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LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO NEOCATECUMENAL: 3. ECLESIOLOGIA

Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas 

                         

 ECLESIOLOGIA

a) La Iglesia es comunión

b) La Iglesia, comunión de los santos

c) Misión de la Iglesia

d) Imágenes de la Iglesia

e) Iglesia y ministerios

Camino neocatecumenal - Sello - Trípodo - Nueva Evangelización

a) LA IGLESIA ES COMUNION[1]

La Iglesia, en su ser, es misterio de comunión. Y su existencia está marcada por la comunión. En la vida de cada comunidad eclesial, la comunión es la clave de su autenticidad y de su fecundidad misionera. Desde los orígenes, la comunidad cristiana primitiva se ha distinguido porque "todos los creyentes eran constantes en la enseñanza de los Apóstoles, en la koinonía, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2,42). La comunión de los creyentes "en un mismo espíritu, en la alegría de la fe y en la sencillez de corazón" (Hch 2,46), se vive en la comunión de la mesa de la Palabra, de la mesa de la Eucaristía y de la mesa del pan compartido con alegría, "teniendo todo en común" (Hch 2,44). Es la comunión del Evangelio y de todos los bienes recibidos de Dios en Jesucristo, hallados en la Iglesia. Frente a las divisiones de los hombres -judío y gentil, bárbaro y romano, amo y esclavo, hombre y mujer-, la fe en Cristo hace surgir un hombre nuevo,[2] que vence las barreras de separación, llevando a la comunión gratuita en Cristo, es decir a la comunión eclesial, fruto de compartir con los hermanos la filiación de Dios, la fe, la Palabra y la Eucaristía.[3]

Cimentados en la fe, los fieles se sienten hermanos, al celebrar la victoria de Cristo sobre la muerte, que con su miedo les tenía divididos (Hb 2,14); cantan con una sola voz y un solo corazón las maravillas de Dios y venden sus bienes para prolongar la comunión en toda su vida (Hch 4,32). Esta comunión de vida y bienes abraza, no sólo a los hermanos de la propia comunidad, sino a todas las comunidades: "Ahora voy a Jerusalén para socorrer a los santos de allí, pues los de Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta en favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén. Lo han tenido a bien, y con razón, pues si, como gentiles, han participado en los bienes espirituales de ellos, es justo que les sirvan con sus bienes materiales" (Rm 15,25-27).

La comunión de bienes es fruto del amor de Dios experimentado en el perdón de los pecados, en el don de su Palabra, en la unidad en el cuerpo y sangre de Cristo y en el amor entrañable del Espíritu Santo. Si no se da este amor "dar todos los bienes" no sirve de nada (1Cor 13,3). Esta comunión de los santos, este amor y unidad de los hermanos, en su visibilidad, hace a la Iglesia "sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).

 Esta comunión penetra todos los aspectos de la vida de la Iglesia. Esta comunión de los fieles, que participan del misterio de Dios en una misma fe y en una misma liturgia, es una comunión jerárquica, que une a toda la asamblea en torno a los apóstoles, que transmiten la fe y presiden la celebración, presbíteros y obispos en comunión con el Papa. Es una comunión temporal y escatológica: se funda en la fe recibida de los Apóstoles, que se vive ya en el celebración y vida presente, pero abierta a la consumación de la comunión en la unidad y amor de los salvados con Cristo, en el Espíritu, cuando "Dios sea todo en todos" (1Cor 15,28).[4]

La Iglesia en celebración

La Iglesia aparece como cuerpo visible de Cristo resucitado, por la acción del Espíritu Santo en aquellos que acogen la Palabra. La predicación kerigmática está dirigida a la constitución de la comunidad, para que en ella, como en un seno materno, los neocatecúmenos sean gestados en la fe. Las catequesis del Camino no son un ciclo de charlas sin continuidad posterior, sino el punto de partida de la formación de la Comunidad.

La Comunidad, nacida del Anuncio kerigmático, no es un grupo espontáneo, ni una asociación de laicos, ni un movimiento de espiritualidad, ni un grupo de élite o de reflexión dentro de la parroquia. La Comunidad es la Iglesia de Jesucristo que se realiza en un lugar determinado. En esto el Camino Neocatecumenal participa de la teología del Vaticano II sobre la Iglesia local.  El Concilio, al revalorizar el significado sacramental de la Iglesia, ha revalorizado también el significado de la Iglesia local, en la que el misterio total de la Iglesia se hace acontecimiento en la asamblea litúrgica y en el amor cristiano que ella comporta.

Es cierto que la Lumen Gentium ha tomado como punto de partida a la Iglesia universal como comunión de todos los fieles con el Papa y con el cuerpo de los Obispos.[5] Pero dentro de esta comunión, el Concilio ha vuelto a hablar de la Iglesia local, presidida por el Obispo (n.26) o por el presbítero (n.28). "La Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa, católica y apostólica, es la Iglesia universal, es decir, la universal comunidad de los discípulos del Señor, que se hace presente y operativa en la particula­ridad y diversidad de personas, grupos, tiempos y lugares".[6]

 En la Comunidad en la que se proclama la Palabra de Dios, se celebra la Eucaristía, -presidida por un presbítero en comunión con el Obispo, que a su vez está en comunión con el Papa, que "preside la comunión de todas las Iglesias"-, allí donde en concreto los hombres viven la comunión con Dios en su Hijo Jesucristo bajo la acción del Espíritu Santo...allí se hace presente y se manifiesta la única Iglesia de Dios, santa, católica y apostólica. La Iglesia universal no es la suma de las Iglesias locales, sino la comunión de las Iglesias locales.[7] Más aún, la Iglesia Madre es la Iglesia universal, es decir, la universal comunidad de los discípulos del Señor (Cf. Mt 16,18; 1Co 12,28).

