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Juan Pablo II: La tarea de la inculturación constituye el centro de la nueva evangelización

 

San Juan Pablo II - Inculturación

 

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Vea también: Es urgente evangelizar toda cultura humana

 

 

Pablo II recibió en audiencia, en la sala de los Suizos del palacio apostólico de Castelgandolfo, a los participantes. Al comienzo del encuentro, monseñor Crescenzio Sepe, arzobispo titular de Grado y secretario de la Congregación para el clero, dirigió al Vicario de Cristo unas palabras en nombre de todos. Su Santidad pronunció en italiano el discurso que ofrecemos traducido al español

 

El Consejo internacional para la catequesis, cuyos miembros proceden de 27 naciones, celebró su VIII sesión ordinaria en Roma el pasado mes de septiembre. El tema de estudio fue: cuáles son los lenguajes de la catequesis más idóneos para la inculturación de la fe. En la sesión se trató, además, de las relaciones entre el catecismo de la Iglesia católica y los catecismos de las Iglesias particulares.

 

Venerados hermanos en el episcopado; queridos sacerdotes; hermanos y hermanas:

1. Me alegra poder recibiros hoy, al término de los trabajos de vuestro Consejo. Dirijo un pensamiento afectuoso al cardenal José Sánchez, vuestro presidente, a quien deseo un pronto restablecimiento de su enfermedad. Agradezco al secretario de la Congregación, Mons. Crescenzio Sepe, los sentimientos manifestados en nombre de todos vosotros. Os saludo, por último, a cada uno de vosotros, que habéis participado en el encuentro, aportando la contribución de vuestra experiencia.

 

El mandato misionero

 

2. Está presente siempre en nuestro corazón el mandato del Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolés a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20).

 

En este mandato misionero, que nos refiere Mateo, es posible captar algunos criterios adecuados para aclarar el concepto, tan actual, de inculturación de la fe.

 

Ante todo, es preciso predicar a los hombres de todas las culturas el Evangelio, es decir, el misterio de la salvación que Cristo confió a la Iglesia. Las naciones que se convierten a Cristo y se adhieren a él en la fe son “bautizadas”, esto es, son confirmadas en su identidad más auténtica y, al mismo tiempo, quedan penetradas por la inspiración vivificante de la fe, hasta el punto de que el don de la gracia, custodiado en corazones humildes y dóciles, se hace gradualmente parte de la vida personal, familiar y social: es decir, se transforma en cultura cristiana.

 

En este proceso —que jamás es sencillo y que, aveces, angustia (cf. Mc 8, 34 ss.) el Señor Jesús asegura el apoyo y la confortación de su presencian diaria mediante el don incesante de su Espíritu.

 

Recordar la primigenia índole misionera de la Iglesia significa testimoniar esencialmente que la tarea de la inculturación, como difusión integral del Evangelio y de su consiguiente adaptación al pensamiento y a la vida, sigue aún hoy y constituye el corazón, el medio y el objetivo de la “nueva evangelización”. Para una tarea tan elevada resuena siempre la promesa de Jesús: “Y he aquí que yo estoy con vosotros”, allí donde la palabra y los signos del Evangelio encuentran al hombre de cualquier edad, condición y cultura: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

 

La tarea de la catequesis

 

3. Muy oportunamente, pues, el Consejo internacional para la catequesis ha elegido y desarrollado como tema de su octava sesión: “Inculturación de la fe y lenguaje de la catequesis”.

Como habéis dicho hace un momento, sois conscientes de la complejidad del problema, pero también habéis puesto de relieve, junto con las dificultades que entraña, el compromiso renovado de personas y comunidades, a fin de que el evangelio de la salvación, gracias a la catequesis, se anuncie y se reciba por lo que es en sí mismo: pan de vida, que todas las culturas pueden asimilar.

 

Vaya, por tanto, mi agradecimiento a todos vosotros: a los superiores y a los oficiales de la Congregación para el clero, y a los miembros del COINCAT: a mis hermanos obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos, y a cuantos han colaborado para el éxito de esta sesión.

 

4. En la exhortación apostólica Catechesi tradendae, recogiendo las enseñanzas del Magisterio acerca de la inculturación del mensaje cristiano, escribí: “De la catequesis, como de la evangelización en general, podemos decir que está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas. Para ello, la catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto (cf. Rm 16, 25; Ef 3, 5) y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición viva expresiones originales de vida, de celebración y de pensamiento cristianos” (n. 53; cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de noviembre de 1979, p. 11).

 

Por consiguiente, si entre las tareas de la catequesis figura la mediación en el proceso de inculturación de la fe, de aquí deriva que una condición indispensable para que la semilla de la palabra de Dios brote y madure en el terreno bueno es la modalidad de la siembra y la capacidad del sembrador; es decir, el servicio de la catequesis y del catequista.

 

La siembra de la Palabra

 

Jesús, la Palabra de Dios que por obra del Espíritu Santo se encarnó para nuestra salvación, gracias al poder del mismo Espíritu, sigue hablando en la Iglesia y por medio de ella el lenguaje de la reconciliación y de la paz.

