CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA IV (Números 2197-2865)
Para ir a los Números: 1-701 702-1426 1427-2196 2197-2865
Artículo 4 EL
CUARTO MANDAMIENTO
Honra a tu padre
y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor,
tu Dios, te va a dar (Ex 20,12).
Vivía sujeto a
ellos (Lc 2,51).
El Señor Jesús
recordó también la fuerza de este "mandamiento de Dios" (Mc 7,8-13). El
apóstol enseña: "Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto
es justo. `Honra a tu padre y a tu madre', tal es el primer mandamiento que
lleva consigo una promesa: `para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre
la tierra'" (Ef 6,1-3; cf Dt 5,16).
2197 El
cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la caridad.
Dios quiso que, después de él, honrásemos a nuestros padres, a los que
debemos la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. Estamos
obligados a honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha
investido de su autoridad.
2198 Este
precepto se expresa de forma positiva, indicando los deberes que se han de
cumplir. Anuncia los mandamientos siguientes que contienen un respeto
particular de la vida, del matrimonio, de los bienes terrenos, de la
palabra. Constituye uno de los fundamentos de la doctrina social de la
Iglesia.
2199 El
cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con
sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a
las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que
se dé honor, afecto y reconocimiento a los ancianos y antepasados.
Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros,
de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus
jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la
gobiernan.
Este mandamiento
implica y sobreentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes,
magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros
o sobre una comunidad de personas.
2200 El
cumplimiento del cuarto mandamiento comporta su recompensa: "Honra a tu
padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el
Señor, tu Dios, te va a dar" (Ex 20,12; Dt 5,16). La observancia de este
mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y
de prosperidad. Y al contrario, la no observancia de este mandamiento
entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas.
I LA
FAMILIA EN EL PLAN DE DIOS
Naturaleza de la
familia
2201 La
comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos.
El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la
procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación
de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones
personales y responsabilidades primordiales.
2202 Un
hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia.
Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública;
se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de
la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco.
2203 Al
crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de
su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad.
Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una
diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.
La familia
cristiana
2204 "La
familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de
la comunión eclesial; por eso...puede y debe decirse iglesia doméstica" (FC
21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la
Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef
5,21-6,4; Col 3,18-21; 1 P 3, 1-7).
2205 La
familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la
comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora
y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar
en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura
de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es
evangelizadora y misionera.
2206 Las
relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos,
afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las
personas. La familia es una "comunidad privilegiada" llamada a realizar un
"propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en
la educación de los hijos" (GS 52,1).
II LA
FAMILIA Y LA SOCIEDAD
2207 La
familia es la "célula original de la vida social". Es la sociedad natural
donde el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don
de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de
la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de
la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la
que, desde la infancia, se puede aprender los valores morales, comenzar a
honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación
a la vida en sociedad.
2208 La
familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la
atención de los jóvenes y ancianos, de los enfermos o disminuidos, y de los
pobres. Numerosas son las familias que en ciertos momentos no se hallan en
condiciones de prestar esta ayuda. Corresponde entonces a otras personas, a
otras familias, y subsidiariamente a la sociedad, proveer a sus necesidades.
"La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los
huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del
mundo" (St 1,27).
2209 La
familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas.
Donde las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros
cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución
familiar. De conformidad con el principio de subisidiariedad, las
comunidades más vastas deben abstenerse de privar a las familias de sus
propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.
2210 La
importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad (cf GS
47,1) entraña una responsabilidad particular de ésta en el sostén y
fortalecimiento del matrimonio y de la familia. El poder civil ha de
considerar como deber grave "el reconocimiento de la auténtica naturaleza
del matrimonio y de la familia, protegerla y fomentarla, asegurar la
moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica" (GS 52,2).
2211 La
comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla, y
asegurarle especialmente:
– la
libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con
sus propias convicciones morales y religiosas;
– la
protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución
familiar;
– la
libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con
los medios y las instituciones necesarios;
– el
derecho a la propiedad privada, la libertad de iniciativa, de tener un
trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
– conforme
a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la
asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
– la
protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere
a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc;
– la
libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así
representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46).
2212 El
cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros
hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros
primos, los descendientes de nuestros abuelos; en nuestros conciudadanos,
los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre,
la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser
llamado "Padre nuestro". Así, nuestras relaciones con nuestro prójimo son
reconocidas como de orden personal. El prójimo no es un "individuo" de la
colectividad humana; es "alguien" que por sus orígenes, siempre "próximos"
por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares.
2213 Las
comunidades humanas están compuestas de personas. Gobernarlas bien no puede
limitarse simplemente a garantizar los derechos y el cumplimiento de
deberes, como tampoco a la fidelidad a los compromisos. Las justas relacione
entre patronos y empleados, gobernantes y ciudadanos, suponen la
benevolencia natural conforme a la dignidad de las personas humanas deseosas
de justicia y fraternidad.
II DEBERES
DE LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA
Deberes de los
hijos
2214 La
paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf. Ef 3,14); es el
fundamento del honor de los padres. El respeto de los hijos, menores o
mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1,8; Tb 4,3-4), se
nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el
precepto divino (cf Ex 20,12).
2215 El
respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes,
mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al
mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. "Con
todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre.
Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han
hecho?" (Si 7,27-28).
2216 El
respeto filial se revela en la docilidad y la obediencia verdaderas.
"Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu
madre...en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por
ti; conversarán contigo al despertar" (Pr 6,20-22). "El hijo sabio ama la
instrucción, el arrogante no escucha la reprensión" (Pr 13,1).
2217 Mientras
vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que
estos dispongan para su bien o el de la familia. "Hijos, obedeced en todo a
vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col 3,20; cf Ef
6,1). Los hijos deben obedecer también las prescripciones razonables de sus
educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero
si el hijo está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer
esa orden, no debe seguirla.
Cuando sean
mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prever sus
deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones
justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los
hijos, pero no el respeto que permanece para siempre. Este, en efecto, tiene
su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
2218 El
cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus
responsabilidades para con los padres. En cuanto puedan deben prestarles
ayuda material y moral en los años de vejez y durante los tiempos de
enfermedad, de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de
gratitud (cf Mc 7,10-12).
El Señor
glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su
prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es
quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus
hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre
vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre (Si
3,12-13.16).
Hijo, cuida de
tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya
perdido la cabeza, se indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu
vigor...Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien
irrita a su madre (Si 3,12.16).
2219 El
respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a
las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en
todo el ambiente familiar. "Corona de los ancianos son los hijos de los
hijos" (Pr 17,6). "Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad,
dulzura y paciencia" (Ef 4,2).
2220 Los
cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de
quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la
Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de
los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o
amigos. "Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó
primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha
arraigado en ti" (2 Tm 1,5).
Deberes de los
padres
2221 La
fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los
hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su
formación espiritual. El papel de los padres en la educación "tiene tanto
peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse" (GE 3). El derecho y el
deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables (cf FC
36).
2222 Los
padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a
personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de
Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre del cielo.
2223 Los
padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos.
Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar,
donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio
desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de
las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano
juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los
padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones "materiales e
instintivas a las interiores y espirituales" (CA 36). Es una grave
responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo
reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para
guiarlos y corregirlos:
El que ama a su
hijo, le azota sin cesar...el que enseña a su hijo, sacará provecho de él
(Si 30, 1-2).
Padres, no
exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción
y la corrección según el Señor (Ef 6,4).
2224 El
hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la
solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben
enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que
amenazan a las sociedades humanas.
2225 Por
la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la
responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera
edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe de los que ellos son para
sus hijos los "primeros anunciadores de la fe" (LG 11). Desde su más tierna
infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la
familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante la vida
entera, serán auténticos preámbulos y apoyos de una fe viva.
2226 La
educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna
infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se
ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de
acuerdo con el evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y
enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la
misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de
Dios (cf LG 11). La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la
vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la
catequesis de los niños y de los padres.
2227 Los
hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad (cf
GS 48,4). Todos y cada uno se concederán generosamente y sin cansarse los
perdones mutuos exigidos por las ofensas, las querellas, las injusticias, y
las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf
Mt 18,21-22; Lc 17,4).
2228 Durante
la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo por
el cuidado y la atención que consagran en educar a sus hijos, en proveer a
sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del crecimiento, el
mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus
hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.
2229 Los
padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el
derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias
convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres
tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de
educadores cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de
garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales
de su ejercicio.
2230 Cuando
llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de
elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades
deberán asumirlas en una relación confiada con sus padres, cuyo parecer y
consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar no violentar
a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro
cónyuge. Este deber de no inmiscuirse no les impide, sino al contrario,
ayudarles con consejos juiciosos, particularmente cuando se proponen fundar
un hogar.
2231 Hay
quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y
hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros
motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la
familia humana.
IV LA
FAMILIA Y EL REINO DE DIOS
2232 Los
vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par
el hijo crece, hacia una madurez y autonomía
humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con
más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la
respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la
vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16,25): "El que ama
a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su
hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mi" (Mt 10,37).
2233 Hacerse
discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de
Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: "El que cumpla la
voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre"
(Mt 12,49).
Los padres deben
acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a
uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida
consagrada o en el ministerio sacerdotal.
V LAS
AUTORIDADES EN LA SOCIEDAD CIVIL
2234 El
cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para
nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este
mandamiento determina los deberes de quienes ejercen la autoridad y de
quienes están sometidos a ella.
Deberes de las
autoridades civiles
2235 Los
que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. "El que quiera
llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo" (Mt 20,26). El
ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su
naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o instituir
lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural.
2236 El
ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores
con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad
de todos. Los superiores deben ejercer la justicia distributiva con
sabiduría teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y
atendiendo a la concordia y la paz. Deben velar porque las normas y
disposiciones que establezcan no induzcan a tentación oponiendo el interés
personal al de la comunidad (cf CA 25).
2237 El
poder político está
obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Y
administrar humanamente justicia en el respeto al derecho de cada uno,
especialmente de las familias y de los desheredados.
Los derechos
políticos inherentes a la ciudadanía pueden y deben ser concedidos según las
exigencias del bien común. No pueden ser suspendidos por los poderes
públicos sin motivo legítimo y proporcionado. El ejercicio de los derechos
políticos está destinado al bien común de la nación y de la comunidad
humana.
Deberes de los
ciudadanos
2238 Los
que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como
representantes de Dios que los ha instituido ministros de sus dones (cf Rm
13,1-2): "Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana... Obrad
como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para
la maldad, sino como siervos de Dios" (1 P 2,13.16). Su colaboración leal
entraña el derecho, a veces el deber, de ejercer una justa reprobación de lo
que les parece perjudicial para la dignidad de las personas o el bien de la
comunidad.
2239 Deber
de los ciudadanos es
contribuir con la autoridad civil al bien de la sociedad en un espíritu de
verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria
forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a
las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los
ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad
política.
2240 La
sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen
moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la
defensa del país:
Dad a cada cual
lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a
quien respeto, respeto; a quien honor, honor (Rm 13,7).
Los cristianos
residen en su propia patria, pero como extranjeros domiciliados. Cumplen
todos sus debe res de ciudadanos y soportan todas sus cargas como
extranjeros...Obedecen a las leyes establecidas, y su manera de vivir está
por encima de las leyes...Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado,
que no les está permitido desertar (Epístola a Diogneto, 5,5.10; 6,10).
El apóstol nos
exhorta a ofrecer oraciones y acciones de gracias por los reyes y por todos
los que ejercen la autoridad, "para que podamos vivir una vida tranquila y
apacible con toda piedad y dignidad" (1 Tm 2,2).
2241 Las
naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea posible,
al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede
encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben velar para que se
respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de
quienes lo reciben.
Las autoridades
civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden
subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones
jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes
respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con
gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a
obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.
2242 El
ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de
las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las
exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a
las enseñanzas del evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades
civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia,
tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el
servicio de la comunidad política. "Dad al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios" (Mt 22,21). "Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres" (Hch 5,29):
Cuando la
autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los
ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común;
pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra
el abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural
y evangélica (GS 74,5).
2243 La
resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir
legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes:
(1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos
fundamentales; (2) después de haber agotado todos los otros recursos; (3)
sin provocar desórdenes peores; (4) que haya esperanza fundada de éxito; (5)
si es imposible prever razonablemente soluciones mejores.
La comunidad
política y la Iglesia
2044 Toda
institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y
de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de
valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado
sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las
cosas. Sólo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en
Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia
invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad
sobre Dios y sobre el hombre:
Las sociedades
que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su independencia
respecto a Dios se ven obligadas a buscar en sí mismas o a tomar de una
ideología sus referencias y finalidades; y, al no admitir un criterio
objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un
poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia (cf CA
45; 46).
2245 La
Iglesia, que por razón de su misión y su competencia, no se confunde en modo
alguno con la comunidad política, es a la vez signo y salvaguarda del
carácter transcendente de la persona humana. La Iglesia "respeta y promueve
también la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos" (GS
76,3).
2246 Pertenece
a la misión de la Iglesia "emitir un juicio moral también sobre cosas que
afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la
persona o la salvación de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios
que sean conformes al evangelio y al bien de todos según la diversidad de
tiempos y condiciones" (GS 76,5).
RESUMEN
2247 "Honra
a tu padre y a tu madre" (Dt 5,16; Mc 7,10).
2248 Según
el cuarto mandamiento, Dios quiere que, después que a él, honremos a
nuestros padres y a los que él reviste de autoridad para nuestro bien.
2249 La
comunidad conyugal está establecida sobre la alianza y el consentimiento de
los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los
cónyuges, a la procreación y a la educación de los hijos.
2250 "La
salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está
estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar"
(GS 47,1).
2251 Los
hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El
respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar.
2252 Los
padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos en la fe,
en la oración y en todas las virtudes. Tienen el deber de atender, en la
medida de lo posible, las necesidades físicas y espirituales de sus hijos.
2253 Los
padres deben respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de recordar
y enseñar que el primer mandamiento del cristiano es seguir a Jesús.
2254 La
autoridad pública está obligada a respetar los derechos fundamentales de la
persona humana y las condiciones de ejercicio de su libertad.
2255 El
deber de los ciudadanos es trabajar con las autoridades civiles en la
edificación de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y
libertad.
2256 El
ciudadano está obligado en conciencia a no seguir las prescripciones de las
autoridades civiles cuando son contrarias a las exigencias del orden moral.
"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29).
2257 Toda
sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre y de su
destino. Sin la luz del evangelio sobre Dios y sobre el hombre, las
sociedades se hacen fácilmente totalitarias.
Artículo 5 EL
QUINTO MANDAMIENTO
No matarás (Ex
20,13)
Habéis oído que
se dijo a los antepasados: "No matarás"; y aquél que mate será reo ante el
tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano,
será reo ante el tribunal (Mt 5,21-22).
2258 "La
vida humana es sagrada, porque desde su inicio comporta la acción creadora
de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su
único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término
; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de
modo directo a un ser humano inocente" (CDF, instr. "Donum vitae", 22).
I EL
RESPETO DE LA VIDA HUMANA
El testimonio de
la historia santa
2259 La
Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cf
Gn 4,8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia
en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El
hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la
maldad de este fratricidio: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano
clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que
abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano" (Gn 4,10-11).
2260 La
alianza de Dios y de la humanidad está tejida de llamamientos a reconocer la
vida humana como don divino y de la existencia de una violencia fratricida
en el corazón del hombre:
Y yo os prometo
reclamar vuestra propia sangre...Quien vertiere sangre de hombre, por otro
hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre (Gn
9,5-6).
El Antiguo
Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de la vida (cf
Lv 17,14). La necesidad de esta enseñanza es de todos los tiempos.
2261 La
Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: "No quites la vida
del inocente y justo" (Ex 23,7). El homicidio voluntario de un inocente es
gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la
santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal:
Obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.
2262 En
el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: "No matarás" (Mt
5,21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más
aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf Mt
5,22-39), amar a los enemigos (cf Mt 5,44). El mismo no se defendió y dijo a
Pedro que guardase la espada en la vaina (cf Mt 26,52).
La legítima
defensa
2263 La
legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la
prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio
voluntario. "La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno
es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del
agresor...solamente es querido el uno; el otro, no" (S. Tomás de Aquino,
s.th. 2-2, 64,7).
2264 El
amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por
tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende
su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar
a su agresor un golpe mortal:
Si para
defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de
una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia de forma mesurada, la
acción sería lícita...y no es necesario para la salvación que se omita este
acto de protección mesurada para evitar matar al otro, pues es mayor la
obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S.
Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).
2265 La
legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave,
para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común
exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio. Por
este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de
rechazar, incluso con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad
civil confiada a su responsabilidad.
2266 A
la exigencia de tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado
para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos
y de las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad
pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la
gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el
desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada
voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena
finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la
seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo
posible debe contribuir a la enmienda del culpable (cf Lc 23, 40-43).
2267 La
enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena
comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el
recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para
defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los
medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad
de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos
corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más
conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy, en efecto,
como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir
eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin
quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que
sea absolutamente necesario suprimir al reo "suceden muy rara vez, si es que
ya en realidad se dan algunos" (Evangelium vitae, 56).
» Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona
no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves.
Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las
sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas
de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los
ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de
redimirse definitivamente.
» Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que «la pena de
muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad
de la persona» [discurso del Papa Francisco del 11 de octubre de 2017] y se
compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.
El homicidio
voluntario
2268 El
quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y
voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un
pecado que clama venganza al cielo (cf Gn 4,10).
El infanticidio
(cf GS 51,3), el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son
crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que rompen.
Preocupaciones de eugenismo o de salud pública no pueden justificar ningún
homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades.
2269 El
quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar
indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a
alguien sin razón grave a un riesgo mortal así como negar la asistencia a
una persona en peligro.
La aceptación
por parte de la sociedad de hambres que provocan la muerte sin
esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave.
Los traficantes cuyas prácticas usureras y mercantiles provocan el hambre y
la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio.
Este les es imputable (cf. Am 8,4-10).
El homicidio
involuntario no es imputable moralmente. Pero no se está libre de falta
grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha
seguido la muerte, incluso sin intención de darla.
El aborto
2270 La
vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el
momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser
humano debe ver reconocidos los derechos de la persona, entre los cuales
está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf CDF, instr.
"Donum vitae" 25).
Antes de haberte
formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía
consagrado (Jr 1,5; Jb 10,8-12; Sal 22, 10-11).
Y mis huesos no
se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras
de la tierra (Sal 139,15)
2271 Desde
el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto
provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto
directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente
contrario a la ley moral.
No matarás el
embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido (Didajé, 2,2;
Bernabé, ep. 19,5; Epístola a Diogneto 5,5; Tertuliano, apol. 9).
Dios, Señor de
la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida,
misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha
de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el
aborto como el infanticidio son crímenes nefandos (GS 51,3).
2272 La
cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia
sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana.
"Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae
sententiae" (CIC, can. 1398) es decir, "de modo que incurre ipso facto en
ella quien comete el delito" (CIC, can 1314), en las condiciones previstas
por el Derecho (cf CIC, can. 1323-24). Con esto la Iglesia no pretende
restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la
gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a
quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.
2273 El
derecho inalienable a la vida de todo individuo humano inocente constituye
un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación:
"Los derechos
inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de
la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no
están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son una
concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y
son inherentes a la persona en virtud de la acto creador que la ha
originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este
propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a integridad física
desde la concepción hasta la muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 101-102)
.
"Cuando una ley
positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el
ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la
ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo
ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los
fundamentos mismos del Estado de derecho...El respeto y la protección que se
han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que
la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de
sus derechos" (CDF, instr. "Donum vitae" 103.104).
2274 Puesto
que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá
ser defendido en su integridad, cuidado y curado en la medida de lo posible,
como todo otro ser humano.
El diagnóstico
prenatal es moralmente lícito, "si respeta la vida e integridad del embrión
y del feto humano, y si se orienta hacia su custodia o hacia su curación...
Pero se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad,
en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto: un diagnóstico que
atestigua la existencia de una malformación o de una enfermedad hereditaria
no debe equivaler a una sentencia de muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 34).
2275
Se
deben considerar "lícitas las intervenciones sobre el embrión humano,
siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan
a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de
sus condiciones de salud o su supervivencia individual" (CDF, instr. "Donum
vitae" 36).
"Es inmoral
producir embriones humanos destinados a ser explotados como `material
biológico' disponible" (CDF, instr. "Donum vitae" 45).
"Algunos
intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico y genético no son
terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos seleccionados
en cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas. Estas manipulaciones son
contrarias a la dignidad personal del ser humano, a su integridad y a su
identidad" (CDF, Inst. "Donum vitae" 50).
La eutanasia
2276 Aquellos
cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto
especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que
lleven una vida tan normal como sea posible.
2277 Cualesquiera
que sean los motivos y los medios, la eut anasia directa consiste en poner
fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente
reprobable.
Por tanto, una
acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para
suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la
dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El
error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la
naturaleza de este acto homicida, que se ha de proscribir y excluir siempre.
2278 La
interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o
desproporcionados a los resultados puede ser legítimo. Interrumpir estos
tratamientos es rechazar el "encarnizamiento terapéutico". Con esto no se
pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones
deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y
capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando
siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
2279 Aunque
la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una
persona enferma no pueden legítimamente ser interrumpidos. El uso de
analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo
de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si
la muerte no es buscada, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista
y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma
privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser
alentados.
