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LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO NEOCATECUMENAL:  4. IGLESIA Y SACRAMENTOS

Emiliano Jiménez Hernández

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IGLESIA Y SACRAMENTOS

a) Los sacramentos hacen la Iglesia

b) Los sacramentos de la iniciación cristiana

1. Bautismo

2. Confirmación

3. Eucaristía

c) El sacramento de la Penitencia

Camino neocatecumenal - Sello - Trípodo - Nueva Evangelización

a) LOS SACRAMENTOS HACEN LA IGLESIA

La Iglesia, sacramento de salvación,[1] se edifica y se nutre con los sacramen­tos. Decir que la Iglesia es sacramento es afirmar que en ella se realiza la salvación en forma visible y eficaz, comunitaria e histórica. La acción salvífica de Cristo, mediante el Espíritu Santo, está presente en la Iglesia, de un modo particular en sus  sacramentos. La Iglesia, con sus siete sacramentos, es el signo visible y eficaz, escogido por Dios, para realizar en la historia su voluntad eterna de salvar a toda la humanidad. El Espíritu Santo y la Iglesia hacen presente en el mundo la voluntad salvífica de Dios.

Con la efusión del Espíritu Santo, en Pentecostés, se inaugura el tiempo de la Iglesia, en el que Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación por medio de los sacramentos. Cristo vive y actúa en la Iglesia, comunicando a los creyentes los frutos de su misterio pascual: "Sentado a la derecha del Padre y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por El para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo" (CEC 1084).

"El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (Cf LG 2). El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica la obra de su salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, "hasta que él venga" (1Cor 11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa... por los sacramentos" (CEC 1076).

El Camino neocatecumenal, como iniciación cristiana, es una iniciación a la riqueza sacramental de la Iglesia. La palabra predicada lleva a los sacramentos, donde la palabra es sellada y cumplida. "Lo que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: 'por los sacramentos que les han hecho renacer', los cristianos han llegado a ser 'hijos de Dios' (Jn 1,12; 1Jn 3,1), 'partícipes de la naturaleza divina' (2P 1,4)... Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan para llevar en adelante esta vida nueva" (CEC 1692).

 La iniciación cristiana, como se vive en el neocatecumenado, es el gradual descubrimiento y vivencia, mediante el don del Espíritu Santo, de la vida filial. La Palabra y los Sacramentos, que la sellan, llevan al neocatecúmeno a vivir toda su existencia como vida de hijo de Dios, reproduciendo en la propia historia la imagen del Hijo Unigénito del Padre. Cristo es el "sacramento primordial"[2] y de El brotan los sacramentos de la Iglesia, como su don esponsal a la Iglesia: "Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5). En efecto, "lo que era visible en nuestro Señor ha pasado a sus misterios".[3] Los sacramentos perpetúan en el tiempo de la Iglesia el misterio de Cristo. Mediante los sacramentos de la Iglesia llega al hombre de todos los tiempos la obra de salvación de Cristo.

El Espíritu de Dios une la Palabra y los Sacramentos. El Espíritu da testimonio de Cristo junto con los apóstoles y actualiza para nosotros la palabra anunciada, interiorizándola en los corazones de quienes la escuchan y la acogen con fe. Así el anuncio de Cristo, muerto y resucitado, se hace presente, se realiza para nosotros en los sacramentos. Sin los sacramentos, Cristo se reduciría a un modelo externo a nosotros, que tendríamos que reproducir en la vida con nuestro esfuerzo.[4] También vale lo contrario: los sacramentos sin evangelización previa se convierten en puro ritualismo vacío, que no agrada a Dios ni da vida a los hombres. El comienzo de la vida filial se da en el bautismo, pero, como dice Orígenes: "Cuanto más entendamos la Palabra de Dios más seremos hijos suyos, siempre y cuando esas palabras caigan en alguien que ha recibido el Espíritu de adopción".[5]

El Espíritu Santo hace eficaces las acciones sacramentales de la Iglesia, actualizando e interiorizando la salvación de Cristo en los creyentes.[6] En los sacramentos se da un movimiento de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios; este movimiento parte del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo y asciende desde el Espíritu por el Hijo hasta introducirnos en la gloria del Padre. La salvación, como vida del Padre en Cristo, nos se nos da en el Espíritu Santo. Y el Espíritu santo nos lleva siempre a Cristo, que nos presenta como hermanos suyos al Padre, que nos acoge como hijos.[7]

        El Espíritu Santo es el don pascual de Cristo a la Iglesia. Por ello, es la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, la que realiza la salvación. "Como Cristo fue enviado por el Padre así El a su vez envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que predicando el Evangelio a toda criatura anunciasen que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6).

Jesús presente y actuante en los Sacramentos

 "Para llevar a cabo una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, 'ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando uno bautiza, es Cristo quien bautiza" (SC 7).[8] "El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial" (LG 10), que está al servicio del sacerdocio bautismal, garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los apóstoles y por ellos a sus sucesores, que reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona (Cf Jn 20,21-23; Lc 24,47; Mt 28,18-20).[9] En efecto, "Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los apóstoles, les confía su poder de santificación; se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta sucesión apostólica estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden" (CEC 1087).[10]

Los sacramentos son realizaciones concretas de la sacramentalidad de la Iglesia. Cada sacramento es un acto visible y eficaz realizado por la Iglesia como comunidad de salvación. O, dicho de otro modo, un sacramento es un acto personal de Cristo, que nos abraza en el plano de la visibilidad terrestre de la Iglesia. Los sacramentos son, por tanto, expresión de la voluntad salvífica de Cristo ofrecida a todo hombre bajo una forma eclesial visible. Son el don eficaz de la gracia de Cristo en el seno de la Iglesia.

"Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan.[11] Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; El es quien bautiza, El quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder" (CEC 1127).

 En los sacramentos, la gracia viene a nosotros en la visibilidad eclesial. Por ello, los sacramentos no son auténticos si no son eclesiales. Sacramentos e Iglesia son realidades coextensivas. Donde hay sacramentos hay Iglesia y donde hay Iglesia hay sacramentos. "La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la salvación.[12] La gracia sacramental es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (Cf 2p 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador" (CEC 1129).

Así puede desarrollarse entre los cristianos un verdadero espíritu filial con respecto a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que va más allá del simple perdón de nuestros pecados y actúa especialmente en el sacramento de la Reconciliación. Como madre previsora, nos prodiga también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor (2040).[13]

Los sacramentos, como ha enseñado siempre la Iglesia, obran ex opere operato, es decir, independientemente de la santidad personal del ministro. Sin embargo, hay que afirmar que  "los frutos de los sacramentos dependen de las disposiciones del que los recibe" (CEC 1128)[14]. La catequesis del Camino se orienta a crear estas disposiciones para que los cristianos reciban toda la inmensa riqueza de gracia de los sacramentos. Volviendo a proponer, por etapas, el bautismo recibido de pequeños, se pretende llevar al neocatecúmeno a acoger y hacer fructificar la gracia recibida. Y con la renovación del bautismo se descubren también los otros sacramentos. La iniciación a la fe cristiana adulta en un régimen de pequeñas comunidades lleva a descubrir que los sacramentos "no sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe" (SC 59).

Por esto, los sacramentos celebrados en las Comunidades van precedidos y acompañados por catequesis mistagógicas. Así, mediante los sacramentos, los cristianos, renacidos como hijos de Dios en el bautismo, se encuentran con el amor de Dios, que perdona y reconcilia, que dona su Espíritu, que invita al banquete eucarístico, renovación del sacrificio de Cristo en la cruz, que purifica, eleva y consagra el amor humano del hombre y la mujer, haciendo de él un signo del amor de Cristo a la Iglesia, su esposa, y que, finalmente, santifica y alivia el dolor humano asociándolo al sacrificio de Cristo, restituyendo al enfermo la salud inmediata o escatológicamente, asociándolo a su victoria en la resurrección.

 La salvación viene sólo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuera el autor de nuestra salvación". Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe (CEC 169).

