Razón y Fe en Benedicto XVI: Comentario 3 a su lección magistral en Ratisbona
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Por Juan de Dios Vial Larraín
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Documento comentado:
Dios, la
fe y ciencia (BenXVI, Ratisbona)
(Comentario 1)
(Comentario 2)
(Comentario 4)
Resumen
Qué puede aproximar mejor a la fe, ¿acaso lo que haga violencia al hombre o
lo que brote de lo más íntimo y profundo de sí mismo, es decir, de su
naturaleza? “No actuar según la razón” responde el Papa en su lección de
Ratisbona, es no actuar según la naturaleza del hombre, y esto “es contrario
a la naturaleza de Dios”.
Dos textos bíblicos fundan su afirmación. El Génesis en sus palabras
iniciales “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”. Y en rigurosa
correspondencia, el Evangelio de San Juan que comienza diciendo: “En el
principio existía el Logos y el Logos estaba en Dios”. El Dios creador es,
pues, el mismo Verbo de Dios hecho carne en la persona de Cristo. Y en Él
está la figura humana esencial.
No es una casualidad histórica que el concepto bíblico de Dios haya sido
puesto por San Juan en una palabra esencial del pensamiento griego: logos.
Pero, proclamar un logocentrismo griego en tiempos nihilistas, en los que el
centro es ninguno, nihil, ¿no es navegar contra corriente? ¿Y no lo es
también proponer cierta unidad espiritual en un mundo en el que reina un
pluralismo relativista de corte puramente político?
Sin embargo este ha sido el sello de la Iglesia desde su fundación. La
comprensión del pobre al plantear la cuestión social, la comprensión del
amor en el planteo de la moral sexual ¿no han sido navegaciones contra
corriente en los dos últimos siglos? Reinstaurar el valor de la razón al
interior de la fe es la atrevida empresa que hoy asume Benedicto XVI,
ciertamente contra corriente.
No fue una casualidad el encuentro originario de la fe con el pensamiento
griego, cuya ruptura marca la deshelenización del cristianismo. No fue ese
encuentro un azar, una casualidad, algo que pueda deshacerse y borrar a
voluntad. Es algo real y vivo. Benedicto XVI concede así un peso decisivo a
la realidad de la historia humana en su figura total.
La ruptura de la fe se gestó al interior de la cultura cristiana en el
voluntarismo nominalista que hizo de Dios una voluntad infinita, en
definitiva, escondida e inaccesible. Es cierto que las diferencias entre
Dios y el hombre son infinitamente mayores que las semejanzas. Pero Dios no
se hace más divino por el hecho de que lo alejemos de nosotros.
A partir de esa crisis intelectual del nominalismo, tres oleadas golpean la
unidad de la razón y la fe. Primera la Reforma que intenta liberar a la
Sagrada Escritura del logos humano. Enseguida Kant, que busca espacio a la
fe por una abolición del conocimiento teórico. Y de ahí la teología liberal
que convierte a Jesús en una figura humanitaria, nada más. Por último la
incomunicación entre las culturas que puede encontrar un apoyo justamente en
la ruptura de la fe cristiana con la cultura que primero la albergó.
En fin, el Papa en su lección llama a una “ampliación de la razón” que le
permita superar los límites que le han sido impuestos y abrir una
interrogación más viva, más actual y más madura sobre la razón de la fe.
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El Papa en su lección magistral en la Universidad de Ratisbona citó el texto
de un Emperador bizantino del siglo XIV, texto actualmente en curso de
edición por un profesor alemán, en el cual se alude a las tres Leyes, como
entonces se decía: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y el Corán. El
Emperador critica ahí la idea de difundir la fe por medio de la espada. El
Papa coincide con él en este punto, no obstante, califica las palabras del
Emperador relativas al Islam como extremadamente “duras”; de “una
brusquedad”, dice, “que nos sorprende”. Tampoco sus palabras acogen
suficientemente, añade, las respuestas de su interlocutor persa, de religión
musulmana seguramente ¿Qué derecho hay, entonces, para atribuir al Papa las
palabras que él critica? ¿No es esta una actitud torcida y odiosa?
Lo que el Papa ha planteado en su lección es una contraposición entre fe y
violencia, versus fe y razón. Su lección incide, entonces, sobre la relación
correcta: la que la fe establece con la razón, que es la naturaleza misma
del hombre. En efecto, ¿qué puede aproximar al hombre al don de la fe, acaso
algo externo a él que, por lo mismo, le haga violencia, o algo que brote de
lo más íntimo y profundo de sí mismo, es decir, de su naturaleza?
