El primer encuentro entre españoles e indígenas
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(Extracto del Diario de abordo de Cristóbal Colon)(1)
El texto que transcribimos a continuación es un documento importantísimo para conocer las impresiones que causó en los primeros navegantes que llegaron a América el encuentro con el Nuevo Mundo y con sus habitantes. No tenemos el diario de Cristóbal Colón en su versión original, sino en la que nos ha dejado fray Bartolomé de las Casas. No obstante, en algunos casos, el fraile dominico nos ha trascrito párrafos completos del diario del Almirante; en general podemos percibir qué párrafos han pasado por la mano de fray Bartolomé y cuáles son colombinos de primera mano por el uso de la persona (cuando habla fray Bartolomé lo hace en tercera persona: "navegó", "anduvieron", etc. y cuando lo hace Colón usa la primera persona: "vi", "partí", etc.); normalmente, fray Bartolomé aclara explícitamente cuando el texto es de Colón, usando cláusulas como: "estas son palabras formales del almirante".
Jueves, 11 de octubre
Navegó al Oestesudoeste. Tuvieron mucha mar, más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas(2) y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo, y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramojos. Con estas señales respiraron y se alegraron todos. Anduvieron este día, hasta puesto el sol, 27 leguas. Después de puesto el sol, navegó a su primer camino al oeste. Andarían doce millas cada hora, y hasta dos horas después de medianoche andarían 90 millas, que son 22 leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra [la] vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana, puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre; aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra, pero llamó a Pero Gutiérrez repostero de estrados del Rey y díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo, y la vio. Díjolo también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban en la armada como veedor, el cual no vio nada porque no estaba en lugar adonde la pudiese ver. Después que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbran decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y los amonestó el Almirante que hiciesen buena guarda del castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que veía tierra le daría luego un jubón de seda, [aparte de] las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese(3). A las dos horas después de media noche apareció la tierra, de la cual estarían dos leguas. Amainaron todas las velas, y quedaron con el treo que es la vela grande, sin bonetas, y se pusieron a la corda, temporizando hasta el día viernes que llegaron a una isleta de los lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yañez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó
el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una I, encima de cada letra su corona, una de un cabo de la + y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo escribano de toda la armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio cómo él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla por el Rey y por la Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escrito. Luego se juntó allí mucha gente de la isla. Esto que sigue son palabras formales del Almirante en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias. "Yo", dice él, "porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra santa fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que tuvieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otra cosas que nos[otros] les d��bamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y todo daban de aquello que tenían de buena voluntad, mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andaban todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más que una, harto moza, y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de XXX años, muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras, los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballos y cortos. Los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. [Algunos] de ellos se pintan de prieto y ellos son del color de los canarios(4), ni negros ni blancos, y [algunos] de ellos se pintan de blanco y [otros] de ellos de colorado,
y [otros] de ellos de lo que hallan; y [algunos] de ellos se pintan las caras, y otros todo el cuerpo, y otros sólo los ojos, y otros sólo la nariz. Ellos no traen armas ni la conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún fierro; sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venía gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía. Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos de esta isla". Todas son palabras del Almirante.
Sábado, 13 de octubre
Luego que amaneció, vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy hermosa; los cabellos no crespos, sino corredíos [lacios] y gruesos como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha, más que otra generación que hasta aquí haya visto; y los ojos muy hermosos y no pequeños; y ellos ninguno prieto [negro], sino del color de los canarios[...]. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, sin muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías [canoas], que son hechas del pie de un árbol como un barco largo y todo de un pedazo[...]. Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen en la nariz. Y por señas pude entender que, yendo al Sur o volviendo la isla por el sur, que estaba allí un Rey que tenía grandes vasos de ello y tenía muy mucho[...]. Y esta gente es harto mansa, y por las ganas de tener de nuestras cosas, y temiendo que no se les ha de dar sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar; mas todo lo que tienen lo dan por cualquier cosa que les den, que hasta los pedazos de las escudillas y de las tazas de vidrio rotas rescataban, hasta que vi dar 16 ovillos de algodón por tres ceotís(5) de Portugal, que es una blanca de Castilla, y en ellos habría más de una arroba de algodón hilado. Esto defendería yo y no dejaría tomar a nadie sino que yo lo mandaría tomar todo para vuestras Altezas, si tuviera en cantidad. Aquí nace en esta isla, mas por el poco tiempo no pude dar así del todo fe. Y también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz, mas, por no perder
tiempo, quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango. Ahora como fue noche todos se fueron a tierra con sus almadías.
Domingo, 14 de octubre
...y vide un pedazo de tierra que se hace como isla, aunque no lo es, en que había seis casas, el cual se pudiera atajar en dos días por isla, aunque yo no veo ser necesario, porque esta gente es muy simple en armas, como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar para llevarlos y aprender nuestra habla y [de]volverlos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con cincuenta hombres los tendrán todos sojuzgados, y les harán hacer todo lo que quisieren...
Notas
1. El texto lo hemos tomado de: Cristóbal COLON, Textos y documentos completos. Relaciones de viajes, cartas y memoriales, 2a. reimp., Madrid 1989, 381 + mapas. Nos hemos permitido adaptar a los usos modernos la grafía, y ligeramente la redacción.
2. "Aves marinas" 3. El "juro" era una pensión perpetua que se concedía sobre las rentas públicas. Bartolomé de las Casas cuenta que los reyes asignaron esta cantidad a Cristóbal Colón, quien la cobró toda su vida con cargo a las carnicerías de la ciudad de Córdoba, y que parece fueron usufructuadas por Beatriz Enríquez de Arana, madre de Hernando Colón. Según una tradición, Rodrigo de Triana, despechado por la actitud de Colón, se hizo mahometano y se fue a vivir al Africa (Consuelo VARELA en: Cristóbal COLON, Textos y documentos..., pg. 29, nota 26). 4. En varias ocasiones Colón compara el color de los habitantes del Nuevo Mundo con el de los habitantes de las Islas Canarias. En efecto, en la antigüedad se tenía la creencia de que a medida que se avanzaba en latitud hacia el sur el color de la piel se volvía más oscura. En un paralelo inferior a las Canarias Colón pensaba encontrarse con hombres de piel negra, y de allí su estupor. 5. Moneda de cobre de la época de Juan I.
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