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12. MUERTE DE SAUL Y SUBIDA DE DAVID AL TRONO: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash

Emiliano Jiménez Hernández

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David un hombre según el corazón de Dios

 

Para salvar su vida y la de los suyos, David se estableció con su tropa en el país de los filisteos. Es una situación paradójica y en extremo peligrosa para David. Es difícil conservar limpia la fe en Yahveh, que le ha ungido, en tierra extranjera; y es difícil librarse de tener que pelear contra los israelitas, viviendo en medio de sus eternos rivales. Con frecuencia David conducía sus hombres en ayuda de los filisteos contra las incursiones de los amalecitas.

Pero, como era de temer, un día los filisteos decidieron organizar un gran ejército para atacar una vez más a los israelitas. Este fue el peor momento de la vida de David. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo luchar contra su pueblo? ¿Cómo oponerse a los filisteos si vive asilado en su territorio? David se debate en su angustia y de su alma surge el quejido:

¿Hasta cuándo, Yahveh, te olvidarás de mí?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
¿Hasta cuándo he de estar preocupado
con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo?
Yo en tu amor confío,
exulte mi corazón con tu auxilio
y te cantaré por el bien que me has hecho.

David con el arpa salmodiando



La respuesta del Señor no tardó en llegar. Afortunadamente, los jefes filisteos no quisieron que David fuese con ellos, pues decían:

-No, que no nos acompañe David. ¿No es acaso él quien venció y mató a nuestro campeón Goliat? ¿Cómo sabemos que, en medio de la batalla, no se volverá contra nosotros? ¿No es aquel David a quien, en medio de danzas, celebraban las mujeres, cantando: Saúl ha matado sus mil/pero David sus diez mil?

Así David permaneció fuera del combate, aunque esperando angustiado las noticias de la batalla. Pero dejemos, por un momento a David, para dirigir la atención sobre Saúl. La historia de Saúl está llegando a su trágico final. Y, al empezar el último acto de su vida, como presentimiento de su hundimiento, tenemos la escena misteriosa y sombría de la evocación de Samuel, que lleva años muerto.

En Israel están prohibidos los magos, adivinos y nigromantes. Al israelita le basta la palabra de Dios para guiarse en su historia. Y cuando no se oye la palabra de Dios, ¿qué hacer? Los profetas, burlándose de los que consultan a los muertos los problemas de los vivos, dirán: "Esperar". Pero Saúl está desesperado por el silencio de Dios, que le ha rechazado. Y los filisteos, armados hasta los dientes, están a las puertas, acampados en Gelboé. El pueblo está divido entre él y David. Los sacerdotes y su mismo hijo sienten simpatía por su rival. A Saúl, la vista del ejército filisteo le hiela el corazón. Ante tal aprieto, Saúl siente la necesidad de un oráculo de Dios. Pero Samuel, su amigo de un tiempo y enemigo al final, está muerto. No cuenta con otro profeta. ¿Qué hacer?

 Sí, hay un camino, un único camino abierto, aunque él sabe que está prohibido. Pero Saúl, en su desesperación, se aventura a recurrir a ese camino. Desesperado, Saúl, que ha desterrado del país a nigromantes y adivinos, dijo a sus servidores:

-Buscadme una nigromante para que vaya a consultarla.

Le dijeron sus íntimos:

-Aquí mismo, en Endor, hay una nigromante.

Disfrazado, Saúl se presentó ante ella y le suplicó:

-Evócame a Samuel.

Samuel, llamado, aparece envuelto en su manto y pronuncia su último oráculo, un oráculo de muerte. Samuel que, al consagrarlo, había pronunciado el primer oráculo de bendición, Samuel que, luego más tarde, había pronunciado la primera condena, evocado mágicamente de la tumba, pronuncia el oráculo de condena definitivo contra Saúl. La voz del muerto sigue siendo la voz del profeta, que transmite la palabra de Dios:

-¿Por qué me perturbas evocándome?

Respondió Saúl:

-Estoy en grande angustia. Los filisteos mueven guerra contra mí, Dios se ha apartado de mí y ya no me responde ni por los profetas ni en sueños. Te he evocado para que me indiques qué debo hacer.

