Discursos del Santo Padre Juan Pablo II a los miembros del Consejo Pontificio de la Cultura
Juan Pablo II
La Iglesia y la cultura, 18 de enero de 1983
Actividades y proyectos del Consejo Pontificio de la Cultura, 16 de enero de
1984
Evangelizar las culturas de nuestro tiempo, 15 de enero de 1985
Una nueva era de la cultura humana, 13 de enero de 1986
Una evangelización renovada de las personas y de las culturas, 17 de enero
de 1987
El Evangelio ha de fecundar todas las culturas, 15 de enero de 1988
La evangelización de las culturas y la inculturación del Evangelio, 13 de
enero de 1989
Nuevos horizontes para la cultura mundial, 12 de enero de 1990
Injertar el Evangelio en todas las culturas, 10 de enero de 1992
La misión del nuevo Consejo Pontificio de la Cultura: el diálogo con los no
creyentes y la inculturación de la fe, 18 de marzo de 1994
El Evangelio, Buena Nueva para las culturas, 14 de marzo de 1997
Cristo renueva todas las culturas, 19 de noviembre de 1999
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01.
La Iglesia y la cultura, 18 de enero
de 1983
Eminentísimos señores, excelentísimos señores, señoras, señores:
1. Me da especial alegría recibir por primera vez y oficialmente al Consejo
Pontificio para la Cultura. Quiero ante todo dar las gracias a los miembros
del Consejo Internacional nombrados hace poco por mí, que han respondido con
suma prontitud a la invitación de reunirse en Roma para deliberar sobre la
orientación y futuras actividades del Consejo Pontificio para la Cultura. Su
presencia en este Consejo constituye un honor y una esperanza para la
Iglesia. Su fama, reconocida en distintos sectores de la cultura, ciencias,
letras, medios de información, universidades y disciplinas sagradas, permite
esperar un trabajo fecundo de este nuevo Consejo que he decidido crear
movido por las directrices del Concilio Vaticano II.
2. Este Concilio imprimió un nuevo dinamismo a dicho sector, sobre todo con
la Constitución Gaudium et Spes. Ciertamente hoy es tarea ardua comprender
la extrema variedad de culturas, costumbres, tradiciones y civilizaciones. A
primera vista el desafío parece sobrepasar nuestras fuerzas, sin embargo,
¿no está en la misma medida de nuestra fe y nuestra esperanza? En el
Concilio la Iglesia reconoció una ruptura dramática entre Iglesia y cultura.
El mundo moderno está deslumbrado por sus conquistas y sus logros
científicos y técnicos. Pero con demasiada frecuencia cede ante ideologías y
criterios de ética práctica y comportamientos que están en contradicción con
el Evangelio o, al menos, hacen caso omiso de los valores cristianos.
3. En nombre de la fe cristiana el Concilio comprometió a la Iglesia entera
a ponerse a la escucha del hombre moderno para comprenderlo e inventar un
nuevo tipo de diálogo que le permita introducir la originalidad del mensaje
evangélico en el corazón de la mentalidad actual. Hemos de encontrar de
nuevo la creatividad apostólica y la potencia profética de los primeros
discípulos para afrontar las nuevas culturas. Es necesario presentar la
palabra de Cristo en toda su lozanía a las generaciones jóvenes, cuyas
actitudes a veces son difíciles de comprender para los espíritus
tradicionales, si bien están lejos de cerrarse a los valores espirituales.
4. En varias ocasiones he querido afirmar que el diálogo de la Iglesia con
las culturas reviste hoy importancia vital para el porvenir de la Iglesia y
del mundo. Permitidme volver a insistir en dos aspectos principales y
complementarios que corresponden a los dos niveles en los cuales la Iglesia
ejerce su acción: el de la evangelización de las culturas y el de la defensa
del hombre y de su promoción cultural. Ambas tareas exigen definir nuevas
caminos de diálogo entre la Iglesia y las culturas de nuestra época.
Para la Iglesia este diálogo es absolutamente indispensable, pues de lo
contrario la evangelización se reduciría a letra muerta. San Pablo no
vacilaba en afirmarlo: "¡Ay de mí, si no evangelizara!". En este final del
siglo XX, como en los tiempos del Apóstol, la Iglesia debe hacerse toda para
todos y acercarse con simpatía a las culturas de hoy. Aún existen ambientes
y mentalidades, países y regiones enteras por evangelizar; y esto requiere
un proceso largo y valiente de inculturación para que el Evangelio impregne
el alma de las culturas vivas, responda a sus expectativas más altas y las
haga crecer incluso hasta la dimensión de la fe, la esperanza y la caridad
cristianas. La Iglesia, en sus misioneros ha realizado una obra incomparable
en todos los continentes, pero el trabajo misionero no se termina nunca,
porque a veces las culturas se han tocado sólo superficialmente y, de todas
maneras, por encontrarse éstas en trasformación incesante exigen un nuevo
acercamiento. Añadamos asimismo que este término noble de misión se aplica
hoy a las antiguas civilizaciones marcadas por el cristianismo, pero ahora
están amenazadas por la indiferencia, el agnosticismo y la misma irreligión.
Además, surgen sectores nuevos en la cultura con objetivos, métodos y
lenguajes diferentes. El diálogo intercultural se impone a los cristianos en
todos los países.
5. Para evangelizar eficazmente hay que adoptar resueltamente una actitud de
reciprocidad y comprensión para simpatizar con la identidad cultural de los
pueblos, de los grupos étnicos y de los varios sectores de la sociedad
moderna. Por otra parte, hay que trabajar por el acercamiento de las
culturas de modo que los valores universales del hombre sean acogidos por
doquier con un espíritu de fraternidad y solidaridad. Evangelizar supone
penetrar en las identidades culturales específicas y, al mismo tiempo,
favorecer el intercambio de culturas abriéndolas a los valores de la
universalidad e incluso, yo diría, de la catolicidad.
Pensando precisamente en esta seria responsabilidad he querido crear el
Consejo Pontificio para la Cultura, con el fin de dar a toda la Iglesia un
impulso vigoroso y despertar en los responsables y en todos los fieles
conscientes, el deber que nos concierne a todos de estar a la escucha del
hombre moderno, no para aprobar todos sus comportamientos, sino ante todo
para descubrir, en primer lugar, sus esperanzas y aspiraciones latentes. Por
esta razón he invitado a los obispos, a quienes están encargados de diversos
servicios de la Santa Sede, a las Organizaciones católicas internacionales,
a las universidades y a todos los hombres de fe y de cultura, a
comprometerse con convicción en el diálogo de las culturas y llevar la
palabra salvífica del Evangelio.
6. Además, no hemos de olvidar que en ésta relación dinámica de la Iglesia
con el mundo contemporáneo, los cristianos tienen mucho que recibir. El
Concilio Vaticano II insistió en este punto, y es oportuno recordarlo. La
Iglesia se ha enriquecido grandemente con las adquisiciones de numerosas
civilizaciones. La experiencia secular de gran número de pueblos, el
progreso de la ciencia, los tesoros ocultos de las diversas culturas por
cuyo medio se descubre más plenamente la naturaleza del hombre y se
entreabren caminos nuevos hacia la verdad, todo esto redunda en provecho
cierto para la Iglesia, como lo reconoció el Concilio (cf. Gaudium et Spes,
44). Y este enriquecimiento continúa. En efecto, pensemos en los resultados
de las investigaciones científicas para un mejor conocimiento del universo,
para una profundización del misterio del hombre; recapacitemos en los
beneficios que pueden proporcionar a la sociedad y a la Iglesia los nuevos
medios de comunicación y del encuentro entre los hombres, la capacidad de
producir innumerables bienes económicos y culturales, sobre todo, de
promover la educación de masas, de curar enfermedades consideradas
incurables en otro tiempo. ¡Qué estupendos logros! Todo para honor del
hombre. Y todo ha beneficiado grandemente a la misma Iglesia, en su vida, en
su organización, en su trabajo y en su obra propia. Es, pues, normal que el
Pueblo de Dios, solidario del mundo en el cual vive, reconozca los
descubrimientos y las realizaciones de nuestros contemporáneos y participe
en la medida de sus posibilidades, para que el mismo hombre crezca y se
desarrolle en plenitud. Esto supone profunda capacidad de acogida y
admiración y, a la vez, un lúcido sentido de discernimiento. Quisiera
insistir en este último punto.
7. Al impulsarnos a evangelizar, nuestra fe nos incita a amar al hombre en
sí mismo. Ahora bien, hoy más que nunca el hombre necesita que se le
defienda contra las amenazas que se ciernen sobre su desarrollo. El amor que
brota de las fuentes del Evangelio, en la estela del misterio de la
Encarnación del Verbo nos impulsa a proclamar que el hombre merece honor y
amor para sí mismo y debe ser respetado en su dignidad. Así los hermanos
deben volver a aprender a hablarse como hermanos, respetarse y comprenderse
para que el hombre mismo pueda sobrevivir y crecer en la dignidad, la
libertad, y el honor. En la medida en que sofoca el diálogo con las
culturas, el mundo moderno se precipita hacia conflictos que corren el
riesgo de ser mortales para el porvenir de la civilización humana. Más allá
de los prejuicios y de las barreras culturales y de las diferencias
raciales, lingüísticas, religiosas e ideológicas, los humanos deben
reconocerse como hermanos y hermanas y aceptarse en su diversidad.
8. La falta de comprensión entre los hombres los hace correr hacia un
peligro fatal. Sin embargo, el hombre está igualmente amenazado en su ser
biológico por el deterioro irreversible del ambiente, por el riesgo de
manipulaciones genéticas, por los atentados contra la vida naciente, por la
tortura que reina todavía gravemente en nuestros días. Nuestro amor al
hombre nos debe infundir el valor de denunciar las concepciones que reducen
al ser humano a una cosa que se puede manipular, humillar o eliminar
arbitrariamente.
Asímismo el hombre sufre amenazas insidiosas en su ser moral, porque está
sometido a corrientes hedonistas que le exasperan sus instintos y lo
deslumbran con ilusiones de consumo indiscriminado. La opinión pública es
manipulada por las sugerencias engañosas de la poderosa publicidad, cuyos
valores unidimensionales debieran hacernos críticos y vigilantes.
Además, el hombre es humillado en nuestros días por sistemas económicos que
explotan enteras colectividades. Por otra parte, el hombre es la víctima de
ciertos regímenes políticos o ideológicos que aprisionan el alma de los
pueblos. Como cristianos no podemos callar y debemos denunciar esta opresión
cultural que impide a las personas y grupos étnicos ser ellos mismos en
consonancia con su profunda vocación. Gracias a estos valores culturales, el
hombre individual o colectivamente vive una vida verdaderamente humana y no
se puede tolerar que se destruyan sus razones de vivir. La historia será
severa con nuestra época en la medida en que ésta sofoque, corrompa y
avasalle brutalmente las culturas en muchas regiones del mundo.
9. Es en este sentido que quise proclamar en la UNESCO, ante la Asamblea de
todas las naciones, lo que me permito repetir hoy ante vosotros: "Hay que
afirmar al hombre por él mismo, y no por ningún otro motivo o razón:
¡Únicamente por él mismo! Más aún, hay que amar al hombre porque es hombre,
hay que revindicar el amor por el hombre en razón de la particular dignidad
que posee. El conjunto de las afirmaciones que atañen al hombre pertenecen a
la sustancia misma del mensaje de Cristo y de la misión de la Iglesia, a
pesar de todo lo que los espíritus críticos hayan podido declarar sobre este
punto y a pesar de todo lo que hayan podido hacer las diversas corrientes
opuestas a la religión en general, y al cristianismo en particular (Discurso
en la UNESCO, 2 de junio de 1980, n. 10; L'Osservatore Romano, Edición en
Lengua Española, 15 de junio de 1980, pág. 12). Este mensaje es fundamental
para hacer posible el trabajo de la Iglesia en el mundo actual. Por esto, al
final de la Encíclica Redemptor Hominis escribí que "el hombre es y se hace
siempre la vía de la vida cotidiana de la Iglesia" (n. 21). Sí, el hombre es
el "camino de la Iglesia", pues sin este respeto al hombre y a su dignidad,
¿cómo podríamos anunciarle las palabras de la vida y verdad?
10. Por tanto, recordándonos estos dos principios de orientación
-evangelización de las culturas y defensa del hombre-, el Consejo Pontificio
para la Cultura realizará su propio trabajo. De una parte, se requiere que
el evangelizador se familiarice con los ambientes socio-culturales en que
debe anunciar la Palabra de Dios; cuanto más sea el mismo Evangelio fermento
de cultura en la medida en la cual regocija al hombre en sus modos de
pensar, de comportarse, de trabajar, de divertirse, es decir, en su
especificidad cultural. De otra parte, nuestra fe nos da una confianza en el
hombre -el hombre creado a imagen de Dios y rescatado por Cristo- que
deseamos defenderlo y amarlo por él mismo, conscientes de que él no es
hombre sino por su cultura, es decir, por su libertad de crecer
integralmente y con todas sus capacidades específicas. Es difícil la tarea
de ustedes, pero espléndida. Juntos deben contribuir a señalar los nuevos
caminos del diálogo de la Iglesia con el mundo de nuestro tiempo. ¿Cómo
hablar al corazón y a la inteligencia del hombre moderno para anunciarle la
palabra salvífica? ¿Cómo lograr que nuestros contemporáneos sean más
sensibles al valor peculiar de la persona humana, a la dignidad de cada
individuo, a la riqueza escondida en cada cultura? La tarea de ustedes es
grande, pues han de ayudar a la Iglesia a ser creadora de cultura en su
relación con el mundo moderno. Seríamos infieles a nuestra misión de
evangelizar, a las generaciones presentes si dejáramos a los cristianos en
la incomprensión de las nuevas culturas. Seríamos igualmente infieles a la
caridad que nos debe animar, si no viéramos dónde hoy el hombre está
amenazado en su humanidad, y si no proclamáramos con nuestras palabras y
nuestros gestos la necesidad de defender al hombre individual y colectivo, y
librarlo de las opresiones que lo esclavizan y humillan.