El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la iniciación cristiana. Fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo (CEC 1533). Mediante los sacramentos del Bautismo y la Confirmación todos los fieles son consagrados con el sacerdocio común (Cf CEC 1535).

Dentro de este sacerdocio, común a todos los bautizados, participación del único sacerdocio de Cristo, los presbíteros ejercen su ministerio jerárquico como representantes de Cristo Cabeza y Pastor. En virtud del Sacramento del Orden presiden la Comunidad en la Celebración de la Palabra y de la Eucaristía. Los presbíteros, hermanos en la fe de los demás miembros de la Comunidad, ejercen para los demás el ministerio del perdón de los pecados en el Sacramento de la Reconci­liación (Cf PO 2). Es lo que ha afirmado el Vaticano II, señalando la diferencia, no sólo gradual, sino esencial entre "sacerdocio común" y "sacerdocio ministerial o jerárquico", añadiendo que "se ordenan el uno al otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo" (LG 10).[15]

 

b) SACRAMENTOS DE LA INICIACION CRISTIANA

El redescubrimiento del Bautismo, puerta de la Iglesia, introduce al cristiano en toda la riqueza sacramental de la comunidad cristiana. La gracia del Bautismo es "confirmada" y robustecida en el sacramento de la Confirmación, que nos introduce más profundamente en la filiación divina, nos une  más firmemente a Cristo, aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo y hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia, haciendo de nosotros verdaderos testigos de Cristo, para confesar el nombre de Cristo sin sentir jamás vergüenza de su cruz.[16] Y esta iniciación cristiana se completa en el sacramento de la Eucaristía, culmen y fuente de la vida cristiana: "La sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor" (CEC 1322).

 "Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana... En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y, finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio de los sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (CEC 1212).

Fin del Camino es llevar el Concilio a las parroquias, traducir la teología conciliar en vida renovada de los bautizados. "Tales Comunidades -dice el Papa en la carta a Mons Cordes ya citada- hacen visible en las parroquias el signo de la Iglesia misionera y 'se esfuerzan por abrir el camino a la evangelización de aquellos que casi han abandonado la vida cristiana, ofreciéndoles un itinerario de tipo catecumenal, que recorre todas aquellas fases que en la Iglesia primitiva recorrían los catecúmenos antes de recibir el sacramento del Bautismo; les acerca de nuevo a la Iglesia y a Cristo'.[17] Y la Carta sigue afirmando que es el anuncio del Evangelio, el testimonio en pequeñas comunidades y la celebración eucarística en grupos lo que permite a sus miembros ponerse al servicio de la renovación de la Iglesia". Esta renovación el CEC la explicita así:

"Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que costa de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística" (CEC 1229). "Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con un período de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana" (1230).

"En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del Evangelio está aún en sus primeros tiempos, el Bautismo de adultos es la práctica más común. El catecumenado (preparación para el Bautismo) ocupa entonces un lugar importante. Iniciación a la fe y a la vida cristiana, el catecumenado debe disponer a recibir el don de Dios en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía" (1247). "El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad permitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a madurez su conversión y su fe. Se trata de una 'formación y noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la liturgia y la caridad del pueblo de Dios' (AG 14; OICA 19 y 98)" (1248).

 "Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de este sacramento, éste se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior el bautismo, sino del desarrollo de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis" (1231).

 

Sacramento de iniciación: BAutismo

BAUTISMO

El Bautismo es realmente el centro de toda la vida de las Comunidades. La teología bautismal de las Comunidades, -inspirada en los descubrimientos arqueológicos de los baptisterios de las iglesias primitivas de Nazaret y de otros lugares-, se presenta en el Camino por un descendimiento del catecúmeno de siete peldaños hasta quedar sumergido en la piscina bautismal.[18] En el Bautismo el cadáver del hombre viejo queda sepultado dentro del agua, que significa la muerte. De la misma forma que Jesús ha entrado en la muerte y ha sido sacado de ella por Dios como hombre nuevo resucitado, así el hombre, entrando y saliendo del agua muere y resucita, realizándose en él la muerte y resurrección de Jesucristo. El que sale del agua es un hombre nuevo, "nacido del agua y del Espíritu" (Jn 3,5; Cf Rm 6,1ss). Ya Santo Tomás afirmaba: "Se debe afirmar que el bautismo por inmersión es... más recomendable, porque de ese modo se expresa mejor el significado de la sepultura de Cristo".[19] El catecumenado es ese descendimiento hasta las aguas del Bautismo, es decir, es el camino de conversión, de desnudamiento del hombre viejo, hombre de pecado, para dejarle sepultado en las aguas y renacer de nuevo con Cristo.

"La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo (es 'mistago­gia'), procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los 'sacramentos' a los 'misterios'"  (CEC 1075). "El Bautismo, cuyo signo original y pleno es la inmersión, significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro muriendo al pecado con Cristo para una vida nueva: 'Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva' (Rm 6,4)" (CEC 628). "Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa 'sumergir', introducir dentro del agua; la 'inmersión' en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El como nueva criatura" (CEC 1214).

  "Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebaja­miento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre" (CEC 537). "El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado" (CEC 1234).

Los Padres de la Iglesia han relacionado la fuente bautismal, de la que salen los regenerados por el agua y el Espíritu Santo, con el seno virginal de María, fecundada por el Espíritu Santo. María Virgen está junto a toda fuente bautismal. Así dice san León Magno: "Para todo hombre que renace, el agua bautismal es una imagen del seno virginal, en la cual fecunda a la fuente del bautismo el mismo Espíritu Santo que fecundó también a la Virgen".[20]

"Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebaja­miento humilde y descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y 'vivir una vida nueva' (Rm 6,4)" (CEC 537). "El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito 'una nueva creación' (2Cor 5,17), un hijo adoptivo de Dios, que ha sido hecho 'partícipe de la naturaleza divina' (2P 1,4), coheredero con El (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo" (CEC 1265).

La iniciación cristiana comienza en el agua sobre la que, como al comienzo del mundo (Gn 1,2), el Espíritu aletea como si la incubara, en expresión de los Padres. Por la invocación del Espíritu Santo, el agua del bautismo adquiere la fuerza de santificar. El Espíritu mismo es simbolizado por el agua: El es el agua viva que brota hasta la vida eterna. Y dado que la litur­gia traduce en ritos, acompaña­dos por la palabra, lo que Dios obra, la Iglesia consagra el agua bautismal invocando el Espíritu en una solemne epíclesis. En la bendición del agua se evoca el lazo que, a lo largo de la historia de salvación, une al Espíritu y al agua:

Oh Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar.

Mira ahora a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del bautismo. Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíri­tu.

Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el bautismo, resuciten con El a la vida inmortal.[21]

 El Espíritu Santo nos es dado, en primer lugar, en el bautismo. El Espíritu, que resucitó a Jesús (Rm 1,4;8,11), ha­ce que el cristiano entre en la pascua del Señor; en él son bautizados los fieles para formar un solo cuerpo, que es cuer­po de Cristo (1Cor 12,13). El bautismo es el "nuevo nacimiento del agua y del Espí­ri­tu Santo" (Jn 3,5). Para hacernos nacer de nuevo y poder en­trar en el Reino del Padre ha venido Jesucristo, "que bauti­za con Espíri­tu Santo" (Jn 1,33), "en Espíritu Santo y fuego" (Mt 3,11). Aco­gido el Evangelio, es preciso "que cada uno se haga bauti­zar en el nombre de Jesucristo para remisión de los pecados y para recibir el don del Espíritu Santo" (He 2,38). Pues el bautismo es "el baño de regeneración y de renovación del Espíritu San­to" (Tt 3,5-6);en él "hemos sido lava­dos, santifi­cados y jus­tificados en el nombre del Señor Jesu­cristo y en el Espíri­tu de nuestro Dios" (1Cor 6,11).

 Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo. El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble (carácter) de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación. Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado (CEC 1272).

