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DAVID UN HOMBRE SEGUN EL CORAZON DE DIOS SEGUN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (Presentación)

Emiliano Jíménez Hernádez

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Dios suscitó por rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado a David, un hombre según mi corazón, que realizará todo lo que yo quiera. He13,22

El Señor se ha buscado un hombre según su corazón. 1Sam 13,14

David un hombre según el corazón de Dios



CONTENIDO


PRESENTACION

1. Marco histórico

2. Nacimiento de David en Belén

3. David pastor

4. Dios rechaza a Saúl

5. Unción de David

6. David calma con su cítara a Saúl

7. Combate con Goliat

8. Meditaciones de David

9. Rivalidad de Saúl contra David

10. David perseguido

11. Abigaíl

12. Muerte de Saúl y subida de David al trono

13. Joab

14. La danza ante el Arca

15. Lucha contra la idolatría

16. Las guerras de David

17. David como juez

18. La profecía de Natán

19. Pecado del "hombre según el corazón de Dios"

20. Conversión de David

21. Sublevación de Absalón

22. Humildad de David

23. Ajitófel y Jusay

24. Subida de Salomón al trono

25. Muerte de David

26. El arpa de David

27. David en el paraíso

28. La espada de David

29. Jesús, hijo de David



PRESENTACION

Yo creía que conocía a Dios. Como también creía conocer a David. Pero el Dios que yo conocía no se parecía a David. El corazón de Dios y el corazón de David no parecían semejantes en nada. Por ello, al leer el testimonio de Dios sobre David, me quedé sorprendido. Una de dos: o yo no conocía a Dios o yo no conocía a David. El testimonio de Dios es veraz, aunque no encaje en mi razón.

De aquí nació este libro. Me puse a escrutar las Escrituras para conocer a Dios y para conocer a David. He querido conocer a David para conocer el corazón de Dios. Lo primero que he descubierto es que las apariencias engañan. El testimonio de Dios sobre David no coincidía con el mío porque "la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón".

Por lo que se refiere a Dios, el mismo David le proclama "juez justo" (Sal 7,12), pues Dios juzga siempre con justicia. Y, como juez justo, "a éste humilla y a éste ensalza" (Sal 75,8). Y cuando humilla a uno y ensalza a otro lo hace con justicia y rectitud, aunque al hombre le parezca lo contrario. Por ello, aunque nos parezca que humilla a quien correspondería ser ensalzado y que ensalza a quien correspondería ser humillado, el hombre piadoso no deja que su corazón se incline a dudar de la justicia del Señor. El sabe que siempre habrá un motivo que se le oculta o que escapa a su comprensión. Los sabios, bendita su memoria, nos han dejado muchos relatos en los que, al final, se descubre la razón de la actuación del Señor.

Se cuenta que un santo varón, después de ayunar y rezar, pidió a Dios que le permitiera acompañar a uno de sus ángeles para ver las maravillas que les encomendaba realizar en el mundo. Dios, aunque le amaba y solía escuchar sus súplicas, esta vez se negaba a concedérselo:

-No comprenderás lo que veas hacer. Entorpecerás la acción del ángel con tus continuas preguntas para que te explique las razones de cada uno de sus actos.

-Te prometo, Señor, que no le cansaré ni molestaré con mis preguntas, sólo deseo ver lo que le mandas hacer, nada más.

Dios le puso la condición de que el ángel se separaría de él cuando quisiera saber la razón de su obrar. Aceptada esta condición, Dios accedió a su petición. Así, el ángel del Señor se presentó, en la figura de un profeta, ante el siervo de Dios y le invitó a acompañarlo. Caminaron los dos juntos y, al cabo de un rato, se encontraron ante la casa de un pobre hombre, que no tenía más que una vaca. Entraron en la casa y hallaron al hombre sentado a la mesa con su mujer. Este pobre hombre, apenas los vio, se levantó y los recibió con toda amabilidad, ofreciéndoles la mejor comida que encontró en la casa. Los dos peregrinos comieron y bebieron y el buen hombre les honró todo lo que pudo. Cuando amaneció, el ángel se levantó, mató la vaca y se marcharon los dos.

El santo varón no entendía por qué el ángel había matado la vaca y se decía para sus adentros:

-No es justo lo que acaba de hacer. No puede ser un ángel del Señor. ¿Qué ha hecho este pobre hombre para que le mate la vaca? No ha hecho más que agasajarnos y...

