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Las Odas de Salomón

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El crucifijo sirio

Nacido en Jerusalén, el cristianismo se difundió por el mundo desde la ciudad de Antioquía, puerto muy frecuentado entre Oriente y Occidente. Esta ciudad se convirtió muy pronto en sede de un obispado cuya irradiación e influencia teológicas están fuera de toda duda: basta pensar en el influjo de san Ignacio de Antioquía. Hubo muchas otras personalidades, otros escritores, conocidos o no, cuyas obras revelan todavía hoy un pensamiento teológico distinto del de Bizancio o del de Cartago. Por definirlo con una sola palabra, este pensamiento es «joánico».

El apóstol Juan vivió mucho tiempo en Éfeso, pero había residido antes en Antioquía, como afirma san Efrén, y ejerció una influencia innegable sobre Siria, Capadocia y toda el Asia Menor. Hacia el año 110, Ignacio de Antioquía escribió sus Cartas, que sólo contienen una cita explícita del evangelio de Juan, pero que sin duda definen a Ignacio como testigo de la tradición joánica. En la misma época, Policarpo de Esmirna, discípulo de Juan, escribe su Carta a los filipenses, en la que cita textualmente a 1 Jn 4,2-3 y a 2 Jn 7, y en la que emplea diversas expresiones que se encuentran en el evangelio de Juan.

Las Odas de Salomón, Himnos de Fe.

En la primera mitad del siglo II se escribió también una obra siria, que permaneció luego desconocida por largo tiempo, con el título de Odas de Salomón. Esta obra, originaria de Antioquía o de Edesa, y de indiscutible influencia joánica, tiene muchos puntos en común con la himnología siria: su lenguaje y teología atestiguan que su autor fue un jadeo-cristiano. El tema más frecuente es el del Verbo, considerado en un movimiento descendente (humillación) y ascendente (exaltación): Cristo se abaja hasta la cruz, pero triunfa y es exaltado por su combate en la cruz.

Estas Odas son un documento muy importante para nosotros, pues condensan en pocas páginas la misma enseñanza que encontramos en el arte sirio y, más concretamente, en la representación de la crucifixión... Su enseñanza es fundamentalmente joánica. Ahora bien, como indica con tanto acierto el canónigo Osty, para Juan, «Jesús no sólo es el Mesías de Israel (Mateo), el Hijo de Dios (Marcos), el Salvador (Lucas); es también el Verbo encarnado que les revela a los hombres a Dios invisible y les trae la Luz y la Vida. Los poderes de las tinieblas se agrupan contra Él, «pero son derrotados».Cruz de San Dámaso Ahí radica «el drama conmovedor que constituye el tema fundamental de todo el evangelio (de Juan)»; este drama se despliega rigurosamente en una sucesión de relatos, discursos y símbolos, en los que las fuerzas del mal parecen salir victoriosas, pero esto es mera apariencia: «Jesús está por encima de los acontecimientos... y la muerte ignominiosa a que es condenado, y de la que el evangelio habla siempre con términos de soberana nobleza, es el camino de la gloria para Jesús, y el de la salvación y la vida para sus fieles». Las Odas de Salomón afirman la misma doctrina, pero con lenguaje poético:

«Él me hace bajar desde lo alto [es Cristo quien habla]
y me hace subir desde los lugares inferiores...
Él dispersa a mis enemigos
y a mis adversarios.
Él me da poder sobre las ataduras,
para que yo las deshaga
» (OdSl 22, 1. 3-4; p. 87).

«He sido coronado por mi Dios,
y mi corona es viva.
He sido justificado por mi Señor
y mi salvación es incorruptible...
Marché hacia todos mis prisioneros para liberarlos,
para no dejar a nadie cautivo o que hiciese cautivo...
Sembré en los corazones mis frutos
y los transformé en mí.
Recibieron mi bendición y vivieron,
se reunieron en mí y fueron salvados.
Porque eran miembros para mí
y yo su cabeza.
Gloria a ti, oh cabeza nuestra, Señor Mesías.
Aleluya» 
(OdSl 17, 1-2. 12. 14-17; pp. 83-84).

«Fui innecesario para los que no8 me conocían... [cf. Jn 5,43-47; 6,64-71; etc.]
pero estaré con los que me aman.
Murieron todos mis perseguidores,
pero me buscaban todos los que esperaban en mí, porque estoy vivo.
Me levanté y estoy con ellos...» 
(OdSl 42, 3-6; pp. 99-100).

 

La Oda 33 alude a la cruz de Jesús (cf. Jn 12,32: «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí»):

 

«Se levantó sobre una cima elevada y lanzó su voz
desde un extremo al otro de la tierra.
Atrajo hacia sí a todos los que le obedecieron
y no apareció como malo»
 (OdSl 33, 3-4; p. 94).
 