Esto es el Bautismo. Así lo celebra la Iglesia y lo da a quien, niño o adulto, lo recibe. El Camino neocatecumenal es una "praxis" que ofrece las riquezas de esta teología bautismal a quienes, habiendo recibido ya el Bautismo, les ha faltado aquella iniciación necesaria para que lo signos visibles conduzcan al misterio invisible contenido en el sacramento.[22] Es inmenso el trabajo que el Camino ha desarrollado para restaurar en la Iglesia el Bautismo por inmersión, praxis que de hecho había desaparecido en la Iglesia latina y que varios documentos postconciliares vuelven a proponer como la forma "que expresa más claramente la participación en la muerte y resurrección de Cristo".[23]

En la Vigilia pascual, el bautismo por inmersión de los niños -y de los adultos en los países paganos- ofrece a la noche de Pascua un nuevo signo sacramental del paso de la muerte a la vida. De este sacramento, celebrado de Pascua en Pascua, brota todo el proceso catecumenal. En él se inspiran todos los pasos del Camino, en los que se reviven las diversas etapas del Bautismo. Por ello la Vigilia pascual, celebrada con la plenitud de los signos propuestos por la renovación conciliar, es tan vital para el Camino neocatecumenal.

En las Comunidades neocatecumenales no se repite, ciertamente, el Bautismo, sino que se intenta hacer gradualmente realidad en la vida del cristiano lo que la liturgia bautismal y pascual celebra, reproduciendo en nosotros la muerte de Cristo, para que también se manifiesta en nosotros su resurrección (Cf 2Co 4,10). Es lo que ya el Papa Pablo VI dijo a las Comunidades neocatecumenales: "Vivir y promover este despertar es considerado por vosotros como una forma de catecumenado postbautismal, que podrá renovar en las comunidades cristianas de hoy aquellos efectos de madurez y de profundización que en la Iglesia primitiva eran realizados en el período de preparación para el bautismo. Vosotros lo hacéis después: yo diría que el antes o después es secundario. El hecho es que vosotros miráis a la autentici­dad, a la plenitud, a la coherencia, a la sinceridad de la vida cristiana. Y esto tiene un mérito grandísimo, repito, que nos consuela enormemente".[24]

 

Sacramento de la Confirmación


CONFIRMACION

El bautismo y el "sello del Espíritu" o "unción con el crisma" son dos momentos de un mismo proceso sacramental. En la Igle­sia antigua, los dos sacramentos se realizaban en una sola celebración. Hoy, en cambio, en la Iglesia latina, están separados.[25] Pero tanto en la invitación a la oración, como en la oración que acompaña la imposición de manos en el sacramen­to de la confirmación apare­ce la unión entre los dos sacramen­tos:

Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso y pidámosle que derrame el Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción, que renacieron ya a la vida eterna en el Bautismo, para que los fortalezca con la abundancia de sus dones, los consagre con su unción espiritual y haga de ellos imagen perfecta de Jesucristo.

Y, a continuación, el Obispo, imponiendo las manos sobre los confirmandos, ora:

Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíri­tu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor.[26]

Y, luego, mientras reciben la unción del crisma, que se hace con la imposición de las manos, dice a cada uno: "Recibe el sello del don del Espíritu Santo".[27]

El bautismo cristiano es bautismo en el Espíritu Santo; confiere la regenera­ción, introduce en la vida de Cristo, en su cuerpo eclesial.[28] ¿Qué añade la confirma­ción? La confirma­ción sella el bautismo con el don del Espíritu Santo. Con el bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada:

En efecto, a los bautizados "el sacramento de la confirmación los une más íntimamen­te a la Iglesia y los enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo...para difundir y defender la fe con sus palabras y su vida" (LG 11), como verdaderos testigos de Cristo (Cf CEC 1285).

        La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el "carácter", que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo (CEC 1304).

Esta unidad de la iniciación cristiana se subraya en las Comunidades con la renovación del sacramento de la Confirmación inmediatamente después de la renovación de la última etapa del Bautismo, es decir, la renovación de las promesas bautismales.[29] A partir de este momento, además de las catequesis mistagógicas, los hermanos de las Comunidades comienzan a celebrar los diversos temas sobre el Espíritu Santo: unción, sello, crisma, imposición de manos, dones, frutos...[30]

El sacramento de la Confirmación es visto en el Camino como la plena efusión del Espíritu Santo. Esta efusión del Espíritu Santo confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal, como es descrito en el CEC:

-nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abba, Padre" (Rm 8,15);

-nos une más firmemente a Cristo;

-aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;

-hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (Cf LG 11);

-nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz.[31]

Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de Sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu.[32]

En las catequesis mistagógicas y en las celebraciones los hermanos de las Comunidades descubren y son ayudados a vivir las riquezas del sacramento de la Confirmación. Pentecostés es la culminación de la pascua, su consuma­ción. El bautismo nos asemeja a la muerte y resurrec­ción de Jesús (Rm 6,3-11). La confirmación da plenitud a esa nueva vi­da con el don del Espíritu del Señor, fruto maduro de su pascua. En Cristo se dio un primer envío del Espíritu Santo, que hizo que existiera en el seno de María, y después recibió la unción del mismo Espíritu en el bautismo para su misión de Mesías. La venida del Espíritu sobre María hace que nazca en nuestra carne el Hijo de Dios; al salir del agua en el Jordán desciende de nuevo el Espíritu y permanece en El, consagrán­do­lo para su Misión de revelador del Padre, como Siervo suyo. Así el bautismo hace que seamos concebidos en el seno de la Iglesia y nazcamos como hijos de Dios. Y la confirmación nos consagra para la misión como testigos de Cristo y su Evange­lio. Es lo que desde el principio hizo Dios: primero crea un cuerpo y luego le dio el soplo, el espíritu (Gn 2,7; Ez 37).[33] Cristo significa ungido. Los padres y la liturgia nos dicen que no podemos ser plenamente cristianos sin que se exprese sacramental­mente la unción del Espíritu.[34]

En el sacramento de la confirmación, con el sello del don del Espíritu, el bautizado queda plenamente acogido en la Iglesia. Por ello la confirmación está reservada al Obispo: se trata de la inserción plena en la comunidad apostólica de la Iglesia. El Obispo, representante de la apostolicidad de la Iglesia, marca al bautizado con el sello del Espíritu. Es lo que ya hicieron Pedro y Juan con los samaritanos; evangeliza­dos y bautizados por Felipe, los apóstoles les imponen las manos (He 8,14-17). Lo mismo Pablo, en Efeso, hace bautizar en el nombre del Señor a los discípulos de Juan y él les impone las manos (He 19,1-6). La iniciación cristiana es eclesial y la realiza el didáskalo o maestro, pero la sella el Obispo, que preside la Iglesia como portador de la apostolicidad de la Iglesia y representante de su unidad y catolicidad.[35]

 

Eucaristía

EUCARISTÍA[36]

La comunidad eclesial, en la que cada uno ha sido inserido por la fe y el bautismo, se edifica con la Eucaristía. El Bautismo es la incorporación a un cuerpo edificado y vivificado por el Señor Resucitado mediante la Eucaristía, de tal modo que este cuerpo puede ser llamado realmente Cuerpo de Cristo. La Eucaristía es, por tanto, fuente y fuerza creadora de comunión, porque crea la comunión de cada uno de los participantes con Cristo y entre ellos: "Porque hay un solo pan, nosotros, aún siendo muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan" (1Cor 10,17). Como dice san León Magno: "Nuestra participación en el cuerpo y sangre de Cristo no tiende a otra cosa sino a transformarnos en aquello que recibimos".[37]

 La Eucaristía para el Camino Neocatecumenal es, como para el Vaticano II, "fuente y culmen de la vida cristiana".[38] Desde el comienzo se celebra como fuente de comunión entre los hermanos. Es la Eucaristía la que hace presente la pascua del Señor, arrastrando a los hermanos de su muerte por el pecado a una novedad de vida. Pero, luego, en el proceso neocatecumenal, la Eucaristía será la última etapa del camino, como culminación de la iniciación cristiana. Las tres etapas del camino son Humildad-Sencillez-Alabanza. El que ha recorrido todo el camino vive su vida en alabanza a Dios, en Eucaristía,  en acción de gracias, porque ha descubierto que todo en él es gracia de Dios. Su vida será un "culto espiritual", "una liturgia de santidad", entregando su cuerpo a la evangelización y al servicio de Dios y de los hombres, como hostia viva, santa e inmaculada ofrecida a la voluntad del Padre.