El suicidio
2280 Cada
uno es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue
siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con
gratitud y preservarla para su honor y la salvación de nuestras almas. Somos
administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No
disponemos de ella.
2281 El
suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y
perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende
también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de
solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales
estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.
2282 Si
es cometido con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes,
el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación
voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral.
Trastornos
síquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento
o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.
2283 No
se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han
dado muerte. Dios puede haberles facilitado por vías que él solo conoce la
ocasión de un arrepentimiento saludable. La Iglesia ora por las personas que
han atentado contra su vida.
II EL
RESPETO DE LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS
El respeto del
alma del prójimo: el escándalo
2284 El
escándalo es la actitud o el comportamiento que llevan a otro a hacer el
mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta
contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte
espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u
omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.
2285 El
escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo
causan o de la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta
maldición: "al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más
le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven
los asnos y le hundan en lo profundo del mar" (Mt 18,6; cf 1 Co 8,10-13). El
escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por
función, están obligados a enseñar y educar a los otros. Jesús, en efecto,
lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de
corderos (cf Mt 7,15).
2286 El
escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la
moda o por la opinión.
Así se hacen
culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que
llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida
religiosa, o a "condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente,
hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los
mandamientos" (Pío XII, discurso 1 Junio 1941). Lo mismo ha de decirse de
los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los
educadores que "exasperan" a sus alumnos (cf Ef 6,4; Col 3,21), o los que,
manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
2287 El
que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastran a hacer el
mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o
indirectamente ha favorecido. "Es imposible que no vengan escándalos; pero,
¡ay de aquel por quien vienen!" (Lc 17,1).
El respeto de la
salud
2288 La
vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos
cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los
demás y el bien común.
El cuidado de la
salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad para lograr las
condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a la madurez:
alimento y vestido, vivienda, cuidados sanitarios, enseñanza básica, empleo,
asistencia social.
2289 La
moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor
absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto
del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el
éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los
fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones
humanas.
2290 La
virtud de la templanza recomienda evitar toda clase de excesos, el abuso de
la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de
embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la
seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el
aire, se hacen gravemente culpables.
2291 El
uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. A
excepción de los casos en que se recurre a ello por prescripciones
estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y
el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación
directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley
moral.
El respeto de la
persona y la investigación científica
2292 Los
experimentos científicos, médicos o sicológicos, en personas o grupos
humanos, pueden contribuir a la curación de los enfermos y al progreso de la
salud pública.
2293 Tanto
la investigación científica de base como la investigación aplicada
constituyen una expresión significativa del dominio del hombre sobre la
creación. La ciencia y la técnica son recursos preciosos cuando son puestos
al servicio del hombre y promueven su desarrollo integral en beneficio de
todos; sin embargo, por sí solas no pueden indicar el sentido de la
existencia y del progreso humano. La ciencia y la técnica están ordenadas al
hombre que les ha dado origen y crecimiento; tienen por tanto en la persona
y sus valores morales la indicación de su finalidad y la conciencia de sus
límites.
2294 Es
ilusorio reivindicar la neutralidad moral de la investigación científica y
de sus aplicaciones. Por otra parte, los criterios de orientación no pueden
ser deducidos ni de la simple eficacia técnica, ni de la utilidad que puede
resultar de ella para unos con detrimento de los otros, ni, pero aún, de las
ideologías dominantes. La ciencia y la técnica requieren por su
significación intrínseca el respeto incondicionado de los criterios
fundamentales de la moralidad; deben estar al servicio de la persona humana,
de sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, conforme al
designio y la voluntad de Dios.
2295 Las
investigaciones o experimentos en el ser humano no pueden legitimar actos
que en sí mismos son contrarios a la dignidad de las personas y a la ley
moral. El consentimiento eventual de los sujetos no justifica tales actos.
La experimentación en el ser humano no es moralmente legítima si hace correr
riesgos desproporcionados o evitables a la vida o a la integridad física o
síquica del sujeto. La experimentación en seres humanos no es conforme a la
dignidad de la persona si, por añadidura, se hace sin el consentimiento
consciente del sujeto o de quienes tienen derecho sobre ellos.
2296 El trasplante
de órganos es
conforme a la ley moral si los daños y los riesgos físicos y psíquicos que
padece el donante son proporcionados al bien que se busca para el
destinatario. La donación de órganos después de la muerte es un acto noble y
meritorio, que debe ser alentado como manifestación de solidaridad generosa.
Es moralmente inadmisible si el donante o sus legítimos representantes no
han dado su explícito consentimiento. Además, no se puede admitir moralmente
la mutilación que deja inválido, o provocar directamente la muerte, aunque
se haga para retrasar la muerte de otras personas.
El respeto de la
integridad corporal
2297 Los
secuestros y el tomar rehenes hacen que impere el terror y, mediante la
amenaza, ejercen intolerables presiones sobre las víctimas. Son moralmente
ilegítimos. El terrorismo amenaza,
hiere y mata sin discriminación; es gravemente contrario a la justicia y a
la caridad. La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar
confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen,
satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y de la dignidad
humana. Exceptuados los casos de precripciones médicas de orden
estrictamente terapéutico, las amputaciones, mutilaciones o esterilizaciones
directamente voluntarias de personas inocentes son contrarias a la ley moral
(cf Dz 3722).
2298 En
tiempos pasados, se recurrió de modo ordinario a prácticas crueles por parte
de autoridades legítimas para mantener la ley y el orden, con frecuencia sin
protesta de los pastores de la Iglesia, que incluso adoptaron, en sus
propios tribunales las prescripciones del derecho romano sobre la tortura.
Junto a estos hechos lamentables, la Iglesia ha enseñado siempre el deber de
clemencia y misericordia; prohibió a los clérigos derramar sangre. En
tiempos recientes se ha hecho evidente que estas prácticas crueles no eran
ni necesarias para el orden público ni conformes a los derechos legítimos de
la persona humana. Al contrario, estas prácticas conducen a peores
degradaciones. Es preciso esforzarse por su abolición, y orar por las
víctimas y sus verdugos.
El respeto a los
muertos
2299 A
los moribundos se han de prestar todas las atenciones necesarias para
ayudarles a vivir sus últimos momentos en la dignidad y la paz. Serán
ayudados por la oración de sus parientes, los cuales velarán para que los
enfermos reciban a tiempo los sacramentos que preparan para el encuentro con
el Dios vivo.
2300 Los
cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y
la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de
misericordia corporal (cf Tb 1,16-18), que honra a los hijos de Dios,
templos del Espíritu Santo.
2301">2301 La
autopsia de los cadáveres es admisible moralmente cuando hay razones de
orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos
después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio.
La Iglesia
permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la
resurrección del cuerpo (cf CIC, can. 1176,3).
III LA
DEFENSA DE LA PAZ
La paz
2302 Recordando
el precepto: "no matarás" (Mt 5,21), nuestro Señor exige la paz del corazón
y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La cólera es un
deseo de venganza. "Desear la venganza para el mal de aquel a quien es
preciso castigar, es ilícito"; pero es loable imponer una reparación "para
la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia" (S. Tomás de
Aquino, s. th. 2-2, 158, 1 ad 3). Si la cólera llega hasta el desear
deliberado de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta
grave contra la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: "Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5,22).
2303 El
odio voluntario es
contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando el hombre le
desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando
se le desea deliberadamente un daño grave. "Pues yo os digo: Amad a vuestros
enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro
Padre celestial..." (Mt 5,44-45).
2304 El
respeto y el crecimiento de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo
ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas
adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguarda de los
bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el
respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua
de la fraternidad. Es "tranquilidad del orden" (S. Agustín, civ. 19,13). Es
obra de la justicia (cf Is 32,17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305 La
paz terrena es imagen y fruto de la paz de Cristo, el "Príncipe de la paz"
mesiánica (Is 9,5). Por la sangre de su cruz, "dio muerte al odio en su
carne" (Ef 2,16; cf. Col 1,20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo
de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con
Dios. "El es nuestra paz" (Ef 2,14). Declara "bienaventurados a los que
obran la paz" (Mt 5,9).
2306 Los
que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa
de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles,
dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar
los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades.
Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del
recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78,5).
Evitar la guerra
2307 El
quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A
causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la Iglesia
insta constantemente a todos a orar y actuar para que la Bondad divina nos
libre de la antigua servidumbre de la guerra (cf GS 81, 4).
2308 Todo
ciudadano y todo gobernante está obligado a trabajar para evitar las
guerras.
Sin embargo,
"mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional
competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos
los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho
a la legítima defensa" (GS 79,4).
2309 Se
han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima
defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete
a ésta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
– Que el
daño infringido por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones
sea duradero, grave y cierto.
– Que los
restantes medios para ponerle fin hayan resultado impracticables o
ineficaces.
– Que se
reúnan las condiciones serias de éxito.
– Que el
empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que
se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga
a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los
elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la "guerra
justa".
La apreciación
de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de
los responsables del bien común.
2310 Los
poderes públicos tienen en este caso el derecho y el deber de imponer a los
ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional.
Los que se
dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de la
seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su
tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al
mantenimiento de la paz (cf GS 79,5).
2311 Los
poderes públicos atenderán equitativamente a los que, por motivos de
conciencia, rechazan el empleo de las armas; estos siguen obligados a servir
de otra forma a la comunidad humana (cf GS 79,3).
2312 La
Iglesia y la razón humana declaran la validez permanente de la ley moral
durante los conflictos armados. "Ni, una vez estallada desgraciadamente la
guerra, es todo lícito entre los contendientes" (GS 79,4).
2313 Es
preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, los soldados
heridos y los prisioneros.
Las acciones
deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios
universales, como las disposiciones que las ordenan son crímenes. Una
obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a ellas. Así, la
exterminación de un pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser
condenada como un pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer
aquellas disposiciones que ordenan genocidios .
2314 "Toda
acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades
enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y
contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones"
(GS 80,4). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar a los que
poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas o químicas, la
ocasión de cometer semejantes crímenes.
2315 La
acumulación de armas es
para muchos como una manera paradógica de apartar de la guerra a posibles
adversarios. Ven en ella el más eficaz de los medios, para asegurar la paz
entre las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas
morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar
las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión de
riquezas fabulosas en la fabricación de armas siempre nuevas impide la ayuda
a los pueblos necesitados (cf PP 53), y obstaculiza su desarrollo. El exceso
de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el riesgo de
contagio.
2316 La
producción y el comercio de armas atañen
hondament e al bien común de las naciones y de la comunidad internacional.
Por tanto, las autoridades públicas tienen el derecho y el deber de
regularlas. La búsqueda de intereses privados o colectivos a corto plazo no
legitima iniciativas que fomentan violencias y conflictos
entre las naciones, y que comprometen el orden jurídico internacional.
2317 Las
injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la
envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las
naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se
hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la
guerra:
En la medida en
que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará hasta la venida
de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la caridad,
superan el pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la
palabra: "De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna
nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más para
el combate" (Is 2,4) (GS 78,6).
RESUMEN
2318 "Dios
tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de
hombre" (Jb 12,10).
2319 Toda
vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es sagrada,
pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del
Dios vivo y santo.
2320 Causar
la muerte a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad de la
persona y a la santidad del Creador.
2321 La
prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un
injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave para quien
es responsable de la vida de otro o del bien común.
2322 Desde
su concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto directo, es
decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame (cf GS
27,3) gravemente contraria a la ley moral. La Iglesia sanciona con pena
canónica de excomunión este delito contra la vida humana.
2323 Porque
ha de ser tratado como una persona desde su concepción, el embrión debe ser
defendido en su integridad, atendido y curado como todo otro ser humano.
2324 La
eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos,
constituye un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la persona
humana y al respeto del Dios vivo, su Creador.
2325 El
suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la
caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento.
2326 El
escándalo constituye una falta grave cuando por acción u omisión arrastra
deliberadamente a otro a pecar gravemente.
2327 A
causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos
hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla. La Iglesia
implora así: "del hambre, de la peste y de la guerra, líbranos Señor".
2328 La
Iglesia y la razón humana afirman la validez permanente de la ley moral
durante los conflictos armados. Las prácticas deliberadamente contrarias al
derecho de gentes y a sus principios universales son crímenes.
2329 "La
carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y
perjudica a los pobres de modo intolerable" (GS 81,3).
2330 "Bienaventurados
los que obran la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
Artículo 6 EL
SEXTO MANDAMIENTO
"No cometerás
adulterio" (Ex 20,14; Dt 5,17).
"Habéis oído que
se dijo: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: Todo el que
mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,27-28).
I “HOMBRE
Y MUJER LOS CREO...”
2331 "Dios
es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.
Creándola a su imagen ... Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la
mujer la vocación, y consiguientemente
la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión" (FC 11).
"Dios creó el
hombre a imagen suya...hombre y mujer los creó" (Gn 1,27). "Creced y
multiplicaos" (Gn 1,28); "el día en que Dios creó al hombre, le hizo a
imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó "Hombre"
en el día de su creación" (Gn 5,1-2).
2332 La
sexualidad afecta a
todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y su
alma. Concierne particularmente a la afectividad, la capacidad de amar y de
procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de
comunión con otro.
2333 Corresponde
a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La
diferencia y la complementariedad físicas,
morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al
desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja y de la sociedad
depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la
complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
2334 "Creando
al hombre ‘varón y mujer’, Dios da la dignidad personal de igual modo al
hombre y a la mujer" (FC 22; cf GS 49,2). "El hombre es una persona, y esto
se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron
creados a imagen y semejanza de un Dios personal" (MD 6).
2335 Cada
uno de los sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta,
imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer
en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la
fecundidad del Creador: "el hombre deja a su padre y a su madre y se une a
su mujer, y se hacen una sola carne" (Gn 2,24). De esta unión proceden todas
las generaciones humanas (cf Gn 4,1-2.25-26; 5,1).
2336 Jesús
vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de
la montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: "Habéis oído que
se dijo: `no cometerás adulterio'. Pues yo os digo: `todo el que mira a una
mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón'" (Mt
5,27-28). El hombre no debe separar lo que Dos ha unido (cf Mt 19,6).
La Tradición de
la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como una regulación completa de
la sexualidad humana.
II LA
VOCACION A LA CASTIDAD
2337 La
castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y
por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual.
La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo
corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está
integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo entero y
temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.
La virtud de la
castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integralidad
del don.
La integridad de
la persona
2338 La
persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor
depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se
opone a todo comportamiento que la lesionaría. No tolera ni la doble vida ni
el doble lenguaje (cf Mt 5,37).
2339 La
castidad comporta un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de
la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus
pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado
(cf Si 1,22). "La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según
una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente
desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera
coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda
esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y
se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados" (GS 17).
2340 El
que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las
tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la
práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la
obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y
la fidelidad a la la oración. "La castidad nos recompone; nos devuelve a la
unidad que habíamos perdido dispersándonos" (S. Agustín, conf. 10,29; 40).
2341 La
virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que
tiende a impregnar de razón las pasiones y los apetitos de la sensibilidad
humana.
2342 El
dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará
adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo repetido en todas las
edades de la vida (cf Tt 2,1-6). El esfuerzo requerido puede ser más intenso
en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la infancia
y la adolescencia.
2343 La
castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por
la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. "Pero, el hombre, llamado a
vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser
histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres;
por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de
crecimiento" (FC 34).
2344 La
castidad representa una tarea eminentemente personal; implica también un
esfuerzo cultural pues "el desarrollo de la persona humana y el crecimiento
de la sociedad misma están mutuamente condicionados" (GS 25,1). La castidad
supone el respeto de los derechos de la persona, en particular, el de
recibir una información y una educación que respeten las dimensiones morales
y espirituales de la vida humana.
2345 La
castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un
fruto de la obra espiritual (cf Gál 5,22). El Espíritu Santo concede, al que
ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf
1 Jn 3,3).
La integralidad
del don de sí
2346 La
caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad
aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está
ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser
ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.
2347 La
virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo
seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15,15), se dio
totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina. La
castidad es promesa de inmortalidad.
La castidad se
expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre
personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran
bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.
Los diversos
regímenes de la castidad
2348 Todo
bautizado es llamada a la castidad. El cristiano se ha "revestido de Cristo"
(Gal 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados
a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su
Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la
castidad.
2349 La
castidad "debe calificar a las personas según los diferentes estados de
vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente
de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la
manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o
celibatarias" (CDF, decl. "Persona humana" 11). Las personas casadas son
llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la
continencia.
Existen tres
formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas,
la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras.
En esto la disciplina de la Iglesia es rica (S. Ambrosio, vid. 23).
2350 Los
novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba
han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la
fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios.
Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura
específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la
castidad.
Las ofensas a la
castidad
2351 La
lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer
sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de
las finalidades de procreación y de unión.
2352 Por
la masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos
genitales a fin de obtener un placer venéreo. "Tanto el Magisterio de la
Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de
los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto
intrínseca y gravemente desordenado". "El uso deliberado de la facultad
sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su
finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine". Así, el goce sexual
es buscado aquí al margen de "la relación sexual requerida por el orden
moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y
de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero" (CDF, decl.
"Persona humana" 9).
Para emitir un
juicio justo sobre la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar
la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza
de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores síquicos o
sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad
moral.
2353 La
fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del
matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la
sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos así como a
la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando
se da corrupción de menores.
2354 La
pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados,
fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras
personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la
finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se
dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser
para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita.
Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta
grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución
de material pornográfico.
2355 La
prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye,
reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente
contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y
mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6, 15-20). La
prostitución constituye una lacra social. Habitualmente afecta a las
mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos
dos últimos casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre
gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el
chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta.
2356 La
violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una
persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación lesiona
profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la
integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar a la
víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más
grave todavía es la violación cometida por parte de los padres (cf incesto)
o de educadores con los niños que les están confiados.
Castidad y
homosexualidad
2357 La
homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que
experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas
del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las
culturas. Su origen síquico permanece ampliamente inexplicado. Apoyándose en
la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn
19,1-29; Rm 1,24-27; 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado
siempre que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF,
decl. "Persona humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto
sexual al don de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y
sexual verdadera. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un
número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales
profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada,
constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos
con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo
signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la
voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de
la cruz del Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su
condición.
2359 Las
personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante las virtudes de
dominio, educadoras de la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de
una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y
deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
III EL
AMOR DE LOS ESPOSOS
2360 La
sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer. En el
matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una
garantía de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del
matrimonio están santificados por el sacramento.
2361 "La
sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los
actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico,
sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se
realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del
amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí
hasta la muerte" (FC 11):
Tobías se
levantó del lecho y dijo a Sara: "Levántate, hermana, y oremos y pidamos a
nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve". Ella se levantó y
empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo:
"¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres...tú creaste a Adán, y para él
creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera
la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: `no es bueno que el hombre se
halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él'. Yo no tomo a esta mi
hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de
ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad". Y dijeron a coro: "Amén,
amén". Y se acostaron para pasar la noche (Tb 8, 4-9).
2362 "Los
actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son
honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y
fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con
alegría y gratitud" (GS 49,2). La sexualidad es fuente de alegría y de
placer:
El
Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos
experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por
tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de
él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos
deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación (Pío XII,
discurso 29 Octubre 1951).
2363 Por
la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de
los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos
significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de
la pareja ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la
familia.
Así, el amor
conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de
la fidelidad y la fecundidad.
La fidelidad
conyugal
2364 El
matrimonio constituye una "íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada
por el Creador y provista de leyes propias". Esta comunidad "se establece
con la alianza del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal e
irrevocable" (GS 48,1). Los dos se dan definitiva y totalmente el uno al
otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. La alianza contraída
libremente por los esposos les impone la obligación de mantenerla una e
indisoluble (cf CIC, can. 1056). "Lo que Dios unió, no lo separe el hombre"
(Mc 10,9; cf Mt 19,1-12; 1 Co 7,10-11).
2365 La
fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada. Dios
es fiel. El sacramento del matrimonio hace entrar al hombre y la mujer en la
fidelidad de Cristo para con su Iglesia. Por la castidad conyugal dan
testimonio de este misterio ante el mundo.
S. Juan
Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a sus
esposas: "te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque
la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal
manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos está
reservada... pongo tu amor por encima de todo, y nada me será más penoso que
no tener los mismos pensamientos que tú tienes" (hom. in Eph. 20,8).
La fecundidad
del matrimonio
2366 La
fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende
naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor
mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don mutuo, del que es
fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que "está en favor de la vida" (FC
30), enseña que todo "acto matrimonial, en sí mismo, debe quedar abierto a
la transmisión de la vida" (HV 11). "Esta doctrina, muchas veces expuesta
por el magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha
querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos
significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador" (HV 12; cf Pío XI, enc. "Casti connubii").
2367 Llamados
a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad
de Dios (cf Ef 3,14; Mt 23,9). "En el deber de transmitir la vida humana y
educarla, que han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben
que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus
intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y
cristiana" (GS 50,2).
2368 Un
aspecto particular de esta responsabilidad concierne a la "regulación de la
procreación". Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar
los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su
deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de
una paternidad responsable. Por otra parte, ordenarán su comportamiento
según los criterios objetivos de la moralidad:
El carácter
moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la
transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención
y la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de
criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos;
criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la
procreación humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si
no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal (GS 51,3).