"La Iglesia es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano" (CEC 831). "Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, unidas a sus pastores. Estas, en el Nuevo Testamento, reciben el nombre de Iglesias. En ellas se reúnen los fieles por el anuncio del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor. En estas comunidades, aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan dispersas, está presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa, católica y apostólica" (832).

Y como Iglesia Madre es ontológica y temporalmente anterior a cada Iglesia particular concreta. Ella "da a luz a las Iglesias particulares como hijas, se expresa en ellas, es madre y no producto de las Iglesias particulares". Esta visión teológica de la Iglesia tiene su fundamento en su mismo origen: "La Iglesia se manifiesta el día de Pentecostés en la comunión de los ciento veinte reunidos en torno a María y a los doce Apóstoles, representantes de la única Iglesia y futuros fundadores de las Iglesias locales". Las Iglesias locales "naciendo en y a partir de la Iglesia universal, en ella y de ella reciben su propia eclesialidad".[8] "Cada fiel, mediante la fe y el bautismo, es incorporado a la Iglesia una, santa, católica y apostólica..., aunque el ingreso y la vida se realizan necesariamente en una Iglesia particular".[9]

En el Camino Neocatecumenal, la Comunidad está siempre inserta en la parroquia. Y el hecho de no comenzar nunca sin la aceptación del Obispo y del párroco tiene un significado teológico de comunión eclesial. Sin el Obispo, la Comunidad no sería Iglesia, sino secta. Que el Obispo acoja y envíe a los catequistas es algo fundamental en el comienzo del Camino en una diócesis. Y esta comunión se mantendrá invitando al Obispo o un delegado suyo a presidir los ritos de todas las etapas del Camino. El Obispo, sucesor de los Apóstoles en comunión con el Papa, sucesor de Pedro, da a la Iglesia su fundamento apostólico, pues mediante la sucesión apostólica se crea la unidad de la Iglesia actual con la Iglesia "edificada sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas, siendo la piedra angular Cristo" (Ef 2,20). De la unidad del Episcopado, como de la unidad de la Iglesia, "el Romano Pontífice, como sucesor de  Pedro, es principio y fundamento perpetuo y visible" (LG 23).

 La Iglesia, que se va construyendo paso a paso en la Comunidad, aparece como "el Cuerpo visible de Jesucristo Resucitado". Aparece como el signo de que el poder de Jesucristo, vencedor de la muerte, rompe las barreras entre los hombres y crea la koinonía, la comunión. "Si nos amamos es que resucitó", dice uno de los primeros cantos del Camino Neocatecumenal, algo que ya leemos en la primera carta de San Juan: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14). La Iglesia es el "cuerpo", la "comunión" donde se manifiesta ante el mundo que la muerte está vencida para los que creen en el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos y se dejan conducir por el Espíritu del Resucitado. Son inseparables la comunión con Dios y la comunión entre los hombres. La comunión eclesial es, en primer lugar, comunión de cada hombre con el Padre por Cristo en el Espíritu Santo. De este misterio de comunión, don de Dios y fruto de su iniciativa cumplida en el misterio pascual, nace la comunión entre los hombres. De este modo, esta comunión visible de los hombres se hace sacramento de la unión invisible con Dios. La peculiar unidad, que hace a los fieles ser miembros de un mismo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, la manifiesta visiblemente como "pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG, n.4).

La comunidad se hace Iglesia misionera, anuncio de Jesucristo al mundo, ya con su ser comunidad.[10] En ella aparecen los signos de la fe, que llaman a la fe a los no creyentes. El hombre pagano, ateo, secularizado, que no tiene fe, descubrirá la presencia salvadora de Jesucristo en los signos del amor y la unidad de la comunidad cristiana. En el Evangelio de san Juan encontramos estos signos como llamada a la fe: "Amaos como yo os he amado (en la dimensión de la cruz); en este amor conocerán los otros que sois mis discípulos" (13,14-15), y más adelante: "Como Tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (17,21). Para esto existe la Iglesia: para anunciar, testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión en Cristo, que ella ya vive.

El anuncio de la Palabra salvadora va acompañado, para ser creído, de signos y prodigios. Los signos potencian la palabra del apóstol. Pedro, para confirmar el anuncio de Jesucristo como Salvador, dirá al paralítico: "En nombre de Jesús, el Nazareno, levántate y camina" (Hch 3,6). El milagro da credibilidad a la palabra de Pedro. La gente, al ver el milagro, cree en la predicación, es decir, en el nombre o poder de Jesús. El milagro ha abierto a la fe a aquellos que escuchaban la predicación.

