esta Iglesia entran por la puerta, así también los que entran en el número de los fieles e hijos de Dios por el bautismo. Y no hay otra puerta para entrar en el cielo. Por tanto, dijo el Hijo de Dios, Jesucristo, que el que no naciere por agua y por Espíritu Santo, que es ser bautizado, no entrará jamás en el cielo. Mirad que lo dice esto el mismo Jesucristo, que no puede mentir.

Si hay alguno aquí que no esté bautizado, dígalo, y no tema, que no le harán mal alguno. Y si tiene vergüenza de que lo sepan, en secreto le bautizará el Padre. Y si lo deja porque no tiene candela o para el capillo, sepa que no le fuerza a dar nada, ni candela ni capillo, que así lo manda ahora el Santo Concilio de Lima, ni por otro sacramento ha de pagar nada[30]. De gracia nos dio Dios estos bienes tan grandes, y de gracia nos los manda comunicar.

Si hay alguno que tiene hijos y no están bautizados, mire que los traiga a bautizar, porque de otra manera no pueden ver salvos. ¿Por qué serás hombre tan cruel y tan malo que a tu hijo le quites tanto bien, como hacerse hijo de Dios? Aunque sea chiquito, man­da Dios que se bautice. Porque por el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, que ya os he contado, nacemos todos los hom­316 tires en desgracia de Dios, y por el santo bautismo se nos quita aquel pecado original, y todos los otros pecados que hemos hecho.

Si alguno está en peligro de muerte, y no está bautizado, avise luego al Padre su pariente, y el fiscal[31] y el curaca. Captad que si por vuestra negligencia muere alguno sin bautismo, niño o grande, que vos pagaréis su daño en el infierno.

Y sabed, hijos míos, que al bautismo dio Jesucristo tanto poder y virtud, que limpia y lava de todas las manchas de los pecados, aunque sean más que arenas y mayores que montes. Y de tal suerte la limpia, que queda libre de culpa y pena. Y si en aquel punto se muriese, iría a gozar con los ángeles de Dios. ¡Oh, qué hermosa y qué linda y qué galana queda el alma cuando sale de la fuente del bautismo! Dios la ve y se enamora de ella. ¡Oh, si nunca perdiese aquella lumbre y aquella hermosura que se denota por la candela y por el capillo, que ponen al niño cuando se bautiza!

               Diréisme: "Padre, nosotros no vemos nada de eso, antes vemos que llora la criatura y el hombre se queda como estaba. ¿Cómo hemos de creer eso que dices?" Dime, hombre: ¿Ves tú el corazón? ¿Ves la voluntad del otro? No ves nada de esto. Pues ¿cómo sabes que tiene alma y songo [sic] tu compañero? Por las obras que hace. Pues, hermano, la gracia de Dios es invisible, mas por sus obras maravillosas se deja conocer. Y esto es lo que respondió Jesucristo a Nicodemo, que era un sabio que ponía duela en este misterio del bautismo (Jn. 3, 4-9). Y bástete a ti que lo dijo Dios, y que tú sabes poco y Dios mucho.

               Ahora sabed que la substancia del bautismo está en lavar con agua natural y verdadera al que es bautizado, y juntamente decir estas palabras: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y todas las otras cosas, como poner sal y soplar, y decir otras palabras, son ceremonias santas que usa la Iglesia para preparar el santo bautismo. Y son cosas llenas de misterios muy altos. Sabed también que aunque el que bautiza es el Padre de Misa, pero en extrema necesidad (que es cuando está para morir una criatura y no hay Padre cerca) cualquier persona puede bautizar. Y vale el bautismo como eche agua y diga aquellas palabras entera­mente con voluntad de hacer lo que la Santa Iglesia hace.

Al cabo de este sermón os aviso, que así como nadie puede ser salvo sin recibir el bautismo, así también ninguno le puede recibir (los veces, como no puede nacer (los veces del vientre de su madre.

Porque el bautismo es un nacimiento espiritual, por el cual el cristia­no tiene a Dios por padre y a la Santa Iglesia por madre. El que se bautiza otra vez comete grandísimo pecado y sacrilegio. [Fol. 61r] Por eso, si supieres de alguno que por descasarse de su mujer, o por otra malicia, miente y dice no ser bautizado, y se hace bautizar otra vez, tenedle por diablo, y acusadle al Padre paro que sea castigado como merece tan gran maldad y escarnio de Dios.

Y los que sois bautizados, alegraos mucho porque tanto bien al­canzasteis. Y decid a Dios mirando el cielo: ¡Oh Padre piadoso y Se­ñor de todas las cosas, que siendo yo un gusano vil y miserable, (p 661) tuviste por bien de hacerme hijo tuyo por el santo bautismo, doyte gracias por tan gran merced! Y, pues, soy hijo de Dios y cristiano, no es justo que me vuelva hijo del diablo. Por eso ayudadme, Señor mío Jesucristo, para que me aparte yo de todo mal, y obre todo bien y te sirva. y agrade corno buen hijo. Y después de esta vida alcance yo aquella heredad tan preciosa, que tú tienes para tus hijos en el cielo. Amén.

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SERMÓN XI. Que el que ha pecado después del bautismo no tiene otro remedio para ser perdonado, sino el sacramento de la confesión; y que a solos los sacerdotes les dio Dios este poder, - y que en necesidad, y cada año, se han de confesar los cristianos.

            En el sermón pasado os traté, hermanos muy amados, del bau­tismo. Y os dije que ningún hombre, chico ni grande, entrará en el cielo si no recibiere el santo bautismo, como lo ordenó Nuestro Señor Jesucristo. Que se entiende recibirle de obra cuando puede; y si no puede, al menos tener firme voluntad de recibirle. Y dije que todos los pecados que hacen los hombres antes de ser cristianos se les perdonan enteramente cuando reciben el bautismo, si le reciben con fe y penitencia, que es arrepentimiento de todos sus pe­cados. También os dije que el bautismo no se puede recibir más de una vez.

            Mas porque el hombre es flaco y peca fácilmente, y los cristianos bautizados muchas veces caen en pecado, queda ahora de tratar qué remedio tiene el cristiano que ha caído en pecado mortal, fornicando, o perjurando, o hurtando, o haciendo mal de obra o de palabra a su prójimo. Y mucho más si ha tornado a mochar las guacas[32], o hacer lo que los hechiceros les han dicho, o cometido algún otro pecado mortal de obra o de palabra. ¿Qué remedio tiene este mal? Ya no puede bautizarse otra vez. Pues ¿qué ha de hacer, hase de desesperar y dejar ir al infierno?

No, hermanos míos; en ninguna manera. Dios, que es Padre de misericordia, y conoce nuestras flaquezas y enfermedades, ordenó una medicina y remedio para todos esos males y llagas, que es la confesión. Que por otro nombre se llama sacramento de peniten­cia. Sin éste, ningún cristiano que ha caído en pecado mortal es per­donado. Aunque sea Padre y Obispo y Rey ha de humillarse, y con­fesar su pecado; si no, no quiere Dios que sea perdonado. Y si se acusa y dice sus culpas enteramente, aunque haya hecho muchos y muy grandes males, será perdonado. Y esto no solamente una vez como el bautismo, sino muchas veces; y todas las que cayere se ha de confesar y será perdonado.] ¡Oh gran piedad de Jesucristo, (p. 662) con su preciosa sangre, por aquellas palabras que dice el sacerdote de parte de Dio s, luego se quitan todos los pecados, y el alma del cris­tiano vuelve a la gracia y amistad de Dios!

Este poder de absolver y perdonar pecados, no lo dio Jesucristo a todos los cristianos, sino sólo a los varones que por mano del Obispo son ordenados Padres de Misa, que llamamos sacerdotes. Estos tie­nen las llaves del cielo para abrir y cerrar. Estos son jueces de parte de Dios para librar y condenar. Estos son médicos espirituales que curan las almas, y las sanan con la palabra de Dios y con su virtud.

Vuestros antepasados confesaban sus pecados a los confesores del diablo, a los ichuris, y hoy día algunos hacen tan gran maldad. ¿Qué pensáis que hacen los ichuris? Comen y beben y quie­ren vuestra plata o vuestra ropa, y siempre os mienten y engañan. ¿No lo veis? ¿Qué saben ellos, ni qué poder tienen? Ellos son malos, y son ministros del diablo. El diablo, como es soberbio y envidioso, inventó estos ministros suyos, para enojar a Dios, a quien él quiere mal, y para condenar las almas y llevarlas consigo al infierno.

¿De qué sirven los lavatorios y opacunas[33] vuestros? ¿Por ven­tura el río lleva los pecados? No veis, ciegos, que el pecado está en el alma, y que ni la coca quemada ni el río ni los golpes de piedras pueden quitarlo del alma, sino sola la virtud de Dios que creó las almas.

Y esta virtud comunicó a los sacerdotes, diciéndoles estas pala­bras: Tomad el Espíritu Santo, y los pecados que vosotros perdona­reis, serán perdonados, y los que no quisiereis perdonar, no serán perdonados. Esto dijo Jesucristo después de haber ya resucitado, y son palabras de Dios que no pueden engañar. Porque el pecado es contra Dios, y por eso, sólo Dios puede perdonarle; y por autoridad de Dios, aquel solo a quien Dios diere tal poder.

Así que, hijos míos, al Padre habéis de decir todas vuestras cul­pas, si queréis ser salvados. Y por eso en enfermedad grave le habéis de llamar, porque no muráis sin confesión. Captad que os condena­réis, si llamáis al hechicero, o no llamáis al Padre, pudiendo llamarlo.

Y si no hubiere Padre, decid con vuestro corazón: Señor mío Jesucristo, mucho quisiera tener aquí al padre, para decirle todas mis hochas[34]. Mas, pues no puedo, a mí me pesa mucho de haberlas hecho. Y si tú me das salud, y me curas este mal, yo se las diré y viviré bien, y izo tornaré a mis pecados. Perdóname por tu preciosa sangre, que a ti me encomiendo, y a ti llamo corno a Padre y Redentor mío. Y si vos le decís así de todo corazón, tened cierto que Dios os perdonará y habrá piedad de vos.

Esto habéis de hacer, hijos míos, todas las veces que os veis en grave enfermedad o en peligro de muerte; y si escapáis, habéis de confesar al Padre y decirle todos vuestros pecados. También os habéis de confesar la Cuaresma, o a lo menos una vez cada año, que lo mandan así Dios y la Santa Madre Iglesia. Y sabed, hijos, que es muy bueno confesar también otras veces entre año, especial­mente cuando hay jubileos o fiestas grandes, que así lo hacen los buenos cristianos. ¿No habéis visto a los viracochas buenos cómo lo hacen? ¿Y muchos indios ladinos que son buenos hijos, y se confiesan entre año muchas veces, y rezan y se disciplinan? Estos son benditos de Dios, y los Padres les quieren mucho. ¿Por qué no haréis vosotros lo mismo? Que aunque Dios no os obliga, sino una vez en el año (porque no quiere echaros carga pesada), pero mucho se huelga de vuestro bien, y le agradan mucho los buenos hijos, que se confiesan a menudo.

¿Mas qué os diré de los malos cristianos que aun una vez no quieren venir a la confesión, sino por fuerza, y que los traiga el alguacil?[35]  Díme, mal cristiano, ¿qué gana Dios, ni el Padre, de confesarte? ¿No es tuyo el provecho? Pues ¿por qué huyes, necio, de tu bien? Cuando te duele el vientre o tienes hinchado el pescuezo, u otro mal que te da mucha pena, ¿no huelgas de que te curen? ¿No agra­deces al médico que te sana con yerbas o emplastos? ¿No le das gracias y aun se lo pagas? Si tu oveja tiene caracha[36], ¿no la untas y curas? Pues ¿por qué a tu alma la dejas morir en el pecado, tenien­do al médico de balde?

¡Ea, hijos míos! De aquí adelante no vengáis de mala gana a la confesión, mas muy contentos por la merced que Dios os hace de sanar vuestras almas con tanta blandura y con tanto amor. 348 Porque él es vuestro Padre, os quiere curar y sanar, como a hijos suyos, para que limpios del pecado alcancéis su gracia y después la gloria del cielo. Amén.

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SERMÓN XII. Que se trata cómo, para que la confesión sea cual debe, ha de preceder examen de la conciencia; y cómo de necesidad ha de ser entera, sin ocultar pecado alguno; y la seguridad que hay, por el gran secreto a que están obligados los con­fesores. (p. 664)

Ya oísteis cómo es necesario confesar vuestros pecados al Padre, para ser perdonados. Ahora, hermanos míos, os diré cómo os habéis de confesar, porque muchos de vosotros os confesáis mal; y en lugar de alcanzar perdón de vuestros pecados, hacéis otro mayor confesan­do mal, y enojáis terriblemente a Dios. Y aun por eso también pade­céis enfermedades muchas veces en el cuerpo, y tenéis tra­bajos temporales y os suceden mal vuestras cosas. Y aun a muchos arrebata la muerte a deshora. Y lo peor es que los lleva al tormento eterno, donde no hay remedio ni penitencia ni confesión, sino gemir y llorar y gritar y rabiar y siempre arder en aquella llama.

¡Oh, hermanos míos, cuánto se enoja Dios con los que hacen burla de él, confesándose mal y fingidamente! El ha dicho por sus profetas, que si alguno le despreciare, él despreciará; y si alguno le enojare, él se vengará de él; y si alguno anduviere contra Dios, Dios andará contra él (1 Re 2; Sal. 63; Lev. 26, 14-43). Guardaos, que es terrible cosa enojar a Dios haciendo burla de él.

¿Quién hace burla a Dios? PI que no confiesa todos sus pecados; el que calla alguno y le encubre al Padre; el que miente diciendo que no pecó, o que pecó menos veces, o fueron más; o al revés diciendo que hizo algún pecado que no hizo. Dios está presente, y lo oye todo y lo sabe todo, no penséis engañarle.

Pues, para que tu confesión sea buena y agrade a Dios, lo prime­ro, hijo mío, has de pensar bien tus pecados, y hacer quipo[37]  de ellos, como haces quipo cuando eres tambocamayo[38], de lo que das y de lo que te deben. Así haz quipo de lo que has hecho contra Dios y contra tu prójimo, y cuántas veces, si muchas o si pocas. Y no sólo has de decir tus obras, sino también tus pensamientos malos, cuando, si pudieras, los [pondrías] por obra: si deseaste pecar con fulana, y la miraste para eso; si quisieras hurtar la manta o el carnero del otro, y lo dejaste porque no te castigase el corregidor[39]; si te enojaste con el Padre o con el curaca[40], y no te atreviste a herirle, pero en tu corazón quisieras hacerlo. Todo esto, hijos míos, habéis de decirlo, porque también por los pecados del corazón, que no se ven, se condenan los hombres.

Después de haberte pesado y hecho quipo de tus pecados, por los diez mandamientos o como mejor supieres, has de pedir a Dios per­dón con mucho dolor de haberle ofendido y enojado, y decirle que te enmendarás y no pecarás más. Y tú dirás todas tus culpas al padre, que está en lugar de Dios. Hecho esto muy bien, hincadas las rodillas ante el Padre, di todos tus pecados, cuantos vinieren a tu memoria, que no los hayas confesado, y todos cuantos te preguntare el Padre, sin callar ninguno.

Guárdate de callar alguno, porque uno solo que encu­bras, no vale nada tu confesión: todos tus pecados se vuelven a ti, y otro mayor, que se llama sacrilegio. Dios lo tiene dicho así. Mira no te engañe el diablo, que anda por volver a tu alma, y le pesa que le eches de ella. Sabe que cuantos pecados dices, tantos demonios y sapos feos vomitas; y si callas alguno, todos se vuelven luego a ti.

Un cristiano se confesaba una vez, y vio otro cristiano que como se iba confesando sus pecados, así le iban saliendo por su boca otros tantos sapos muy sucios. Y vio más, que de ahí a un rato (porque aquel cristiano calló un pecado por vergüenza del confesor), que luego volvieron todos los sapos a entrarse uno a uno por la boca. Veis, hermanos, qué hace el callar algún pecado, o mentir diciendo menos o más de lo que se acuerda.

Otro hombre había callado toda su vida un pecado grande, y a la hora de su muerte quiso confesarle, y ya que comenzaba (por justo juicio de Dios), quitósele la habla y murió luego; y los demonios le arrebataron luego y le llevaron al infierno, donde no queda remedio para siempre jamás. Así que, hijos míos, guardaos de mentir en la confesión, ni encubrir pecado alguno.

Diréisme: "Padre, tengo gran vergüenza de que el Padre sepa cosas tan sucias como yo he hecho, que nadie las sabe sino yo". Hijo mío, por esa vergüenza que pasas te perdona Dios, y te librará de que no pases aquella vergüenza, cuando en presencia de los ángeles y de los hombres el diablo publicará ese pecado y los demás. Y sabe, hijo, que los Padres han oído muchos pecados como ésos, y no se espantan de nada, antes quieren mucho a los que les dicen todo eso. Y, pues, no tuviste vergüenza de pecar, no la tengas de confesar.

Otro dice: "Yo he mucho miedo al Padre, que no me castigue y me quiera mal, si le digo mi hacha, y por eso lo callo". Hijo no hayas tú miedo, porque el Padre no te castigará por eso, que Dios tiene man­dado que lo que pasa en confesión fuera de ella no se castigue, ni jamás tal cosa has visto tú ni nadie. Parque si tal hiciese el Padre, Dios le condenaría, y el visitador y e] obispo le echarían del mundo. No temas, hijo.

               Mas otras dicen: "Si el Padre sabe mis pecados, quizá los dirá, y los sabrán otros y me vendrá mal". Sabed, hijos, que el confesor no puede decir nada de la confesión, aunque le maten. Y que si algo dijese, vivo le enterrarían, que Dios y la Santa Iglesia lo tienen así mandado. Antes se huelga mucho el Padre, y quiere como a hijo al que le dice toda verdad.

También somos pecadores y flacos los Padres, y nos compadecemos (p. 666) los pecados que oímos, y nuestro Dios a todos nos oye y perdona. Y él es el que es ofendido y el que perdona al pecador que se arrepiente y se acusa de sus pecados, porque es Padre muy piado so y se compadece de nuestros yerros. Y al que se acusa, Dios le excusa, como hizo al publicano y a la Magdalena, y a San Pedro y a David, que pecaron como hombres y se convirtieron a Dios, y Dios los perdonó. Porque él dice que no quiere la muerte del peca­dor, sino que se convierta a él, y viva para siempre vida de gracia y de gloria. Amén.

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SERMÓN XIII. En que se trata del Santísimo Sacramento del Altar; cómo está allí Jesucristo realmente; cómo le instituyó para sacrificio singular, y para comida espiritual de los fieles; y que a todos se da este sacramento, como tenga la disposición que se requiera, y cuál sea ésta.

Hermanos míos muy amados, aunque en todos los sacramentos que Jesucristo Nuestro Señor nos dio mostró su grande amor y poder, pero sobre todos lo mostró en el Santísimo Sacramento del Altar, que es el más alto y mayor de todos los sacramentos, y el más admirable beneficio que Jesucristo hizo a los cristianos.

Dios, hermanos, es grande, y así sus obras son gran­des, y que el entendimiento de los hombres no las puede comprender. En este Sacramento del Altar está Jesucristo, Dios y hombre verda­dero, el mismo que está en el cielo. Y no está allí por figura y seme­janza, sino verdadera y realmente. Y así le adoramos todos los cris­tianos, hincados de rodillas e hiriendo el pecho. Y así lo has tú de creer firmemente y adorar a Dios vivo, que está encerrado en aquella hostia que levanta el sacerdote cuando dice misa y en aquel cáliz consagrado. No pongas duda alguna, porque lo dice Dios, que no puede mentir.

Y si me dices: "Padre, yo no veo a Jesucristo ni su cuerpo ni su sangre, sino sólo veo aquel pan blanco y aquel cáliz de la misma manera que antes de consagrarse. Pues ¿cómo adoraré yo allí a Je­sucristo y creeré que está allí?"

            Hermano, Dios es el que lo dice, por eso le has de creer: que así lo creen y afirman todos los cristianos (más de mil años ha) en todo el mundo. Y para que este misterio se confirme, muchas veces han visto hombres santos allí la forma de Jesucristo, y de su carne y de su sangre. Y, pues Dios hizo con su palabra sola que ese tu cuerpo tuviese alma, y que esté ahí, aunque tú no la ves, también puede hacer que esté Jesucristo allá encubierto con aquella figura de pan. Y si no lo ves, créelo y serás salvo, que por eso se llama éste, misterio de fe.

"Yo, padre, así lo creo como bueno y fiel cristiano, mas querría saber para qué se encierra allí Dios." Yo te lo diré si me oyes con atención. Sábete que Jesucristo cuando había de morir y padecer por nosotros, un día antes cenó con sus discípulos muy amados; y des­pués de haberles lavado los pies, con mucho amor y ejemplo de gran humildad (porque los amaba mucho, y quería quedarse siempre con 376 ellos, aunque se fuese de esta vida), ordenó este sacramento en esta manera. Tomó el pan con sus manos benditas, y echando su bendi­ción en él, dijo: Tomad y comed, que éste es mi cuerpo, que será por vosotros entregado a muerte. Y después tomó el cáliz con vino, y dijo: Tomad y bebed, que éste es el cáliz de mi sangre, que será 377 derramada por vosotros y por otros muchos, para que sean perdona­dos sus pecados. Y nitrad que hagáis esto mismo en memoria mía siempre.

Esto dijo nuestro buen Padre y Maestro Jesús. Y todos sus após­toles comieron de aquel pan y bebieron de aquel vino consagrado, en el cual estaba el cuerpo y sangre de Jesucristo; porque las palabras de Dios no son vanas, sino que luego obran lo que dicen. Y desde entonces, siempre los sacerdotes (a quienes dio este poder Jesucristo) hacen lo mismo en la misa, en la cual, por aquellas palabras divinas que dicen, consagran el cuerpo y sangre de Jesucristo, y ofrecen al Padre Eterno aquel sacrificio maravilloso, por sí y por todos los fieles vivos y difuntos.

Y así habéis de saber que la misa es el sacrificio de los cristianos, donde no se ofrecen carneros ni becerros, sino el mismo Hijo de Dios, para nuestra salud y remedio. Y por eso, hijos míos, sed muy devotos de oír misa, y estad muy atentos y oídla entera, no sólo los domingos y fiestas, que lo manda la Iglesia, sino cada día, si pudiereis. Mirad que los ángeles están allí postrados con gran reverencia, y no hay cosa debajo del cielo que más bien llaga a los vivos y a los difuntos que aquel sacrificio de la misa.

Estad de rodillas y con sosiego, rezando y adorando allí a Jesucristo; y sed amigos de ofrecer por vuestras necesidades y por vuestros difuntos. Y no penséis que se compra la misa con lo que dais al Padre que os la diga. Porque os hago saber que vale más la misa que el cielo y la tierra, mas la lglesia da licencia que el Padre lleve la limosna que le dais, para que la misa para vos sea de mayor provecho. Veis aquí como Jesucristo ordenó este misterio para sacri­ficio de los fieles.

También le ordenó para comida y manjar del alma. Porque así como vuestro cuerpo vive con el mantenimiento corporal, así el alma del cristiano viva con aquel Sacramento del Altar. Y por eso le ordenó Jesucristo en forma de pan, para que sepáis que quiere que le coman los fieles cristianos, y con él sustenten la vida espiritual de su alma. Y así convida Jesucristo a los cristianos diciendo: Tomad (p. 668) y comed, que éste es mi cuerpo (Mt. 26, 26). Y otra vez: El que no comiere mi cuerpo, morirá, y el que comiere este parí del cielo, vivirá para siempre (Jn. 6, 50, 59). Y así veréis que no sólo los Padres de misa, sino también los otros cristianos, hombres y mujeres, se llegan al altar y reciben de mano del Preste este sacramento.

Y tienen Dios y su Santa Iglesia mandado que cada año le reciban una vez por lo menos por Pascua de Resurrección; y cada y cuando que estuvieren en peligro de muerte. Y así veréis llevar por las calles este Santísimo Sacramento acompañado de mu­chos cristianos y de mucha cera ardiendo, y cruz y campana, y que todos se hincan de rodillas y lo adoran, porque va allí Dios encerrado, que por su infinito poder puede caber todo en tan pequeñito lugar. Y así lo dice la fe.

Decirme heis: "Pues, Padre, ¿cómo a nosotros los indios no nos dan ese sacramento, siendo cristianos bautizados? ¿Jesucristo no mandó que a todos se diese su Cuerpo? ¿No dijo que el que no comie­re de él morirá para siempre?"

Así es, hijos míos. Mas sabed que aquel sacramento requiere aparejo en el que le ha de recibir; y si no está aparejado como con­viene, antes se convierte en muerte por su culpa.

El aparejo que se requiere es, lo primero, fe. Que se­pas, cristiano, con la fe discernir aquel divino manjar de este otro corporal, y no pienses que es como tomar un bollo de maíz o una arepa[41]; lo segundo que requiere es verdadera confesión de todos los pecados y enmienda de vida; que el que con pecado, estando aman­cebado o emborrachándose o adorando guacas o tratando con hechi­ceros, recibe aquel sacramento, hace gran injuria a Dios, como Judas el traidor; lo tercero requiere que haya reverencia y devoción, tra­yendo el cuerpo ayuno, sin haber comido ni bebido nada, y el alma muy atenta a tan gran bien como recibe.

¿Habéis entendido? Pues, si vosotros adoráis guacas y habláis con hechiceros, si os emborracháis a menudo, si andáis en suciedades con mujeres, si cuando os confesáis decís mentiras, y si no confesáis todos vuestros pecados, ¿cómo queréis que os den tan alto sacramento? ¿No veis que sería echar el oro y piedras preciosas en un muladar? Mas, si vosotros os enmendáis y sois buenos cristianos, daros han aquel divino pan, que así lo han mandado los Obispos y los Padres Santos; y así se hace donde hay buenos indios, como en el Cuzco y en Lima y en otras partes.

El que supiere bien la doctrina, y no mochare guacas ni hablare con hechiceros, ni se emborrachare, ni estuviere en pecado con mu­jeres, y confesare enteramente todos sus pecados, sin duda recibirá este sacramento, que por ser indios no os desecha Dios, antes os llama y os quiere mucho Nuestro Señor Jesucristo. Muchos indios ladinos y anaconas[42] y cofrades comulgan, porque son buenos cris­tianos y saben la doctrina. haced todos lo mismo y comulgaréis. Que los Obispos y Padres Santos han mandado que os den, hijos míos, la sagrada comunión cuando estéis en artículo de muerte para vuestra salvación; y aun también por Pascua, si os viéramos aparejados.

Pues ¿cuál será el indio tan desventurado que a trueco de recibir a Dios vivo y gozar del cuerpo verdadero de Jesucristo, no querrá dejar sus vicios, dejar de emborracharse y de estar amance­bado? i0h, hermanos míos, qué bien perdéis! Mirad que os convida Dios diciendo que vayan los pobres y los pequeños a su mesa y co­man, y se harten de bienes celestiales (Pr. 9, 4-6).

Dad vos, Señor y Padre nuestro, a esta pobre gente, luz de vues­tra fe y espíritu de vuestro amor, para que os reciban y os gocen en esta vida por gracia y en la eterna por gloria. Amén.

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SERMON XIV. En que se trata del sacramento de confir­mación y del sacramento de orden; del poder que en él se da a los sacerdotes para celebrar y para absolver; de los grados diferentes 396    de ministros de la Iglesia; cómo sobre los sacerdotes son los obis­pos, y sobre todos el Papa; y de su gran poder; y cómo todos los cristianos han de seguir su doctrina.

Del bautismo y de la confesión y del Santísimo Sacramento del Altar he tratado. Ahora os diré de los otros sacramentos. Los que son bautizados, reciben también el sacramento de la confirmación. La cual da sólo el obispo, ungiendo la frente con crisma consagrado, y diciendo: Señálate con la serial de la cruz y únjote con crisma de salud, en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo.

Este sacramento tiene gran virtud y es muy importante. En él se da mucha fuerza fiel Espíritu Santo para resistir a las tentaciones del demonio y a los engaños de esta vida; y por él, el cristiano se confirma en la fe y en el amor de Dios.