2369 "Salvaguardando
ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva
íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima
vocación del hombre a la paternidad" (HV 12).
2370 La
continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en
la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos (cf HV 16) son
conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan
el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la
educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente
mala "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su
realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga
como fin o como medio, hacer imposible la procreación" (HV 14):
"Al lenguaje
natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el
anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es
decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo
positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la
verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud
personal". Esta diferencia antropológica y moral entre la anticoncepción y
el recurso a los ritmos periódicos "implica... dos concepciones de la
persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí" (FC 32).
2371 Por
otra parte, "sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de
transmitirla no se limita a este mundo sólo y no se puede medir ni entender
sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno de los hombres" (GS
51,4).
2372 El
Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es legítimo
que intervenga para orientar el incremento de la población. Puede hacerlo
mediante una información objetiva y respetuosa, pero no mediante una
decisión autoritaria y coaccionante. No puede legítimamente suplantar la
iniciativa de los esposos, primeros responsables de la procreación y
educación de sus hijos (cf HV 23; PP 37). E Estado no está autorizado a
favorecer medios de regulación demográfica contrarios a la moral.
El don del hijo
2373 La
Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las
familias numerosas un signo de la bendición divina y de la generosidad de
los padres (cf GS 50,2).
2374 Grande
es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles. Abraham
pregunta a Dios: "¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?" (Gn 15,2). Y
Raquel dice a su marido Jacob: "Dame hijos, o si no me muero" (Gn 30,1).
2375 Las
investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben alentarse,
a condición de que se pongan "al servicio de la persona humana, de sus
derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la
voluntad de Dios" (CDF, instr. "Donum vitae", 9).
2376 Las
técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de
una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo,
préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación
y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer
de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el
matrimonio. Quebrantan "su derecho a llegar a ser padre y madre
exclusivamente el uno a través del otro" (CDF, instr. "Donum vitae" 58).
2377 Practicadas
dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales
homólogas) son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente
reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador
de la existencia del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan
una a otra, "confía la vida y la identidad del embrión al poder de los
médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el
origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación de dominio
es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser común a padres e
hijos" (cf CDF, instr. "Donum vitae" 82). "La procreación queda privada de
su perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando no es querida
como el fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de la unión
de los esposos...solamente el respeto de la conexión existente entre los
significados del acto conyugal y el respeto de la unidad del ser humano,
consiente una procreación conforme con la dignidad de la persona" (CDF,
instr. "Donum vitae" 74.76).
2378 El
hijo no es un derecho sino un don. El "don más excelente del matrimonio" es
una persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de
propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido "derecho
al hijo". A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos derechos: El de
"ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y tiene
también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su
concepción" (CDF, instr. "Donum vitae" 96).
2379 El
evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los
esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina,
padecen de esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda
fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando hijos
abandonados o realizando servicios sacrificados en beneficio del prójimo.
IV LAS
OFENSAS A LA DIGNIDAD DEL MATRIMONIO
2380 El
adulterio. Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y
una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación
sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena incluso el
deseo del adulterio (cf Mt 5,27-28). El sexto mandamiento y el Nuevo
Testamento proscriben absolutamente el adulterio (cf Mt 5,32; 19,6; Mc
10,11; 1 Co 6,9-10). Los profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio
la figura del pecado de idolatría (cf Os 2,7; Jr 5,7; 13,27).
2381 El
adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos.
Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el
derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio,
violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación
humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres.
El divorcio
2382 El
Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería un
matrimonio indisoluble (cf Mt 5,31-32; 19,3-9; Mc 10,9; Lc 16,18; 1 Co
7,10-11), y abroga la tolerancia que se había introducido en la ley antigua
(cf Mt 19,7-9).
Entre
bautizados, "el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún
poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte" (CIC, can 1141).
2383 La
separación de los esposos con mantenimiento del vínculo matrimonial puede
ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho canónico (cf CIC,
can. 1151-55).
Si el divorcio
civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos
legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser
tolerado sin constituir una falta moral.
2384 El
divorcio es una
ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado
libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio
atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental
es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la
ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se
haya entonces en situación de adulterio público y permanente:
Si el marido,
tras haberse separado de su mujer, se une a otra mujer, es adúltero, porque
hace cometer un adulterio a esta mujer; y la mujer que habita con él es
adúltera, porque ha atraído a sí al marido de otra (S. Basilio, moral. regla
73).
2385 El
divorcio adquiere también su carácter inmoral por el desorden que introduce
en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves:
para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la
separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus
padres; por su efecto de contagio, que hace de él una verdadera plaga
social.
2386 Puede
ocurrir que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del divorcio dictado
por la ley civil; entonces no contradice el precepto moral. Existe una
diferencia considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad
por ser fiel al sacramento del matrimonio y se ve injustamente abandonado y
el que, por una falta grave de su parte, destruye un matrimonio
canónicamente válido (cf FC 84).
Otras ofensas a
la dignidad del matrimonio
2387 Es
comprensible el drama del que, deseoso de convertirse al evangelio, se ve
obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de
vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues
contradice radicalmente la comunión conyugal. La poligamia "niega
directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes,
porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer,
que en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y
exclusivo" (FC 19; cf GS 47,2). El cristiano que había sido polígamo está
gravemente obligado en justicia a cumplir los deberes contraídos respecto a
sus antiguas mujeres y sus hijos.
2388 Incesto es
la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está
prohibido el matrimonio (cf Lv 18,7-20). S. Pablo condena esta falta
particularmente grave: "Se oye hablar de que hay inmoralidad entre
vosotros... hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su
padre...en nombre del Señor Jesús...sea entregado ese individuo a Satanás
para destrucción de la carne..." (1 Co 5,1.4-5). El incesto corrompe las
relaciones familiares y representa una regresión a la animalidad.
2389 Se
puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por adultos en
niños o adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta falta adquiere una
mayor gravedad por atentar escandalosamente contra la integridad física y
moral de los jóvenes que quedarán así marcados para toda la vida, y por ser
una violación de la responsabilidad educativa.
2390 Hay
unión libre cuando
el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica y pública a una unión
que implica la intimidad sexual.
La expresión en
sí misma es engañosa: ¿qué puede significar una unión en la que las personas
no se comprometen entre sí y testimonian con ello una falta de confianza en
el otro, en sí mismo, o en el porvenir?
Esta expresión
abarca situaciones distintas: concubinato, rechazo del matrimonio en cuanto
tal, incapacidad de unirse mediante compromisos a largo plazo (cf FC 81).
Todas estas situaciones ofenden la dignidad del matrimonio; destruyen la
idea misma de la familia; debilitan el sentido de la fidelidad. Son
contrarias a la ley moral: el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en
el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de
la comunión sacramental.
2391 Muchos
reclaman hoy una especie de "unión a prueba" cuando existe intención de
casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se
comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstas "no garantizan que la
sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una
mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las
veleidades de las pasiones" (CDF, decl. "Persona humana" 7). La unión carnal
sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida
definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la "prueba".
Exige un don total y definitivo de las personas entre sí (cf FC 80).
RESUMEN
2392 "El
amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (FC 11).
2393 Al
crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de
manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde
reconocer y aceptar su identidad sexual.
2394 Cristo
es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida
casta, cada uno según su estado de vida.
2395 La
castidad significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el
aprendizaje del dominio personal.
2396 Entre
los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la
masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas, y las prácticas
homosexuales.
2397 La
alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les
confiere la obligación de guardar indisoluble su matrimonio.
2398 La
fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los
esposos participan de la paternidad de Dios.
2399 La
regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la paternidad y
la maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos
no justifica el recurso a medios moralmente reprobables (p.e., la
esterilización directa o la anticoncepción).
2400 El
adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a
la dignidad del matrimonio.
Artículo 7 EL
SEPTIMO MANDAMIENTO
No robarás (Ex
20,15; Dt 5,19).
No robarás (Mt
19,18).
2401 El
séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente
y hacer daño al prójimo en sus bienes de cualquier manera. Prescribe la
justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y los frutos del
trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino
universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida
cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes
de este mundo.
I EL
DESTINO UNIVERSAL Y LA PROPIEDAD PRIVADA DE LOS BIENES
2402 Al
comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de
la humanidad para que tenga cuidado de ellos, los domine mediante su trabajo
y se beneficie de sus frutos (cf Gn 1,26-29). Los bienes de la creación
están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está
repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la
penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es legítima
para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a
cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los
que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural
entre los hombres.
2403 El derecho
a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la
donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino
universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del
bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su
ejercicio.
2404 "El
hombre, al servirse de esos bienes , debe considerar las cosas externas que
posee legítimamente, no sólo como suyas, sino también como comunes, en el
sentido de que han de aprovechar no sólo a él, sino también a los demás" (GS
69,1). La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la
providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros,
ante todo a sus próximos.
2405 Los
bienes de producción -materiales o inmateriales- como tierras o fábricas,
profesiones o artes, requieren los cuidados de sus posesores para que su
fecundidad aproveche al mayor número de personas. Los poseedores de bienes
de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al
huésped, al enfermo, al pobre.
2406 La
autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del
bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71,4; SRS
42; CA 40; 48).
II EL
RESPETO DE LAS PERSONAS Y DE SUS BIENES
2407 En
materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la
virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de
la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es
debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la
liberalidad del Señor, que "siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de
que os enriquecierais con su pobreza" (2 Co 8,9).
El respeto de
los bienes ajenos
2408 El
séptimo mandamiento prohíbe el robo, es decir, la usurpación del bien ajeno
contra la voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el consentimiento
puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón y al destino
universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente y evidente en
que el único medio de remediar las necesidades inmediatas y esenciales
(alimento, vivienda, vestido...) es disponer y usar de los bienes ajenos (cf
GS 69,1).
2409 Toda
forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga
las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así,
retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el
ejercicio del comercio (cf Dt 25, 13-16), pagar salarios injustos (cf Dt
24,14-15; St 5,4), elevar los precios especulando con la ignorancia o la
necesidad ajenas (cf Am 8,4-6).
Son también
moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer
variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un
beneficio en detrimento ajeno; la corrupción mediante la cual se vicia el
juicio de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación
y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal
hechos, el fraude fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos
excesivos, el despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las
propiedades privadas o públicas es contrario a la ley moral y exige
reparación.
2410 Las
promesas deben ser cumplidas, y los contratos rigurosamente observados en la
medida en que el compromiso adquirido es moralmente justo. Una parte notable
de la vida económica y social depende del valor de los contratos entre
personas físicas o morales. Así, los contratos comerciales de venta o
compra, los contratos de alquiler o de trabajo. Todo contrato debe ser hecho
y ejecutado de buena fe.
2411 Los
contratos están sometidos a la justicia
conmutativa, que regula los intercambios entre las personas y entre las
instituciones, en el respeto exacto de sus derechos. La justicia conmutativa
obliga estrictamente; exige la salvaguarda de los derechos de propiedad, el
pago de las deudas y la prestación de obligaciones libremente contraídas.
Sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia.
La justicia
conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a lo que el
ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la justicia distributiva que
regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en proporción a sus
contribuciones y a sus necesidades.
2412 En
virtud de la justicia conmutativa, la reparación de la injusticia cometida
exige la restitución del bien robado a su propietario:
Jesús bendijo a
Zaqueo por su resolución: "si en algo defraudé a alguien, le devolveré el
cuádruplo" (Lc 19,8). Los que, de manera directa o indirecta, se han
apoderado de un bien ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el
equivalente en naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como
los frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido legítimamente.
Están igualmente obligados a restituir, en proporción a su responsabilidad y
al beneficio obtenido, todos los que han participado de alguna manera en el
robo, o se han aprovechado de él a sabiendas; por ejemplo, quienes lo hayan
ordenado o ayudado o encubierto.
2413 Los
juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos
contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables
cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus
necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de
convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas
en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido
sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo
significativo.
2414 El
séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u otra
razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conduce a esclavizar
seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a
venderlos y a cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de
las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a un
objeto de consumo o a una fuente de beneficio. S. Pablo ordenaba a un amo
cristiano que tratase a su esclavo cristiano "no como esclavo, sino...como
un hermano...en el Señor" (Flm 16).
El respeto de la
integridad de la creación
2415 El
séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los
animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente
destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn
1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del
universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El
dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los
seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la
vida del prójimo comprendidas las generaciones venideras; exige un respeto
religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38).
2416 Los
animales son
criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6,16).
Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3,57-58).
También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza
trataban a los animales S.
Francisco de Asís o S. Felipe Neri.
2417 Dios
confió los animales a la administración del que fue creado por él a su
imagen (cf Gn 2,19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los
animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede
domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los
experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente
aceptables, si se mantienen dentro de límites razonables y contribuyen a
curar o salvar vidas humanas.
2418 Es
contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y
gastar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas
que deberían más bien remediar la miseria de los hombres. Se puede amar a
los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido
únicamente a los seres humanos.
III LA
DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
2419 "La
revelación cristiana...nos conduce a una comprensión más profunda de las
leyes de la vida social" (GS 23,1). La Iglesia recibe del evangelio la plena
revelación de la verdad del hombre. Cuando cumple su misión de anunciar el
evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su
vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la
justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina.
2420 La
Iglesia expresa un juicio moral, en materia económi ca y social, "cuando lo
exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas"
(GS 76,5). En el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión
distinta de la que ejercen las autoridades políticas: ella se ocupa de los
aspectos temporales del bien común a causa de su ordenación al soberano
Bien, nuestro fin último. Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en
el uso de los bienes terrenos y en las relaciones socioeconómicas.
2421 La
doctrina social de la Iglesia se desarrolló en el siglo XIX cuando se
produce el encuentro entre el evangelio y la sociedad industrial moderna,
sus nuevas estructuras para producción de bienes de consumo, su nueva
concepción de la sociedad, del Estado y de la autoridad, sus nuevas formas
de trabajo y de propiedad. El desarrollo de la doctrina de la Iglesia en
materia económica y social da testimonio del valor permanente de la
enseñanza de la Iglesia, al mismo tiempo que del sentido verdadero de su
Tradición siempre viva y activa (cf. CA 3).
2422 La
enseñanza social de la Iglesia comprende un cuerpo de doctrina que se
articula a medida que la Iglesia interpreta los acontecimientos a lo largo
de la historia, a la luz del conjunto de la palabra revelada por Cristo
Jesús con la asistencia del Espíritu Santo (cf SRS 1; 41). Esta enseñanza
resulta tanto más aceptable para los hombres de buena voluntad cuanto más
inspira la conducta de los fieles.
2423 La
doctrina social de la Iglesia propone principios de reflexión, extrae
criterios de juicio, da orientaciones para la acción:
Todo sistema,
según el cual las relaciones socia les estarían determinadas enteramente por
los factores económicos es contrario a la naturaleza de la persona humana y
de sus actos (cf CA 24).
2424 Una
teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad
económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no
deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos
conflictos que perturban el orden social (cf GS 63,3; LE 7; CA 35).
Un sistema que
"sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras
de la organización colectiva de la producción" es contrario a la dignidad
del hombre (cf GS 65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más
que medios de lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y
contribuye a difundir el ateísmo. "No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt
6,24; Lc 16,13).
2425 La
Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los
tiempos modernos al "comunismo" o "socialismo". Por
otra parte, ha reprobado en la práctica del "capitalismo" el individualismo
y la primacía absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA
10, 13.44). La regulación de la economía únicamente por la planificación
centralizada pervierte en la base los vínculos sociales; su regulación
únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque
"existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado"
(CA 34). Es preciso
promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas
económicas, según una justa jerarquía de valores y atendiendo al bien común.
IV LA
ACTIVIDAD ECONOMICA Y LA JUSTICIA SOCIAL
2426 El
desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la producción
están destinados a remediar las necesidades de los seres humanos. La vida
económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a
aumentar el lucro o el poder; está ante todo ordenada al servicio de las
personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana. La actividad
económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse dentro de los
límites del orden moral, según la justicia social, a fin de responder al
plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
2427 El
trabajo humano procede
directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar,
unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra
(cf Gn 1,28; GS 34; CA 31). El trabajo es, por tanto, un deber: "Si alguno
no quiere trabajar, que tampoco coma" (2 Ts 3,10; cf. 1 Ts 4,11). El trabajo
honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Puede ser también
redentor. Soportando el peso del trabajo (cf Gn 3,14-19), en unión con
Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre
colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su Obra redentora. Se
muestra discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad que
está llamado a realizar (cf LE 27). El trabajo puede ser un medio de
santificación y una animación de las realidades terrenas en el espíritu de
Cristo.
2428 En
el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades
inscritas en su naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al
hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo es para el
hombre y no el hombre para el trabajo (cf LE 6).
Cada uno debe
poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos,
y para prestar servicio a la comunidad humana.
2429 Cada
uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de
sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para
recoger los justos frutos de sus esfuerzos. Deberá ajustarse a las
reglamentaciones dictadas por las autoridades legítimas con miras al bien
común (cf CA 32; 34).
2430 La
vida económica se ve afectada por intereses diversos, con frecuencia
opuestos entre sí. Así se explica el surgimiento de conflictos que la
caracterizan (cf LE 11). Será preciso esforzarse para reducir estos últimos
mediante la negociación, que respete los derechos y los deberes de cada
parte: los responsables de las empresas, los representantes de los
trabajadores, por ejemplo, organizaciones sindicales y, en caso necesario,
los poderes públicos.
2431 La
responsabilidad del Estado. "La actividad económica, en particular la
economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío
institucional, jurídico y político. Por el contrario supone una seguridad
que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema
monetario estable y servicios públicos eficientes. La primera incumbencia
del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quien
trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se
sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente...Otra incumbencia
del Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos
en el sector económico; pero en este campo la primera responsabilidad no es
del Estado, sino de cada persona y de los diversos grupos y asociaciones en
que se articula la sociedad" (CA 48).
2432 Los
responsables de las empresas ostentan ante la sociedad la responsabilidad
económica y ecológica de sus operaciones (CA 37). Están obligados a
considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de las
ganancias. Sin embargo, estas son necesarias; permiten realizar las
inversiones que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan los
puestos de trabajo.
2433 El
acceso al trabajo y
a la profesión debe estar abierto a todos sin discriminación injusta,
hombres y mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos e inmigrados (cf. LE 19;
22-23). En función de las circunstancias, la sociedad debe por su parte
ayudar a los ciudadanos a procurarse un trabajo y un empleo (cf. CA 48).
2434 El
salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede
constituir una grave injusticia (cf Lv 19,13; Dt 24,14-15; St 5,4). Para
determinar la remuneración justa se han de tener en cuenta a la vez las
necesidades y las contribuciones de cada uno. "El trabajo debe ser
remunerado de tal modo que se den al hombre posibilidades de que él y los
suyos vivan dignamente su vida material, social, cultural y espiritual,
teniendo en cuenta la tarea y la productividad de cada uno, así como las
condiciones de la empresa y el bien común" (GS 67,2). El acuerdo de las
partes no basta para justificar moralmente el importe del salario.
2435 La
huelga es moralmente legítima cuando se presenta como un recurso inevitable,
si no necesario para obtener un beneficio proporcionado. Resulta moralmente
inaceptable cuando va acompañada de violencias o también cuando se lleva a
cabo en función de objetivos no directamente vinculados a las condiciones de
trabajo o contrarios al bien común.
2436 Es
injusto no pagar a los organismos de seguridad social las cotizaciones establecidas
por las autoridades legítimas.
La privación de
empleo a causa de
la huelga es casi siempre para su víctima un atentado contra su dignidad y
una amenaza para el equilibrio de la vida. Además del daño personal
padecido, de esa privación se derivan riesgos numerosos para su hogar (cf.
LE 18).
V JUSTICIA
Y SOLIDARIDAD ENTRE LAS NACIONES
2437 En
el plano internacional la desigualdad de los recursos y de los medios
económicos es tal que crea entre las naciones un verdadero "abismo" (SRS
14). Por un lado están los que poseen y desarrollan los medios de
crecimiento, y por otro, los que acumulan deudas.
2438 Diversas
causas, de naturaleza religiosa, política, económica y financiera, confieren
hoy a la cuestión social "una dimensión mundial" (SRS 9). La solidaridad es
necesaria entre las naciones cuyas políticas son ya interdependientes. Es
todavía más indispensable cuando se trata de acabar con los "mecanismos
perversos" que obstaculizan el desarrolla de los países menos avanzados (cf
SRS 17; 45). Es preciso sustituir los sistemas financieros abusivos, si no
usureros (cf CA 35), las relaciones comerciales inicuas entre las naciones,
la carrera de armamentos, por un esfuerzo común para movilizar los recursos
hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y económico "fijando de nuevo
las prioridades y las escalas de valores" (CA 28).
2439 Las
naciones ricas tienen
una responsabilidad moral grave respecto a las que no pueden por sí mismas
asegurar los medios de su desarrollo, o han sido impedidas de realizarlo por
trágicos acontecimientos históricos. Es un deber de solidaridad y de
caridad; es también una obligación de justicia si el bienestar de las
naciones ricas procede de recursos que no han sido pagados justamente.