Unidos en la Liturgia y en la Fe

 La Iglesia se hace creíble para el mundo mediante los signos de la fe, mediante el milagro de comunión que aparece en ella: en el amor y la unidad de sus miembros. Cuando aparece la Iglesia como Comunidad de hermanos resucitados, que han vencido el miedo a la muerte, superando las barreras de separación que el miedo a la muerte levanta entre los hombres, amándose en la dimensión de la cruz y siendo perfectamente uno, todos conocerán que son discípulos de Cristo y que Cristo es el Enviado, el Salvador.

Jesucristo se hace visible en la Iglesia. La Iglesia aparece realmente como sacramento de Cristo, "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG, n.1). La comunidad, congregada en el amor y la unidad, se hace presencia salvadora de Cristo en el mundo. Pablo, al perseguir a los cristianos, sentirá la voz de Cristo, que le dice: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús a quien tú persigues" (Hch 9,4-5). Todo lo que se hace a los discípulos de Jesús, se hace al mismo Jesús (Cf. Mt 10,40). De tal modo se identifica Cristo con los cristianos, que la Iglesia es el Cuerpo visible de Jesucristo Resucitado.

En el lenguaje existencial del Camino se dice que tres son los amores que viven las Comunidades Neocatecumenales: Amor a la Palabra, amor a la Eucaristía y amor a la Iglesia, concretizándose éste tercer amor en el amor a María, figura y madre de la Iglesia, y en el amor al Papa, fundamento de la unidad de toda la Iglesia, como "quien preside la comunión universal de la caridad".[11]

"Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo" (CEC 790). "El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor" (850)."Así puede desarrollarse entre los cristianos un verdadero espíritu filial con respecto a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que va más allá del simple perdón de nuestros pecados y actúa especialmente en el sacramento de la Reconciliación. Como madre previsora, nos prodiga también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor" (2040).

Allí donde aparece una comunidad de hermanos que, en su amor y unidad, hacen visible a Cristo como Salvador, el hombre sin fe lo descubre y lo desea. Como Pablo, preguntará: "¿Qué he de hacer, Señor?" (Hch 22,10). Entonces se le podrá dar razón de la esperanza cristiana, explicitando el anuncio de Jesucristo (Cf.1P 3,15).

 La comunidad, que ama como Cristo nos ha amado y participa de la unidad del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo, es la Iglesia sacramento de Cristo en el mundo, signo visible de la resurrección de Cristo, como victoria de la muerte y del pecado. Esto es lo específico del cristianismo: el amor al enemigo hasta dar la vida por él, como Cristo nos amó, cuando aún éramos pecadores: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,8). Este amor -"como Cristo nos ha amado"- es el signo de su presencia en el cristiano. Así como el resumen de toda la Ley y los Profetas es el amor al prójimo como a uno mismo, del mismo modo el resumen de todo el Cristianismo es el amor a los hermanos en la dimensión de la cruz, "como Cristo nos ha amado

Las Comunidades Neocatecumenales explicitan esta eclesiología en sus catequesis, en sus liturgias y en la vida de comunidad. La catequesis busca la formación de pequeñas comunidades, que hagan posible el amor concreto y visible de los hermanos, que no es posible a nivel de masa. En las celebraciones litúrgicas con la educación a la participación viva en la asamblea. A ello contribuye la misma arquitectura y organización del lugar de la celebración. El canto, con el que la "una vox", lleva al "cor unum". Y la vida, que brota de la participación litúrgica, compartiendo los dones de Dios, incluso los económicos.

"La palabra 'Iglesia' significa 'convocación'... En ella Dios 'convoca' a su Pueblo desde todos los confines de la tierra" (CEC 751). "En el lenguaje cristiano, la palabra 'Iglesia' designa no sólo la asamblea litúrgica, sino también la comunidad local o toda la comunidad universal de los creyentes. Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma cuerpo de Cristo" (752). La Iglesia vive "la comunión en la fe" (949), "la comunión de los sacramentos" (950), "la comunión de los carismas" (951), "la comunión de bienes" (952) y "la comunión de la caridad" (953).

Comunión de los Santos en y por la Palabra de Dios

 

b) LA IGLESIA, COMUNION DE LOS SANTOS[12]

La Iglesia es la communio sanctorum en la que se vive la comunión de las cosas santas y la comunión entre los santos.[13] Esta comunión comporta el sentirse miembros de un mismo Cuerpo, Cuerpo de Cristo, en comunión con los fieles de la Iglesia peregrina en la tierra y con todos aquellos que, habiendo dejado este mundo en la gracia del Señor, forman ya la Iglesia celeste o serán incorporados a ella después de su plena purificación.[14]

La comunión en las cosas santas es lo primero y la base para crear la comunión de los santos. Es el mismo Dios que ha decidido romper la distancia que "le separaba" del hombre y entrar en comunión con El, "participando, en Jesucristo, de la carne y de la sangre del hombre" (Hb 2,14). Esta comunión de Dios, en Cristo, con nuestra carne y sangre humanas nos ha abierto el acceso a la comunión con Dios por medio de la "carne y sangre" de Jesucristo, pudiendo llegar a "ser partícipes de la naturaleza divina" (2P 1,4). Pues "en la fidelidad de Dios hemos sido llamados a la comunión con su Hijo Jesu­cristo, Señor nuestro" (1Cor 1,9).