Cuando confirman los obispos, dan una bofetada al que es confir­mado, en señal que ha de estar aparejado a sufrir afrentas por Jesu­cristo, y que por ninguna cosa le ha de negar. Los que de vosotros no habéis recibido este sacramento, hijos míos, rogad a Dios que os traiga a vuestro obispo y pastor por aquí para que os confirme. (p. 670)

Este sacramento no se puede recibir más de sola una vez, como el santo bautismo.

            Y de la misma manera es el sacramento del orden, por el cual el obispo hace sacerdotes y padres de misa, consagrándolos, para que sean ministros de Dios. Y así no se pueden casar ni tener mujeres, y han de rezar y hablar can Dios para que os perdone.

Estos tienen poder, que les da Dios cuando se consagran para ofrecer el sacrificio del altar, y consagrar allí el verdadero cuerpo de Jesucristo. El cual muestran al pueblo alzándole en alto, para que todos le adoren. Y por eso se visten de vestiduras santas cuando salen a decir misa: porque representan a Jesucristo, que ofre­ció sacrificio de sí mismo en la cruz, y en la cena con sus discípulos en forma de pan y vino. Y así es grande aquel misterio que se celebra en el altar. Y los ángeles hacen reverencia al sacerdote por el gran poder que Dios le dio.

Estos sacerdotes también tienen poder de oír los pecados de par­te de Dios, y de perdonarlos y dar alguna pena por ellos. Y lo que ellas mandan se ha de hacer. Porque dijo Jesucristo, nues­tro Dios, que lo que éstos desataren en la tierra, será desatado en el cielo, y lo que éstos ataren en la tierra, será atado en el cielo (Mt. 16, 19; Mt. 18, 18; Jn. 20, 23).

Estos sacerdotes tienen poder para administrar los sacramentos del bautismo y de la comunión, y del matrimonio casando, y de la extremaunción. Lo que éstos bendicen, es bendito; y lo que ellos mal­dicen, es maldito de Dios. Por eso, hijos míos, acatadlos mucho y honradlos y obedecedles, porque son ministros de Dios. Ya veis como el corregidor quiere ser obedecido y acatado, porque es ministro del 405 rey. [Fol. 80rl Pues, el sacerdote es ministro de Dios. Y delante del sacerdote se hincan de rodillas el corregidor y el oidor y el virrey y el rey, y le dicen con humildad sus pecados; y él como juez lo senten­cia. Así que todos han de honrar a los ministros de Dios.

Y si algún Padre viereis que es flaco y mal acondicionado y co­dicioso, no os maravilléis, que es hombre como vos, y él dará cuenta a Dios muy estrecha del mal ejemplo que da. Mas vos honradle por su dignidad, porque es ministro de Dios, y no habléis mal de él ni le levantéis testimonia: captad que se enoja mucho Dios, y lo siente por afrenta y agravio que le hacéis.

               Para servir a los sacerdotes en la misa, y para otros oficios, hace también el obispo otros ministros y padres menores, que se llaman diáconos y subdiáconos, de evangelio y de epístola. Estos tampoco se casan, y han de rezar. Pero no tienen poder de decir misa, ni de confesar.

Hay también otros ministros menores. Y otros mayores que los sacerdotes, que son los obispos. Y sobre éstos son los arzobispos. (p. 672)  Y sobre todos es el Padre Santo de Roma, que se llama Papa, que es Padre de todos los cristianos, y tiene todo el poder como Vi­cario de Jesucristo.

               Este Santo Padre envía bulas e indulgencias para bien de los fieles y perdón de sus pecados. Y éste dispensa en los votos y jura­mentos, y en casamientos prohibidos. Este os libra de muchas obli­gaciones de ayunos y fiestas y entredichos y otras cosas a que están obligados los cristianos, porque no quiere que tengáis mucha carga, sino que seáis cristianas.

Este manda al rey de España y a todos los reyes de la Cristiandad, y a todos los obispos y a todos los religiosos. Este les da privilegios y gracias para los fieles cristianos. Y para vosotros, y todos los que de nuevo se convierten a la fe, ha dado muchos poderes 411 y gracias, especialmente a los obispos y religiosos, porque le dio Je­sucristo poder sobre todo el mundo y las llaves del cielo.

Y éste es la cabeza de toda la Iglesia. Y lo que él, con la Iglesia Romana, determina, eso se ha de seguir como palabra de Dios, que no puede errar al faltar. Y así, hijos míos, para ser cristianos habéis de creer y tener todo lo que tiene y cree la Santa Iglesia Romana, que es donde es obispo este Padre Santo llamado Papa.

Este nunca puede faltar, porque en muriendo los Prín­cipes de la Iglesia que residen en Roma, llamados cardenales, se encierran y con gran santidad y prudencia eligen otro que le suceda, que es el mejor hombre de los cristianos que hallan para tan alto lugar.

Y desde el Apóstol San Pedro, que fue el primer Papa y el mayor de los discípulos de Jesucristo, siempre ha habido papas con la mis­ma autoridad hasta el que hoy día es, que se llama Gregorio [XIII], nuestro Santísima Padre. Y de estos papas ha habido muy muchos, muy grandísimos santos y mártires y doctores. Y los fieles cristianos no creen sino lo que éstos que Jesucristo puso por maestros de su Santa Iglesia, les dicen.

Mas los falsos cristianos, que se llaman cristianos y mienten, porque no lo son, mas son engañadores y ministros del diablo, son aquellos que no siguen ni obedecen la doctrina de este Padre Santo. ¿Sabéis cuáles son estos falsos y malos? Los que voso­tros llamáis moros y nosotros herejes, como aquellos que vinieron a robar por la mar que llamaban ingleses.

               Hijos, estad firmes en la doctrina de Jesucristo, que éste es su Evangelio. Y si fuere menester dar la vida por defender lo que la Santa Iglesia enseña, hacedlo de buena gana y seréis bienaventura­dos. Decid de todo vuestro corazón a Dios: Señor ato, tú me hiciste cristiano por tu gracia [fol. 83r] y me diste la doctrina de verdad que 417 tienen tu Santa Iglesia Romana y el Papa, Padre de todos los cristianos. En esa fe quiero vivir y morir. Y si fuere menester daré luego la vida por esta fe, con tu ayuda. Dáme tu favor, para que merezca alcanzar la corona de gloria. Amén.

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[Fol. 83v]

SERMÓN XV. En que trata cómo la continencia es estado más perfecto, pero no es de obligación. Cómo el matrimonio le ordenó Dios para remedio de nuestra flaqueza; y cómo es estado santo y sacramento y es perpetuo; y cómo nadie puede tener más de una mujer, Y contra el abuso de los indios que tienen muchas mujeres.

            El estado y manera de vivir, hermanos míos muy amados, que tienen y profesan las sacerdotes y padres y religiosos, varones y mu­jeres religiosos, de no casarse ni tener ayuntamiento carnal hombre con mujer, es más alto y más perfecto. Y en alguna manera imita a los ángeles del cielo, los cuales no se multiplican ni tienen ayunta­miento entre sí, porque son todos espíritus sin carne ni hueso.

Y la causa porque los sacerdotes y religiosos y monjas no se casan, es por tener más limpieza en el cuerpo y en el alma; y así servir mejor a Dios, estando desocupados de los cuidados que causan mujer e hijos. Mas Dios Nuestro Señor, que quiere que todos los hombres se salven, no forzó a nadie al estado de continencia, antes ordenó otro estado también santo y bueno, que es el de casados con matrimonio legítimo. En el cual estado se pueden muy bien sal­var los hombres y mujeres, sirviendo a Dios con guardarse lealtad el uno al otro, y con criar sus hijos en servicio de Dios, enseñándoles la ley de Dios y buenas costumbres, y proveyéndoles de todo lo necesa­rio para la vida humana.

Este estado de matrimonio ordenó Dios luego que crió a los primeros hombres, varón y mujer, llamados Adán y Eva, que fueron padres de todo el linaje humano. Y después de ellos en todas las gentes del mundo hubo siempre conocimiento y uso del matrimo­nio, tomando el varón a la mujer por suya, y la mujer al varón por suyo, y teniendo por cosa buena y honrosa estar casados hombre y mujer.

Y al revés, por cosa mala y fea estar amancebados, teniendo ayuntamiento como las bestias que toman unas y dejan otras, co­mo les da el apetito, sin guardar ley de compañía entre sí. Por donde entenderéis que todos los que están amancebados (aunque sea soltero con una sola soltera, y una sola con uno solo) [fol. 85r] están en pecado mortal, y se irán a arder para siempre en el fuego del infierno.

No os engañen los hechiceros que dicen que con una sola es bueno andar. Ni sigáis la costumbre de vuestros antepasados que (p. 674) antes de casarse para probar la mujer se amancebaban primero[43]. Y así lo hacéis muchos de vosotros hoy día. Y en esto sois hijos del diablo y enemigos de la ley de Dios: la cual no da licencia de juntarse el varón y mujer carnalmente, ni aun una vez sola, antes de ser casados. Por eso abrid los ojos y no uséis tal maldad de aquí adelan­te. Mas como hacen todos los buenos cristianos y los vi­racochas honrados, mirad primero con quién os está bien casaros; y después de mirado, casaos como lo manda la Santa Iglesia; y después de casados, os ayuntad para tener hijos, y no antes de casados, por­que no caigáis en la maldición de Dios.

Ahora sabed, hijos míos, que el matrimonio de los cristianos, no sólo es buen estado y modo de vivir dado por Dios. Mas también es sacramento y gran misterio instituido por Jesucristo Nuestro Reden­tor. Este sacramento se celebra cuando el Padre y Cura vuestro os toma las manos a la puerta de la Iglesia o en vuestra casa, diciendo el varón y la mujer que se quieren por marido y mujer. Entonces se hace este sacramento; y no antes ni después. Y todo lo demás que se hace, de velaros y de las arras, y de las candelas y misa, todas son ceremonias y bendiciones de la Santa Iglesia para que vuestro casamiento tenga buen suceso en servicio de Dios.

Mas cuando el varón y mujer por mano del Cura, con testigos, os toma las manos, entonces se hace el matrimonio y es sacramento de Jesucristo, en el cual os dan gracia del cielo para que estéis en ser­vicio de Dios, y seáis buenos casados y llevéis bien las cargas del matrimonio y os salvéis. Y por eso debéis venir confesados de vuestras culpas a casaros, y no en pecado. Porque siendo como es sacramento del matrimonio, hase de recibir santamente.

            También habéis de saber que el matrimonio de los cristianos es perpetuo y para siempre, y de un varón con una sola mujer. Y si más tiene, no son mujeres, sino mancebas, con que irá a arder en el infierno. Porque la ley de Dios no permite que un hombre tenga dos mujeres ni más, sino una sola, aunque sea rey y señor del mundo. Pero bien da licencia que si una se os muere, que os caséis con otra; y a ella también, si se le muere el marido, que se case con otro.

Mas viviendo la primera mujer, la segunda con quien os casáis y las otras no son vuestras mujeres, sino vuestras mance­bas; y aunque seáis curaca, os iréis al infierno. Porque la ley de Dios es ley de paz y amor, y habiendo muchas mujeres, siempre hay en­vidias y celos y disensiones. Así que, hijos míos, lo que vuestros antepasados usaron, y vuestros Incas de tener muchas mujeres, es contra la ley de Dios.

El Rey, Don Felipe, que es tan gran señor de los viracochas y de este Nuevo Mundo, no tienen más de una mujer. Ni en vida de la primera toma otra, porque es cristiano y muy católico príncipe, y obedece a la ley de Dios y de la Santa Iglesia, Vosotros, que sois vasallos suyos, haced como él y como los demás buenos cristianos, y contentaos con una mujer, como lo manda la ley de Dios.

            Últimamente habéis de saber, hijos míos, que el matrimonio es vínculo y junta perpetua, que sólo por la muerte se puede quitar, mayormente si ha habido ayuntamiento carnal. Y no consiente la ley de Dios que el varón deje a la mujer y tome otra, ni la mujer deje al varón y tome otro. Porque esto será cometer adulterio. Así lo declaró el Hijo de Dios, Jesucristo, en su Evangelio, al cual hemos de creer, porque no puede mentir ni engañar (Mt. 5, 32; Mt. 19, 9; Le. 16, 18; 1 Cor. 7, 10-11). Así que lo que vuestros antepasados usaron de dejar y repudiar el marido a la mujer cuando les daba enojo, era mal hecho, y entre cristianos es cosa de gran castigo. Mirad primero con quién os casáis, y encomendadle a Dios.

Mas casado con una, no hay poder en la tierra para que la dejéis, y os caséis con otra. Si no os contenta, enseñadla y reñidla lo malo, decídselo al Padre para que la corrija, y ella se enmendará y será buena. Mas no la dejéis, que es pecado. Mas sufríos y llevaos unos a otros, que también tenéis cosas malas que ella os sufre. Tened mucho amor, hijos míos, unos a otros. El marido quiera bien a su mujer, provéale lo que ha menester con mucho amor. La mujer sirva al marido como a cabeza. Y criad vuestros hijos en servicio de Dios, pues siendo cristianos, son también hijos de Dios.

Y tú, mujer, no mires ni quieras otro varón, sino al tuyo, haciendo su voluntad. Y tú, varón, no mires ni quieras otra mujer, sino la tuya, haciendo su voluntad. El varón no es señor de su cuerpo, sino su mujer; y la mujer no es señora de su cuerpo, sino el varón. Así lo dice la Palabra de Dios por el Apóstol San Pablo. Sed 440 buenos y fieles, y tened paz como buenos casados, porque vosotros y vuestros hijos vais a gozar del cielo que nunca se acaba. Amén.

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SERMÓN XVI. En que se declaran los impedimentos que anulan el matrimonio.

Los que se quieren casar, han de saber los impedimentos que la 441 Santa Madre Iglesia tiene declarados, con los cuales no se puede hacer matrimonio. Y si alguno pretendiere casarse, no quedará casa­do, sino amancebado, y en estado de condenarse para siempre. Por eso, hijos míos, oíd con atención esta plática en que os enseñaré todos estos impedimentos para que nadie se case con ellos. (p. 676)

Y los que supieren que alguno se quiere casar teniendo cualquier impedimento de éstos que os diré, lo diga al Padre, porque si lo supiere y no lo manifestare, pecará gravemente y será condena­ do para siempre. Pues, por eso manda la Santa Iglesia que se amo­nesten primero en público los que se quieren casar, para que si alguno supiere cualquier impedimento de éstos, lo diga.

El que tuviere tal impedimento, dígalo, que más vale hacer lo que Dios os manda, que no lo que el curaca quiere; y Dios del cielo y el rey y sus ministros le librarán que no le haga mal alguno el curaca ni otro. Y si callare, será castigado como merece.

* (Infidelitas) LO I: Pues si te quieres casar, hijo mío, mira que sea cristiana bautizada la que tomas por mujer. Y tú, mu­jer, que sea cristiano bautizado el que tomas por marido. De otra suerte, no vale nada vuestro casamiento

* (Secundae nuptiae) LO II: Mirad que no seáis el uno o el otro 445 casado otra vez, viviendo todavía el primer marido o primera mujer, porque no valdrá nada vuestro casamiento y seréis castigados. Mas si ya murió el marido o la mujer con quien os casasteis primera vez, bien podéis casaros otra vez y otras en servicio de Dios.

* (Consanguinitas) LO III: Mira que no sea tu parienta o pa­riente por lo menos dentro del primero o segundo grado de parentes­co, porque en los otros tercero y cuarto vosotros los indios tenéis licencia del Santo Padre de Roma en vuestros privilegios por ahora[44].

Por primero o segundo grado de parentesco has de entender que no sea madre o abuela, hija ni nieta, ni sea hermana de padre o de madre, ni sea tía hermana de tu padre o de tu madre, o sobrina, hija de tu hermano o hermana, ni sea prima, hija de tu tío o de tu tía.

De la misma suerte, tú, mujer, mira que no te cases con tu padre o abuelo; ni tu hijo o nieto; ni tu hermano de padre o de madre; ni con tu tío, hermano de tu padre o madre; ni con tu sobrino, hijo de tu hermano o hermana, o con tu primo, hijo de tu tío o de tu tía. Porque si así os casarais, no valdrá nada vuestro casamiento y seréis condenados.

* (Affinitas licita) LO IV: Mira hijo, que la que quieres tomar por mujer no haya sido tu madrastra, mujer de tu padre; ni tu entenada, hija de tu primera mujer; ni sea tu nuera, mujer te tu ; ni sea tu cuñada, hermana de tu primera mujer, ni haya sido mujer de tu hermano.

Y tú, mujer, mira que el que tomas por marido no haya sido marido de tu madre, tu padrastro; ni sea tu entenado, hijo de tu marido; ni marido de tu hija, que es tu yerno; ni marido de tu her­mana, que es cuñado, ni haya sido hermano de tu marido primero. Porque si así os casarais, no valdrá nada vuestro casamiento, mas seréis condenados.

* (Affinitas ex fornicatione) LO V: Mira, hijo, que no tomes por mujer a madre, ni hija, ni hermana, ni prima, ni tía, ni sobrina de alguna mujer que tú hayas conocido carnalmente. Y tú, mujer, mira que no tomes por marido a padre o hijo o hermana o tío o sobrino de algún hombre que tú hayas conocido carnalmente. Por­que no valdrá nada vuestro casamiento y seréis condenados.

* (Cognatio spiritualis) LO VI: Mira que no sea tu compadre o tu ahijado, ahijada o tu padrino o tu madrina de bautismo o de confir­mación. Quiero decir: que no haya en el bautismo o en la confirmación tenido como padrino o madrina a ti, o a tu hijo o hija; ni tú le hayas tenido a él como padrino o madrina, ni a su hijo o a su hija. Porque no valdrá nada vuestro casamiento, y seréis condena­dos para siempre jamás.

* (Crimen) LO VII: Mira que no tomes por mujer a la que cono­ciste carnalmente en vida de otro marido, dándole palabra de casarte con ella, o siendo causa de que muriese su marido, matándole tú, o aconsejándole a su mujer o a otra persona que le matase. Y tú, mujer, también mira que no te cases con el tal adúltero u homicida. Porque no valdrá nada vuestro casamiento, y seréis conde­nados para siempre jamás.

* (Violencia et metus) LO VIII: Mira que no te cases con alguna mujer que por fuerza o por miedo o por amenazas [que] le hayan hecho tú, o los curacas o los padres o alguna persona, conceda en casarse contigo. Porque el matrimonio quiere Dios que sea libre, y de pura voluntad, y si es forzada por miedo o amenazas de casarse contigo, contra toda su voluntad, no vale el matrimonio.

* (Affinitas licita) LO IV: Mira, hija, que la que quieres tomar por mujer no haya sido tu madrastra, mujer de tu padre; ni tu entenada, hija de tu primera mujer; ni sea tu nuera, mujer de tu hijo;

* (Impotencia) LO IX: Mira que no engañes a la mujer con quien te casas. Porque si eres impotente o tienes tal enfermedad o falta natural que no puedes tener acto de generación, no valdrá nada tu matrimonio.

Estos son los impedimentos que la Santa Iglesia ha declarado ser. De manera que nadie con ellos se pueda casar. Si  (p. 678)  algún hombre o mujer tuviere cualquiera de ellos, aunque parezca que se casa, no quedará casado, sino amancebado y en pecado. Otros impedimentos hay también que no pertenecen a vosotros (como es ser Padre de misa o de orden sacro o ser 'religioso profeso, que no se pueden casar éstos). Mas si alguno de vosotros, hijos míos, por no saber la ley de Dios, o por tentación del diablo está casado, y tiene algún impedimento de los dichos, venga al Padre y en secreto manifiéstele la verdad, para que le dé remedio.

               Porque muchos de estos impedimentos por virtud y autoridad de la Santa Iglesia y del Santo Papa de Roma, que es Padre de todos los cristianos, se pueden dispensar y remediar. Y en esta tierra hay prelados y religiosos que tienen autoridad para esto. Y sin que sea sabido, ni castigado su delito, será remediado. Y más vale decir la verdad y buscar el remedio, que permanecer siempre en pecado y ser hijos del diablo e ir al infierno, adonde para siempre pena­rán en fuego eterno los que encubren el pecado y no son casados según la ley de Dios.

Lo mismo haga el que de vosotros siendo casado ha tenido cuenta 461 con parienta de su mujer, o la mujer con pariente de su marido. Porque aunque no por eso quedan descasados, pero no puede pedir el que así ha pecado ayuntamiento carnal sin pecar, y es menester que el Padre por licencia del Papa dispense para esto.

Guardaos, hijos míos, de enojar a Dios. El matrimonio de los cristianos es cosa santa, y así ha de ser tratado santamente, para que alcancéis la bienaventuranza del cielo. Amén.

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SERMÓN XVII. En que se trata del sacramento de la extre­maunción; y para qué se ordenó; y de las recias tentaciones que el demonio trae a la hora de la muerte; y cómo se han de vencer y contra el abuso de los que en sus enfermedades llaman a los hechiceros y se encomiendan a sus guacas.

El último sacramento que la Santa Iglesia da a los cristianos se llama extremaunción, que es cuando el sacerdote unge con óleo ben­dito a los enfermos que tienen mucho peligro de muerte, diciendo 464 estas palabras: Por esta santa unción y por su piadosa misericordia le perdone Dios todo lo que pecaste por la vista, por el oído, por el gusto y por los demás sentidos, ungiendo los ojos, oídos y boca, y manos y pies, porque por estas partes pecamos, quebrando la ley de Dios. Este sacramento ordenó Jesucristo, y la Santa Igle­sia manda que se dé a todos los fieles cristianos que están ya para morir. Y a vosotros, hermanos míos, también han mandado los obis­pos que se os dé este sacramento cuando estuviereis enfermos de muerte.

Este sacramento reciben los cristianos para tres cosas: La pri­mera es para alcanzar entero perdón de sus pecados, porque aunque por la confesión se perdonen los pecados, por nuestra flaqueza queda siempre algo en el alma del mal pasado, y con esta santa unción se purifica.

Lo segundo es para alcanzar salud del cuerpo, si es para servir a Dios. Muchas veces enfermos que habían luego de mo­rir, por la virtud de este sacramento han cobrado salud. Mas no todas cobran salud los enfermas con esta sagrada unción. Porque muchas veces no les conviene quedarse en esta vida, sino ir a la otra del cielo, que es mejor.

            Lo tercero que obra este sacramento es dar esfuerzo grande al alma del cristiano para vencer en el postrer combate que tiene a la hora de su muerte con sus enemigos los demonios. Porque habéis de saber, hermanos míos, que el demonio nuestro enemigo siempre nos persigue, y procura derribar en pecados, para que nos condenemos y vamos presos a su cárcel del infierno.

Mas esto hace con mayores fuerzas, y con terrible pe­lea acomete a todos los cristianos que están en el artículo de la muerte. Porque sabe muy bien que de aquel punto depende el salvar­se, o condenarse para siempre un alma. Porque si allí es vencida, muere para siempre y queda cautiva del diablo, y va a tormentos eternos. Si es vencedora, y con la fe y amor de Jesucristo vence al enemigo en aquel trance de la muerte, luego queda segura y sin peligro de ser jamás vencida, y en estado de vida para el cielo.

Sabiendo pues esto nuestro adversario, en la hora postrera viene con gran ímpetu a tentar, y hace cuanto puede por espantar y derri­bar las almas de los cristianos, diciéndoles que la fe de Jesucristo no es verdadera, y que no llamen a Jesucristo, ni se con­fiesen de todas sus culpas al Padre. Y que toda es burla, sino lo de vuestros antepasados. Y otras muchas mentiras os dice el malo en aquella hora, para que neguéis a Jesucristo.

Otras veces os dice que vuestros pecados son muy grandes, y que Dios no os los perdonará, y que es en vano arrepentiros de ellos. Y con esto os quiere quitar la esperanza en Jesucristo, cuya misericor­dia es tan grande, que aunque sea en el postrer punto de vuestra vida perdona los pecados muy grandes a los que le llaman y se vuelven a él de todo corazón.

Otras veces el diablo os trae enojos contra vuestros compañeros y contra vuestros mayores, porque os han hecho mal. Y también os pone enojo contra Dios, porque os dio enfermedad y pobreza, y no os dio la salud que deseabais, ni las riquezas que otros tienen. Diciendo que Jesucristo no es buen Dios, pues no os da bienes, ni os da buenos temporales, y que mejor era la guaca que os daba todo esto.  (p. 680)          

Veis aquí cómo os tienta y engaña el diablo, para poneros mal corazón con Dios. Y aun en la vida, ahora, os dice muchas veces estas mentiras, y mucho más en aquella hora postrera. ¡Oh, her­manos míos! Estad fuertes en la fe y palabra de Dios, y resistid a este vuestro enemigo el diablo, diciéndole con mucho ánimo:

"Véte de mí, maldito engañador, mentiroso, que yo soy cris­tiano bautizado y tengo la fe de Jesucristo, que es mi Dios y mi Redentor; y está en el cielo y quiere salvarme; y por mí derramó su sangre en la cruz, y allí te venció y me libró de tu poder. Yo llamo a Jesucristo y a él me encomiendo, mi cuerpo y mi alma, y por él espero ser salvo y perdonado de todos mis pecados; y él me dará la salud del cuerpo, que es mejor, y pondrá mi alma en el cielo. A él llamo yo, y a él adoro. Que las guacas no son nada ni valen nada. Ni los hechiceros no son sino para comer y hartar su barriga y engañar, y todo cuanto dicen es mentira. Vete, vete de mí, maldito, padre de mentiras, que quieres matar mi alma. Mas Jesucristo por su bondad me salvará, aunque te pese a ti, que eres malo y envidioso."

Así, así, hermanos míos, responded al demonio cuando os dijere semejantes maldades. Resistidle varonilmente, y huirá de vosotros. Haced la señal de la cruz en el pecho y en la frente, y luego huirá lleno de miedo, más cobarde que una gallinaza. Decid con el corazón y con la boca: "Jesús, Jesús sea conmigo", y venceréis con este admi­rable nombre. Tomad el agua bendita y rezad el "Creo en Dios Pa­dre", y decid el Padrenuestro y el Avemaría, y veréis como os deja el demonio.

Todo esto habéis de hacer cuando el diablo os tienta, en cualquier tiempo. Pero mucho más en la hora de la muerte. No se os olvide, ponedlo en la memoria, captad que os va vuestra salvación. Y tened firme confianza en Dios, que si recibís los sacramentos en vuestra enfermedad, confesando al Padre todos vuestros pecados sin callar ninguno con dolor, y recibís la extremaunción, que seréis sal­vos por la misericordia de Dios, y por la virtud maravillosa que puso en aquellos sacramentos.

Y los que veis a otros en peligro de muerte, y es vuestro marido o mujer, o hermano o hermana, o pariente o amigo o compañero, mirad que no le desamparéis. Mas habladle cosas de Dios, y llamad al Padre que le confiese y para que le dé la santa unción. Procurad de tener alguna imagen, y la cruz y agua bendita, y animadle al enfermo con palabras buenas. Y si no sabéis, llamad a alguno que sepa rezar y hablarle de Dios.

¿Por qué dejáis morir como bestia a vuestro prójimo? ¿No veis que es gran crueldad y os lo demandará Dios? ¿Mas qué os diré de los que entonces llaman hechiceros y se encomiendan a las guacas, y se confiesan con los ichuris,°' y ofrecen cuyes, y hacen otros en­gaños de sus antepasados?

¡Oh hijos del diablo! i0h enemigos de Dios! ¿Vosotros no veis que todo eso es burla y mentira, y que le hechicero no da salud, ni la guaca, ni hace más de llevaros vuestra plata o vuestra ropa? ¿No veis que el diablo se huelga mucho de vuestra perdición, por llevaros al infierno?

Sabéis que cuenta la Sagrada Escritura que un rey llamado Ocozías envió a consultar la guaca estando enfermo si sanaría, y enojado Dios le envió a decir con su profeta Elías que porque había consultado a Belzebul, que era guaca, y no había consultado ni lla­mado a Dios, por eso moriría y no sanaría de aquel mal. Así fue que murió el desventurado, y fue a arder al infierno para siempre (2 Re. 1, 2-17).

Lo mismo acaece a los que llaman los hechiceros y consultan las guacas en sus enfermedades, que ellos mueren y no sanan, y vanse al infierno. Así que, hijos míos de mi alma, en vues­tras enfermedades llamad a Jesucristo vuestro Dios y a su bendita Madre, la Virgen María, y recibid los sacramentos de la Iglesia como buenos cristianos. Que yo digo de parte de Dios, que si os conviniere la salud del cuerpo, que Dios os la dará; y la salud del alma, que es gozar de Dios en el cielo, sin duda la alcanzaréis. Amén.