El sentido de estos textos poéticos es claro: todos estamos invitados a seguir a Cristo viviente y vencedor, a fin de vivir también nosotros. En ese mismo sentido, las Odas aluden muchas veces al agua viva, tema frecuente del cuarto evangelio. La idea de vida (agua viva, tener la vida), tan del gusto de san Juan, está muy presente en estos poemas, al igual que en Ignacio de Antioquía y en otro breve escrito judeocristiano, la Didaché, que no sabemos con certeza dónde se escribió, pero todo induce a creer que fue en Antioquía.

 

Odas de Salomón - la mística de la oración

 

Habría que citar también los escritos de san Efrén, sobre todo los pasajes que tratan del Verbo que es la luz que atrae irresistiblemente (Jn 1,35-40); de las bodas de Caná, en las que el agua convertida en vino simboliza la concepción y el nacimiento de Jesús (Jn 2,1-11), milagro que Efrén relaciona con el Pan de Vida (Jn 6). Jesús es el agua viva (Jn 4), pues es el Mesías, igual al Padre, luz; Jesús es la Vida y puede resucitar a los muertos, sin embargo va a la muerte y lo dice (Jn 11,48-50; 12,1-10). Pero esta muerte es la fuente de la salvación, y Efrén insiste en que Cristo vence al mundo (Jn 14,30; 16,33), cura a las criaturas mediante el bautismo de su muerte y es glorificado por el Padre (Jn 17,1-5).

Efrén insiste también en la presencia de María y Juan unidos junto a la cruz, y en la lanzada de la que brota sangre como de una fuente: Jesús estaba muerto y vive; esta sangre que mana del costado contiene la vida. Por eso canta Efrén en sus himnos al Cristo victorioso: Adán fue vencido por el árbol, Cristo venció por el árbol y exaltará a los justos, pues Él es la puerta viva del paraíso (Jn 10,7). Por tanto, hay que cantar y alabar a Aquel que nos salva.

Efectivamente, el sentido de la alabanza y de la exaltación es una de las características de los escritos sirios. Los escritores, y también los artistas, unos y otros en su propio lenguaje, no se contentan con exposiciones platónicas; invitan a cantar y glorificar al Señor Jesús que se abajó hasta nosotros y se elevó hasta el cielo; manifiestan una auténtica exultación al ver las obras del Salvador, especialmente la Redención. Abundan en el grito de alegría: «¡Aleluya!», en estribillos de alabanza: «¡Alabanza a tu justicia que exalta al vencedor!» (Efrén, Himno 1,1); «¡Bendito el que alejó la espada del Paraíso con la lanza con que fue atravesado!» (Id 2,1); «¡Bendito el que con su cruz abrió la puerta del Paraíso!» (Id, 6, 1); «¡Gloria a tu bondad, que tiene piedad de los pecadores!» (Id, 12); etc.

Los textos sirios citados más arriba, aunque también se sirven de los evangelios sinópticos, se sitúan en la perspectiva del evangelio de Juan. En ellos encontramos lo que veía X. Léon-Dufour en el cuarto evangelio y, más concretamente, en el relato de la Pasión: «Una marcha triunfal de Jesús hacia el Padre (Jn 13,1)... El lector no sólo es invitado a un acto de fe (Marcos), de adoración (Mateo), de participación (Lucas), sino que es arrebatado con Jesús en la marcha poderosa, soberana, triunfal que conduce a la cruz, ese trono desde donde Jesús funda su iglesia... el lector no está simplemente frente al misterio del destino divino que se cumple inexorablemente; está dentro del misterio, puesto que Jesús ya ha sido glorificado como príncipe». La cruz joánica o siria, misterio de abajamiento y de gloria, invade al lector -o al espectador, si se trata de un icono-, del mismo modo que penetró el corazón de María y el de Juan, el de las mujeres y el del centurión, y el de todo aquel que cree en Jesús. A pesar de las tinieblas que la envuelven, la cruz es para el creyente fuente de Vida y de Luz.

Las Odas de Salomón - mística de la salvación

 

En una palabra, la teología siria es sencilla y concreta: Dios salva al hombre de la muerte por su Hijo que se abaja, se humilla y, así, da la Vida en abundancia; Jesús vuelve al Padre arrastrando a los creyentes en pos de él. El cristiano contempla la obra divina y, sobre todo, se une a Cristo humilde y poderoso, muerto y viviente, sigue el mismo camino de Cristo, marcha con él (1 Pe 2,21). La teología siria no tiene nada de «bizantino» en el sentido peyorativo del término; es concreta, realista y marca profundamente la vida del cristiano. Esta teología la encontramos entera en el arte sirio que, como se sabe, es sobre todo obra de monjes, hombres de oración y contemplación que plasmaban en iconos lo que antes habían meditado y vivido con detención. Los crucifijos sirios, incluso los influenciados por el arte bizantino, expresan esta teología con un realismo y un simbolismo que se funden armónicamente entre sí, e inducen al espectador a la contemplación, a la alabanza y a la participación en la obra de Cristo.

(cortesía:  http://www.franciscanos.org/enciclopedia/schampheleer.html)





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