Esta comunión con Cristo se expresa en la aceptación de su Palabra, en el seguimiento de su camino por la cruz hacia el Padre, incorporándonos a su muerte para participar de su resurrección y de su gloria, dando cumplimiento al deseo de Jesús: "Como Tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros" (Jn 17,21). La primera comunión en lo santo es, pues, "participación de la santidad de Dios" en Cristo. La "Palabra de vida nos introduce en la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (Cf. 1Jn 1,1-4). Esta comunión se realiza en la Iglesia, de una manera visible en la Eucaristía: "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?" (1Cor 10,16-17). Al comulgar con el cuerpo y sangre de Cristo, participando de su vida y de su muerte, los cristianos hacen Pascua con El hacia el Padre.

Esta comunión con Dios en Cristo es fruto del Espíritu Santo en la Iglesia. Pablo se lo desea a los corintios, en el saludo final, con la fórmula de ayer y de hoy en la liturgia de la Iglesia: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros" (2Cor 13,13). En la Iglesia "fue depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu santo".[15]

La comunión en lo santo, en las cosas santas crea la comunión de  los  santos, pues "si estamos en comunión con Dios ...estamos en comunión unos con otros" (1Jn 1,6-7). Sólo la comu­nión con Dios puede ofrecer un fundamento firme a la unión entre los cristianos. Los otros intentos de comunidad se quedan en intentos de comunión; en realidad dejan a cada miembro en soledad o le reducen a parte anónima de una colectivi­dad, a número o cosa. Comunión de amor en libertad personal sólo es posible en el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo crea la comunión entre los cristianos, introduciéndolos en el misterio de la comunión del Padre y del Hijo, de la que El es lazo y expresión. El Espíritu Santo es el misterio de la comunión divina y eterna del Padre y del Hijo. El mismo Espíritu Santo nos introduce en esa comunión.[16] Luego, de esta comunión, nacen los lazos de amor entre los hermanos: "porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5) "no se cansan de hacer el bien, especialmente con los hermanos en la fe" (Ga 6,10), "siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor y unos mismos sentimientos, considerando a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2,1ss). Este es el amor que han recibido de Cristo y el que, en Cristo, viven sus discípulos día a día en su fragilidad. Quien ha sido amado puede, a su vez, amar: "Amémonos, porque El nos amó primero" (1Jn 4,19) o como dice Pablo:

 "En cuanto a vosotros, que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos, como es nuestro amor para con vosotros, para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos los santos" (1Ts 3,12-13).

La comunión de los santos supera las distancias de lugar y de tiempo. La Iglesia es la comunión de los creyentes esparcidos por todo el orbe, la comunión de las Iglesias en comunión con el Papa. Pero la comunión de los santos supera también los límites de la muerte y del tiempo. El Espíritu Santo une la Iglesia peregrina con la Iglesia triunfante en el Reino de los cielos. En la Eucaristía podemos cantar unidos -asamblea terrestre y asamblea celeste- el mismo canto: "¡Santo, Santo, Santo!". Es en la liturgia donde vivimos plenamente la comunión con la Iglesia celeste, porque en ella, junto con todos los ángeles y santos, celebramos la alabanza de la gloria de Dios y nuestra salvación:

"Nuestra unión con la Iglesia celestial se realiza de modo excelente cuando en la liturgia, en la cual la virtud del Espíritu Santo obra en nosotros por los signos sacramentales, celebramos juntos con alegría fraterna la alabanza de la divina Majestad, y todos los redimidos por la sangre de Cristo de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9), congregados en una misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza al Dios Uno y Trino. Al celebrar, pues, el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia en una misma comunión" (LG 50).

"Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás santos que, llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios, y habiendo alcanzado ya la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque, al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre, y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos" (SC 104).

Con la túnica blanca signo de la elección de Dios

Allí donde los cristianos celebran la Eucaristía se hacen presentes todos los fieles del mundo, los vivos y "los que nos precedieron en la fe"[17] y "se durmieron en la esperanza de la resurrección",[18] los santos del cielo, que gozan del Señor: "María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y los mártires, y todos los santos",[19] "por cuya intercesión esperamos obtener la vida eterna y cantar las alabanzas del Señor", en "su Reino donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de su gloria", "junto con toda la creación libre ya del pecado y de la muerte".[20]

La comunión de los santos la vivimos también con los hermanos que han muerto y aún están purificándose, por quienes intercedemos al Padre. La comunión no se interrumpe con la muerte. El límite de división no es la muerte, sino el estar con Cristo o contra Cristo (Flp 1,21). Los santos interceden por sus hermanos que viven aún en la tierra y los vivos interceden por sus hermanos que se purifican para presentarse ante el Señor "como Esposa resplandeciente sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada" (Ef 5,27; 2Co 11,2; Col 1,22), "engalanada con vestiduras de lino, que son las buenas acciones de los santos" (Ap 19,8; 21,2.9-11).

