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ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)

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19. NACIMIENTO DE ISAAC

El Señor había ocultado a todos la concepción de Isaac, para que Satán no se interpusiera en sus planes y por consideración a la ancianidad de Sara y Abraham. Pero, cuando los ángeles vieron que el Señor había escuchado la plegaria de Abraham en favor de Abimélek y había abierto el seno de la esposa y concubinas del rey de los filisteos, se dirigieron al Señor, suplicantes:
-Oh Señor del mundo, todos estos años Sara ha seguido a tu siervo Abraham por las sendas que tú le has indicado, sufriendo tanto por su esterilidad. Ahora, apenas Abraham ha rogado por Abimélek, tú has abierto y llenado de vida el seno de su esposa, ¿hasta cuando mantendrás cerrado el seno de Sara?

Los ángeles hicieron al Señor esta consideración en el Rosh ha-Shanà, cuando el Señor celebra en el cielo la asamblea, rodeado de todos los ángeles, para decidir con ellos la suerte de los hombres para todo el año (Sal 82,1). Al Señor le agradó la plegaria de sus ángeles en favor de Abraham y quiso darles el consuelo de que el hijo de Abraham y Sara naciera el mismo día que los hijos de las madres filisteas. Encomendó, en secreto, a los tres ángeles, que estaban al corriente de la concepción del hijo de Sara, que descendieran a ajustar el desarrollo de los embriones para adelantar en dos meses el parto de los niños filisteos, para que su nacimiento coincidiera con el nacimiento del hijo de Sara, que no podía ser retrasado, pues debía nacer en el mes de Nisán, el primer día de Pascua. En Rosh ha-Shanà, Dios escuchó la plegaria en favor de Raquel y de Ana, abriéndoles también el seno estéril. En dicho día murieron los patriarcas, abriéndose para ellos el seno del mundo futuro y en ese mismo día se abrieron las puertas de la prisión de Egipto para José. En cambio en el mes de Nisán, los hijos de Abraham salieron, como en un nuevo nacimiento, de la esclavitud de Egipto.

isaacEl primer día de pascua, pues, cumplido el plazo predicho por Dios, Sara dio a Abraham un hijo en su vejez. Abraham le dio el nombre de Isaac, acogiendo el deseo de Sara que, al darle a luz, exclamó:
-Dios me ha hecho reír de alegría y todo el que lo oiga reirá conmigo.
Agar, que había asistido a Sara en el parto, mostró a Abraham el hijo que Sara le había dado. Era un niño que reía en vez de llorar como hacen los demás niños al nacer. Abraham también rió y bailó con el niño en sus brazos. Y, en su alegría, Abraham puso al cuello del niño, colgado de un cordón de seda blanca, una campanilla de plata, como si fuera su cordero preferido. Y le decía a Sara:
-¿Cómo será el pequeño Isaac que, ahora, sólo hace que reír y reír?
-Ah, mi pequeño cordero, que nunca estarás entre unas zarzas y reirás siempre-, replicaba Sara, dirigiéndose al niño, pero sin reír esta vez.

Abraham hizo llamar a Ismael que, entonces, tenía ya trece años y era un muchacho alto, de tez oscura y ojos penetrantes, que contempló fijamente a Isaac hasta que también explotó en una risa de alegría por su hermano. Y rió Eliezer al ver la risa desconocida de Abraham y se alegró como nunca.

El nacimiento de Isaac fue un acontecimiento feliz no sólo para Abraham y Sara y los de su casa. Todo el mundo se alegró, porque Dios se acordó de todas las mujeres estériles y les abrió el seno. Y, al gozo de las madres, se unió el gozo y la risa de los ciegos que recobraron la vista, de los cojos que pudieron saltar de alegría, de los mudos que cantaron alborozados y de los locos que recobraron la razón. El sol brilló con el esplendor original de antes del pecado del hombre, el mismo esplendor que tendría al nacer el Mesías. Abraham pudo ver con su luz ese día y alegrarse (Jn 8,56). Y como en casa de Abraham, en todas las casas se oyeron cantos de alegría.

Hasta el cielo y la tierra, el sol y la luna, las estrellas y los astros se alegraron con el nacimiento de Isaac. ¿Por qué? Porque si no hubiese nacido Isaac, el mundo no hubiera podido subsistir. Pues así está escrito: "Si no subsistiera mi alianza con el día y con la noche, no establecería tampoco las leyes del cielo y de la tierra" (Jr 33,25). Ahora bien, mi alianza no es otra que Isaac, como está escrito: "Estableceré mi alianza con Isaac" (Gn 17,21).