Samuel le dijo:

-¿Para qué me consultas si el Señor se ha apartado de ti y se ha unido a otro? El Señor ha cumplido lo que te dijo por mi boca: ha arrancado el reino de tu mano y se lo ha dado a David, porque no escuchaste la palabra de Dios contra Amalec. Mañana tú y tus hijos estaréis conmigo.

Saúl, sobrecogido, cayó en tierra cuan largo era. Quedó aterrado con las palabras de Samuel.

Saúl y la nigromante


Marcado con el oráculo de Samuel sobre la frente, Saúl se dirige a la última batalla de su vida. Los filisteos han avanzado desde la llanura occidental del litoral mediterráneo hasta el norte de Israel, invadiendo la llanura de Yisrael en Galilea, considerada el granero de Palestina. Saúl, rechazado por Dios, rebelde, atormentado, maldecido y solitario, avanza sabiendo que va camino de la tumba.


Es el final del camino comenzado en la guerra contra los amalecitas, que Saúl no quiso dar al anatema. Y ahora, de nuevo, los amalecitas, el eterno enemigo de Israel, vuelve a hacerse presente. Durante la ausencia de David, en camino con los filisteos, han hecho una incursión contra Siquelag, incendiándola y llevándose cautivas las mujeres, hijos e hijas, entre ellas Ajinoam y Abigaíl, esposas de David. Cuando David y sus hombres regresaron, la amargura les invadió el corazón ante la desolación de la ciudad desierta y consumida por las llamas. Sin pensar siquiera en reposar, David cobró fuerza y ánimo en el Señor y salió en persecución de los amalecitas. Les hallaron desparramados por el campo, comiendo, bebiendo y bailando, felices por el gran botín conquistado. David les batió desde el alba al anochecer, rescatando a todos los prisioneros.

Lo que no había hecho Saúl, provocando el rechazo de Dios, lo hace David. Está, pues, llegando el momento de que David sea entronizado como rey de Israel, mientras Saúl se acerca al final en su lucha contra los filisteos.

La maldición pesa sobre Saúl. Víctima de sí mismo, encerrado en la desesperada soledad de su locura, Saúl busca una palabra, mendiga un gesto, que le saque del aislamiento total. Ante el peligro, aterrorizado, con el corazón en la garganta, se dirige inútilmente a Dios, que le ha rechazado, a la nigromante de Endor, aunque él mismo había prohibido la nigromancia, a Samuel, que está muerto, y, humillado, implora a su escudero que le dé muerte con su espada. Derrotado no logra siquiera morir en la batalla. Ve que los filisteos han vencido, que todo está perdido y desea morir. No quiere caer prisionero de sus adversarios. Se expone para caer en el combate, pero sólo logra salir herido. Busca entonces a su escudero y le dice:

-Saca tu espada y traspásame, no sea que esos incircuncisos se mofen de mí.

Pero el escudero, atemorizado, se niega. A Saúl no le queda otra salida que clavar la espada en tierra y "abandonarse sobre ella". Una vez más, por última vez, Saúl no entrega su vida al Señor, sino que la toma entre sus propias manos, dándose muerte a sí mismo. Con él mueren sus tres hijos y su escudero; toda su casa murió con él. Los filisteos, al día siguiente, le cortarán la cabeza y la pasearán, junto con sus armas, por todas sus ciudades.

el rey Saúl se mata



David en su atalaya esperaba noticias de la batalla. Y un día, finalmente, llegó hasta él a todo correr un individuo. Llevaba los vestidos rotos; llegó hasta David y cayó postrado ante él. David le preguntó:

-¿De dónde vienes?

Le respondió:

-He huido del campamento de Israel.

-¿Cómo ha ido la batalla?

-Los israelitas han huido del campo de batalla y han caído todos. Saúl y Jonatán han sido matados sobre el monte Gelboé.

David no escuchó más. Se echó a llorar con fuertes lamentos por la muerte de Saúl y de Jonatán:

¡Ay, tu gloria, Israel, yace muerta en las alturas!