"La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espiritua­les" (955). "Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia" (CEC 959). "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero: cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos con El en la gloria" (1090). "En esta liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos" (1139).

La comunión de los santos significa que existe una mutua relación entre la Iglesia peregrina en la tierra y la Iglesia celeste. De ahí la importancia eclesiológica de María -y demás santos-, como intercesora nuestra, junto a la gran intercesión de Cristo, que está en pie como Sumo Sacerdote ante el Padre, "siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Cf. Hb 7,25; Hch 7,55). "La maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia...En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna" (CEC 969).

Misión de la Iglesia: dar testimonio de Cristo

 

c) MISION DE LA IGLESIA[21]

 La Comunidad ya en su comunión se manifiesta al mundo "como sacramento de salvación". Su ser comunidad es ya ser misionera. Cuando descubre a la Iglesia como Madre, que da la vida y la alimenta con la Eucaristía y los demás sacramentos, el Neocatecúmeno se siente miembro de la Iglesia y se abre a la misión de la Iglesia: hacer partícipes a otros del don recibido. El que ha experimentado en la Iglesia la salvación de Jesucristo se hace apóstol itinerante, decía a las Comunidades Juan Pablo II en una de sus visitas a las parroquias de Roma.[22] Gestado a la fe en la Iglesia se ama a la Iglesia y se vive para la Iglesia, o mejor, entregando la vida a la misión de la Iglesia , pues "la Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo; a ser para todos sacramento inseparable de unidad".[23]

"La Iglesia por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión" (CEC 812). "La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. 'El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios' (AA 6)" (2044).

El pueblo de Dios, que tiene por Cabeza a Cristo, "tiene como fin la dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que sea consumado por El mismo al fin de los tiempos, cuando se manifieste Cristo, nuestra vida  (Cf. Col 8,21), y la misma criatura será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos de Dios (Rm 8,21). Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (Cf. Mt 5,13-16)" (LG 9).

"Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: 'porque el amor de Cristo nos apremia' (2Cor 5,14)" (CEC 851). "La misión comienza con el anuncio del evangelio a los pueblos y grupos que aún no creen en Cristo; continúa con el establecimiento de comunidades cristianas, 'signo de la presencia de Dios en el mundo' (AG 15), y en la fundación de Iglesias locales" (854).

 Debido al carácter sacramental de la Iglesia, se hace luz sal y fermento. En ella se refleja y actúa la fuerza del Señor resucitado. La Iglesia existe por el amor que Dios tiene a todos los hombres; no existe para sí misma sino para la humanidad. La Iglesia salva al mundo mostrando el amor al enemigo, hecho posible por el Espíritu de Jesús. Los signos, como ya se ha dicho, a través de los cuales testificará a Jesucristo de modo que los hombres puedan reconocerlo, son el amor y la unidad. El amor, como Jesús nos amó, es decir, en la dimensión de la cruz, y la unidad de los antes dispersos por el pecado, son perceptibles por todos los hombres; también por los que no tienen fe, por los alejados. El amor y la unidad son, por otra parte, siempre buscados y anhelados por todo hombre, como expresión de felicidad, de salvación y realización de su vida. Los signos del cristiano son elocuentes a todos los hombres y le hablan a lo íntimo de su espíritu.

En el fondo el Camino Neocatecumenal, con su teología sobre la misión de la Iglesia, concretada en ser luz, sal y fermento, busca el mostrar el amor de Dios a los distanciados, a los no cristianos. Estos no son sensibles a ningún otro signo de Dios, sino a la forma nueva de amor, que pueden ver con sus ojos. "Mirad cómo se aman", decían los paganos de los primeros cristianos. Para dar este testimonio de amor no es suficiente el de un hombre excepcional, se requiere la manifestación eclesial: hombres y mujeres, jóvenes y adultos, casados y solteros, cultos e ignorantes, ricos y pobres...El que todas las barreras de edad, sexo, cultura, dinero, que dividen a los hombres y crean la infelicidad, caigan gracias a Jesucristo es un signo de esperanza para todos los hombres.

La Comunidad Neocatecumenal, viviendo esta comunión eclesial, se hace Camino de evangelización para nuestro mundo secularizado, descristianizado y descreído. La Comunidad viviendo en medio del mundo aparece a los ojos de familiares, compañeros de barrio o de trabajo como germen y signo del Reino de Dios. Gastándose como la luz, perdiendo la propia vida por los demás como la sal por los alimentos, perdiéndose en la masa para fermentarla, es decir, amando al enemigo, cargando con los pecados de los hombres que les rechazan, acogiendo a todos los desgraciados, intercediendo sacerdotal­mente a favor del mundo, haciendo suya la misión del Siervo de Yahveh... iluminan, salan y fermentan al mundo: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). "Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, la luz verdadera que ilumina a todo hombre, el bautizado, tras haber sido iluminado, se convierte en hijo de la luz, y en luz él mismo" (CEC 1216).