El Papa enuncia desde el principio de la lección su respuesta a la cuestión
que ha planteado: “No actuar según la razón, afirma, es contrario a la
naturaleza de Dios”. Dicho de otra manera: solo en la medida en que el
hombre actúe desde sí mismo estará en concordancia con la naturaleza de
Dios.
¿En qué se funda el Papa para hacer tan vigorosa afirmación? En dos textos
decisivos de la Biblia, uno del Antiguo Testamento y otro del Nuevo
Testamento. El Génesis, el primero de los libros de la Biblia, se inicia con
las palabras “En el principio creó Dios el cielo y la tierra” (I,1). Y el
Evangelio de San Juan se inicia, a su vez, con las palabras “En el principio
existía el Logos y el Logos estaba en Dios” (I,1). La concordancia es
visible y particularmente significativa. El Dios Creador, es el Logos, es la
palabra de Dios, de la que el hombre es imagen. El Dios Creador es el mismo
Verbo de Dios hecho carne en la persona de Cristo. Y en El está la figura
humana esencial. El fundamento de la tesis del Papa sobre la relación entre
la fe y la razón radica, pues, en esa relación entre Dios Creador y Verbo de
Dios como el puente que enlaza el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento,
el Génesis y el Evangelio de San Juan, la naturaleza de Dios y la naturaleza
humana.
El editor alemán afirma que para el Emperador bizantino, en tanto había sido
educado en la filosofía griega, esa relación entre la fe y la razón era cosa
evidente. No así, sin embargo, para la doctrina musulmana de la absoluta
trascendencia de Dios. La voluntad de Dios, en el sentido de esta
trascendencia, no se vincula a ninguna categoría humana, inclusive, la
racionalidad. Un conocido islamista francés, Arnaldez, dice que ha llegado a
pensarse en el Islam que Dios no está vinculado ni siquiera a su propia
palabra y, así, perfectamente podría no revelar la verdad e inclusive
prescribir al hombre la idolatría.
El Papa pregunta entonces: la correlación entre la razón del hombre y la
naturaleza de Dios en virtud de la cual un actuar irracional fuera contrario
tanto a la naturaleza de Dios como a la del hombre ¿es fruto, acaso, del
pensamiento griego o tiene valor en sí mismo y con independencia de aquel? A
esta pregunta que él se hace el Papa responde de manera neta: ha sido San
Juan quien dio la respuesta conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios.
Por consiguiente, no ha sido algo así como una casualidad histórica el
encuentro del mensaje bíblico con el pensamiento griego que condujo a decir:
“En el principio existía el Logos”.
Pues bien, yo quisiera comenzar diciendo, si ustedes me lo permiten, que
esta tesis del Papa me parece estupenda y atrevida. Creo que ella abre un
camino que es al que Benedicto XVI invita hoy a los cristianos. Pero voy más
allá: invita a todos los hombres porque habla acerca del hombre mismo, en
nombre de todos, pues. Permítanme tratar de justificar el sentido de lo que
afirmo en la lectura de las palabras del Papa.
Califiqué de atrevida su afirmación porque ciertamente él sabe muy bien que
al decirla se expone a que se le llame tributario de Santo Tomás de Aquino,
por ende, de Aristóteles y del simple logocentrismo griego. Pero esto no
debiera hacerse en tiempos que proclaman la eliminación de la metafísica,
como han dicho los positivistas de Viena, o de superación de la metafísica,
como ha dicho Heidegger. En tiempos nihilistas, por otra parte, carentes de
centro o en los que el centro sería nada, nihil ¿cómo puede pretender el
Papa retornar a un logocentrismo? Se expone, además, a que se le impute un
pensar meramente europeo en un mundo global en el que, contra toda unidad
espiritual, reina un pluralismo relativista de corte puramente político . Se
expone, en fin, a que se le impute querer rescatar la verdad contra los
sofistas, una vez más después de Sócrates y Platón, pero después que toda la
filosofía habría caído con la muerte de Dios, según el juicio de Nietzsche.
Difícilmente alguien sabe mejor que el Papa por qué él está dispuesto a
exponerse a todas estas críticas. Sencillamente porque son nuestro pan
ideológico de cada día en el mundo actual y porque es ahí justamente donde
la verdad ha de clavar su bandera.