¿Por qué han caído los valientes?
No lo pregonéis en las calles de Ascalón,
que no se alegren las muchachas filisteas,
no lo celebren las hijas de los incircuncisos.
¡Montes de Gelboé, altas mesetas,
ni rocío, ni lluvia caiga sobre vosotros!
Allí quedó manchado el escudo de Saúl.
¡Arco de Jonatán, que no volvía atrás!
¡Espada de Saúl, que no tornaba en vano!
Saúl y Jonatán, amables y amados,
ni vida ni muerte los pudo separar.
Muchachas de Israel, llorad por Saúl,
que os vestía de púrpura y de joyas.
¡Cómo cayeron los valientes en el combate!
¡Jonatán, cómo sufro por ti, hermano mío, Jonatán!
Tu amistad era para mí mejor que amor de mujer.

David con su arpa salmodiando



David se ha olvidado del odio; el amor ha cancelado los rastros de la enemistad. Por cuatro veces resuenan los nombres de Saúl y de Jonatán, el amigo, cuya amistad ha sido para David más preciosa que los amores de las mujeres.

Había llegado la hora de regresar a su tierra. David reunió a su gente, soldados y familia, y con ellos emprendió la subida hacia la ciudad de Hebrón en Judá, una de las ciudades queridas, que guardaba la memoria de Abraham.

David había sido ya consagrado rey por Samuel, pero había sido en privado. Ahora su investidura se realizará solemnemente. Los hombres de Judá ungieron a David como rey de su tribu. Pero las otras tribus estaban divididas. Unos querían que David fuera el rey y otros preferían que subiera al trono uno de los hijos de Saúl. Hubo confusión y discordia, pero al final todas las tribus de Israel reconocieron a David como rey. Le decían y se decían unos a otros:

-Mira, ya mientras Saúl era nuestro rey, tú nos has guiado contra nuestros enemigos y salíamos victoriosos. Hemos sabido además que Samuel, el profeta y vidente, te ha ungido como rey hace ya tanto tiempo, cuando aún eras un pastor en Belén. ¡Dios te ha ungido como rey!

-Hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya antes, cuando Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel.

-Hoy se cumple la palabra del Señor, que te dijo: "Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel".

David se dejó aclamar en silencio. Hizo un pacto con ellos ante el Señor; y los ancianos volvieron a derramar el óleo de la unción sobre la cabeza de David, lo mismo que había hecho Samuel. David, el pastor, ¡era el rey de Israel!

David entronizado


Treinta años tenía David cuando empezó a reinar y reinó cuarenta años, siete años y seis meses en Hebrón sobre Judá y treinta y tres años en Jerusalén sobre todo Israel y Judá.

Pero David no olvidaba a Jonatán, su grande y fiel amigo. Preguntó:

-¿No queda nadie de la familia de Jonatán con quien yo pueda mostrarme bueno y generoso?

Un viejo siervo de Saúl respondió:

-Queda aún un hijo, cojo de los dos pies.

Y narró a David la historia del hijo de Jonatán: Éste cumplía cinco años el día en que murió su padre y se entretenía con su nodriza cuando llegó uno con la noticia de que Saúl y Jonatán habían muerto en la guerra. La nodriza lo cogió en brazos y salió corriendo asustada. Y, mientras corría, el niño se le escapó de entre las manos y se rompió las dos piernas. Ahora vivía en el campo con uno de los siervos de su abuelo Saúl.

David mandó a buscarlo. Se lo llevaron al palacio, donde el pequeño llegó tembloroso, temiendo que el rey lo tratara mal. Pero David se dirigió a él con dulzura:

-No temas, seré bueno contigo por amor a Jonatán, tu padre. Serás como uno de mis hijos y comerás a mi mesa.

Luego David se dirigió al siervo de Saúl y le dijo:

-Yo doy al muchacho toda la tierra que pertenecía a su abuelo Saúl y tus hijos se la cultivarán.

Así, el hijo de Jonatán fue a vivir en el palacio de David y fue considerado como uno de sus hijos.

el rey David con el hijo de Jonatán


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