11. En vuestro trabajo estáis invitados a colaborar con todos los hombres de
buena voluntad. Descubriréis que el Espíritu del bien está misteriosamente
en la acción de muchos contemporáneos nuestros, incluso en algunos que se
confiesan sin religión alguna, pero buscan cumplir honestamente su vocación
humana con valentía. Pensemos en tantos padres y madres de familia, en
tantos educadores, estudiantes y obreros entregados a su tarea, en tantos
hombres y mujeres dedicados a la causa de la paz, del bien común, de la
justicia y de la cooperación internacionales. Pensemos tambiém en todos los
investigadores que se consagran con constancia y rigor moral a sus trabajos
útiles a la sociedad y en todos los artistas sedientos y creadores de
belleza. No vaciléis en dialogar con todas estas personas de buena voluntad,
de las cuales muchas esperan quizás secretamente el testimonio y el apoyo de
la Iglesia para defender mejor e impulsar el progreso auténtico del hombre.
12. Os agradezco ardientemente que hayáis venido a trabajar con nosotros. En
nombre de la Iglesia, el Papa cuenta mucho con osotros, pues como lo dije en
la carta con la cual cree vuestro Consejo "traerá regularmente a la Santa
Sede la resonancia de las grandes aspiraciones culturales alrededor del
mundo, profundazando las expectativas de las civilizaciones contemporáneas y
explorando los caminos nuevos de diálogo cultural". Vuestro Consejo antes
que todo, tendrá valor de testimonio. Debéis manifestar ante los cristianos
y el mundo el profundo interés que la Iglesia tiene por el progreso de la
cultura y por el diálogo fecundo de las culturas, como por su encuentro
benéfico con el Evangelio. Vuestro papel no puede definirse de una vez por
todas y "a priori"; la experiencia os enseñará los modos de acción más
eficaces y más aptos para las circunstancias. Permaneced en relación
periódica con la dirección ejecutiva del Consejo -que felicito y animo-
compartiendo su actividad y sus investigaciones, proponed vuestras
iniciativas e informad de vuestras experiencias. Evidentemente, lo que se
pide al Consejo para la Cultura es ejercer su acción a modo de diálogo, de
iniciación, de testimonio, de búsqueda. Es ésta una manera particularmente
fecunda para la Iglesia, de estar presente en el mundo para revelar el
mensaje nuevo de Cristo Redentor.
En las proximidades del Jubileo de la Redención, pido a Cristo os inspire y
os asista para que vuestro trabajo sirva a su plan, a su obra de salvación.
De todo corazón os agradezco de antemano vuestra cooperación, os bendigo en
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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02. Actividades y proyectos del Consejo
Pontificio para la Cultura, 16 de
enero de 1984
Queridos hermanos en el Episcopado, Queridos amigos:
Os doy la más cordial bienvenida, dichoso de encontraros con motivo de
vuestra reunión anual en Roma, para un tiempo privilegiado de reflexión y de
orientación, en comunión con el Papa. Por medio de vuestras personas, es a
los hombres de la cultura de los diferentes continentes a quienes saludo con
respeto. Conocéis la importancia vital que yo atribuyo al devenir de las
culturas de nuestro tiempo, y a su reencuentro fecundo con la palabra
salvífica de Cristo liberador, fuente de gracias también para las culturas.
1. Durante estas jornadas de trabajo, habéis concretado las actividades del
Consejo Pontificio para la Cultura, a fin de reflexionar sobre su acción
futura, partiendo de una visión cristiana sobre las culturas hacia finales
del siglo XX.
Yo deseo a este Consejo, el último nacido de los organismos de la curia
romana, que asuma progresivamente su propio papel, y os doy las gracias por
todo cuanto habéis llevado a cabo desde la fundación en mayo de 1982. Doy
las gracias expresamente al cardenal Garrone, presidente del Comité de
Presidencia; al cardenal Sales, a monseñor Paul Poupard, presidente del
Comité ejecutivo; a monseñor Antonio Javierre Ortas, consejero; al padre
Carrier, secretario, y a sus colaboradores, todos los cuales se consagran a
sus primeras tareas de exploración y de realización; y a los distinguidos
miembros del Consejo Internacional, cuya colaboración cualificada es y será
muy valiosa.
Ya la Santa Sede y la Iglesia, gracias a las universidades y academias
eclesiásticas, a las comisiones especializadas, a las bibliotecas y a los
archivos han dado siempre al mundo una colaboración de primer orden, en el
campo de la educación, de la enseñanza y de la investigación, de las
ciencias y de las artes sagradas.Diversos organismos de la Curia colaboran,
y es, ciertamente, deseable que su acción se desarrolle aún, como respuesta
a las exigencias del mundo moderno, y sobre todo, que sea más armónica y
conocida. Vuestro Consejo tiene su parte original en esta actividad y en
esta cooperación.
2. Vuestro papel es, sobre todo, de establecer las relaciones con el mundo
de la cultura, en la Iglesia y fuera de las instituciones eclesiales, con
los obispos, los religiosos, los laicos comprometidos en este campo, o
delegados de las asociaciones culturales oficiales o privadas, los
universitarios, los investigadores y artistas, todos aquellos que están
interesados en profundizar los problemas culturales de nuestra tiempo. En
unión con las Iglesias locales, contribuís a que los representantes
cualificados den a conocer a la Iglesia el fruto de sus experiencias,
investigaciones y realizaciones en beneficio de la cultura -que la Iglesia
no deberá ignorar en su diálogo pastoral y que son una fuente de
enriquecimiento humano- y también a que reciban a este respecto el
testimonio de los cristianos.
3. Se piensa, naturalmente, en Organizaciones Internacionales, tales como la
UNESCO y el Consejo de Europa, cuyas actividades específicas quieren estar
al servicio de la cultura y de la educación. Vuestro Consejo puede
contribuir -tal como ya se ha hecho- a reforzar la colaboración que conviene
a tales organismos, los cuales están ya en relación con la Santa Sede.
Estáis igualmente bien ubicados para participar, con otros representantes de
la Santa Sede y de la Iglesia, en Congresos importantes que tratan los
problemas de la cultura y de las ciencias del hombre. En tales campos, la
presencia de la Iglesia, en la medida en que es invitada, es particularmente
significativa y fuente de un gran enriquecimiento tanto para el mundo como
para ella, y es importante que consagre a la misma todos sus cuidados.
4. La actividad habitual del Consejo es también el estudio profundo de las
grandes cuestiones culturales, en las cuales la fe es interpelada y la
Iglesia está particularmente implicada. Es un servicio apreciado por el
Papa, la Santa Sede y la Iglesia. La colección "Culturas y Diálogo" -de la
cual se conocía ya el primero e interesante volumen sobre el caso Galileo-
podría contribuir útilmente, al igual que las diversas realizaciones que
proyectáis al diálogo entre el Evangelio y las culturas.
5. Para continuar vuestros proyectos es conveniente que os dirijáis -como ya
tenéis cuidado de ello a las Conferencias Episcopales a fin de recoger las
iniciativas con las cuales llevan a la práctica en sus lugares los objetivos
del Concilio Vaticano II y particularmente de la Constitución Gaudium et
Spes sobre la cultura. Conocer mejor cómo las Iglesias locales captan las
evoluciones de las mentalidades y de las culturas en sus países ayudará a
orientar mejor su acción evangelizadora. Experiencias pastorales
interesantes se han intentado en este campo a partir del Concilio, que
permiten a las Iglesias locales afrontar con la luz del Evangelio, los
problemas complejos planteados por el surgimiento de nuevas culturas y los
retos de la inculturación, las nuevas corrientes de pensamiento, el
reencuentro a veces conflictivo de las culturas y la búsqueda leal del
diálogo entre ellas y la Iglesia.
Algunos episcopados han creado ya una comisión competente para la
cultura.Algunas diócesis han nombrado un responsable, a veces un obispo
auxiliar, encargado de los problemas nuevos que plantea una pastoral moderna
de la cultura. Es esta la solución que yo mismo he considerado conveniente
instituir, como sabéis, para la diócesis de Roma.
Será valioso hacer conocer los resultados que estas iniciativas han
obtenido, suscitando de esta forma un útil intercambio de información y una
sana emulación.
6. Con todo derecho también, tratáis de colaborar con las Organizaciones
Internacionales Católicas. Muchas de estas organizaciones están
particularmente interesadas en los problemas de la cultura, y ya han
solicitado esta cooperación con vosotros. Las OIC van adelente en la acción
que desarrollan los católicos en la promoción de la cultura, de la
educación, del diálogo intercultural. Por esto, me alegro de la atención
prestada por vuestro Consejo a este importante sector, en colaboración con
el Consejo Pontificio para los Laicos, que tiene competencia para seguir, en
general, el apostolado de las organizaciones internacionales católicas.
7. Por otra parte, muchos religiosos y religiosas despliegan una labor
imoportante en el campo de la cultura. Muchos Institutos religiosos
consagrados a la obra de la educación y al progreso cultural, a la
comprensión y a la evangelización de las culturas, han manifestado su deseo
de participar activamente en la misión del Consejo Pontificio para la
Cultura, a fin de buscar juntos, en un espíritu de colaboración fraterna,
los mejores caminos para promover los objetivos del Concilio Vaticano II en
estos amplios campos. En unión con la Congregación para los Religiosos y los
Institutos Seculares, vuestro Consejo podrá contribuir a ayudar a los
religiosas y a las religiosas en el trabajo específico de evangelización,
del cual están encargados para la promoción cultural del ser humano.
8. Con estas breves palabras se comprenderá fácilmente la importancia y la
urgencia de la misión confiada al Consejo Pontificio para la Cultura, misión
que se enmarca en su sitio -y bajo un ángulo específico- en la de los
organismos de la Santa Sede y en la de toda la Iglesia, responsable de
llevar la Buena Nueva a los hombres muy marcados por el progreso cultural
pero también por sus limitaciones. Más que nunca, en efecto, el hombre está
gravemente amenazado por la anticultura, que se manifiesta, entre otros
hechos, en la violencia creciente, en los enfrentamientos mortales, en las
explotaciones de los instintos y de los intereses egoístas.
Al trabajar por el progreso de la cultura, la Iglesia busca, sin descanso,
hacer que la sabiduría colectiva la eleve sobre los intereses que dividen.
Es necesario permitir a nuestras generaciones que construyan una cultura de
la paz. ¡Ojalá puedan nuestros contemporáneos volver a encontrar el gusto de
la estima de la cultura, verdadera victoria de la razón, de la comprensión
fraterna, del respeto sagrado por el hombre, que es capaz de amor, de
creatividad, de contemplación, de solidaridad, de trascendencia!
En este Año Jubilar de la Redención que ya me ha otorgado el privilegio de
acoger las peregrinaciones fervorosas de numerosos hombres y mujeres de
cultura, imploro las bendiciones del Señor sobre vuestra difícil y
apasionante labor. ¡Que el mensaje de reconciliación, de liberación y de
amor, beba de las fuentes vivas del Evangelio, purifique e ilumine las
culturas de nuestros contemporáneos en búsqueda de esperanza!
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03. Evangelizar las culturas de nuestro tiempo,
15 de enero de 1985
Queridos hermanos en el episcopado, Queridos amigos:
1. Mi alegría es grande al acogeros esta mañana en Roma, con ocasión de la
tercera reunió anual del Consejo Internacional del Consejo Pontificio para
la Cultura.
Os agradezco sinceramente vuestra presencia activa en el Consejo y el haber
aceptado consagrar vuestro tiempo y vuestras energías a esta estrecha
colaboración con la Sede apostólica. Con particular afecto, saludo al
Cardenal Gabriel-Marie Garrone, Presidente de vuestra Comisión de
Presidencia, así como al Cardenal Eugenio de Araújo Sales. Me dirijo
igualmente con agradecimiento a la Dirección Ejecutiva del Consejo
Pontificio para la Cultura representada por su Presidente Mons. Paul Poupard
y su Secretario, P. Hervé Carrier, quienes, con sus celosos colaboradores y
colaboradoras, se dedican a realizar un trabajo abundante y de calidad.
2. El Consejo Pontificio para la Cultura, asume, según mi manera de ver, un
significado simbólico y lleno de esperanza. En efecto, veo en vosotros
testigos calificados de la cultura católica en el mundo, con el cometido de
reflexionar tanto sobre las evoluciones y las esperanzas de las distintas
culturas en las regiones, como de los sectores de actividad que os son
propios. Por la misión que os he confiado, estáis llamados a ayudar, con
competencia, a la Sede apostólica para conocer mejor las aspiraciones
profundas y distintas de las culturas contemporáneas y a discernir mejor
cómo puede la Iglesia universal darles la respuesta. Pues, en el mundo, las
orientaciones, las mentalidades, los modos de pensar y de concebir el
sentido de la vida, se modifican, se influencian mutuamente, se enfrentan
sin duda, con mayor vigor que nunca en el pasado. Eso deja huellas en todos
los que se entregan con lealtad a la promoción del hombre. Es bueno que con
vuestro trabajo de estudio, de consulta y de animación -emprendido en
conexión con otros Dicasterios romanos, con las Universidades, los
Institutos religiosos, las Organizaciones internacionales católicas y varios
grandes organismos internacionales vinculados con la promoción de las
culturas- favorezcáis una toma de conciencia clara de las posturas que
presenta la actividad cultural en el sentido lato del término.
3. Más allá de esta acogida respetuosa y desinteresada de las realidades
culturales para un mejor conocimiento, el cristiano no puede hacer
abstracción del problema de la evangelización. El Consejo Pontificio para la
Cultura participa en la misión de la Sede de Pedro para la evangelización de
las culturas y vosotros estáis asociados a la responsabilidad de las
Iglesias particulares en las tareas apostólicas que requiere el encuentro
del Evangelio con las culturas de nuestra época. Con este fin, se pide un
trabajo ingente a todos los cristianos y el desafío debe poner en movimiento
sus energías en el corazón de cada pueblo y de cada comunidad humana.