 Fruto de la integración que hace el Camino de la Teología, la Celebración y la Vida son los matrimonios reconstruidos porque uno de los esposos ha sido luz, sal y fermento para el otro, muriendo por él, amándolo y perdonándole su infidelidad y abandono; otro fruto son los hijos, que han descubierto a Jesucristo y a la Iglesia en el amor nuevo testimoniado por sus padres; la transmisión de la fe a los hijos en el Camino se da en las celebraciones domésticas, donde la palabra va acompañada del testimonio de vida cristiana; fruto de esto es, igualmente, el número creciente de alejados que vuelven a la Iglesia por el testimonio de amor visto en un compañero de trabajo, que sirve desinteresadamente, acepta el último lugar, no responde al insulto con el insulto, a la injuria contesta con el amor y el servicio; ¡cuantos que primero se opusieron e hicieron la guerra a las comunidades han terminado formando parte de ellas por este testimo­nio..!Frutos evidentes de esta eclesiología son los catequistas itinerantes, que han dejado trabajo, familia y patria para ir "sin bastón ni bolsa", sin poder ni dinero, como los últimos, a anunciar el Evangelio; esto mismo, aparece en las familias en misión que, con sus hijos, dejan sus seguridades y se van a vivir en los lugares más pobres de cualquier parte del mundo. Con este mismo espíritu se han llenado en pocos años los Seminarios "Redemptoris Mater"[24] de jóvenes que ofrecen su vida a la Evangelización del mundo, sobre todo en las zonas más descristianizadas...

De este modo las Comunidades viven y cantan con San Pablo:

"No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca que este tesoro tan extraordinario viene de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestro cuerpo por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entre­gados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida" (2Cor 4,5-12).

imágenes de la Iglesia

 

d) IMAGENES DE LA IGLESIA[25]

El Camino vive la Iglesia y expresa su vivencia de Iglesia a través de las imágenes bíblicas, que es lo que hace también el Vaticano II en la Lumen Gentium.[26] Sin despreciar la reflexión conceptual, necesaria también, el Camino, orientado a todos los fieles, con estudios y sin estudios, nacido entre los pobres, que no sabían de abstracciones, se sirve del lenguaje simbólico, agrupando las diversas imágenes que se complementan y se corrigen entre sí. Se trata, en definitiva, no sólo de presentar a la Iglesia "a partir de" la Biblia, sino "según" el mismo lenguaje bíblico, sirviéndose de alegorías, signos, símbolos e imágenes, que irradian la realidad del misterio presente en la Iglesia. Estas imágenes son epifanías del Espíritu Santo en la Iglesia, pues, al mismo tiempo que el Espíritu Santo habla al hombre por estas imágenes, su palabra realiza lo que significan. Así hace a los hombres una "casa", un "templo", un "cuerpo", un "pueblo"...[27]

 Así, fiel a la Escritura y al Concilio, el Camino presentará la Iglesia según una multiplicidad de imágenes que se enriquecen y corrigen mutuamente. Si el símbolo paulino del Cuerpo y la cabeza y el símbolo joanneo de la vid y los sarmientos revelan la unión íntima de los fieles con Cristo, el símbolo de la Iglesia como esposa del Señor corrige lo que aquella unión podía suponer de demasiado rígido para expresar el diálogo personal de amor recíproco de dos seres fundamentalmente distintos, pero unidos en el don mutuo, hasta ser una carne.[28] El símbolo de la Alianza revela la iniciativa divina de la misericordia y fidelidad de Dios, que apela a nuestra fidelidad y obediencia. El símbolo de las Doce tribus, renova­do en el símbolo de los Doce Apóstoles, afirma nuestra unidad en la diversidad y dispersión de las naciones. El símbolo de la tienda-tabernáculo reafirma la presencia divina que, como columna de fuego, precede al pueblo de Dios en su peregrinar a través del desierto. Durante la marcha a través del desierto la presencia de Dios se manifestaba en la columna de nube y de fuego (Ex 13,22). Después se daba la habitación de Dios en la Tienda de la Reunión (Ex 40,35; Nm 9,18.22;10,34) sobre la que reposaba la nube...En la Encarnación la nube divina cubrirá el seno de la Virgen María, la Tienda o Arca de Dios...Esta presencia es afirmada de nuevo por el símbolo del Templo, referido tanto a la Iglesia como a cada uno de sus miembros, mostrando la dialéctica de la persona y la comunidad, que la acción edificadora del Espíritu Santo respeta. El símbolo del Paraíso terrestre en los últimos capítulos del Apocalipsis une el origen de la Iglesia antes de los tiempos a su consumación en el Reino de Dios...

Con todas estas imágenes se conoce, celebra y vive la Iglesia en el Camino Neocatecumenal. En sus catequesis, cantos, celebraciones y vida comunitaria se acentúa unas veces un rasgo y otras veces otro. Al final el cuadro queda completo: la Iglesia en oración y misión "para que el mundo entero se transforme plenamente en Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo y para que en Cristo, cabeza universal, se tribute todo honor y gloria al Creador y Padre de todo" (LG 17).

 

Iglesia y ministerios

e) IGLESIA Y MINISTERIOS[29]

La Iglesia, Cuerpo de Cristo, continúa la misión de Cristo. La Iglesia no existe para sí. Existe para Cristo y, en consecuencia, para los hombres. Prolonga la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, que ha venido a salvar a los hombres, "a servir y no a ser servido". La voluntad del Padre, el plan de salvación del Padre, es el alimento de Jesucristo, llena toda su existencia, es el móvil de su vida, su misión y su gloria. Encarnado a causa de esta voluntad de Padre, Cristo no vive para sí, sino para la misión recibida del Padre.

