Misionero y enfermo de sida
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El padre Aldo
Marchesini, misionero dehoniano y médico, se contagió de sida ejerciendo su
vocación en el hospital de Quelimane, en Mozambique.
A mí me gusta el calor, y siempre he
agradecido al Señor el haberme hecho vivir en Quelimane, un lugar muy cálido
y húmedo. Este
año, sin embargo, el calor, literalmente, me ha destrozado, lo que no me
había pasado nunca. Además, durante varias noches, he tenido fiebre,
acompañada de una tos seca, insistente; la posibilidad de dejar pendientes
algunas operaciones me preocupaba, especialmente cuando, a los pocos días,
me marchaba de vacaciones a Italia.
Al llegar a mi país, mis amigos y familiares me dijeron que tenía mal
aspecto, y que debía hacerme un examen. Cuando el médico que me atendió me
comunicó los resultados, me dijo, con un cierto embargo, que era portador
del virus del sida. Me quedé sin palabras. Confieso que no experimenté
ninguna emoción en particular, ni siquiera me desanimé. Como médico, muchas
veces he tenido que comunicar a mis pacientes que eran seropositivos, lo que
era un deber muy duro para mí. A veces me imaginaba que estaba en su lugar,
y ese pensamiento me causaba una cierta angustia; me tranquilizaba
diciéndome que no estaba enfermo, y que esos eran sólo fantasmas mentales.
¡Pero la verdad es que ahora era yo el paciente! Sin embargo, no sentí esa
angustia, ni tampoco rebelión ni miedo. En mi interior, todo permanecía
igual y todo había cambiado, cambiado para siempre.
Considerando que el 20% de mis pacientes son seropositivos y que, como
cualquier cirujano, corro el riesgo de herirme, las ocasiones de contagiarme
no eran pocas. Reconozco que la gracia de Dios me había ayudado a acoger con
serenidad la noticia; por otro lado, creo que parte de mi tranquilidad
derivaba del hecho de que existen fármacos altamente eficaces, con lo que la
esperanza de vida era buena. Debería tomar un cocktail de tres fármacos, en
dos dosis, una por la mañana y otra por la noche. Gracias a esto, los virus
en circulación quedan reducidos a un número insignificante, mientras que los
linfocitos, fabricados por el cuerpo en una cantidad mayor de la que son
destruidos, comenzarían a aumentar. La esperanza de poder convivir con la
enfermedad durante un largo tiempo me consolaba.
Sin embargo, el pensamiento de que esta esperanza radicaba en el solo hecho
de que era italiano, y de que así podría acceder a la medicación, me
atormentaba. Pero, ¿y mis pacientes mozambiqueños? ¿Por qué no podían tener
ellos la misma esperanza? ¿Por qué no podían tener también acceso a la
terapia? Sentía que debía empeñarme en hacer que otros hombres y mujeres -al
menos, los habitantes de Quelimane- pudiesen tener la misma esperanza de
vida que yo.
He decidido no esconder a nadie mi enfermedad; ahora, todos saben que el
padre Marchesini, el doctor del hospital, es seropositivo, está haciendo la
terapia, está vivo, está bien y continúa trabajando. Dentro de pocos días,
también sabrán que la terapia está ya disponible para todos los enfermos,
que ya no habrá necesidad de esconderse, o de negarse a hacerse la prueba
por miedo a saber. Son ya muchas las personas que se han acercado a mí para
hablar, para recibir consuelo y ser encaminadas hacia la terapia.
Aldo Marchesini en Nigrizia
A semejanza de Cristo, lleva sobre su cuerpo las dolencias de aquellos a los
que está dedicando toda su vida. La revista Nigrizia ha publicado un
testimonio suyo, del que hacemos un extracto:
Había oído que la Comunidad de San Egidio estaba
iniciando una experiencia piloto en Mozambique, con el objetivo de ofrecer
gratuitamente a los africanos enfermos de sida el mismo tratamiento
disponible en las naciones ricas. Decidí ir a Roma a hablar con el
responsable del proyecto; el encuentro fue muy positivo, y volví a casa
lleno de esperanza: había encontrado el modo de poder comenzar en mi
hospital de Quelimane una terapia antirretroviral eficaz... y gratuita.
Volví a Mozambique cinco meses después de la fecha prevista para mi regreso,
sin miedo, y reanudé mi trabajo en el hospital. ¡Estoy contentísimo!
Aquí finaliza mi historia, pero mi aventura
interior continúa en compañía de una multitud de enfermos de Mozambique. No
puedo más que agradecer al Señor el haberlos conocido, y haber conducido las
cosas de modo que la semilla de la esperanza pudiese, en un breve espacio de
tiempo, transformarse en una gran árbol; un árbol que ofrece sus frutos a
todos aquellos que lo necesitan.
cortesía de: Comité
Independiente Antisida. http://gratisweb.com/cias20