 

Como enseña la experiencia de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-13) y proclama Pedro en su discurso (cf. ib. 2, 14-41), el catequista no deberá olvidar nunca que en la inculturación de la fe obra el misterio de la encarnación de la Palabra, el misterio de la muerte y la resurrección de Cristo. Esta certeza es anterior y constituye el fundamento de todo proceso humano y legítimo de interpretación, explicación y adaptación.

 

¿De qué valdría, en efecto, el uso más sabio y pedagógico de los medios de comunicación, que la ciencia y la técnica nos ofrecen hoy, si no transmitiéramos el evangelio de la muerte y la resurrección de Cristo?

 

Sólo quien lleva en sí, en su interior, la verdad de Cristo hasta el extremo de ser “prisionero” de ella como el Apóstol (cf. Ga 1, lO), puede hacer “cultura en Cristo”, o, como decía Pablo, “reducir a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo” (2 Co 10, 5).

 

La IV Conferencia

 

5. Por otra parte, tantos siglos de historia misionera, a partir del primer encuentro del Evangelio con los gentiles, testimonian que el proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere mucho tiempo.

 

Me complace recordar aquí, a este propósito, la evangelización de América, cuyo V Centenario celebramos precisamente este año. Los obispos latinoamericanos tendrán en Santo Domingo —dentro de pocos días— su cuarta Asamblea plenaria. Con mi participación en un aniversario tan significativo quiero no sólo confirmar en la fe a mis hermanos en el episcopado, catequistas por excelencia de ese continente, sino también alentar a todos los catequistas, sacerdotes, religiosos y laicos en la nueva evangelización de las culturas latinoamericanas. Es preciso llevarla a cabo en continuidad prudente con la primera evangelización que, “con deficiencias y a pesar del pecado siempre presente” (Documento de Puebla, 445), supo marcar profundamente la cultura de esos amados pueblos.

 

Estoy seguro de que otros aspectos del proceso de inculturación, que he tratado en la encíclica misionera Redemptoris missio, encontrarán plena aceptación en vosotros, llamados a difundir la experiencia de una catequesis incansable, de alcance mundial. Y estoy seguro, también, de que vosotros, expertos en catequesis, sabréis destacar la vasta gama de servicios que el nuevo Catecismo de la Iglesia católica puede ofrecer con vistas a la inculturación, la cual, para ser eficaz, nunca puede dejar de ser verdadera. La Congregación para el clero debe trabajar con todos los medios que estén a su alcance para favorecer la aceptación y el uso recto de ese texto tan importante, de forma que las Iglesias particulares y las Conferencias episcopales puedan elaborar, ateniéndose a dicho documento histórico, catecismos diocesanos y nacionales, como instrumentos para una ulterior difusión del Evangelio y una indispensable difusión cultural.

 

El ejemplo de san Pablo

 

6. Una palabra, en fin, para los catequistas y agentes pastorales, protagonistas de todos los servicios de la Palabra.

 

El ardoroso Pablo dijo de sí mismo:

 

“Siendo libre de todos... con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley —aun sin estarlo—... Me he hecho débil con los débiles... Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Co 9, 19-22).

 

Es el testigo profético y ejemplar que, más que cualquier otro, llevó el Evangelio a los gentiles de las diversas naciones y culturas, abriéndolas a la fuerza transformadora y regeneradora del mensaje cristiano.

 

La Iglesia necesita con urgencia catequistas que tengan el corazón y la inteligencia de Pablo. El Espíritu que impulsó al Apóstol de los gentiles por el terreno difícil de la primera evangelización no deja de suscitar, incluso en nuestro tiempo, celosos servidores de la Palabra, capaces de obrar al servicio de la difusión de Evangelio en la misión amplia y ardua de la “nueva evangelización”.

 

Para esa tarea misionera se requiere una preparación seria y profunda. Precisamente en relación con la catequesis, a veces se notan en el hombre contemporáneo actitudes de alejamiento más que de cercanía, de indiferencia más que de participación, y de desconfianza más que de acogida frente a la salvación evangélica. Son momentos difíciles, pero no menos fecundos para la misión de la Iglesia, que no puede manifestar ni miedo ni resignación, sino la intrepidez renovada de la fe, que se vive con determinación y constancia —con “parresía”, según el lenguaje neotestamentario— y que encuentra senderos inexplorados, abiertos por el Espíritu Santo ‘incluso en lugares donde aparentemente reinan la hostilidad y el rechazo.

 

“No tengáis miedo”

 

7. “No tengáis miedo”, nos repite también a nosotros Jesús, modelo incomparable de catequista en su ministerio de primer evangelizador. El no vaciló jamás frente a las dificultades, y quiso que los suyos lo siguieran sin temor y sin vacilaciones: “Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mt 8, 11).

 

¡Que esta gran profecía de Jesús sea la fuente de nuestra valentía y de nuestro consuelo!

 

Con estos deseos, imparto con afecto mi bendición apostólica a cada uno de vosotros y a cuantos colaboran con vosotros en el esfuerzo de la evangelización.

 


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