La Eucaristía aparece como fuente y culmen de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el cuerpo de Cristo (PO 5; Cf  AG 9; PO 5; CD 30).

La Eucaristía tiene sus raíces en la Pascua judía, memorial de la liberación de Egipto (Ex 12,1-14), de la alianza del Sinaí y de la entrada en la Tierra Prometida. El Dios de Israel ha visto la miseria de su pueblo, ha oído su grito y ha descendido para liberarlo, para ponerlo en camino hacia la libertad (Cf Ex 3,7-8): la aparición de Dios, su intervención como podemos ver en la historia de la salvación, abre un camino, pone en tensión la historia, convoca un pueblo que celebra en la exultación, en la "berakkah", en la "eucaristía, las grandes hazañas de Dios.

La Eucaristía, que Jesucristo instituye en la última cena, no es una cena de despedida, sino su Pascua, memorial, no ya de la liberación de la esclavitud de Egipto, sino de la liberación de la muerte, de la que era figura la esclavitud de Egipto: "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Jesucristo dice: "Ha llegado mi hora", la hora de pasar de este mundo al Padre; "he deseado ardientemente come esta Pascua con vosotros" (Lc 22,15). Para esto he venido. Jesucristo ha venido para realizar este paso de la muerte a la vida. Por tanto ha llegado su hora. El Concilio de Trento afirma que al celebrar la antigua Pascua, que toda la comunidad de Israel celebraba en memoria de su salida de Egipto, Cristo instituyó en sí mismo la nueva Pascua, "en memoria de su paso de este mundo al Padre, cuando a través de la efusión de su sangre nos redimió y nos arrancó del poder de las tinieblas para trasladarnos a su reino".[39]

Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre para perpetuar así el sacrificio de la cruz a lo largo de los siglos hasta su vuelta, confiando de este modo a su amada Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección; sacramento de pie­dad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, "en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura"[40] (SC 47).

 "Haced esto en memoria mía", dice Jesús a sus discípulos (Cf 1Co 11,24.25). Cristo, en la Eucaristía, lleva a cumplimiento, sustituye el antiguo memorial con el de su Pascua, que él realiza mediante su muerte y resurrección. Cristo "no se aleja en su 'eucaristía' de los 'signos pascuales' del pan y del vino, que el ritual judío le presentaba, porque es a través de ellos, llevando a cumplimiento su significado, como su pascua ritual se convierte en continuación, pero en el plano de la realidad, del rito antiguo".[41]

San Juan hace coincidir la muerte de Jesús con el momento en que en el templo eran inmolados los corderos pascuales (Cf Jn 19,13-14). Jesús sobre la cruz se da en sacrificio por nosotros, derrama su sangre por todos los hombres, para el perdón de los pecados. La cena pascual depende de aquel sacrificio; por ello, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica:  "La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor" (1382).[42] En la Eucaristía se hace presente esta donación de Cristo "por nosotros": en la fracción del pan se expresa significativamente esta donación sacrificial de Cristo.[43]

"Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1Cor 11,26). La renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, una vez superadas las tensiones originadas por la reforma acerca de la participación del cáliz,[44] ha podido volver a la tradición neotestamentaria y patrística, proponiendo de nuevo a toda la Iglesia la plenitud de los signos: "La santa Comunión expresa con mayor plenitud su forma de signo si se hace bajo las dos especies".[45] Y el mismo texto pide a los pastores de almas que "exhorte" a los fieles "a participar más intensamente en el sagrado rito en la forma en que mejor se evidencia el signo del banquete".[46]

 "La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Se le llama: Eucaristía, porque es acción de gracias a Dios; banquete del Señor, porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero en la Jerusalén celestial; fracción del pan, porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia, sobre todo en la última Cena... Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él; asamblea eucarística, porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia; memorial de la pasión y de la resurrección del Señor; santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador; o también santo sacrificio de la misa, sacrificio de alabanza, sacrificio espiritual, sacrificio puro y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza" (CEC 1328s)

Para acercarse dignamente a este admirable sacramento ya San Pablo exhortaba: "Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1Co 11,27-29). Por tanto "quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación ante de acercarse a comulgar".[47]

El Camino neocatecumenal está haciendo un gran esfuerzo para llegar esta teología del Concilio a las parroquias: se trata de llevar a los fieles, habituados tantas veces a asistir estáticamente a la misa y ver en ella únicamente el Sacrificio de Cristo o sólo un banquete fraterno, a una dinámica más pascual de muerte y resurrección. La Eucaristía es un verdadero sacrificio,[48] "un sacrificio visible (como la naturaleza humana exige" mediante el que se representa el único sacrificio de Cristo sobre la cruz.[49] Pero es también "memorial de su paso de este mundo al Padre".[50] Los signos litúrgicos del pan y del cáliz de libertad nos introducen en el misterio de muerte y resurrección de Cristo, haciéndonos participar de su muerte, de su resurrección liberadora, de la plenitud del misterio pascual de Cristo.

"El misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido" (CEC 1169).

 La riqueza de los signos litúrgicos ofrece a la mistagogía de la iniciación cristiana, que el Camino neocatecumenal abre en las parroquias, toda su fuerza para entrar en contacto y vivir el misterio celebrado. Por esto, la Eucaristía que se celebra en el Camino se inspira directamente en la Vigilia pascual, "fiesta de la fiestas", "solemnidad de las solemnidades".[51] La riqueza de los signos litúrgicos de esta noche santa -la luz, las 9 lecturas, la espera escatológica durante toda la noche, los buatismos por inmersión y, sobre todo, la celebración en la Eucaristía, "antes del alba", de la resurrección de Cristo, en la exultación y en la fiesta- se ha revelado un medio insustituible para catequizar,[52] a través de la Liturgia, a tanta gente, sobre todo a aquellos que se habían alejado de la Iglesia. La luz de este centro glorioso ha llevado a acentuar al máximo la dimensión pascual de la celebración eucarística, celebrándola al comienzo del domingo, en la noche entre el sábado y el domingo,[53] como una pequeña vigilia, que introduce semanalmente en el día del Señor, en el descanso dominical.

"La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón día del Señor o domingo" (CEC 1166). "A partir del triduo pascual, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor" (1168). "Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la Fiesta de las fiestas, Solemnidad de solemnidades; como la Eucaristía es el sacramento de los sacramentos, el gran sacramento" (1169).

Con la riqueza más plena de los signos, tal celebración se ha manifestado una ayuda fundamental para poder vivir la propia fe en una tensión moral seria. Para cada hermano, llegar a la Eucaristía el sábado en la tarde significa ver la misericordia del Señor que, en su ternura, nos ha dejado el sacramento de su Pascua para que podamos pasar con él del egoísmo al amor, de la tristeza a la alegría, del pecado a la gracia. Mientras a lo largo de toda la semana el demonio ha intentado, mediante las dificultades y el sufrimiento, convencernos de que Dios no nos ama, en la Pascua del Señor, celebrada cada domingo, Dios vuelve a revelarse, a pasar, a mostrar toda la grandeza y poder de su amor para con nosotros, a comunicarnos su vida inmortal, que nos permite subir a la cruz y seguir las huellas de su Hijo hacia la casa del Padre. En este contexto, los signos litúrgicos desarrollan al máximo su eficacia salvífica. Cada uno se siente ayudado por el amplio espacio dedicado a la liturgia de la Palabra, (en la que los hermanos son invitados por el Presidente a poner, antes de la Homilía,  su vida a la luz de la Palabra, para que esta pueda penetrar hondamente en ella, iluminándola) y por la mesa preparada, sobre la que se hace presente el sacrificio de Cristo, donde Cristo se hace pan que se parte y ofrece para cada uno, para destruir la muerte, para resucitarlo y transportarlo a su reino glorioso, a la tierra prometida de la vida eterna, significada por la copa de la Nueva Alianza, sangre de Cristo derramada por nuestros pecados.