¿No ha sido el sello de la Iglesia desde su fundación, y aun la suerte de
quien la fundó, recibir todo eso y muchísimo más justo por decir lo que
dijeron, por decir algo que era nuevo y navegar contra corriente? La
comprensión del pobre en el planteo de la cuestión social. La comprensión
del amor en el planteo de la moral sexual, ¿no han sido navegaciones contra
corriente que ha debido emprender la Iglesia por lo menos en los dos últimos
siglos? Reinstaurar el valor de la razón al interior de la fe es la atrevida
empresa de Benedicto XVI que se atreve a ella, valga la redundancia si es
que la hay, como lo hiciera San Anselmo en el inicio de la más esplendorosa
teología cristiana bajo el lema fides quaerens intellectum.
Pero este atrevimiento del Papa Benedicto XVI al proclamar la relación viva
entre Fe y Razón adquiere una dimensión especial, que es seguramente la más
grave, cuando denuncia lo ocurrido a la verdad de la fe y la inteligencia,
al interior del propio cristianismo que, en definitiva, ha puesto en pugna
al hombre con la verdad, que es como decir al hombre consigo mismo.
El Papa se sirve de una vigorosa metáfora para describir ese proceso que
vendría ya desde la crisis de la teología medieval que gesta el nominalismo
y que se proyecta en el mundo moderno. El Papa habla de tres oleadas,
trayendo a nuestra mente catástrofes de la naturaleza que hemos conocido
hace poco.
Habla de una deshelenización del cristianismo que marca la ruptura de la fe
con la inteligencia filosófica. Pero cuando dice que no fue una casualidad
el encuentro originario de la fe con el pensamiento griego lo que está
diciendo, pienso, es algo de gran alcance. Está concediendo a la historia
humana un peso y una significación que si bien están inscritos ya en la
Encarnación de Cristo y en su Pasión bajo Poncio Pilatos, como reza el
Credo, pero en la forma como el Papa lo propone lleva a concebir que la
historia de la salvación se prolonga a todo lo largo de la historia del
hombre y se gesta a la par de ella. Sobre esta base el Papa no sólo
justifica la helenización del cristianismo, sino puede afirmar que “el
cristianismo desarrolla su huella históricamente decisiva en Europa”, tanto
como su origen se halla en el Oriente. El proceso de asimilación de un
pensamiento por la verdad cristiana no es, entonces, un azar, una
casualidad, algo de lo cual pueda deshacerse y borrar a voluntad. Es algo
real, vivo, histórico que pertenece tanto a la naturaleza de Dios como a la
del hombre.
El acercamiento entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego se produce
ya en el episodio de la zarza ardiente que se lee en el Exodo. Ell nombre
del Dios bíblico se escucha en las palabras Yo Soy. Estas palabras
diferencian al Dios de la Biblia de otros dioses. Le apartan del mito y de
la idolatría. El Papa ve aquí una íntima analogía con el intento de Sócrates
de vencer y superar al mito . Inclusive lo llama una “ilustración” que rompe
con divinidades que no son sino obra de las manos del hombre, como dice el
Salmo 115. En la literatura sapiencial tardía se dará ese acercamiento, ese
recíproco contacto entre la Biblia y la filosofía de los griegos.
Pero, como se ha dicho, es en la propia cultura cristiana de la tardía Edad
Media donde surge un planteamiento “voluntarista” lo llama el Papa, según el
cual a Dios se lo conoce nada más que como una voluntad infinita “cuyas
posibilidades abismales, afirma Benedicto XVI, permanecen para nosotros
eternamente inalcanzables y escondidas”. El Papa menciona en esta línea a
Duns Scoto, como creo que pudo también mencionar a Guillermo de Occam y al
nominalismo.
Obsérvese una extraña paradoja que pareciera ligar en lo profundo, aunque no
lo sea históricamente, la trascendencia absoluta de Dios predicada en el
Corán y el carácter abismal de la voluntad en el pensamiento de Duns Scoto.
O en el de Occam, según el cual bueno es lo que Dios quiere y sin otra razón
que su voluntad, de tal manera que no puede decirse que Dios quiera lo que
es bueno, sino que es bueno nada más que porque lo quiere.
La teología del Islam pareciera concordar con la filosofía nominalista. En
cambio, la filosofía de un filósofo musulman, como es Avicena, de
proveniencia aristotélica, pudo ser asimilada en profundidad en la teología
cristiana de Santo Tomás de Aquino. De una verdad del Islam a una filosofía
nominalista de teólogos cristianos, pero de la filosofía de un musulman a
una teología católica. La clave está en que la filosofía del musulman y la
teología del católico están articuladas en el logos griego de Aristóteles
que establece una continuidad que los nominalistas han roto.