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SERMÓN XVIII. En que se trata cómo toda la ley de Dios está en diez palabras; y cómo dio Dios esta ley por su mano, y todos los hombres la tienen escrita en sus corazones; y cómo por el primer mandamiento nos manda Dios, que a él solo adoremos, y no al sol ni a las estrellas ni truenos, ni montes, ni guacas.

De los siete sacramentos os he tratado lo que os basta saber para 489 recibirlos como Dios quiere y la Santa Iglesia lo tiene ordenado. De aquí adelante trataré de los mandamientos de la ley de Dios, [fol. 101v] los cuales ha de guardar cualquier hombre para ser salvo. Así lo dijo Jesucristo Nuestro Señor a un mancebo que le preguntó qué había de hacer para alcanzar la vida eterna. "Guarda los manda­mientos", le respondió el Señor (Mt. 19, 16-19). Porque aunque seáis cristianos bautizados y creáis lo que la Santa Iglesia os enseña, si quebrantáis cualquiera de los mandamientos de Dios, seréis por ello condenados al infierno. Por eso, hermanos, estad atentos, y aprended bien la ley de Dios, y guardadla con todo vuestro corazón, para que seáis salvos. (p. 691)

Esta ley de Dios, aunque tiene muchos preceptos y reglas para alcanzar el bien y huir el mal,  pero toda ella se resuelve en diez palabras o diez mandamientos. Los cuales dijo Dios por su propia boca, y escribió de su propia mano.

          Porque habéis de saber, hermanos míos, que antiguamente, muchos años antes de venir Jesucristo al mundo, sacó Dios a su pueblo de Israel, que eran los fieles de aquel tiempo, de un duro cautiverio de Egipto, haciendo grandes maravillas. Y en un monte llamado Sinaí, estando todo el pueblo junto, apareció Dios en un gran fuego, muy terrible; y de en medio de él habló a su pueblo, y por su boca les enseñó aquellas diez palabras; y después las dio escritas con su dedo en dos tablas llanas, de piedra, al profeta Moisés, que era el gobernador de aquel pueblo de Israel (Di. 4 y 9; Ex. 19 y 32).

Y quiso Dios aparecer en fuego para que todos tema­mos a su majestad y sepamos que nos puede abrasar, si no le obede­cemos. Quiso escribirlas en tablas de piedra, para que sepamos que esta ley de Dios es perpetua, y nadie la puede quitar ni borrar.

Y los mismos diez mandamientos enseñó Nuestro Señor Jesucris­to viniendo al mundo, y los mismos predicaron sus sagrados apósto­les. Y aun los mismos tiene cada uno de los hombres escritos en su corazón de mano del Hacedor, que allá dentro le enseña la verdad con la luz que pone en su alma.

Porque decidme: ¿cuál hombre, por bárbaro y salvaje que sea, no sabe que matar a otro es malo, y que es malo tomarle la mujer, y que es malo tomarle su hacienda, y que es malo levantarle falso testimonio, y que es malo hacer injuria al nombre de Dios ju­rando falso, y que es bueno honrar a Dios y adorarle, y que es bueno honrar a su padre y madre?

               Pues ésta es la ley de Dios: ¿todo esto no es muy justo y muy bueno? Sí, por cierto. ¿No nos dice luego nuestro corazón cuando hacemos contra esto, hurtando, adulterando, matando, que hacemos mal? No hay duda. Pues veis ahí por qué los malos se condenan, aunque nunca hayan oído la palabra de Jesucristo. Porque hacen contra esta ley de Dios, que naturalmente conocen, y por eso son dignos de pena. Porque conociendo el bien y el mal, siguen el mal y dejan el bien.

Y si los infieles, que no conocen a Jesucristo, se condenan por esto, ¡cuánto con mayor razón serán condenados los cristianos que, teniendo tantos bienes, quieren como traidores ser contra Dios! Así que, hermanos muy amados, oigamos con atención la ley de Dios, y procuremos guardarla en nuestros corazones, para ser salvos.

Toda la ley de nuestro Dios, como os he dicho, son diez palabras.

La primera es que adores y honres sobre todo al verdadero Dios, que es uno solo, y no adores ni tengas otros dioses, ni ídolos ni guacas.

Por este mandamiento se os manda que no adoréis al sol, ni a la luna, ni al lucero, ni a las cabrillas, ni a las estrellas, ni a la mañana, ni al trueno o rayo, ni al arco del cielo, ni a los cerros ni montes, ni a las fuentes, ni a los ríos, ni a la mar, ni a las quebradas, ni a las culebras, ni a los leones, ni a los osos, ni a otros animales, ni a la tierra fértil. Ni tengáis villcas, ni guacas, ni figura de hombre u ovejas hechas de piedra o chaquira. 55

Mándaos que no ofrezcáis al sol ni a las guacas, coca, cuyes, cebo, carneros, ropa, plata, chicha ni otra cosa. Ni mochéis al sol ni a las sepulturas de vuestros antepasados inclinando la y alzando las manos, ni habléis al sol ni al trueno [fol. 104v] o a la pachamama, pidiendo os den ganado, maíz o salud, y os libren de vuestros trabajos y enfermedades.

            Todo esto manda Dios que no se haga, y el que hace cualquier cosa de éstas, morirá y arderá en el fuego del infierno para siempre jamás, porque hace traición y maldad y gran injuria a Dios. Pues ninguna cosa de éstas es Dios, y el que las adora, quita a Dios la honra que a él solo se le debe, y la da a las piedras, a los elementos 504 y a las criaturas insensatas.

Díme, hombre: cuando mochas al sol o cuando le ofreces algo, ¿qué piensas? ¿Piensas, por ventura, que el sol es dios? ¿Piensas que siente lo que tú haces? ¿Piensas que por eso te hará bien o mal? ¡Oh loco, ciego, cómo te engañas! El sol no es Dios, mas es una criatura de Dios, que Dios la hizo para que alumbrase a los hombres. El sol no siente ni habla, ni se cura de lo que tú le dices, ni lo hace ni te responde ni hace casa de ti más que una piedra. ¿Tú no lo ves? ¿Por ventura deja de salir o sale más temprano? ¿No ves cómo siempre anda en vuelta como Dios le manda, y que no hace más de lo que Dios le manda?

¿Sabes lo que haces cuando adoras al sol por la luz que te da, o le mochas porque no te queme a ti o a tu sementera? Yo te lo diré. ¿Has visto al perro que tirándole una piedra deja de mor­der a quien se la tira y muerde la piedra? Pues, así haces tú cuando adoras al sol, que no sabe lo que haces. ¿Piensas tú que porque es tan grande y tan resplandeciente el sol, que por eso es dios? Es cosa de risa. Tú, indio miserable, eres mejor y de más estima que el sol, porque tienes alma y sientes y hablas y conoces a Dios. El sol no siente ni habla ni conoce más de que es una hacha grande que puso Dios allí para alumbrar este mundo.

Pues la luna y las estrellas[45]," menos son que el sol, y no hacen sino dar vueltas, sin descansar, como Dios les manda. Dios las puso para adornar el cielo y para producir frutos en la tierra. Mas la luna y las estrellas no sienten ni hablan, ni te respon­den ni se curan de lo que dices, ni se les da nada por lo que les ofreces. Pues el trueno, rayo y lluvia, ¿qué piensas tú que es? ¿Pien­sas que es algún hombre grande que da golpes o vierte agua, o que sacude su honda y da con su porra, como decían algunos viejos de esta tierra?[46] Es cosa de risa, y todo cuanto vuestros viejos os dijeron, son como hablillas de muchachos: menos saben que muchachos, vues­tros viejos.

El trueno, hermanos, y el rayo, los envía Dios de las nubes para poner espanto a los hombres malos, y el agua envía para que dé frutos la tierra. Y cuando Dios quiera, cae el rayo; y como él manda, viene el agua, mucha o poca, como él es servido, y las nubes le obedecen. Y sólo Dios es Señor de todo. Pues los ríos y los montes, y la mar y la tierra, y las fuentes y los árboles, y los anima­les todos, son criaturas de Dios de menos estima que el hombre. Y todas las hizo Dios al principio, para que sirvan al hombre. Y con ellas hace Dios bien a los buenos, y mal a los malos, así como las criados de un señor hacen bien al que su señor quiere bien, y hacen mal a los que son enemigos de su señor.

Pues, las guacas y figuras e ídolos que tenéis escondidos y los adoráis, ¿qué os diré de ellos? Unos de vosotros tienen una piedrecita muy lisa y de muy vivo color para su guaca; otros una ovejita hecha de plata; otros una mazorca de maíz que llamáis pirua, muy encubierta; otros una figura de Inca labrada en piedra; otros un idolillo vestido de cumbi[47], de ropa chiquita, y otras mil niñerías y boberías con que ofendéis a Dios.

Y lo tenéis muy enojado, porque la honra que es del alto Dios, dais cosas tan viles y soeces. Y el diablo se está riendo y haciendo como niños sin seso os tiene engañados con tales niñerías y embustes.

¿Quién pensáis que inventó todo esto? El diablo, para que se condenen los hombres. ¿Quién os persuade que adoréis las guacas? El diablo, que os quiere tener cautivos. ¿Quién habla algunas veces en las guacas a los viejos? El diablo, enemigo vuestro. ¿Voso­tros no veis cómo huye de los cristianos, y cómo a su pesar le echan de todo el mundo, y cómo Jesucristo vence y reina en toda la Tierra? ¿Por ventura las guacas defendieron a vuestros antepasados de los viracochas?

Dadme acá la guaca, yo la pisaré delante de vosotros, y la haré polvo. ¿Cómo no responde? ¿Cómo no habla? ¿Cómo no se defiende? Pues, quien así no se defiende ni ayuda, ¿cómo os ayudará a vosotros? Váyanse para burlería las guacas. Pónganse de lado los ídolos. Los muchachos se ensucien en ellas. Que todo es engaño y mentira. Y sólo nuestro gran Dios, Señor y Hacedor del cielo y Tierra, ha de ser adorado y servido y reverenciado.

Y nosotros, que somos hechos a su imagen y semejanza, no hemos de adorar las invenciones de los hechiceros, que para sólo comer y beber fingen maldades. Ni hemos de sujetarnos a los embustes del diablo, que quiere engañarnos, y llevarnos a arder en el infierno. Mas sólo a nuestro Dios todopoderoso adoramos y bendecimos y honramos y reverenciamos para siempre jamás. Amén.

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SERMÓN XIX. En que se reprenden los hechiceros y sus supersticiones y ritos vanos. Y se trata la diferencia que hay en adorar los cristianos las imágenes de los santos, y adorar los infieles sus ídolos o guacas.

[Advertencia] Hase de advertir que en cada Provincia se predique a los indios más por extenso contra las supersticiones que allí se usan, porque sin las que aquí se tocan hay otras muchas, e importa mucho predicar en particular contra ellas, y más por extenso de lo que en este sermón se hace por la brevedad.

En el sermón pasado os dije como Dios manda en el primer man­damiento de su ley que no adoréis al sol ni a las estrellas, ni a las guacas ni a otra cosa ninguna, sino a un solo Dios hacedor de todo. En este sermón, hermanos, os quiero declarar los engaños y mentiras que los viejos hechiceros enseñan contra la ley de Dios, para que huyáis de ellos como del diablo. Sabed, hermanos, que el diablo, como es enemigo mortal de los hombres y le pesa de que se salven, ha procurado y procura engañaros para que os condenéis. Y así como Jesucristo, nuestro Salvador, envió por todo el mundo sus apóstoles y discípulos para enseñar la verdad; así el diablo envía sus ministros, que son estos viejos hechiceros, para que engañen a los hombres.

¿Vosotros no veis que estos hechiceros son unos necios y tontos y miserables, que no saben nada más de mentir y engañar? (p. 686)  ¿No veis cómo todo cuanto hacen y dicen es por comer y beber, para que les deis plata, ropa, comida? ¿No veis que las más veces, y 524 casi siempre, os mienten, y apenas sale verdad una vez lo que dicen? ¿No veis cómo viven mal, y son peores que vosotros?

Que ni saben lo que está por venir, ni saben las cosas secretas y que están lejos, ni saben curar enfermedades ni hacen cosa buena. Y si alguna vez aciertan, es acaso; y no porque ellos sepan nada. Y cuando no sucede lo que dicen, echan la culpa a vosotros, diciendo que no ofrecéis bien, y por vuestra culpa está la guaca enojada y no os quiere decir lo que os conviene. Y finalmente, tienen mil embustes y mañas para traeros engañados como a unos niños sin seso, para que les deis que coman y beban, que ningún otro fin sino su vientre.

A estos hechiceros manda Dios en su Sagrada Escritura que no les preguntéis lo que está por venir, ni les pidáis remedio para vues­tras necesidades. Y el que tal hiciere, manda que sea apedreado y muerto por ello. Manda también Dios que el que supiere de estos  malos hechiceros, los descubra al Padre, para que no les deje hacer mal, y el que los encubre, es hijo del diablo, y arderá por siempre en el infierno. Manda también Dios en su ley que el que supiere de otro que va a preguntar a estos hechiceros, o los llama o se cura o se confiesa con ellos[48], que lo diga luego al Padre, so pena que será condenado.

Mirad, hijos, por vosotros; guardaos de éstos que son tigres y lobos que matan y despedazan las almas. Estos os enseñan que cuando pasáis por los ríos o cerros, arroyos, bebáis del agua, hacien­do salutación y mochando el río para que no os lleve, y las fuentes 529 para que no os dañen. ¿No veis que es engaño y bobería, que el río no oye ni siente? Dios es el que te ha de guardar. A él adora y pide te libre.

Otros cuando van camino echan en los cerros o apachitas[49], o rimeros de piedras, calzados viejos, coca, maíz masca­do, plumas y otras cosas, pidiendo que los dejen pasar en salvo y les quiten el cansancio. Otros se quitan las cejas y pestañas, y las ofre­cen al sol y a los cerros y al trueno[50], cuando vais a las minas o a los pleitos, consultáis a los hechiceros, y veláis de noche bebiendo y bai­lando. Y cuando llegáis allá, hacéis otro tanto, para que os suceda bien vuestro negocio o el pleito o el metal que buscáis. Y para eso (p. 688) adoráis los cerros y minas. Algunos en sus chácaras[51], ponen una piedra luenga para que les guarde la chácara.

Otros mochan las llallahuas[52] y mazorcas de maíz. Otros guardan la pirua[53] en su casa y la traen en procesión. Otras traen los huacanquis[54] que les dan los hechiceros para alcanzar sus malos deseos de mujeres. Otros asperjan al sol o a la tierra o al fuego con dos dedos la chicha, para que no les haga mal. Cuando oyen cantar lechuzas o búhos o aullar perros, dicen que es señal de muerte, para sí o para el vecino donde aúllan o cantan. Cuando zumban los oídos o tropiezan los pies, dicen que es mala señal. Otros estando enfermos ponen su ropa en el camino, para que ]leven su mal los caminantes. Otros cuando acaban su casa, cuelgan una mazorca de maíz, para guaca que guarde la casa. Los cabellos de diversa manera los ponen, y hacen criznejas. Otros abren las entrañas de         los carneros, o cuyes u otros animales, y por ellos adivinan lo que ha de ser.

Todo esto enseñan los viejos hechiceros, y mandan os que tengáis gran secreto. También hacen que desenterréis vuestros muertos de la iglesia y que los sepultéis con guacas, y que les pongáis comida y bebida[55] Han os enseñado que no comencéis cosa alguna sin consul­tar los hechiceros, y echar suertes y ofrecer a las guacas. Y así lo hacéis cuando comenzáis casa, o hacéis sementera, o vais camino, o casáis vuestros hijos. Diciendo que no se os da bien el maíz o las papas, ni el ganado, porque están enojadas las guacas. Hacen os entender que hablan con las guacas, y que les responden; y son unos pobres viejos tontos que no saben nada, sino mentir y comer.

¿Vosotros, hijos míos, no veis como todo esto es mentira, y que los viracochas y cristianos y los indios ladinos, que saben, hacen burla de ello? ¿Qué os diré de las patrañas y tonterías con que los viejos hechiceros traen embaucado al pueblo? Sería nunca acabar contar sus abusos y supersticiones. Todos son engaños del diablo. Guardaos de ellos.

No habéis de adorar las guacas, ni les habéis de pedir salud ni comida, porque no la pueden dar, sino sólo Dios que es Señor de todos. No habéis de preguntar a los hechiceros lo que os ha de suceder, ni que os digan las cosas perdidas y secretas, porque nada de esto saben, y sólo Dios es sabedor de lo que está por venir. No habéis de pedirles remedio para vuestras necesidades, ni curares con sus palabras, ni dejaros soplar o chupar de hechiceros[56]. No habéis de creer en agüeros de aullidos o cantos de animales, ni vuelo de mari­posa, porque todo es vanidad[57].

No habéis de dar crédito a sueños, ni pedir que os los declaren, porque los sueños son vanidad. No habéis de cantar los cantares de vuestros antepasados, porque son engaño del demonio. No habéis de celebrar las fiestas del Raymi[58], ni del Ytu[59], ni las otras que los antiguos hacían, porque son fiestas en que se adora al diablo. Cuando sembráis y cuando cogéis vuestro maíz o papas, no habéis de hacer los bailes y taquíes[60], ni celebrar el Aymuray[61], sino dar gracias a Dios, que os da la comida.

Cuando falta lluvia, o no hay buen temporal, no ha­béis de llamar al trueno ni celebrar el Intiraymi[62], ni ofrecer el car­nero, sino mochar a Dios, que es el dador de los frutos de la tierra.

No habéis de echar suertes, ni adivinar lo que está por venir con coca, ni con maíces, ni con pedrezuelas, ni con arañas tapadas: todas éstas son abusiones del demonio, de que se enoja Dios Nuestro Señor. Mirad como los cristianos no hacemos nada de esto, y nos sucede todo mejor que a los hechiceros y a vuestros antepasados. ¿Sabéis por qué? Porque conocemos y adoramos al verdadero Dios, el cual sólo es po­deroso para dar salud, y hacienda e hijos, y comida, y ganado. (p. 690).

Todo es suyo, el maíz y las papas y el ají, y los carneros y los metales, y él lo da a quien él es servido. Por eso, hijos míos, a él servid y a él adorad, que, aunque no le veáis, está presente en todo lugar. Y él os ve, y os oye y está allá en vuestro corazón, y sabe todo lo que es y todo lo que será, porque es Dios glorioso, que hinchió con su grandeza los cielos y la tierra.

"Mas decirme habéis: "Padre, ¿cómo nos decís que no adoremos ídolos ni guacas, pues los cristianos adoran las imágenes que están pintadas y hechas de palo o metal, y las besan y se hincan de rodillas 545 delante de ellas, y se dan en los pechos y hablan con ellas? ¿Estas no son guacas también como las nuestras?"

Hijos míos, muy diferente cosa es lo que hacen los cristianos, y lo que hacéis vosotros. Los cristianos no adoran ni besan las imáge­nes por lo que son, ni adoran aquel palo o metal o pintura, mas j546 adoran a Jesucristo en la imagen del Crucifijo, y a la Madre de Dios, Nuestra Señora la Virgen María, en su imagen, y a los Santos tam­bién en sus imágenes. Y bien saben los cristianos que Jesucristo y Nuestra Señora y los Santos están en el cielo vivos y gloriosos, y no están en aquellos bultos o imágenes, sino solamente pintados.

Y así su corazón pónenlo en el cielo donde está Jesu­cristo y sus Santos; y en Jesucristo ponen su esperanza y su volun­tad. Y si reverencian las imágenes, y las besan y se descubren delan­te de ellas, e hincan las rodillas y hieren los pechos, es por lo que aquellas imágenes representan, y no por lo que en sí son. Como el corregidor "besa la provisión y sello real, y lo pone sobre su cabeza, no por aquella cera ni el papel, sino porque es quillca[63] del rey.

Y así veréis que aunque se quiebre un bulto o se rompa una imagen, no por eso los cristianos lloran ni piensan que Dios se les ha quebrado o perdido, porque mi Dios está en el cielo y nunca perece. Y de la imagen sólo se quiebra o pierde el palo, o el metal o el papel, de lo cual a los cristianos no se les da nada, ni lo tienen por su Dios.

Mas vuestros antepasados y vosotros no lo hacéis así con las guacas, porque si os toman vuestra pirca o vuestra guaca, os parece que os toman vuestro dios, y lloráis porque tenéis en aquella piedra o figura todo vuestro corazón, y no le tenéis en el cielo, donde está el verdadero Dios.

Así que, hijos míos, quiere Dios que los cristianos tengamos las imágenes de Jesucristo y de los Santos, y que con mucha devoción las honremos, poniendo nuestro pensamiento y corazón en lo que está en (p. 692) el cielo. Y manda que no pongamos nuestro corazón en las guacas ni las adoremos, porque son invención del diablo y burlería. Y sólo Dios es a quien hemos de adorar por Dios nuestro, poniendo en él toda nuestra confianza. Y a los Santos hémoslos de reverenciar porque son criados y amigos de nuestro Dios, y pedir que intercedan por nosotros ante el sumo Dios. El cual es un solo Padre e Hijo y Espíritu Santo, Dios eterno y glorioso, que reina en los cielos y en la tierra sin fin. Amén.

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SERMÓN XX. En que se trata de los juramentos; cómo es licito jurar con verdad y necesidad; cómo es gran pecado perju­rarse, especialmente diciendo su dicho ante el juez, y contra los testigos falsos; y que el juramento ha de ser de cosa cierta; y cómo es juramento jurar por cualquier criatura; y que lo que se jura o promete a Dios se ha de cumplir, si es bueno, y si malo, no.

El segundo mandamiento de la ley de Dios dice: No tomarás el nombre de tu Dios en vano, porque no dejará Dios sin castigo al que tal hiciere. Esto es lo mismo que lo que os dicen en la cartilla: No jurarás el nombre de Dios en vano.

Sabed, hermanos, que el jurar no es otra cosa, sino hacer a Dios testigo de lo que decís. Porque Dios, como lo sabe todo y lo ve todo, es testigo de todo, y como es suma verdad, no puede mentir ni ser testigo de falsedad. Y por eso en los negocios ocultos y de mucha importancia, para ser creídos de la verdad que decimos, hacemos a Dios testigo jurando. Y esto cuando se hace como se debe, que es con verdad y con necesidad y con reverencia, cosa lícita y buena es, y Dios se agrada de que la verdad encubierta se crea por medio del juramento, que es por el testimonio de Dios. Y por eso los cristianos algunas veces juran y no pecan. Y los jueces eclesiásticos y seglares toman juramento a los testigos, porque jurando entera­mente la verdad y habiendo necesidad de decir su dicho, no es pecado jurar, porque entonces no es tomar en vano, ni jurar en vano el nombre de Dios.

Mas el que jura con mentira, ése quebranta este man­damiento, y comete pecado mortal muy grande contra Dios, y merece muerte e infierno para siempre jamás. Porque lo mismo es jurar falso, que llamar a Dios mentiroso y testigo de falsedad. Ved, pues, hermanos, cuán terrible injuria y afrenta hace al sumo Dios el que le llama falso y mentiroso, que eso mismo hacéis vosotros todas las veces que juráis mintiendo. La Sagrada Escritura dice que al que jura mentira, no le deja Dios sin castigo, y también dice que de él y de su casa no se apartará el azote de Dios (Ex. 20, 7; Ecl. 23, 9-11; Hech. 5, 1-11). Aun en esta vida a muchos les castiga Dios por este pecado con darles enfermedades y quitarles los hijos o la hacienda, o con otros males.

Mirad lo que hacéis, guardaos de jurar falso, y no sólo lo que es falso, pero lo que no sabéis muy cierto no lo habéis de jurar, porque eso también es pecado mortal. Especialmente os guardad cuando os toma el alcalde[64] o el corregidor o el visitador "vuestro dicho de jurar con mentira o en duda, sino sólo jurad lo que sabéis muy claro. Captad que muchos de vosotros juráis lo que el curaca os manda, o lo que os ruega vuestro amigo. Por un mate de chicha que os dan, os hacen jurar cada uno lo que quiere. ¡Oh grave maldad, Dios del cielo está muy enojado con vosotros, porque le hacéis tan grande afrenta!

¿Cómo no temes, hombre malo y traidor, testigo falso, de reventar, y que te coma la tierra, como ha hecho a otros que se han perjurado? Dos hombres llamados Ananías y Safira, porque mintieron tomándoles su dicho el Apóstol San Pedro, cayeron luego allí muertos a los pies del Apóstol, porque mintieron a Dios, en cuyo nombre les preguntaba San Pedro que les tomaba su dicho, y todos los cristianos de ver tal cosa temblaron (Hech. 5, 11). Pues ¿cómo no tembláis vosotros de jurar falso y mentir cuando os toman vuestro dicho los jueces, que están en lugar de Dios? ¿Cómo osáis poner la mano en la cruz de la vara que representa a Dios diciendo mentira y perjurándoos?

Manda Dios en su ley (y el Rey también lo manda en las suyas) que el testigo que jurare falso y se le probare, que pague la pena del otro contra quien juró, de manera que sea apedreado y muerto el que juró falso contra la vida dé su prójimo. Y vosotros no tenéis en nada jurar falso (Dt. 19, 16-21; Dan. 13, 1-64; Pr. 19, 5). El Santo Concilio (que para vuestro bien se hizo en la Ciudad de los Reyes estos años pasados) manda que de aquí adelante el indio que jurare falso sea públicamente azotado muy reciamente; y manda que sea también trasquilado, y puesto a la vergüenza[65]. Y aunque hasta ahora se ha disimulado con vosotros, por vuestro poco saber, de aquí adelante será reciamente castigado el que fuere testigo falso. (p. 694)

El diablo es padre de la mentira. El que jura falso, irá con el diablo a arder para siempre en el fuego del infierno. ¿Habéislo entendido? Pues de hoy más, si el curaca os mandare jurar falso, decid que no queréis, y que él se va al infierno en mandaros tal. Y no le hayáis miedo, que Dios, el Padre y el Rey, os defenderán para que no os haga mal. Y si vuestro compañero o algún viracocha os rogare que juréis lo que él quiere y no es verdad, enviadle con el diablo, y decid que vos sois cristiano, y los cristianos no han de jurar falso.

Mirad que lo hagáis así, porque seáis buenos hijos y os quiera Dios mucho. No solamente cuando os toman vuestro dicho los jueces, sino también en vuestra casa y entre vuestros compañeros, os guardad de jurar falso.

            Mas jurad siempre verdad, porque también es pecado mortal y os condenaréis si juráis con mentira, aunque sea en cosas muy livianas. Y lo mejor es no jurar ningún juramento, como hacen los buenos cristianos y como Nuestro Señor Jesucristo enseña en su Santo Evan­gelio, diciendo: No queráis jurar por Dios, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por vuestra vida, sino sea vuestra palabra sí o no, porque lo demás no es por bien (Mt. 5, 33-37; Si. 5, 12). Esto aconse­ja Nuestro Señor Jesucristo; y, pues él lo dice, debemos tomar su consejo.

Y mirad, hijos míos, que nos enseña Jesucristo que no sólo es juramento jurar por Dios, sino también es juramento jurar por el cielo o por la tierra o por nuestra vida, y finalmente por cualquier criatura. Porque Dios está presente en toda criatura, y cuando se jura por la criatura, se jura por el Criador que está en ella; y así es pecado jurar con mentira, en cualquier manera y forma que 572 sea el juramento.

Juramento es decir "vive Dios", "por Dios". Juramento es "por esta cruz", y "por Nuestra Señora", y "por los santos", y "por este día". Juramento es "por vida mía" o "por vida vuestra". Juramento es decir "mala muerte, muera si esto no es así", "la tierra me coma", "el diablo me lleve".

Guardaos, hijos, de decir tales juramentos, que son muy grandes. Y si oyeres a los viracochas, o a los indios ladinos y anaconas jurar mucho, no penséis que eso es cosa buena ni honrosa.  Porque Dios se enoja de que traigan su nombre y el de la Santa Cruz 574 por ahí a cada paso, sin reverencia y consideración; y al cabo, les dará el pago que merece su desacato. Mas vosotros no juréis, y al que viereis jurar lo reprehended, diciéndole: "¿No ves que manda Dios que no tomemos su nombre en vano? ¿Para qué somas cristianos, si no hacemos lo que Nuestro Señor Jesucristo nos manda?"