-¿No te ha puesto el Señor la condición de que cuando veas algo que no entiendes permanezcas callado? ¿Es que quieres que me separe de ti?

El buen hombre se calló.

Siguieron andando todo el día y por la tarde se hospedaron en casa de un hombre rico, que no se ocupó absolutamente nada de ellos; ni agua o un mendrugo de pan les dio. Cuando se levantaron, a la mañana siguiente, el ángel se dirigió hacia una de las paredes de la casa del rico, que estaba para derrumbarse, y la apuntaló para que no se cayera.

Y, sin comentar nada, se marcharon los dos.

El asombro del santo varón iba en aumento, pero esta vez se abstuvo de preguntar nada, para que el ángel no se alejara de él, dejándole en la total confusión.

Caminaron todo el día. Al anochecer entraron en una sinagoga en la que había sillas de oro y plata. En cada silla había un hombre sentado, con su libro de oraciones en las manos. Los recién llegados saludaron y dijeron:

-¿Quien convidará esta noche a estos dos pobres?

Uno de los que estaban sentados, sin levantar siquiera la cabeza del libro, contestó:

-Con pan y sal tenéis suficiente.

Y no se ocuparon más de ellos. Los dos se echaron en un rincón y se durmieron. Al despertar, el ángel saludó a todos, diciéndoles:

-¡Dios os haga jefes a todos!

Siguieron caminando todo el día. El santo varón iba apesadumbrado y arrepentido de haber querido saber lo incomprensible. Así, al caer el sol, llegaron a una ciudad. Entraron en ella y se detuvieron ante la casa de unos hombres pobres e indigentes. Cuando éstos los vieron se apresuraron a acogerlos con alegría y muestras de amabilidad. Les honraron según sus posibilidades y les ofrecieron abundante comida. Comieron y bebieron y pernoctaron en paz. Cuando se levantaron por la mañana, el ángel les dijo:

-¡Dios os dé un solo jefe!

El santo varón no pudo contenerse más y exclamó:

-¡Señor mío!, líbrame de esta incertidumbre y me separaré de ti. No puedo comprender nada de lo que te he visto hacer.

El ángel le dijo:

-Lo que le ocurrió al pobre hombre, que se le murió la vaca, tiene una explicación muy sencilla. Su mujer tenía que morir aquel mismo día en que llegamos nosotros a su casa. Yo pedí a Dios que muriera la vaca a cambio de la esposa.

-¿Y por qué apuntalaste la pared de la casa del rico, que no nos hizo el mínimo caso?

-Apuntalé el muro que estaba a punto de caer, porque si hubiera caído habrían quedado al descubierto los cimientos y el impío hubiera encontrado en ellos un tesoro, que no merecía. Por eso lo apuntalé, para que resista aún un tiempo y el tesoro lo descubra otro que se lo merezca. Lo que hice en los otros dos casos, podrías entenderlo por ti mismo. Desear a los malvados que todos ellos lleguen a ser jefes es anunciarles su ruina. ¿No has oído nunca el refrán: "con muchos capitanes se hunde la nave"? En cambio, al desear a los otros que tuvieran un solo jefe, les deseé su bien pues "por uno inteligente se puebla la ciudad" (Eclo 16,4), es decir, con un experto se salva la nave.

Después añadió:

-Ahora que nos separamos, te daré un consejo que te será útil: si ves a un impío que prospera y se enriquece, no te asombres de eso, pues será para su mal. Y lo mismo, si ves a un justo, que está necesitado o sometido a pruebas, ciertamente se le evita con esto una desgracia mayor. Por esto cuida que tu corazón no te engañe con sus juicios.

Los libros de Samuel, como los libros de los Reyes y de las Crónicas, llenos de narraciones, son la base de este libro. Sus palabras son lo bastante luminosas como para transmitirnos la historia de David. Pero nos acercaremos a esta historia también desde el Midrash y el Targum, como una ayuda para hacer resonar y revivir el color fascinante de la historia. De este modo intentaremos desvelar las palabras dormidas bajo el velo de polvo, que cubre todo libro antiguo. Se trata de dar a las palabras su brillo antiguo, para que suenen hoy con toda su fuerza actual. Mi deseo es llegar hasta el corazón de David, hasta ese corazón en donde se halla la semejanza con Dios. No se trata simplemente de seguir la historia para conocer cómo termina, sino de descubrir el sentido de los acontecimientos, para participar del mensaje escondido en ellos. Se trata de descubrir las raíces del árbol en que estamos injertados.