Para acallar a todos los que se preguntaban ¿puede un hombre con cien años engendrar un hijo?, Dios había encomendado al ángel encargado de los embriones que modelase a Isaac en todo conforme a Abraham, para que todos, al ver a Isaac, dijeran: "Abraham engendró a Isaac".

El Señor, en verdad, hace todo con sabiduría y amor, sin olvidar detalle alguno, aunque, al elevarse sus pensamientos sobre los pensamientos del hombre como el cielo sobre la tierra (Is 55,9), el hombre no siempre los entiende. Que a Abraham y a Sara no les naciera el hijo hasta los cien y noventa años respectivamente, es una prueba de su sabiduría, pues era necesario que Abraham llevase en su cuerpo la señal de la alianza antes de engendrar al hijo de la alianza.

Y como Isaac era el primer hijo nacido a Abraham después de ser marcado con el sello de la alianza, Abraham, a los ocho días, circuncidó con toda solemnidad a Isaac. Abraham dio un gran banquete. Asistieron al banquete Sem y Eber y todos los principales del país de los filisteos con su rey Abimélek a la cabeza. También Téraj, padre de Abraham, llegó desde Jarán y con él Najor, el hermano de Abraham, quien se congratuló con él y le contó cómo también a él le había dado ocho hijos su esposa Milká (Gn 22,20-24).

Al banquete no sólo asistieron los hombres, sino también muchas de las mujeres, contentas algunas por la buena nueva del nacimiento de Isaac, sorprendidas y curiosas otras por lo inesperado del nacimiento y para verificar con sus propios ojos otras, que no acababan de creérselo. Se congratularon y felicitaron, naturalmente, a Sara. Pero, entre ellas, algunas se miraban entre risas y burlas malignas:
-¿Y será verdad que esta vieja ha dado a luz a sus años?
-¿A su edad podrá una mujer amamantar hijos?
-¿No será que como son ricos han comprado quién sabe donde un hijo? Seguro que han pagado bien a alguien, que estaba de paso para que no se pudiera averiguar su origen...

A Sara, en medio de la alegría de tantos parabienes, no se le habían escapado estos guiños, sonrisas y susurros. Pero era tal su alegría que no dejó de reír en todo el tiempo. Esperaba el momento de borrar todas las dudas sobre ella y Abraham para hacer partícipes a todos de la bendición que el Señor les había concedido. Y la ocasión se la dieron los niños, que habiendo nacido al mismo tiempo que Isaac, sus madres habían llevado consigo. Así, cuando los lactantes comenzaron a llorar, Sara, sonriente, se dirigió a sus ilustres huéspedes, diciéndoles:
-¡Pobres niños, cómo lloran! Seguro que es porque tienen hambre. Traédmelos y yo les amamantaré con gusto, tengo tanta leche en mis senos...

La sorpresa cortó todas las sonrisas y chanzas burlonas. Los pequeños fueron entregados a Sara, que les amamantó a todos, uno tras otro. Los recién nacidos se saciaron y no lloraron más. Las madres, ante la prueba manifiesta de que Sara era quien había dado el hijo a Isaac, exclamaron:

-¡Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara iba a amamantar hijos! (Gn 21,7).
-¡Verdaderamente este Dios hace cosas maravillosas!

En verdad esta es una de las siete maravillas del Señor que asombraron al mundo. El Señor secó el pecho de las fértiles e hizo amamantar niños a la estéril. Como está escrito: "Y sabrán todos los árboles silvestres (las naciones del mundo) que yo, Yahveh, humillo al árbol elevado (Nimrod) y elevo el árbol humilde (Abraham) y que seco el árbol verde (las mujeres incrédulas e idólatras) y reverdezco el árbol seco (Sara)" (Ez 17,24).

Los niños que mamaron de los senos de Sara recibieron todos una bendición. Los hijos, cuyas madres habían creído desde el principio que Sara era realmente madre, al llegar a mayores se convirtieron en prosélitos; a los otros, cuyas madres les permitieron amamantarse a los senos de Sara sólo para ponerla a prueba, se les concedió llegar a ser señores poderosos, pero no llegaron a hacerse prosélitos pues no pudieron aceptar la Torá. Todos los prosélitos y paganos piadosos son descendientes de estos niños.

Como Isaac nació el quince de Nisán, el primer día de Pascua, y la fiesta que dio Abraham duró siete días, estableció que desde entonces, cada año, en aquella fecha, se celebrase durante una semana una "fiesta al Señor". Agradó al Señor la propuesta de Abraham y dejó grabada en las Tablas del cielo esa fiesta para toda la descendencia de Abraham.





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