A vosotros, que habéis aceptado ayudar a la Santa Sede en su misión
universal al lado de las culturas de nuestras días, confío el cometido
especial de estudiar y de profundizar lo que significa para la Iglesia la
evangelización de las culturas hoy. Ciertamente, la preocupación por
evangelizar las culturas no es nueva para la Iglesia, pero presenta
problemas que tienen carácter de novedad en un mundo marcado por el
pluralismo, por el choque de las ideologías y por profundos cambios de las
mentalidades. Debéis ayudar a la Iglesia a responder a esas cuestiones
fundamentales para las culturas actuales: ¿Cómo hacer accesible el mensaje
de la Iglesia a las culturas nuevas, a las formas actuales de la
inteligencia y de la sensibilidad? ¿Cómo la Iglesia de Cristo puede hacerse
entender por el espíritu moderno, que se ufana de sus realizaciones y a la
vez se preocupa por el futuro de la familia humana? ¿Quién es Jesucristo
para los hombres y las mujeres de hoy?
Sí, la Iglesia en su totalidad debe plantearse esas cuestiones, con el
espíritu de lo que decía mi predecesor Pablo VI al concluir el Sínodo sobre
la evangelización: "... lo que importa es evangelizar.... la cultura y las
culturas del hombre en el sentido rico y amplio que estos términos tienen en
la Gaudium et Spes, tomando como punto de partida la persona y teniendo
siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios"
(Evangelii Nuntiandi, N. 20). Y todavía agregaba: "El Reino que anuncia el
Evangelio, es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura y la
construcción del Reino no puede menos que tomar los elementos de la cultura
y de las culturas humanas" (Ibid.).
Hay por consiguiente, una tarea compleja pero esencial: ayudar a los
cristianos a discernir en los rasgos de su cultura lo que pueda contribuir a
la justa expresión del mensaje evangélico y a la edificación del Reino de
Dios y a denunciar lo que le es contrario. Y, de este modo, el anuncio del
Evangelio a los contemporáneos que no se adhieren a él, tendrá más
posibilidades de llevarse a cabo en un diálogo auténtico.
No podemos dejar de evangelizar: son tantas las regiones, tantos los
ambientes culturales que permanecen insensibles a la buena noticia de
Jesucristo. Pienso en las culturas de extensas regiones del mundo todavía al
margen de la fe cristiana. Pero pienso también en los amplios sectores
culturales en países de tradición cristiana que, hoy, parecen indiferentes
-cuando no refractarios- al Evangelio. Hablo, ciertamente de las
apariencias, porque no hay que prejuzgar del misterio de las creencias
personales y de la acción secreta de la gracia. La Iglesia respeta a todas
las culturas y no impone a ninguna su fe en Jesucristo, pero invita a todas
las personas de buena voluntad a promover una verdadera civilización del
amor fundada en los valores evangélicos de la fraternidad, de la justicia y
de la dignidad para todos.
4. Todo esto exige un nuevo acercamiento de las culturas, de las actitudes,
de los comportamientos, para dialogar en profundidad con los ambientes
culturales y para hacer fecundo su encuentro con el mensaje de Cristo. Este
trabajo exige también, por parte de los cristianos responsables, una fe
iluminada por la reflexión que, sin cesar, sea confrontada con las fuentes
del mensaje de la Iglesia y un discernimiento espiritual que se prosigue sin
pausa en la oración.
El Consejo Pontificio para la Cultura, por su parte, está llamado a
profundizar los problemas importantes que los desafíos de nuestra tiempo
suscitan para la misión evangelizadora de la Iglesia. Por el estudio, por
los encuentros, los grupos de reflexión, las consultas, el intercambio de
informaciones y de experiencias, por la colaboración de los numerosos
corresponsales que, han aceptado trabajar con vosotros en distintas partes
del mundo, os exhorto vivamente a iluminar estas nuevas dimensiones a la luz
de la reflexión teológica, de la experiencia y del aporte de las ciencias
humanas.
Estad seguros de que, apoyaré con agrado, apoyaré los trabajos y las
iniciativas que os permitan sensibilizar en estos problemas a las distintas
instancias de la Iglesia. Y, como garantía del apoyo que deseo dar a vuestra
tarea tan útil para la Iglesia, os imparto, así como a todos vuestros
colaboradores y colaboradoras, y a vuestras familias, mi especial Bendición
Apostólica.
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04. Una nueva era de la cultura humana,
13 de enero de 1986
Queridos hermanos en el Episcopado, queridos amigos:
1. Os encuentro fieles a la cita romana anual del Consejo Pontificio para la
Cultura. Habéis venido de Africa, de América del Norte y de América Latina,
de Asia y de Europa; vuestra presencia evoca para nosotros ese vasto
panorama de las culturas del mundo entero, algunas de las cuales han sido
fecundadas permanentemente por el mensaje de Cristo. Otras esperan aún la
luz de la Revelación, pues toda cultura está abierta a las más altas
aspiraciones del hombre y es capaz de nuevas síntesis creadoras con el
Evangelio.
En estos años en que se inscribe la realidad cotidiana de nuestro
atormentado siglo, ya cercana la aurora de un nuevo milenio, portador de
esperanzas para la humanidad. El proceso histórico de inculturación del
Evangelio y de evangelización de las culturas está aún muy lejos de haber
agotado todas sus energías latentes. La novedad eterna del Evangelio
encuentra los surgimientos de las culturas en génesis o en proceso de
renovación. La aparición de nuevas culturas constituye con toda evidencia
una llamada a la valentía y a la inteligencia de todos los creyentes y de
los hombres de buena voluntad. Transformaciones sociales y culturales,
cambios políticos, fermentaciones ideológicas, inquietudes religiosas,
investigaciones éticas: es todo un mundo en gestación que aspira a encontrar
forma y orientación, síntesis orgánica y renovación profética. Sepamos sacar
respuestas nuevas del tesoro de nuestra esperanza.
Sacudidos por los desequilibrios socio-políticos, por los descubrimientos
científicos no plenamente controlados, de los inventos técnicos de una
amplitud inusitada, los hombres perciben confusamente el ocaso de las viejas
ideologías y el deterioro de los viejos sistemas. Los pueblos nuevos
provocan a las viejas sociedades, como para despertarlas de su hastío. Los
jóvenes en búsqueda del ideal aspiran a ofrecer un sentido que imprima valor
a la aventura humana. Ni la droga ni la violencia, ni la permisividad ni el
nihilismo pueden colmar el vacío de la existencia. Las inteligencias y los
corazones buscan luz que ilumine y amor que reanime. Nuestra época nos
revela descarnadamente el hambre espiritual y la inmensa esperanza de las
conciencias.
2. El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos, que hemos tenido la
gracia de vivir en Roma, ha hecho tomar conciencia renovada de estas
esperanzas profundas de la humanidad y de la inspiración profética del
Concilio Vaticano II, ya hace 20 años. De acuerdo con la invitación del Papa
Juan XXIII, padre de este Concilio de los tiempos modernos del cual todos
nosotros somos hijos, debemos poner el mundo moderno en contacto con las
energías vivificadoras del Evangelio (cf. la Bula para la Convocatoria del
Concilio Humanae salutis, Navidad de 1961).
Sí, estamos al comienzo de una gigantesca tarea de evangelización del mundo
moderno, que se presenta en términos nuevos. El mundo está entrando en una
era de cambios profundos, debidos a la amplitud estupefaciente de las
creaciones del hombre, cuyas producciones amenazan con la destrucción si no
las integra en una visión ética y espiritual. Entramos en un período nuevo
de la cultura humana y los cristianos se encuentran ante un inmenso desafío.
Hoy comprendemos mejor la amplitud de la llamada profética del Papa Juan
XXIII al conjurarnos a eliminar a los profetas de desgracias y a ponernos a
trabajar valerosamente en esta tarea formidable: la renovación del mundo y
su "encuentro con el rostro de Jesús resucitado... que irradia a través de
toda la Iglesia para salvar, alegrar e iluminar a las naciones humanas"
(Mensaje Ecclesia Christi, Lumen gentium, 11 de septiembre de 1962).
Mi predecesor Pablo VI asumió esta orientación fundamental y precisó el
instrumento privilegiado: el Concilio trabajará para lanzar un puente hacia
el mundo contemporáneo (Alocución en la apertura de la 2a sesión, 29 de
septiembre de 1963). Yo mismo he querido crear el Consejo Pontificio para la
Cultura, precisamente para ayudar y apoyar este trabajo (cf. mi carta del 20
de mayo de 1982).
3. Desde entonces, estáis en el trabajo alegremente y el boletín Iglesia y
Culturas ofrece regularmente en francés, inglés y español el eco de la
fecunda tarea emprendida: diálogo en curso con los obispos, los religiosos,
las Organizaciones Internacionales católicas, las Universidades, consultas,
cuyos primeros frutos aparecen ya, red de corresponsales en las diversas
partes del mundo, iniciativas suscitadas en las Iglesias, a veces en todo un
continente como testimonia la decisión reciente tomada por el CELAM de crear
una "Sección para la Cultura", con el fin de dar a la Iglesia en América
Latina un nuevo impulso en su misión de evangelización de la cultura de
acuerdo al espíritu de la Evangelii nuntiandi y de la opción pastoral de
Puebla. Cada Conferencia Episcopal ha sido invitada a crear un organismo ad
hoc para la pastoral de la cultura, y algunos de ellos ya están trabajando.
En relación con otros organismos de la Santa Sede, seguís además atentamente
la actividad de las grandes organizaciones en encuentros internacionales que
se ocupan de la cultura, de la ciencia, de la educación, para ofrecer en
ellos el punto de vista de la Iglesia.
Me alegro de todo corazón de la actividad del Consejo, atestiguada en el
apretado programa de vuestra presente reunión en San Calixto: orientaciones
para el diálogo de la Iglesia con las culturas, a la luz del reciente Sínodo
de los Obispos, colaboración con los dicasterios romanos: fe y culturas,
liturgia y culturas, evangelización y culturas, educación y culturas, papel
cultural de la Santa Sede ante los Organismos internacionales, coloquios e
investigaciones, cuyos interesantes resultados ya han sido publicados en las
diferentes lenguas, en varios continentes. Otros coloquios en preparación os
conducirán sucesivamente a diversas partes de Europa y de América, también
al encuentro con las antiguas civilizaciones africanas y asiáticas; como al
crisol de la modernidad y al reto de las artes, de las humanidades clásicas
y de la iconografía cristiana, ante el despertar de una civilización de lo
universal.
4. Queridos amigos, proseguid esta tarea compleja, pero necesaria y urgente;
estimulad en el mundo las energías en expectativa y las voluntades en estado
de alerta. El Sínodo de los Obispos nos ha comprometido a todos con ardor,
en situar decididamente la inculturación en el corazón de la misión de la
Iglesia en el mundo: "La inculturación es otra cosa que una simple
adaptación externa: significa una transformación íntima de los auténticos
valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la
radicación del cristianismo en las diversas culturas humanas" (Relación
final del Sínodo Extraordinario de los Obispos, 1985).
Toda la Iglesia prepara ya un futuro Sínodo sobre el apostolado de los
laicos. Vosotros podéis comprometer vigorosamente a los laicos, en el
diálogo decisivo del Evangelio con las culturas, y de modo particular a los
jóvenes. Me alegro de vuestra colaboración activa con el Consejo Pontificio
para los Laicos y con la Congregación para la Educación Católica, a fin de
estudiar conjuntamente los nuevos problemas planteados por el encuentro del
Evangelio con el mundo de la educación y de la cultura. Y sé que no dejaréis
de emprender múltiples iniciativas nuevas para responder a la misión que os
ha sido confiada.
Mis votos os preceden en este camino exigente, mi oración os acompaña y mi
apoyo os sostiene. De todo corazón invoco sobre vosotros y sobre vuestro
trabajo la gracia del Señor Todopoderoso, el único que debe inspirar nuestro
humilde servicio de Iglesia, impartiéndoos una particular bendición
apostólica.
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05. Una evangelización renovada de las personas y
de las culturas, 17 de enero de 1987
Queridos hermanos en el Episcopado, queridos amigos:
1. Es con particular placer que acojo por quinto año consecutivo, al Consejo
Pontificio para la Cultura. A cada uno y cada una, personalmente, doy la más
cordial bienvenida. Saludo en vuestras personas a los representantes
cualificados de los horizontes culturales tan numerosos y variados del
mundo. Os doy las gracias por venir cada año a la Sede de Pedro, para un
intercambio fructuoso sobre las situaciones de la cultura y de las culturas,
a fin de explorar juntos los caminos más indicados para el encuentro de la
Iglesia con las mentalidades y las aspiraciones de nuestra época.
Al crear el Consejo Pontificio para la Cultura, hace cinco años, mi
intención era traducir en un programa de acción común la voluntad original
del Concilio Vaticano II, que miraba a promover el diálogo de salvación con
las personas y sus ambientes. Os alentaba, en nuestros encuentros de años
pasados, a hallar los medios capaces de estimular en toda la Iglesia un
impulso renovado, para que el diálogo Evangelio-culturas llegue a ser una
realidad visible. Os invitaba a prestar una atención particular a los
órganos más aptos para sostener este esfuerzo a la vez cultural y
evangélico: los obispos y sus colaboradores, los institutos religiosos y sus
iniciativas, las Organizaciones Internacionales católicas y sus proyectos
culturales y apostólicos. En armonía con los otros organismos de la Santa
Sede, vuestra finalidad primera es la de profundizar, de cara a la Iglesia
universal y a las Iglesias particulares, lo que significa la evangelización
de las culturas en el mundo de hoy, tarea ciertamente inmensa y compleja,
pero de importancia vital para la misión futura de la Iglesia.
2. Cinco años después, deseo expresaros mi satisfacción por el trabajo que
vosotros habéis logrado realizar. Hojeando vuestro boletín Iglesia y
Culturas, publicado en varias lenguas, aparece claramente que habéis
realizado ya un importante trabajo de consulta y de sensibilización entre
las Conferencias Episcopales, los Institutos religiosos, las Organizaciones
Internacionales Católicas (OIC), entre un gran número de centros culturales,
privados o públicos, y entre Organismos Internacionales, como l'UNESCO y el
Consejo de Europa.
Muchos Episcopados han respondido generosamente, creando servicios nuevos
para promover un diálogo más incisivo con las culturas. Los religiosos y las
religiosas han colaborado activamente en una consulta internacional, que
demuestra su interés por la inculturación de su acción apostólica y la
consolidación de la vida consagrada en el seno de las culturas en evolución.