                 Esto haced, hijos míos, coma buenos cristianos, y seréis hijos de Dios. Y si habéis prometido algo a Dios o a Santa María o a los Santos, o habéis jurado de hacer alguna buena obra a vuestro próji­mo, cumplid lo que habéis prometido o jurado siendo cosa buena, porque desagrada a Dios el que no cumple lo que promete. Y mirad que os lo pedirá Nuestro Señor y Santa María si se lo prometisteis.

Mas si fue cosa mala lo que jurasteis, como de herir a vuestro prójimo o hacerle mal, no lo habéis de cumplir, aunque lo hayáis jurado, porque no quiere Dios que se cumpla. Mas habéis os de arrepentir de haber jurado, y pedir a Dios perdón por el mal juramento que hicisteis.

Todo esto guardad en la memoria, y mirad que así lo hagáis. Y de aquí adelante nadie jure, y el que oyere jurar, avise al otro. Y si no se enmendare, dígalo al Padre, para que lo corrija. Y de esta suerte cumpliréis la ley de Dios, y seréis salvos y en la vida eterna. Amén.

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SERMÓN XXI. Del tercer mandamiento. En que se trata qué fiestas de guardar obligan a los indios; y cómo se ha de oír misa; y cuán grande cosa sea la misa; y cuánto importa oír la Palabra de Dios; y cómo los días de fiesta no se ha de trabajar, sino hacer buenas obras; y qué obras es lícito hacer; y de los ayunos y abstinencia de carne que la Iglesia manda.

En el tercer mandamiento dice Dios: Santificarás mis fiestas y no harás en ellas obra servil de trabajo. Cosa es muy justa, hermanos, que algunos días en el año los demos a Dios, pues él nos da todos los días y todo el tiempo. Cosa es muy conveniente que, pues nos ocupa­mos tanto tiempo en las cosas de nuestra casa y sementera, y en otros negocios de los hombres, ocupemos algún tiempo en las cosas de Dios Nuestro Señor. Y para esto ordenó la Santa Iglesia las fiestas que guardan los cristianos, y nos manda Dios en este precepto guardarlas. Estas fiestas son de cada siete días uno: que es el que llamamos domingo, porque siquiera un día en la semana des­canse el cuerpo de su trabajo, y el alma descanse tratando las cosas de Dios, en quien está el verdadero descansa.

               Preguntaréis, pues, por qué guardamos los cristianos el domingo más que otro día de la semana. Sabed, hijos, que en tal día, que es el primero de la semana, resucitó Nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, siendo el tercer día después de su Pasión y Muerte, como lo rezamos en el Credo, y en honra de la Resurrección de Nuestro Salvador, y porque par ella alcanzamos el descanso y gozo de la vicia eterna en el cielo. Por eso celebramos todos los domingos, y lo mismo es domingo que Día del Señor.

Fuera de los domingos tiene también la Santa Iglesia otros días (p. 696) de guardar, porque en ellos se celebran misterios principales de Nuestro Señor Jesucristo, o de Nuestra Señora la Virgen María, o de los santos apóstoles, o de otros santos muy esclarecidos. Y aunque estas fiestas son muchas, pero porque a vosotros no se os haga pesado obligaros a guardar tantas fiestas, y porque habéis menester vues­tro trabajo para vivir, por eso los Sumos Pontífices han dispensado por ahora con vosotros en muchas fiestas, [fol. 124v] y solamente os 586 obligan a estos días que os diré:

El día del nacimiento de Nuestro Salvador. El día de su Circuncisión. El día de los Reyes. El día de la Pascua de Resurrección del Señor. El día de su Ascensión. El día de la Venida del Espíritu Santo. El día de Corpus Christi. Y de las demás fiestas: la Asunción de 587 Nuestra Señora. El día de su Natividad. [Fol. 125r] El día de su Anunciación. El día de su Purificación. El día de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, manda Dios que guardemos sus fiestas.

¿Cómo se han de guardar y celebrar? No se celebran las fiestas de los cristianos como antiguamente los antepasados las suyas del Inti Raymi y del Aymuray y del Ytu, con borracheras y bailes, y otras ceremonias que el demonio les enseñó. Celebra la Santa Iglesia las fiestas de Nuestro Dios ofreciendo el sacrificio santo del altar con mucha solemnidad, cantando salmos y alabanzas del Señor, predicando la Palabra de Dios al pueblo cristiano, y haciendo otras cosas muy santas y agradables a Dios.

Y vos, hermano, en tales días estáis obligado a oír misa entera. ¿Qué pensáis que es la misa? ¿No veis allí al Padre salir vestido con vestiduras sagradas que nunca se las pone, sino para ir al altar? ¿No le veis ir muy atento y con gran reverencia, y leer o cantar por el libro santo que es el Misal? ¿No le veis tomar una hostia y vino y agua en el cáliz, y después de haber dicho en secreto palabras santas álzalo y muéstralo a todos? ¿No le veis después recibir aquel pan y aquel vino? ¿Qué pensáis que es? Todo esto Jesucristo lo ordenó y lo mandó, él mismo por su boca, que así lo hiciesen los sacerdotes y padres de los cristianos como él lo hizo la noche antes de padecer, que cenó con sus sagrados apóstoles, y celebró el misterio de la misa consagrando su cuerpo en el pan y su sangre en el vino, y él mismo lo recibió y dio a sus amados discípulos; y mandó que lo mismo hiciesen ellos y sus sucesores en memoria de su bendita pasión y muerte.

Así que, hijos míos, en la misa lo que se lee alto o se canta son las palabras y doctrinas de Dios dada en su Evangelio, o por sus apóstoles o profetas, y son oraciones con que la Santa Iglesia pide a Dios, y son alabanzas que dice a su gran Majestad. Mas lo que se hace con la hostia y con el cáliz, y lo que dice en secreto el sacerdote, es ofrecer el mismo sacrificio del cuerpo y sangre de Jesu­cristo que él ofreció en la cruz y el sacerdote lo ofrece en el altar.

Y este sacrificio es la cosa que Dios más orna y más aprecia ele cuantas hay en el mundo; y por él nos perdona nuestros pecados y nos libra de los males del alma y del cuerpo; y por él nos hace muchos bienes a los vivos y a los difuntos. Y no tiene la Santa Iglesia en todas sus cosas misterios de tanto valor como éste.

Porque en la misa viene Dios vivo y verdadero al altar, y los ángeles del cielo están allí adorando aquella hostia con gran reverencia; y aunque vosotros no los veis, hanlos visto muchos varones santos y de limpio corazón. Por eso, hijos míos, mirad que no perdáis tanto tiempo, y que vengáis a misa temprano y limpios y bañados, pues venís a la casa de Dios; y mucho más venid con devo­ción y no tardéis mientras venís a la misa, ni miréis a mujeres, ni a las paredes, sino hincadas ambas rodillas con mucha devoción adorad aquella hostia y cáliz cuando le alzan [y] daos en los pechos pidiendo perdón de vuestros pecados.

Y por ninguna cosa dejéis de oír misa el día de fiesta, capaz que os castigará Dios en quitaros la salud y en daros malos temporales, como ha hecho con muchos malos cristianos que cuentan las historias; y aun en la semana todos los que podéis venid a misa y gozad tan alto bien, aunque no pecáis si lo dejáis entre semana. ¿No veis los buenos cristianos como cada día oyen misa? Pues, así haced vosotros, y sentiréis mucho bien en vuestras almas y en vues­tros cuerpos y en vuestras haciendas, porque ha dicho Dios que él honrará y hará bien a los que le honraren y acataren (1 Re. 2); y no hay cosa en cuantas tienen los cristianos en que más se honre Dios que en aquel divino sacrificio de la misa. Así que, hijos míos, de hoy más sedme muy devotos de oír misa; estad allí con gran reverencia.

También habéis de venir a la doctrina y al sermón, que es la Palabra de Dios que se os enseña, y es el mantenimiento de vuestras almas, como la comida es de vuestros cuerpos. Aprended la ley de Dios y Lomadla con afición, pues veis cuán linda es y cómo tiene cosas 600 tan altas, y en ella está vuestra salvación.

El indio que no aprende la ley de Dios, es como una bestia que no quiere más de comer y beber, no tiene otro gusto, sino en pacer yerba. Hombre, tú no eres carnero ni caballo; la lengua que tienes no es sólo para comer, como el caballo y el carnero, sino también para hablar como hombre. ¿Por qué no querrás saber las cosas de Dios, y siendo hombre te vuelves bestia? Veis aquí en qué habéis de gastar el día domingo y la fiesta: que es en oír misa, en oír y aprender la ley de Dios, en rezar y en encomenderos a Dios, y en otras obras buenas, como en visitar los enfermos, dar de comer a los pobres. (p. 698)

Y también os da Dios licencia de que también vues­tros cuerpos descansen, y se huelguen, como sea honestamente, no en borracheras, ni en taquíes, "ni deshonestidades de mujeres. Porque el diablo quiere que sus fiestas se guarden de esta manera. Nuestro Dios es santa y puro, y así no quiere suciedad ni maldad. Antes se enoja mucho con los que de esa manera celebran las fiestas. Podéis decir algunos cantares buenos y algunos juegos honestos, y comer y beber con alegría, y convidando a vuestros amigos y algunos pobres. Mas guardaos de emborracharon, ni hacer cosas del tiempo viejo, que os llevará el demonio al infierno si tal hacéis.

            Ya os he dicho cómo habéis de santificar los domingos y fiestas; sabed ahora que también quiere Dios que el cuerpo descanse en tales días, y así manda que no trabajéis, ni vayáis a sembrar, ni ocupar, ni a labrar casas y heredades, ni a otros trabajos semejan­tes. Mas lo que es necesario para vuestra comida, bien lo podéis 605 aderezar y guisar. Y cuando hubiese mucha necesidad, de suerte que se os perdiese el maíz o el ganado, o cosa semejante, con licencia del Padre podéis acudir a vuestra necesidad, porque Dios, que es muy piadoso, no se enoja cuando par necesidad que no podéis excusar, trabajáis. Mas captad que por vuestra codicia no os tiente el enemigo, y despreciando las fiestas digáis: "ahora no me ve el Padre, quiero gustar o chucanear". Captad que os mira Dios. Y así como es piadoso con los que tienen necesidad, es muy riguroso con los que tienen malicia. Antiguamente, a un hombre, porque en día de fiesta se fue al campo a coger leña, le mandó Dios apedrear (Nm. 15, 607 32-36). Por eso, mirad que guardéis las fiestas.

Últimamente os quiero decir que así como hay días de fiesta en que la Santa Madre Iglesia manda holgar, así hay otros días en que manda afligir el cuerpo ayunando. Estos días son toda la Cuaresma, que es tiempo santo, y vigilias de grandes fiestas. Pero con vosotros ha dispensado el Padre Santo de Romo para que sólo estéis obligados a ayunar los viernes de Cuaresma y Sábado Santo y la víspera de Navidad[66]. Mas los que quisieren y pudieren ayunar lo que los cris­tianos acostumbran, mejor harán.

El que ayuna, no ha de comer hasta mediodía, y a la noche, si fuere muy poquita cosa, y no ha de comer cosa de carne. También sabed que todos los viernes del año está mandado que nin­gún cristiano coma carne, ni los sábados, salvo si no fuere por enfer­medad, y con licencia. Por eso, si viereis a alguno comer carne en Cuaresma, o en viernes, u otro día de ayuno, avisad al Padre, porque este tal da muestra de ser infiel, y que ha de ser castigado. Todo esto, hijos míos, tomadlo muy bien de memoria, y unos a otros lo decid, y enseñadlo en vuestras casas a vuestros hijos, para que todos seáis buenos cristianos, y alcancéis la vida del cielo que Dios promete a los que guardan su ley. Amén.

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SERMÓN XXII, Del cuarto y quinto mandamiento. En que se trata cómo hemos de honrar y proveer a nuestros padres carnales, y reverenciar y obedecer a los espirituales; y a los señores temporales; y honrar a los viejos; y el modo que han de tener entre sí los casados; y el cuidado que han de tener sus hijos, y los amos de sus criados; y cómo nos manda Dios que de obra, ni de pala­bra, ni pensamiento, no ofendamos a nuestra prójimo.

El mandamiento de Dios dice: Honrarás a tu padre y a tu madre, para que vivas largo tiempo sobre la haz de la tierra. Bien veis cuán justa es la ley de Dios, y cómo nos manda cosas buenas y que a nosotros nos están bien. ¡Cuán bien parece el buen hijo que a sus padres honra, y les sirve con amor y con humildad! A Dios agrada y a los hombres. Tu padre y tu madre te engendraron y te criaron: Pues, ¿no es razón que reconozcas lo que les debes, que es tu propia vida y tu propio ser, pues después de Dios, ellos te lo dieron?

            El honrar a nuestros padres consiste en dos cosas: la una es en acatarles y obedecerles, sin murmurar de ellos, ni decirles malas palabras; la otra es en proveerles cuando son viejos o enfermos o tienen necesidad, y darles lo que tenemos. Aunque tenga poco, debe el hijo dar de comer al padre o madre cuando lo ve con hambre; y aunque esté pobre (si puede) les ha de cubrir con su ropa, si les ve padecer desnudez. Y a los buenos hijos que así lo hacen, les da Dios el premio, no sólo en la otra vida del cielo, sino también en ésta, dándoles vida larga y salud y bienes temporales. Dios lo promete así, y así lo cumple (Ex. 20, 12; 1 Tm. 5, 4-8).

            Al contrario, a los malos hijos desobedientes a sus padres y que les responden mal y murmuran de ellos, o les desprecian, o se ríen de su vejez, o no los socorren en su necesidad, o son desvergonzados y se atreven a maldecirlos o herirlos, a estos tales aborrece Dios y les echa su maldición. Y en esta vida los castiga con hambres, enfermedades y trabajos, y les acorta la vida, y después les echa al infierno. Sem y Jafet, dice la Palabra de Dios que fueron buenos hijos y honraron a Noé, su padre. Caín, que era otro hijo, le deshonró, y por eso el mal hijo quedó hecho esclavo de los otros dos buenos hijos (Gén. 9, 18-27). Y aun os haga saber que antiguamente mandaba la ley que 618 los malos hijos fuesen apedreados y muriesen (Dt. 21, 18-21).

Decid, ¿vosotros sois hombres o sois brutos animales, sin juicio ni razón? El caballo y el carnero después que ha crecido no tiene en cuenta con quien le parió ni engendró, ni el perro, ni el gato, antes los muerden (p. 700) como a los otros. ¿Por qué? Porque son bestias, que no 619 tienen razón ni entendimiento. Mas el hombre, que mira al cielo y es hecho a imagen de Dios, no ha de ser así, sino cuando es mucha­cho ha de honrar y obedecer y servir a sus padres; y cuando ya grande, y ellos viejos, también honrarlos y socorrerlos de lo que tuvieren, y no los desamparar en su necesidad y enfermedad, como hacen algunos de vosotros, y por eso enojan mucho a Dios Nuestro Señor.

También quiere Dios que tengáis respeto y obediencia a los padres espirituales, que son los sacerdotes y vicarios y obispos y religiosos, porque todos éstos son criados de Dios. Y si los deshonráis, deshonráis a Dios, que es su amo. También debéis honrar y obedecer a los señores temporales: al rey, a los gobernadores y corre­gidores, y a vuestros curacas, que os gobiernan. No habéis de maldecirlos ni murmurar de ellas, sino obedecer como buenos hijos a lo que es justo y honesto. También quiere Dios y manda que honréis a los viejos y ancianos, que han vivido más que vosotros y saben más cosas. Y sus canas, vejez, no ha de ser afrentada, sino honrada y acatada, pues son primero que vos en este mundo.

Al revés lo hacéis casi todos, que los mozas despre­ciáis a los viejos, y os reís de ellos y hacéis burla de sus cosas. Captad que es gran pecado y enojáis a Dios. ¿Sabéis lo que cuenta la Sagrada Escritura de unos mozuelos que hicieron burla de un buen viejo, Eliseo, llamándolo "calvo, calvo"? (2 Re. 2, 23-25). Dicen que salieron del bosque dos osos que despedazaron cuarenta y das muchachos, porque veáis si es poco hacer burla de los buenos viejos. Los españo­624 les y todos los hombres de policía y buena razón, tienen gran cuenta en que los mozos honren a los viejos y les den mejor lugar y les oigan cuando hablan, y les muestren sujeción por sus años y ancianidad. Y esto mismo alaba Dios y lo manda en su Santa Escritura (Ecle. 3, 2-3; Job, 12, 12).

               Mas habéis de saber que como los hijos han de honrar a sus padres, así las padres han de enseñar y proveer a 'sus hijos. No basta que los haya engendrado y dado leche cuando niños, sino después les ha de criaren buenas costumbres. iOh padres y madres, mirad que os pedirá Dios cuenta de cómo viven vuestros hijos! Luego cuando niños los habéis de enviar a la lglesia, para que sean bautizados y se hagan hijos de Dios.

Y los que tenéis hijos por bautizar y los ocultáis, sois demonios, que tanto mal hacéis a vuestros propios hijos, que queréis que sean hijos del diablo y no hijos de Dios. Después de bautizado vuestro hijo, cuando es muchacho, hacedle aprender las oraciones y la doctrina, y si no lo hiciere, azotadle. Mirad que oigan misa vues­tros hijos, que recen la doctrina cada día antes de acostarse, que no se apuñeen, ni riñan. Limpiadlos y lavadlos y vestidlos.

Y las muchachas ya grandecilla-, no consintáis que anden con otros muchachos; y mirad que no duerman hermanos y hermanas todos juntos, como muchos hacéis. Esto es de bestias y no de hombres. ¿Son perros o carneros, para que machos y hembras anden revueltos? Guardad que se enoja Dios contra vosotros porque a los muchachos, vuestros hijos, les dejáis ensuciar en lujuria, y no se os da nada que vuestras hijas anden con varones. Esto es gran pecado vuestro. Guardad vuestras hijas enteras e incorruptas hasta que se casen, porque no os destruyan. Que por este peca­do, y otros que tenéis, ha permitido Dios que andéis perseguidos y hechos esclavos como si fuereis bestias, porque no queréis vivir como hombres, sino como caballos y carneros del prado, sin orden ni lim­pieza en vuestras almas, ni en vuestros cuerpos.

También quiere Dios que los que sois casados tengáis mucho amor entre vosotros. Y la mujer acate y sirva a su marido; y el marido trate bien y ame a su mujer. Los que aporrean a sus mujeres y las maltratan, son hijos del diablo. Y las mujeres que no sirven a sus maridos o se andan con otros, son hijas del diablo. Mas los buenos casados que se quieren bien, y se guardan ley y se ayudan, y crían bien a sus hijos, ésos son benditos de Dios, y tienen parte en el Reino de los Cielos.

Y si tenéis criados o familia, también habéis de mirar por ellos, de darles lo que es razón para su sustento, y mirar que vivan bien y que oigan misa y sepan la doctrina. Y si fueren buenos, tenedlos coma amigos. Así lo dice Dios en su ley (Ecl. 7, 20-21; 33, 31-33). Y todo esto que os he dicho se encierra y entiende en este cuarto man­damiento.

Ahora el quinto, en que Dios manda que nadie mate a su prójimo. Sólo Dios es Señor de la vida del hombre, y así el hombre no puede quitar la vida a otro hombre, ni a sí mismo. [Fol. 137r] Y si lo hace, comete gran injusticia y una maldad. No sólo manda Dios que no 634 mates a tu prójimo, sino también que no le hieras, ni le des bofeta­das, ni coces, ni traigas de los cabellos, ni hagas otro mal tratamien­to. Y si alguno hace algo de esto, Dios del cielo lo castiga, y el Rey de la Tierra, aunque sea viracocha, pues todos los hombres somos hermanos y descendimos de un padre, Adán, y de una madre, Eva. Y por todos murió Nuestro Señor Jesucristo. Todos tenemos un Dios y un mismo Padre en el cielo. Así que nadie se atreva a tratar a otro mal. Pero la justicia bien puede castigar a los que han hecho delito. (p. 702)         

            También os manda Dios que no injuriéis de palabra a otro, pues no queréis que os afrente a vos. El que llama a otro opa o tonto, dice Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio que merece fuego e infierno (Mi. 5, 22). ¡Oh hermanos, guardaos de pecar, ni en el corazón, no habéis de tener odio y rencor contra vuestro prójimo! Captad que 637 quiere Dios que todos nos queramos bien, y nos perdonemos unos a otros el agravio que hubiéremos recibido. Porque el que aborrece a su hermano, dice San Juan, el Apóstol, que delante de Dios es homicida matador (1 Jn. 3, 15; Mt. 5, 44).

Y los padres y señores bien pueden castigar moderada­mente a sus hijos y criados habiendo causa.

Así que ni por obra, ni por palabra, ni por voluntad, no hemos de hacer mal a nuestro prójimo, sino antes bien a todos. Porque así seremos hijos de nuestro buen Padre Dios, que da su sol y su lluvia a buenos y malos, y murió por todos en la cruz, y allí rogó por los que le daban la muerte. Seamos hijos de tan buen Padre, y a todos que­ramos y hagamos bien, y a ninguno queramos ni hagamos mal. Y queramos mucho a nuestro Padre Dios, y como a buenos hijos nos dará la herencia del cielo y gloria para siempre. Amén.

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SERMÓN XXIII. Contra las borracheras. En que se enseña cómo la embriaguez de suyo es pecado mortal; y los daños que hace en el cuerpo, causa enfermedades y muertes; y en el sentido, entorpeciéndole; y en el alma, obrando graves pecados de incestos y ho­micidios y sodomías; y sobre todo que es el principal medio para destruir la fe y frecuentar la superstición e idolatrías.

Todas las cosas creó Dios para el bien del hombre; y el hombre necio con las criaturas de Dios ofende a su Creador y hace daño a sí mismo. La comida y la bebida hizo Dios para que el hombre sustente su vida con ella, y tome fuerza para trabajar y hacer obras loables. Mas los hombres torpes e ignorantes, no guardando la templanza y [el] orden que conviene con comer y beber, acarrean a su cuerpo enfermedades con que están inútiles para trabajar, y mu­chas veces mueren de ellas. Porque, como dice un sabio: "a muchos más mata la gula que la espada".

Y no sólo hacen mal a su cuerpo por lo que comen y beben des­templadamente, sino mucho más a su alma, matándola con los peca­dos. Porque del mucho comer y beber proceden la lujuria y embriaguez. El vino y el agua no es cosa mala, sino cosa buena que creó Dios para esfuerzo del hombre. Pero si la tomáis con exceso, quitaos el juicio y causaos grandes males, como el fuego, que si llegáis como conviene a él, os calienta y abriga, mas si os juntáis a él demasiado, os quema y mata. El fuego bueno es y no tiene la culpa, sino el que se mete en él.

Así, hermanos, el vino y agua, y todas estas criaturas corporales, buenas son, y si usáis bien de ellas, os aprovechan; mas si usáis mal, si os dais a ellas demasiado, matan vuestros cuerpos y vuestras al­mas. No tienen ellas la culpa, sino vuestra necedad, que os lince usar 6,15 mal de ellas. Sabed, pues, que la embriaguez es muerte del alma y del cuerpo.

Y a sí como Dios tiene mandado en el quinto mandamiento que no matéis a otro, así también os manda que no os matéis a vos mismo, ni podéis quitaros la vida, ni cortaros la mano ni el pie 646 ni otra parte de vuestro cuerpo. Y de la misma manera, el juicio que Dios os dio con que sois hombre y no caballo, no os lo podéis quitar, privándoos de él, emborrachándoos, porque es matar vuestra alma. Por eso, hermanos, huid de embriagaros: catad que es pecado mortal.

Decirme eis: ¿Por qué es pecado? Porque os quitáis lo mejor que Dios os dio, que es el juicio y razón de hombre; y de hombre os volvéis caballo y aun peor. Un borracho, ¿no le veis qué perdido está, que no sabe más que un caballo lo que hace? Riñe y da coces, y aporrea a su mujer y a sus amigos, no se puede tener en sus pies, todo se cae, no acierta a hablar. Asimismo, se sacude, y para ningún oficio ni obra es bueno, sino para tenerlo atado, y que duerma el día. ¿Hay bestia más bestia que un borracho? Peor es que cualquiera bestia, porque al caballo el hombre rige y -lo lleva donde quiere, y lo mismo al carnero y a otros animales; mas el que está borracho, ni él por sí sabe hacer cosa buena, ni se deja regir de otros para hacerla.

 Pues ¿no os parece que es gran pecado y gran ofensa del Creador que el hombre se haga bestia, y peor que bestia, y se prive de su juicio, que es la luz de su alma? Mirad cuál queda una candela cuando la apagan la llama. ¿Qué diferencia hay de una can­dela a un palo después de apagar su luz? La luz en el hombre es la razón y juicio. Si le quitáis el juicio, no hay diferencia del hombre a una piedra o a un bruto. Eso hace la embriaguez, y por esa la Sagra­da Escritura dice que es pecado mortal, y que ninguno que se emborracha entra al cielo (1 Cor. 6, 10). Abrid los oídos y oíd, hombres miserables, lo que dice Dios, que los borrachos no entrarán en el ciclo. ¿Pensáis que es poco mal emborracharos? No entra­réis en el cielo, no gozaréis de los bienes de Dios, vuestro lugar será el infierno, compañeros seréis del diablo, allí pasaréis crueles tor­mentos y sed rabiosa como perros.

Veis aquí cómo es pecado grande la borrachera, aunque no traiga otro mal, más de privaros del juicio de hombre que Dios os dio. Mas tiene otros muchos males la embriaguez, que no se pueden todos contar. Pero para que la aborrezcáis y huyáis de ella como de ponzo­ña, quiero os declarar cuatro males que es causa. Estad atentos.

El primer daño es en vuestra salud y en vuestras vidas, porque por causa de mucho beber y emborracharse tanto, no pocos, sino muy muchos de los indios enferman y mueren. Así lo enseña la Santa Escritura, que el demasiado beber vino causa al cuerpo dolencias y muerte antes de tiempo (Ecle. 31, 30). Y esto mismo vemos todos con nuestros ojos que pasa en esta tierra. Si no, decidme: ¿qué causa hay por que los indios de los llanos y costa de la mar se van acabando y hay ya tan pocos, y los de la sierra no se van disminuyendo tanto? Y en los llanos, ¿no solía haber innumera­bles indios en el tiempo del Inca[67], como hormigas. Pues ¿qué se han hecho? ¿Y por qué se acaban?¿No tienen mejor tierra, no tienen más comida, no son más ricos, no son más ladinos que los de la sierra? No hay duda. Pues ¿qué es esto que se acaban? ¿Qué pes­tilencia ha venido por ellos? La pestilencia, hermanos, no es otra sino las borracheras, porque nunca dejan la chicha[68], y ésta les abrasa las entrañas, y mueren de ella a manadas por ahí. En tiempo del Inca no se emborrachaban sino muy pocas veces, porque no se lo consen­tían los gobernadores del Inca; y así estaban en esta tierra como enjambres de abejas. Ahora beben cuando quieren, y así mueren y se acaban, especialmente aquella maldita sora[69], que es fuego que abrasa. Del maíz podrido hacen un brebaje que asa las entrañas, y todos beben de él, y así todos se acaban presto, porque no se pone remedio en tanto daño. Diréis: los curacas beben más que todos, y no se mueren. También se mueren y les hace daño. Pero mucho mal hace a los indios hatun lunas[70], porque no tienen comida y el cuerpo está adelgazado con el trabajo,

   Por eso, hermanos, no queráis tan mal vuestras vidas, que os la quitáis. Y por la misma causa engendráis pocos hijos. Y ésos se os mueren muy ternecillos, porque la virtud de vuestro cuerpo, con esa chicha o sora, está abrasada y hecha ceniza. Un árbol quemado, ¿qué fruto o frescura ha de dar? Pues, así son los hechos a borracheras. Mirad cómo en donde hay menos maíz, y se hace menos chicha, multiplican más los indios. Creedme que os hablo co­mo quien sabe bien las cosas de vuestra tierra y os quiere bien, que la mayor causa de estar enfermos, y de no tener hijos y de morir presto, es esta endiablada embriaguez a que tanto os dais. Veis, hay un daño para vuestro cuerpo.

* El segundo es para vuestro entendimiento y sentido: que la embriaguez os embota el sentido, y os hace toscos y necios. Así lo dice Dios en su Sagrada Escritura (Ecle. 31, 29). ¿No veis como vuestros muchachos son más hábiles que vosotros, aprenden más y son más prestos? ¿Por qué en siendo ya hombres se paran torpes y botos? Había de ser al revés: que los hombres ya hechos, más entendimiento tienen que los muchachos, y así es en los viracochas (Pr. 23, 20)[71].