 Pan ázimo, que puede recordar la aflicción y esclavitud de Israel en Egipto, prototipo de toda aflicción y esclavitud nuestra; pan partido, que hace presente la inmolación del verdadero cordero sin mancha, Cristo, nuestro Señor, que nos llama a abandonar toda levadura de pecado e hipocresía; pan que, según las indicaciones de los Principios y normas para el uso del Misal Romano, debe aparecer realmente en forma de alimento que se parte y distribuye a los fieles.[54] Copa de vino de la que se invita a participar, vino del Reino que anuncia la fiesta de la entrada en la Tierra prometida, en la vida eterna, donde tenemos acceso en la Nueva Alianza sellada en la sangre de Cristo, vino nuevo profetizado por la Virgen en las bodas de Caná.[55]

La Eucaristía

La catequesis, que acompaña y nutre toda la iniciación cristiana, incluye las celebraciones litúrgicas. El motivo por el que se hacen en el seno de la pequeña comunidad no es ni por elitismo ni por gusto del secreto, sino para favorecer una participación más perfecta en lo que los sacramentos significan y realizan en nosotros. La praxis de las Comunidades neocatecumenales de celebrar la Eucaristía doninical en pequeñas comunidades no contradice ni rompe la unidad de la Parroquia, sino todo lo contrario, realizando una síntesis entre Palabra (catequesis), cambio de vida y Liturgia, contribuye al crecimiento progresivo de la auténtica asamblea cristiana a la que se orienta la renovación del Concilio.

El domingo es el día de la resurrección del Señor. Es también el día en que Cristo resucitado se presenta en medio de sus discípulos y bebe con ellos el vino nuevo del Reino (Lc 22,18). Por ello el domingo evoca tres aspectos: es memorial de la resurrección, que celebramos en la fe; es espera del retorno del Señor, que vivimos en la esperanza; y es el día de la asamblea cristiana, en la que, a través de la Palabra y la Eucaristía, se da una presencia actual del Señor entre los suyos, en la que comulgamos en la caridad. La comunidad cris­tiana, congregada en el amor y la unidad, es la visibilización sacramental de la resurrección del Señor.

 Por ello no hay domingo sin Eucaristía. Lo que hace que el primer día de la semana sea el día del Señor y el día de la comunidad del Señor es la celebración de la Eucaristía. En la asamblea cristiana existe y se realiza la Iglesia. La tradición cristiana ha creído siempre que, si es verdad que la Iglesia hace la Eucaristía, también es verdad que la Eucaristía hace la Iglesia: "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1Cor 10,17). Comiendo de ese pan, que es el cuerpo de Cristo, los creyentes son asimilados a Cristo y se transforman en su cuerpo. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo y el pan que partimos es comunión con su cuerpo (Cf 1Cor 10,16).

El cuerpo de Cristo "entregado" y su sangre "derramada" conectan la Eucaristía con la pasión de Cristo para nuestra redención: "El cual se entregó por nosotros a fin de resca­tarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo" (Tt 2,14). Esto es lo que nos transmite San Pablo, lo mismo que él ha recibido: "que Cristo murió por nuestros pecados" (1Cor 15,3). Esta es la prueba del amor que Dios nos tiene: "que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,8). Y San Pedro dirá: "Sabiendo que habéis sido rescatados...no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha ni mancilla" (1P 1,18-19). El sentido pasivo empleado en la fórmula "entregado por vosotros" es la manifestación de que Cristo es, como Siervo de Yahveh, entregado por el Padre para nuestra redención. Es Dios mismo quien nos proporciona el sacrificio de Cristo como don. Comulgar del cuerpo de Cristo entregado por nosotros y beber la sangre de Cristo derramada por nosotros es acoger la redención de Cristo, hacer que "Cristo no haya derramado su sangre en vano". Esto supone aceptar la cruz nuestra de cada día y seguir a Cristo con la entrega de nuestra vida a Dios por los hombres, "completando en nuestra carne lo que falta a la pasión de Cristo" (Cf Col 1,24).

Y, si la pascua y la alianza antigua crearon el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, ahora la Iglesia se crea y recrea como comunidad, nuevo pueblo de Dios, en la Eucaristía. La Iglesia es la comunidad que nace de la Pascua de Cristo y de la nueva y eterna alianza que El sella con su sangre. La Eucaristía es el signo visible del don del Espíritu Santo, que crea la comunión de los cristianos. Unos hombres distintos, separados y opuestos por todos los gérmenes de división que llevan consigo por su condición de pecadores, pero lavados en el baño de regeneración y trasladados al Reino que inauguró la resurrección del Señor y vivificados por el Espíritu, se convierten en Iglesia que bendice con una sola voz y un solo corazón al Padre.

La dimensión comunitaria de la Eucaristía la resaltan sobre todo los Padres de los primeros siglos, cuando la Eucaristía se celebraba en pequeñas comunidades (Didaché). La comunión del único pan y del único cáliz hace de nosotros los miembros de Cristo. Esto significa descubrir a la Iglesia como cuerpo de Cristo, como comunión divina de personas. La celebración de la Eucaristía en pequeñas comunida­des resulta una educación óptima para descubrir el misterio de la Iglesia como cuerpo visible de Cristo, en el que realizan los signos del amor y de la unidad, que llaman a la fe al mundo secularizado.

El día del Señor es, pues, el día de la Iglesia, su esposa, que se congrega para escuchar la Palabra, celebrar la Eucaristía y vivir fraternamente la alegría de Cristo resuci­tado. Los cristianos se alegran celebrando a Jesús como su Señor. No celebran su vida, su amistad o su convivencia. Esto sería banalizar la celebración cristiana. La Iglesia se goza en el Señor, fuente de su vida, de su comunión y de su unidad. El encuentro con Jesús resucitado es manantial de fraternidad porque antes es reconcilia­dor (1Jn 3,14).

La asamblea cristiana, templo del Espíritu de Dios, hace del cuerpo de cada cristiano templo del Espíritu Santo (1Cor 6,19). Y así el cristiano eleva en su vida un "culto espiritual" a Dios (Rm 12,1). Toda su vida es una "liturgia de santidad", de alabanza a Dios. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es la gracia personificada del amor de Dios. Los creyentes reciben el Espíritu Santo, y sus dones, de la riqueza de la vida trinitaria. Y ante este don sólo cabe la gratitud: "La vida cristiana, vida de gracia, de fe y amor, nace de la plenitud y, por consiguiente, es una vida en agradecimiento, una vida eucarística"[56]: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 56-57). Como Cristo tiene una comida, que es hacer la voluntad del que le ha mandado, y esta es la esencia de su sacrificio sobre la cruz, también se le da un pan al discípulo: la carne de Cristo. El pan que el Hijo del hombre da es un pan que da la vida eterna. Dice el Señor: "Yo soy el pan bajado del cielo" (Jn 6,41). Es él que ha hecho la voluntad de Dios. El no se ha vuelto atrás, sino que entrando en el mundo ha dicho: He aquí que vengo para hacer tu voluntad (Cf Hb 10,5ss). Nosotros, comiendo el pan de Cristo en la Eucaristía nos incorporamos a él y aprendemos con él a comer el pan de la voluntad de Dios en la historia, en la vida de todos los días: "Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis... Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha mandado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,32s).