Las Organizaciones Internacionales Católicas han también estrechado
relaciones fecundas con el Consejo Pontificio para la Cultura, al servicio
de la promoción cultural y espiritual de los hombres y de las mujeres de
hoy.
Gracias a la cooperación activa de los miembros del Consejo Internacional,
han sido organizados Congresos regionales sobre diversos problemas
culturales que interesan a la Iglesia: en Notre Dame (Estados Unidos), en
Río de Janeiro, Buenos Aires, Munich, Bangalore. Otras Conferencias
Internacionales se preparan en Europa, en Nigeria y en Japón. Os doy las
gracias por este esfuerzo y este compromiso concretos. Vuestro Consejo
internacional asume así una eficaz significación, que me agrada destacar.
Y con toda seguridad, como lo demanda la Constitución Regimini Ecclesiae, os
preocupa suscitar una colaboración fructuosa con los dicasterios romanos.
Pienso, entre otras cosas en vuestra contribución al documento sobre las
sectas y movimientos religiosos.
3. Vosotros trabajáis, además, con la Congregación para la Educación
Católica y con el Consejo Pontificio para los Laicos, en un proyecto sobre
"La Iglesia y la cultura universitaria". Con todas las instancias
interesadas en la Iglesia, obispos, religiosos, organizaciones diversas y
personalidades laicas, buscáis hacer más presente la Iglesia en los medios
universitarios, por su acción pastoral directa, y también por una promoción
más activa de los valores evangélicos en el seno de las culturas en
gestación dentro de las universidades. Estos problemas merecen todos
vuestros esfuerzos, y os animo vivamente a proseguir este importante trabajo
emprendido en común. Un gran número de Pastores esperan luz y orientación,
en un campo donde están implicados innumerables estudiantes y profesores
cristianos. La colaboración de todos los interesados en esta consulta sobre
"La Iglesia y la cultura universitaria" permitirá beneficiar el conjunto de
la Iglesia con la experiencia adquirida por las iniciativas de unos y otros
y las reflexiones comunes sobre esta adquisición.
Hago igualmente votos para que la colaboración, ya entablada con la Comisión
Teológica Internacional, se traduzca en resultados fecundos. Vuestra
investigación conjunta sobre la fe y la inculturación responde a una
petición explícita del Sínodo Extraordinario de los Obispos, y será de
grande importancia para la encarnación del Evangelio en el corazón de las
culturas de nuestro tiempo.
Queridos amigos, me siento obligado a dar las gracias sinceramente a todos
aquellos y aquellas que se consagran con generosidad a la misión que yo
confié al Consejo Pontificio para la Cultura, en beneficio de toda la
Iglesia.
4. Al felicitaros por las tareas realizadas, os pido que miréis el porvenir
con mucha lucidez y esperanza. Permitidme sugerir dos orientaciones
principales que deberán inspirar vuestras esfuerzos, vuestras
investigaciones, vuestras iniciativas y la cooperación de todos aquellos con
quienes estáis en relación.
Por una parte, os comprometo de nuevo a hacer madurar en los espíritus la
urgencia de un encuentro efectivo del Evangelio con las culturas vivas. La
separación entre Buena Noticia de Jesucristo en zonas enteras de la
humanidad permanece inmensa y dramática. Numerosos medios culturales se
mantienen cerrados, herméticos, u hostiles al Evangelio. Países enteros
están sometidos a políticas culturales que buscan excluir o limitar
gravemente la acción de la Iglesia. Todo cristiano sincero sufre
profundamente por estas trabas para la proclamación de la Buena Noticia. En
nombre de la promoción cultural de todos los hombres y de todas las mujeres,
proclamada como un objetivo por las instancias internacionales, es
importante hacer comprender a nuestros contemporáneos que el Evangelio de
Cristo es fuente de progreso y de plenitud para todos los hombres. Nosotros
no hacemos violencia a alguna cultura al proponerle libremente este mensaje
salvífico y liberador.
Junto con todos los hombres y todas las mujeres de buena voluntad,
compartimos un amor desinteresado e incondicional por cada persona humana.
Incluso con aquellos y aquellas que no profesan nuestra fe, podemos
encontrar un amplia espacio de colaboración para el progreso cultural de las
personas y de los grupos. Las culturas de hoy aspiran ardientemente a la paz
y a la fraternidad, a la dignidad y a la justicia, a la libertad y a la
solidaridad. Este es un signo de los tiempos, ciertamente providencial que,
veinte años después de la Encíclica Populorum Progressio de mi predecesor
Pablo VI, nos anima a identificar las vías de una solidaridad nueva entre
las personas, las familias espirituales, los centros de reflexión y de
acción. Podemos preguntarnos con valentía: Nosotros cristianos ¿Hemos puesto
por obra suficientemente la creatividad cultural preconizada por la Gaudium
et Spes, para acelerar el encuentro efectivo de la Iglesia con el mundo de
nuestro tiempo? ¿No debemos estar más capacitados para el discernimiento,
ser más creativos, más resueltos en nuestras empresas de evangelización, más
dispuestos también a las colaboraciones indispensables en este vasto campo
de la acción cultural asumida en nombre de nuestra fe?
5. Esto me conduce a hablar de nuevo, e insistir, sobre este objetivo
igualmente central en vuestro trabajo y que constituye el objeto de vuestra
reflexión común con la Comisión Teol��gica Internacional: el de la
inculturación. Yo mismo he abordado el tema en muchos de mis recientes
viajes apostólicos. Pues este neologismo encierra una toma de posición
capital para la Iglesia, sobre todo en los países de tradiciones cristianas.
Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo lo que
en las tradiciones de los pueblos es conciliable con el Evangelio para
aportarles las riquezas de Cristo y para enriquecerse ella misma con la
sabiduría multiforme de las naciones de la tierra. Vosotros lo sabéis: la
inculturación coloca a la Iglesia en un camino difícil, pero necesario. Por
tanto, los Pastores, los teólogos y los especialistas de las ciencias
humanas tienen que colaborar estrechamente a fin de que este proceso vital
se lleve a cabo en beneficio, tanto de los evangelizados como de los
evangelizadores, y para que se evite toda simplificación o precipitación,
que conduciría a un sincretismo o a una reducción secularizada del anuncio
evangélico. Proseguid valientemente vuestra investigación serena y profunda
sobre estas cuestiones, conscientes de que vuestros trabajos servirán a
muchos en la Iglesia y no sólo en los llamados "países de misión".
Efectivamente, no es un ejercicio intelectual abstracto que se os confía,
sino una reflexión al servicio directo de la pastoral comprendidas las
naciones de la tradición cristiana, donde se está instaurando poco a poco
una "cultura" marcada por la indiferencia o el desinterés por la religión.
Con todos mis hermanos en el Episcopado, reafirmo con insistencia la
necesidad de movilizar a toda la Iglesia en un esfuerzo creativo, en orden a
una evangelización renovada de las personas y de las culturas. Pues sólo
mediante un esfuerzo concertado la Iglesia se pondrá en condición de llevar
la esperanza de Cristo al seno de las culturas y de las mentalidades
actuales. Sepamos encontrar el lenguaje que reúna a los espíritus y a los
corazones de tantos hombres y mujeres que aspiran, quizás sin saberlo, a la
paz de Cristo y a su mensaje liberador. Este es un proyecto cultural y
evangélico de primera importancia.
6. Sin dejaros detener por las dificultades inherentes a una tal misión,
proseguid incansablemente promoviendo las colaboraciones voluntarias
necesarias, para que, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos,
organizaciones culturales y educativas, se comprometan con este espíritu
apostólico de diálogo querido por el Concilio Vaticano II, reafirmado con
tanta nitidez por el Sínodo Extraordinario de 1985, y puesta en práctica con
iniciativas como aquella de la Jornada de oración por la paz en Asís.
Os animo de modo muy particular a proseguir vuestras esfuerzos para
comprometer a los laicos en esta tarea. Ellos están, efectivamente, en el
corazón de las culturas que impregnan la sociedad moderna. En gran parte,
depende de ellos que el Evangelio de Cristo sea el fermento capaz de
purificar y de enriquecer las orientaciones culturales que decidirán el
futuro de la familia humana. De cara al próximo Sínodo de los Obispos,
dedicado al apostolado de los laicos, vuestra contribución presenta un
interés particular.
En signo de mi afecto y de mi reconocimiento, y en prenda de la gracia del
Señor, os doy a cada uno y cada una personalmente, mi benedición.
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06. El Evangelio ha de fecundar todas las
culturas, 15 de enero de 1988
Señores cardenales, queridos amigos:
1. Es un placer para mi recibiros aquí con ocasión de la reunión anual del
Consejo Pontificio para la Cultura. Después de un primer quinquenio, rico en
realizaciones y promesas, se abre una nueva etapa para vuestro joven
dicasterio, y me siento feliz de saludar entre vosotros a los miembros
recientemente nombrados. América del Norte y América Latina, Africa y Asia,
Europa dan testimonio por medio de vosotros de la vitalidad y diversidad de
las culturas, como de la presencia de la Iglesia en los vastos ámbitos donde
se despliega la actividad humana. El dinamismo evangélico está presente en
las más grandes realizaciones de la cultura: la filosofía y la teología, la
literatura y la historia, la ciencia y el arte, la arquitectura y la
pintura, la poesía y el canto, las leyes, la economía y la universidad.
Queridos amigos, os toca ser, al mismo tiempo, los testigos activos de las
culturas de hoy en la Iglesia y los representantes visibles y activos del
Consejo Pontificio para la Cultura en todo el mundo.
2. El reciente Sínodo de los Obispos, dedicado a la vocación y misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo, veinte años después del Concilio
Vaticano II, ha subrayado la urgencia de formar a los laicos para hacer que
el Evangelio esté más presente en el entramado vivo de las culturas, en los
ambientes que caracterizarán las mentalidades del mañana e inspirarán las
conductas: la familia, la empresa, la escuela, la universidad y los medios
de comunicación social. Algunos de vosotros habéis dado una contribución
valiosa, subrayando la importancia de la acción que se debe realizar para
abrir el mundo intelectual y universitario a los valores evangélicos.
Los trabajos del Sínodo han hecho tomar conciencia aún más claramente de que
el desafío de todos los bautizados es dar testimonio de su fe con
inteligencia y valentía, para ofrecer la salvación y la esperanza a través
de las culturas de nuestro tiempo. Os invito de nuevo a hacer comprender
mejor a nuestros contemporáneos lo que significa concreta y vitalmente
evangelizar las culturas. La tarea es compleja y ardua, pero mi estímulo, mi
apoyo y mi oración os acompañan en esta misión a la cual concedo una
importancia primordial.
3. Para que el Evangelio pueda fecundar las culturas de este mundo, en plena
transformación, un impulso renovado debe venir de todos los componentes de
la Iglesia, bien de los organismos de la Santa Sede como de las Conferencias
Episcopales, de las Organizaciones internacionales católicas como de las
comunidades religiosas y de los institutos seculares; de los laicos
comprometidos en la rica diversidad de los movimientos de apostolado, como
también en el seno de las instituciones civiles.
Vuestro Presidente ejecutivo me ha informado de los proyectos de encuentros,
preparados desde hace mucho tiempo, que os permiten poco a poco entrar en
contacto con las realidades vivas dé la Iglesia en los diversos continentes.
Pienso en particular en el ya próximo coloquio africano debido a la
hospitalidad de la señora Victoria Okoye, quien en Onitsha, os permitirá
reconocer el extraordinario compromiso de las mujeres africanas para
transmitir la fe y la cultura, para encarnar los valores del Evangelio en
las generaciones venideras que serán el Africa del próximo milenio.
Dentro del marco de la actividad de la Santa Sede al lado de las
Instituciones internacionales, empezando por la UNESCO y el Consejo de
Europa, tenéis contribución específica para dar según vuestras propias
atribuciones, con el fin de hacer aún más incisiva la presencia de los
cristianos y de sus organizaciones en los grandes encuentros donde se
debaten los problemas de la educación, de la ciencia, de la información y de
la cultura. Animo vivamente vuestra participación en las iniciativas
emprendidas por los dicasterios romanos interesados para realizar estos
objetivos que responden a las aspiraciones de nuestra época, tan sensible a
la puesta en práctica de una cultura solidaria y fraterna.
4. Al término del primer quinquenio, es un placer rendir homenaje a todos
aquellos que se han entregado sin medida para crear el Consejo Pontificio
para la Cultura, y asegurar su presencia, viva y activa en el mundo. El
querido cardenal Garrone y los miembros del Consejo de Presidencia, el
cardenal Poupard y el Comité ejecutivo, el Consejo internacional, todos
habéis trabajado sin descanso para realizar el mandato que os confié el 20
de mayo de 1982 al instituir vuestra Consejo. Como testimonian vuestro
boletín y vuestras diversas publicaciones, este nuevo dicasterio de la Santa
Sede ha sabido, con su estilo propio, suscitar en la misma Roma como en todo
el mundo, una red activa de corresponsales y emprender una acción capilar
que comienza a dar sus frutos. Me agrada especialmente subrayar la utilidad
de la colabora- ción con los otros organismos de la Santa Sede, con las
Conferencias Episcopales, las Organizaciones interna- cionales católicas y
las Conferencias de religiosos. Queridos amigos, con vuestra equipo
renovado, continuad vuestra fructuosa cooperación, en estrecha unión
igualmente con la Pontificia Academia de las Ciencias, como ya he subrayado
en muchas ocasiones.
Aprecio también vuestra colaboración con la Comisión Teológica
Internacional. Los problemas concernientes con la fe y la inculturación, que
habéis comenzado a explorar juntos, merecen ciertamente un estudio profundo
para clarificar una justa pastoral de la cultura.