Los salmos, que la antigua tradición judía atribuye a David, nos ayudarán a descubrir la unión íntima que se da entre la fe y la historia concreta del elegido de Dios. La historia, con su multiplicidad de hechos, es una cadena de acontecimientos unidos por la mano de Dios, que teje interiormente dicha historia. La alianza que Dios pacta y mantiene fielmente es el hilo conductor que unifica la historia de la salvación. La historia, misteriosamente trenzada por la acción de Dios, es el seno de la salvación. La salvación de Dios se perfila en el correr del tiempo y no en la huida del tiempo y altibajos de la vida. Hasta el pecado, confesado y perdonado, anuda más fuertemente la alianza. La insatisfacción, la miseria, la oscuridad de los hechos llenan aparentemente la vida, pero, por debajo de esos hechos, corre el río de agua salvadora, que se abre cauce y aparece después luminoso, como fuente de alegría y reconocimiento en el canto de los salmos. La fe transforma los hechos en acontecimientos, que restan como memoriales de salvación.

Los salmos llenan la vida del israelita. Por generaciones han llevado los salmos en sus manos como libro de compañía, guía del camino, voz de la plegaria, consuelo en el infortunio, fuerza en la adversidad, luz en las tinieblas de la existencia. En todo momento y en toda ocasión brota de sus labios una frase de un salmo. Una lágrima o una sonrisa, un triunfo o un fracaso son ocasiones para entonar un salmo. Diariamente, la oración de los salmos saca del corazón los sentimientos y deseos más íntimos. Toda emoción o experiencia halla en los salmos su acorde preciso. En ellos escuchamos la voz de David y la vida de fe de sus descendientes.

David compone los salmos en medio del aprieto. El libro de los salmos no es un libro de memorias escrito en la calma posterior a los acontecimientos. No es un libro de poemas. Los salmos son frecuentemente un grito de ayuda, lanzado en medio de la tribulación, con la urgencia de la situación y la tensión del momento: "Señor, escucha mi voz, atiende mi súplica". Para descubrir el alma de David es preciso prestar oído al son del arpa. Al son del arpa nos revela el misterio de su corazón. Cuanto más vigorosamente se puntean las cuerdas del arpa más fuertes son sus sonidos, más resuenan sus tonos. Del mismo modo, cuanto más fuerte Dios toca el corazón de David con la aflicción más fuerte y más bello es su canto. En la angustia, David recurre a su arpa: "¡Despierta alma mía! ¡Despertad cítara y arpa! El alma es despertada y estimulada al mismo tiempo que el arpa y la cítara.

Los datos y fechas de la historia se registran en los anales del reino de David. Los acontecimientos se graban en el corazón y brotan a través de los labios en la plegaria íntima, que se hace canto e invitación al canto, haciendo partícipes a los demás de la propia alegría. Los hebreos no han llamado libros históricos a los libros de Samuel, de los Reyes, como el libro de Rut y de los Jueces, sino que los han considerado como "profetas anteriores". La historia es profecía, en ellos está el dedo de Dios actuando. Y ya sabemos que Dios escribe derecho hasta con líneas torcidas. Con ojos de fe podemos intuir la profecía luminosa debajo de la opacidad de la historia. La fe saca a la luz lo que se encuentra escondido debajo de la envoltura contingente de los hechos. Cada hecho nos revela una teofanía, una epifanía de Dios encarnado en la historia. David se nos hace figura anticipada del Mesías, Hijo de David.

En David se anticipa en figura la encarnación del Mesías. La cruz atraviesa toda la revelación y en David se dibujan sus rasgos con luminosidad casi transparente. Se desvelará abiertamente en el cumplimiento de la figura en Cristo, hijo de David. El trazo vertical de la cruz es el designio de Dios sobre los hombres, que penetra como rayo de fuego las entrañas de David. Y el trazo horizontal son los hechos, el cuerpo que presta David al desarrollo del designio divino. En el largo y difuso acontecer de la existencia de David, con todo lo transitorio, contingente, desciende Dios y anuda en cruz al hombre con El. Es la alianza entre lo humano y lo divino, entre Dios y el hombre, lo que hace de la historia salvación, historia de salvación.

Con el barro de David, profundamente pasional y carnal, circundado de mujeres, hijos y personajes que reflejan sus pecados, Dios plasma el gran Rey, Profeta y Sacerdote, el Salmista cantor inigualable de su bondad: "Un hombre según su corazón".

David con el arpa




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