La asamblea eucarística es fuente de esperanza, alimento de la fidelidad y aceite para las lámparas con que aguardamos el retorno del Señor. De aquí que la Pascua y la Eucaristía dominical, como pascua semanal, sea el centro de toda la vida de la comunidad cristiana. De Eucaristía en Eucaristía, a lo largo de la historia, hasta que el Señor vuelva, el acontecimiento pascual de su muerte y resurrección va transformando el corazón de los creyentes y liberando a la creación entera de la vanidad y corrupción a que está sometida, llevándola a "la participación en la gloriosa libertad de los hijos de Dios"  (Rm 8,20). Así todo tiempo (cronos) es "tiempo de gracia" (kairós) para el cristiano. En todo momento, a través de todos los hechos de la historia, Dios manifiesta al cristiano su amor y su voluntad.

 De la experiencia pascual de Cristo en la celebración de la Eucaristía ha brotado la adoración del Señor, realmente presente bajo las especies eucarísticas. "La piedad que impulsa a los fieles a postrarse ante la Eucaristía, les atrae a participar más profundamente en el misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de quien con su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su cuerpo. Permaneciendo junto a Cristo Señor, ellos escuchan de su íntima familiaridad y ante él abren su corazón, orando por sí mismos, por sus seres queridos y por todos, por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan por ese admirable intercambio, un aumento de fe, de esperanza y de caridad. Alimentan, pues, de este modo las justas disposiciones para celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha sido dado por el Padre".[57] En el Camino neocatecumenal se da particular relieve a la adoración del Santísimo Sacramento, además de en la celebración eucarística y en otros momentos fuera de ella, sobre todo en la novena de preparación a la fiesta del Curpus Domini, en la que todas las comunidades, a partir de un cierto momento del camino, son invitadas a hacer, en pequeños grupos, una vigilia nocturna de adoración ante el santísimo Sacramento, solemnemente expuesto.

A la celebración eucarística, la Iglesia ha vinculado la liturgia de las horas en la que se expresa la "alabanza perenne", como santificación del tiempo. Las Comunidades Neocatecumenales, a partir de una etapa del Camino, se incorporan a esta alabanza  perenne de la Iglesia, anticipación de la alabanza eterna del Reino de los cielos, pues la alabanza perenne a Dios será el eterno oficio gozoso de la asamblea celeste. La liturgia de las horas introduce al hombre, en cuanto bautizado, nacido de lo alto, en el coro celeste de la alabanza divina.[58]  La salmodia de la Iglesia es "hija del canto que resuena incesantemente ante el trono de Dios y del Cordero".[59]

Sacramento de la Penitencia o Reconciliación

 

c) SACRAMENTO DE LA PENITENCIA[60]

Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en "vasos de barro" (2Cor 4,7). Por ello, esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.[61] El Señor Jesucristo ha querido comunicar a la Iglesia el poder de perdonar el pecado con la fuerza del Espíritu Santo. Es el don del sacramento de la Penitencia.

En este combate contra la inclinación del mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuera para ella el único medio de servirse de las llaves del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida" (CEC 979). "Por medio del Sacramento de la Penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia" (CEC 980).

El día de Pentecostés, como manifestación del Espíritu Santo, Pedro anuncia a Jesucristo, el Crucificado, como Señor y Cristo. Sus oyentes se sienten compungidos de corazón al descubrir la magnitud de su pecado a la luz de la cruz de Cristo, y preguntan a Pedro y a los demás Apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Convertíos y haceos bautizar en el nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados y recibiréis el Espíritu Santo" (He 2,37-38).

 El cristiano cree y celebra el "perdón de los pecados" en la Iglesia, en la que nació a la vida de hijo de Dios, acogido desde el comienzo gratuitamente, con el perdón de su pecado por el Bautismo. Su experiencia primordial, origen de su vida, es la garantía de su recreación continua en el seno de la Iglesia por "las entrañas de misericordia de Dios Padre". El perdón de los pecados se da primeramente en el Bautismo, sacramento del renacimiento del hombre muerto por el pecado. "Rajamin", la palabra hebrea que se traduce con el término misericordia, hace referencia, no al corazón, sino a la matriz. El perdón misericordioso de Dios es renacimiento, recreación.

El bautismo, según el doble simbolismo del agua, nos purifica del pecado, sepultando el hombre viejo[62]  y nos hace renacer a una vida nueva.[63] Nos lava y santifica, nos infunde el don del Espíritu Santo (He 2,38; 1Co 12,13), nos hace hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,17).

Pero el cristiano, renacido en las aguas del Bautismo, en su fragilidad, experimenta la necesidad de vivir renaciendo en un segundo y tercer...bautismo. La Iglesia, que sabe que "Dios es rico en misericordia" (Ef 2,4; Ex 34,6), se la ofrece en el sacramento de la Penitencia. San Ambrosio en su De penitentia no se cansa de repetir que en la Iglesia "hay agua y lágrimas: el agua del bautismo y las lágrimas de la penitencia". Y el Vaticano II, de toda la Iglesia, dice: "Siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8). Como escribe Tertuliano:

"Si alguien incurre en la necesidad de la segunda penitencia, que no se abata ni se abandone a la desesperación. ¡Que se avergüence de haber pecado de nuevo, pero no de levantarse nuevamente! ¿Acaso no dice El: 'los que caen se levantan y si uno se extravía torna' (Jr 8,4). El 'prefiere la misericordia al sacrificio' (Os 6,3; Mt 9,13), pues los cielos y los ángeles se alegran por la conversión de un pecador (Lc 15,7.10) ¡Animo, pecador, levántate! ¡Mira dónde hay alegría por tu retorno! La mujer, que perdió una dracma y la busca y la encuentra, invitando a las amigas a alegrarse, ¿no es paradigma del pecador restaurado? Y el buen Pastor pierde una oveja, pero como la ama más que a todo el rebaño, la busca y, al encontrarla, la carga sobre sus espaldas por haber sufrido mucho en su extravío. Y el bondadosísimo Padre, que llama a casa a su hijo pródigo y con gusto lo recibe arrepentido tras su indigencia, mata su mejor novillo cebado y -¿por qué no?- celebra su alegría con un banquete: ¡Ha vuelto a encontrar a un hijo perdido, siéndole más querido por haberle recuperado! Este es Dios. ¡Nadie como El es tan verdaderamente Padre! (Mt 23,7; Ef 3,14-15). ¡Nadie como El es tan rico en amor paterno! El te acogerá, por tanto, como a hijo propio, aunque hayas malgastado lo que de El recibiste en el bautismo y aunque hayas vuelto desnudo, ¡pero has vuelto!.[64]

 Lo mismo encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica:"Cristo, después de su Resurrección, envió a sus apóstoles a predicar en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones" (981). "Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado" (982).

"Se le denomina sacramento de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión, la vuelta al Padre del que el hombre se había alejado por el pecado" (1423). "La llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que recibe en su propio seno a los pecadores y que siendo santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación" (1428).

La Iglesia, pues, sintiéndose herida por el pecado de sus fieles, les reconcilia con Dios y con ella misma, acompañando al pecador en su camino de conversión con su amor y oración: "Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen el perdón de la ofensa hecha a Dios por la misericordia de éste y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que, pecando, ofendieron, la cual con caridad, con ejemplos y con oraciones les ayuda en su conversión" (LG 11). La confesión al sacerdote, "parte esencial del sacramento",[65] Y la Iglesia, que siente en su cuerpo el pecado de sus miembros, se alegra con su conversión y vive la solicitud de Cristo por los alejados. En el Camino es una experiencia viva el dolor y solicitud por el pecado de cada hermano y la alegría por el retorno.[66]

El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con El. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (CEC 1440).