Por cierto, las diferencias entre Dios y el hombre son infinitamente mayores
que las semejanzas, como estableció el Concilio de Letrán en el siglo XIII,
pero Dios no se hace más divino por el hecho de que lo alejemos de nosotros.
El Dios verdaderamente divino, dice el Papa, “es el Dios que se ha
manifestado como logos y ha actuado y actúa como logos lleno de amor por
nosotros”
La primera oleada que cae sobre esa esencial verdad es la deshelenización
postulada por la Reforma en el siglo XVI que busca la forma primordial de la
fe en la sola Escritura sagrada, completamente libre del logos de la
filosofía. Lutero llegó a decir que la filosofía de Aristóteles era la
prostituta del demonio y en otro lugar dijo: soy de la facción de Occam. La
poderosa vivencia religiosa del fraile germano no se andaba con eufemismos.
Pero la filosofía del idealismo alemán se lo tomó muy en serio aunque
irónicamente pues, una vez más, es la filosofía la que hablará de Dios,
ahora en las formas del idealismo subjetivista inducido por la razón moderna
de índole matemática y tecnológica
Kant en el siglo XVIII radicaliza esa posición cuando en la Crítica de la
Razón Pura afirmó la necesidad de renunciar al pensamiento teórico de la
filosofía para dar lugar a la fe. De ahí a la teología liberal de los siglos
XIX y XX no hay más que un paso en el que la fe se vierte en una moral y
Jesús se convierte en una figura humanitaria, nada más. La razón práctica de
Kant alcanza toda su altura teológica haciendo de Dios solo un postulado
para sostener esa moral. Así se levanta la segunda oleada que denuncia el
Papa.
Esta ola, me permitiría añadir, conduce a ver en Dios y la religión la más
fundamental alienación del hombre, como dijo Marx en el Prólogo a la
Filosofía del Derecho de Hegel y a ver el cristianismo inmerso en el
nihilismo y llamado a caer bajo su voluntad de poder, como predicó
Nietzsche. Esta oleada salvaje barre todavía la conciencia contemporánea.
La autolimitación moderna de la razón expresada en las Críticas de Kant y
proyectada en las ciencias, reduciendo su ámbito ha excluido el problema de
Dios. El sujeto, entonces, decide lo que considera sostenible acerca de
Dios, y la conciencia subjetiva se convierte en la única instancia ética.
Como consecuencia ética y religión pierden su poder de crear una comunidad.
El Logos de que habla San Juan transfiguró la originaria palabra griega
–logos---de la que ya Platón en el Fedón había dicho que nombra la misma
esencia del alma. Ni el puro conceptualismo racional, ni las operaciones de
un cálculo formal que una máquina también puede realizar, ni impulsos
vitales fantásticamente revestidos. Logos habla de la más auténtica
profundidad del hombre, de su naturaleza. Del carácter divino de la creatura
humana.
La tercera oleada que el Papa denuncia bloquea la posibilidad de encuentro
entre las culturas, un gran ideal político y moral de nuestro tiempo, al
proclamar la ruptura de la fe cristiana con la cultura que primero la
albergó, como si hubiera sido algo así como un pecado original. Semejante
despojamiento no es purificador. En él late, quizá, la secreta soberbia de
querer tenerse la fe sola a sí misma. Esto no la purifica, la corroe, la
desintegra.
Criticar las corrientes que en el mundo moderno han amenazado la unidad
esencial de la razón y la fe no es desconocer los bienes de este mundo. El
Papa desmentiría sus palabras si lo hiciera. Su posición es otra: es una
mirada hacia adelante, una invitación. El Papa busca lo que llama una
“ampliación de la razón”. Una apertura que permita a la razón superar los
límites que le han sido impuestos y abrir una interrogación más viva, más
actual, más madura sobre la razón de la fe. Permítaseme recordar a este
respecto algo que escuché decir hace varios años en este mismo salón de
honor a un eminente conocedor de la filosofía griega en los orígenes del
cristianismo, el jesuita Paul Henry: la ortodoxia ha sido la aventura de la
inteligencia a través de las herejías.
A esta tarea llama el Papa a la Universitas Scientiarum, como él dice, a la
Universidad. Y una Universidad como esta nuestra Pontificia Universidad
Católica de Chile no puede sino asumir esta misión sabiendo que por encima
del oleaje tempestuoso se escuchan las palabras: Tu eres Pedro y sobre esta
roca edificaré mi Iglesia.