Procesión eucarística en China: La fe que vence al mundo
Por José Luis Restán
(http://iglesia.libertaddigital.com/)
En la diócesis china de Zhouzhi, enclavada en la provincia nororiental de
Shanxi, ha sucedido un acontecimiento del que casi nadie ha levantado acta.
Sí lo ha hecho la agencia de noticias AsiaNews, y gracias a eso hemos sabido
que por primera vez desde hace 56 años, ha tenido lugar en China una
procesión eucarística.
Todo comenzó en el pueblo de Yongan, donde mora una comunidad de 500
católicos pastoreados por un anciano párroco de 80 años de edad.
Increíblemente, hasta allí llegó la noticia de que Juan Pablo II había
proclamado un Año de la Eucaristía, y los animosos miembros de esta
comunidad decidieron realizar todos los jueves media hora de adoración al
Santísimo; después decidieron manifestar en la calle, ante sus vecinos, lo
que vivían cada semana en su modesta iglesia.
En su sencillez, este gesto de pronta respuesta a la sugerencia del Papa es
toda una lección para nosotros, católicos de occidente. Todavía no hará una
semana, me veía yo envuelto en una discusión sobre la necesidad de “alegrar”
nuestras celebraciones litúrgicas para conseguir atraer a los jóvenes: aún
estamos en esas. Mientras, nuestros hermanos de China no pierden el tiempo
en inútiles diatribas, viven la fe, la manifiestan y punto. Eso sí, al
hacerlo saben que corren el riesgo de perder su trabajo e incluso su
libertad. Seguramente muchos de los que participaron en esta procesión eran
nietos de los católicos que habitaban ese mismo pueblo cuando triunfó la
revolución maoísta, pero nada ha impedido (ni la cárcel, ni los campos de
reeducación, ni la presión ideológica) que se transmitiera la fe de
generación en generación. Algunos testigos han relatado que muchos
ciudadanos salían de sus casas para contemplar la procesión, que atravesó
cinco pueblos antes de volver a su punto de origen; no en vano, los
organizadores han subrayado que se trataba de un testimonio público de fe.
“Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe”, escribe el apóstol San
Juan en su primera carta. La pequeña grey católica de Yongan puede parecer
una gota en el inmenso océano del Celeste Imperio, pero nos permite ver
hasta qué punto eso es verdad.
En estos días, la agencia AsiaNews perteneciente al Pontificio Instituto de
Misiones Extranjeras (PIME), ha publicado una lista con los nombres de 19
obispos y 18 sacerdotes católicos chinos que permanecen detenidos, algunos
de ellos en paradero desconocido. Su único crimen consiste en permanecer
fieles a la sede de Roma y no haber cedido a la imposición de encuadrarse en
la Asociación de Católicos Patrióticos, controlada por el régimen comunista
de Pekín. Esta agencia ha lanzado, junto a otras instituciones, un
llamamiento al Parlamento chino para que proceda a la puesta en libertad de
estas personas, honrando así la declaración de libertad religiosa que
incluye la constitución del país. No soy optimista al respecto, aunque las
autoridades chinas serán más permeables a la presión internacional durante
el periodo que nos separa de los Juegos Olímpicos de 2008: en todo caso, es
una iniciativa que merece la pena secundar, sobre todo para que el mundo
sepa lo que ocurre tras la cortina de bambú, y nuestros hermanos reciban al
menos la brisa de nuestro aliento.
Yo tengo claro que el régimen comunista cambiará de cara pero no de
sustancia; pero también me parece evidente que los sucesivos vendavales
revolucionarios, con su secuela de violentas persecuciones, no han
conseguido desarraigar el cristianismo del corazón de China. Ellos nos
necesitan, pero quizás aún más, nosotros les necesitamos a ellos.