 La Iglesia, penetrada del Espíritu de Cristo, prolonga el misterio de Cristo en el servicio a los hombres. Vive en el mundo, hasta la Parusía, al servicio del designio de salvación del Padre. El Concilio insistió repetidamente sobre esta actitud de "servicio" de la Iglesia. Cristo cumple su misión como sacerdote, rey y profeta de la nueva alianza. Como sacerdote, rey y profeta, El continúa en la Iglesia. Hace partícipe al pueblo de Dios de su sacerdocio, de su misión profética y de su misión real. Para continuar su misión de salvación de los hombres, Cristo, Sacerdote sumo, se eligió un pueblo sacerdotal, consagrado (Cf. 1p 2,9), que en la diversidad y común acción de presbíteros y fieles hace presente la obra redentora de Cristo en la Eucaristía y demás sacramentos, en cuya celebración la Iglesia renace constantemente (Cf LG, n.26). En cada fiel, en cada miembro del Pueblo de Dios, Cristo continúa su misión. Todo el que entra en la Iglesia por el sacramento del bautismo recibe esta consagración sacerdotal.

"Jesucristo es aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido 'Sacerdote, Profeta y Rey'. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene la responsabilidad de misión y servicio que se derivan de ellas" (CEC 783). "Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo" (CEC 872). "Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión. Porque hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión" (873). "Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los recibe, y también por todos los miembros de la Iglesia. En efecto, son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo" (800).

Dentro de este sacerdocio, común a todos los bautizados, participación del único sacerdocio de Cristo, los presbíteros ejercen su ministerio jerárquico como representantes de Cristo Cabeza y Pastor. En virtud del Sacramento del Orden presiden la Comunidad en la Celebración de la Palabra y de la Eucaristía. Los presbíteros, hermanos en la fe de los demás miembros de la Comunidad, ejercen para los demás el ministerio del perdón de los pecados en el Sacramento de la Reconciliación (Cf PO, n.2). Es lo que ha afirmado el Vaticano II, señalando la diferencia, no sólo gradual, sino esencial entre "sacerdocio común" y "sacerdocio ministerial o jerárquico", añadiendo que "se ordenan el uno al otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo" (LG 10).[30]

 "El pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, llevando a todas partes su testimonio vivo, especialmente mediante la vida de fe y de caridad"  (LG, n.12). Participando de la misión de Cristo, heraldo de la verdad, los fieles son responsables del anuncio del Evangelio en todos los campos de la vida "para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social" (LG, n.35). "Cristo, gran Profeta, que proclamó el Reino de Dios no sólo por el testimonio de su vida, sino también por la fuerza de su palabra, continúa cumpliendo su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo por medio de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su autoridad, sino también por medio de los seglares, a los que con este fin ha constituido testigos y dotado con el sentido de la fe y con la gracia de la palabra (Cf. Hch 2,17-18; Ap 19,10)" (LG 35):

"Con este sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo de Dios bajo la dirección del magisterio, al que sigue fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la verdadera palabra de Dios (Cf 1Ts 2,13); se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos; penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida" (LG 12).

Esta misión sacerdotal y profética está unida a la función real que Cristo vino a realizar y de la que también hace partícipe a la Iglesia. Entrando en la gloria de su Reino, Cristo, a quien todo está sometido, comparte sus atribuciones con sus discípulos (Cf LG 36). La dignidad real de los discípulos de Cristo comporta, en primer lugar, una libertad de orden espiritual. Los discípulos de Cristo encuentran en Cristo la fuerza para vencerse a sí mismos y logran, por la santidad de vida, poner término al dominio del pecado (Rm 6,12). Esta libertad les posibilita la acción apostólica: sirviendo a Cristo en la persona del prójimo, los fieles llevan a sus hermanos, en la humildad y la paciencia, hacia el Rey, cuyos servidores son ,a su vez, reyes. Cristo se sirve de sus servidores para extender su Reino, que es "reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz",[31] reino en el que la creación misma será liberada de la esclavitud, de la corrupción e introducida en la libertad de los hijos de Dios  (Rm 8,12).

Si este punto lo hemos presentado casi exclusivamente con textos conciliares es por la absoluta coincidencia no sólo de contenido, sino también de lenguaje entre el Concilio y el Camino Neocatecumenal. Sólo nos queda añadir, citando también al Concilio:

"Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que, distribuyéndo­las a cada uno según quiere (1Cor 12,11), reparte entre los fieles gracias de todo género, incluso especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: 'A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad' (1Cor 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo" (LG 12).

En el interior de la Comunidad, en la medida en que cada cristiano se deja recrear por la Palabra de Dios y los Sacramentos, van apareciendo diversos ministerios y carismas. La Iglesia como Cuerpo de Cristo resucitado tiene muchos miembros y en cada uno de ellos se manifiesta el Espíritu para común utilidad. Presbíteros, diáconos, responsables, catequistas, cantores, lectores, ostiarios, didáscalos, garantes, viudas, vírgenes, casados... La común vocación cristiana se manifiesta multiformemente en sus miembros. Unos ministerios y carismas ya recibidos antes de entrar en la Comunidad se redescubren y otros se descubren dentro de ella como llamada personal.

"Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia" (CEC 900).

El presbítero, al mismo tiempo que vive con los hermanos el camino de conversión y fe, se coloca para los demás como representante de Cristo Cabeza y Pastor. Los casados descubren la grandeza cristiana del amor matrimonial y la dignidad otorgada por Dios, al invitarlos a colaborar con El en la transmisión de la vida humana y de la vida eterna a los hijos. La familia, donde nacen los ciudadanos de este mundo, se convierte en Iglesia doméstica, donde se celebra la liturgia en los altares del tálamo nupcial y de la mesa en que se bendice a Dios por los dones con que El nos alimenta y dónde se transmite la fe a la nueva generación...En la comunidad hay miembros que descubren la vocación al ministerio presbiteral; la floración vocacional ha sido ya numerosísima. Hay también miembros que descubren la vocación a la vida religiosa contemplativa o de servicio a los enfermos o a los pobres...

 

Resucitará al tercer día


[1] Cf. Catequesis Iniciales 2ª y en toda presentación del Camino como, por ejemplo, a la Asamblea Plenaria de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos o a la Asam­blea del Sínodo de los Obispos sobre "Peniten­cia y Reconci­liación o la hecha a los Obispos de Améri­ca en Santo Domingo en 1992...

[2] Cf Rm 10,12; 1Co 12,13; Ga 3,28.

[3] Cf CEC 772,775,2790.

[4] "Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesida­des del mundo" (CEC 799).

[5] Cf LG 4,8,13-15,18,21,24-25.

[6] Algunos aspectos de la Iglesia como comunión. Carta a los Obispos de la Iglesia Católica de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1992) 7.

[7] Como afirmaba ya Pablo VI en Evangelii nuntiandi, 62, citado en CEC: "Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal como la suma o, si se puede decir, la federación más o menos anómala de Iglesias particulares esencialmente diversas. En el pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por vocación y misión, la que echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas diversas" (835).

[8] Algunos aspectos..., 9.

[9] Ibíd., 10.

[10] "Hacéis apostolodo siendo lo que sois", dijo ya Pablo VI en uno de los primeros encuentros con las Comunidades neocatecumenales.

[11] S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Ad Rm 1,1.

[12] Cf. Catequesis de la Redditio al respecto y Moniciones a los Laudes del Domingo y a la Eucaristía en diversas convi­vencias.

[13] Cf Algunos aspectos..., 6.

 

[14] Cf CEC 948,1474-1475,2658.

[15] SAN IRENEO, Adv.haer. III, 24,1.

[16] Cf 1Jn 1,3; Jn 10,30­; 16,15;17 ,11. 21-23.

[17] Cf Misal Romano, Anáfora I.

[18] Ibíd., Anáfora II

[19] Ibíd., Anáfora I.

[20] Ibíd., Anáfora IV. Cf nº 49 y 50 de la Lumen Gentium.

[21] Cf Catequesis Iniciales 4ª y Convivencias de cate­quistas, de Itinerantes o con las Familias en misión.

[22] "Hay una palabra que siempre se repite en los encuentros con los grupos neocatecumenales, es la palabra 'itinerante'. 'Iter', como se sabe, quiere decir camino. Pero aquí se trata de un camino apostólico. Itinerantes son aquellos que emprenden un camino, comienzan un camino para llevar su descubrimiento... El cristiano que ha descubierto el valor de su ser cristiano, de su fe, de su filiación divina, de su semejanza con Cristo, en fin, ha descubierto la realidad de Cristo en sí, ha descubierto su Bautismo. Entonces uno es capaz de transmitir, no sólo es capaz, sino que se siente empujado, no puede quedarse callado, sino que debe caminar, debe caminar, es un movimiento, podemos decir, natural" (Visita a la parroquia de la Inmacolata Concezione en la "Cervetella", Roma.

[23] Algunos aspectos..., 4.

[24] Seminarios Diocesanos-Misioneros, cuyos seminaristas provienen da las Comunidades neocatecumenales de todo el mundo. Ya han sido erigidos más de veinte.

[25] No hay una catequesis específica sobre las imágenes de la Iglesia, pero de todas ellas se habla en múltiples ocasiones.

[26] LG 6ss.

[27] Cf CEC 753-757.

[28] "La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a El: siempre está unificada en El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia 'Cuerpo de Cristo' se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del Cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo" (CEC 789; Cf n. ss.).

[29] Catequesis después de cada etapa del Camino, antes de la elección de los distintos ministerios de la Comuni­dad.

[30] Conjugando la dimensión cristológica y eclesiológi­ca del sacerdocio la exhortación Pastores dabo vobis se expresa con precisión: "El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente a la Iglesia...,totalmente al servi­cio de la Iglesia para la promoción del ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios...,prolon­gando en la Iglesia la oración, la palabra, el sacrificio y la acción salvadora de Cristo" (n.16).

[31] Misal Romano, Prefacio de la Solemnidad de Cristo, Rey del universo.

 


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