Entre vosotros es al contrario: que los muchachos tienen mejor juicio que los hombres. ¿Sabéis por qué? Porque la borrachera y la lujuria os entorpece los entendimientos y hace como caballos. Por eso sabéis tan poco de las cosas de Dios, y todo se os olvida y estáis como unos palos. Los indios que no se emborrachan, más vivos son de entendimiento y mejor saben las cosas de Dios.

               * El tercero daño de las borracheras es los pecados que hacen los borrachos, que son muchos y muy enormes. Los borrachos dan de palos a sus mujeres, y hieren a sus compañeros y muchas veces los matan. Los borrachos se echan con sus parientas y con sus propias hermanas, y con sus hijas y con sus propias madres. Los borrachos unos con otros cometen pecados abominables y nefandos. ¿Qué maldad hay que no cometa un borracho? ¿Qué demonio hay que haga cosas más abominables?

La Santa Escritura cuenta de Lot, que era un varón justo y santo, y que emborrachado dos veces tuvo cuenta con dos hijas suyas propias, y por eso los linajes que de ellas nacieron, fueron malditos de Dios (Gn. 19, 30-38). Pues si a un justo hizo la embriaguez come­ter tal maldad, ¿qué hará en un pecador desventurado?

Y no penséis que por estar borracho y no entender el mal que hace, que por eso no cae en pecado; sí cae. Y por adúltero y homicida le castigará Dios, porque bien sabe cuando se emborracha que estas maldad; se suelen hacer con la embriaguez. ¡Oh cuántos males trae consigo este mal! No es posible ser vosotros cristianos, ni aun hombres, mientras fuereis tan dados a este maldito vicio de borracheras. Pero, hermanos, todos los daños y males que os he dicho no son nada respecto del que os diré ahora.

* El cuarto daño de las borracheras es que quitan la fe de Jesu­cristo, y renuevan y sustentan las idolatrías y sectas malvadas de los infieles y del diablo. Así lo dice SAN AMRROSIO, gran doctor de la Santa Iglesia. ¿Por qué pensáis que el diablo anda tan diligente en ordenar borracheras y taquíes?[72] Porque en ellos pierde Jesucristo todo lo que gana con los predicadores y doctrina cristiana y bautismo, y cobra el diablo todo lo que ha perdido. (p. 706)          

Todos cuantos taquíes hacéis, son sacrificios y cantares y cere­monias antiguas del diablo. Todas cuantas borracheras juntáis, son en memoria de vuestras guacas[73] y de vuestros antepasados. Eso me da que sea en casa del cacique o en el campo o en la plaza o en el camino, o al sembrar o al coger, sea al hacer nueva casa, o al ir a las minas, o al ir a los pleitos. Todo es ceremonia y memoria y ritos del tiempo de vuestra infidelidad. Sea con vuestros parientes, o con vues­tros amigos, o con los forasteros. Sea tañendo a tambores, o bailando, o andando en danza moyo moyo. Todo es superstición de vuestras guacas. Todo es enseñanza de los viejos hechiceros.

¿Cómo decís que sois cristianos, adorando al diablo? ¿Cómo osáis entrar en la iglesia y oír la palabra de Dios que allí se canta, habiendo oído los cantares del diabla? ¿Cómo hincáis las rodi­llas y os persignáis, habiendo en vuestras borracheras mochado al diablo[74] y vertido la chicha y asperjado en honra del diablo?

¡Andad, andad, gente mala, que tenéis enojado a Dios! ¿Sabéis qué será de vosotros? Oíd lo que cuenta la Sagrada Escritura de un rey llamado Baltasar, que era infiel, el cual se emborrachó con sus hijas y con sus mujeres y con sus mancebas; y estando borrachos, cantando a sus dioses y guacas cada uno alabanzas, y aun se atre­vieron a beber en los cálices sagrados (Dn. 5, 1 ss).

De esto enojado Dios reciamente hizo que pareciese una mano en la pared de la sala y escribiese tres palabras que eran la sentencia de Dios: en que por aquella borrachera y taquí le con­denaba a que le quitasen el reino, y él y sus hijos muriesen mala muerte. Luego la misma noche se cumplió la sentencia de Dios, y le quitaran todo su reino y a toda su casa, y a él le mataron cruelmente. En esto paran las borracheras y taquíes.

Temed a Dios, hermanos, que os ha sufrido ya mucho tiempo. Mirad que la sentencia se está ya escribiendo contra vosotros, y si no os enmendáis y quitáis las borracheras y taquíes, Dios os enviará castigo bravo en esta vida presente y en la otra. No ten­gáis duda: yo de parte de Dios os aviso que así lo hizo con otras gentes llamados amorreos y jebuseos, que por tales pecados los des­truyó, y dio sus tierras a otros. De aquí adelante, el que supiere que se hace borrachera o taquí, avise al Padre, y si no, será azotado y trasquilado.

   Y los alcaldes y fiscales "miren toda el pueblo, y anden de noche y de día. Y el que quitare cosa tan mala, ganará honra y premio de Dios, que quiere vuestras almas y le pesa que os enseñe el diablo, y os lleve a manadas al infierno. Volved, hijos míos, a vuestro Dios; y como buenos cristianos contentaos de beber lo que basta sin emborracharos, para que siendo buenos hijos agradéis a Jesucristo y alcan­céis la vida eterna. Amén.

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SERMÓN XXIV. Del sexto mandamiento, en que se enseria cuánto enoja a Dios el adulterio, y cómo lo castiga; y cómo el fornicar también con soltera, aunque sea una sola, es pecado mortal; y de las otras maneras de lujuria por las cuales castiga Dios a la nación de los indios.

En el sexto mandamiento dice Dios que no cometáis adulterio. La ley de nuestra Dios, hermanos, es santa y justa; y el Señor aborrece la suciedad y la injusticia. Por esa quiere que ninguno haga agravios a su prójimo, ni le tome la mujer. Y quiere que cada uno, así el pequeño como el grande, tenga segura su mujer, sin que nadie llegue a ella, aunque sea el curaca ni el rey de la tierra.

Y mirad cuán buen Dios tenéis, que aunque seáis un indio pobrecito, no da Dios licencia al español, ni al corregidor, ni al virrey, ni al mismo Inca si viniera, que os toque a vuestra mujer, ni a vuestra hija. Y si lo hace, lo amenaza con pena de muerte para siempre en el infierno. Y a un rey que se llamaba Faraón, porque quiso tomar la mujer de un siervo suyo llamado el Patriarca Abra­ham, le azotó muy reciamente, aun no sabiendo el rey que era casada la que quería tomar para sí (Gn. 12, 10-20). No penséis que por hacer vuestras maldades a escondidas, y sin que nadie lo vea, que por eso se irán sin castigo. Dios del cielo lo ve todo, y él dice que tomará la mano en vengarse de semejantes traiciones.

Y pues Dios no consiente que nadie llegue a tu mujer, y a ti te parece que esto es justo y bueno, díme por qué has tú de llegar a las mujeres de los otros. Lo que tú no quieres que hagan contigo, dí, ¿por qué has de querer hacer lo contrario? ¿No ves que Dios es Padre de todos, y juez justo y recto, y que mira por los pequeños, pues no se pueden defender, que castiga terriblemente a  los malos? ¿Piensas que por ser curaca o principal, o fiscal o hilacata, que por eso te puedes atrever a pecar con la mujer del indio hatun luna, tenerla por tu manceba?

Mucho te engañas, y no conoces a Dios. Sábete que cuanto más tarda en castigar, tanto mayor es su ira. La condición de Dios es muy (p. 708) diversa de los hombres. Los hombres, cuando tienen grande ira y enojo, luego lo muestran, y luego se quieren vengar. Dios, cuando es mucha su ira contra los malos, no la muestra luego, mas aguarda. Y no hay más cierta señal de ser grande la ira de Dios contra ti que cuando te sufre muchos pecados y no te castiga luego, mas antes te deja andar en tus maldades. Así como la flecha del arco, que cuanto más se detiene en salir, cuando tiran es el tiro más recio, así hace Dios.

Por eso, no digas: "Yo he andado con muchas mujeres, y me huelgo con la que bien me parece, y no siento mal por eso, ni castigo alguno. Eso que dicen los Padres que Dios castiga y se enoja con los que andan con mujeres fuera de las suyas, deben [del ser amenazas y palabras. Porque yo vea que hago eso, y otros muchos lo hacen, y no nos castiga Dios, antes estamos buenos y contentos. Burla debe [del ser que los Padres dicen que se enoja Dios, y que castiga a los que adulteran y hacen otros vicios sucias".

¡Oh hermanos, guardaos de tales pensamientos, que el diablo los trae a vuestros corazones para que pequéis más y más, y al cabo os vais con él a arder al infierno! Dios dice que irá al infierno para siempre sin fin el que toma la mujer ajena. Mirad que no engaña Dios, ni puede engañaras. Catad que es justo, y que no ha de pasar el mal sin castigo. Vuestra misma conciencia, allá dentro os dice que hacéis mal, y os está acusando siempre de la maldad. Si Dios no castigase los pecados, sería ciego y sordo y ruin como vos. Mas es bueno, y lo malo le parece mal, y es poderoso y no teme a nadie. Catad que hay fuego que arde. Catad que hay infierno. Catad que muriendo el hombre, va su alma a dar cuenta de toda su vida.

Y que por estos deleites sucios la condena Dios a que sea asada en las brasas del infierno. Muchos Santos han visto estas penas, y a los que son atormentados en ellas. El Evangelio lo dice, y toda la Sagrada Escritura. Si no lo creéis, no sois cristianas. Y aun sois más que bestias, si creéis que Dios no castiga tales pecados. Vuestro Inca castigaba con muerte al que tomaba la mujer de su prójimo, y le hacía morir rabiando[75]. Pues Dios, que es Rey del Cielo, ¿no castigará mejor que vuestro Inca? Las leyes de la tierra mandan que los adúlteros mueran. ¿El Rey del Cielo no hará lo que es justicia y razón? ¡Oh hombre miserable, no te engañe el diablo y tu mal deleite! ¡Mira que te espera la hoguera del infierno, donde arderán tus carnes y tu alma para siempre jamás!

Y porque entendáis cómo se enoja Dios de que toméis la mujer ajena, por ese pecado en esta vida castiga Dios cruelmente muchas veces, y permite que le tomen su mujer al que toma la ajena. Así le castigó Dios al rey David, porque cometió adulterio con Betsabé, mujer de Urías, criado suyo. Así se lo amenazó, y así lo cumplió (2 S. 12, 7-13; 16, 5-13).

            También castiga Dios este pecado con enfermedades. El mal de bubas[76], ¿qué pensáis que es, sino castigo de ese pecado? A otros por ese pecado les quita Dios los hijos; a otros no se los quiere dar, porque san malos y deshonestos con mujeres de otros. A otros les quita la hacienda y los deja pobres y mezquinos. Y no es pequeño castigo la deshonra y vergüenza que causa tal suciedad. Y la conciencia que siempre os remuerde y dice cómo sois malos, y os está ame­nazando con rayos del cielo y con temblores de la tierra, y con otras calamidades en vuestros ganados y en vuestras sementeras.

No os maravilléis que Dios os castigue en todo eso, pues tanta le ofendéis con vuestros vicios tan sucios. Por eso, enmen­daos y pedid perdón a Dios, y cada uno se contente con su mujer que Dios le dio por matrimonio. Y si no es casado y está amancebado, cásese, y saldrá de mal estado.

Sabed más, hijos míos, que en este sexto mandamiento no sólo se veda el adulterio, mas otro cualquiera vicio deshonesto y feo. Y por­que muchos de vosotros no saben la ley de Dios, direos en cuántas maneras se ofende a Dios en este mandamiento. Todo aquel hombre que tiene cuenta con mujer más de la suya, y la mujer que tiene cuenta can otro hombre con quien no está casada, peca y merece muerte ele infierno.

No penséis que el soltero puede tener cuenta con otra soltera ni con viuda sin pecado. El que tal hace, peca, e irá al infier­no, aunque sea con una sola. Eso lo dice Dios, y lo dice el gran Apóstol suyo llamado San Pablo. No os engaitéis --dice él-, que ni las adúlteros, ni los deshonestos, ni los fornicarios entrarán en el cielo (1 Cor, 6, 9-10). Fornicar es tener cuenta soltero con soltera; y los que tal hacen, dice que irán al infierno. Más vale creer lo que Dios dice, que no lo que dicen algunos malos, que dicen que no es pecado. Y son malditos herejes y descomulgados los que tal enseñan.

Y si pecar con soltero es digno de infierno, mucho más es corrom­per a la que es doncella sin ser casado con ella. Esto es gran maldad, aunque ella lo consienta. Y mucho más si le hacen fuerza, que eso es enormísimo pecado. Y mayor pecado es pecar con Padres de misa, porque están consagrados a Dios y tienen ungidas con cris­ma sus manos. Y pecar con éstos es como tomar el cáliz del altar y ensuciaras en él. ¿Qué dirías del que vieseis tomara el cáliz para (p. 710) hacer de él orinal? Pues, eso hace el mal sacerdote cuando comete vicio de carne; y esto hace la mujer que peca con él.

Sobre todos estos pecados es el pecado que llamamos nefando y sodomía, que es pecar hombre con hombre o con mujer no por el lugar natural. Y sobre todo esto es aun pecar con bestias, como ovejas, o perras, o yeguas, que ésta es grandísima abominación.

Si hay algunos entre vosotros que cometan sodomía pecando con otros hombres, o con muchachos, o con bestias, sepa que por eso bajó fuego y piedra azufre del cielo, y abrasó y volvió ceniza a aquellas cinco ciudades de Sodoma y Gomorra, Sepa que tienen pena de muerte, y ser quemado por las leyes justas de nuestros Reyes de España[77]. Sepa que por eso dice la Sagrada Escritura que destru­ye Dios a los reinos y naciones (Sb. 12, 4; 1.4, 26; Dt. 9, 1-5; 12, 29­-31). Sepa que la causa porque Dios ha permitido que los indios seáis tan afligidos y acosados de otras naciones, es por ese vicio que vues­tros antepasados tuvieron, y muchos de vosotros todavía tenéis.

Y sabed que os digo de parte de Dios que si no os enmendáis, que toda vuestra nación perecerá, y os acabará Dios y os raerá de la tierra. Por eso, hermanos míos muy amados, llorad vuestros grandes pecados, y pedid a Jesucristo misericordia, que os torno a decir que os acabará Dios; y ya lo va haciendo, si no os enmendáis.

Quitad las borracheras y taquíes, que son la sementera de estos vicios tan abominables. Apartad los muchachos y los hombres de vuestras camas; no durmáis revueltos como cochinos, sino cada uno por sí; no digáis cantares ni palabras sucias. No provoquéis a vuestra carne con vuestras manos, que esto también es pecado y digno de muerte e infierno.

Tened vergüenza de Dios, que os mira. Y de la Virgen María, que aborrece toda suciedad, y del ángel de vuestra guarda, que anda con vos. Tened vergüenza de todo el cielo y sus santos, que os miran. Que aunque os parezca cuando pecáis que nadie os ve, Dios os ve, y sus santos y sus ángeles os están mirando. Y el diablo está diciendo a Dios: "Señor, este mal hombre peca contra ti, ¿quieres que le acabe aquí y le mate, y pague lo que merece por este pecado?" Esto dice el diablo, y tiene una grande hacha de cortar en la mano para darte con ella.

¡Oh pecador, si Dios tantico le deja! Mas Dios, que es piadoso, no lo consiente, y dice a vuestro enemigo: "Aguarda, no le mates; veré si se convierte a mí y hace penitencia confesando su pecado: si se convierte, yo lo perdonaré, que soy piadoso y di mi preciosa sangre por él. Mas si permaneciere duro en su pecado, en­tonces le derribarás con esa hacha, y le llevarás a penar al infierno".

Esto ha dicho Dios de vosotros, hermanos. Por eso, enmendemos nuestra mala vida, lloremos nuestros pecados, confesémoslos entera­mente al Padre, y no volvamos a tales fealdades de carne. Mas sir­vamos a Dios, pidiéndole su gracia para ser castas, porque sin su ayuda nadie puede guardar limpieza como debe. Jesucris­to es buen Señor, y nos perdonará los pecados pasados, y nos dará su gracia para que adelante vivamos bien y nos salvemos. Amén.

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[SERMÓN XXV. Del séptimo mandamiento. En que se declara cómo peca el que hurta, y el que engaña en compra o venta; y el que presta por ganancia, o lleva más por el fiado; y el que no paga su trabajo al indio; y el que es causa de su daño en su hacienda; y que no se perdona el pecado de hurto o agravio, si no es restituyendo el que puede; y cómo ha de restituir.

En el séptimo mandamiento dice Dios que no hurtemos. Cada uno de nosotros quiere tener su hacienda segura, y que nadie le toque en ella sin su voluntad. Eso mismo manda Dios que guardemos con la hacienda de nuestro prójimo. Todos sabéis cuán mala e infame cosa sea ser ladrón; y el hurtar cómo avergüenza y atemoriza al que lo hace cuando otros lo ven. Así que aunque no nos dijera la ley de Dios escrita que es malo hurtar, cada uno de nosotros conoce luego que es malo y digno de castigo.

            Pero sabed, hermanos, que no sólo peca contra este mandamiento         el que toma el carnero o gallina, o rapa o plata de otros, sin que el dueño lo quiera, sino también el que engaña a otros cuando vende y le pide más de lo que vale la coca o la ropa, y también si está dañado y tiene falta secreta que no sabe el que compra, y no se lo dice. Y también cuando por guardar la paga más largo tiempo, se lo vende más caro. Todo esto es hurtar y lo prohíbe Dios en su ley, y otro cualquier engaño en el peso o medida, porque se ha de tratar verdad y no engañar, que es pecado de hurto.

También es contra este mandamiento prestar por ganancia cuando dais el dinero o el trigo o el maíz con condición que os vuelvan más. Esto es usura y no se puede hacer, que lo prohíbe Dios. De la misma manera, el que compra no ha de dar menos de lo (p. 712) que vale la cosa que compra; y si por dar la paga adelantada da menos de lo que vale, peca. Mirad, hijos míos, que no os ciegue la codicia, ni engañéis a vuestros prójimos en las compras o ventas o tratos que tenéis con él, porque os castigará Dios reciamente.

También pecan contra este precepto los que hacen trabajar a los indios y no les pagan su trabajo, o les quitan algo. En este pecado caen los curacas muchas veces, que se alzan con los jornales de sus indios y no les dan lo que les cabe. Y pecan otro sí cuando les piden más de lo que han de dar por su tasa para quedarse con ello. Y pecan los corregidores y curacas, y los demás que hacen tra­bajar a los indios y no les pagan; y cuando les echan derramas[78], para pleitos o negocios y se quedan con parte del dinero.

            También pecan los que en las tierras y ganados toman lo que no les pertenece. San Pablo Apóstol dice que Dios es vengador (1 Tes. 4, 6); y Dios ha de volver por los pobrecitos, porque todos los roban y los pelean. No se logrará la hacienda mal ganada, [fol. 175v] porque está dando voces a Dios contra el ladrón y engañador que la tiene. Así lo 719 dice Dios por su profeta Habacuc: ¡Ay de aquel que junta y allega contra sí lo que no le pertenece) ¡Ay del que él mismo se hunde en el profundo! (Ha. 2, 6).

También peca contra este precepto el que es causa del daño de su prójimo poniéndole pleito injusto, espantándole el ganado, siendo testigo falso contra él, quitándole su granjería, pisándole su semen­tera, o paciéndola con sus bueyes. En breve, hermanos, lo que tú no quieres para ti, eso no lo has de hacer con otro. Porque cualquier hurto, robo o engaño, fuerza y daño contra tu prójimo, lo castigará el Señor que lo mira todo y ve quién hace agravio y dema­sía a su prójimo.

Y en la tierra también lo castiga la justicia cuando lo sabe, que para eso traen vara los corregidores y alcaldes, para hacer justicia y castigar a los malhechores. Y si ellos no lo supieren o no quisieren hacer justicia, el que está en el cielo hará justicia muy presto, y castigará al malo como merece. ¡Ay de aquel que cayere en las manos de Dios airado! ¡Oh cuánto enoja a Dios la maldad hecha contra el prójimo!

¿Pensáis que no hay más de que los más gruesos se traguen a los más flacos, como hacen los peces de la mar, que el mayor come al menor? No será así, hermanos, que aunque Dios calla y disimula, bien ve a quien hace mal; y cuanto más tarda en enviarle el castigo, tanto será mayor el tormento. Y hacerle ha Dios vomitar todo lo que ha mal engullido a palos. (p. 714)

Y aun acá en esta vida envía Dios recios castigos. A una reina llamada Jezabel, porque tomó la viña de un vasallo suyo llamado Nabot, y con falsos testigos le hizo matar, la castigó Dios, quitándole por la riña del otro todo su reino. Y por la sangre que derramó, después de hecha pedazos y despeñada, bebieron su sangre los perros. La Santa Escritura lo cuenta (1 Re. 21, 8-16; 2 Re. 9, 30­725 37). El curaca o español que os hiciere agravios, él pagará. Dejad hacer a Dios, que no se olvida de vuestros agravios.

Sabed, hermanos míos, que cuando uno ha hurtado, o engañado, o toma algo del otro, o héchole daño, no le perdona Dios aunque se arrepienta y se confiese, si no torna el carnero que hurtó, o la ropa, o plata, u otro que valga tanto. Y todo aquello que engañó o hizo de daño, enteramente lo ha de volver o pagar otro tanto; y si esto no hace, no le perdonará jamás Dios.

¡Oh cuántos de vosotros estáis en pecado, porque no queréis volver lo que hurtaste o engañaste! Dime, hombre: ¿cuál vale más, tu alma o eso que tienes ajeno? Más vale tu alma, que todo el cerro de Potosí,` y que todo el oro y plata de todo el mundo. Pues ¿por qué quieres que el diablo te tenga el alma empeñada o presa por eso que tú tienes? [Fol. 160r] Hasta que vuelvas eso a su dueño, no te volverá el diablo tu alma, porque es suya.

               Dícesme: "Padre, yo hurté y ya no lo tengo, no tengo con qué pagar, que soy un pobre indio". Hijo, si no tienes con qué pagar, no quiere Dios más que tengas propósito de pagar cuando tengas con qué. Dílo tú así en tu corazón, y perdonarte ha Dios, que es piadoso, y nunca manda sino lo que podemos cumplir. Mas si puedes pagar o restituir, no lo dilates: guarda no venga la muerte y te destruya en pecado.

Dirás: "Padre, si lo devuelvo a su dueño, sabrán que hurté y tendránme por ladrón y hacerme han mal". Buen remedio, hijo: dalo al Padre, que él lo dará a cuyo es, sin que sepan que tú lo hurtaste. Dile tú confesándote lo que pasa, y él te dará remedio para que tu alma se salve restituyendo, y no te venga daño a tu cuerpo ni a tu honra. Porque Dios es tan bueno, que no quiere que recibas daño, más de que te confieses y arrepientas, y restituyas lo ajeno, y propongas firmemente de no hacer tal cosa de aquí adelante. Y con esto serás salvo y perdonado, y alcanzarás la gracia del Señor, y después la gloria del cielo. Amén.

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SERMÓN XXVI. Del octavo y noveno y décimo mandamiento. Que no se ha de decir mal de nadie, si no es a quien lo ha de remediar; que en el pensamiento puede haber pecado mortal; y cuándo se entenderá que lo hay.

El octavo mandamiento de Dios dice que no levantemos falsos testimonios a nadie. Muchas veces os he dicho que la ley de Dios es muy justa, y que cada uno de nosotros mire lo que quiere que hagan con él los otros, y lo que no quiere que hagan con él, no haga él eso con otros. Cualquier hombre se enoja, y con mucha razón, cuando sabe que otro trata mal de él, mayormente siendo mentira.

Pues lo mismo hemos de pensar de nuestros prójimos. No hemos de decir mal de nadie con mentira, diciendo que aquél hurtó, o que se emborrachó, o que fulano hizo tal flaqueza, y anduvo con zutano; y mucho menos del Padre que nos enseña, no hemos de decir que es malo, y que anda con mujeres, y otras cosas feas.

Porque Dios se enoja muy mucho de que levantemos [falso] testimonio; y no nos perdonará jamás si no volvemos la honra que qui­tamos diciendo que era mentira lo que dijimos; y aunque sea verdad, no hemos de descubrir el mal de nuestro prójimo que sabemos, di­ciendo que aquél o aquélla hizo tal o tal maldad. Solamen­te al Padre y al Visitador"' y a quien lo puede remediar lo hemos de decir en secreta cuando es menester, que pongan remedio en ello. ¿Habéisme entendido?

               Al revés lo hacéis casi todos, que entre vosotros unos de otros decís mal, lo que es y lo que no es, como os viene a la boca. Y al Padre que lo ha de remediar no lo queréis decir quién se emborracha y quién está amancebado, o quién es hechicero, o trata con hechice­ros."' Y en lo que Dios os manda que habléis, sois mudos; y cuando manda que calléis, sois muy parleros y chismosos.

Cuando viereis algún hombre o alguna mujer que siembra chismes y revuelve a unos con otros, tenedle por hijo del diablo, y de él huid como del fuego. El oficio del diablo es poner mal a unos con otros. Eso hacen los chismosos y murmuradores, y así son aborrecidos de Dios y de los hombres. Estos tienen lenguas de víboras y de sierpes, y con ellas echan ponzoñas y matan. Guardad vues­tra lengua, hermanos, y tendréis guardada vuestra alma. Mirad que aun de las palabras vanas y ociosas os han de pedir cuenta el día del Juicio. Así lo dice Jesucristo Nuestro Señor, que es suma verdad (Mi. 739 12, 36). Pues ¿qué será de las mentiras? ¿Qué será de las murmuraciones? ¿Qué será de los chismes? ¿Qué será de los falsos testimonios?

Y no sólo no habéis de decir mal de vuestro prójimo. Pero ni aun pensarlo. No quiere Dios que le toméis a él su oficio y preeminencia. (p. 716)

Sólo él es conocedor de corazones. La intención del corazón, sólo Dios la ve y la sabe. No tienes tú licencia de juzgar a mala parte lo que puede proceder de buena intención. Lo que de suyo no es malo, no lo has de condenar, ¿Quién te ha hecho a ti juez de tus hermanos? Harto teneos que mirar en vuestras culpas y pecados. ¿Para qué nos entrometemos en las ajenas? Si estuviese tu casa caída y tú fueses a adobar la ajena que está en pie, ¿no serías loco? ¿Pues por qué dejas, hombre, de pensar tus culpas, y acusas las ajenas? No juzguéis, y no seréis juzgados. No condenéis, y no seréis condenados, dice Dios (Mt, 7, 1; Le. 6, 37). Antes digamos lo bueno de nuestros hermanos, para que todos aprovechen.

En el noveno mandamiento nos dice Dios que no codiciemos la mujer ajena. Y en el décimo, que no codiciemos la oveja, ni la casa, ni la ropa, ni hacienda de nuestro prójimo Sabed, hermanos, que nuestro Dios mira lo secreto de nuestros corazones; y no se contenta con que de fuera no hagamos mal, sino también dentro quiere que no lo pensemos. Porque los que en su corazón tienen malos deseos, aunque de fuera parezcan buenos, son como los sepul­cros que están de fuera cubiertos, y dentro están llenos de gusanos y de hediondez.

            Así que el cristiano ha de ser bueno de dentro y fuera, en volun­tad y en obras. Y aunque no cometas tú adulterio con la mujer ajena por obra, si la miras con mal ojo, y la deseas para pecar con ella, ya has cometido adulterio en tu corazón. ¿Quién dice esto? Jesucristo Nuestro Señor lo dice en su Santo Evangelio (Mt. 5, 28).

            Y el que viendo el carnero, o la manta o anaco[79] de otro, le parece bien, y dice en su pensamiento, "yo lo hurtara para mí si pudiera", éste ya lo ha hurtado cuanto a Dios, que ve su corazón. Los hombres, como no ven sino las obras de fuera, no castigan sino a los ladrones que por su mano hurtan; mas Dios, que ve el corazón, cas­tiga en el infierno al que hurta con su corazón, aunque lo deje de hacer porque no puede o porque tiene miedo a la justicia.