2440 La
ayuda directa constituye una respuesta apropiada a necesidades inmediatas,
extraordinarias, causadas por ejemplo por catástrofes naturales, epidemias,
etc. Pero no basta para reparar los graves daños que resultan de situaciones
de indigencia ni para remediar de forma duradera las necesidades. Es preciso
también reformar las instituciones económicas y financieras internacionales
para que promuevan mejor relaciones equitativas con los países menos
desarrollados (cf SRS 16). Es preciso sostener el esfuerzo de los países
pobres que trabajan por su crecimiento y su liberación (cf CA 26). Esta
doctrina exige ser aplicada de manera muy particular en el ámbito del
trabajo agrícola. Los campesinos, sobre todo en el Tercer Mundo, forman la
masa preponderante de los pobres.
2441 Acrecentar
el sentido de Dios y el conocimiento de sí mismo constituye la base de todo
desarrollo completo de la sociedad humana. Este multiplica los bienes
materiales y los pone al servicio de la persona y de su libertad. Disminuye
la miseria y la explotación económicas. Hace crecer el respeto de las
identidades culturales y la apertura a la transcendencia (cf SRS 32; CA 51).
2442 No
corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la
actividad política y en la organización de la vida social. Esta tarea forma
parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por su propia
iniciativa con sus conciudadanos. La acción social puede implicar una
pluralidad de vías concretas. Deberá atender siempre al bien común y
ajustarse al mensaje evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a
los fieles laicos "animar, con su compromiso cristiano, las realidades y, en
ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia" (SRS 47; cf
42).
VI EL
AMOR DE LOS POBRES
2443 Dios
bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a
hacerlo: "a quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas
la espalda" (Mt 5,42). "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt 10,8).
Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres
(cf Mt 25,31-36). La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt 11,5; Lc 4,18)
es el signo de la presencia de Cristo.
2444 "El
amor de la Iglesia por los pobres...pertenece a su constante tradición " (CA
57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6,20-22),
en la pobreza de Jesús (cf Mt 8,20), y en su atención a los pobres (cf Mc
12,41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de
trabajar, con el fin de "hacer partícipe al que se halle en necesidad" (Ef
4,28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas
de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445 El
amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o
su uso egoísta:
Ahora bien,
vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para
caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están
apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su
herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como
fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad:
el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos
está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del
Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os
habéis entregado a a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el
día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St
5,1-6).
2446 S.
Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: "No hacer participar a los pobres
de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que tenemos no son
nuestros bienes, sino los suyos" (Laz. 1,6). "Satisfacer ante todo las
exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad
lo que ya se debe a título de justicia" (AA 8):
Cuando damos a
los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales,
sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad,
lo que hacemos es cumplir un deber de justicia (S. Gregorio Magno, past.
3,21).
2447 Las
obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos
a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is
58,6-7; Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de
misericordia espiritual, como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de
misericordia corporal consisten especialmente en dar de comer al hambriento,
dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a
los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la
limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17,22) es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de
justicia que agrada a Dios (cf Mt 6,2-4):
El que tenga dos
túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que
haga lo mismo (Lc 3,11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas
las cosas serán puras para vosotros (Lc 11,41). Si un hermano o una hermana
están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice:
"id en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario para el
cuerpo, ¿de qué sirve? (St
2,15-16; cf. 1 Jn 3,17).
2448 "Bajo
sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades
físicas o síquicas y, por último, la muerte- la miseria humana es el signo
manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el
primer pecado y de la necesidad de salvación. Por ello, la miseria humana
atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e
identificarse con los `más pequeños de sus hermanos' . También por ello, los
oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de
la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de
sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y
liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que
siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables" (CDF, instr.
"Libertatis conscientia" 68).
2449 En
el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año jubilar,
prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda, obligación del
diezmo, pago del jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia y la
siega) responden a la exhortación del Deuteronomio: "Ciertamente nunca
faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes
abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en
tu tierra" (Dt 15,11). Jesús hace suyas estas palabras: "Porque pobres
siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis" (Jn 12,8).
Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: "comprando
por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias..." (Am 8,6),
sino nos invita a reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos
(cf Mt 25,40):
El día en que su
madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, Santa Rosa de
Lima le contestó: "cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a
Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos
servimos a Jesús".
RESUMEN
2450 "No
robarás" (Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los avaros...ni los rapaces
heredarán el Reino de Dios" (1 Co 6,10).
2451 El
séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la caridad en
el uso de los bienes terrenos y los frutos del trabajo de los hombres.
2452 Los
bienes de la creación están destinados a todo el género humano. El derecho a
la propiedad privada no anula el destino universal de los bienes.
2453 El
séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del bien ajeno
contra la voluntad razonable del dueño.
2454 Toda
manera de tomar y de usar injustamente el bien ajeno es contraria al séptimo
mandamiento. La injusticia cometida exige reparación. La justicia
conmutativa impone la restitución del bien robado.
2455 La
ley moral proscribe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios,
llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y
cambiarlos como mercancías.
2456 El
dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y
animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones
morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones
venideras.
2457 Los
animales están confiados a la administración del hombre que les debe
aprecio. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del
hombre.
2458 La
Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen
los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Se
cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al
soberano Bien, nuestro fin último.
2459 El
hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social.
El punto decisivo de la cuestión social consiste en que los bienes creados
por Dios para todos lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la
ayuda de la caridad.
2460 El
valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que
es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en
la obra de la creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.
2461 El
desarrollo verdadero es el del hombre entero. Se trata de hacer crecer la
capacidad de cada persona de responder a su vocación, por tanto, a la
llamada de Dios (cf CA 29).
2462 La
limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también
una práctica de justicia que agrada a Dios.
2463 En
la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que
reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola (cf Lc 16,19-31).
En dicha multitud hay que oír a Jesús que dice: "Cuanto dejásteis de hacer
con uno de estos, también conmigo dejásteis de hacerlo" (Mt 25,45).
Artículo 8 EL
OCTAVO MANDAMIENTO
No darás
testimonio falso contra tu prójimo (Ex 20,16)
Se dijo a los
antepasados: No perjurarás sino que cumplirás al Señor tus juramentos (Mt
5,33).
2464 El
octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el
prójimo. Este precepto moral se deriva de la vocación del pueblo santo a ser
testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad
expresan, mediante palabras o actos, una negación a comprometerse en la
rectitud moral: son infidelidades fundamentales frente a Dios y, en este
sentido, socavan las bases de la Alianza.
I VIVIR
EN LA VERDAD
2465 El
Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es
verdad (cf Pr 8,7; 2 S 7,28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142). "Tu
verdad, de edad en edad" (Sal 119,90; Lc 1,50). Porque Dios es el "Veraz"
(Rm 3,4), los miembros de su Pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf
Sal 119,30).
2466 En
Jesucristo la verdad de Dios se manifestó toda entera. "Lleno de gracia y de
verdad" (Jn 1,14), él es la "luz del mundo" (Jn 8,12), la Verdad (cf Jn
14,6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12,46). El
discípulo de Jesús, "permanece en su palabra", para conocer "la verdad que
hace libre" (cf Jn 8,31-32) y que santifica (cf Jn 17,17). Seguir a Jesús es
vivir del "Espíritu de verdad" (Jn 14,17) que el Padre envía en su nombre
(cf Jn 14,26) y que conduce "a la verdad completa" (Jn 16,13). Jesús enseña
a sus discípulos el amor incondicional de la Verdad: "Sea vuestro lenguaje:
`sí, sí'; `no, no'" (Mt 5,37).
2467 El
hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y
testimoniarla: "Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser
personas... se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad
y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo la verdad
religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad conocida y a
ordenar toda su vida según sus exigencias" (DH 2).
2468 La
verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana tiene por nombre
veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que
consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en decir verdad en sus
palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
2469 "Los
hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es
decir, si no se manifestasen la verdad" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2,
109, 3 ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le
es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el
secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción. En
justicia, "un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad"
(S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 109,3).
2470 El
discípulo de Cristo acepta "vivir en la verdad", es decir, en la simplicidad
de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. "Si
decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y
no obramos conforme a la verdad" (1 Jn 1,6).
II "DAR
TESTIMONIO DE LA VERDAD"
2471 Ante
Pilato, Cristo proclama que había "venido al mundo: para dar testimonio de
la verdad" (Jn 18,37). El cristiano no debe "avergonzarse de dar testimonio
del Señor" (2 Tm 1,8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la
fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de S. Pablo ante
sus jueces. Debe guardar una "conciencia limpia ante Dios y ante los
hombres" (Hch 24,16).
2472 El
deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los impulsa
a actuar como testigos del evangelio y de las obligaciones que de ello se
derivan. Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras. El
testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (cf
Mt 18,16):
Todos los fieles
cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el
ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se
revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha
fortalecido con la confirmación (AG 11).
2473 El
martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un
testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo,
muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la
verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un
acto de fortaleza. "Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado
llegar a Dios" (S. Ignacio de Antioquía, Rom 4,1).
2474 Con
el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes
llegaron al final para dar testimonio de su fe. Son las actas de los
Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de
sangre:
No me servirá
nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor
para mí mori r (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta las
extremidades de la tierra. Es a él a quien busco, a quien murió por
nosotros. A él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se
acerca...(S. Ignacio de Antioquía, Rom. 6,1-2).
Te bendigo por
haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el
número de tus mártires...Has cumplido tu promesa, Dios de la fidelidad y de
la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico por
el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por él, que
está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos
venideros. Amén. (S. Policarpo, mart. 14,2-3).
III LAS
OFENSAS A LA VERDAD
2475 Los
discípulos de Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios
en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4,28). "Desechando la mentira"
(Ef 5,25), deben "rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias
y toda clase de maledicencias" (1 P 2,1).
2476 Falso
testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee una
gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a
ser un falso testimonio (cf. Pr 19,9). Cuando es pronunciada bajo juramento
se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un
inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha
incurrido el acusado (cf Pr 18,5); comprometen gravemente el ejercicio de la
justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces.
2477 El
respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra
susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC, can. 220). Se hace
culpable
– de
juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin
fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo.
– de
maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos
y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf Si 21,28).
– de
calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la
reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
2478 Para
evitar el juicio temerario, cada uno deberá interpretar en cuanto sea
posible en un sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones de su
prójimo:
Todo buen
cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a
condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la
entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios
convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (S. Ignacio de Loyola,
ex. spir. 22).
2479 Maledicencia
y calumnia destruyen la reputación y
el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la
dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a
su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan
las virtudes de la justicia y la caridad.
2480 Debe
proscribirse toda palabra o actitud que, por halago, adulación, o
complacencia, alienta y confirma a otro en la malicia de sus actos y la
perversidad de su conducta. La adulación es una falta grave si se hace
cómplice de vicios o pecados graves. El deseo de prestar servicio o la
amistad no justifican una doblez del lenguaje. La adulación es un pecado
venial cuando sólo desea ser agradable, evitar un mal, remediar una
necesidad u obtener ventajas legítimas.
2481 La
vanagloria o jactancia constituye una falta contra la verdad. Lo mismo
sucede con la ironía que busca ridiculizar a uno caricaturizando de manera
malévola un aspecto de su comportamiento.
2482 "La
mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar" (S. Agustín,
mend. 4,5). El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica: "vuestro
padre es el diablo...porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira,
dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira"
(Jn 8,44).
2483 La
mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar
contra la verdad para inducir a error. Lesionando la relación del hombre con
la verdad y el prójimo, la mentira ofende la relación fundamental del hombre
y de su palabra con el Señor.
2484 La
gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma,
según las circunstancias, las intenciones del que la comete, los perjuicios
padecidos por sus víctimas. Si la mentira en sí sólo constituye un pecado
venial, llega a ser mortal cuando daña gravemente las virtudes de la
justicia y la caridad.
2485 La
mentira es condenable en su naturaleza. Es una profanación de la palabra
cuyo objeto es comunicar a otros la verdad conocida. La intención deliberada
de inducir al prójimo a error mediante palabras contrarias a la verdad
constituye una falta contra la justicia y la caridad. La culpabilidad es
mayor cuando la intención de engañar corre el riesgo de tener consecuencias
funestas para los que son desviados de la verdad.
2486 La
mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una
verdadera violencia hecha a otro. Atenta contra él en su capacidad de
conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión. Contiene en
germen la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La
mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres
y rompe el tejido de las relaciones sociales.
2487 Toda
falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación
aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño
públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un
perjuicio no pude ser indemnizado directamente, es preciso darle
satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación
concierne también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo.
Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida
del daño causado. Obliga en conciencia.
IV EL
RESPETO DE LA VERDAD
2488 El
derecho a la comunicación de la verdad no es incondicional. Todos deben
conformar su vida al precepto evangélico del amor fraterno. Este exige, en
las situaciones concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad al que
la pide.
2489 La
caridad y el respeto de la verdad deben dictar la respuesta a toda petición
de información o de comunicación. El bien y la seguridad del prójimo, el
respeto de la vida privada, el bien común, son razones suficientes para
callar lo que no debe ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El
deber de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta
discreción. Nadie esta obligado a revelar una verdad a quien no tiene
derecho a conocerla (cf Si 27,16; Pr 25,9-10).
2490 El
secreto del sacramento de la reconciliación es sagrado y no puede ser
revelado bajo ningún pretexto. "El sigilo sacramental es inviolable; por lo
cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de
palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo" (CIC, can. 983,1).
2491 Los
secretos profesionales -que obligan, por ejemplo, a políticos, militares,
médicos, juristas- o las confidencias hechas bajo secreto deben ser
guardados, exceptuados los casos excepcionales en que el no revelarlos
podría causar al que los ha confiado, al que los ha recibido o a un tercero
daños muy graves y evitables únicamente mediante la divulgación de la
verdad. Las informaciones privadas perjudiciales al prójimo, aunque no hayan
sido confiadas bajo secreto, no deben ser divulgadas sin una razón grave y
proporcionada.
2492 Se
debe guardar la justa reserva respecto a la vida privada de la gente. Los
responsables de la comunicación deben mantener una justa proporción entre
las exigencias del bien común y el respeto de los derechos particulares. La
ingerencia de la información en la vida privada de personas que realizan una
actividad política o pública, es condenable en la medida en que atenta
contra la intimidad y libertad de éstas.
V EL
USO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL
2493 Dentro
de la sociedad moderna, los medios de comunicación social desempeñan un
papel importante en la información, la promoción cultural y la formación. Su
acción aumenta en importancia por razón de los progresos técnicos, de la
amplitud y la diversidad de las noticias transmitidas, y la influencia
ejercida sobre la opinión pública.
2494 La
información de estos medios es un servicio del bien común (cf IM 11). La
sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad,
la justicia y la solidaridad:
El recto
ejercicio de este derecho exige que, en cuanto a su contenido, la
comunicación sea siempre verdadera e íntegra, salvadas la justicia y la
caridad; además, en cuanto al modo, ha de ser honesta y conveniente, es
decir, debe respetar escrupulosamente las leyes morales, los derechos
legítimos y la dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de la noticia como
en su divulgación (IM 5,2).
2495 "Es
necesario que todos los miembros de la sociedad cumplan sus deberes de
caridad y justicia también en este campo, y, así, con ayuda de estos medios,
se esfuercen por formar y difundir una recta opinión pública" (IM 8). La
solidaridad aparece como una consecuencia de una información verdadera y
justa, y de la libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento
y el respeto del prójimo.
2496 Los
medios de comunicación social (en particular, los mass-media) pueden
engendrar cierta pasividad en los usuarios, haciendo de estos consumidores
poco vigilantes de mensajes o de espectáculos. Los usuarios deben imponerse
moderación y disciplina respecto a los mass-media. Han de formarse una
conciencia clara y recta para resistir más fácilmente las influencias menos
honestas.
2497 Por
razón de su profesión en la prensa, sus responsables tienen la obligación,
en la difusión de la información, de servir a la verdad y de no ofender a la
caridad. Han de forzarse por respetar con una delicadeza igual, la
naturaleza de los hechos y los límites y el juicio crítico respecto a las
personas. Deben evitar ceder a la difamación.
2498 "La
autoridad civil tiene en esta materia deberes peculiares en razón del bien
común, al que se ordenan estos medios. Corresponde, pues, a dicha
autoridad... defender y asegurar la verdadera y justa libertad" (IM 12).
Promulgando leyes y velando por su aplicación, los poderes públicos se
asegurarán de que el mal uso de los medios no lleguen a causar "graves
peligros para las costumbres públicas y el progreso de la sociedad" (IM 12).
Deberán sancionar la violación de los derechos de cada uno a la reputación y
al secreto de la vida privada. Tienen obligación de dar a tiempo y
honestamente las informaciones que se refieren al bien general y responden a
las inquietudes fundadas de la población. Nada puede justificar el recurso a
falsas informaciones para manipular la opinión pública mediante los
mass-media. Estas intervenciones no deberán atentar contra la libertad de
los individuos y de los grupos.
2499 La
moral denuncia la plaga de los estados totalitarios que falsifican
sistemáticamente la verdad, ejercen mediante los mass-media un dominio
político de la opinión, manipulan a los acusados y a los testigos en los
procesos públicos y tratan de asegurar su tiranía yugulando y reprimiendo
todo lo que consideran "delitos de opinión".
VI VERDAD,
BELLEZA Y ARTE SACRO
2500 La
práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de la
belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la
belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la
palabra, expresión racional del conocimiento de la realidad creada e
increada, es necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad
puede también encontrar también otras formas de expresión humana,
complementarias, sobre todo cuando se trata de evocar lo que entraña de
indecible, las profundidades del corazón humano, las elevaciones del alma,
el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en palabras de verdad,
Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la Creación, obra de
su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del cosmos, que percibe
tanto el niño como el hombre de ciencia, "pues de la grandeza y hermosura de
las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5),
"pues fue el Autor mismo de la belleza quien las creó" (Sb 13,3).
La sabiduría es
un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del
Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de
la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de
su bondad (Sb 7,25-26). La sabiduría es más bella que el sol, supera a todas
las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz
sucede la noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad (Sb
7,29-30). Yo me constituí en el amante de su belleza (Sb 8,2).
2501 El
hombre, "creado a imagen de Dios" (Gn 1,26), expresa también la verdad de su
relación con Dios Creador mediante la belleza de sus obras artísticas. El
arte, en efecto, es una forma de expresión propiamente humana; por encima de
la satisfacción de las necesidades vitales, común a todas las criaturas
vivas, el arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del
ser humano. Este brota de un talento concedido por el Creador y del esfuerzo
del hombre, y es un género de sabiduría práctica, que une conocimiento y
habilidad para dar forma a la verdad de una realidad en el lenguaje
accesible a la vista y al oído. El arte entraña así cierta semejanza con la
actividad de Dios en lo creado, en la medida en que se inspira en la verdad
y el amor de los seres. Como cualquier otra actividad humana, el arte no
tiene en sí mismo su fin absoluto, sino que está ordenado y ennoblecido por
el fin último del hombre (cf. Pío XII, discurso 25 Diciembre 1955 y discurso
3 Septiembre 1950).
2502 El
arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su
vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio
trascendente de Dios, Belleza Sobreeminente Invisible de Verdad y de Amor,
manifestado en Cristo, "Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia"
(Hb 1,3), en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente"
(Col 2,9), belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de
Dios, los Angeles y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la
adoración, a la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y
Santificador.
2503 Por
eso los obispos deben personalmente o por delegación vigilar y promover el
arte sacro antiguo y nuevo en todas sus formas, y apartar con la misma
atención religiosa de la liturgia y de los edificios de culto todo lo que no
está de acuerdo con la verdad de la fe y la auténtica belleza del arte sacro
(cf SC 122-127).
RESUMEN
2504 "No
darás falso testimonio contra tu prójimo" (Ex 20,16). Los discípulos de
Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia
y santidad de la verdad" (Ef 4,24).
2505 La
verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus
juicios y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la
hipocresía.
2506 El
cristiano no debe "avergonzarse de dar testimonio del Señor" (2 Tm 1,8) en
obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la
fe.
2507 El
respeto de la reputación y el honor de las personas prohíbe toda actitud y
toda palabra de maledicencia o de calumnia.
2508 La
mentira consiste en decir lo falso con intención de engañar al prójimo.
2509 Una
falta cometida contra la verdad exige reparación.
2510 La
regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no
revelar la verdad al que la pide.
2511 "El
sigilo sacramental es inviolable" (CIC, can. 983,1). Los secretos
profesionales deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales a otros no
deben ser divulgadas.
2512 La
sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad,
la justicia. Es preciso imponerse moderación y disciplina en el uso de los
medios de comunicación social.
2513 Las
bellas artes, sobre todo el arte sacro, "están relacionados, por su
naturaleza, con la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de
algún modo, en las obras humanas. Y tanto más se dedican a Dios y
contribuyen a su alabanza y a su gloria cuanto más lejos están de todo
propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras a dirigir las
almas de los hombres piadosamente hacia Dios" (SC 122).
Artículo 9 EL
NOVENO MANDAMIENTO
No codiciarás la
casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni
su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex 20,17).
El que mira a
una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28)
2514 San
Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la concupiscencia
de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn
2,16). Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento
proscribe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia del
bien ajeno.
2515 En
sentido etimológico, la "concupiscencia" puede designar toda forma vehemente
de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular del
movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El
apóstol S. Pablo la identifica a la lucha que la "carne" sostiene contra el
"espíritu" (cf Gal 5,16.17.24; Ef 2,3). Procede de la desobediencia del
primer pecado (Gn 3,11). Trastorna las facultades morales del hombre y, sin
ser una falta en sí misma, le
inclina a cometer pecados (cf Cc Trento: DS 1515).
2516 En
el hombre, por que es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta
tensión, tiene lugar una lucha de tendencias entre el "espíritu" y la
"carne". Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado.