 Frente al moralismo de tantas sectas, que anuncian el kerigma y luego todo se reduce a un sin fin de normas y prohibiciones, sin la gracia sacramental para vivir la alegría de la salvación, el Camino Neocatecumenal, fiel a la fe de la Iglesia, no separa la Palabra de los Sacramentos. El Espíritu de Dios, en la Iglesia, crea el lazo indisoluble entre la Palabra, dando testimonio de Cristo junto a los Apóstoles, y los Sacramentos, en los que actualiza para nosotros la Palabra anunciada. Así el anuncio de Jesucristo, muerto por nuestros pecados, y resucitado para nuestra justificación, se hace presente, se realiza para nosotros en los Sacramentos. Sin los Sacramentos, Cristo termina reduciéndose a un modelo externo a nosotros, que tenemos que reproducir en nuestra vida con nuestro esfuerzo. También vale lo contrario: los Sacramentos sin evangelización previa se convierten en puro ritualismo, en puro cumplimiento de obras externas, que no agradan a Dios ni dan vida al hombre.

En las Comunidades, dejando en libertad a los hermanos para acercarse al sacramento de la Penitencia en forma individual, para ayudar sobre todo a los alejados, se prefiere el esquema II del Rito de la Penitencia, es decir, la celebración comunitaria con absolución individual, hecha del modo que describe el CEC:

El sacramento de la Penitencia puede también celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en el que los penitentes se preparan juntos a la confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido. Así la confesión personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia dirigido en común, petición comunitaria del perdón, rezo del Padre Nuestro y acción de gracias en común. Esta celebración comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia (CEC 1482).

La celebración comunitaria del sacramento de la Penitencia es una gran ayuda para descubrir y vivir la conversión como penitencia interior, la dimensión comunitaria del pecado y del perdón, la reconciliación con Dios y con la Iglesia...[67]

Sólo donde hay perdón, hay reconocimiento del pecado y liberación de él. Reconocer el pecado donde hay pecado, es el primer paso para la conversión y para la salvación. "Terrible es el pecado, gravísima enfermedad del alma la culpa, pero no incurable. Siendo terrible para quien a él se adhiere, es fácilmente sanable para el que -por la conversión- se aleja de él", explica San Cirilo de Jerusalén a los catecúmenos.[68] Jesús se lo dirá a los fariseos: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado: pero como decís 'vemos', vuestro pecado permanece" (Jn 9,41). Negar el pecado es negar al Salvador. Jesús pasó entre los hombres perdonando los pecados (Mc 2,5; Lc 7,48) y otorgó a los hombres ese poder (Mt 9,8). Es el gran poder que deja a la Iglesia: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22; Mt 16,19). Es su misión: vino "a llamar a los pecadores", a "proclamar el año de gracia" o "el tiempo del perdón de Dios" (Lc 4,18-19). Como dirá San Basilio en una homilía sobre la Penitencia:

"Llamar a conversión es utilísimo a los hombres. Pues nadie hay sin pecado (Is 53,9; 1P 2,22; Jn 8,46; 2Cor 5,21). Recomendamos la conversión no para fomentar el pecado, sino deseando que el caído se levante. Pues la desespera­ción induce al caído a revolcarse en sus pecados, mientras que la esperanza de la penitencia le impulsa a levantarse y no pecar más. ¿Quiénes somos nosotros para imponer una ley a Dios? El quiere perdonar los pecados, ¿quién puede prohibirlo?...Y si preguntamos al Salvador por el motivo de su venida, nos responde: 'No vine a salvar a los justos, sino a llamar a los pecadores a conversión' (Mt 9,13). Pregúntémosle: ¿Qué llevas sobre tus hombros? y nos responde: 'La oveja perdida' (Lc 15,4-6). ¿Por qué hay alegría en el cielo?, nos responde: 'Por un pecador que se convierte' (Lc 15,7). Los ángeles se alegran, ¿y tú sientes envidia? Dios recibe al pecador con gozo, ¿y tú lo prohíbes? Y si te indigna que sea recibido con un banquete el hijo pródigo después de haber pastoreado cerdos y haber malgastado todo, recuerda que también se indignó el hermano mayor y se quedó fuera, sin participar de la fiesta...De pecador, Pablo se convirtió en evangelizador, y ¿qué dice de sí mismo? 'Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero' (1Tim 1,15). Confiesa su propio pecado para, así, mostrar la grandeza de la gracia. Pedro, que había recibido la bendición de Cristo con su confesión de fe (Mt 16,16), sin embargo le negó tres veces, no para que Pedro cayese, sino para que tú fueses consolado pues 'lloró' (Mt 26,69-75)...¿Te queda algo que oponer a la penitencia? ¿Para qué se nos lee la Palabra? Para que nos convirtamos del pecado. ¿Para qué somos regados? Para que fructifiquemos. ¿Para qué oramos? Para que nos perdonen los pecados (Mt 6,12)".[69]

La Iglesia celebra el don del Espíritu Santo como perdón de los pecados. El amor de Dios, Padre misericordioso, que ha reconciliado al mundo consigo, por la muerte y resurrec­ción de Jesucristo, ha enviado el Espíritu Santo a la Iglesia para hacer presente y actual esta obra en el perdón de los pecados, como recoge la fórmula de la absolución del sacramento de la Penitencia. Por ello el Espíritu Santo trae al cristiano la verdadera liberación: "Donde está el Espíritu del Señor, hay libertad" (2Cor 3,17). "Vosotros, hermanos, fuisteis llamados a la libertad...Si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis ya bajo la ley" (Ga 5,13.18). Es lo que canta Pablo en la carta a los Romanos:

"Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu, dador de la vida en Cristo Jesús, nos liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó al pecado en la carne, a fin de que la justicia se cumpliera en nosotros, no según la carne, sino según el Espíritu. Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el Espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las tendencias del Espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios; no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Mas  vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, ya que el Espíritu de Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el Espíritu es vida a causa de la justicia...Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis. En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pero no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor, antes bien, recibisteis un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8,1-15).

 

Sagrada Familia modelo de la comunidad



     [1] Cf LG 48; GS 45; AG 1 y 5; DH 5...

     [2] Cf S. Agustín, Epistulae, 187,11,34.

     [3] S. LEON MAGNO, Sermones, 74,2.

     [4] Este es el moralismo de tantas sectas, que anuncian el kerigma y luego todo se reduce a un sinfín de normas y prohibiciones, sin la gracia sacramental para vivir la alegría de la salvación.

     [5] ORÍGENES, Com. al Evangelio de san Juan XX, 293.

     [6] Cf LG 50; PO 5.

     [7] Cf Principios y normas generales de la Liturgia de las horas, 8.

     [8] Cf también CEC 1088-1089.

     [9] Cf CEC 1120.

     [10] Esto se hace presente en la vida de las comunidades neocatecumenales, que se inician siempre con el Obispo y el Párroco, cuya presencia es siempre pedida sobre todo en los ritos de las diversas etapas del Camino. Las comunidades se inician siempre con el párroco que, cuando no puede estar personalmente presente, delega a otro presbítero.

     [11] Cf DSch 1605 y 1606.

     [12] Cf DSch 1604.

     [13] Cf también Ritual de la Penitencia, Prenotandos, n. 2.

     [14] El Concilio de Trento, en el Decreto sobre la justificación (Sesión VI, cap. VII), afirma: "... iustitiam in nobis recipientes unusquisque suam, secundum mensuram, quam Spiritus Sanctus partitur singulis prout vult (Cf 1Co 12,11), el secundum propiam cuiusque dispositionem et cooperationem" (Dsch 1529).

     [15] Conjugando la dimensión cristológica y eclesiológi­ca del sacerdocio la exhortación Pastores dabo vobis se expresa con precisión: "El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente a la Iglesia...,totalmente al servi­cio de la Iglesia para la promoción del ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios...,prolon­gando en la Iglesia la oración, la palabra, el sacrificio y la acción salvadora de Cristo" (n.16).

     [16] Cf CEC 1303.

     [17] Cf Catecumenato postbattesimale, en Notitiae 95-96 (1974)229s.

     [18] Expresión de esta teología son también los edificio de la Iglesias renovadas por el Camino neocatecumenal, construyendo la piscina bautismal con siete gradas para descender y siete para ascender.

