Secularismo: 1968 el segundo iluminismo
En un discurso a los sacerdotes de la diócesis de Aosta, en julio de este año, el Papa Benedicto XVI calificó a la mítica revolución de 1968 como el segundo iluminismo
Si la primera Ilustración, la del siglo
XVIII, desvinculó a la Humanidad de Dios y de toda autoridad, y pretendió
hermanarla en torno a unos cuantos eslóganes –libertad, igualdad,
fraternidad– y a una concepción del mundo del todo horizontal, la segundaIlustración,
nacida en la revolución cultural de 1968, ha acabado por desvincular a los
hombres entre sí, hastiados de los logros de la primera. 1789 consolidó el
racionalismo, la independencia y el sapere
aude; 1968 supuso un romance con un viejo amante: el marxismo,
olvidando acontecimientos vergonzantes como los Gulag, el Telón de acero,
Paracuellos, las masacres de Pol Pot…, en suma, pesadillas que suponen la
negación de la libertad que la primera Ilustración pretendía haber
conquistado. En definitiva, es la pérdida de la libertad lo que ha
conseguido este experimento de la Humanidad con el iluminismo y sus
herederos –racionalismo, marxismo, comunismo, relativismo ético e
intelectual (mi verdad, tu verdad)–, y ha dejado como fruto un
mundo sin consistencia, compuesto de individualidades en lucha por su
supervivencia. Si la primera Ilustración supuso un segundo humanismo,
pretendiendo elevar al hombre a cotas que no había conocido, la de 1968 ha
traído consigo el derrumbamiento del mismo hombre.
En un reciente discurso del Papa Benedicto XVI, a los sacerdotes de la diócesis de Aosta, afirmaba: «El mundo occidental es un mundo cansado de su propia cultura, que ha llegado a un momento en el cual ya no se siente la necesidad de Dios, y mucho menos de Cristo, y en el cual, por consiguiente, parece que el hombre podría construirse a sí mismo. En este clima de un racionalismo que se cierra en sí mismo, que considera el modelo de las ciencias como único modelo de conocimiento, todo lo demás es subjetivo. Naturalmente, también la vida cristiana resulta una opción subjetiva y, por ello, arbitraria; ya no es el camino de la vida. Así pues, como es obvio, resulta difícil creer. Después de la gran crisis de esta lucha cultural que estalló en 1968, donde realmente parecía que había pasado la época histórica del cristianismo, vemos que las promesas del 68 no se han cumplido; y renace la convicción de que hay otro mundo; más complejo, porque exige estas transformaciones de nuestro corazón, pero más verdadero. En 1968, muchos pensaban que el tiempo histórico de la Iglesia y de la fe ya había concluido, que se había entrado en una nueva era, donde estas cosas se podrían estudiar como si fueran mitología clásica. Al contrario, es preciso hacer comprender que la fe es de actualidad permanente y de gran racionalidad. Por tanto, una afirmación intelectual en la que se comprende también la belleza y la estructura orgánica de la fe».
Ya en el prólogo a su esclarecedor libro Introducción al cristianismo, el hoy Papa Benedicto XVI afirmaba: «El año 1968 está ligado al surgimiento de una nueva generación, que no sólo consideró inadecuada, llena de injusticia, de egoísmo y afán de posesión, la obra de reconstrucción tras la segunda guerra mundial, sino que concibió toda la evolución de la Historia, comenzando por la época del triunfo del cristianismo, como un error y un fracaso. Queriendo mejorar la Historia, crear un mundo de libertad, de igualdad y de justicia, estos jóvenes creyeron que habían encontrado el mejor camino en la gran corriente del pensamiento marxista.
El año 1989 asistió al sorprendente derrumbe de los regímenes socialistas en Europa, que dejaron tras de sí una triste huella de tierras y almas destruidas. La doctrina de salvación marxista, en definitiva, había nacido en sus numerosas versiones articuladas de diferentes maneras, como una visión única y científica del mundo, acompañada por una motivación ética y capaz de acompañar a la Humanidad en el futuro. Así se explica su difícil adiós, incluso después del trauma de 1989. Para alcanzar estos nobles objetivos, se pensó en que había que renunciar a los principios éticos y que se podía utilizar el terror como instrumento del bien. En el momento en el que todos pudieron ver, aunque sólo fuera en su superficie, las ruinas provocadas en la Humanidad por esta idea, la gente prefirió refugiarse en la vida pragmática y profesar públicamente el desprecio por la ética».
La única esperanza que queda es ver todo esto con optimismo, como quien ve un joven que ha salido a ver mundo y ha tenido malas experiencias, y que luego vuelve a casa más sabio, para no cometer los mismos errores.
J.L.V.
Se nos hace creer que somos libres
Preguntada sobre si el movimiento estudiantil del 68 elevó a los jóvenes a la categoría de actores sociales, la teóloga y filósofa mexicana Lucía Herrerías afirmaba, en una entrevista a Zenit, que «el 68 fue una época de ideales, en que los jóvenes estaban convencidos de que podían alcanzarlos. Hoy estamos en una época de decepción, de pensar que los ideales no se pueden alcanzar, que no vale la pena luchar. Creo que, en general, el ambiente de la cultura actual es poco crítico, quizás porque hay mucha manipulación por parte de los medios de comunicación, a través de las películas, a través de la literatura que se divulga, a través de la música…, y muy sutilmente se van inculcando valores; por ejemplo, una idea distinta de la familia, que lógicamente no es familia; una idea de la libertad que, más que libertad, es seguir lo que me nace, pero sin tener una responsabilidad. La sociedad capitalista-liberal tiene, justamente, ese arte: hacernos creer que somos libres cuando, en realidad, nos está diciendo cómo nos tenemos que vestir, dónde tenemos que comprar, qué tenemos que comer, a dónde tenemos que ir». (cortesía de A&O 476)
Vea también: Los muros tienen la palabra: Las Revoluciones del 68