Y en todos los mandamientos de Dios, cuando nos prohíben la mala obra, también nos prohíben el mal deseo de ella. No has de matar ni desear matar. Ni has de levantar falso testimonio, ni desear levantarlo. No has de perjurarte, ni querer que tú ni otro se perjure. Y así en todos los otros mandamientos.

Pero en estos dos, de no adulterar y de no hurtar, puso nuestro Dios especial mandamiento con que nos prohíbe el mal desea de for­nicar y de hurtar. ¿Por qué, si pensáis? Porque sabe bien nuestro Señor cuán inclinados somos a estos dos vicios; y que nos mueven bravamente los deleites de la carne y los intereses de la codicia. Y por eso en estos dos puso especial mandamiento en que nos veda el mal deseo y el mal pensamiento de pecar con mujer, o de tomar la hacienda ajena.

               Preguntarme eis: "Padre, según eso, ¿cada hora y cada momento pecamos? Porque en viendo mujeres de buen talle, o de buen gesto, luego nos viene deseo de ellas. Si en mirarlas pecamos, ¿quién puede salvarse?" Hijos míos, por eso es menester llamar siempre a Dios, para que nos libre de los lazos del diablo. Y es menester gran cuidado en guardar nuestros ojos y nuestro corazón, como lo amonesta la Santa Escritura (Jb. 33, 26; Ecle. 9, 3-9; 25, 21; 42, 1214).

Mas sabed que no siempre es pecado mortal cuando os vienen el mal pensamiento y deseo de la mujer ajena. [Fol. 166r] Porque si vos a este pensamiento y deseo lo resistís, diciendo: "No quiero ofender 751 a Dios, malo es pecar, no quiero pecar", entonces no hay pecado mortal. Mas si os holgáis del mal pensamiento que os viene, y decís dentro de vos: "¡Oh quién tuviera aquella mujer, yo pecara con ella si pudiera!", entonces ya es pecado mortal. Porque con vuestra volun­tad ya queréis al pecado; y si no lo hacéis, no es porque no queréis, sino porque no podéis, o porque tenéis miedo.

Así que, hijos míos, guardaos de tales pensamientos cuando os vienen; y luego llamad a Dios, y haced la Señal de la cruz. Y si hubiereis caído, confesad vuestros pecados a Dios y al Padre que está en su lugar, para que alcancéis perdón y gracia. Amén.

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753 [Fol. 167r]

SERMÓN XXVII. De la caridad y limosna. En que se trata cómo todos los mandamientos se resumen en amar a Dios y al prójimo; y cómo el amar consiste en hacer bien al prójimo; y de los malos cristianos que tratan mal a las indios; y exhórtase a que tengan caridad con los pobres y necesitados, y cumplan las obras     de misericordia, reprendiendo su inhumanidad en esto; y cómo el día del Juicio, Jesucristo ha de pedir cuenta de las obras de misericordia.

En muchos sermones os he dicho lo que contienen los manda­mientos de Dios, declarándoos cada uno por sí. En este sermón os quiero enseñar cómo tengáis en una palabra la ley de Dios. La cual, si la guardareis, cumpliréis todos los mandamientos.

Jesucristo Nuestro Señor dijo que toda la ley de Dios y todos los mandamientos se encierran en estos dos: en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo (Mt. 22, 37). Y el 756 Apóstol San Pablo dice que todo el cumplimiento de la ley está en amar; y dice que el que ama a su prójimo como debe, cumple todo cuanto Dios manda (Rm. 13, 8). De manera, hermanos míos muy amados, que si queremos saber si cumplimos la ley de nuestro Dios, hemos de mirar si amamos a Dios y al prójimo como debemos. (p. 718)

Porque claro está que no ama a Dios el que ama al demonio, y a los cerros y a las guacas, ni el que hace injuria a su santo nombre jurando falso, ni el que deja de oír misa en día de fiesta.

Y asimismo, está muy claro que no ama a su prójimo el que no le honra y hace bien, siendo su padre o madre; y mucho menos el que le quita la vida, o la mujer, o la hacienda, o le levanta testimonio falso. Mas el que tiene fe y esperanza y amor con Dios, sólo a él sirve y adora como a su Dios y Señor; y el que ama a su prójimo como a sí mismo, no le hace mal de obras ni de palabra en su persona, ni en su mujer, ni en sus bienes, ni en su honra.

            ¿Queréis entender qué es amar al prójimo como a sí mismo? Mirad vos lo que queréis que hagan con vos, y esto haced con vuestro prójimo, y entonces entended que le amáis como a vos mismo.

Decidme: si os dijese otro que os quiere mucho, y con esto no dejare de daros bofetadas y de maltrataros de palabra, y os 760 robase vuestra pobre hacienda, y viéndoos en necesidad os enviase a pescar sin daros nada, ¿qué diríais de éste, que dice que os ama haciendo tales obras? ¿No diríais que hacía burla de vos? ¿Y que era enemigo vuestro y os quería mal? ¿Quién duda?

Pues, hermanos, eso es lo que dice Dios por boca de San Juan, su apóstol: que no amemos de palabra, sito con obras y verdad; y en otra parte dice que el perfecto amor de Dios es cumplir sus manda­mientos (1 Jn. 3, 18 y 24).

Los que dicen que guardan la ley de Dios y se alaban de cristianos, y, por otra parte, maltratan a sus hermanos, o los roban, o los acocean, o les toman su hacienda, [fol. 169r] o les hacen trabajar y no les pagan, o les toman su mujer o su hija, o les echan maldiciones, éstos mienten y son enemigos de Jesucristo, porque infaman su ley.

Cuando viereis algunos viracochas[80] que dan de coces a los indios, o les tiran de los cabellos, o los maldicen y dan al diablo, y les toman sus comidas, y les hacen trabajar y no les pagan, y los llaman perros, y están enojados y soberbios, estos tales viracochas son enemigos de Jesucristo, son malos; y aunque dicen que son cristianos, no hacen obras de cristianos, sino de demonios.

A éstos aborrece Jesucristo, porque son como los malos hijos que se vuelven contra su padre. Así hacen éstos, que son cristianos bautizados y saben las cosas de Dios, pero no sirven a Dios, antes le ofenden quebrantando su ley. Porque Dios manda que os amen a vosotros como a sí mismos, y que no os hagan mal, sino mucho bien.

               Cuando viereis otros viracochas que no os Hacen mal tratamien­to, antes os tratan como a hijos, y os defienden de los malos, y os socorren en vuestras necesidades, entended que éstos son buenos cristianos, y guardan la ley de Jesucristo, y son hijos suyos, y han aprendido de él, porque él manda que nos amemos unos a otros, y nadie haga mal a otro, mas a todos hagamos bien. Esto es toda la ley de Jesucristo.

Y en esto se ve quién ha aprendido de Jesucristo lo que él enseñó por obra y palabra, amándonos a nosotros, miserables, has­ta dar su vida y sangre en la cruz por nosotros. Y el que así ama a su prójimo, ése es discípulo de Cristo; y el que no, no es. Y si dice que sí, miente como malo. Así lo dijo el mismo Jesucristo: En esto cono­cerán las gentes que sois mis discípulos, si os amareis unos a otros (Jn. 13, 35). Veis ahí la señal cierta del buen cristiano.

No penséis que por traer hábitos largos, ni corona en la cabeza, entrará en el cielo. Obra bien y cumple lo que Dios manda, que aunque sea Padre de misa, y aunque sea Obispo, si no hace bien a su prójimo, sino antes mal, hiriéndole y robándole, no es buen cristiano ni discípulo ni amigo de Jesucristo, sino enemigo suyo. Por­que Jesucristo, que es vuestro Dios y vuestro hacedor, os quiere mucho como a hijos suyos, aunque sois pobrecitos y desechados; y manda a todos que os traten bien y hagan bien.

Y el que os hace mal, tanto enoja a Jesucristo vuestro Dios, que él dice que quien os toca a vosotros haciéndoos mal, le toca a él en las lumbres de sus ojos (Za. 2, 12). ¡Mirad cuán buen Dios tenéis, y cómo os ama! Y si os veis perseguidos y acosados de muchos malos hombres, alzad vuestros ojos al cielo, que allí está Quien os vengará y volverá por vosotros; y aunque ahora disimula a veces, a su tiempo él hará un castigo que tiemble el inundo, porque no quiere ni sufre que traten mal a aquellos por quien él dio su preciosa sangre.

Los verdaderos discípulos de Jesucristo, imitándole a él, no sólo su hacienda, mas su vida ponen por sus prójimos. Así lo hizo San Pedro y San Pablo y San Esteban, y los otros Santos. Así lo habéis de hacer también vosotros, pues sois cristianos bautizados, que unos a otros os habéis de querer bien y hacer bien cuanto pudiereis cada uno. No como en tiempos pasados, ni como muchos de vo­sotros, y casi los más lo hacéis ahora, que no os curáis del enfermo, ni del viejo, ni del pobre, antes los desecháis y tenéis en poco; y sólo preciáis y servís a los ricos, y a los que os mandan y os sustentan. Esto usaban vuestros pasados. No es ésta la ley de Jesucristo, ni son buenos cristianos los que así lo hacen.

¿Por ventura los hombres han de ser como perros, que o los flacos y trabajados los muerden los otros? No, hermanos; no así. Mas si sois cristianos bautizados, véase en vuestras buenas obras. Mirad que dice Jesucristo que en esto se ve quién es su discípulo. El (p. 720) indio que a los pobres y enfermos y a los viejos les hace bien y reparte de lo que tiene, ése es discípulo de Jesucristo y buen cristiano. El ser buenos cristianos está en quereros bien unos a otros, y en haceros bien, como asimismo dice Dios.

Cuando tú estás enfermo, ¿cómo querrías que te curasen? Cuan­do estás desnudo, ¿cómo querrías que te abrigasen? Cuando tienes hambre, ¿cómo querrías que te diesen de comer? Cuando tú vienes camino, y no tienes casa ni posada, ¿cómo querrías que te acogiesen? Pues, eso mismo haz con tu prójimo, y serás bienaventu­rado. ¡Oh bienaventurados los que hacen bien, porque ése es oficio de Dios y eso es ser hijos de Dios!

Y no penséis, hermanos, que el hacer bien ha de ser sólo a los de vuestro ayllo[81]. También a los del otro ayllo, y también a los foras­teros de otro pueblo, y a todos los hombres que viereis con necesidad, a todos has de hacer bien, porque todos son prójimos tuyos, y todos tienen un mismo Dios y Señor y Padre en el cielo. Si no haces bien más de a tu pariente o allegado, no te darán el cielo, porque eso no lo haces por Jesucristo, sino por su amistad o parentesco. Mas la caridad a todos abraza.

Así que, hermanos míos, de hoy más no haya en vosotros tanta dureza con otros, mas todo amor y caridad; y procurad cada uno vencer al otro en hacerle más bien. Y esto es gran gloria, esto es ser cristianos e hijos de Dios. Y sabed, mis hermanos, que lo que dais a vuestro prójimo por amor de Jesucristo, que el mismo Dios lo escribe en su libro y lo paga dos veces: una acá en la tierra, haciéndoos bien en vuestra hacienda y en vuestros hijos y en vues­tras casas, y otra vez allá en el cielo, dándoos descanso para siempre. Ganancia vuestra es dar por amor de Dios, y mejor paga Dios que no los hombres. Si tú das tu plata o tus carneros para ganar con ellos con otros hombres, ¿no será mejor ganar can Dios? El mismo Señor nos lo dice: Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt. 5, 7).

Y si queréis saber de qué manera y en qué cosas habéis de hacer el bien, eso os enseñan las obras de misericordia que dice la doctrina cristiana, que son dar de comer al hambriento; dar de beber al se­diento (que convidéis al pobre que no tiene a vuestra comida y a vuestra bebida, que le deis de vuestro chuño[82] o maíz); vestir al desnudo (algunos tenéis dos o tres camisetas y mantas, y vuestro prójimo no tiene una, sino que anda hechas pedazos las carnes de fuera: ¡ya!, dadle un vestido, y seréis hijos de Dios); visitar al enfermo y encarcelado (muchas veces dejáis por ahí en estos cami­nos a vuestros compañeros, por no curarlos y ayudarlos: catad que es tanto como matarlos, que os lo demandará Dios; el que sabe curar sin superstición, cure a los enfermos pobres por amor de Dios, y tendrá buena paga en el cielo); acoger al peregrino (no desechéis a los forasteros ni seáis crueles, mas ayudadlos y dad vuestra casa al que no tiene dónde meterse; Sed hombres piadosos, compadeceos del mal ajeno); consolad a los tristes; aconsejad y enseñad a los que no saben. Sed mansos y amorosos, como hijos de Dios, y no duros y crueles, como hijos del diablo.

Tórnoos a decir que toda la ley de Jesucristo está en amar a vuestro prójimo. Amadle de corazón y de obra, y seréis ama­dos de Dios y tendréis el premio de la gloria. En el Santo Evangelio dice Jesucristo que el día del Juicio vendrá el Rey de Gloria con todos sus ángeles con gran majestad, y juntarse han delante de él todas las gentes. Y estando sentado en su trono mandará apartar a los buenos de los malos, como el pastor aparta los corderos de los cabritos. Y a los buenos pondrá a su mano derecha, y a los malos, a su mano izquierda.

Entonces dirá el Rey a los que están a su mano de­recha: Venid, benditos de mi Padre, poseed el Reino que os está apa­rejada desde el principio del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer. Tuve sed, y me disteis de beber. Era huésped, y acogísteisme. Estaba desnudo, y vestísteisme. Estuve enfermo, y visitásteisme. Estuve en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces responderán los justos, diciendo: ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer? ¿Cuán­do sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te dimos posada? ¿Cuándo desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo y en cárcel, y vinimos a verle? Responderles ha el Rey del Ciclo: En verdad os digo que el bien que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí mismo me lo hicisteis.

De la misma manera dirá entonces el Rey a los malos que están a su siniestra: Apartaos de mt, malditos, al fuego eterno que está aparejado al diablo y a sus malos ángeles. Porque tuve ham­bre, y izo me disteis de comer. Tuve sed, y no me disteis de beber. Era huésped, y no me acogisteis. Desnudo, y no me cubristeis. Estuve enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. Dirán entonces también los malos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o desnudo, o enfermo, o encarcelado, y no le servimos ni dimos lo que era menester? Entonces responderá el Rey: En verdad os digo que el bien que dejaste de hacer a uno de estos pequeños, a mí me lo dejaste de hacer, Y así irán estos malos al tormento eterno, mas los justos, a la vida eterna (Mt. 25, 31-46).

Todas estas palabras son de Jesucristo Nuestro Señor en su sa­grado Evangelio. Por eso, hermanos míos, el que quisiere ser salvo el día del Juicio, ahora en esta vida haga el bien que pudiere a sus (p. 722) prójimos, cumpliendo las obras de misericordia corporales y también espirituales cuando pudiere. Y mire que el pobre representa a Jesu­cristo, y que Jesucristo recibe el bien y limosna que hacéis al pobre. ¡Cuán dichosa cosa es hacer bien a Jesucristo, que tanto bien nos hizo y nos hace! Esto basta mil veces para dar el hambre cuanto tiene por amor de Dios, mayormente que no te pide Dios sino lo que buenamente puedes dar, sin que te falte a ti lo que te es necesario; y eso paga él con tal premia, que da el Reino de los Cielos por ello para siempre jamás. Amén.

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SERMON XXVIII. De la oración. En que se declara cuán necesaria es la oración al cristiano, y cuán eficaz es; y qué cosa es oración; y cómo se ha de hacer con confianza y con reverencia exterior e interior; y cómo en todo lugar se puede hacer; pero especialmente ha de hacerse en la iglesia y a casas sagradas, y era todas necesidades.

Ya habéis oído en muchos sermones, hermanos míos muy amados, los mandamientos que Dios Nuestro Señor nos ha dado para que los guardemos; y bien veis que el que no los guarda, será condenado; y también conocéis que todos ellos son justos y santos. Pero como la fragilidad nuestra de los hombres es tanta, y las oca­siones de esta vida para pecar son tan cotidianas, y muchas de ellas muy fuertes, y sobre todo esto el demonio nuestro enemigo no cesa de procurarnos el mal e incitarnos a él, es cosa muy difícil y sobre todas nuestras fuerzas cumplir toda la ley de Dios como él quiere, y así vemos cuán poquitos son los que viven sin caer muchas veces en pecados mortales contra los mandamientos de Dios. Pues ¿qué reme­dio? Guardar la ley de Dios nos es necesario para ser salvos. Ella es muy alta y muy perfecta; nuestras fuerzas son muy {lacas, y nuestros corazones muy bajos. ¿Cómo podremos cumplir cosas tan grandes y que tanto nos importan?

Yo os lo diré, hermanos míos, estadme muy atentos. Sin la ayuda y favor y gracia de nuestro Dios, nadie puede cumplir su ley como Dios lo manda, nadie puede apartarse del pecado, nadie puede salvarse; porque, como está dicho, las fuerzas humanas son muy pequeñas, y los enemigos de nuestra alma (que son el demonio y el apetito de nuestra carne y la vanidad de este mundo) siempre nos combaten, y las cosas que Dios manda son soberanas y celestia­les. Mas con la ayuda y gracia que Dios da, muy bien se puede guardar su ley, y muy bien puede el hombre salvar su alma.

Esta ayuda y gracia de nuestro Dios, todos aquellas que la piden a Dios como la han de pedir, la alcanzan y la tienen.  para esto es necesario hacer oración, porque con la oración se alcanza la misericordia del Señor. Así como el niño de teta no se puede sus­tentar sin la leche que le da su ama o su madre, así nuestras almas no se pueden sustentar sin esta gracia de Dios. Y así como el niño cuando quiere mamar pone la boca en el pecho de su ama, y le anda buscando y chupa, y con esto saca la leche, la cual le da de muy buena gana su ama; así nosotros, que somos niños chiquitos delante de Dios, abriendo la boca del corazón y ésta del cuerpo para orar y 801 pedir, alcanzarnos de nuestro Dios todo cuanto liemos menester para sustentarnos en esta vida espiritual, que de él mismo como de padre y madre nuestro recibimos por el bautismo.

Por eso dijo Jesucristo: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y abriros han (Mt. 7, 7; Lc. 11, 9). Con la oración pedimos y buscamos y llamamos, y Dios nos da y se nos muestra y nos abre las puertas del cielo. En otra parte dice que todo lo que pidiéremos al Padre eterno en su nombre lo alcanzaremos. En otra parte dice que nos conviene siempre orar y nunca desfallecer, para no ser vencidos de nuestros enemigos (Sí. 1, 5; Jn. 14, 13; Lc. 18, 7).

               Pues, hermanos muy amados, ved cuán necesario le es al cristia­no hablar con Dios a menudo y hacer oración. [Fol. 179r] Ved cuán grande cosa es la oración, pues por ella alcanzan los cristianos todos los bienes del alma, y aun los del cuerpo que han menester; y por ella resisten y vencen a sus enemigos, y se libran de caer en los lazos del pecado. El cristiano que nunca hace oración, no está en gracia de Dios, ni permanece en el bien, ni cumple la ley de Dios.

Preguntarme eis: "Padre, ¿qué es hacer oración?" Plá­ceme decirlo de suerte que lo entendáis muy bien. Hacer oración, hermanos, es hablar con Dios pidiéndole lo que habéis menester. Decidme, ¿vuestro hijo chiquito no os pide pan y agua, porque sois su padre? Pues, así pedid vos a Dios lo que habéis menester, que él es vuestro Padre; y eso es hacer oración. Mirad, hijos; Dios es grande, y está en todas partes, y oye lo muy secreto de vuestro corazón, .y así, aunque habléis muy quedito en vuestro pensamiento con Dios, muy 806 bien os oye. Para hablar a los hombres, y que os entiendan, habláis alto y en lengua que sepa el otro a quién habláis. Dios todas las lenguas entiende, y entiende los pensamientos; y mejor oye lo que le decís con el corazón que lo que decís con la boca, si el corazón piensa en otra cosa.

               Y pues Dios está en todo lugar, y siempre está atento a todo lo que le decís, y es vuestro Padre y os quiere mucho, debéis siempre en todo cuanto se os ofrece ocurrir a él, y hablar con él de todo cuanto tenéis y deseáis, y os da pena o contento. No es Dios como los reyes y señores de la tierra, que se cansan de oír a muchos, y se enfadan 808 que les pidan muchas cosas. Antes huelga mucho Dios de que le habléis cada uno de vosotros, aunque seáis muy pobres, muy rudos y muy viles. Porque todos sois hijos de Dios, y como Padre (p. 721) vuestro se huelga de que le llaméis y habléis, como vos os holgáis cuando vuestro niño chiquito os llama tayta[83]. Así que, hijos míos, daos mucho a hablar con Dios de todo lo que vuestro corazón tiene, que de eso gusta Dios.

Decirme eis: "Padre, ¿cómo hemos de hablar con Dios, que somos unos pobres indios y no sabemos hablar ni aun con los viracochas?" Yo os lo diré cómo hablaréis muy bien. Hablad con el 810 corazón y hablad con la boca. Con el corazón, pensando en Dios, y como es vuestro Padre y como de él habéis de tener todo bien. Con la boca, diciendo las oraciones que os enseñó la Santa Iglesia: el Padrenuestro, el Avemaría y las demás que sabéis. Y sed muy devo­tos de rezar el Rosario; ninguno haya que no tenga rosario de cuentas o de nudos.

Fuera de las oraciones de la Iglesia, también podéis hablar con Dios otras cosas buenas que vos queréis, pidiéndole lo que habéis menester para vuestra alma, y para vuestro cuerpo, y para vuestra mujer y para vuestros hijos, y para vuestra sementera, y para vuestro ganado, y para vuestro camino, y para todos vuestros negocios. De todo huelga Dios que tratéis con él y le pidáis lo que vos queréis, que si ello es bueno y os conviene, él os lo dará sin duda ninguna, como lo ha prometido. Y si no os lo diere, entended que es una de dos: o es cosa que no os conviene para vuestra salvación, o vos no la pedisteis como conviene.

¿Qué es pedir como conviene? Tener gran reverencia y gran confianza en Dios. Cuando hacéis oración, habéis de pensar en el gran poder y majestad de Dios, y juntamente en vuestra miseria y poquedad; y así tendréis gran reverencia a aquel altísimo Señor con quien habláis, y estaréis muy atentos. También habéis de pensar como es vuestro Padre, y tan piadoso y tan bueno, que os dio su sangre en la cruz, y con esto tendréis gran fe y confianza que os dará cuanto le pedís.

Veis ahí cómo habéis de hacer oración: que es can el corazón y con la boca, teniendo gran reverencia y confianza. Y por eso los bue­nos cristianos cuando hacen oración hincan ambas rodillas, y se des­cubren la cabeza; y ponen las manos, y tienen los ojos muy sosegadas y humildes. Así lo haced siempre vosotros, coma buenos hijas.

               Y sabed que en todo lugar podéis hablar con Dios, y hacer ora­ción en vuestra casa, y en el campo y en el camino, porque Dios está presente en todo lugar. Pero especialmente habéis de hacer oración

en la iglesia, que es casa de Dios y casa de oración. Id a las Iglesias por las mañanas y allí haced oración cada día, sin faltar ninguno, y 817 también a la tarde, tomando agua bendita y besando la cruz y mirando (p. 726) las imágenes y rezando las oraciones que sabéis, y todo lo demás que vuestro corazón con buen deseo os dijere.

También habéis de hacer oración cuando pasáis de­lante de la cruz o de alguna imagen, bajando la cabeza como buenos cristianos. También cuando os levantáis de dormir y cuando os echáis. Y principalmente todas las veces que os veis en algún gran trabajo, como al pasar algún río, o estáis cansado del camino, o sentís enfer­medad, o vuestro ganado o vuestra sementera no van bien, o vuestro hijo está malo. Hablad con Dios y pedidle lo que habéis menester; y 819 tened fe, que sin duda ninguna os oirá y socorrerá, como buen Dios que es.

"¡Oh Señor, Hacedor de los cielos y de la tierra! Tú eres nuestro refugio y consuelo. Tú eres adorado de los ángeles y estás en lo alto; y no desprecias los ruegos de los hombres que están acá en la tierra. Enséñanos Tú, Señor, con tu Espíritu, a tratar contigo; y limpia nuestros corazones de todo pecado; y dános fe firme y gran confianza en Ti. Tú nos haces bien, porque eres bueno, y sufres tan­tos males como hacemos. Ya, Señor, queremos ser buenos hijos y servirte. Tú denos gracia para ello, y alumbra nuestros corazones, para que no queramos otra cosa, sino lo que Tú nos mandas, para que así alcancemos la vida eterna. Amén."

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SERMON XXIX. En que se declara el Padrenuestro, y el Avemaría, y el persignar y santiguar, y otras cosas que usan los fieles.

               Gran cosa es, hermanos muy amados, hablar con Dios. Cuando habláis con algún gran señor, como virrey o gobernador u obispo, primero os informáis de algún viracocha qué. habéis de hacer, porque sois indio hatun luna y no sabéis. Pues para hablar con Dios, ¿qué será menester? Por eso los Apóstoles pidieron a Jesucristo que les enseñase a orar. Entonces Jesucristo les enseñó la oración del Padre­nuestro por su boca, y por los Apóstoles nos enserió a todos a hacer oración (Lc. 11, 2; Mt. 6, 9).

De manera, hermanos míos, que para que sepáis todo lo que habéis de pedir, por eso el Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor, enseñó la oración del Padrenuestro a sus sagrarios Apóstoles, él mismo por su boca. Y así, no hay oración más alta ni mejor. En ella se encierra todo cuanto el cristiano puede desear y pedir a Dios. Ya la sabéis de coro[84], y si no, aprendedla, porque no es buen cristiano el que no sabe la oración del Padrenuestro. Pero quiéroos la declarar brevemente.

Decirnos primero Padre nuestro, para que pensando cómo Dios es nuestro Padre, le tengamos amor, y con mucha confianza le pidamos, como un niño chiquito pide a su padre el pan, el agua y todo lo demás. Así nosotros vamos a pedir a Dios lo que hemos me­nester, y por eso le llamamos Padre nuestro. Decimos que estás en los cielos, para que pensando su gran majestad, que está sobre los altos cielos, tengamos gran reverencia y acatamiento ante él.

Decimos luego la primera petición: santificado sea el tu nombre, porque lo primero que hemos de desear es la honra de nuestro Dios y Padre y Señor, que todos conozcan y alaben su santo nombre y le adoren dejando las guacas y otras vanidades y pecados.

Decimos en la segunda petición: venga a nos el tu Reino, porque el Reino de la gloria es lo que sobre todas nuestras cosas hemos de desear, que allí está toda nuestra bienaventuranza y gloria, y no en esta miserable vida.

Decimos en la tercera petición: hágase tu voluntad, así en la tie­rra como en el cielo, porque en obedecer a la voluntad de Dios está todo nuestro bien. Y el mayor que podemos tener en esta vida, que es la gracia de Dios, está en cumplir su voluntad; y de esta vida se va a la de la gloria, y así pedimos que se cumpla la voluntad de Dios por su gracia acá, como allá se cumple en su gloria.

En la cuarta: el pan nuestro de cada día dánoslo hoy, pedimos todos los bienes que hemos menester en esta vida para nues­tro sustento, no sólo el espiritual, sino también corporal, porque todo nos viene de la mano de Dios; y él nos da comida y vestido, y salud y contento; y todo eso entendemos cuando pedimos el pan nuestro de cada día dánoslo hoy.

En la quinta: perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, las deudas que pedimos nos las perdone Dios son nuestros pecados, con los cuales le ofendemos y merecemos ser castigados, y éstas son nuestras deudas.

Dos maneras hay de estas deudas: unas de las grandes, que son pecarlos que llamamos mortales, y por éstas debemos pagar penas de infierno para siempre jamás; [fol. 186v] y éstas nos perdona Dios cuando nos recibe en su gracia y amistad, teniendo nosotros verda­dero arrepentimiento de haberlas cometido. Otras son deudas más pequeñas, que son pecados que llamamos veniales, en los cuales cae­mos cada día muchas veces; y por éstas debemos pasar penas en esta vida o en el purgatorio; y éstas nos perdona Dios cuando decimos esta oración riel Padrenuestro devotamente; y por eso la debemos decir (p. 728) muchas veces; y los santos varones también la dicen, porque todos caen en estas culpas pequeñas que llamamos veniales.