5. El proyecto "Iglesia y cultura universitaria" llevado conjuntamente con
la Congregación para la Educación Católica y el Consejo Pontificio para los
Laicos, también llega a ser un medio eficaz de colaboración de la Iglesia en
la promoción cristiana de una civilización del amor y de la verdad, en
vísperas del nuevo milenio. El mundo universitario constituye para la
Iglesia un campo privilegiado para su obra de evangelización y su presencia
cultural ¿Qué valores humanos y religiosos caracterizarán la cultura
universitaria del mañana? ¿Quién no ve la gravedad de estas cuestiones para
la salud intelectual y moral de las nuevas generaciones? Se trata de una
postura muy compleja que requiere una cooperación activa de todos en la
Iglesia. Me alegro también del estudio y de las reflexiones comunes que el
Consejo Pontificio para la Cultura y los dos dicasterios ya mencionados han
suscitado, en colaboración con los Episcopados, las organizaciones de laicos
y los institutos religiosos, a fin de que la acción de la Iglesia cercana a
la cultura universitaria responda verdaderamente a las exigencias de nuestra
época.
6. En este Año Mariano, ¡que Nuestra Señora sea vuestra estrella y vuestro
modelo! Al darnos a su Hijo Jesús, nos lo ha dado todo. En ella, los valores
humanos han sido asumidos y transfigurados en un misterioso conjunto de
interioridad y de trascendencia. Que, según su ejemplo, vuestra cultura sea
el reflejo de lo que habéis recibido y el crisol de lo que ofrecéis a la
Iglesia y al mundo, es decir, el testimonio de que el Reino anunciado por el
Evangelio se vive en vuestra propia cultura!
Con mis mejores deseos para vosotros y para vuestras familias, os aseguro mi
oración por el fruto de vuestro trabajo, sobre el que invoco la abundancia
de la gracia divina, al impartiros de todos corazón mi bendición apostólica.
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07. La evangelización de las culturas y la
inculturación del Evangelio, 13 de
enero de 1989
Señores cardenales, queridos amigos:
1. Estoy feliz esta mañana, de desearos la más cordial bienvenida, a todos
vosotros, que habéis venido de diversas partes del mundo para participar en
la reunión del Consejo Pontificio para la Cultura. Es el séptimo año
consecutivo que tengo el placer de acoger a este Consejo. En la Constitución
Pastor Bonus, que precisa las tareas y la organización de la Curia Romana,
he querido confirmar que "el Consejo favorece las relaciones entre la Santa
Sede y el mundo de la cultura, anima particularmente el diálogo con las
diversas culturas de nuestro tiempo, a fin de que la civilización del hombre
se abra siempre más al Evangelio y quienes cultivan las ciencias, las letras
y las artes se sientan reconocidos por la Iglesia como personas dedicadas al
servicio de la verdad, de la bondad y de la belleza" (art. 166).
Vuestra sesión anual representa un tiempo fuerte en vuestra reflexión y
compromiso comunes para promover concretamente el encuentro de la Iglesia
con todas las culturas humanas, según el espíritu del Concilio Vaticano II y
de los Sínodos de los Obispos. De acuerdo con el encargo que os he confiado,
cada año procedéis a un amplio examen de las principales corrientes
culturales que marcan los ambientes, las regiones y las disciplinas que
representáis. De este modo os hacéis eco, ante el Papa y la Santa Sede, de
las tendencias y de las aspiraciones, de las angustias y esperanzas, de las
necesidades culturales de la familia humana, y os preguntáis sobre el mejor
modo, para la Iglesia, de responder a los decisivos interrogantes planteados
por el espíritu contemporáneo. El diagnóstico que ofrecéis sobre el estado
de las culturas actuales representa un gran servicio a la Iglesia, y os
animo a perfeccionarlo sin cesar. Además de vuestro testimonio y de vuestras
experiencias personales, estáis invitados, en efecto, con otras personas y
grupos competentes, a un discernimiento espiritual respecto a las corrientes
culturales que condicionan a los hombres y mujeres de hoy. Por medio de
encuentros, de investigaciones y de publicaciones, dais, en la Iglesia un
nuevo impulso para responder a los desafíos que representan la
evangelización de las culturas y la inculturación del Evangelio. Este
discernimiento es urgente para poder comprender mejor las actuales
mentalidades, y descubrir la sed de verdad y de amor que tan sólo Jesucristo
puede saciar plenamente, y encontrar los caminos para una nueva
evangelización mediante una auténtica pastoral de la cultura.
2. Contemplando el mundo desde un punto de vista universal, captáis mejor el
significado apostólico de vuestros trabajos y encontráis un motivo sólido
para proseguir con vuestra misión. Mediante este trabajo de discernimiento
evangélico, la Iglesia no tiene otro objetivo que a anunciar mejor a toda
cultura la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo. Porque la realidad
humana, individual y social, ha sido liberada por Cristo: las personas, como
las actividades humanas, de ahí que la cultura es la expresión más eminente
y la más encarnada.
La acción salvífica de la Iglesia con las culturas se ejerce primeramente
por intermedio de las personas, de las familias y de los educadores. También
una adecuada formación es indispensable para que los cristianos aprendan a
manifestar con claridad cómo el fermento evangélico tiene el poder de
purificar y elevar los modos de pensar, de juzgar y de actuar que
constituyen una determinada cultura. Jesucristo, nuestro Salvador, ofrece su
luz y su esperanza a todos aquellos y aquellas que se dedican a las
ciencias, las artes, las letras y a los innumerables campos desarrollados
por la cultura moderna. Todos los hijos e hijas de la Iglesia deben entonces
tomar conciencia de su misión y descubrir cómo la fuerza del Evangelio puede
penetrar y regenerar las mentalidades y los valores dominantes que inspiran
a cada una de las culturas, así como las opiniones y las actitudes que de
ellas se derivan. Cada uno en la Iglesia, mediante la oración y la
reflexión, podrá aportar la luz del Evangelio y la irradiación de su ideal
ético y espiritual. De este modo, por medio de este paciente trabajo de
gestación, humilde y escondido, los frutos de la Redención penetrarán poco a
poco las culturas y les otorgarán abrirse en plenitud a las riquezas de la
gracia de Cristo.
3. El Consejo Pontificio para la Cultura está realizando un esfuerzo que
estimula a la Iglesia en esta grande empresa de nuestra época que
constituyen la evangelización de las culturas y la promoción cultural de
todos los hombres. Habéis sabido establecer una prometedora cooperación con
las Conferencias Episcopales, con las Organizaciones Internacionales
Católicas, con los Institutos religiosos, con las asociaciones y movimientos
católicos, con los centros culturales y universitarios. En estrecha y
fecunda colaboración con ellos, habéis tenido encuentros en diversas partes
del mundo, y notables resultados se han obtenido, de los cuales testimonian
muchas publicaciones, como vuestro boletín.
Constato también que vuestro trabajo se desarrolla en relación con varios
organismos de la Santa Sede, de modo que se hace más visible la dimensión
cultural que es un importante componente de la misión apostólica de la Curia
Romana.
4. Entre los proyectos en curso, dos iniciativas merecen una especial
atención, en primer lugar por su propia importancia, y también porque se
realizan en cooperación con diversos organismos de la Santa Sede, en el
espíritu de la reforma de la Curia Romana.
Con satisfacción señalo, en primer lugar, el estudio sobre la Iglesia y la
cultura universitaria, que lleváis adelante con las Conferencias
Episcopales, en colaboración con la Congregación para la Educación Católica
y el Consejo Pontificio para los Laicos. Habéis publicado ya un informe de
síntesis que ilustra las tendencias significativas y las necesidades
espirituales de los ambientes universitarios, así como los nuevos aspectos
de la pastoral universitaria de las Iglesias locales. Os animo a continuar
esta reflexión común que suscitará, estoy seguro, recomendaciones concretas
y beneficiosos intercambios de experiencias apostólicas. La Iglesia
encuentra en el mundo universitario un lugar privilegiado para dialogar con
las corrientes de espíritu y los estilos de pensamiento que marcarán la
cultura del mañana. La esperanza cristiana se ha de poner delante de las
nuevas aspiraciones de las conciencias y ha de animar los espíritus de los
jóvenes universitarios que pronto estarán frente a tantas responsabilidades,
"para que la civilización del hombre se abra siempre más al Evangelio".
Aliento de todo corazón esta pastoral universitaria que da a los estudiantes
la posibilidad concreta de reflexionar sobre su fe a un nivel intelectual
equivalente al de sus progresos científicos y humanísticos en las otras
disciplinas, y que les ayuda a vivirla con las comunidades de fe y de
oración.
5. Finalmente, quiero destacar la activa participación que el Consejo
Pontificio para la Cultura ha tomado en los trabajos de la Comisión
Teológica Internacional sobre la fe y la inculturación. Habéis participado
muy de cerca en la elaboración del documento que ha sido preparado con este
título y que permitirá comprender mejor el significado bíblico, histórico,
antropológico, eclesial y misionero que reviste la inculturación de la fe
cristiana. Presenta una posición decisiva para la acción de la Iglesia,
tanto en el corazón de las diversas culturas tradicionales, como en las
complejas formas de la cultura moderna. Vuestra responsabilidad es ahora
traducir estas orientaciones teológicas en programas concretos de pastoral
cultural, y me alegra que varias Conferencias Episcopales piensen dedicarse
a ello, especialmente en América Latina y en Africa. Animo estas
experiencias pastorales y deseo que sus resultados sean compartidos con el
conjunto de la Iglesia.
6. Con frecuencia he tenido ocasión de decirlo, pero quiero aún repetirlo:
el hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura. Y el
lazo fundamental del mensaje de Cristo y de la Iglesia con el hombre en su
misma humanidad es creador de cultura en su íntimo fundamento. Esto quiere
decir que las conmociones culturales de nuestro tiempo nos invitan a volver
a lo esencial y a encontrar nuevamente la preocupación fundamental que es el
hombre en todas sus dimensiones, políticas y sociales, ciertamente, pero
también, culturales, morales y espirituales. De ello depende, en efecto, el
mismo futuro de la humanidad. Inculturar el Evangelio, no es reconducirlo a
lo efímero y reducirlo a lo superficial agitado por la cambiante actualidad.
Por el contrario, con una audacia totalmente espiritual, insertar la fuerza
del fermento evangélico y su novedad más joven que toda modernidad, en el
corazón mismo de las sacudidas de nuestro tiempo, en gestación de nuevos
modos de pensar, de actuar y de vivir. Es la fidelidad a la alianza con la
eterna sabiduría la que es la fuente incesante de renacimiento de nuevas
culturas. Quienes han recibido la novedad del Evangelio se lo apropian e
interiorizan de tal modo que lo vuelven a expresar en su vivencia cotidiana,
según su propia índole. Así, la inculturación del Evangelio en las culturas
va a la par con su renovación y las conduce a su auténtica promoción, tanto
en la Iglesia como en la ciudad.
7. Sólo me queda dar gracias a Dios por la tarea de discernimiento
apostólico y de inculturación evangélica a la cual contribuye vuestro
Consejo al servicio de la Iglesia. Y, por intercesión de la Bienaventurada
Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, invoco las luces y la fuerza
del Espíritu Santo sobre vuestros trabajos.
Todos mis mejores deseos os acompañan, comenzando por vosotros, Señores
Cardenales: el cardenal Paul Poupard, a quien pedí tomase el relevo del
querido cardenal Garrone en la presidencia del Consejo, el cardenal Eugénio
de Araújo Sales, que sigue haciéndonos beneficiarios de su experiencia; y el
cardenal Hyacinthe Thiandoum, que siente no haber podido participar en esta
asamblea. Y aseguro mi oración a todos los miembros del Consejo
internacional, así como a vuestros colaboradores en San Calixto.
Como signo de mi afecto hacia vuestras personas, vuestras familias y todos
aquellos y aquellas que son motivo de vuestra solicitud, os doy de todo
corazón mi bendición apostólica.
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08. Nuevos
horizontes para la cultura mundial, 12
de enero de 1990
Señores Cardenales, queridos amigos:
1. Me alegro de daros la bienvenida. Reunidos en torno al cardenal Paul
Poupard y sus colaboradores, una vez más, os habéis hecho eco ante la Santa
Sede de los grandes cambios culturales que sacuden el mundo. Así ayudáis a
la Iglesia a discernir mejor los signos de los tiempos y los nuevos caminos
de la inculturación del Evangelio y de la evangelización de las culturas.
Sobre este asunto, el año que acaba de pasar ha sido rico en acontecimientos
excepcionales que hacen fijar nuestra atención precisamente en esta última
década de nuestro milenio.
Un sentimiento común parece dominar hoy a la gran familia humana. Todos se
preguntan qué futuro hay que construir en paz y solidaridad, en este paso de
una época cultural a otra. Las grandes ideologías han mostrado su fracaso
ante la dura prueba de los acontecimientos. Sistemas, que se dicen
científicos de renovación social, incluso de redención del hombre por sí
mismo, mitos de la realización revolucionaria del hombre, se han revelado a
los ojos del mundo entero como lo que eran: trágicas utopías que han
producido una regresión sin precedentes en la historia atormentada de la
humanidad. En medio de sus hermanos, la resistencia heroica de las
comunidades cristianas contra el totalitarismo inhumano ha suscitado la
admiración. El mundo actual redescubre que la fe en Cristo, lejos de ser el
opio de los pueblos, es la mejor garantía y el estímulo de su libertad.
2. Se han derrumbado muros. Se han abierto fronteras. Pero aún se levantan
barreras enormes entre las esperanzas de justicia y sus realizaciones, entre
la opulencia y la miseria, mientras que las rivalidades renacen desde el
momento en que la lucha por el tener aventaja al respeto al ser. Un
mesianismo terrestre se ha desplomado y la sed de una nueva justicia brota
en el mundo. Surge una nueva esperanza de libertad, de responsabilidad, de
solidaridad, de espiritualidad. Todos reclaman una nueva civilización
plenamente humana, en esta hora privilegiada en que vivimos. Esta inmensa
esperanza de la humanidad no debe quedar frustrada: todos nosotros tenemos
que responder a las expectativas de una nueva cultura humana. Esta tarea
exige vuestra reflexión y reclama vuestras propuestas. No faltan nuevos
riesgos de espejismos y decepciones. La ética laica ha demostrado sus
límites y se muestra impotente ante los temibles experimentos que se
efectúan sobre seres humanos considerados como simples objetos de
laboratorio. El hombre se siente amenazado de una forma radical ante las
políticas que deciden arbitrariamente el derecho a la vida o el momento de
la muerte, mientras que las leyes del sistema económico pesan gravemente en
su vida familiar. La ciencia manifiesta su impotencia para responder a los
grandes interrogantes del sentido de la vida, del amor, de la vida social,
de la muerte. Y, los mismos hombres parecen dudar sobre los caminos que se
han de emprender para construir un mundo fraternal y solidario que todos
nuestros contemporáneos desean ardientemente, tanto en el interior de las
naciones como a escala continental.
