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ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)

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8. LEKH LEKHA

La salida de Ur no fue más que el primer lekh lekhà (vete), al que seguirán otros muchos en el camino de Abraham tras las huellas del Invisible.

sal de tu tierraAl abandonar Ur, Abraham sólo ha dejado su patria, pero, confesar a Dios como el Único, supone dejarlo todo. La voz del Señor siguió en Jarán, resonando, cada vez, más clara en el corazón de Abraham: "Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y tú serás una bendición" (Gn 12,1-2).

Al escuchar la voz, Abraham, sorprendido, dijo:
-Señor, ¿cómo puedo abandonar a mi padre, que ha cuidado de mí, ahora que es viejo y que por amor a mí ha dejado su país y me ha conducido hasta aquí?
-Tú, vete de la casa paterna y déjame a mí el cuidado de tu padre o ¿no crees que yo pueda cuidar de él mejor que tú?
Téraj mismo, cuando conoció la llamada del Señor, despidió a su hijo, bendiciéndole:
-Vete en paz y que el Señor del mundo te acompañe, te libre de todo mal y haga prósperas todas tus empresas. Vete en paz y camina hasta que el Señor, tu Dios, que también es mi Dios, te muestre una tierra buena, en la que puedas habitar en paz. Toma contigo a Lot, hijo de tu hermano y trátalo como si fuera hijo tuyo. Que te consuelen él y tu esposa Saray. Tu hermano Najor permanecerá conmigo.
Confortado con la bendición del padre, "Abraham partió como se lo había dicho el Señor. Tenía Abraham setenta y cinco años cuando salió de Jarán. Tomó, pues, a Saray, su esposa, y a Lot, hijo de su hermano, con toda la hacienda que había logrado, y el personal que había adquirido en Jarán, es decir, los prosélitos que había introducido bajo las alas de la Sekinah, y salieron para dirigirse a Canaán (Gn 12,4-11).

En realidad Abraham no sabía que la meta sería Canaán. "Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8). El Señor sólo le ha dicho: "ve hacia la tierra que yo te indicaré". De este modo, Dios hacia deseable a los ojos de Abraham la tierra que le prometía.

Por donde pasaba Abraham, descendía el rocío y la lluvia sobre la tierra, como una bendición para los campos. Las mujeres estériles, al verle pasar, se le acercaban y le suplicaban:
-Ora al Señor por nosotras para que nos bendiga con el fruto del vientre, lo mismo que bendice nuestros campos.

Abraham les escuchaba, oraba al Señor, quien por amor a su amigo, abría el seno cerrado de las mujeres estériles, siendo así "una bendición para todas las familias de la tierra" (Gn 12,3).
"Por la fe, Abraham caminó por la Tierra Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas" (Hb 11,9). Aquel país era Canaán, por el que vagó Abraham, atravesándolo hasta que el Señor se le manifestó de nuevo en Siquem, cuando descansaba a la sombra de la encina de Moré, y le dijo:
-Este es el país que te he dado a ti y a tu descendencia por siempre. Yo haré tu descendencia numerosa como las estrellas del cielo y ella poseerá esta tierra en la que ahora te encuentras.

Entonces Abraham, en agradecimiento, levantó un altar al Señor frente al monte Eval y al monte Garizín, allí donde sus descendientes pronunciarían el juramento de observar la Torá, celebrando la alianza con el Señor (Dt 11,29-30; Jos 8,33;24,1-28).

Abraham no toma posesión de la tierra, asentándose en un lugar de ella, sino recorriendo toda la tierra, elevando altares al Dios Único, que se le había aparecido. El lekh lekhà le lleva a atravesar la montaña, al oriente de Betel, desplegando su tienda frente Ay, donde edifica otro altar, invocando a Yahveh, su Dios. Y de nuevo levanta su tienda y se va desplazando, de acampada en acampada, hacia el Négueb, donde más tarde comprará el primer trozo de tierra: el campo de Makpelá con su tumba.
Abraham es como un ánfora de exquisito perfume, que mientras está cerrada, bien guardada, no exhala ningún aroma, pero que, apenas se la saca y se la abre, comienza a difundirse: "por su olor son suaves tus perfumes, un perfume derramado es tu nombre" (Ct 1,3). Mientras estaba encerrado en un ángulo de la tierra, Abraham no difundía el aroma del Nombre de Dios, por eso le dijo: "sal", muévete de un lugar a otro, y tu fama será grande en el mundo.

La promesa no cabía en lo que Abraham lograba poner su pie. El "Señor le prometió con juramento bendecir por su linaje a las naciones, multiplicarlo como el polvo de la tierra, encumbrar como las estrellas su linaje, y darles una herencia de mar a mar, desde el Río hasta los confines de la tierra" (Si 44,21). "Todos los que viven de la fe son bendecidos con Abraham el creyente" (Ga 3,9).

