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ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)

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A los padres
que aún saben contar historias
y transmitir la fe a sus hijos.



Abrahan Padre de los creyentesMirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron; mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara que os dio a luz; cuando lo llamé era uno, pero lo bendije y lo multipliqué. (Isaías 51,1-2)

 

ÍNDICE
Presentación

1. La torre de Babel

2. Nacimiento de Abraham

3. Nimrod confiesa a Dios

4. Sigue la lucha contra los ídolos

5. Sara de Ur

6. Abraham en el horno de fuego

7. Abraham emigra a Jarán

8. Lekh Lekhà

9. Abraham baja a Egipto

10. Abraham y Lot: Disputas y amor

11. El pacto de Dios con Abraham

12. Nacimiento de Ismael

13. El sello de la alianza

14. La teofanía de Mambré

15. Las ciudades del pecado

16. Abraham intercede por las ciudades del pecado

17. Destrucción de Sodoma y Gomorra

18. Abraham entre los filisteos

19. Nacimiento de Isaac

20. Expulsión de Agar e Ismael

21. En el pozo de Berseba

22. El sacrificio de Isaac

a) Las diez pruebas de Abraham

b) Satán acusa a Abraham ante Dios

c) Satán acusa a Dios ante Abraham

d) Satán tienta a Isaac

e) Aquedá

f) Isaac figura de Cristo

23. Muerte y entierro de Sara

24. La misión de Eliezer

25. Últimos días de Abraham

26. Muerte de Abraham


PRESENTACIÓN

Hace años, leyendo midrashim, me encontré con esta frase: "Tratándose de Abraham, jamás se puede uno fiar". El rey Nimrod encerró a Abraham en la prisión. Por un año entero le tuvo prisionero, sin agua y sin pan. Al cabo del año, mandó al jefe de su guardia a buscar al prisionero; éste le respondió que, después de un año, en tales condiciones, el prisionero no podía estar vivo. Pero el rey le respondió: "Tratándose de Abraham, jamás se puede uno fiar".
Más tarde comprendí la respuesta del rey Nimrod. Abraham creía que "nada es imposible para Dios". Esta fe de Abraham hace que su vida esté llena de acontecimientos ilógicos, imposibles al hombre abandonado a sus fuerzas, pero que responden a la lógica y a las posibilidades de Dios. Abraham es una palabra y una obra de Dios. En él brilla el designio, la fidelidad y la potencia de Dios. En Abraham se hace presente, en cada momento, el futuro de la historia, ya presente en la mente de Dios. Abraham, padre de la fe, se deja llevar en cada instante por Dios. No se ata al pasado, a su esterilidad, a su tierra, a su familia -"sal de tu tierra..."- ni se aferra a su futuro, al hijo que le garantiza la descendencia -"ve, sacrifica a tu hijo"-. Así vive el presente, que llena de sentido el pasado y alumbra el futuro, por encima de todas las posibilidades humanas del presente. Pero es que Abraham cree que "para Dios nada es imposible".


La rica fantasía del midrash descubre nuevos matices, detalles insospechados que enriquecen la historia increíble de Abraham, para quien, por creer en Dios, nada es imposible. Así nos sorprende ver cómo Abraham, ante ciertas situaciones ilógicas, "contra toda esperanza", sin decir nada, sin el mínimo intento de oposición, sigue adelante su camino, movido por la convicción interior de la fe de que lo que cuenta no es lo que sus ojos o razón ve ante sí, en ese momento, sino que lo que cuenta es el futuro, cuya fuerza está ya presente en la promesa de Dios.
Para el midrash, -más fiel a la verdad que todo el historicismo crítico-, no hay sorpresa, que le asuste, no hay nada que le parezca extraño; contemplando la historia de Abraham desde la luz de lo alto y del futuro, lo más sorprendente de los relatos entra en la normalidad del milagro. En el mundo de Abraham, íntimamente ligado al mundo de Dios, puede suceder de todo con la máxima naturalidad, sin contradecir las leyes naturales. Si algo supera lo que el hombre se espera o cree razonable, esto no significa otra cosa que el hombre, por sabio que se crea, sabe muy poco; la mente y el corazón del hombre no abarcan más que una mínima parte de la sabiduría y potencia de Dios, revelada en su Palabra y en su historia de salvación para con los hombres.