A las mujeres y a los hombres de cultura, incumbe pensar en este futuro a la
luz de la fe cristiana que los inspira. La sociedad de mañana deberá ser
diferente en un mundo que no tolera más las estructuras estáticas inhumanas.
De Oriente a Occidente, de Norte a Sur, la historia en movimiento pone en
tela de juicio un orden que descansaba principalmente sobre la fuerza y el
miedo. Esta apertura hacia nuevos equilibrios requiere sabia meditación y
audaz previsión.
3. Europa entera se interroga sobre su futuro, cuando el derrumbamiento de
los sistemas totalitarios reclama una profunda renovación de las politicas y
provoca un retorno vigoroso de las aspiraciones espirituales de los pueblos.
Europa, por necesidad, busca redefinir su identidad más allá de los sistemas
políticos y de las alianzas militares. Y se descubre como un continente de
cultura, una tierra regada por la fe cristiana milenaria y, al mismo tiempo,
alimentada por un humanismo secular atravesado por corrientes
contradictorias. En este momento de crisis, Europa podría tener la tentación
de replegarse sobre sí misma descuidando momentáneamente los lazos que la
unen al amplio mundo. Pero grandes voces, de Oriente a Occidente, la invitan
a elevarse a la dimensión de su vocación histórica, en esta hora a la vez
dramática y grandiosa. Os incumbe, desde vuestro lugar ayudarla a
reencontrar sus raíces y a construir su futuro en la medida de su ideal y de
su generosidad. Los jóvenes que encontré con alegría en el camino de
Santiago de Compostela han manifestado con entusiasmo que este ideal vive en
ellos.
4. En la otra orilla del Mediterráneo, Africa atormentada, con sus
contrastes, a veces hambrienta, se hace más cercana, proclamando siempre con
vigor su identidad propia y su lugar específico en el concierto de las
naciones. La próxima Asamblea Especial para Africa del Sínodo de los
Obispos, en comunión con la Iglesia universal, permitirá a este continente
del futuro mostrar cómo el Evangelio en nuestro tiempo es un fermento de
cultura incomparable en el desarrollo integral y solidario de las personas y
de los pueblos. En el corazón de la iglesia, Africa es creadora de culturas
enraizadas en la sabiduría milenaria de los antiguos, y renovadas por la
fuerza de la levadura evangélica de la cual las comunidades cristianas son
portadoras.
5. América Latina se prepara para celebrar con fervor el quinto Centenario
de su evangelización. Ya se anuncia para 1992 la IV Conferencia general de
sus obispos que estará orientada hacia una nueva etapa de la evangelización
de sus pueblos y de sus culturas, y que dará un nuevo impulso a este
continente de la esperanza. Entre la angustia y la esperanza, el futuro de
la sociedad, como el de la Iglesia se juega, especialmente junto a los más
pobres. Entre América del sur comprometida en un proceso de renovación, y
América del Norte rica en potencialidades económicas incomparables, América
Central intenta vivir su vocación en la confluencia y en el crisol de las
culturas. Los cristianos, que son ampliamente mayorritarios en el conjunto
del continente americano, tienen por ese motivo una vocación cultural y
espiritual a la medida de sus inmensas posibilidades. El Pontificio Consejo
de la Cultura, por su parte, sabrá ayudarles a tomar su puesto en este
proceso tan prometedor, superando las tentaciones egoístas y a los
repliegues nacionalistas. Estoy contento porque nuevos miembros de vuestro
Consejo vengan a contribuir a la realización de esta tarea indispensable.
6. Los contrastes que se observan en las grandes riberas del Pacífico llaman
la atención del mundo entero. Un desarrollo económico sin precedentes da a
esta zona geográfica un papel nuevo en la historia humana, con un peso
inmenso en los asuntos internacionales. Al mismo tiempo, en numerosas
regiones las poblaciones se esfuerzan por liberarse de la miseria inhumana.
China está en busca de un nuevo destino a la medida de su cultura milenaria.
No hay duda de que sus riquezas humanas y su esperanza de una comunión
renovada con las culturas del mundo actual le aportan nuevas energías.
Espero que un día podáis enriquecer singularmente con este aporte apreciable
vuestro diálogo de las culturas y del Evangelio.
7. Queridos amigos: éstos son los temas que alimentan vuestras reflexiones
en el ocaso de un siglo que ha conocido demasiado de horror y de terror y
que vuelve a aspirar a una cultura plenamente humana.
Si el futuro es incierto, nos invade una certeza. Este futuro será el que
los hombres hagan, con su libertad responsable sostenida por la gracia de
Dios. Para nosotros cristianos, el hombre al que queremos ayudar a crecer en
el corazón de todas las culturas es una persona de una dignidad
incomparable, imagen y semejanza de Dios, de este Dios que ha tomado rostro
de hombre en Jesucristo. El hombre puede parecer hoy vacilante, a veces
agobiado por su pasado, inquieto por su futuro, pero también es cierto que
un hombre nuevo emerge con una estatura nueva sobre el escenario del mundo.
Su profunda esperanza es la de afirmarse en su libertad, avanzar con su
responsabilidad, y actuar en favor de la solidaridad. En esta encrucijada de
la historia en busca de esperanza, la Iglesia le anuncia la savia siempre
nueva del Evangelio, creador de cultura, fuente de humanidad, al mismo
tiempo que promesa de eternidad. Su secreto es el Amor. Es la necesidad
primordial de toda cultura humana. Y el nombre de este Amor es Jesús, Hijo
de María. Queridos amigos, llevadlo, como ella, con confianza, por todos los
caminos de los hombres, al corazón de las nuevas culturas que tenemos que
construir entre los hombres, con los hombres. Estad convencidos: la fuerza
del Evangelio es capaz de transformar las culturas de nuestro tiempo por su
fermento de justicia y de caridad en la verdad y la solidaridad. Esta fe que
llega a ser cultura es fuente de esperanza. Firme en esta esperanza, y
contento de veros así en el trabajo, pido al Señor que os bendiga.
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09. Injertar el Evangelio en todas las culturas, 10 de enero de 1992
Señores cardenales; queridos amigos:
1. Os acojo con alegría y os doy la bienvenida. Me complace saludaros y
manifestaros mi reconocimiento por vuestra dedicación a la Iglesia y su
misión de evangelización. Os agradezco igualmente vuestra competencia que
ponéis al servicio de la Santa Sede, bajo la dirección del Cardenal Paul
Poupard, junto con los Cardenales Eugênio de Araújo Sales y Hyacinthe
Thiandoum, del Comité de presidencia, y la ayuda de los colaboradores y
colaboradoras que realizan en Roma un trabajo de calidad. Dentro de unos
meses, el Pontificio Consejo para la Cultura, uno de los dicasterios más
jóvenes de la Curia romana, celebrará su décimo aniversario de fundación. En
el curso de este primer decenio habéis testimoniado mediante vuestro
trabajo, que la cultura es un elemento constitutivo de la vida de las
comunidades cristianas, como de toda sociedad verdaderamente humana. Según
las orientaciones dadas el 20 de mayo de 1982 en la Carta de fundación y
confirmadas por la constitución apostólica Pastor Bonus (art. 166-168), os
dedicáis decididamente a la reflexión y la acción.
2. Habéis desarrollado progresivamente una fructuosa colaboración con
diversos dicasterios de la Curia romana y muchos otros organismos, como el
Comité Pontificio de las Ciencias históricas y la Academia pontificia de las
Ciencias. Espero que se intensifique vuestra colaboración con las Iglesias
locales, a fin de promover las propias iniciativas para estimular la
evangelización de las culturas y la inculturación de la fe. Vuestro boletín
Iglesia y Culturas extiende el radio de los numerosos y diversificados
logros, de alcance internacional, de los que vosotros os encargáis de
informar. Colaboráis con las Organizaciones Internacionales Católicas, con
la UNESCO y el Consejo de Europa. Habéis participado en numerosas
manifestaciones - algunas organizadas por vosotros - y habéis desarrollado
una reflexión valiosa sobre los medios de comunicación social, las artes,
las ediciones, las universidades católicas, el papel de la mujer en el
desarrollo cultural, la inculturación de la fe en Africa y Asia, la
evangelización de América y la construcción de la nueva Europa.
3. Desde hace varios años, está en marcha el diseño de una nueva Europa, en
medio de sombras y luces, alegrías y dolores. La caída de los muros
ideológicos y políticos ha producido una alegría intensa y suscitado grandes
esperanzas, pero otros muros dividen de nuevo el continente. Así, pues, os
agradezco que, acogiendo una petición mía con el fin de preparar la Asamblea
especial para Europa del Sínodo de los Obispos, hayáis organizado el
Simposio pre-sinodal Cristianismo y cultura en Europa. Memoria, conciencia,
proyecto. Habéis ayudado a los Obispos y, a través de ellos, a toda la
Iglesia a reavivar nuestra memoria cristiana milenaria y a discernir mejor
los fundamentos culturales del renacimiento de una Europa espiritualmente
unida, en la que queremos ser "testigos de Cristo que nos ha librado" (cf.
Ga 5,1).
En el umbral del tercer milenio, la misión apostólica de la Iglesia la
compromete a una nueva evangelización, en la cual la cultura reviste una
importancia primordial. Los Padres del reciente Sínodo lo pusieron de
relieve: el número de cristianos aumenta, pero, al mismo tiempo, se acentúa
la presión de una cultura sin anclaje espiritual. La descristianización ha
engendrado sociedades que no tienen referencia a Dios. El reflujo del
marxismo-leninismo ateo como sistema político totalitario en Europa está
lejos de solucionar los dramas que ha provocado en estos tres cuartos de
siglo. Todos los que han sido afectados por este sistema totalitario de un
modo u otro, sus responsables y sus partidarios, como sus más extremos
opositores, se han convertido en sus víctimas. Quienes han sacrificado por
la utopía comunista su familia, sus energías y su dignidad comienzan a tomar
conciencia de haber sido arrastrados en una mentira que ha herido
profundamente la naturaleza humana. Los demás encuentran una libertad para
la cual no estaban preparados y cuyo uso permanece hipotético, pues viven en
condiciones políticas, sociales y económicas precarias, y experimentan una
situación cultural confusa, con el despertar sangriento de los antagonismos
nacionalistas.
En su conclusión el Simposio pre-sinodal os preguntaba ¿hacia dónde y hacia
quién se dirigirán aquellos cuyas esperanzas utópicas acaban de
desvanecerse? El vacío espiritual que mina la sociedad es, ante todo, un
vacío cultural. Y es la conciencia moral, renovada por el Evangelio de
Cristo, que puede llenarlo verdaderamente. Únicamente, en la fidelidad
creadora a su patrimonio heredado del pasado y siempre vivo, Europa estará
capacidada para afrontar el futuro con un proyecto que sea un verdadero
encuentro entre la Palabra de Vida y las culturas en búsqueda del amor y de
la verdad para el hombre. Aprovecho la ocasión que hoy se me ofrece, para
renovar a todos aquellos que han sido artífices de este Simposio mi
expresión de reconocimiento por su cooperación con los trabajos del Sínodo.
4. En este año 1992 se celebra el quinto centenario de la evangelización de
América. He querido de modo particular que la "cultura cristiana" sea uno de
los ejes principales de este jubileo, en el cual la Iglesia propondrá
verdaderamente el Evangelio de Cristo a los hombres en la medida en que se
dirija a cada hombre en su cultura y en que la fe de los cristianos muestre
su capacidad de fecundar las culturas emergentes, que llevan consigo la
esperanza para el futuro. América Latina representa casi la mitad de los
católicos del mundo. El reto de su nueva evangelización está estrechamente
unido a un diálogo renovado entre las culturas y la fe. También el
Pontificio Consejo de la cultura, seguirá aportando su experiencia a las
Conferencias episcopales que lo soliciten, con el CELAM.
5. El próximo Sínodo de los obispos para Africa dará un puesto central al
gran desafío de la implantación del Evangelio en las culturas africanas. Los
documentos preparatorios ya han estudiado de cerca las relaciones entre
evangelización e inculturación. Desde hace más de un siglo, los misioneros
han gastado generosamente sus energías y han sacrificado con frecuencia su
propia vida a fin de que el Evangelio salvador alegrara al africano en el
corazón de su ser. La inculturación es un proceso lento, que abarca en toda
la extensión de la vida misionera. Y una mirada de conjunto dirigida hacia
la humanidad muestra que esta misión está aún en sus comienzos y que debemos
comprometernos con todas nuestras fuerzas a su servicio (cf. Redemptoris
missio, 52 y 1). En vísperas de este Sínodo, las Iglesias de Africa,
amenazadas por el sincretismo y las sectas, encuentran un nuevo impulso para
anunciar el Evangelio y acogerlo en función de sus culturas, en el marco de
la catequesis, de la formación de los sacerdotes y de los catequistas, de la
liturgia y de la vida de las comunidades cristianas. Esto requiere tiempo:
todo proceso de inculturación auténtica de la fe es un acto de "tradición",
que debe hallar su inspiración y sus normas en la única Tradición. Supone
una profundización teológica y antropológica del mensaje de la Redención y,
a la vez, el testimonio vivo e irreemplazable de las comunidades cristianas,
felices de poder compartir su amor ferviente de Cristo.
6. Os espera una labor urgente: restablecer los lazos que se han debilitado,
y a veces roto, entre los valores culturales de nuestro tiempo y su
fundamento cristiano permanente. Los cambios políticos, los trastornos
económicos, y las transformaciones culturales de estos últimos años han
contribuido ampliamente a una toma de conciencia moral, dolorosa y lúcida.