Es una consecuencia de él, y al mismo tiempo una confirmación. Forma parte
de la experiencia cotidiana del combate espiritual:
Para el Apóstol
no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual
constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que
trata de las obras -mejor dicho, de las disposiciones estables-, virtudes y
vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer
caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del
Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: "si vivimos según el Espíritu,
obremos también según el Espíritu" (Gál 5,25) (Juan Pablo II, DeV 55).
I LA
PURIFICACION DEL CORAZON
2517 El
corazón es la sede de la personalidad moral: "de dentro del corazón salen
las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones" (Mt 15,19). La
lucha contra la codicia de la carne pasa por la purificación del corazón:
Mantente en la
simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal
destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2,1).
2518 La
sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a los
que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la
santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm
4,3-9; 2 Tm 2,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4,7; Col 3,5; Ef
4,19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1,15; 1 Tm 3-4; 2
Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de
la fe:
Los fieles deben
creer los artículos del Símbolo "para que, creyendo, obedezcan a Dios;
obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y
purificando su corazón, comprendan lo que creen" (S. Agustín, fid. et symb.
10,25).
2519 A
los "limpios de corazón" se les promete que verán a Dios cara a cara y que
serán semejantes a él (cf 1 Co 13,12; 1 Jn 3,2). La pureza de corazón es el
preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según
Dios, recibir a otro como un "prójimo"; nos permite considerar el cuerpo
humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una
manifestación de la belleza divina.
II EL
COMBATE POR LA PUREZA
2520 El
Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los
pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de
la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue
– mediante
la virtud y el don
de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e
indiviso,
– mediante
la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre:
con un ojo simple el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la
voluntad de Dios (cf Rm 12,2; Col 1,10);
– mediante
la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los
sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los
pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos
divinos: "la vista despierta la pasión de los insensatos" (Sb 15,5);
– mediante
la oración:
Creía que la
continencia dependía de las propias fuerzas, las cuales no sentía en mí;
siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito (Sb 8,21): que nadie
puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si
con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi
cuidado (S. Agustín, conf. 6,11,20).
2521 La
pureza exige el pudor. Este es una parte integrante de la templanza. El
pudor preserva la intimidad de la persona. Designa la negativa a mostrar lo
que debe permanecer oculto. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza
proclama. Ordena las miradas y los gestos según la dignidad de las personas
y de su unión.
2522 El
pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la
paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las
condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer
entre sí. El pudor es modestia, inspira la elección del vestido. Mantiene el
silencio o la reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana;
se convierte en discreción.
2523 Existe
un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor
rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de
cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a
hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir
que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las
ideologías dominantes.
2524 Las
formas que adquiere el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en
todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia al
hombre. Nace con el despertar de la conciencia del sujeto. Educar en el
pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona
humana.
2525 La
pureza cristiana exige una purificación del clima social. Obliga a los
medios de comunicación social a una información cuidadosa del respeto y de
la discreción. La pureza de corazón libera del erotismo difuso y aparta de
los espectáculos que favorecen el exhibicionismo y la ilusión.
2526 Lo
que se llama permisividad de las costumbres se basa en una concepción
errónea de la libertad humana; para edificarse, ésta necesita dejarse educar
previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables de la
educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de la verdad,
de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y espiritual del
hombre.
2527 "La
buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre
caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción,
siempre amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar las costumbres
de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y
restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades
espirituales de cada pueblo o edad" (GS 58,4).
RESUMEN
2528 "Todo
el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su
corazón" (Mt 5,28).
2529 El
noveno mandamiento pone en guardia contra la codicia o concupiscencia de la
carne.
2530 La
lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del
corazón y la práctica de la templanza.
2531 La
pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la
posibilidad de ver todo según Dios.
2532 La
purificación del corazón exige la oración, la práctica de la castidad, la
pureza de intención y de mirada.
2533 La
pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y
discreción. El pudor preserva la intimidad de la persona.
Artículo
10 EL
DECIMO MANDAMIENTO
No
codiciarás...nada que sea de tu prójimo (Ex 20,17)
No desearás...su
casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu
prójimo (Dt 5,21).
Donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6,21).
2534 El
décimo mandamiento desdobla y completa el noveno, que versa sobre la
concupiscencia de la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del
robo, de la rapiña y del fraude, proscritos por el séptimo mandamiento. La
"concupiscencia de los ojos" (cf 1 Jn 2,16) lleva a la violencia y la
injusticia prohibidas por el quinto precepto (cf Mi 2,2). La codicia tiene
su origen, como la fornicación, en la idolatría condenada en las tres
primeras prescripciones de la ley (cf Sb 14,12). El décimo mandamiento atañe
a la intención del corazón; resume, con el noveno, todos los preceptos de la
Ley.
I EL
DESORDEN DE LA CODICIA
2535 El
apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no tenemos.
Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío.
Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la
medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es
nuestro y pertenece, o es debido a otro.
2536 El
décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación
inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido
de lo pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el
deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en
sus bienes temporales:
Cuando la Ley
nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos
nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del
prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del
avaro no se satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37)
2537 No
se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen al
prójimo siempre que sea por justos medios. La catequesis tradicional señala
con realismo "quiénes son los que más deben luchar contra sus codicias
pecaminosas" y a los que, por tanto, es preciso "exhortar más a observar
este precepto":
Los
comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías, que ven
con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de lo contrario
podrían vender más caro y comprar a precio más bajo; los que desean que sus
semejantes estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o
comprándoles...Los médicos, que desean tener enfermos; los abogados que
anhelan causas y procesos importantes y numerosos... (Cat. R. 3,37).
2538 El
décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia.
Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le
contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como
una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero
y acabó por robarle la cordera (cf 2 S 12,1-4). La envidia puede conducir a
las peores fechorías (cf Gn 4,3-7; 1 R 21,1-29). La muerte entró en el mundo
por la envidia del diablo (cf Sb 2,24).
Luchamos entre
nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...Si todos se
afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos
debilitando el Cuerpo de Cristo...Nos declaramos miembros de un mismo
organismo y nos devoramos como lo harían las fieras (S. Juan Crisóstomo,
hom. in 2 Co, 28,3-4).
2539 La
envidia es un pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante el bien
del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente.
Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía
en la envidia el "pecado diabólico por excelencia" (ctech. 4,8). "De la
envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por
el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" (s. Gregorio
Magno, mor. 31,45).
2540 La
envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo
de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la
benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha
de esforzarse por vivir en la humildad:
¿Querríais ver a
Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro
hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se
dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en
los méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom. 7,3).
II LOS
DESEOS DEL ESPIRITU
2541 La
economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la
codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Soberano Bien; lo
instruye en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.
El Dios de las
promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra la seducción
desde lo que ya entonces, aparece como "bueno para comer, apetecib le a la
vista y excelente para lograr sabiduría" (Gn 3,6).
2542 La
Ley confiada a Israel nunca bastó para justificar a los que le estaban
sometidos; incluso vino a ser instrumento de la "concupiscencia" (cf Rm
7,7). La inadecuación entre el querer y el hacer (cf Rm 7,10) manifiesta el
conflicto entre la "ley de Dios" que es la "ley de la razón" y otra ley que
"me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros" (Rm 7,23).
2543 "Pero
ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen" (Rm 3,21-22). Por eso, los fieles de
Cristo "han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias" (Gál
5,24); "son guiados por el Espíritu" (Rm 8,14) y siguen los deseos del
Espíritu (cf Rm 8,27).
III LA
POBREZA DE CORAZON
2544 Jesús
exhorta a sus discípulos a preferirle a todo y a todos y les propone
"renunciar a todos sus bienes" (Lc 14,33) por él y por el Evangelio (cf Mc
8,35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de
Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc
21,4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para
entrar en el Reino de los cielos.
2545 "Todos
los cristianos...han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el
uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en
contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto" (LG 42).
2546 "Bienaventurados
los pobres en el espíritu" (Mt 5,3). Las bienaventuranzas revelan un orden
de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de
los pobres de quienes es ya el Reino (Lc 6,20):
El Verbo llama
"pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su
renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: "Se
hizo pobre por nosotros" (2 Co 8,9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El
Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia
de bienes (Lc 6,24). "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre
en espíritu busca el Reino de los Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1,1). El
abandono en la Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el
mañana (cf Mt 6,25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de
los pobres: ellos
verán a Dios.
IV "QUIERO
VER A DIOS"
2548 El
deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los
bienes de este mundo, y se realizará en la visión y la bienaventuranza de
Dios. "La promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura, ver
es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir"
(S. Gregorio de Nisa, beat. 6).
2549 Corresponde,
por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener
los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles
cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen
las seducciones del placer y del poder.
2550 En
el camino de la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quienes les
escuchan (cf Ap 22,17), a la comunión perfecta con Dios:
Allí se dará la
gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los
verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a
los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues
allí sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde
nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de
la virtud será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como
la recompensa mejor y más grande que puede existir: "Yo seré su Dios, y
ellos serán mi pueblo" (Lv 26,12)...Este es también el sentido de las
palabras del apóstol: "para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15,28). El
será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin
saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación
serán ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos (S. Agustín, civ.
22,30).
RESUMEN
2551 "Donde
está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).
2552 El
décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión
inmoderada de las riquezas y del poder.
2553 La
envidia es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo
desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.
2554 El
bautizado combate la envidia mediante la caridad, la
humildad y el abandono en la providencia de Dios.
2555 Los
fieles cristianos "han crucificado la carne con sus pasiones y sus
concupiscencias" (Gal 5,24); son guiados por el Espíritu y siguen sus
deseos.
2556 El
desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los
cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón".
2557 El
hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es saciada por
el agua de la vida (cf Jn 4,14).
PRIMERA
SECCION: LA ORACION EN LA VIDA CRISTIANA
2558 "Este
es el Misterio de la fe". La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los
Apóstoles (Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia
sacramental (Segunda Parte), para que la vida de los fieles se conforme con
Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por
tanto, este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan
de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta
relación es la oración.
QUE ES LA
ORACION
Para mí, la
oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el
cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba
como desde dentro de la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms autob. C
25r).
La oración como
don de Dios
2559 "La
oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando
oramos? ¿Desde la
altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más
profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla
es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración.
"Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una
disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el
hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).
2560 "Si
conocieras el don de Dios"(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela
precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí
Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el
que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las
profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el
encuentro de la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el
hombre tenga sed de El (cf San Agustín, quaest. 64, 4).
2561 "Tú
le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva" (Jn 4, 10). Nuestra
oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja
del Dios vivo: "A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse
cisternas, cisternas agrietadas" (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa
gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a
la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).
La oración como
Alianza
2562 ¿De
dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la
oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para
designar el lugar de donde brota la oración, las Escrituras hablan a veces
del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil
veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión
de la oración es vana.
2563 El
corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión
semítica o bíblica: donde yo "me adentro"). Es nuestro centro escondido,
inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de
Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más
profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí
donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que
a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.
2564 La
oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en
Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de
nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana
del Hijo de Dios hecho hombre.
La oración como
Comunión
2565 En
la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su
Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo.
La gracia del Reino es "la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el
espíritu todo entero" (San Gregorio Nac., or. 16, 9). Así, la vida de
oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en
comunión con El. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante
el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5).
La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se
extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor
de Cristo (cf Ef 3, 18-21).
CAPITULO
PRIMERO: LA REVELACION DE LA ORACION: LA LLAMADA UNIVERSAL A LA ORACION
2566. El
hombre busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la nada a
la existencia. "Coronado de gloria y esplendor" (Sal 8, 6), el hombre es,
después de los ángeles, capaz de reconocer "¡qué glorioso es el Nombre del
Señor por toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por
su pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su
Creador. Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las
religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf Hch.
17, 27).
2567 Dios
es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a s u Creador o se
esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad
de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada
persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del
Dios fiel es siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es
siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí
mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo
acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un
trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la
historia de la salvación.
Artículo 1 EN
EL ANTIGUO TESTAMENTO
2568 La
revelación de la oración en el Antiguo Testamento se inscribe entre la caída
y la elevación del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros
hijos: "¿Dónde estás?... ¿Por qué lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la
respuesta del Hijo único al entrar en el mundo: "He aquí que vengo... a
hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con
la historia de los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos
de la historia.
La creación -
fuente de la oración
2569 La
oración se vive primeramente a partir de las realidades de la creación. Los
nueve primeros capítulos del Génesis describen esta relación con Dios como
ofrenda por Abel de los primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como
invocación del nombre divino por Enós (cf Gn 4, 26), como "marcha con Dios"
(Gn 5, 24). La ofrenda de Noé es "agradable" a Dios que le bendice y, a
través de él, bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su
corazón es justo e íntegro; él también "marcha con Dios" (Gn 6, 9). Una
muchedumbre de hombres pertenecientes a todas las religiones siempre han
vivido esta característica de la oración.
En su alianza
indefectible con todos los seres vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama
siempre a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se
revela sobre todo a partir de nuestro padre Abraham.
La Promesa y la
oración de la fe
2570 Cuando
Dios le llama, Abraham parte "como se lo había dicho el Señor" (Gn 12, 4):
todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón
a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor
relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos:
hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más
tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a
Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo
surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la
oración: la prueba de la fe en la fidelidad a Dios.
2571 Habiendo
creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él
(cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped
misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la
anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38).
Desde entonces, habiéndole confiado Dios su Plan, el corazón de Abraham está
en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a
interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).
2572 Como
última purificación de su fe, se le pide al "que había recibido las
promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no
vacila: "Dios proveerá el cordero para el holocausto" (Gn 22, 8), "pensaba
que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 19).
Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a
su propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La
oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar
en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).
2573 Dios
renueva su promesa a Jacob, cabeza de las doce tribus de Israel (cf Gn 28,
10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con
"alguien" misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le bendice antes
de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este
relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de
la perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
Moisés y la
oración del mediador
2574 Cuando
comienza a realizarse la promesa (Pascua, Exodo, entrega de la Ley y
conclusión de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora de
la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en "el único Mediador
entre Dios y los hombres, Cristo-Jesús" (1 Tm 2, 5).
2575 También
aquí, Dios interviene, el primero. Llama a Moisés desde la zarza ardiendo
(cf Ex 3, 1-10). Este acontecimiento quedará como una de las figuras
principales de la oración en la tradición espiritual judía y cristiana. En
efecto, si "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" llama a su servidor
Moisés es que él es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. El se
revela para salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los
hombres: llama a Moisés para enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su
obra de salvación. Hay como una imploración divina en esta misión, y Moisés,
después de debatirse, acomodará su voluntad a la de Dios salvador. Pero en
este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar: se
humilla, objeta, y sobre todo pide y, en respuesta a su petición, el Señor
le confía su Nombre inefable que se revelará en sus grandes gestas.
2576 Pues
bien, "Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su
amigo" (Ex 33, 11). La oración de Moisés es típica de la oración
contemplativa gracias a la cual el servidor de Dios es fiel a su misión.
Moisés "habla" con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la
montaña para escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para
transmitirle las palabras de su Dios y guiarlo. "El es de toda confianza en
mi casa; boca a boca hablo con él, abiertamente" (Nm 12, 7-8), porque
"Moisés era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la haz de la
tierra" (Nm 12, 3).
2577 De
esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera y rico en amor (cf Ex 34,
6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por
él, sino por el pueblo que Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el
combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de
Myriam (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del
pueblo cuando "se mantiene en la brecha" ante Dios (Sal 106, 23) para salvar
al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión
es también un
combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes tanto del
pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no
puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria
está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
David y la
oración del rey
2578 La
oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios,
el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo - pastores
y profetas - son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió
de su madre Ana cómo "estar ante el Señor" (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote
Elí cómo escuchar Su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (cf 1 S
3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la
intercesión: "Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de
suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto" (1 S 12, 23).
2579 David
es, por excelencia, el rey "según el corazón de Dios", el pastor que ruega
por su pueblo y en su nombre, aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios,
cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo.
Ungido de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7,
18-29), confianza amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En
los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de
la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo
de David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.
2580 El
Templo de Jerusalén, la casa de oración que David quería construir, será la
obra de su hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8,
10-61) se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de
su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El
rey eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el
pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus
necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único
Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a El.
Elías, los
profetas y la conversión del corazón
2581 Para
el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las
peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el
incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la Santidad y
de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de
la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia
hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la
conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y después
del Destierro.
2582 Elías
es el padre de los profetas, "de la raza de los que buscan a Dios, de los
que persiguen su Faz" (Sal 24, 6). Su nombre, "El Señor es mi Dios", anuncia
el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1 R
18, 39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: "La oración
ferviente del justo tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583 Después
de haber aprendido la misericordia en su retirada al torrente de Kérit,
aprende junto a la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que
confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la
viuda (cf 1 R 17, 7-24).
En el sacrificio
sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo de Dios, el
fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se consume el holocausto
"a la hora de la ofrenda de la tarde": "¡Respóndeme, Señor, respóndeme!" son
las palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias orientales en la
epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).
Finalmente,
repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo y
verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés "en la
hendidura de la roca" hasta que "pasa" la presencia misteriosa de Dios (cf 1
R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración
se dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el
conocimiento de la Gloria de Dios está en la rostro de Cristo crucificado y
resucitado (cf 2 Co 4, 6).
2584 En
el "cara a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su misión.
Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra
de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que espera
y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7,
2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
Los Salmos,
oración de la Asamblea
2585 Desde
David hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras contienen textos
de oración que atestiguan el sentido profundo de la oración para sí mismo y
para los demás (cf Esd 9, 6-15; Ne 1, 4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9,
2-14). Los salmos fueron reunidos poco a poco en un conjunto de cinco
libros: los Salmos (o "alabanzas"), son la obra maestra de la oración en el
Antiguo Testamento.
2586 Los
Salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea, con
ocasión de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las sinagogas.
Esta oración es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los
que oran y a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las
comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los
acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de
la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al
Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los Salmos, usados por Cristo
en su oración y que en él encuentran su cumplimiento, continúan siendo
esenciales en la oración de su Iglesia (cf IGLH 100-109).
2587 El
Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración
del hombre. En los demás libros del Antiguo Testamento "las palabras
proclaman las obras" (de Dios por los hombres) "y explican su misterio" (DV
2). En el salterio, las palabras del salmista expresan, cantándolas para
Dios, sus obras de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la
respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de
enseñarnos a orar.
2588 Las
múltiples expresiones de oración de los Salmos se encarnan a la vez en la
liturgia del templo y en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un
himno como de una oración de desamparo o de acción de gracias, de súplica
individual o comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación
sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la
historia de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista.
Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad
tal que se puede rezar verdaderamente por los hombres de toda condición y de
todo tiempo.
2589 Hay
unos rasgos constantes en los Salmos: la simplicidad y la espontaneidad de
la oración, el deseo de Dios mismo a través de su creación, y con todo lo
que hay de bueno en ella, la situación incómoda del creyente que, en su amor
preferente por el Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de
tentaciones; y que, en la espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la
certeza del amor de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de
los salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde
bien al conjunto de los salmos el título de "Las Alabanzas". Reunidos los
Salmos en función del culto de la Asamblea, son invitación a la oración y
respuesta a la misma: "Hallelu-Ya!" (Aleluya), "¡Alabad al Señor!"
¿Qué hay mejor
que un Salmo? Por eso, David dice muy bien: "¡Alabad al Señor, porque es
bueno salmodiar: a nuestro Dios alabanza dulce y bella!". Y es verdad.
Porque el salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por
la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la
Iglesia, melodiosa profesión de fe, ... (San Ambrosio, Sal. 1, 9).
RESUMEN
2590 "La
oración es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24).
2591 Dios
llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con El. La
oración acompaña a toda la historia de la salvación como una llamada
recíproca entre Dios y el hombre.
2592 La
oración de Abraham y de Jacob aparece como una lucha de fe vivida en la
confianza a la fidelidad de Dios, y en la certeza de la victoria prometida a
quienes perseveran.
2593 La
oración de Moisés responde a la iniciativa del Dios vivo para la salvación
de su pueblo. Prefigura la oración de intercesión del único mediador, Cristo
Jesús.
2594 La
oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada
de Dios, el arca de la alianza y el Templo, bajo la guía de los pastores,
especialmente el rey David, y de los profetas.
2595 Los
profetas llaman a la conversión del corazón y, buscando siempre el rostro de
Dios, como Elías, inter ceden por el pueblo.
2596 Los
salmos constituyen la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento.
Presentan dos componentes inseparables: individual y comunitario. Abarcan
todas las dimensiones de la historia, conmemorando las promesas de Dios ya
cumplidas y esperando la venida del Mesías.
2597 Rezados
y cumplidos en Cristo, los Salmos son un elemento esencial y permanente de
la oración de su Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de
todo tiempo.
Artículo 2 EN
LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
2598 El
drama de la oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha hecho
carne y que habita entre nosotros. Intentar comprender su oración, a través
de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos al Santo
Señor Jesús como a la Zarza ardiendo: primero contemplando a él mismo en
oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer finalmente
cómo acoge nuestra plegaria.
Jesús ora
2599 El
Hijo de Dios hecho hombre también aprendió a orar conforme a su corazón de
hombre. El aprende de su madre las fórmulas de oración; de ella, que
conservaba toas las "maravillas " del Todopoderoso y las meditaba en su
corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los
ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo.
Pero su oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir
a la edad de los doce años: "Yo debía estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2,
49). Aquí comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de
los tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser
vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con y para los
hombres.