Abraham, ya solo, sin su padre, sigue las sendas del Señor, la vía propia de su vida, sin pasado, abierta al futuro. Recorriendo el país, prometido sí, pero que aún no es suyo, pone su pie y deja su huella, huella de su esperanza contra toda esperanza, para que sus descendientes se asienten sobre el itinerario por él recorrido. El padre va dejando signos de su camino y de su fe a los hijos. Isaac no los recorrerá aún, pero sí Jacob, quien regresando de Paddán Aram, de casa del tío Labán, con Lía y Raquel, entrará en Canaán por el oriente, llegando en primer lugar a Siquem, donde compra al amorreo Jamor el terreno donde ha desplegado sus tiendas, erigiendo también él un altar al Dios de Abraham, Dios de Israel (Gn 33,18-20). Antes de dejar Siquem, Jacob, fiel a la fe de Abraham, dirá a todos les que le acompañan en su peregrinación tras las huellas del itinerario de Abraham:
-Retirad los dioses extraños que hay entre vosotros. Purificaos y mudaos de vestido. Levantémonos y subamos a Betel. Allí levantaré un altar al Dios que me dio respuesta favorable el día de mi tribulación, y que me asistió en mi viaje (Gn 35,2-3).

"Ellos entregaron a Jacob todos los dioses extraños que había en su poder, y los anillos de sus orejas, y Jacob los escondió debajo de la encina que hay al pie de Siquem" (Gn 35, 4-5). Luego, Jacob se fue a Betel junto con todo el pueblo que lo acompañaba, donde edificó otro altar, como había hecho también Abraham, su abuelo (Gn 35,6). Allí recibió Jacob la bendición de Dios:
-Yo soy El Sadday. Sé fecundo y multiplícate. Un pueblo, una asamblea de pueblos tomará origen de ti y saldrán reyes de tus entrañas. La tierra que di a Abraham y a Isaac, a ti te la doy, y a tu descendencia y sucesión daré esta tierra. Pero ya no te llamarás Jacob, sino que tu nombre será Israel (Gn 35,9-15).

Siguiendo hacia el sur, hacia el Négued, Jacob llega hasta Hebrón, "donde residieron Abraham e Isaac" (Gn 35,27).

Cuatrocientos años más tarde, Josué repartirá entre las doce tribus de Israel, descendencia de Abraham, esta tierra, herencia que le dejó Abraham, recibida como don del Señor del cielo y de la tierra (Jos 7,2-9; 8,6). Con la mirada Abraham, profeta de Dios y de su descendencia, había tomado posesión anticipada de la tierra. Dios le había dicho:

-Alza tus ojos y mira desde el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el oriente y el poniente. Pues bien, toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia por siempre. Haré tu descendencia como el polvo de la tierra; tal que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tu descendencia. Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque a ti te lo he de dar (Gn 13,14-17).
Con un pacto jurado repitió Dios:
-A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el Río Grande, el río Eufrates: los quenitas, quenicitas, cadmonitas, hititas, pericitas, refaítas, amorreos, cananeos, guirgasitas y jebuseos (Gn 15,18-19).
Abraham replicó al Señor:
-Señor del mundo, no me has dado descendencia y, sin embargo, me dices: a tu descendencia daré esta tierra.
Le contestó el Señor:
-Abraham, todo el mundo se sostiene por mi palabra y tú no te fías de mi palabra, sino que preguntas: ¿Cómo sabré que voy a poseerla? Por mi vida, que lo sabrás bien sabido, pues por dos veces serás extranjero. Así está escrito: "Has de saber bien sabido que tu descendencia será forastera" (Gn 15, 13).

Y lo sorprendente es que Abraham se cree estas promesas "aunque Dios no le dio en dicha tierra ni la medida de la planta del pie, sino que le prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, aunque no tenía ningún hijo" (Hch 7,5). Pero Dios ya veía en los riñones de Abraham a la descendencia única, es decir a Cristo (Ga 3,16), y todos los de Cristo, pues "si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa" (Ga 3,29). Por eso, Abraham, recorre la tierra de la promesa, saludándola y confesándose en ella "extraño y forastero", dando a entender que va en busca de una patria, es decir, aspirando a la patria celestial, la ciudad que Dios le tiene preparada, pero no para el sólo, sino para él y para nosotros sus hijos en la fe (Hb 11). Todos, en nuestra profesión de fe, podemos repetir el credo de Israel: "Un arameo errante fue mi padre" (Dt 26,5); extranjeros peregrinamos por la tierra hacia la verdadera Patria.





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