Pero mirad que decimos: como nosotros las perdonamos a nuestros deudores, lo cual declaró Jesucristo diciendo: En verdad os digo que si no perdonáis de corazón a los otros, que tampoco os perdonará Dios a vosotros (Mt. 18, 35). Así que, hermanos muy amados, el que tiene odio y enemistad con su prójimo, no es perdonado de Dios. Todos somos hermanos, y Dios es buen Padre, y no quiere que sus hijos unos a otros se quieran mal. Si alguno ha recibido agravio, perdone al que lo injurió por amor de Dios, y así le perdonará Dios a él. Dios es gran Señor, y con todo eso perdona al hombre cuando le pide perdón; pues ¿por qué no perdonas tú, que eres gusano, a otro hombre como tú?

Jesucristo en la cruz rogó por los que le crucificaban, dándonos ejemplo que hagamos bien a los que nos hacen mal, que eso es de hijos de Dios. Así que perdonemos, hermanos, a los que nos han enojado, para que Dios nos perdone los enojos que le hemos dado.

En la sexta petición decimos: y no nos dejes caer en tentación. No basta perdonarnos Dios los pecados que hemos hecho, sino que tam­bién es menester nos guarde de que no tornemos a pecar; y eso le pedimos en esta palabra, porque somos flacos, y el demonio anda diligente por hacernos pecar, para que nos condenemos. Y en esta vida a cada paso se ofrecen ocasiones de pecar. Si Dios no nos tiene de su mano, y si no nos libra de tantos lazos, sin duda caeremos y nos perderemos, como otros se han perdido y condenado. Por eso decimos: no nos dejes caer en la tentación.

En la séptima y última palabra decimos: mas líbranos del mal. Por el pecado de los primeros hombres y por nuestros pecados hay en esta vida muchos trabajos y miserias, y enfermedades y desastres, y en la otra vida hay terribles penas por los pecados que acá han hecho. De todos estos males pedimos ser librados. Y así, hermanos, acabamos diciendo Amén, que quiere decir que todo lo dicho y pedido se cumpla así.

Veis, pues, ahí como en la oración del Padrenuestro se encierra todo cuanto podemos pedir y desear para nuestras almas y para nuestros cuerpos en servicio de Dios. Por eso hemos de rezar el Pa­drenuestro muchas veces al día con gran fe, pues Nuestro Señor Jesucristo tiene prometido en su Evangelio que todo cuanto pidiére­mos en su nombre, nos lo otorgará Dios.

               También rezamos el Avemaría como la Santa Iglesia lo enseña, y después del Padrenuestro es la oración más acepta a Nuestro Señor. [En el Avemaría hablamos con Nuestra Señora la Virgen María, Madre de Dios, que es Reina del Cielo y es abogada nuestra; y es una Señora que nos quiere mucho, y siempre ruega por nosotros; y por ella nos hace el Señor tantos bienes y nos libra ele todos los males.

Esta Señora es sobre todos los apóstoles y sobre todos los santos y sobre todos los úngeles. Y después de Jesucristo, su Hijo y nuestro Señor, no hay otro como esta Señora, que tan alto sea ni que tanto nos quiera. Por eso la hemos de llamar siempre ^n nuestros trabajos y necesidades, y tenerla por Madre y quererla mucho, porque ella nos tiene por sus hijos y nos quiere mucho.

Cada uno procure tener la imagen de Nuestra Señora para rezar con devoción y llamarla, que aunque están en el cielo, nos oye muy bien. Con esta Señora hablamos en el Avemaría, saludándola con mucho amor y reverencia, diciendo: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita eres tú entre todas las mujeres. Estas palabras le dijo el ángel San Gabriel cuando le trajo la embajada del muy Alto para que fuese Madre de Dios. Y así ella 845 goza mucho de que le digamos nosotros la misma salutación.

Decimos también: Bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Esta palabra le dijo Santa Isabel, su parienta, cuando la Virgen María la fue a visitar, porque Jesús nuestro Dios la tomó por Ma­dre; y así por ella alcanzamos el fruto bendito y la vida del cielo que por Eva nuestra primera madre perdimos.

Decimos luego: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros miserables pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, cuando es mayor nuestro peligro y tenemos más necesidad de su ayuda. Y así os acordad todos cuando os viereis en aquel postrer trance de la muerte de llamar a esta Señora, porque de ella huye el dragón infer­nal que nos quiere tragar entonces.

Otras oraciones tiene también la Iglesia, hablando con Dios y hablando con Nuestra Señora y hablando con los santos. Las cuales oraciones dicen y saben los Padres de misa, y de todas os 848 viene a vosotros provecho. Por eso estad muy devotos en la iglesia; y especialmente sed devotos de la santa cruz, ele adorarla y besarla, y dondequiera que la viereis, inclinad la cabeza.

Y también os señalad muchas veces con la señal de la cruz, especialmente cuando os levantáis, cuando salís de casa, cuando el demonio os trae malas tentaciones, cuando os veis en algún peligro o trabajo, porque por la señal de cruz es vencido el enemigo y huye de los cristianos. Esta señal hacemos cuando nos persignamos en la frente y en la boca y en el pecho, para que Dios nuestro Señor libre nuestro entendimiento de malos pensamientos, nuestra boca de ma­850 las palabras, nuestro corazón de malos deseos y de malas obras.

Cuando nos santiguamos, hacemos la señal de la san­ta cruz en todo el cuerpo, desde la frente hasta la cinta y desde el un (p. 730) hombro al otro, invocando y llamando y confesando el nombre de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que es un solo Dios, para que*nos dé su bendición y gracia y nos libre de todo mal.

El agua bendita tomamos para que huyan de nosotros los demo­nios y para que se limpie nuestra alma, porque aquella agua está santificada con la Palabra de Dios.

Cuando alzan la hostia y el cáliz, estamos de rodillas y nos he­rimos en los pechos adorando a Nuestro Señor Jesucristo, cuyo Cuerpo y Sangre preciosa está verdaderamente en aquella hos­tia y en aquel cáliz después de consagrado, y confesando que somos pecadores; y por aquella hostia se nos perdonan nuestros pecados.

La confesión general decimos al principio de la misa, y cuando comulgamos y otras veces, para humillarnos delante de Dios y de los santos, para ser perdonados de nuestros pecados.

Otras muchas cosas muy lindas y maravillosas tiene la Santa Iglesia enseñada por el Espíritu Santo de cantares y salmos, y oficios y oraciones y bendiciones, y tiene vestiduras sagradas y ceremonias con gran concierto y orden, y todas con cosas llenas de misterios, para que con el alma y con el cuerpo honremos y sirvamos a Nuestro Dios.

Mas a vosotros, hijos míos, bastaos por ahora saber bien esto que os he dicho, y obradlo muy bien. Alegraos muy mucho porque Nuestro Señor os ha hecho cristianos e hijos suyos, y os quiere llevar al cielo; y acá en la tierra os da parte de todos estos mis­terios, y en todos los bienes que tiene vuestra madre la Santa Iglesia.

Decidle vosotros: "¡Oh gran Dios, Padre nuestro! Pues tanto nos amaste y tantos bienes nos haces, danos gracia que te sirvamos como buenos hijos, y seamos muy buenos cristianos, y alcancemos el Reino de tu gloria donde siempre te alabemos. Amén".

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SERMÓN XXX. De los novísimos. En que se trata de la muerte; cómo de esta vida nada se lleva a la otra, sino buenas y malas obras; y cómo allá no hay tiempo de merecer o desmerecer; y que luego el alma salida del cuerpo va a juicio y recibe peniten­cia; y cómo hay purgatorio para las almas que llevan qué pagar           de esta vida; y de los sufragios que por ellas hace la Iglesia; del infierno que hay para los malos, de sus terribles tormentos y eternidad. Exhórtase a hacer penitencia en el ejemplo de Lázaro y el rico avariento.

Hasta aquí os he dicho, hermanos míos muy amados, lo que ha de hacer tollo hombre para ser salvo. ¿Qué es lo primero? Creer los misterios de la fe de Jesucristo. Lo segundo: arrepentirse y hacer penitencia de sus pecados. Lo tercero: recibir los sacramentas de la Santa Madre Iglesia. Lo cuarto: guardar la Ley de Dios. Para todo lo cual le ayuda la gracia del Señor, la cual se pide y alcanza por la oración.

No resta ya para acabar los sermones de la doctrina cristiana más de que os diga el fin y paradero que tendrán los que hicieren que os he enseñado; y el que tendrán los que no lo hicieren así.

Porque mirando los grandes bienes que esperan a los que lo guardan, y los grandes males que están aparejados para los que no lo cumplen, procuréis con todas vuestras fuerzas cumplir la ley de Dios y guardar todo lo que en nombre de Jesucristo (cuyo ministro e intérprete soy) os he enseñado.

Todos los hombres buenos y malos hemos de morir. Ya lo veis que en esto no hay diferencia de ricos y pobres, de sabios y de ignorantes, de buenos y malos. La muerte nos vino por el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, como os dije en otro ser­món. Pero Jesucristo nuestro Señor, haciéndose hombre por nosotros, quiso morir por destruir el pecado, y con su preciosa muerte librarnos de él. La muerte no hace mal a los buenos cristianos que esperan en Jesucristo y le aman. Antes es paso para ir a la bienaventuranza del cielo; y por eso hemos de vivir muy aparejados, porque cuando venga aquella postrera hora, nos halle en amistad de Dios.

Porque sabed, hermanos míos, que de esta vida mise­rable ninguna cosa llevan los hombres a la otra vida, sino las obras buenas y las malas que hicieron. Los hijos y la hacienda y los criados, y las casas y todo lo demás, todo se queda acá. Tan pobre y desnudo de todo esto va el Inca como el indio hatun luna.'

No penséis que los que tienen en sus entierros mucha ropa o comida, y oro o plata, que gozan en la otra vida de cosas de éstas, ni aun lo saben,` Eso es desatino de vuestros viejos, que como unos muchachos no saben cosa de la otra vida. ¿El cuerpo no veis cómo se queda eh la sepultura frío y helado, y sin comer ni beber, antes deshecho y hediondo? Pues, el alma es espíritu sin carne, ni hueso, no come de esos manjares, ni tiene boca ni vientre, mas su mantenimiento es Dios en la otra vida.

Así que, hermanos míos, no hemos de llevar de esta vida cosa alguna de éstas de acá. Desnudos nacimos, y desnudos y sin nada hemos de morir e ir a la otra vida (Job y San Pablo). Y así veréis cuánto engaño es confiar en la mucha hacienda, o chacra, o plata: todo es vanidad, y nada aprovecha a la otra vida. Solamente llevamos lo bueno y lo malo que hemos hecho. Porque nuestra alma va a dar (p. 732) cuenta de cómo ha vivido; y nuestras obras y palabras y pensamien­tos los tiene Dios escritos en su libro para pedirnos cuenta por allí.

               Y sabed más: que en la otra vida ya no queda tiempo para en­mendar lo que acá hubiéremos hecho mal. Ni hay lugar de hacer más bien ni más mal, sino sólo aquello que de acá llevamos nos ha de salvar o condenar. Y por esto nos amonesta el Apóstol, que ahora que tenemos tiempo no nos cansemos de obrar bien (Gá. 6, 9). Y en otra parte dice el Señor que no dilatemos el hacer penitencia de nuestros pecados, porque en viniendo la muerte se acaba todo y se cierra la puerta, así como el que trabaja en acabando el día no puede más trabajar, sino sólo llevar el jornal de lo trabajado (Ec. 5, 7). Y por eso nos dice Jesucristo que estemos siempre apercibidos, porque no sabemos a qué tiempo vendrá la muerte (Jn. 8, 24; Mt. 24, 42). No quiso Dios que lo supiésemos, porque siempre vivamos bien.

¡Ay de aquel que le tomare la muerte en mal estado y en pecado, que para siempre no le queda remedio! ¡Y dichoso y bienaventurado e] hombre que le halla la muerte en servicio de Dios, 870 confesado de todos sus pecados, y con gran voluntad de servir a Dios, y con buenas obras de caridad! Porque este tal para siempre será salvo y gozará de los bienes del cielo.

Porque habéis de saber que en arrancándose vuestra alma y sa­liendo de ese cuerpo, luego es llevada por los ángeles ante el Juicio de Jesucristo. Y allí le relatan todo cuanto ha hecho bueno y malo; y oye sentencia de aquel alto Juez, de vida o muerte, de gloria o de infierno, como lo merece sin que haya más mudanza para siempre jamás. Y por eso habéis visto pintado a San Miguel glo­rioso arcángel con un peso que está pesando las almas, que significa y quiere decir que en la otra vida se mira el bien y el mal que han hecho las almas, y conforme a eso reciben sentencia.

¡Oh, hermanos, qué será parecer allí ante Jesucristo! ¡Oh qué riguroso examen aquél! ¡Oh qué cosa tan temerosa esperar sentencia del Eterno Juez! Por eso, vivamos bien desde luego; y si alguno ha vivido mal, no cese en sintiéndose enfermo en llamar al Padre y confesarse bien, y volverse a Dios y recibir los sacramentos: no sea que le tome en pecado la muerte, y sea condenado para siempre jamás.

Después de aquella sentencia de Jesucristo, habéis de saber que si el alma del cristiano fue tan pura y tan limpia en esta vida, que ningún pecado, ni aun chiquito, ni mancha ninguna no llevó, luego es llevada con gran gozo por los ángeles al lugar de la gloria con Dios y con los santos. Así fueron los mártires, que murieron padeciendo por Cristo, y los apóstoles y muchos santos que celebra la Iglesia.

Mas si tiene algunos pecados chiquitas, que llamamos veniales, o si no ha hecho entera penitencia por todos sus pecados de que se confesó y arrepintió, esta tal alma no va luego a la gloria, porque en lo gloria no entra ni una mancha tan, pequeña. Mas es llevada al lugar que se llama purgatorio, y allí está penando el tiempo que Dios le determinó hasta salir purgada de todas sus culpas. Y entended que los buenos cristianos la mayor parte va primero a este purgatorio que al cielo, porque Dios es muy limpio y muy justo, y los hombres estamos llenos de mil inmundicias, y harto bien es que no vamos condenados al infierno.

Este lugar de purgatorio tiene terribles tormentos y fuego que reciamente abrasa y consume la malicia del pecado, así como el mi­nero el mal metal, y que es tierra o plomo lo echa mal; mas el bueno de plata lo mete en la guayra[85] y en la hornaza, para que con el fuego se limpie de la escoria que tiene. Así hace Dios a los buenos, que son como oro y plata. Para que estén del todo limpios y resplandecientes, mételos en el horno del purgatorio, y allí tienen mucha paciencia y dan gracias a Dios conociendo que aquello justa­mente lo pasan por sus pecados, que de allí irán a gozar de Dios.

            Y porque nuestro Dios con ser justo es también muy piadoso, y desea que aquellas almas de sus escogidos que están en purgatorio salgan de pena y vayan a gozar el bien del cielo, por eso ordenó, con su gran clemencia, que los cristianos que vivimos acá en esta vida socorramos a aquellas almas con nuestras oraciones y limosnas y buenas obras; y sobre todo con las misas que se dicen por ellas. Y todo esto recibe Dios cuando lo hacemos y ofrecemos por nuestros difuntos, como si ellos mismos lo hicieran, porque la caridad y amor de Dios hace que los cristianos sean una cosa, y unos a otros se puedan así ayudar.

De aquí es lo que veis que usa la Santa Iglesia de decir oraciones y salmos cuando entierran un difunto, y decirle misas y responsos, y también de ofrecer limosnas sus parientes de trigo o carneros o cera u otras cosas. No porque de esto coma el alma del difunto. No digáis ni imaginéis tal, que es gran necedad y desatino pensar tal cosa[86]. Sino porque lo que se ofrece a los Padres y a la Iglesia, y lo que se da a pobres, lo recibe Jesucristo por aquellas almas que están en purgatorio.

Y con estos sufragios son ayudadas, y salen más presto de aquella pena, y van muy contentas a descansar para siempre, y gozar de aquel inmenso mar de gloria que Dios tiene para sus escogidos. Y allí (p. 734) se acuerdan de los que le hicieron bien, y ruegan a Dios por ellos con gran voluntad. Así que, hijos míos, sed muy devotos de rezar y de hacer bien por las almas del purgatorio, que están allá penando y son amigas de Dios, y rogarán por vosotros en el cielo.

Esto es lo que pasa con las almas de los buenos que salen en gracia de Dios de esta vida. De las almas de los malos que van en pecado, porque no creyeron en Jesucristo, o ya que creyeron, no guardaron sus mandamientos, ni hicieron penitencia, ni se confe­saron bien, y así murieron, ¿qué se hace de ellas? ¿Adónde van, o qué es lo que pasan en la otra vida?

Léenles, hermanos míos, el proceso de todas sus culpas, grandes y chicas; y oyen sentencia del Juez espantable en que son condenados a tormentos y fuego del infierno para siempre jamás. Sin remedio son entregados a sus enemigos. Luego al punto asen de ellas los fieros demonios, como crueles verdugos carniceros, y con gran grita y escar­nio los llevan al profundo del infierno. Y allí las atormen­tan terriblemente, sin cansarse jamás ni tener piedad de ellas.

Es el infierno, hermanos, un lugar que está en lo profundo de la Tierra, todo oscuro y espantable, donde hay cien mil millones de tormentos.

Allí se oyen grandes gritos y llantos y rabiosos gemidos; allí se ven horribles visiones de demonios fierísimos; allí se gusta perpetua y amarguísima hiel; allí hieden más que perros muertos; allí rabian unos con otros y contra sí mismos, que se querrían despedazar, y contra su Hacedor, Dios Omnipotente, que le querrían comer a boca­dos. Allí están deseando siempre la muerte, y no pueden morir; mas siempre tienen vivo el sentido, para más padecer,

Allí arde un fuego que no se apaga, ni se atiza con leña; y les está comiendo las carnes y las entrañas sin aflojar un punto; .y lo peor de todo, allí cuentan los días que están en tormento; y cada día se les hace mil años, y después de mil años están diez mil, y después, mil millares de millares.

Y cuando hayan estado todo esto en tormento, preguntarán qué tanto les falta, y responderá Dios: que no han estado un día, que infinitamente les queda más por estar, porque para siempre jamás sin fin penarán y rabiarán y nunca acabarán, porque siempre perma­necerán en ser enemigos de Dios y en quererle mal, y siempre Dios, que es justo, les castigará como merecen.

¡Oh hermanos míos, esto que os he dicho, no lo digo yo, sino Jesucristo, Dios que no puede engañaros! ¡Oh cuán amargo es el pecado! ¡Oh desventurado del hombre que no se enmienda y se vuelve a Dios! Por eso os lo aviso de parte de Dios, para que enmen­déis vuestra vida y confeséis vuestros pecados, y llorando pidáis: "¡Oh Señor Dios, líbranos de aquellos tormentos del infierno, dános gracia que hagamos penitencia, y no permitas que muramos en pecado, mas dános una muerte para que escapemos de aquel profundo lago de penas y seamos salvos por tu bondad! Amén".

Oíd lo que cuenta Jesucristo en su Santo Evangelio. Dice que había un hombre muy rico que comía y bebía, y se regalaba mucho, y olvidado de Dios se daba a los placeres de esta vida. Y había otro hombre muy pobre y muy llagado, llamado Lázaro (Lc. 16, 19-31). Este Lázaro iba a pedir limosna a la casa del rico, y no le daban nada, ni le hacían bien los de aquella casa, sino sólo los perros que venían y le lamían sus llagas.

Sucedió morir ambos. Y el pobre, como tenía paciencia y se en­comendaba a Dios, en muriendo fue su alma llevada por los ángeles a un lugar de descanso donde estaban el padre Abrahán y los otros justos. El rico, como era malo y cruel, en muriendo fue su alma arrebatada de los demonios y sepultada en el infierno.

               Allí, estando en medio de aquellos cruelísimos tormentos, alzó los ojos y vio a Lázaro el pobre descansando con Abrahán; y dijo a voces: Padre Abrahán, envíame a Lázaro para que mojando su dedo me toque ere esta lengua, porque estoy abrasado de sed, y estas llamas ms abrasan lodo. Respondió el padre Abrahán: Ya no es tiempo de eso. Acuérdate que cuando tuviste bienes, no quisiste hacer bien a Lázaro, y Lázaro pasó muchos males con gran paciencia; y por eso Lázaro ahora descansa y tiene contento, y tú justamente eres atormentado corno mereció tu mala vida. Entonces dijo el rico: Siquiera, padre Abrahán, envíale para que avise a cinco hermanos que tengo, que viven como yo vivía, para que se enmienden y no vengan a este lugar de tantos tormentos. Respondió Abrahán: No es menester eso tampoco. Allá tienen quien les predique y enseñe; hagan lo que les dicen; y si no lo hacen, no hay para qué ir a avisarlos más de acá. Esto cuenta Jesucristo que pasó.

               Ved, mis hermanos, qué cosas tan grandes son las de la otra vida; y cómo los que en esta vida no hacen bien, y sólo buscan sus placeres, son condenados. Ved cómo los pobres y enfermos, si tienen paciencia y se encomiendan a Dios, tienen descanso en la otra vida. Ved cómo se pagan allá los contentos malos de acá, que porque no quiso dar una migaja de pan para dar de comer al pobre, está pidiendo una gota de agua rabiando de sed, y no se la dan. Ved cómo metidos una vez en aquella cárcel del infierno, jamás pueden salir de allí. Allí gritan y braman y se muerden la lengua y pelean con el fuego, y siempre padecen intolerables dolores.

               Ved cómo, si no oís a los predicadores que de parte de Dios os avisamos, no tendréis remedio para siempre. Ahora que hay tiempo, ahora que os convida Dios, ahora que es de provecho lo que hiciereis, haced penitencia, y llorad vuestros pecados, enmendad vuestra vida, confesad vuestras culpas, resistid al pecado y al deleite, diciendo: (p. 736) "No quiero deleite tan breve con tormento eterno, mas quiero aquí pasar trabajo y domar mi carne y quitar mis malos de­leites. Y para ir al lugar de descanso y de gozo quiero apartarme de borracheras y dé hechiceros y de mujeres, porque no vaya mi alma a aquel fuego que siempre arde y siempre atormenta. Quiero ser buen cristiano y hacer buenas obras y dar por amor de Dios lo que tengo, para que halle en la otra vida refrigerio. Quiero llamar a Jesucristo, y poner todo mi corazón en él, para que él me libre de aquellos tormentos, perdonándome mis pecados con su preciosa sangre, y lle­vándome cuando muera al lugar de bienaventuranza y vida eterna. Amén."

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SERMON XXXI. Del Juicio final. En que se trata cómo hay día de juicio universal, el cual sólo Dios sabe cuándo será; y las señales que habrá en todas las criaturas, y espanto de todos los hombres. De la venida del Anticristo y de sus engaños. Y cómo al fin todos resucitarán en su propia carne. Y de la venida de Jesucristo a juzgar. De la condenación de los malos; de la gloria eterna que gozarán los buenos en sus cuerpos y en sus almas.

Así como cada uno de los hombres tiene fin y término de su vida y al cabo muere, y tras la muerte se sigue dar cuenta para recibir premio eterno, según ha vivido; así también todo este mundo visible ha de tener su fin y acabarse. Y entonces será el juicio universal de todos los hombres juntos, que serán juzgados por Jesu­cristo nuestro Señor. No hizo Dios estas cosas de acá de esta tierra para que los hombres permaneciesen en ellas, sino para que usando de ellas bien, mereciesen alcanzar aquella vida del cielo.

Y cuando se haya cumplido el número de los escogidos y justos, que sólo Dios tiene en su memoria, entonces cesará todo esto que veis, y será otro siglo y otra vida para siempre jamás. Así como los que van camino, o a la guerra, y hacen toldos o enramadas, que acabado el camino o la guerra alzan los toldos o queman las enrama­das, porque ya no es menester; así todas estas cosas de ropa y comida, y casas y plata, y ganado y lo demás de que se sirven los hombres en esta vida, en acabándose el número que Dios tiene señalado, todo se acabará y se volverá ceniza; y gozarán los buenos de otras moradas y vestido y comida celestial. Porque veáis en cuán poco han de tener los hombres todas estas cosas de este mundo, pues son caducas y se han de acabar; y cómo todo su deseo y cuidado ha de ser por aquellas moradas y bienes eternos que no tienen fin.

Cuándo haya de ser este día último en que se acabe este mundo 909 y venga el Juicio final, nadie de nosotros lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, [fol. 205r] sino sólo el Eterno Dios, en la manera que nadie de nosotros sabe cuándo morirá, pero ninguno duda que haya de morir. Así, no hay duda que ha de haber día último de juicio para todos los hombres, porque lo afirma Dios nuestro Señor en su Sagra­do Evangelio, y todos los profetas y apóstoles en la Sagrada Escritura le dicen por palabra de Dios. Pero ni ellos, ni nadie fuera de Dios, sabe cuándo será este último día, para que todos estemos aparejados, que no sabemos si será en nuestro tiempo.

Este mundo nació como niño, cuando Dios lo creó de nada. Han pasado por él muchos años, más de seis mil, y diversas edades; ya es viejo, y da muestras de quererse acabar. Pero antes que se acabe el mundo, se ha de predicar el Evangelio a todas las nacio­nes del universo orbe, según que el Hijo de Dios lo dijo a sus discí­pulos (Mt. 24, 14).

Y por eso ordenó su sabiduría que se descubriesen estas tierras tan apartadas de los viracochas,  para que oyeseis la Palabra de Dios, y se salvasen de vosotros los que la recibiesen y guardasen. Lo mismo será por todas las otras gentes que hay. Y cuando a todo el mundo universo se le hubiere predicado el Evangelio, entonces vendrá el fin.

Mas antes de venir aquel día último y temeroso, habrá señales en el ciclo y en el mar y en la tierra, que pondrán gran espanto a los hombres. El Sol se oscurecerá y pondrá negro, la Luna se pondrá toda de sangre, las estrellas caerán del firmamento, las vir­tudes y poder de los cielos se desconcertarán y turbarán. El aire echará truenos y rayos espesos como gotas de agua, la mar bramará y tragará la tierra, los ríos se alzarán en alto y combatirán con los montes, los montes se abrirán por medio y la tierra temblará, los edificios y torres vendrán con furia por el suelo. Entre los hombres habrá guerras crueles, y hambres y mortandades; y los que escaparen de estos males con rayos de cielo y temblores de tierra peligrarán de muerte.

¿Qué harán entonces los miserables? ¿Adónde irán? ¿A quién se acogerán? Todas las criaturas de Dios estarán contra ellos con armas de venganza. Huirán de las olas de la mar y subirán a los montes; allí les seguirán rayos del cielo ardiendo. Meterse han en las cavernas de la tierra huyendo de los rayos; allí temblarán las peñas, y se abrirán y caerán. Como el que huye del león, y topa el tigre; y huye del tigre, y le muerde la víbora volante. Será tanta la turbación y el espanto de los miserables hombres, que quedarán he­lados de miedo, y mirándose unos a otros sin poder hablar de puro espanto se caerán hechos ceniza.

Y todo esto, hermanos, no es más de la víspera, será todo esto como flor. Así como la mujer que anda preñada cuando le comienzan los primeros dolores y se le retuercen las tripas, mas el (p. 738) rabioso mortal tormento después es al parir. Así lo dice la Sagrada Escritura (1 Tes. 5, 3), y de todo cuanto os he dicho nos avisa, para que temamos la ira de Dios, y sepamos que estas criaturas de nuestro

Dios, que ahora sirven también a los malos, sufren las afrentas de su Creador, porque él se lo manda (Is. 13, 9-13). Mas entonces, que tendrán licencia, reventarán su enojo contra los pecadores, y como criados leales de la casa de Dios tomarán armas para vengar las injurias hechas a su Dios contra los enemigos suyos.

¡Oh hermanos, cuán ciegos andamos! ¡Cómo somos locos y sin seso, pues tanto enojamos con nuestros pecados a aquel Señor tan poderosa y Juez tan riguroso! ¿Cómo no tememos sus duros castigos que nos amenazan todas sus criaturas? Cuando hay tormen­ta brava en la mar, y cuando hay tempestades de rayas y truenos en la puna, y cuando hay recios temblores de la tierra en la costa, ¡cómo tememos, cuán tristes y medrosos estamos! Cosa de aire y de burla es todo esto respecto de lo que será entonces, que habrá tal tribulación cual nunca jamás habrá en el mundo.