2600 El
Evangelio según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido
de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos
decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de él en su
Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar
cumplimiento con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora
también ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus
Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes de
que Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc 9, 18-20) y para que la
fe del príncipe de los Apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22,
32). La oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre
le pide es una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la
voluntad amorosa del Padre.
2601 "Estando
él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
`Maestro, enséñanos a orar'" (Lc 11, 1). Es, sobre todo, al contemplar a su
Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces,
puede aprender del Maestro de la oración. Contemplando y escuchando al Hijo,
los hijos aprenden a orar al Padre.
2602 Jesús
se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la
noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su
oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece
al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne",
comparte en su oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2, 12);
comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para
eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como
la manifestación visible de su oración "en lo secreto".
2603 Los
evangelistas han conservado dos oraciones más explícitas de Cristo durante
su ministerio. Cada una de el las comienza precisamente con la acción de
gracias. En la primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al
Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del
Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los "pequeños" (los
pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el
fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco
el "Fiat" de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que
dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión
amorosa de su corazón de hombre al "misterio de la voluntad" del Padre (Ef
1, 9).
2604 La
segunda oración es narrada por San Juan (cf Jn 11, 41-42) en el pasaje de la
resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento:
"Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado", lo que implica que el
Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: "Yo sabía
bien que tú siempre me escuchas", lo que implica que Jesús, por su parte,
pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la
oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que la petición sea
otorgada, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador
es más precioso que el don otorgado, es el "tesoro", y en El está el corazón
de su Hijo; el don se otorga como "por añadidura" (cf Mt 6, 21. 33).
La oración
"sacerdotal" de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un lugar único en la Economía de la
salvación. (Su explicación se hace al final de esta primera sección) Esta
oración, en efecto, muestra el carácter permanente de la plegaria de nuestro
Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene lo que Jesús nos enseña en la
oración del Padrenuestro (la cual se explica en la sección segunda).
2605 Cuando
llega la hora de realizar el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la
profundidad insondable de su plegaria filial, no solo antes de entregarse
libremente ("Abbá ...no mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta
en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola
cosa: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te
aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24,43); "Mujer, ahí tienes a
tu Hijo" - "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28);
"¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf Sal 22,
2); "Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus manos pongo mi
espíritu" (Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito" cuando expira entregando el
espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).
2606 Todos
los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y
de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la
salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el
Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a
su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía
de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave para su
comprensión en Cristo. Es en el "hoy" de la Resurrección cuando dice el
Padre: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en
herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra" (Sal 2, 7-8;
cf Hch 13, 33).
La carta a los
Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la
victoria de la salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía
salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo
Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la
perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen" (Hb 5, 7-9).
Jesús enseña a
orar
2607 Cuando
Jesús ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su
oración a su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de
Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y,
progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le
siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la
Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo.
Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus discípulos
que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les hablará
abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya
en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del corazón: la
reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar
(cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores
(cf Mt 5, 44-45), orar al Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas
palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt
6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25.
33). Esta conversión está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial.
2609 Decidido
así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión
filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha
hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede
pedirnos que "busquemos" y que "llamemos" porque él es la puerta y el camino
(cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del
mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus
dones, nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto pidáis en la oración,
creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la
oración, "todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no
duda" (Mt 21, 22). Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de
los de Nazaret (Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26), así se
admira ante la "gran fe" del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea
(cf Mt 15, 28).
2611 La
oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en
disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús
invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con
el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En
Jesús "el Reino de Dios está próximo", llama a la conversión y a la fe pero
también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a aquél
que "es y que viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de
la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc
13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos
es un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf
Lc 22, 40. 46).
2613 S.
Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el
amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: "Llamad
y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que
necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la
viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de
la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la
fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera
parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la
humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy
pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".
2614 Cuando
Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al
Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya
vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo
ahora es "pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los
discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la
Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su
Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El
hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser
escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14,
13-14).
2615 Más
todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de
Jesús, es "otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus
condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15,
7. 16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es
comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino
también en El: "Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y
recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24).
Jesús escucha la
oración
2616 La
oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través
de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección:
Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1,
40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc
23, 39-43), o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la
hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la
pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten
piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten
compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración
a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!"
Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la
plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín
resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro
nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut
Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in
nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como
cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro.
Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros",
Sal 85, 1; cf IGLH 7).
La oración de la
Virgen María
2617 La
oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos.
Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu
Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre:
en la anunciación, para la concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en
Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1,
14). En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que
esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho
"llena de gracia" responde con la ofrenda de todo su ser: "He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Fiat, ésta es la oración
cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.
2618 El
Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2,
1-12) la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete
de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su
Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la
nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva
Eva, la verdadera "madre de los que viven".
2619 Por
eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el "Magnifica t" latino, el
"Megalynei" bizantino) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la
Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de
acción de gracias por
la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de
los "pobres" cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las
promesas hechas a nuestros padres "en favor de Abraham y su descendencia,
para siempre".
RESUMEN
2620 En
el Nuevo Testamento el modelo perfecto de oración se encuentra en la oración
filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la
oración de Jesús entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta
la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada.
2621 En
su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón
purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la
vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El
mismo escucha las plegarias que se le dirigen.
2622 La
oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magnificat, se caracteriza
por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe.
Artículo 3 EN
EL TIEMPO DE LA IGLESIA
2623 El
día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los
discípulos, "reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1), que lo esperaban
"perseverando en la oración con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). El Espíritu
que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26),
será también quien la formará en la vida de oración.
2624 En
la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes "acudían asiduamente a las
enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones" (Hch 2, 42). Esta secuencia de actos es típica de la oración de
la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad,
se alimenta con la Eucaristía.
2625 Estas
oraciones son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en las
Escrituras, pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir
de su cumplimient o en Cristo (cf Lc 24, 27. 44). El Espíritu Santo, que
recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia
la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable
Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su
Iglesia. Estas formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones
litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan
las Escrituras apostólicas canónicas, siguen siendo normativas para la
oración cristiana.
I LA
BENDICION Y LA ADORACION
2626 La
bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es
encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del
hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del
hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede
bendecir a su vez a Aquél que es la
fuente de toda bendición.
2627 Dos
formas fundamentales expresan este movimiento: o bien sube llevada por el
Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos
por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien
implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del
Padre (es él quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6,
23-24).
2628 La
adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su
Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la
omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humill ar
el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio
respetuoso en presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16).
La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de
humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
II LA
ORACION DE PETICION
2629 El
vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de
matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e
incluso "luchar en la oración" (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más
habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de
petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser
criaturas, no somos
ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin
último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos
apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia El.
2630 El
Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en
el Antiguo. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es
sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos
que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras
profundidades, de lo que S. Pablo llama el gemido: el de la creación "que
sufre dolores de parto" (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera "del
rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza"
(Rm 8, 23-24), y, por último, los "gemidos inefables" del propio Espíritu
Santo que "viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos
pedir como conviene" (Rm 8, 26).
2631 La
petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el
publicano: "ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo
de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de
la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros
(cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3,
22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal
comienzan con la petición de perdón.
2632 La
petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que
viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13).
Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que
es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con
la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es
objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la
oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la
solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf
Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo
bautizado trabaja en la Venida del Reino.
2633 Cuando
se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda
necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido
todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al
Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1,
5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7;
Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
III LA
ORACION DE INTERCESION
2634 La
intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la
oración de Jesús. El es el único intercesor ante el Padre en favor de todos
los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2.
5-8). Es capaz de "salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios,
ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). El propio
Espíritu Santo "intercede por nosotros... y su intercesión a favor de los
santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).
2635 Interceder,
pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme
a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión
cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los
santos. En la intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de
los demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a
Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).
2636 Las
primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de
participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo
les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col
4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1,
3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: "por
todos los hombres, por todos los constituídos en autoridad" (1 Tm 2, 1), por
los perseguidores (cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el
Evangelio (cf Rm 10, 1).
IV LA
ORACION DE ACCION DE GRACIAS
2637 La
acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la
Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en
la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de
la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria.
La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su
Cabeza.
2638 Al
igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad
pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo
comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor
Jesús siempre está presente en ella. "En todo dad gracias, pues esto es lo
que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed
perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Col 4,
2).
V LA
ORACION DE ALABANZA
2639 La
alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios
es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo
que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le
aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une
a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8,
16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien
glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las
lleva hacia Aquél que es su fuente
y su término: "un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y
por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 6).
2640 San
Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la alabanza
ante las maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las acciones
del Espíritu Santo que son los hechos de los apóstoles : la comunidad de
Jerusalén (cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9),
la muchedumbre que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los
gentiles de Pisidia que "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra
del Señor" (Hch 13, 48).
2641 "Recitad
entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en
vuestro corazón al Señor" (Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores inspirados
del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el libro de
los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu,
componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito que
Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la
muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col 1,
15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta "maravilla"
de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios
(cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25).
2642 La
revelación "de lo que ha de suceder pronto", el Apocalip sis, está sostenida
por los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12)
y también por la intercesión de los "testigos" (mártires: Ap 6, 10). Los
profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar
testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que,
venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la
alabanza de gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap
19, 1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos
cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión,
espera contra toda esperanza y da gracias al "Padre de las luces de quien
desciende todo don excelente" (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza.
2643 La
Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la "ofrenda
pura" de todo el Cuerpo de Cristo "a la gloria de su Nombre" (cf Ml 1, 11);
es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, "el sacrificio de
alabanza".
RESUMEN
2644 El
Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo,
la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se
renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, petición,
intercesión, acción de gracias y alabanza.
2645 Porque
Dios bendice al hombre, su corazón puede bendecir, a su vez, a Aquel que es
la fuente de toda bendición.
2646 La
oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y
cualquier necesidad verdadera.
2647 La
oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce
fronteras y se extiende hasta los enemigos.
2648 Toda
alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser materia
de la acción de gracias que, participando en la de Cristo, debe llenar toda
la vida: "En todo dad gracias" (1 Ts 5, 18).
2649 La
oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para
El y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque él es.
CAPITULO
SEGUNDO: LA TRADICION DE LA ORACION
2650. La
oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar
es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras
revelan sobre la oración: es necesario también
aprender a orar. Pues bien, por una transmisión viva (la santa Tradición),
el Espíritu Santo, en la "Iglesia creyente y orante" (DV 8), enseña a orar a
los hijos de Dios.
2651 La
tradición de la oración cristiana es una de las formas de crecimiento de la
Tradición de la fe, en particular mediante la contemplación y la reflexión
de los creyentes que conservan en su corazón los acontecimientos y las
palabras de la Economía de la salvación, y por la penetración profunda en
las realidades espirituales de las que adquieren experiencia (cf DV 8).
Artículo 1 LAS
FUENTES DE LA ORACION
2652 El
Espíritu Santo es el "agua viva" que, en el corazón orante, "brota para vida
eterna" (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente:
Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos
espera para darnos a beber el Espíritu Santo.
La Palabra de
Dios
2653 La
Iglesia "recomienda insistentemente todos sus fieles... la lectura asidua de
la Escritura para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp
3,8)... Recuerden que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la
oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios
hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras' (San
Ambrosio, off. 1, 88)" (DV 25).
2654 Los
Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del
corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: "Buscad leyendo, y
encontraréis meditando ; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación"
(cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).
La Liturgia de
la Iglesia
2655 La
misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la
Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se
continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el
corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y
después de su celebración. Incluso cuando la oración se vive "en lo secreto"
(Mt 6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad
Santísima (cf IGLH 9).
Las virtudes
teologales
2656 Se
entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la
fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que
buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.
2657 El
Espíritu Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de
Cristo, nos educa para orar en la esperanza. Inversamente, la oración de la
Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos
muy particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar
nuestra esperanza en Dios: "En el Señor puse toda mi esperanza, él se
inclinó hacia mí y escuchó mi clamor" (Sal 40, 2). "El Dios de la esperanza
os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la
fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13).
2658 "La
esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). La oración,
formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos amados en
Cristo y que nos permite responder amando como El nos ha amado. El amor es
la fuente de la oración: quien saca el agua de ella, alcanza la cumbre de la
oración:
Te amo, Dios
mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo,
Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente... Dios
mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero
que mi corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan María Bautista
Vianney, oración).
"Hoy"
2659 Aprendemos
a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y participando en
su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada
día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de
Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la
Providencia (cf. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo
encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: "¡Ojalá oyerais hoy
su voz!: No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95, 7-8).
2660 Orar
en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos
del Reino revelados a los "pequeños", a los servidores de Cristo, a los
pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del
Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también
es importante amasar con la oración las humildes situaciones cotidianas.
Todas las formas de oración pueden ser esa levadura con la que el Señor
compara el Reino (cf Lc 13, 20-21).
RESUMEN
2661 Mediante
la Tradición viva, el Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña a los hijos de
Dios a orar.
2662 La
Palabra de Dios, la liturgia de la Iglesia y las virtudes de fe, esperanza y
caridad son fuentes de la oración.
Artículo 2 EL
CAMINO DE LA ORACION
2663 En
la tradición viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según el
contexto histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración: palabras,
melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cf. DV 10)
discernir la fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe
apostólica y compete a los pastores y catequistas explicar el sentido de
ello, con relación siempre a Jesucristo.
La oración al
Padre
2664 No
hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o
individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más
que si oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues,
el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro
Padre.
La oración a
Jesús
2665 La
oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la
celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté
dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye
formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización
en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios
y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo:
Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo
amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra
Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
2666 Pero
el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su
encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf
Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad,
nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf Mt 1,
21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía
de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro
propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que
significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge
al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3,
15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta
invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la
oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más
habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte
Athos es la invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de
nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la
petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10, 46-52).
Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la
misericordia de su Salvador.
2668 La
invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración
continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se
dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra y
fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo"
porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de
amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
2669 La
oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su
Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a
los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana
practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el
Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su
santa Cruz nos redimió.
“Ven, Espíritu
Santo”
2670 "Nadie
puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co
12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu
Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración.
Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos
también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los
días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier
acción importante.
Si el Espíritu
no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser
adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio
Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671">2671 La
forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de
Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13).
Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que
promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero
la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional:
"Ven, Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en
antífonas e himnos:
Ven, Espíritu
Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor (cf secuencia de Pentecostés).
Rey celeste,
Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes
y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en
nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia
bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El
Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro
interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la
oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es
el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el
Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.
En comunión con
la Santa Madre de Dios
2673 En
la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su
humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial
comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde
el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la
cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a
las hermanas de su Hijo, "que son peregrinos todavía y que están ante los
peligros y las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de
nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de
él: María "muestra el Camino" ["Hodoghitria"], ella es su "signo", según la
iconografía tradicional de Oriente y Occidente.
2675 A
partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo,
las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios,
centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los
innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan
habitualmente dos movimientos: uno "engrandece" al Señor por las
"maravillas" que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en
todos los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de
Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora
la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.
2676 Este
doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión
privilegiada en la oración del Ave María:
"Dios te salve,
María [Alégrate, María]". La salutación del Angel Gabriel abre la oración
del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a
María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada
que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con
el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de
gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se
aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con
ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la
fuente de toda gracia. "Alégrate... Hija
de Jerusalén... el Señor está en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María, en
quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la
Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es "la morada de
Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha dado toda al
que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.
"Bendita tú eres
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Después
del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu
Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las
generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48):
"Bienaventurada la que ha creído... " (Lc 1, 45): María es "bendita entre
todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del
Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las
"naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de
los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a
Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su
vientre.
2677 "Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos maravillamos y
decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43).
Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra;
podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para
nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios:
"Hágase tu voluntad".
"Ruega por
nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a María
que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y
nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos
ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra
confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra
muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de
su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra
(cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.
2678 La
piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en
sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma
litánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del
oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones
armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a
la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los himnos de San
Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es
fundamentalmente la misma.
2679 María
es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos
adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a
todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la
madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y
a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le
está unida en la esperanza (cf LG 68-69).
RESUMEN
2680 La
oración está dirigida principalmente al Padre; igualmente se dirige a Jesús,
en especial por la invocación de su
santo Nombre: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros,
pecadores!"
2681 "Nadie
puede decir: 'Jesús es Señor', sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co
12, 3). La Iglesia nos invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro
interior de la oración cristiana.
2682 En
virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la
Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella
las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y
alabanzas.
Artículo 3 MAESTROS
Y LUGARES DE ORACION
Una pléyade de
testigos
2683 Los
testigos que nos han precedido en el Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los
que la Iglesia reconoce como "santos", participan en la tradición viva de la
oración, por el modelo de su vida, por la transmisión de sus escritos y por
su oración actual. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de
aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar "en la alegría" de su
Señor, han sido "constituidos sobre lo mucho" (cf Mt 25, 21). Su intercesión
es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que
intercedan por nosotros y por el mundo entero.
2684 En
la comunión de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a
lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del
amor de Dios hacia los hombres, por ejemplo el "espíritu" de Elías a Eliseo
(cf 2 R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17), ha
podido transmitirse para que unos discípulos tengan parte en ese espíritu
(cf PC 2). En la confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se
encuentra también una espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración
incultura la fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas
espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y
son guías indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la
pura y única Luz del Espíritu Santo.
"El Espíritu es
verdaderamente el lugar de los santos, y el santo es para el Espíritu un
lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su templo"
(San Basilio, Spir. 26, 62).
Servidores de la
oración
2685 La
familia cristiana es el primer lugar de la educación en la oración. Fundada
en el sacramento del matrimonio, es la "Iglesia doméstica" donde los hijos
de Dios aprenden a orar "en Iglesia" y a perseverar en la oración.
Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el
primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada
pacientemente por el Espíritu Santo.
2686 Los
ministros ordenados son también responsables de la formación en la oración
de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido
ordenados para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la oración: la
Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las
situaciones concretas (cf PO 4-6).
2687 Muchos
religiosos han consagrado y consagran toda su vida a la oración. Desde el
desierto de Egipto, eremitas, monjes y monjas han dedicado su tiempo a la
alabanza de Dio s y a la intercesión por su pueblo. La vida consagrada no se
mantiene ni se propaga sin la oración; es una de las fuentes vivas de la
contemplación y de la vida espiritual en la Iglesia.
2688 La
catequesis de niños, jóvenes y adultos, está orientada a que la Palabra de
Dios se medite en la oración personal, se actualice en la oración litúrgica,
y se interiorice en todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva. La
catequesis es también el momento en que se puede purificar y educar la
piedad popular (cf. CT 54). La memorización de las oraciones fundamentales
ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante
hacer gustar su sentido (cf CT 55).
2689 Grupos
de oración, es decir, "escuelas de oración", son hoy uno de los signos y uno
de los acicates de la renovación de la oración en la Iglesia, a condición de
beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana. La salvaguarda de
la comunión es señal de la verdadera oración en la Iglesia.
2690 El
Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de
discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración (dirección
espiritual). Aquellos y aquellas que han sido dotados de tales dones son
verdaderos servidores de la Tradición viva de la oración:
Por eso, el alma
que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de San Juan de la
Cruz, debe "considerar bien entre qué manos se pone porque tal sea el
maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo". Y
añade: "No sólo el director debe ser sabio y prudente sino también
experimentado... Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida
espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo
caso llama, e incluso no las comprenderá" (Llama estrofa 3).
Lugares
favorables para la oración
2691 La
iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la
comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de
la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un
lugar favorable no es indiferente para la verdad de la oración:
– para la
oración personal, el lugar favorable puede ser un "rincón de oración", con
las Sagradas Escrituras e imágenes, para estar " en lo secreto" ante nuestro
Padre (cf Mt 6, 6). En una familia cristiana este tipo de pequeño oratorio
favorece la oración en común.
– en las
regiones en que existen monasterios, una vocación de estas comunidades es
favorecer la participación de los fieles en la Oración de las Horas y
permitir la soledad necesaria para una oració n personal más intensa (cf PC
7).
– las
peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo. Son
tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la oración. Los santuarios
son, para los peregrinos en busca de fuentes vivas, lugares excepcionales
para vivir "en Iglesia" las formas de la oración cristiana.
RESUMEN
2692 En
su oración, la Iglesia peregrina se asocia con la de los santos cuya
intercesión solicita.
2693 Las
diferentes espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la
oración y son guías preciosos para la vida espiritual.
2694 La
familia cristiana es el primer lugar de educación para la oración.
2695 Los
ministros ordenados, la vida consagrada, la catequesis, los grupos de
oración, la "dirección espiritual" aseguran en la Iglesia una ayuda para la
oración.
2696 Los
lugares más favorables para la oración son el oratorio personal o familiar,
los monasterios, los santuarios de peregrinación y, sobretodo, el templo que
es el lugar propio de la oración litúrgica para la comunidad parroquial y el
lugar privilegiado de la adoración eucarística.
CAPITULO
TERCERO: LA VIDA DE ORACION
2697 La
oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento.
Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por
eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los
profetas, insisten en la oración como un "recuerdo de Dios", un frecuente
despertar la "memoria del corazón": "Es necesario acordarse de Dios más a
menudo que de respirar" (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero no
se puede orar "en todo tiempo" si no se ora, con particular dedicación, en
algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en
intensidad y en duración.
2698 La
Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración
destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración
de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las
Horas. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente
por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas
son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.
2699 El
Señor conduce a cada persona por los caminos de la vida y de la manera que
él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su
corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la
tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de
oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación.
Tienen en com��n un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta
actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de
Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.