Abraham, estéril él y estéril su esposa Sara, ha sido elegido por Dios para ser padre de un pueblo numeroso. La descendencia futura es lo que cuenta y a la que Abraham mira, "riendo de gozo", sin detenerse a mirar la actual falta de vigor en él y en Sara. Abraham emprende su camino sin otra cosa en el corazón más que la esperanza, fruto de la certeza de la promesa de Dios, a quien cree y de quien se fía.
Como descendiente de Abraham, he buscado en la Escritura, en el Midrash, en los Sabios y en mi corazón la historia de nuestro Padre en la fe. Es lo que ya empezó a hacer Esdras, el escriba: "Leyó el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando su sentido, para que comprendieran la lectura" (Ne 8,8). Escrutando la Escritura, con una traducción amorosa, que es estudio y meditación, ésta se hace transmisión viva, dentro de "un reino de sacerdotes y de una nación santa" (Ex 19,5-6).

A mis hermanos dedico lo que he descubierto. Con los datos de la historia y de la leyenda -tan viva, tan real, tan verdadera- he escrito esta vida de Abraham, primer creyente en el Dios único, único creyente en medio de una familia y un mundo idólatra como el nuestro. Abraham, con la fuerza de la fe, se pone en camino, abandona la patria, la familia, los lugares comunes de la rutina; en su viaje conoce sus flaquezas, dudas, pecados y también la fidelidad de Quien le ha puesto en camino. En su peregrinación va sembrando la fe y el germen de la descendencia "numerosa como las estrellas del cielo". De ese germen nace su Descendiente: "Jesús, hijo de Abraham" y los "nacidos a la misma fe de Abraham": tú, yo y tantos otros esparcidos "por todas las playas del mundo".


Pues no son hijos de Abraham, sus hijos de la carne, sino los que viven de la fe de Abraham (Ga 3,6ss), hijos de la promesa (Rm 9,7-9; Jn 8,31-59). Pues no basta con decir: "somos hijos de Abraham", es preciso dar frutos de conversión (Mt 3,8-9), siguiendo las huellas de Abraham, siempre peregrino en busca de la Patria (Hb 11,16).


Abraham es el primer misionero itinerante de la fe en Dios, siempre en camino, experimentando la fe y transmitiéndola. Abraham es el hombre que ha encontrado a Dios, cuando Dios le ha salido al encuentro. Y encontrando a Dios se siente profeta de Dios (Gn 20,7); no puede hablar, como los profetas posteriores, al pueblo porque el pueblo aún no existe; pero, ¿qué importa? Abraham es profeta para el pueblo futuro, que lleva en las entrañas de su fe. La profecía de su vida sigue viva hoy, resonando "para nosotros que creemos en Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos para nuestra justificación" (Rm 4,24).


Con la resurrección de Cristo, Dios ha dado cumplimiento a las promesas hechas a Abraham. Cristo, con su resurrección, ha traído al mundo la bendición prometida a Abraham:

Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres, al decir a Abraham: En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra. Para vosotros en primer lugar ha resucitado Dios a su Siervo y le ha enviado para bendeciros, apartándoos a cada uno de vuestras iniquidades (Hch 3,25-26).


"También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (Hch 13,32).


Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose El mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito el que cuelga del madero, a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abraham, y por la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa (Ga 3,13-14).



* * *


Este libro es el fruto de más de veinte años caminando tras las huellas de Abraham por las sendas del Señor. Me ha guiado, en primer lugar, la Escritura, escrutada con los descendientes de Abraham, hijos suyos en la fe. La herencia recibida brota en luz de simpatía e intuición. Por los hijos se conoce al padre. También me han ayudado unos cuantos miles de páginas leídas durante estos años, sin que hoy me sea posible recordar a todos sus autores. Recuerdo la fruición con que leí Beresit Rabbà, las leyendas de los judíos de Luis Ginzberg, Los capítulos de Rabbí Eliezer, Abot de Rabbí Natan... Y también debería mencionar aquí a otros muchos (Rashi, Martín Buber, A. Segré, S. Kierkegaard, S. Jerónimo, Orígenes, S. Efrén, S. Juan Crisóstomo, S. Agustín, von Rad...), cuya presencia quizá no se vea tanto en las páginas de este libro, pero también está escondida bajo muchas de sus palabras.





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