Tras decenios de opresión totalitaria, hombres y mujeres nos dan su
testimonio desgarrador: es a la conciencia moral, guardiana de su identidad
profunda, que ellos deben su supervivencia personal. Muchos son hoy los
jóvenes y menos jóvenes de las naciones industrializadas que claman, por
todos los medios, su insatisfacción frente al "tener" que asfixia al "ser".
Por doquier, los pueblos exigen que se respeten su cultura y su derecho a
una vida plenamente humana. Gracias a la cultura se hace realidad la
expresión de Pascal: "El hombre supera infinitamente al hombre".
7. Una situación cultural nueva deriva principalmente del desarrollo de las
ciencias y de las técnicas. Conscientes de la reflexión renovada que pide de
parte de la Iglesia, habéis ideado un congreso en Tokio sobre Ciencia
tecnología y valores espirituales. Un enfoque asiático de la modernización,
y otro en la misma Ciudad del Vaticano, en colaboración con la Academia
Pontificia de las Ciencias, sobre La ciencia en el marco de la cultura
humana. La fragmentación de los conocimientos como su aplicación técnica
hace más difícil la visión orgánica y armoniosa del hombre en su unidad
ontológica. Lejos de ser extraña a la cultura científica, la Iglesia se
alegra por los descubrimientos y las aplicaciones técnicas capaces de
mejorar las condiciones y la calidad de vida de nuestros contemporáneos.
Ella recuerda sin cesar el carácter único y la dignidad del ser humano
contra toda tentación de abusar del poder que confiere la técnica. Espero
que prosigáis el diálogo iniciado en el curso de estos últimos años con los
representantes de la cultura científica, de la ciencias exactas y de las
ciencias del hombre. Los progresos de la ciencia y de la técnica reclaman
una conciencia renovada y una exigencia ética al corazón de la cultura, que
los hombres de todas las culturas puedan beneficiarse de ellas con equidad,
en un esfuerzo perseverante de solidaridad.
8. Las aspiraciones fundamentales del hombre encierran un sentido. Expresan,
de múltiples modos, a veces confusos, la vocación a "ser", inscrita por Dios
en el corazón de cada hombre. En medio de las incertidumbres y angustias de
nuestro tiempo, la misión os llama a ofrecer lo mejor de vosotros mismos
para desarrollar una verdadera cultura de la esperanza, fundada en la
Revelación y la Salvación de Jesucristo.
La libertad es plenamente valorada cuando la acogida de la verdad y el amor
que Dios llega a todo hombre. Para los cristianos es un inmenso desafío:
testimoniar el amor, que es la fuente y la realización de toda cultura, en
Jesucristo que nos ha liberado.
9. Humanizar con el Evangelio la sociedad y sus instituciones, y dar
nuevamente a la familia, a las ciudades y a los pueblos un alma digna del
hombre creado a imagen de Dios, tal es el desafío del siglo XXI. La Iglesia
puede contar con los hombres y las mujeres de cultura para ayudar a los
pueblos a recuperar su memoria, reavivar su conciencia y preparar su
porvenir. El fermento cristiano fecundará y extenderá las culturas y sus
valores.
De este modo Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), Él que ha dado
"novedad a todas las cosas, al darse Él mismo", como escribió Ireneo de Lión
(Adv. haer., IV, 34, 1). De allí, la importancia de la educación y la
necesidad de profesores que sean auténticos formadores de la persona. La
necesidad de investigadores y de sabios cristianos, cuya capacidad
científica sea reconocida y apreciada, para dar sentido a los
descubrimientos de la ciencia y a las invenciones de la técnica. El mundo
tiene necesidad de sacerdotes, de religiosos, de religiosas y de laicos
seriamente formados en el conocimiento de la heredad doctrinal de la
Iglesia, rica de su patrimonio cultural bimilenario, fuente siempre fecunda
de artistas y poetas, capaces de ayudar al pueblo de Dios a vivir el
misterio inagotable de Cristo, celebrado en la belleza, meditado en la
oración y encarnado en la santidad.
10. Señores Cardenales, queridos amigos, que este encuentro con el Sucesor
de Pedro os fortalezca en la conciencia de vuestra misión. La cultura es del
hombre, por el hombre y para el hombre. La vocación del Pontificio Consejo
para la Cultura, vuestra vocación, en este final del siglo y del milenio,
consiste en suscitar una nueva cultura del amor y de la esperanza inspirada
en la verdad que nos hace libres en Jesucristo. Éste es el objetivo de la
inculturación, prioridad para la nueva evangelización. El arraigo del
Evangelio en el seno de las culturas es una exigencia de la misión, tal como
lo recordé recientemente en la encíclica Redemptoris missio. Sed sus
artífices auténticos, en comunión profunda con la Santa Sede y con toda la
Iglesia, en el seno de las Iglesias locales, bajo la guía de sus Pastores.
Con mis fervientes deseos para vosotros y para todos vuestros seres
queridos, os aseguro mi agradecimiento y mi oración por la fecundidad de
vuestros trabajos. En prenda de mi afecto, os imparto de todo corazón mi
bendición apostólica.
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10. La
misión del nuevo Consejo Pontificio de la Cultura: el
diálogo con los no creyentes y la inculturación de la fe, 18 de marzo de
1994
Señores cardenales; queridos hermanos en el episcopado; queridos amigos:
1. Con alegría os acojo esta mañana, miembros, consultores y colaboradores
del Consejo pontificio para la cultura, reunidos bajo la presidencia del
cardenal Paul Poupard durante esta primera asamblea plenaria del dicasterio,
tal como quedó constituido después de la uníón de los anteriores Consejos
pontificios para el diálogo con los no creyentes y para la cultura, según el
motu proprio Inde a pontificatus, del 25 de marzo de 1993.
Sabéis bien que, desde comienzos de mi pontificado, he insistido en la gran
importancia de las relaciones entre la Iglesia y la cultura. En la carta de
fundación del Consejo pontificio para la cultura, recordé que "una fe que no
se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no
fielmente vivida" (Carta del 20 de mayo de 1982: cf. L'Osservatore Romano,
edición en lengua española, 6 de junio de 1982, p. 19).
Una doble constatación se impone: la mayoría de los países de tradición
cristiana tienen la experiencia de una grave ruptura entre el Evangelio y
amplios sectores de la cultura, mientras que en las Iglesias jóvenes se
plantea con agudeza el problema del encuentro del Evangelio con las culturas
autóctonas. Esta situación indica ya la orientación de vuestra tarea:
evangelizar las culturas e inculturar la fe. Permitidme explicitar ciertos
puntos que me parecen particularmente importantes.
2. El fenómeno de la no-creencia, con sus con- secuencias prácticas que son
la secularización de la vida social y privada, la indiferencia religiosa o,
incluso, el rechazo explícito de toda religión, sigue siendo uno de los
temas prioritarios de vuestra reflexión y de vuestras preocupaciones
pastorales: conviene buscar sus causas históricas, culturales, sociales e
intelectuales y, al mismo tiempo, promover un diálogo respetuoso y abierto
con los que no creen en Dios o no profesan ninguna religión; la organización
de encuentros y de intercambios con ellos, como habéis hecho en el pasado,
puede dar seguramente fruto.
3. La inculturación de la fe es la otra grande tarea de vuestro dicasterio.
Los centros especializados de investigación podrían ayudar a su realización.
Pero no hay que olvidarse de que "es un quehacer de todo el pueblo de Dios,
no sólo de algunos expertos, porque se sabe que el pueblo refleja el
auténtico sentido de la fe" (Redemptoris missio, 54). La Iglesia, mediante a
un largo proceso de profundización, toma poco a poco conciencia de toda la
riqueza del depósito de la fe a través de la vida del pueblo de Dios: en el
proceso de la inculturación, se pasa de lo implícito vivido a lo explícito
conocido. De manera análoga, la experiencia de los bautizados, que viven en
el Espíritu Santo el misterio de Cristo, bajo la guía de sus pastores, los
inducen a discernir progresivamente los elementos de las diversas culturas,
compatibles con la fe católica y a renunciar a los otros. Esta lenta
maduración requiere de mucha paciencia y sabiduría, una gran apertura de
corazón, un sentido ya advertido por la Tradición y una gran audacia
apostólica, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, de los Padres y de los
Doctores de la Iglesia.
4. Al crear el Consejo pontificio para la cultura, he querido "dar a toda la
Iglesia un impulso común en el encuentro, incesantemente renovado, del
mensaje de salvación del Evangelio con la pluralidad de las culturas". Le
confié también el mandato de "participar en las preocupaciones culturales
que los dicasterios de la Santa Sede encuentran en su trabajo, de modo que
se facilite la coordinación de sus tareas para la evangelización de las
culturas, y se asegure la cooperación de las instituciones culturales de la
Santa Sede" (Carta del 20 de mayo de 1982). En esta perspectiva, os he
encomendado la misión de seguir y coordinar la actividad de las Academias
pontificias, de acuerdo con sus objetivos propios y sus estatutos, y
mantener contactos regulares con la Comisión pontificia para los bienes
culturales de la Iglesia, "a fin de asegurar una sintonía de finalidades y
una fecunda colaboración recíproca" (Motu proprio Inde a pontificatus, 25 de
marzo de 1993; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de
mayo de 1993, p. 5).
5. Para realizar mejor vuestra misión, estáis llamados a entablar relaciones
más estrechas con las Conferencias episcopales y, especialmente, con las
comisiones para la cultura, que deberían existir en el seno de todas las
Conferencias, como habéis solicitado recientemente. Esas comisiones están
llamadas a ser focos de promoción de la cultura cristiana en los diferentes
países, y centros de diálogo con las culturas extrañas al cristianismo. Los
organismos privilegiados de promoción de la cultura cristiana y de diálogo
con los medios culturales no cristianos son, seguramente, los centros
culturales católicos, numerosos en todo el mundo, cuya acción sostenéis y
favorecéis la irradiación. A este respecto, el primer encuentro
internacional que acabáis de organizar en Chantilly permite esperar de otros
intercambios fructíferos.
6. En el mismo orden de ideas, colaboráis con las Organizaciones
Internacionales católicas, especialmente aquellas que agrupan a los
intelectuales, a los científicos y a los artistas, promoviendo "iniciativas
adecuadas concernientes al diálogo entre la fe y las culturas, y el diálogo
intercultural". (cf. Motu proprio Inde a pontificatus, art. 3).
Además, seguís la política y la acción cultural de los gobiernos y de las
Organizaciones internacionales, tales como la UNESCO, el Consejo de
cooperación cultural del Consejo de Europa y otros organismos, preocupados
de dar una dimensión plenamente humana a su política cultural.
7. Vuestra acción, directa o indirecta, en los ambientes donde se elaboran
las grandes corrientes del pensamiento del tercer milenio, procura dar un
nuevo impulso a la actividad de los cristianos en materia cultural, que
tiene su puesto en el conjunto del mundo contemporáneo. En esta vasta
empresa, tan urgente como necesaria, tenéis que dirigir un diálogo, que
parece lleno de promesas, con los representantes de las corrientes
agnósticas o con los no-creyentes, que se inspiran en antiguas
civilizaciones o en planteamientos intelectuales mas recientes.
8. "El cristianismo es creador de cultura en su mismo fundamento", (Discurso
a la UNESCO, 2 de junio de 1980). En el mundo cristiano, una cultura
realmente prestigiosa se ha extendido a lo largo de los siglos, tanto en el
campo de las letras y de la filosofía, como en el de las ciencias y de las
artes. El sentido mismo de la belleza en la antigua Europa es ampliamente
tributario de la cultura cristiana de sus pueblos, y su paisaje ha sido
modelado a su imagen. El centro en torno al cual se ha construido esta
cultura es el corazón de nuestra fe: el misterio eucarístico. Las catedrales
al igual que las humildes iglesias de los campos, la música religiosa como
la arquitectura, la escultura y la pintura, irradian el misterio del verum
Corpus, natum de Maria Virgine, hacia el cual todo converge en un movimiento
de admiración. Por lo que concierne a la música, recordaré con mucho gusto,
éste año a Giovanni Pierluigi da Palestrina, con ocasión del cuarto
centenario de su muerte. Parecería que en su arte, después de un período de
confusión, la Iglesia vuelve a encontrar una voz pacifica por la
contemplación del misterio eucarístico, como una serena respiración del alma
que se sabe amada de Dios.
La cultura cristiana refleja admirablemente la relación del hombre con Dios,
renovada en la Redención. Ella abre a la contemplación del Señor, verdadero
Dios y verdadero hombre. Esta cultura se halla vivificada por el amor que
Cristo derrama en los corazones (cf. Rm 5, 5), y por la experiencia de los
discípulos llamados a imitar a su Maestro. De tales fuentes han nacido una
conciencia intensa del sentido de la existencia, una gran fuerza de carácter
alegre en el corazón de las familias cristianas y una fina sensibilidad,
antes desconocida. La gracia despierta, libera, purifica, ordena y dilata
las potencias creativas del hombre. Y, si invita a la ascesis y a la
renuncia, es para liberar el corazón, libertad eminentemente favorable tanto
para la creación artística como para el pensamiento y la acción fundados en
la verdad.
9. Así, en esta cultura, el influjo ejercido por los santos y las santas es
determinante: por la luz que irradian, por su libertad interior y por la
fuerza de su personalidad, marcan el pensamiento y la expresión artística de
períodos enteros de nuestra historia. Basta recordar aquí a san Francisco de
Asís: tenía un temperamento de poeta, algo que testimonian ampliamente sus
palabras, sus actitudes y su sentido innato del gesto simbólico. Aunque se
situo bien lejos de toda preocupación literaria, no es menos creador de una
nueva cultura, en el campo del pensamiento y la expresión artística. San
Buenaventura y Giotto no se habrían realizado sin él.
Es decir, queridos amigos, allí reside la verdadera exigencia de la cultura
cristiana. Esta maravillosa creación del hombre sólo puede surgir de la
contemplación del misterio de Cristo y de la escucha de su palabra, puesta
en práctica con una total sinceridad y con un compromiso sin reservas, a
ejemplo de la Virgen María. La fe libera el pensamiento y abre nuevos
horizontes al lenguaje del arte poético y literario, a la filosofía y a la
teología, así como a otras formas de creación propias del genio humano.