Artículo 1 LAS
EXPRESIONES DE LA ORACION
I LA
ORACION VOCAL
2700 Por
medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o
vocales, nuestra
oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la presencia del corazón ante
Aquél a quien hablamos en la oración. "Que nuestra oración se oiga no
depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas" (San
Juan Crisóstomo, ecl. 2).
2701 La
oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los
discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les
enseña una oración vocal: el "Padre Nuestro". Jesús no solamente ha rezado
las oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan
elevando la voz para expresar su oración personal, desde la bendición
exultante del Padre (cf Mt 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc
14, 36).
2702 Esta
necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a una
exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y
experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos.
Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el
poder posible.
2703 Esta
necesidad responde también a una exigencia divina. Dios busca adoradores en
espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la oración que sube viva desde
las profundidades del alma. También reclama una expresión exterior que
asocia el cuerpo a la oración interior, esta expresión corporal es signo del
homenaje perfecto al que Dios tiene derecho.
2704 La
oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser
exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las
oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace
interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquél "a quien hablamos"
(Santa Teresa de Jesús, cam. 26). Entonces la oración vocal se convierte en
una primera forma de oración contemplativa.
II LA
MEDITACION
2705 La
meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el
por qué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que
el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente,
se hace con la ayuda de un libro, que a los cristianos no les faltan: las
sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los
textos litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales,
obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia,
la página del "hoy" de Dios.
2706 Meditar
lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se
abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad.
Según sean la
humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se
les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz:
"Señor, ¿qué quieres que haga?".
2707 Los
métodos de meditación son tan diversos como los maestros espirituales. Un
cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres
primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7.
15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con
el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.
2708 La
meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el
deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones
de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir
a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar "los
misterios de Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma
de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más
lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El.
III LA
ORACION DE CONTEMPLACION
2709 ¿Qué
es esta oración? Santa Teresa responde: "no es otra cosa oración mental, a
mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas
con quien sabemos nos ama" (vida 8).
La contemplación
busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en
él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y
es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él y vivir en él. En
la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en
el Señor.
2710 La
elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende
de una voluntad decidida reveladora de los secretos del corazón. No se hace
contemplación cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con
el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar,
cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede
meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación,
independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El
corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la
fe.
2711 La
entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística:
"recoger" el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu
Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la
fe para entrar en la presencia de Aquél que nos espera, hacer que caigan
nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para
ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar.
2712 La
contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que
consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él
amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su
vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por
parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad
amante del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado.
2713 Así,
la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es
un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la
pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por
Dios en el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la
Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, "a su semejanza".
2714 La
contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En
ella, el Padre nos concede "que seamos vigorosamente fortalecidos por la
acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en
nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3,
16-17).
2715 La
contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me mira",
decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el
Sagrario. Esta atención a El es renuncia a "mí". Su mirada purifica el
corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón;
nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los
hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la
vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más
amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).
2716 La
contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta
escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y
adhesión amorosa del hijo. Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en
el "fiat" de su humilde esclava.
2717 La
contemplación es silencio, este "símbolo del mundo venidero" (San Isaac de
Nínive, tract. myst. 66) o "amor silencioso" (San Juan de la Cruz). Las
palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que
alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre
"exterior", el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente,
muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración
de Jesús.
2718 La
contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos
hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la
Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la
contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto.
2719 La
contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en
la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de
la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro. Son tres tiempos
fuertes de la Hora de Jesús que su Espíritu (y no la "carne que es débil")
hace vivir en la contemplación. Es necesario consentir en "velar una hora
con él" (cf Mt 26, 40).
RESUMEN
2720 La
Iglesia invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias,
Liturgia de las Horas, Eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico.
2721 La
tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de
oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las
tres tienen en común el recogimiento del corazón.
2722 La
oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la
naturaleza humana, asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a
ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña el "Padre nuestro" a sus
discípulos.
2723 La
meditación es una búsqueda orante, que hace intervenir al pensamiento, la
imaginación, la emoción, el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente
de la realidad considerada, que es confrontada con la realidad de nuestra
vida.
2724 La
oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración.
Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un
silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en
que nos hace participar de su misterio.
Artículo 2 EL
COMBATE DE LA ORACION
2725 La
oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte.
Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes
de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con El nos enseñan que la
oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las
astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la
oración, de la unión con su Dios. Se
ora como se vive, porque se vive como se ora. El
que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco
podrá orar habitualmente en su Nombre. El "combate espiritual" de la vida
nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.
I LAS
OBJECIONES A LA ORACION
2726 En
el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en
torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una
simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar
a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el
inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con
todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios
por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la
oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.
2727 También
tenemos que hacer frente a mentalidades de "este mundo" que nos invaden si
no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se
puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio
que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello
que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es
improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de
verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es "amor de la
Belleza absoluta" (philocalia), y sólo se deja cautivar por la gloria del
Dios vivo y verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra
mentalidad según la cual la oración es vista como posibilidad de huir de
este mundo (pero la oración cristiana no puede escaparse de la historia ni
divorciarse de la vida).
2728 Por
último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como
fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no
entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10,
22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida
de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores,
alergia a la gratuidad de la oración... La conclusión es siempre la misma:
¿Para qué orar? Es
necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren
vencer estos obstáculos.
II NECESIDAD
DE UNA HUMILDE VIGILANCIA
Frente a las
dificultades de la oración
2729 La
dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la
distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La
distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquel al que oramos,
tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en
la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus
redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al
que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta toma de conciencia
debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate
se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).
2730 Mirado
positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la
vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a
El, a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la
noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón:
busca su rostro" (Sal 27, 8).
2731 Otra
dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la
sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está seco,
sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso
espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene
firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si
muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz,
porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una
mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las
tentaciones en la oración
2732 La
tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se
expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de
hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y
cuidados que se consideran más urgentes.
2733 Otra
tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres
espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento
debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la
negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil"
(Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien
es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza,
a mantenerse firme en la constancia.
III LA
CONFIANZA FILIAL
2734 La
confianza filial se prueba en la tribulación (cf. Rm 5, 3-5),
particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien
deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto
se plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido
escuchada; y cómo la oración es escuchada o "eficaz".
Queja por la
oración no escuchada
2735 He
aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias
por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta
oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el
resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de
orar: Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos
convencidos de que "nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26)?
¿Pedimos a Dios los "bienes convenientes"? Nuestro Padre sabe bien lo que
nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8) pero espera
nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su libertad. Por
tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder conocer en
verdad su deseo (cf Rm 8, 27).
2737 "No
tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la
intención de malgastarlo en vuestras pasiones" (St 4, 2-3; cf. todo el
contexto St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido,
"adúltero" (St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque él quiere nuestro
bien, nuestra vida. "¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos
ardientes el espíritu que El ha hecho habitar en nosotros" (St 4,5)? Nuestro
Dios está "celoso" de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor.
Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:
No te aflijas si
no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es él quien quiere hacerte
más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con él en oración
(Evagrio, or. 34). El quiere que nuestro deseo sea probado en la oración.
Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San Agustín,
ep. 130, 8, 17).
La oración es
eficaz
2738 La
revelación de la oración en la economía de la salvación enseña que la fe se
apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada
por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su
Hijo. La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio
de amor hacia los hombres.
2739 En
San Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración
del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su
Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la
primera respuesta a nuestra petición.
2740 La
oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. El es su
modelo. El ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no
busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se
apegaría más a los dones que al Dador?.
2741 Jesús
ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras
peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz;
y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder
por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración
está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial,
obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos:
recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
IV PERSEVERAR
EN EL AMOR
2742 "Orad
constantemente" (1 Ts 5, 17), "dando gracias continuamente y por todo a Dios
Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 20), "siempre en
oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con
perseverancia e intercediendo por todos los santos" (Ef 6, 18)."No nos ha
sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí tenemos
una ley que nos manda orar sin cesar" (Evagrio, cap. pract. 49). Este ardor
incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra
pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y
perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe,
luminosas y vivificantes:
2743 Orar
es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que
está "con nosotros, todos los días" (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las
tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:
Es posible,
incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y
fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o
incluso haciendo la cocina (San Juan Crisóstomo, ecl.2).
2744 Orar
es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en
la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser
"vida nuestra", si nuestro corazón está lejos de él?
Nada vale como
la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es
imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Anna 4, 5)
Quien ora se
salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (San Alfonso María de
Ligorio, mez.).
2745 Oración
y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo amor y de la
misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa
al designio de amor del Padre. La misma unión transformante en el Espíritu
Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos
los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado. "Todo lo que pidáis al
Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando es que os améis los unos
a los otros" (Jn 15, 16-17).
Ora
continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración.
Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua
(Orígenes, or. 12).
LA ORACION
DE LA HORA DE JESUS
2746 Cuando
ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga
transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la
salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de
Jesús, sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual, de la misma
manera la oración de la "hora de Jesús" sigue presente en la Liturgia de la
Iglesia.
2747 La
tradición cristiana acertadamente la denomina la oración "sacerdotal" de
Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su
sacrificio, de su "paso" [pascua] hacia el Padre donde él es "consagrado"
enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En
esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El (cf Ef 1,
10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el
amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y
los que creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la
oración de la unidad.
2749 Jesús
ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su
sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la
"hora de Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación.
Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al
Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17,
11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El
Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo
Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios
que nos escucha.
2750 Si
en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su
hondura la oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal
de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la
preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de
su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la
voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11.
12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por
último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento"
indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio
mismo de la vida de oración.
RESUMEN
2752 La
oración supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las
astucias del Tentador. El combate de la oración es inseparable del "combate
espiritual" necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo:
Se ora como se vive porque se vive como se ora.
2753 En
el combate de la oración debemos hacer frente a concepciones erróneas, a
diversas corrientes de menta lidad, a la experiencia de nuestros fracasos. A
estas tentaciones que ponen en duda la utilidad o la posibilidad misma de la
oración conviene responder con humildad, confianza y perseverancia.
2754 Las
dificultades principales en el ejercicio de la or ación son la distracción y
la sequedad. El remedio está en la fe, la conversión y la vigilancia del
corazón.
2755 Dos
tentaciones frecuentes amenazan la oración: la falta de fe y la acedia que
es una forma de depresión debida al relajamiento de la ascesis y que lleva
al desaliento.
2756 La
confianza filial se pone a prueba cuando tenemos el sentimiento de no ser
siempre escuchados. El Evangelio nos invita a conformar nuestra oración al
deseo del Espíritu.
2757 "Orad
continuamente" (1 Ts 5, 17). Orar
es siempre posible . Es incluso una necesidad vital. Oración y vida
cristiana son inseparables.
2758 La
oración de la "hora de Jesús", llamada rectamente "oración sacerdotal" (cf
Jn 17), recapitula toda la Economía de la creación y de la salvación.
Inspira las grandes peticiones del "Padre Nuestro".
SEGUNDA
SECCION: LA ORACION DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO"
2759. "Estando
él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
'Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.'" (Lc 11, 1).
En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su
Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto
breve (con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más
desarrollada (con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica
de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea
tu Nombre;
venga a nosotros
tu reino;
hágase tu
voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona nuestras
ofensas como también
nosotros
perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes
caer en la tentación,
y líbranos del
mal.
2760 Muy
pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una
doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: "Tuyo es el poder y la gloria por
siempre". Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo:
"el reino"': y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La
tradición bizantina añade después un gloria al "Padre, Hijo y Espíritu
Santo". El misal romano desarrolla la última petición (Embolismo: "líbranos
del mal") en la perspectiva explícita de "aguardando la feliz esperanza" (Tt
2, 13) y "la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo"; después se
hace la aclamación de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las
Constituciones apostólicas.
Artículo 1 “RESUMEN
DE TODO EL EVANGELIO”
2761 "La
oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano,
or. 1). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: 'Pedid
y se os dará' (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo
diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la
oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental" (Tertuliano, or.
10).
I CORAZON
DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
2762 Después
de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración
cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San Agustín
concluye:
Recorred todas
las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo
que no esté
incluido en la oración dominical (ep. 130, 12, 22).
2763 Toda
la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf
Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio está
resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien,
la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este
contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el
Señor:
La oración
dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no sólo pedimos
todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que
conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino
que también forma toda nuestra afectividad. (Santo
Tomás de A., s. th. 2-2. 83,
9).
2764 El
Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria,
pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos,
esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta
vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la
oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en
El.
II “LA
ORACION DEL SEÑOR”
2765 La
expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del Señor"]
significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús.
Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es "del
Señor". Por una
parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las
palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra
oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de
hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las
revela: es el Modelo de nuestra oración.
2766 Pero
Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1
R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la
Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no
sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también
el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6,
63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es
que el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: '¡Abbá, Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta
nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los corazones", el
Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su
intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 27). La oración al
Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.
III ORACION
DE LA IGLESIA
2767 Este
don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da
vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia
desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor
"tres veces al día" (Didaché 8, 3), en lugar de las "Dieciocho bendiciones"
de la piedad judía.
2768 Según
la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente
en la oración litúrgica.
El Señor nos
enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él no dice "Padre
mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de que nuestra
oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia (San Juan
Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).
En todas las
tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las
principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con
evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:
2769 En
el Bautismo y la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la Oración del
Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración
cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son
engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a
invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden
hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo
ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo
su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del
Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la
Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el
que ora y obtiene misericordia (cf 1 P 2, 1-10).
2770 En
la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de
toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada
entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión,
recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en
el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del
Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.
2771 En
la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter
escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos
tiempos", tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del
Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al
Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el
misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo
crucificado y resucitado.
2772 De
esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete
peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de
paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que
seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están
orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).
RESUMEN
2773 En
respuesta a la petición de sus discípulos ("Señor, enséñanos a orar": Lc 11,
1), Jesús les entrega la oración cristiana fundamental, el "Padre Nuestro".
2774 "La
oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio"
(Tertuliano, or. 1), "la más perfecta de las oraciones" (Santo Tomás de A.
s. th. 2-2, 83, 9). Es el corazón de las Sagradas Escrituras.
2775 Se
llama "Oración dominical" porque nos viene del Señor Jesús, Maestro y modelo
de nuestra oración.
2776 La
Oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma parte
integrante de las principales Horas del Oficio divino y de los sacramentos
de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Inserta en
la Eucaristía, manifiesta el carácter "escatológico" de sus peticiones, en
la esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11, 26).
Artículo 2 “PADRE
NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO”
I ACERCARSE
A EL CON TODA CONFIANZA
2777 En
la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre
Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan
expresiones análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos dignos de".
Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques aquí. Quita las
sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo
podía franquear Jesús, el que "después de llevar a cabo la purificación de
los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: "Hénos aquí, a
mí y a los hijos que Dios me dio" (Hb 2, 13):
La conciencia
que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra,
nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro
mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este
grito: 'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se
atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del
hombre está animado por el Poder de lo alto? (San Pedro Crisólogo, serm.
71).
2778 Este
poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en
las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente
cristiana: "parrhesia", simplicidad sin desviación, conciencia filial,
seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3,
6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
II “¡PADRE!”
2779 Antes
de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor, conviene
purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de "este
mundo". La humildad nos hace reconocer que "nadie conoce al Padre, sino el
Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar", es decir "a los
pequeños" (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón concierne a imágenes
paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y
cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre
transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o contra él,
nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler.
Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el Hijo
nos lo ha revelado:
La expresión
Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a
Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido
revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre
(Tertuliano, or. 3).
2780 Podemos
invocar a Dios como "Padre" porque él nos ha sido revelado por su Hijo hecho
hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir
ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo
hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace
participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que
hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando
oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo, Jesucristo (cf 1
Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre
nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es una bendición de
adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de Dios es que
nosotros le reconozcamos como "Padre", Dios verdadero. Le damos gracias por
habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber
sido habitados por su presencia.
2782 Podemos
adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al adoptarnos como
hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos incorpora al Cuerpo de su
Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los
miembros, hace de nosotros "cristos":
Dios, en efecto,
que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha conformado con el Cuerpo
glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en adelante, como participantes de
Cristo, sois llamados "cristos" con justa causa. (San Cirilo de Jerusalén,
catech. myst. 3, 1).
El hombre nuevo,
que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: "¡Padre!",
porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat. 9).
2783 Así
pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos al
mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre, no
te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la
tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te
han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo...
Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su
Hijo y di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre,
de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha
creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para
merecer ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este
don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión continua
y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos
disposiciones fundamentales:
El deseo y la
voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la semejanza se nos ha
dado por gracia y tenemos que responder a ella.
Es necesario
acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que debemos
comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).
No podéis llamar
Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un corazón cruel e
inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la señal de la bondad
del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).
Es necesario
contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra
alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un
corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf Mt 18,
3); porque es a "los pequeños" a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):
Es una mirada a
Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se abisma allí en
la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre, muy
familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan
Casiano, coll. 9, 18).
Padre nuestro:
este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la
oración, ... y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir ...¿Qué
puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les
ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).
III PADRE
“NUESTRO”
2786 Padre
"Nuestro" se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no expresa
una posesión, sino una relación totalmente nueva con Dios.
2787 Cuando
decimos Padre "nuestro", reconocemos ante todo que todas sus promesas de
amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y eterna
Alianza en Cristo: hemos llegado a ser "su Pueblo" y El es desde ahora en
adelante "nuestro Dios". Esta relación nueva es una pertenencia mutua dada
gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que
responder "a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo
(Jn 1, 17).
2788 Como
la Oración del Señor es la de su Pueblo en los "últimos tiempos", ese
"nuestro" expresa también la certeza de nuestra esperanza en la última
promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al vencedor: "Yo seré su Dios y
él será mi hijo" (Ap 21, 7).
2789 Al
decir Padre "nuestro", es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos
dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su
"fuente y origen", sino confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por
El y que de El procede el Espíritu Santo. No confundimos de ninguna manera
las personas, ya que confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su
Hijo, Jesucristo, en su único Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es
consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le
glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.
2790 Gramaticalmente,
"nuestro" califica una realidad común a varios. No hay más que un solo Dios
y es reconocido Padre por aquellos que, por la fe en su Hijo único, han
renacido de El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La
Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo
único hecho "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rm 8, 29) se
encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo Espíritu
(cf Ef 4, 4-6). Al
decir Padre "nuestro", la oración de cada bautizado se hace en esta
comunión: "La multitud de creyentes no tenía más que un solo corazón y una
sola alma" (Hch 4, 32).
2791 Por
eso, a pesar de las divisiones entre los cristianos, la oración al Padre
"nuestro" continúa siendo un bien común y un llamamiento apremiante para
todos los bautizados. En comunión con Cristo por la fe y el Bautismo, los
cristianos deben participar en la oración de Jesús por la unidad de sus
discípulos (cf UR 8; 22).
2792 Por
último, si recitamos en verdad el "Padre Nuestro", salimos del
individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo
"nuestro" al comienzo de la Oración del Señor, así como el "nosotros" de las
cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en
verdad (cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los
conflictos entre nosotros.
2793 Los
bautizados no pueden rezar al Padre "nuestro" sin llevar con ellos ante El
todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de
Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf. NA 5).
Orar a "nuestro" Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en
Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún
para que "estén reunidos en la unidad" (Jn 11, 52). Esta solicitud divina
por todos los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes
orantes.
IV “QUE
ESTAS EN EL CIELO”
2794 Esta
expresión bíblica no significa un lugar ["el espacio"] sino una manera de
ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está "fuera",
sino "más allá de todo" lo que acerca de la santidad divina puede el hombre
concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón
humilde y contrito:
Con razón, estas
palabras 'Padre nuestro que estás en el Cielo' hay que entenderlas en
relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo.
Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien invoca
(San Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).
El "cielo" bien
podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo celestial, y en
los que Dios habita y se pasea (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5,
11).
2795 El
símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando
oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por
tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha
desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del
corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han
reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo
"ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su
Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17;
Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).
2796 Cuando
la Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que estás en el cielo", profesa que
somos el Pueblo de Dios "sentado en el cielo, en Cristo Jesús" (Ef 2, 6),
"ocultos con Cristo en Dios" (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, "gemimos en
este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación
celestial" (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):
Los cristianos
están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra,
pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).
RESUMEN
2797 La
confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las
disposiciones propias del que reza el "Padre Nuestro".
2798 Podemos
invocar a Dios como "Padre" porque nos lo ha revelado el Hijo de Dios hecho
hombre, en quien, por el Bautismo, somos incorporados y adoptados como hijos
de Dios.
2799 La
oración del Señor nos pone en comunión con el Padre y con su Hijo,
Jesucristo. Al mismo tiempo, nos revela a nosotros mismos. (cf GS 22,1).
2800 Orar
al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad de asemejarnos a él, así
como debe fortalecer un corazón humilde y confiado.
2801 Al
decir Padre "Nuestro", invocamos la nueva Alianza en Jesucristo, la comunión
con la Santísima Trinidad y la caridad divina que se extiende por medio de
la Iglesia a lo largo del mundo.
2802 "Que
estás en el cielo" no designa un lugar sino la majestad de Dios y su
presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre,
constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya
pertenecemos.
Artículo
3: LAS
SIETE PETICIONES
2803. Después
de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle
y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete
peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen
hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia El,
ofrecen nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al abismo" (Sal 42,
8).
2804. El
primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para El: ¡tu Nombre, tu
Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que
amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no "nos" nombramos,
sino que lo que nos mueve es "el deseo ardiente", "el ansia" del Hijo amado,
por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): "Santificado sea ... venga
... hágase ...": estas tres súplicas ya han sido escuchadas en el Sacrificio
de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza, hacia su
cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co 15,
28).