Todo esto vendrá para castigar la maldad de los hombres, que dejando a Jesucristo, su verdadero Dios y Redentor, seguirán al An­ticristo, y le alzarán por su rey y señor, y salvador y dios.

Porque sabed que el diablo al fin del mundo, sospe­chando que tiene poco tiempo para engañar y hacer mal, juntará todas sus fuerzas y poder, y nuestro Dios le dará entonces larga licencia por los pecados del mundo. Y así levantará un hombre maldito, abominable, infernal, que llamamos Anticristo. Este hará bando contra Jesucristo, y procurará destruir su Santa Iglesia; y con  astucia y falsos milagros, y con promesas y con tormentos, incitará a todas los cristianos a Jesús, y se pasen a él y le adoren.

Y serán tantos sus hechos y sus mañas, y tendrá de su parte tantos letrados y tantos señores, y tanto poder del diablo, que casi todos se rendirán, y muy poquitos permanecerán en la fe de Jesucristo. Entonces vendrán los profetas Elías y Enoc, que Dios tiene guardados, y predicarán contra este maldito Anticristo; y él peleará con ellos, y al cabo los degollará y quedará victorioso, y las buenos muy afligidos.

Mas Nuestro Señor Jesucristo, habiendo piedad de los buenos, vendrá, y con la espada de su palabra destruirá a aquel malvado enemigo suyo, resucitando a sus profetas, y los cielos can­tarán victoria por Jesucristo nuestro Salvador.

Hechas todas estas cosas maravillosas, será el tiempo que Dios tiene determinado en su alto y divino pensamiento de dar fin al mundo y juntar todo el linaje humano al Juicio final. Y así vendrá por mandado de Dios fuego de todas las cuatro partes del mundo, y abrasará todas las ciudades y palacios y huertas y tesoros de la tierra, y toda lo volverá en pura ceniza, para que así se purifique la tierra de los males y pecados que en ella se han come­tido, con que está toda infeccionada.

Y cuando ya todo esté acabado, y todos los hombres hayan fene­cido su tiempo, entonces enviará Dios del alta cielo su gran Arcángel, y tocará una trompeta diciendo en voz poderosa: "Levantaos, muer­tos, y venid a Juicio". A este pregón y voz de parte de Dios obedece­rán todos los muertos, y será aquella grande maravilla que Dios por su Palabra tantas veces tiene dicha: que resucitarán los hombres cada uno con su propio cuerpo, el mismo que tuvo cuando murió. Esto es lo que confesamos todos los fieles cristianas en el Credo, diciendo: Creo fa resurrección de la carne.

Y no hay que poner duda en ello, porque lo dice Dios por su boca. Y el que tuvo poder para hacer de nada este mundo, y crear los hombres dándoles alma y cuerpo, ése mismo tiene poder para después de apartada el alma del cuerpo tornarla a juntar, aunque haya mil años que haya muerto, aunque el cuerpo se haya hecho polvos, comido de la tierra, o hecho ceniza en el fuego, aunque le hayan comido los peces del mar y sepultado en el profundo. Todo obedece a Dios. El sabe dónde está cada cosa, y no se olvida; y hace 931 cuanto quiere.

Como el grano de maíz o de trigo primero se muere y pudre en la tierra, y después brota y sale en la espiga o en el choclo, no os dé pena, hijos míos, que vuestros cuerpos pasen ahora trabajo, no os preocupéis mucho de sepulturas muy honradas y pomposas. Vuestro Dios tiene cuenta con vuestros cuerpos, y él guarda vuestras cenizas, y no le faltará un polvito de la uña, ni del cabello. Todo lo mira y lo cuenta, y guarda en su eterno tesoro; y de allí saldrá todo el día del Juicio.

Así que todos resucitaremos certísimamente aquel día, con estos mismos cuerpos y con estos ojos, y con estas manos y con estos hue­sos, y con esta carne y con este pellejo. No se perderá ni trocará un cabello, por la virtud de aquel gran Dios.

Así que, mis hermanos, cuando hayan todos los muertos resuci­tado y salirlo de sus monumentos a la voz del hijo de Dios, entonces enviará Dios sus ángeles para que junten en un lugar (que dicen será el valle de Josafat) a todos las hombres. Y estando allí todos, desde el primero hasta el último de los mortales, aguardando el juicio pos­trero, he aquí dónde aparecerá en los cielos la señal de la santa cruz, y tras ella vendrán millares de ángeles y santos, con sus espadas (p. 740) afiladas en las manos, y en medio de ellos el Hijo de Dios, Jesucristo, Juez Universal. Vendrá con tanta majestad, que los mismos cielos temblarán de él.

Y viéndole los hijos de los hombres, abajarán sus ojos como muertos de espanto, y dirán: Oh montes, cubridnos; oh abismos, sepultadnos, por que no veamos la ira de Dios. Y él sentado en su glorioso trono, rodeado de los ejércitos celestiales, mandará sus ánge­les a apartar los buenos de los malos; y al punto los buenos serán puestos a la mano derecha, y los malos, a la siniestra. ¡Oh qué senti­rán los malos cuando se vean echar y arrojar al lado de condenación!¡Oh qué tristeza y quebranto cubrirá sus corazones, cómo temblarán y crujirán los dientes, aunque hayan sido incas o emperadores!

Allí se sacarán los libros en que están escritos los bienes y males de todos; y por obra admirable cada uno leerá allí toda su vida; y leerá todas las vidas de los otros; y verá quién merece muerte eterna, y quién vida eterna. ¡Qué sentirán los malos cuando vean volverse a ellos el Juez eterno con rostro airado, y mirarlos con ojos feroces y con voz terrible decirles: Id, malditos enemigos míos, al eterno fuego infernal con el diablo a ser atormentados para siempre sin fin!

Al punto se abrirá la tierra, y los demonios fieros embestirán en los miserables condenados y bajarán al profundo in��fierno, dando gritos y rabiando, y allí quedarán sepultados en el fuego ardiendo en cuerpo y alma, sin esperanza de jamás tener reme­dio eternamente. ¿Quién no teme, hermanos míos, aquel día y hora espantable? Todos cuantos estamos aquí hemos de parecer allí; y todas nuestras obras y pensamientos han de parecer allí en público a todos. Bien será que ahora hagamos penitencia y vivamos bien, para que escapemos aquel día de la ira terrible de Dios. Bien será que ahora nos juzguemos y castiguemos nuestras culpas, para que Dios nos perdone entonces.

En siendo llevados los malos al infierno, luego se cubri­rá la tierra sobre ellos, y quedará muy contenta y descansada de haber echado de sí tan pesada carga. Y luego el agua se pondrá clara y hermosa como el cristal; y el aire y fuego en sus regiones muy suaves y alegres. Y los cielos aparejarán la morada de los justos queridos de Dios. La luna resplandecerá como el sol, y el sol, siete veces más que ahora. Y aquella dichosa compañía de los escogidos queridos de Dios, viendo la venganza y juicio que Dios ha hecho en los malos, cantarán victoria y alabanza, diciendo: Grandes y maravillosos son tus juicios. 943 ¿quién no te obedecerá y adorará, Rey de los siglos?

Mas el Hijo de Dios, volviendo sus amorosos ojos y su rostro muy alegre a sus escogidos, les dirá dulcemente: Venid con­migo, benditos y queridos de mi Padre; poseed el Reino de los Cielos que os tengo aparejado.

¡Oh qué gozo inefable entrará en aquellos corazones! Irán triun­fando todos llenos de amor y de contento, habiendo acabado ya del todo sus trabajos. Que ya no hay hambre ni enfermedad ni pobreza, ni cansancio ni muerte; ya no hay tristeza, ni cuidado ni temor ni recelo; ya no hay enojo. ni envidia ni contradicción; ya vio hay gemi­dos, ni angustias ni tribulaciones; ya no hay pecados, ni tentaciones ni mentira, ni desórdenes ni escándalos.

Todo esto se acaba. Pasó el tiempo y sus mudanzas. Todo es ya eternidad y paz, y amor y gozo y descanso en aquellas moradas eternas, en aquellos prados floridos, en aquellas fuentes de agua viva, en aquel río de deleites que emana de Dios, y donde beben sin cesar, siempre gustan más y siempre beben deleites de Dios.

En sus cuerpos serán más ligeros que águilas, más resplande­cientes que el sol, más sutiles que el viento, más hermosos que el cielo. Sus almas serán como Dios, llenas del mismo Dios, iguales a los ángeles, hijos queridos y regalados de su Dios.

Todos entre sí, entrañable amor, dando cada uno a los otros todo el bien que tiene. Gozándose todos del bien de cada uno, y cada uno gozando los bienes de todos. Y, sobre todo, viendo y go­zando los tesoros de toda la hermosura y suavidad de nuestro Dios.

            No se puede esto, hermanos, pensar cómo es, y mucho menos se puede decir. Porque ni oyó oído, ni vio ojo, ni imaginó pensamiento la grandeza de los bienes que Dios tiene para los que le aman y sirven.

Amad mucho a vuestro Dios, sirviéndole con todas vuestras fuer­zas. Cumplid sus mandamientos, aunque os cueste la vida. Y bienaventurados si así lo hacéis. Seréis de los queridos hijos de Dios. Gozaréis de aquella vida eterna que a los que le sirven final-mente promete Jesucristo. El cual, con el Padre y con el Espíritu Santo, vive y reina Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

LAUS DEO

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       [COLOFÓN]

Impreso con licencia de la Real Audiencia, en la ciudad de los Reyes, por Antonio Ricardo, primero impresor en estos Reinos del Perú.

Año de MDLXXXV Años. Está tasado un real por cada pliego en papel.


Notas

[1] Siglas:

Para el significado de las siglos que corresponden a las fuentes y estudios empleados en la redacción de las siguientes notas, véase el glosario que figura al concluir el texto del "Tercero Catecismo" o "Sermonario". (p. 743).

" GI = Glosario: Indica que la palabro o vocablo en cuestión se encuentra explicada en detalle en el 'Glosario" que figura al finalizar el texto del "Tercer Catecismo" o "Sermonario". (p. 743).

[2] De latinus ("latino"): el que sabe latín. Con este vocablo se designaba a los indios que habiendo sido reducidos, y generalmente convertidos al cristianismo o en vías de ello, prestaban servicios domésticos en los casas de los españoles o trabajaban en sus baciendas.

[3] El texto de la Provisión Real lo publicó T. Medina en IL, 1, 5-9.

[4] Sesión XXIV de Reforma, Cap. II. Cfr. Alonsi, XXXIII, 158.

'Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo.

[6] Fr. Pedro de la Peña, OP ("murió durante el Concilio

[7] Fr. Antonio de San Miguel, OFM

[8] Don Sebastián de Lartaún ("murió durante el Concilio").

[9] Fr. Diego de Medellín, 0FM

[10] Fr. Francisco de Victoria, OP

[11]Don Alonso Granero de Avalos

[12] Fr. Alonso Guerra, OP.

[13] Antonio Ricardo, italiano, natural de Turín, fue el primer impresor establecido en la ciudad de Lima. Con anterioridad había desarrollado el arte de la tipografía en México, donde se instaló, a más tardar, a principios de 1570. En 1580 decidió radicarse en Lima aconsejado por el jesuita Juan de la Plaza, quien durante su visita o México le hizo conocer la necesidad que había en la capital del Perú de contar con una imprenta. Sus contactos con el Padre Plaza lo llevaron a instalarse en una dependencia del Colegio de San Pablo de la Compañía (en Lima), y allí permaneció hasta después de realizar la impresión de los libros que le fueron encomendados por el III Limense. Cfr. IL, I, XIX-XXMIII, e IP, IX-XII.

[14] En el impresa n continunci6n figura la Tabla de las materias y cosas nolables que contienen los Sermones. Este índice (en la presente edición) va al finalizar el texto de los sermones.

[15] SAN AG09TIN, De Calechizandis Rudibus, Cap. lo (en el original impreso, Cap. 12). PL. 40, 211; Corpus Christianorum (Series Latina), 46, 138. - Tr.: "¿Acaso es agradable, a no ser que invite el amor, musitar palabras estropeadas y mutiladas? Y con lodo, los hombres desean tener a sus niños y enseñarles estas cosas; y es más agradable para una madre ponerle en la boca al hijito pequeños trozos masticados, que masticar ella misma y comer trozos más grandes".

[16] SAN GREGORIO NACIANCENO, Oratorio II, Apologetica de sacerdocio. PG, 35, 454. - Las pequeñas diferencias entre el texto citado y el que presentó PC, puede obedecer a que se utilizó la versión de Rufino de Aquilea, quien entre el 390-400 había traducido al latín nueve discursos; entre ellos, el número 2. El trabajo lo realizó precipitadamente y con poco esmero. - Tr.: "Algunos -dice él- tienen necesidad del alimento de la leche; es decir, de doctrina rudimentaria y simple, ya que por su estado de ánimo son delicados y no soportan el alimen­to viril de la predicación, que si alguno se los llega o dar más allá de sus fuerzas, oprimidos y aplastados por su peso, les tiraría abajo hasta los pocos fuerzas que tenían".

 

[17]SAN GREGORIO MAGNO, Moralium libri sive Expositio in Librurn B. Job, Lib. 17, Cap. 26. PL, 76, 27. -Ti. (Los apóstoles) "trataron de predicar a los pueblos ignorantes las cosas más sencillas y asequibles, y no los más altas y difíciles. Yo que si derramarán con los labios la misma ciencia santa (que aquí se designa con el nombre de agua) que ellos aneaban del corazón, con su gran inmensidad ahogarían a sus oyentes en vez de regarlos".

[18] SAN AGUSTIN, De Doctrina Christiana, Lib. 1V, Cap. 15. PL, 34, 103; Corpus Christianorum, 32, 138139. Obras de San Agustín (13AC), vol. XV, 101-102 (Madrid, 1957).

[19] SAN Agustín, De, Doctrina Christiana, Lib. IV, Cap. 29. PL, 24, 119-120. Corpus..., 32, 166-IG6. - Tr.: 'Hay algunos que pueden declamar bien, pero no pueden idear lo que van a decir. Si entonces toman lo que fue escrito por otros elocuente y sabiamente, y se lo aprenden de memoria y se lo dicen al pueblo, no obran mol al representar este papel. De esta manera se constituyen, lo que es verdaderamente útil, muchos predicadores de la verdad".

[20] SAN AGUSTÍN, De Calechizandis Rudibus, Cap. 12, 17. PL, 40, 324. Corpus..., 46, 141. - Tr.: "Si nos fastidiamos de repetir a menudo las cosas usuales y adaptadas a los niños, adaptémonos a ellos con amor fraterna, paterno y materno, y unidos a sus corazones, aun a nosotros nos parecerán cosas novedosas".

[21]Sobre esta creencia, profundamente arraigada en el alma indígena, véanse HNMA, Lib. V, Cap. VII, 147; TA, 4G0; OGI, 112; El, 203; PNC, I, 451-456

[22]Mochar (mochay, muchay) (Q): Reverenciar, adorar, ofrecer sacrificio, besar. Mochadero: Lugar donde se ofrecen sacrificios a las huacas. DK, 261.

[23] v Viracochas (uira = mar; cocha = espuma) (Q): hijos de la espuma del mar. De este manera se designaba generalmente a los españoles, por haber llegado desde el mar a las tierras del Perú, flotando en naves sobre el agua y la espuma del océano (CI).

[24] Espíritu malo.

[25] lchuri (Q): Confesor (Cl.).

[26] Cuy (Q): Trátase del Caven porsellus, o también llamado cobayo o conejo de Indias (CL).

[27] Coca (Q): Científicamente, con este nombre se designa a las especies del género Erytroxylum P. Br., de la familia de las eritroxiláceas, pero en especial a las Hojas de la especie Erylroxylum Coca Lam. Se conocen unas 120 especies de coca (Cl.).

[28] Con el nombre genérica de "carneros de la tierra" y "corderos de la tierra", los españoles des Quillca (Q): Vocablo equivalente a la palabra española "escritura" (representación gráfica, dibujo) (Gl.). Designaron a la Ilama y a su cría (Gl.).

[29] Quillca (Q): Vocablo equivalente a la palabra española "escritura" (representación gráfica, dibujo) (Gl.).

[30] III  Concilio Provincial de Lima, Segunda Acción, Cap. 38. Que no se lleva nada a los indios cuando se les administran los sacramentos: "Cualesquiera conciertos expresos o táci­tan por administrar sacramentos o dar sepultura, los sagrados cánones los abominan como tratos tan reos de simonía pestilencial. Pero las loables costumbres que están recibidos en el pueblo cristiano de lo que se da a la Iglesia, los mismos sagrados cánones las aprueban y abrazan. Con todo eso, el Concilio pasado de esta Ciudad de Los Reyes cerca de los indios determinó y declaró que ni por administrarles cualquier sacramento, ni por darles cualquier sepultura, se pudiese pedir o llevar cosa alguna. Y si algún sacerdote llevase algo de los indios por In dicho, que fuese compelido a pagar cuatro tanto. Este tan saludable decreto, que es para la edificación y fe de estos nuevos cristianos en gran manera necesario, y ha sido por muchos quebrantado con no pequeño escóndalo suyo, ha parecido a este Santo Sínodo renovarle de nuevo; y así, con todos los veras que puede, manda que se guarde, declarando que no ha lugar alegar en esta porte costumbres algunas loables, pues son antes abusos y así se han de llamar. Otrosí, no sean los indios compelidos a ofrecer en la misa ni fuera de ella, mas si alguno quisiera ofrecer, sepa que es obra meritoria y pía, pero que está en su entera libertad el hacerla o dejarla de hacer. Los indios, empero, que tienen su morada y habitan en pueblos de españoles, por cuanto están en In fe más instruidos y comúnmente gustan de seguir el uso de los españoles, con estos tales en Ias sepulturas y otras cosos se podrán guardar las costumbres loables, si las hubiere tales".

[31] La institución de los fiscales, llamados también inicialmente alguaciles o alcaldes, constituyó una de ]no expresiones más notables de In participación del laicado indígena en los trabajos pastorales de la Iglesia (Gl.).

[32] Sacrificar y adorar a las guacas (retornar a la idolatría).

[33] Opacuna (Q): Lavatorio general que toda la población realizaba en los arroyos, ríos y fuentes cercanos a sus viviendas, según su ayllo o pertenencia, para que el agua se llevara las enfermedades y penas hasta el mar, donde desaparecieran. Tras el baño, seguían cuatro días de comidas y borrachera general.

[34] Hocha (Q): Pecado.

[35] No se trata de Los "alguaciles ejecutores de justicia", sino de los "alguaciles de doctri­na" o fiscales (Glosario: fiscales).

[36] Caracha (Q): Enfermedad de las llamas o pocos y otros animales, semejante a la sarna o roña.

[37] Quipo o quipu (Q): Cordeles con nudos usados en la contabilidad incaica (Gl.).

[38] Tampucamayoc (Q): Mesonero o ventero, encargado del tambo o tampu (posada, mesón, venta, lugar de hospedaje o alojamiento) (Gl.).

[39] Glosario; Corregidor de indios.

[40]Curaca (Q): Autoridad local, cacique (Gl.).

[41] Arepas (A): Tortillas de maíz --dice Cono--, "que se tuestan o cuecen en unas cazuelas de barro puestas al fuego; y éste es el pan más regalado que los indios hacen del maíz... Se han de comer calientes, porque, enfriándose, se ponen correosas como cuero mojado y son desabridas' (HNM, Lib. IV, Cap. III, I, 161).

[42] Anaconas o yanaconas (Q): indios que sirven a los españoles en sus casas, haciendas o minas (GI.).

[43] Sobre ésta y otras costumbres referidas a Ios ritos matrimoniales,  ACOSTA, DPI, Lib. VI,  Cap. XX.

[44] Paulo  III, Bula Altiitudo Divini Consilii, 1° de junio de 1537; Pío V, Breve Romani Pontificis, 2 de agosto de 1571, y Citecorto XIII, Breve del 17 de julio de 1577. Cfr. CRBD, 1, 65-67, 76, 123 (texto latino).

[45] Luna: quilla, mama quilla (madre luna) o coya (reina). Estrellas: coyllur (Gl.).

[46] Las naturales acostumbraban a imaginar al Trueno (Relámpago o Rayo) como a un hombre de grandes proporciones, cuya morada se encontraba en el mismo cielo. Su figura era sumamente luminosa, formada por un grupo de estrellas muy hermosas y resplandecientes (una constelación). En la mano izquierda sostenía permanentemente una maza, y en la derecho, una honda. Cfr. Cobo, HNM, Lib. XIII, Cap. VII (Gl.).

[47] Cumbi o cumpi (Q): Tejido fino

[48] Sobre los ichuris o confesores, véase ACOSTA, HNMA, Lib. V, Cap. XXV, y DPI, Lib. VI, Cap. XII (Gl.).

[49] Apachita o apacheta (Q): Adoratorio, un montón de piedras puestas como ofrendas en el camino en Ias alturas (GI.).

[50] Illapa (trueno, relámpago, rayo) (Gl.).

 

[51] Chácara o chacra (Q): Sementera, barbecho, parcela de tierra dedicada n la agricul-tura, heredad de corta extensión. Cfr. SI, Cap. X, 29

[52] Llallahuas (Q): Papas gemelas.

[53]Pirua o pirwa (Q): Troje, depósito de maíz

[54] Huacanquis (Q): Amuleto que llevaban los enamorados, hecho con yerbas o plumas de pájaros, que servían como hechizo o gualicho (GI.).

[55]Sobre los ritos funerarias y la veneración de los malquis (cuerpos de difuntos momificados), vénse ACOSTA, HNMA, Lib. V, Cnp. VII; ARRIAGA, EI 203, y GUAMAN POMA, PNC, I, 265-271. Cfr. JUAN GUILLERMO DURAN, La refutación de la idolatría incaica... (o.c.), 131-135.

[56] Referencia a los médicos chupadores, que practicaban una pequeña herida, y de ella succionaban para sacar las enfermedades (Glosario: ichuris).

[57] En orden n conocer en detalla las abusiones o agüeros más comunes entre los indíge­nas (supersticiones), véanse POLO DE ONDEGARDO, TA; ICCR, Cap. V; Cono, HNM, Lib. XIII, Cap. XXXVIII; ARRIAGA, El, 214, y GUAMAN POMA, PNC, 282283. - Entre los presagios malos o funestos se encontraban animales, cuya presencia o canto anuncian daños, despe­didas, pelean, muertes, etc.; fenómenos atmosféricos y lclúricos, que presagian infortunios, calamidades, daños graves, muertes, cte.; movimientos corporales, que vaticinan 'mal agüero"; sueños, que pronostican enfermedades, peleas, viudez, muerte, etc.; visiones de ciertas partes del cuerpo de hombres o mujeres vivos, que anuncian muerte próxima, viajes n lugares lejanos, separación matrimonial, separación de parientes, etc.; visitas de familiares o conocidos, que auguran daños graves y muerte próxima; maldiciones, que si no se conjuran n tiempo, se cumplen inexorablemente; hechizos para vengar ofensas recibidas; amuletos para enamorar, etc.

[58] Raymi (Cópac Inti Raymi) (Q): Se trata de la fiesta dedicada al Sol, la más solemne y principal de todo el calendario. Se celebraba en diciembre. Al decir de Guamán Poma y de Cobo, "era entre ellos como la Pascua entre nosotros" (Gl.).

[59] Ytu (Raymi) (Q): Fiesta relacionada con los preparativos a loe que eran sometidos los muchachos armados caballeros del Inca (orejones) (GI.).

[60] Taqui (Q): Danza ceremonial (GI.).

[61] Aymuray,76 (Hntun) (Q): Fiesta de la recolección del maíz (mayo) (GI.).

[62]Inti Raymi (Q): Fiesta del Sol en el Cuzco, mes de junio (Gl.).

[63] Quillca (Q): Vocablo equivalente a la palabra española 'escritura" (representación gráfica, figura, dibujo) (Gl.).

Los alcaldes indígenas podían ser de justicia o de doctrina (fiscales) (GI.). [64]

[65] III Limense, Cuarta Acción, Cap. 6: "...Otrosí, advierta grandemente “el Visitador que no tome juramento a estos indios tan nuevos en la fe, si no fuere en negocio de grande importancia y que no se puede fenecer de otra suerte, y en tal caso, primero que les tome juramento les avise muy de veras cuán grande sacrilegio cometen los que se perjuran. Y cuando se probare de alguno que se ha perjurado, paro que los demás escarmienten, mándele muy bien azotar públicamente y poner a la vergüenza trasquilándole el cabello como entre indios se usa por afrenta..."

[66]PAULO III, Bula Altitudo Divini Consilii, 1' de junio de 1537. Cfr. CDDD, 1, 65-67 (texto latino); OIOP, 11, 49-52 (texto castellano).

[67] Inca o Inga (Q): Rey, soberano o emperador. Persona de sangre real (familia real). Los cronistas escribieron con mucha frecuencia Inga, forma que después fue abandonada. Sobre la genealogía de los Incas, desde Huayna Cápac, véase JOHN HEMMING, La Conquista de los Incas (México, 1982), 627 ss. (con abundante bibliografía).

[68] Chicha (Q): Debida que se obtiene a partir de la fermentación del maíz (GI.).

[69] Sora (Q): Maíz amarillo germinado para elaborar chicha

[70] hatun (grande) luna (Q): Indio muy ignorante, torpe, fácil de engañar.

[71] Viracocha (Q): Cristiano español (GI.).

[72] Taqui (Q): Baile sagrado, danza y tontos rituales (GI.).

[73] Guaca o huaco (Q): Ídolo, imagen sagrada, objeto (le culto, lugar sagrado, etc. (GI.).

[74] Moyo o mullo (Q): Collar, venera, caracolsa de mar. Venera colorada de mar ofrendada a las huacas. Sobre los distintos tipos o clases de danzas y bailes sagrados, véase GUAMÁN POMA, PNC, 288-300.

[75] Sobre lo legislación matrimonial en tiempo de los Incas, véase ACOSTA, DPI, Lib. VI, Cap. XX. - Al respecto dice: 'Si se descubría algún adulterio, era castigado con atrocisimos suplicios; porque aunque entre los célibes usan de mayor licencio que nosotros y lo fornica­ción queda impune, sin embargo los adulterios de loa casados son castigados con mucha más severidad".

[76] Mal venéreo, sífilis.

[77]El juzgamiento de catos delitos, como todo lo referido a la fe, moral y costumbres, era competencia de loa tribunales diocesanos o del Santo Oficio de la Inquisición, según In gravedad y trascendencia del caso. Los Reyes Católicos, para reforzar la legislación conde­nntoria existente al momento, establecieron por Pragmática del 22 de agosto de 1497, dada en Medinn del Campo, que "cualquier persona, de cualquier clase, condición, preeminencia o dignidad que sea, cometiere el delito nefando contra naluram creyendo en él convencido por aquella manera de prueba, que según derecho es bastante para probar el delito de herejía o crimen de laesae Majestatis que sean quemados vivos en llamas de fuego en el lugar, y por la Justicia n quien perteneciere el conocimiento y punición de tal delito". Para la apli­cación de la pean capital, la Inquisición "relajaba a los condenados al brazo secular'. Recién en 1571, Felipe 11 declaró ni indio no sujeto a la Inquisición, por su condición de neo-catecúmeno.

[78]En la terminología del derecho indiano, significa tributo o contribución temporaria o extraordinaria (GI.).

[79] Anaco o anaco (Q): Vestido de mujer, camisón, monta

[80] Viracocha (Q): Cristiano español (Gl.)

[81] Ayllo (Q): Linaje, tribu, comunidad, familia, parcialidad, división política agraria, basada en el parentesco en la época incaico.

[82] Churlo (Q): Papa helada deshidratada, expuesta alternativamente al sol y al hielo.

[83] Tayta, tata: Padre.

[84] Para facilitar In pronta memorización de Iras oraciones y verdades de la fe se implantó la práctica de hacer cantar la doctrina cristiana. Primero lo hacia el misionero o sus colaborradores, y luego In repetían los indios a manera de coro.

[85] Guayra o huayra (Q); horno o brasero para fundir plata.

[86] En razón de la firme creencia en la inmortalidad del alma después de In muerte, los cadáveres eran encerrados juntos con los alimentos y utensilios (vasos, jarras, platos, etc.) que iban a necesitar en la otra vida para no morir de hambre y sed, y en compañía de todas aquellas personas cuyos servicios les serían indispensables para vivir decorosamente





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