     [19] Sth, III, q. 66, a. 7, ad 2: "Dicendum quod in immersione expressius repraesentatur figura sepulturae Christi: et ideo hic modus baptizandi est... laudabilior. Sed in aliis modis baptizandi repraesentatur aliquo modo, licet, non ita expresse: nam, quoqumque modo fiat ablutio, corpus hominis, vel aliqua pars eius, acquae supponitur, sicut corpus Christi fuit positum sub terra".

     [20] SAN LEON MAGNO, Sermo XXV,5: PL 54,211c.

     [21] Misal Romano, Bendición del agua en la Vigilia Pascual.

     [22] Cf también CEC 1231 y Catechesi tradendae, n. 41.

     [23] Ritual del Bautismo de niños, Notas pastorales, n. 37.

     [24] PABLO VI, Audiencia del 8-5-1974, Notitiae 95-96(1974)230.

     [25] Cf CEC 1290-1293.

     [26] Rito de la Confirmación.

     [27] Cf Constitución apostólica Divinae consortium naturae del 15-8-1971 en AAS 63(1971)657-664, que dice: "El sacramento de la confirmación se confiere mediante la unción del crisma, que se hace con la imposición de las manos, y con las siguientes palabras: Accipe signaculum doni Spiritus Sancti". Es la fórmula del rito bizantino. 

     [28] Mc 1,8; Jn 1,33; 1Co 6,11; 12,13; Tt 3,5; Rm 6,4s; Ga 3,27.

     [29] Cf CEC 1321.

     [30] Cf CEC 1293ss.

     [31] CEC 1303.

     [32] SAN AMBROSIO, De mysteriis 7,42: PL 16,402-403.

     [33] SAN CIPRIANO, Epist. 74,5.

     [34] SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis mistagógicas III,1.

     [35] Cf. SAN HIPOLITO, Tradición apostólica 22,23; SAN CIPRIANO, Ep. 73,9,2; VATICANO II, LG .26.; AA 3.

     [36] Cf Catequesis de la Convivencia inicial, Cateque­sis mistagógicas al final del Camino y Convivencias de comienzo de curso sobre el "Culto espiritual" y sobre la "Liturgia de santidad".

     [37] SAN LEON MAGNO, Sermo 63; Cf CEC 1396.

     [38]  "La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor" (CEC 1322).

     [39] Cf Doctrina y cánones sobre el sacrificio de la misa, Sesión 22 (DSch 1741).

     [40] Breviario Romano, Solemnidad del SS. Cuerpo y Sangre de Cristo, II Vísperas, antífona del Magnificat.

     [41] S. Marsili, Anammesis, 3/2. La Liturgia, Eucaristia, Casale Monferrato 1983, p. 154.

     [42] Ya la Eucharisticum mysterium había afirmado: "En la Misa el sacrificio y el sagrado convite pertenecen al mismo misterio hasta el punto de estar unidos el uno al otro por un estrechísimo vínculo" (n. 3b).

     [43] De aquí la importancia que el gesto de la fracción del pan tiene dentro de la celebración de la Eucaristía y en el Camino neocatecumenal. En los principios y normas para el uso del Misal Romano (n. 283) se afirma con claridad: "La naturaleza del signo exige que la materia de la celebración eucarística se presente realmente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico, si bien ázimo y confeccionado en la forma tradicional, sea hecho de tal modo que el sacerdote en la Misa celebrada con el pueblo pueda partir realmente la hostia en varias partes y distribuirla al menos a algunos de los fieles... El gesto de la fracción del pan, con el que simplemente era designada la Eucaristía en el tiempo apostólico, manifestará siempre mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un único pan, y del signo de la caridad por el hecho que un único pan es distribuido entre los hermanos".

     [44] Cf Concilio de Trento, Doctrina y cánones sobre la comunión bajo las dos especies y la comunión de los niños (DSch 1729 y 1733).

     [45] Principios y normas para el uso del Misal Romano, 240.

     [46] Ibíd, 241.

     [47] CEC 1385; Cf también 1415.

     [48] Cf Concilio de Trento, Doctrina y cánones sobre el sacrificio de la Misa, Sesión 22 (DSch 1751).

     [49] Cf Ibíd. (DSch 1740).

     [50] Cf Ibíd. (DSch 1741).

     [51] Cf CEC 1169.

     [52] Cf CEC 1074-1075.

     [53] Lucas, partiendo del calendario judío, llama al domingo "primer día de la semana" (Hch 20,7-12). Por eso considera que este día comienza desde la tarde del sábado, a la caída del sol. Mientras los romanos contaban los días de medianoche a medianoche, los judíos lo hacían desde la caída del sol hasta la caída del sol (Cf 1Co 16,2; Ap 1,10). Los Padres de la Iglesia, como San Agustín y San León Magno, insistirán en este hecho ante los fieles de Africa y de Roma, acostumbrados a otra forma de contar la sucesión de los días. Los libros litúrgicos subrayan que el domingo empieza con las I Vísperas del sábado al anochecer; estas horas son ya del Domingo (Cf Eucasisticum mysterium, 28). Las normas generales para el ordenamiento del Año Litúrgico y el Calendario afirman: "El día litúrgico va de una media noche a otra. Sin embargo, la celebración del domingo y de las solemnidades comienza con las vísperas del día precedente" (n 3). Y el Código de Derecho Canónico de 1983 (c. 1248,2) contempla sin ninguna restricción la posibilidad de la celebración eucarística en las vigilias de los domingos y de las fiestas.

     [54] Cf n. 283. Texto citado antes en la nota 43.

     [55] "Al distribuir el pan pascual, 'pan de aflicción', Cristo no se detiene a la escasa narración midrásica, en la que el pan ázimo es signo de los dolores y de los sufrimientos de los padres, sino que, insiriéndose totalmente en la antigua historia sagrada, anuncia a los discípulos que aquel pan es ya signo de su sufrimiento, que culmina en la muerte que él afronta para su liberación. El pan que los discípulos comerán les comunicará aquella liberación a que él ha venido a realizar definitivamente en el mundo. Igualmente, al final de la cena, al orar sobre el cáliz del vino, la acción de gracias de Cristo se dirige a Dios no tanto porque ha mantenido la alianza conduciendo su pueblo a la bella tierra, buena y espaciosa, donde crece el fruto de la vid, cuanto porque ha hecho de la humanidad de Cristo la santa vid (crecida sobre la raíz) de David, para sellar en su vino-sangre exprimida en la pasión la alianza nueva y eterna" (S. Marsili, Anammesis, 3/2. La Liturgia, Eucaristía, Casale Monferrato 1983, p. 154).

     [56]  H.U. von BALTHASAR, Verbum caro, Einsiedeln 1960, p­.19­79.

 

     [57] Eucharisticum mysterium, 50.

     [58] Ap 7,9ss; 15,2ss; 19,1ss.

     [59] PIO X, Divino afflatu, AAS 3 (1911)633.

     [60] Cf Catequesis Iniciales 9ª y 10ª sobre el Pecado y la Celebración penitencial y Moniciones a la Celebración peniten­cial en las Convivencias de comienzo de curso.

     [61] Cf. CEC 1420.

     [62] 1Cor 6,11; Hch 22, 16

     [63] Rm 6,1-2; Jn 3,3-5; Tt 3,5; 1P 1,3.23.

     [64] TERTULIANO, De Poenitentia VIII, 2-8.

     [65] El Concilio de Trento, acerca de la Doctrina sobre el sacramento de la Penitencia (Sesión 14), recuerda: "Es necesario que los penitentes enumeren en la confesión todos los pecados mortales de que tengan conciencia después de un diligente examen de conciencia" (DSch 1680).

     [66] Cf CEC 1422,1440.

 

     [67] Aspectos que subraya el CEC en los nn. 1430,1441,1443,1469...

     [68] Catequesis II,1.5; III,16.

     [69] SAN BASILIO, Homilía sobre la penitencia: PG 31,1475-1488.

 


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