2805 El
segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas
epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la
mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya
ahora, en este mundo: "danos ... perdónanos ... no nos dejes ... líbranos".
La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para
alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a
nuestro combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.
2806 Mediante
las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos de esperanza y
abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir
para nosotros, un "nosotros" que abarca el mundo y la historia, que
ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su
plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre
de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.
I SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE
2807 El
término "santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido
causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido
estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como,
en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una
acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada
por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el
hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos
sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la
salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos
implica en "el benévolo designio que él se propuso de antemano" para que
nosotros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (cf Ef 1,
9. 4).
2808 En
los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela
realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más
que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La
santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se
manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama
Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al
hombre "a su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria" (Sal
8, 6), pero al pecar, el
hombre queda "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23). A partir de
entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para
restituir al hombre "a la imagen de su Creador" (Col 3, 10).
2810 En
la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13),
Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a
Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo
de los egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde la Alianza del
Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa" (o consagrada, es
la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre de Dios habita
en él.
2811 A
pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19,
2: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y aunque el
Señor "tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se separó del
Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las naciones" (cf Ez 20, 36). Por
eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio
y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente,
el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús,
como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que él ss, por su
Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el
núcleo de su oración sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me consagro a mí
mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19).
Jesús nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque "santifica" él
mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre
le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de
Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En
el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados, justificados en el
Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6, 11).
A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre "nos llama a la santidad" (1 Ts 4,
7) y como nos viene de él que "estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios
para nosotros santificación" (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de
nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros.
Tal es la exigencia de nuestra primera petición.
¿Quién podría
santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros en estas
palabras 'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos que,
santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser.
Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar
nuestros pecados por una santificación incesante... Recurrimos, por tanto, a
la oración para que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom
orat. 12).
2814 Depende
inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea
santificado entre las naciones:
Pedimos a Dios
santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por
medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación al mundo
perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en
nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino
es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del
Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las
naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en
nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San
Pedro Crisólogo, serm. 71).
Cuando decimos
"santificado sea tu Nombre", pedimos que sea santificado en nosotros que
estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera
todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos,
incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente:
Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo sea en todos
los hombres (Tertuliano, or. 3).
2815 Esta
petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo,
como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración
nuestra si se hace "en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24.
26). Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu Nombre a
los que me has dado" (Jn 17, 11).
II VENGA
A NOSOTROS TU REINO
2816 En
el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza
(nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de
acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo
encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la
Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la
Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando
Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede
ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con
nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento
por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él,
puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano,
Dom. orat. 13).
2817 Esta
petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven,
Señor Jesús":
Incluso aunque
esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino,
habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la
meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar,
invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz,
vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la
tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al
fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!
(Tertuliano, or. 5).
2818 En
la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino
de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no
distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete.
Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor
"a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el
mundo" (MR, plegaria eucarística IV).
2819 "El
Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17).
Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu
Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la carne" y
el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
Solo un corazón
puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu Reino!'. Es necesario
haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que el pecado no reine ya
en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus
acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu
Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo
según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del
Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en
las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación
del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner
en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en
este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta
petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17,
17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según
las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
III HÁGASE
TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
2822 La
voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia, no
queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento que
resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que "nos amemos
los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10,
25-37).
2823 El
nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio
que en él se propuso de antemano ... : hacer que todo tenga a Cristo por
Cabeza ... a él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según
el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su
Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente
este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En
Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue
cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el
mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal
40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn
8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se
haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He
aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la
voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos
santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de
Jesucristo" (Hb 10, 10).
2825 Jesús,
"aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8).
¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y
pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a
nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su
voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos
radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su
Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir
escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf
Jn 8, 29):
Adheridos a
Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su
voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo
(Orígenes, or. 26).
Considerad cómo
Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no
depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada
fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice
'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para
que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el
vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que
la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19,
5).
2826 Por
la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5,
17) y obtener "constancia para
cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los
cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que
está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si
alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5,
14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor,
sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima
Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido
"agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso podemos,
sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en nuestro
Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo
que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).
IV DANOS
HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA
2828 "Danos":
es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace
salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,
45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104, 27).
Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro
Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además,
"danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de
nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también como Padre
de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad
con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro
pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento
necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y
espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza
filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No
nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de
toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial
de los hijos de Dios:
A los que buscan
el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura.
Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él
mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero
la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra
hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los
cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus
hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la
familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada
de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf
Mt 25, 31-46).
2832 Como
la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el
Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la
justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e
internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres
humanos que quieran ser justos.
2833 Se
trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las
Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y
compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor,
para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8,
1-15).
2834 "Ora et
labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad
como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de
vosotros". Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo
don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el
sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta
petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de
hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el hombre,
sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8, 3; Mt
4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben
movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay
hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír
la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente
cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de
Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la
Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 "Hoy"
es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34;
Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su
Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de nuestro
tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
Si recibes el
pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos
los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he
engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San
Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De
cada día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en el Nuevo
Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de
"hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin reserva".
Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más
ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8).
Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa
directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad"
(San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn
6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es
claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la
Eucaristía, en que pregustamos el Reino
venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre "cada
día".
La Eucaristía es
nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una
fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus
miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se
encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los
himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en
nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del
cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6,
51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la
Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en
la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un
alimento celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
V PERDONA
NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIEN NOSOTROS
PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN
2838 Esta
petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase,
–"perdona nuestras ofensas"– podría estar incluida, implícitamente, en las
tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de
Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro
de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes
a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta
debe haberla precedido; una palabra las une: "como".
Perdona nuestras
ofensas
2839 Con
una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que
su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más
santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de
pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a
él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante
él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una
"confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su
Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la
redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo
eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su
Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora
bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro
corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor,
como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no
vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20).
Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra,
su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la
confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta
petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y
explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25).
Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el
hombre. Pero "todo es posible para Dios".
... como también
nosotros perdonamos a los que nos
ofenden
2842 Este
"como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos 'como' es
perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, 'como'
vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os améis
también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento
del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino.
Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la
santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu
que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos
sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del
perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en
Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así,
adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama
hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin
entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf.
Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre
celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es,
en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está
en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se
ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria
transformando la ofensa en intercesión.
2844 La
oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44).
Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre
de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en
un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio
de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires
de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición
fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con
su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No
hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22;
Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de
"deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con
nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de
la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación
(cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf
Mt 5, 23-24):
Dios no acepta
el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para
que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con
oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra
concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el
pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23:
PL 4, 535C-536A).
VI NO
NOS DEJES CAER EN LA TENTACION
2846 Esta
petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los
frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos
"deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es
difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes
sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie"
(St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos
deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el
combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de
discernimiento y de fuerza.
2847 El
Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en
orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al
pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser
tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento
desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno,
seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su
fruto es la muerte.
Dios no quiere
imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación es buena.
Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso
nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y
así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes
que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No
entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque donde esté
tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos
señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según
el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos
conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la
medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre
vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla
resistir con éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues
bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por
medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf
Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta
petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La
vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya
(cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del
corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (Jn 17, 11).
El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf
1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su
sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la
tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el
que esté en vela" (Ap 16, 15).
VII Y
LIBRANOS DEL MAL
2850 La
última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de
Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del
Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente,
pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y
para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de
abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra
interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad
en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).
2851 En
esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona,
Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"]
es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación
cumplida en Cristo.
2852 "Homicida
desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás,
el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el
pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda
la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte" (MR, Plegaria
Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino
que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos
que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5,
18-19):
El Señor que ha
borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os
gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo,
que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía
en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará
contra nosotros?" (Rm
8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5,
30).
2853 La
victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una
vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para
darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está
"echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la
Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena
de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de
la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios,
María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer
la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la
Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos
librará del Maligno.
2854 Al
pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de
todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o
instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las
desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la
humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera
perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de
la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de
la Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que era y
que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de
todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que,
ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos
de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro
Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).
LA
DOXOLOGIA FINAL
2855 La
doxología final "Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre
Señor" vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del
Padrenuestro: la glorificación de su nombre, la venida de su Reino y el
poder de su voluntad salvífica. Pero esta repetición se hace en forma de
adoración y de acción de gracias, como en la Liturgia celestial (cf Ap 1, 6;
4, 11; 5, 13). El príncipe de este mundo se había atribuido con mentira
estos tres títulos de realeza, poder y gloria (cf Lc 4, 5-6). Cristo, el
Señor, los restituye a su Padre y nuestro Padre, hasta que le entregue el
Reino, cuando sea consumado definitivamente el Misterio de la salvación y
Dios sea todo en todos (cf 1 Co 15, 24-28).
2856 "Después,
terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que
significa 'Así sea' (cf Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos
enseñó" (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 18).
RESUMEN
2857 En
el Padrenuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria
del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el
cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre
nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla
o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria
del Bien sobre el Mal.
2858 Al
pedir: "Santificado sea tu Nombre" entramos en el plan de Dios, la
santificación de su Nombre -revelado a Moisés, después en Jesús - por
nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.
2859 En
la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno
de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el
crecimiento del Reino de Dios en el "hoy" de nuestras vidas.
2860 En
la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su
Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo.
2861 En
la cuarta petición, al decir "danos", expresamos, en comunión con nuestros
hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. "Nuestro pan"
designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y
significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se
recibe en el "hoy" de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial
del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía.
2862 La
quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la
cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a
nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.
2863 Al
decir: "No nos dejes caer en la tentación", pedimos a Dios que no nos
permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia
y la perseverancia final.
2864 En
la última petición, "y líbranos del mal", el cristiano pide a Dios con la
Iglesia que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el
"Príncipe de este mundo", sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente
a Dios y a Su plan de salvación.
2865 Con
el "Amén" final expresamos nuestro "fiat" respecto a las siete peticiones:
"Así sea".
CONSTITUCION APOSTOLICA FIDEI DEPOSITUM
para la
publicación del
Catecismo
de la Iglesia Católica
redactado
siguiendo
al
Concilio ecuménico Vaticano II
JUAN
PABLO, OBISPO
Siervo de
los Siervos de Dios
para
perpetua memoria
1. (Introducción)
CONSERVAR
EL DEPOSITO DE LA FE es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que
ella realiza en todo tiempo. El Concilio ecuménico Vaticano II, inaugurado
hace treinta años por mi predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, tenía la
intención y el deseo de hacer patente la misión apostólica y pastoral de la
Iglesia, y llevar a todos los hombres, mediante el resplandor de la verdad
del evangelio, a buscar y recibir el amor de Cristo que está sobre todo (cf.
Ef 3,19).
Con
este propósito, el Papa Juan XXIII había asignado como tarea principal
conservar y explicar mejor el depósito precioso de la doctrina cristiana,
con el fin de hacerlo más accesible a los fieles de Cristo y a todos los
hombres de buena voluntad. Para esto, el Concilio no debía comenzar por
condenar los errores de la época, sino, ante todo, debía aplicarse a mostrar
serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe. "Confiamos que
la Iglesia -decía él- iluminada por la luz de este Concilio, crecerá en
riquezas espirituales, cobrará nuevas fuerzas y mirará sin miedo hacia el
futuro...Debemos dedicarnos con alegría, sin temor, al trabajo que exige
nuestra época, manteniéndonos en el camino por el que la Iglesia marcha
desde hace casi veinte siglos"{1}.
Con
la ayuda de Dios, los Padres conciliares pudieron elaborar, a lo largo de
cuatro años de trabajo, un conjunto considerable de exposiciones doctrinales
y de directrices pastorales ofrecidas a toda la Iglesia. Pastores y fieles
encuentran en ellas orientaciones para la "renovación de pensamiento, de
actividad, de costumbres, de fuerza moral, de alegría y de esperanza, que ha
sido el objetivo del Concilio"{2}.
Desde
su conclusión, el Concilio no ha cesado de inspirar la vida eclesial. En
1985, yo podía declarar: "Para mí -que tuve la gracia especial de participar
en él y de colaborar activamente en su desarrollo-, el Vaticano II ha sido
siempre, y es de una manera particular en estos años de mi pontificado, el
punto constante de referencia de toda mi acción pastoral, en el esfuerzo
consciente por traducir sus directrices mediante una aplicación concreta y
fiel, al nivel de cada Iglesia y de toda la Iglesia. Es preciso volver sin
cesar a esta fuente"{1}.
En
este espíritu, el 25 de Enero de 1985, convoqué una Asamblea extraordinaria
del Sínodo de los Obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la
clausura del Concilio. El fin de esta asamblea era celebrar las gracias y
los frutos espirituales del Concilio Vaticano II, profundizar su enseñanza
para una más perfecta adhesión a ella y promover su conocimiento y
aplicación.
En
la celebración de esta asamblea, los Padres del Sínodo expresaron el deseo
"de que fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina
católica tanto sobre la fe como sobre la moral, que sería como un texto de
referencia para los catecismos o compendios que son compuestos en los
diversos países. La presentación de la doctrina debe ser bíblica y
litúrgica, y debe ofrecer una doctrina segura y al mismo tiempo adaptada a
la vida actual de los cristianos"{2}. Desde la clausura del Sínodo, hice mío
este deseo, juzgando que "responde enteramente a una verdadera necesidad de
la Iglesia universal y de las Iglesias particulares"{3}.
¡Cómo
no dar gracias de todo corazón al Señor en este día en que podemos ofrecer a
la Iglesia entera con el título de "Catecismo de la Iglesia Católica", este
"texto de referencia" para una catequesis renovada en las fuentes vivas de
la fe!
Tras
la renovación de la Liturgia y la nueva codificación del Derecho canónico de
la Iglesia latina y de los Cánones de las Iglesias orientales católicas,
este catecismo ofrecerá una contribución muy importante a la obra de
renovación de toda la vida eclesial, querida y puesta en aplicación por el
Concilio Vaticano II.
2. (Itinerario
y espíritu de la preparación del texto).
El
"Catecismo de la Iglesia Católica" es fruto de una muy amplia colaboración.
Es el resultado de seis años de trabajo intenso en un espíritu de apertura
atento y con un fervor ardiente.
En
1986 confié a una Comisión de doce Cardenales y Obispos, presidida por Mons.
el Cardenal Joseph Ratzinger, la tarea de preparar un proyecto para el
Catecismo solicitado por los Padres del Sínodo. Un Comité de redacción de
siete obispos diocesanos, expertos en teología y en catequesis, ha asistido
a la Comisión en su trabajo.
La
Comisión, encargada de dar las directrices y de velar por el desarrollo de
los trabajos, ha seguido atentamente todas las etapas de la redacción de las
nueve versiones sucesivas. El Comité de redacción, por su parte, ha asumido
la responsabilidad de escribir el texto, introducir en él las modificaciones
exigidas por la Comisión y examinar las observaciones que numerosos
teólogos, exegetas, catequistas y, sobre todo, Obispos del mundo entero, con
el fin de mejorar el texto. El Comité ha sido un lugar de intercambios
fructíferos y enriquecedores que han asegurado la unidad y homogeneidad del
texto.
El
proyecto ha sido objeto de una amplia consulta de todos los obispos
católicos, de sus Conferencias episcopales o de sus Sínodos, de los
institutos de teología y de catequesis. En su conjunto, el proyecto ha
recibido una acogida muy favorable por parte del Episcopado. Podemos decir
ciertamente que este Catecismo es fruto de una colaboración de todo el
episcopado de la Iglesia católica, que ha acogido generosamente mi
invitación a tomar su parte de responsabilidad en una iniciativa que toca de
cerca a la vida eclesial. Esta respuesta suscita en mí un profundo
sentimiento de gozo, porque el concurso de tantas voces expresa
verdaderamente lo que se puede llamar la "sinfonía" de la fe. La realización
este Catecismo refleja así la naturaleza colegial del Episcopado y atestigua
la catolicidad de la Iglesia.
3.
(Distribución de la materia).
Un
catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada
Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico,
así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y santas y de
la Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la
fe del Pueblo de Dios. Debe tener en cuenta las explicitaciones de la
doctrina que el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia en el curso de los
siglos. Es preciso también que ayude a iluminar con la luz de la fe las
situaciones nuevas y los problemas que hasta ahora no se habían planteado en
el pasado.
El
catecismo, por tanto, contiene cosas nuevas y cosas antiguas (cf. Mt 13,52),
pues la fe es siempre la misma y fuente de luces siempre nuevas.
Para
responder a esta doble exigencia, el "Catecismo de la Iglesia Católica", por
una parte, repite el orden "antiguo", tradicional, y seguido ya por el
Catecismo de San Pío V, dividiendo el contenido en cuatro partes: el Credo;
la Sagrada Liturgia con los sacramentos en primer plano; el obrar cristiano,
expuesto a partir de los mandamientos; y finalmente la oración cristiana.
Pero, al mismo tiempo, el contenido es expresado con frecuencia de una forma
"nueva", con el fin de responder a los interrogantes de nuestra época.
Las
cuatro partes están ligadas entre sí: el misterio cristiano es el objeto de
la fe (primera parte); es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas
(segunda parte); está presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios
en su obrar (tercera parte); es el fundamento de nuestra oración, cuya
expresión privilegiada es el "Padrenuestro", que expresa el objeto de
nuestra petición, nuestra alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).
La
Liturgia es por sí misma oración; la confesión de la fe tiene su justo lugar
en la celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la
condición insustituible del obrar cristiano, igual que la participación en
la Liturgia de la Iglesia requiere la fe. Si la fe no se concreta en obras
permanece muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede dar frutos de vida eterna.
En
la lectura del "Catecismo de la Iglesia Católica" se puede percibir la
admirable unidad del misterio de Dios, de su designio de salvación, así como
el lugar central de Jesucristo Hijo único de Dios, enviado por el Padre,
hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu Santo,
para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su
Iglesia, particularmente en los sacramentos; es la fuente de la fe, el
modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración.
4. (Valor
doctrinal del texto).
El
"Catecismo de la Iglesia Católica" que yo aprobé el 25 de Junio pasado, y
cuya publicación ordeno hoy en virtud de la autoridad apostólica, es una
exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas o
iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio
eclesiástico. Lo reconozco como un instrumento válido y autorizado al
servicio de la comunión eclesial y como una norma segura para la enseñanza
de la fe. ¡Que sirva para la renovación a la que el Espíritu Santo llama sin
cesar a la Iglesia de Dios Cuerpo de Cristo, en peregrinación hacia la luz
sin sombra del Reino!
La
aprobación y la publicación del "Catecismo de la Iglesia Católica"
constituyen un servicio que el sucesor de Pedro quiere prestar a la Santa
Iglesia católica, a todas las Iglesias particulares en paz y comunión con la
Sede apostólica de Roma: el de sostener y confirmar la fe de todos los
discípulos del Señor Jesús (cf. Lc 22,32), así como de reforzar los vínculos
de la unidad en la misma fe apostólica.
Pido,
por tanto, a los pastores de la Iglesia y a los fieles que reciban este
Catecismo con un espíritu de comunión y lo utilicen asiduamente al realizar
su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo
les es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico en
la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente en la
composición de los catecismos locales. Es ofrecido también a todos los
fieles que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de la salvación
(cf. Jn 8,32). Quiere proporcionar un sostén a los esfuerzos ecuménicos
animados por el santo deseo de unidad de todos los cristianos, mostrando con
exactitud el contenido y la coherencia armoniosa de la fe católica. El
"Catecismo de la Iglesia Católica" es finalmente ofrecido a todo hombre que
nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15). y que
quiera conocer lo que cree la Iglesia católica.
Este
Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos locales debidamente
aprobados por las autoridades eclesiásticas, los Obispos diocesanos y las
Conferencias episcopales, sobre todo cuando han recibido la aprobación de la
Sede apostólica. Está destinado a alentar y facilitar la redacción de nuevos
catecismos locales que tengan en cuenta las diversas situaciones y culturas,
pero que guarden cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a la
doctrina católica.
5.
(Conclusión).
Al
terminar este documento que presenta el "Catecismo de la Iglesia Católica"
pido a la Santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado y Madre de la
Iglesia, que sostenga con su poderosa intercesión el trabajo catequético de
la Iglesia entera a todos los niveles, en este tiempo en que la Iglesia está
llamada a un nuevo esfuerzo de evangelización. Que la luz de la verdadera fe
libre a la humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado para
conducirla a la única libertad digna de este nombre (cf. Jn 8,32): la de la
vida en Jesucristo bajo la guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino de
los cielos, en la plenitud de la bienaventuranza de la visión de Dios cara a
cara (cf. 1 Co 13,12; 2 Co 5,6-8).
Dado
el 11 de Octubre de 1992, trigésimo aniversario de la apertura del Concilio
Vaticano II y año decimocuarto de mi pontificado.
Ioannes
Paulus Pp II
NOTAS A
PIE********************************
{1}1 Juan
XXIII, Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11 Octubre
1962: AAS 54 (1962) p.788.
{2} Pablo
VI, Discurso de clausura del Concilio ecuménico Vaticano II, 8 Diciembre
1965: AAS 58 (1966), pp. 7-8.
{1} Discurso
del 30 Mayo 1986, n.5: AAS 78 (1986) p.1273.
{2} Relación
final del Sínodo extraordinario, 7 Diciembre 1985, II, B, a, n.4:
Enchiridion Vaticanum, vol.9, p.1758, n.1797.
{3} Discurso de clausura del Sínodo extraordinario, 7 Diciembre 1985, n.6: AAS 78 (1986) p.435.