Sobre la corrupción: Capítulo 3: Algunos casos de corrupción en el Nuevo Testamento
Cardenal Jorge Medina Estévez
(cortesía http://es.catholic.net/)
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El caso más conocido y clamoroso es sin duda el de Judas Iscariote. El
Evangelio de San Juan dice que "no le preocupaban los pobres, sino que era
ladrón, y como tenía la bolsa (de la comunidad de los discípulos de Jesús),
se llevaba lo que echaban en ella" (Jn 12, 6). Era pues, un corrompido y así
se explica que fuera donde los sumos sacerdotes judíos y les dijera: "¿qué
queréis darme, y yo os lo entregaré? Ellos le asignaron treinta monedas de
plata". (Mt 26, 14 ss; ver Mc 14, 10s y Lc 22, 3-6). El corazón de Judas
estaba corrompido, pues fue él quien pidió recompensa por su traición, y los
sumos sacerdotes judíos también pertenecían a la ralea de los corruptores,
pues aceptaron el trato y se comprometieron a pagar por la traición. En este
caso se ve con claridad como un acto concreto de corrupción requiere la
convivencia entre el que se deja corromper y el corruptor.
En una segunda oportunidad los sacerdotes judíos actuaron como corruptores:
"algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes
todo lo que había pasado (la resurrección de Jesús), éstos, reunidos con los
ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los
soldados, advirtiéndoles: decid: ´sus discípulos vinieron de noche y robaron
(el cuerpo de Jesús) mientras nosotros dormíamos´. Ellos tomaron el dinero y
procedieron según las instrucciones recibidas" (Mt 28, 11-15). Los sumos
sacerdotes ya habían visto que el dinero podía inducir a un discípulo a la
traición, y ahora, naturalmente, empleaban el mismo recurso para que los
soldados que custodiaban el sepulcro de Cristo mintieran de modo que su
resurrección apareciera como un fraude.
Cuando los Apóstoles Pedro y Juan fueron a Samaría para consolidar la acción
misionera de Felipe, impusieron las manos a los que ya habían sido
bautizados a fin de que recibieran el Espíritu Santo, lo que ocurrió con
manifestación ostensible de la gracia de Dios. Había en Samaría un mago
llamado Simón, el que también creyó y se hizo bautizar. Cuando Simón vió
"que mediante la imposición de las manos de los Apóstoles se daba el
Espíritu, les ofreció dinero, diciendo: ´dadme a mí también este poder para
que reciba el Espíritu Santo también aquel a quien yo imponga las manos´.
Pedro le contestó: ´Vaya tu dinero a la perdición y tú con el, pues has
pensado que el don de Dios se compra con dinero. En este asunto no tienes tu
parte ni herencia, pues tu corazón no es recto delante de Dios.
Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Señor, a ver si se te
perdona ese pensamiento de tu corazón, pues veo que tú estás en hiel de
amargura y en ataduras de iniquidad" (Hech 8, 19-23).
El episodio de Simón marcó profundamente la memoria de la Iglesia, y desde
entonces se calificó con el nombre de "simonía" el pecado de intentar
adquirir por un precio material los dones espirituales que Cristo confió a
su Iglesia. La historia enseña que hubo épocas en que este pecado no fue
infrecuente, y por eso se lo castigó con severidad, sobre todo cuando se
pretendió "comprar" las ordenaciones de Obispos, presbíteros o diáconos.
Aparece en la vida de San Pablo un episodio en el que hay un indicio de
corrupción. Pablo estaba prisionero en poder del procurador romano Félix, en
Cesarea, en la costa palestina del Mediterráneo. Félix conocía el
cristianismo y sabía que Pablo era inocente de las acusaciones que contra él
presentaban los judíos. Como era un burócrata ávido de ascensos, postergó la
decisión, pero "esperaba Félix al mismo tiempo que Pablo le diese dinero;
por eso frecuentemente le mandaba a buscar y conversaba con él" (Hech 24,
26). Como Pablo no le dió dinero, Félix, deseoso además de congraciarse con
los judíos, al ser trasladado a otro cargo, dejó a Pablo en prisión. Así
pues, Pablo no adquirió mediante dinero la libertad, a la que tenía derecho.
Y Félix negó un derecho porque no le dieron dinero para que lo reconociera.
Pablo no quiso aplicar el falso principio de que "el fin justifica los
medios" y no aceptó colaborar con la corrupción, aunque apareciera como "un
mal menor". Félix, que era un corrupto, antepuso el dinero a la justicia.
En los cuatro casos de corrupción que se han reseñado hay elementos comunes.
En dos de ellos hay rechazo de la corrupción, y ese rechazo viene de los
Apóstoles. En los dos otros casos son los sacerdotes judíos quienes intentan
corromper y lo logran. En el caso de Simón es éste, ya bautizado, quien
asume el papel de corruptor: ¿qué grado de sinceridad había en su adhesión a
la fe? Judas acepta la corrupción porque era ladrón. Los soldados custodios
del sepulcro de Jesús aceptaron la corrupción porque probablemente no tenían
muchos principios morales y, además, porque los sacerdotes judíos les
garantizaron la impunidad: en verdad es más fácil dejarse corromper cuando
se tiene la seguridad de contar con protecciones poderosas.
Hay un relato evangélico que pertenece también al tema de la corrupción, y
es el que refiere cómo Jesús fue tentado por Satanás. La tercera tentación
se presenta así: "... lo lleva el diablo (a Jesús), a un monte muy alto, le
muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: ´todo esto te
daré si postrándote me adoras´. Le dice entonces Jesús: ´apártate, Satanás,
porque está escrito´ al Señor tu Dios adorarás y sólo a él darás culto´" (Mt
4, 8-10; Lc 4, 5-8).
El episodio de la tentación de Jesús puede ser interpretado en clave de
corrupción. el Maligno ofrece a Jesús bienes de este mundo y gloria a cambio
de obtener de él nada menos que adoración. Sabe Satanás que los bienes de
este mundo no le pertenecen, pues su dueño es solamente Dios, y sabe también
que la gloria es algo que pertenece en propiedad a Dios, y sin embargo
ofrece esos bienes, que no le pertenecen, a Jesús; el camino es el de
siempre: la mentira. Y trata de obtener algo que no le pertenece: la
adoración. Se presenta como un ídolo ansioso de gloria. Interpretada esta
tentación como un loco intento de corrupción, es posible considerar que toda
tentación, en la medida que en ella se percibe algún bien (aunque sea
engañoso), contiene la malicia de la corrupción. Y de una corrupción con
engaño y falsía. ¿Será excepcional hoy día la tentación de corrupción? ¿O
será, por el contrario, más frecuente de lo que imaginamos?