Es en la expansión y en la promoción de esta cultura que: unos son llamados
mediante el diálogo con los no-creyentes: otros mediante la búsqueda de
nuevas expresiones del ser cristiano, todos mediante una irradiación
cultural más vigorosa de la Iglesia en este mundo en búsqueda de la belleza
y de la verdad, de unidad y de amor.
Para cumplir vuestra tarea, así bella, así noble y así necesaria, os
acompañe mi bendición apostólica, con mi afectuosa gratitud.
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11. El Evangelio, Buena Nueva para las culturas, 14 de marzo de 1997
Señores Cardenales, queridos hermanos en el episcopado, queridos amigos:
1. Os recibo con alegría esta mañana, al término de vuestra Asamblea
Plenaria. Agradezco a vuestro Presidente, el Señor Cardenal Paul Poupard,
que haya recordado el espíritu en el que se han desarrollado vuestros
trabajos. Habéis reflexionado sobre la cuestión de cómo ayudar a la Iglesia
a garantizar una presencia más vigorosa del Evangelio en el corazón de las
culturas, en la proximidad del nuevo milenio.
Este encuentro me brinda la oportunidad de volver a deciros: "La síntesis
entre la cultura y la fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino
también de la fe" (Carta de fundación del Consejo Pontificio para la
Cultura, 20 de mayo de 1982). Es esto lo que los cristianos fieles al
Evangelio han realizado a lo largo de dos milenios en las más diversas
situaciones culturales. La mayor parte de las veces la Iglesia se ha
insertado en la cultura de los pueblos en cuyo seno se había implantado,
para modelarla según los principios del Evangelio.
La fe en Cristo, encarnado en la historia, transforma interiormente no sólo
a las personas, sino que regenera también a los pueblos y a sus culturas.
Así, al final de la antigüedad, los cristianos, que vivían en una cultura a
la que debían mucho, la transformaron desde dentro y le infundieron un
espíritu nuevo. Cuando esa cultura se vio amenazada, la Iglesia, con
Atanasio, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Agustín, Gregorio Magno y muchos otros,
transmitió la herencia de Jerusalén, de Atenas y de Roma, para dar vida a
una auténtica civilización cristiana. Ésta fue ocasión, a pesar de las
imperfecciones inherentes a toda obra humana, de una síntesis lograda entre
la fe y la cultura.
2. En nuestros días, esta síntesis se echa a menudo de menos; la ruptura
entre el Evangelio y la cultura es, "sin duda el drama de nuestro tiempo"
(Pablo VI, Evangelii nuntiandi, n? 20). Ello supone un drama para la fe,
puesto que en una sociedad en que el cristianismo parece ausente de la vida
social y la fe queda relegada a la esfera privada, el acceso a los valores
religiosos resulta cada vez más difícil, sobre todo para los pobres y los
sencillos, es decir, para la gran mayoría del pueblo, que se seculariza
imperceptiblemente bajo la presión de los modelos de pensamiento y de
comportamiento propagados por la cultura dominante. La ausencia de una
cultura que los sostenga impide a los sencillos tener acceso a la fe y
vivirla plenamente.
Esta situación es también dramática para la cultura, que a causa de su
ruptura con la fe atraviesa una crisis profunda. El síntoma de dicha crisis
es, ante todo, el sentimiento de angustia que proviene de la conciencia de
la finitud en un mundo sin Dios, donde se hace del yo un absoluto, y de las
realidades terrenas los únicos valores de la vida. En una cultura sin
trascendencia, el hombre sucumbe ante la atracción del dinero y del poder,
del placer y del éxito. Se encuentra así con la insatisfacción causada por
el materialismo, por la pérdida del sentido de los valores morales y por la
inquietud ante el futuro.
3. Sin embargo, en medio de este desencanto no deja de subsistir una sed de
absoluto, un deseo del bien, un hambre de la verdad, una necesidad de
realización de la persona. Ello denota la amplitud de la misión del Consejo
Pontificio de la Cultura: ayudar a la Iglesia a realizar una nueva síntesis
entre la fe y la cultura para mayor bien de todos. En este fin de siglo es
esencial reafirmar la fecundidad de la fe en la evolución de una cultura.
Sólo una fe que sea fuente de decisiones espirituales radicales es capaz de
influir en la cultura de una época. Así, la actitud de San Benito, el
patricio romano que abandonó una sociedad envejecida y se retiró a la
soledad, a la ascesis y a la oración, fue determinante para el crecimiento
de la civilización cristiana.
4. En su acercamiento a las culturas, el cristianismo se presenta con el
mensaje de la salvación, recibido de los Apóstoles y de los primeros
discípulos, pensado y profundizado por los Padres de la Iglesia y por los
teólogos, vivido por el pueblo cristiano, especialmente por los santos, y
expresado por grandes genios de la teología, de la filosofía, de la
literatura y del arte. Este mensaje tenemos que anunciarlo a los hombres de
hoy en toda su riqueza y en toda su belleza.
Para hacerlo, cada Iglesia particular debería tener un proyecto cultural,
como sucede ya en algunos países. Durante esta Asamblea Plenaria habéis
dedicado una parte notable de vuestros trabajos a considerar no sólo los
desafíos, sino también las exigencias de una auténtica pastoral de la
cultura, que es decisiva para la nueva evangelización. Viniendo de
horizontes culturales diversos, dais a conocer a la Santa Sede las
expectativas de las Iglesias locales y el eco de vuestras comunidades
cristianas.
Entre las tareas que os competen, subrayo algunos puntos que requieren la
mayor atención por parte de vuestro Consejo, como la creación de centros
culturales católicos o la presencia en el mundo de los medios de
comunicación social y en el mundo científico, para transmitir en ellos la
herencia cultural del cristianismo. En todos estos esfuerzos, estad
particularmente cercanos a los jóvenes y a los artistas.
5. La fe en Cristo da a las culturas una dimensión nueva, la de la esperanza
en el Reino de Dios. Los cristianos tienen la vocación de inscribir en el
corazón de las culturas esta esperanza en una tierra nueva y en unos cielos
nuevos. Porque cuando la esperanza se desvanece, las culturas mueren. El
Evangelio, lejos de ponerlas en peligro o de empobrecerlas, les aporta un
suplemento de alegría y de belleza, de libertad y de sentido, de verdad y de
bondad.
Todos estamos llamados a transmitir este mensaje, con palabras que lo
anuncien, con una existencia que dé testimonio de él, y con una cultura que
lo irradie. Porque el Evangelio conduce a la cultura a su perfección, y la
cultura auténtica está abierta al Evangelio. Es preciso retomar una y otra
vez esta tarea de donación del Evangelio a la cultura y viceversa. He
instituido el Consejo Pontificio de la Cultura para ayudar a la Iglesia a
vivir el intercambio salvífico en el que la inculturación del Evangelio va a
la par con la evangelización de las culturas. ¡Que Dios os ayude a cumplir
vuestra apasionante misión!
Encomendando a María, Madre de la Iglesia y primera educadora de Cristo, el
futuro del Consejo Pontificio de la Cultura y de todos sus miembros, os
imparto de todo corazón la bendición apostólica.
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12.
Cristo renueva todas las culturas, 19 de noviembre de 1999
Señores Cardenales, Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos amigos:
1. Me alegra saludaros con ocasión de la Asamblea Plenaria del Consejo
Pontificio de la cultura y les expreso mi satisfacción por el tema elegido
para esta sesión, "Hacia un humanismo cristiano al alba del nuevo milenio",
tema esencial para el futuro de la humanidad, puesto que invita a tomar
conciencia del lugar central que ocupa la persona humana en los diferentes
ámbitos de la sociedad. Por otra parte, la investigación antropológica es
una dimensión cultural necesaria en toda pastoral y una condición
indispensable para una profunda evangelización. Agradezco al cardenal Paul
Poupard las amables palabras con las que se ha hecho vuestro interprete.
2. A pocas semanas de la apertura del gran jubileo del año 2000, tiempo de
gracia excepcional, la misión de anunciar a Cristo es cada vez mas
apremiante; muchos de nuestros contemporáneos, especialmente los jóvenes,
tienen grandes dificultades para percibir quienes son en realidad, pues
están sumergidos y desorientados por las múltiples concepciones del hombre,
de la vida y de la muerte, del mundo y de su sentido.
Muy a menudo, las concepciones del hombre difundidas en la sociedad moderna
se han convertido en verdaderos sistemas de pensamiento que tienden a
apartarse de la verdad y a excluir a Dios, creyendo que así afirman el
primado del hombre, en nombre de su supuesta libertad y de su plena y libre
realización; obrando de este modo, esas ideologías privan al hombre de su
dimensión constitutiva de persona creada a imagen y semejanza de Dios. Esta
mutilación profunda se transforma hoy en una verdadera amenaza para el
hombre, dado que lleva a concebirlo sin ninguna relación con la
trascendencia.
La Iglesia, en su dialogo con las culturas, tiene como tarea fundamental
guiar a nuestros contemporáneos al descubrimiento de una sana antropología,
para que lleguen al conocimiento de Cristo, verdadero Dios y verdadero
hombre. Les agradezco porque con vuestras reflexiones ayudáis a las Iglesias
particulares a afrontar este desafío, "para renovar desde dentro y
transformar, a la luz de la Revelación, las concepciones del hombre y de la
sociedad que modelan las culturas", como subrayaba el documento Para la
pastoral de la cultura (n. 25), publicado recientemente por el Consejo
Pontificio de la Cultura.
Cristo resucitado es una buena nueva para todos los hombres, ya que tiene
"el poder de llegar al corazón de todas las culturas para purificarlas,
fecundarlas y enriquecerlas, permitiéndoles irradiarse en la medida sin
medida del amor de Cristo" (ib., 3). Así pues, conviene elaborar y
desarrollar una antropología cristiana para nuestro tiempo, que sea el
fundamento de una cultura, como hicieron nuestros antepasados (cf. Fides et
Ratio, 59), una antropología que debe tener en cuenta las riquezas y los
valores de las culturas de los hombres de hoy, sembrando en ellas los
valores cristianos. La diversidad de las Iglesias de Oriente y Occidente,
nos testimonia, desde los orígenes, una inculturación fecunda de la
filosofía, la teología, la liturgia, las tradiciones jurídicas y las
creaciones artísticas?
Del mismo modo que en los primeros siglos de la Iglesia, con san Justino, la
filosofía pasó a Cristo, puesto que el cristianismo es "la única filosofía
segura y provechosa" (Dialogo con Trifón, 8, 1), así debemos proponer hoy
una filosofía y una antropología cristianas que preparen el camino para el
descubrimiento de la grandeza y la belleza de Cristo, el Verbo de Dios.
Ciertamente, la fascinación de la belleza, de la estética, llevara a
nuestros contemporáneos a la ética, el decir, a vivir una vida hermosa y
digna.
3. El humanismo cristiano puede proponerse a todas las cultura, revela el
hombre a sí mismo en la conciencia de su valor y le permite acceder a la
fuente misma de su existencia, al Padre creador, y vivir su identidad filial
en el Hijo unigénito, "primogénito de toda criatura" (Col 1, 15), con un
corazón dilatado por el soplo de su Espíritu de amor. "Ante la riqueza de la
salvación realizada por Cristo, caen las barreras que separan las diversas
culturas" (Fides et Ratio, 70). La locura de la cruz, de la que habla san
Pablo (cf. 1 Col 1, 18), es una sabiduría y una fuerza que superan todos las
barreras culturales, pues puede enseñarse a todas las naciones.
El humanismo cristiano es capaz de integrar las mejores conquistas de la
ciencia y de la técnica para mayor bienestar del hombre. Conjura, al mismo
tiempo, las amenazas contra su dignidad de persona, sujeto de derechos y
deberes, y contra su misma existencia, hoy tan seriamente puesta en tela de
juicio, desde su concepción hasta el termino natural de su vida terrena. En
efecto, si el hombre vive una vida humana gracias a la cultura, sólo existe
cultura realmente humana si es del hombre, por el hombre y para el hombre, o
sea, para todo el hombre y para todos los hombres. El humanismo más
auténtico es el que nos muestra la Biblia en el designio de amor de Dios
para el hombre, designio más admirable aún gracias al Redentor. "En
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado" (Gaudium et spes, 22).
La pluralidad de los enfoques antropológicos, que constituye una riqueza
para la humanidad entera, también puede engendrar escepticismo e
indiferencia religiosa; se trata de un desafío que es preciso afrontar con
inteligencia y valentía. La Iglesia no tiene miedo de la diversidad
legitima, que manifiesta los ricos tesoros del alma humana. Por el
contrario, se apoya en esta diversidad para inculturar el mensaje
evangélico. He podido darme cuenta de ello durante los diversos viajes que
he realizado a todos los continentes.
4. A pocas semanas de la apertura de la Puerta santa, símbolo de Cristo,
cuyo corazón completamente abierto está dispuesto a acoger a los hombres y
mujeres de todas las culturas en el seno de su Iglesia, deseo vivamente que
el Consejo Pontificio de la Cultura prosiga sus esfuerzos, sus
investigaciones y sus iniciativas, sobre todo sosteniendo a las Iglesias
particulares y favoreciendo el descubrimiento del Señor de la historia por
parte de quienes están sumergidos en el relativismo y en la indiferencia,
rostros nuevos de la falta de fe. Será un modo de devolver a esas personas
la esperanza que necesitan para edificar su vida personal, participar en la
construcción de la sociedad y volver a Cristo, alfa y omega. En particular,
os invito a apoyar a las comunidades cristianas, que no siempre disponen de
medios, para que presten una renovada atención al mundo tan diversificado de
los jóvenes y sus educadores, de los científicos y los investigadores, de
los artistas, de los poetas, de los escritores y de todas las personas
comprometidas en la vida cultural, a fin de que la Iglesia afronte los
grandes desafíos de la cultura contemporánea. Esto vale tanto para Occidente
como para las tierras de misión.
Os renuevo mi gratitud por el trabajo realizado, y os encomiendo a la
intercesión de la Virgen María, que supo dar a Dios un sí incondicional, y a
los grandes doctores de la Iglesia. Os imparto complacido a vosotros, así
como a todos vuestros seres queridos, como prenda de mi confianza y mi
estima, una especial bendición apostólica.