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29. JESUS, HIJO DE DAVID: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash

Emiliano Jiménez Hernández

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 David un hombre según el corazón de Dios

 

David, hijo de Jesé, descendiente de Rut la moabita, nacido en Belén, de la tribu de Judá, aparece en la Escritura como una figura mesiánica. Es el padre de una dinastía real, de la que brotará el Mesías, como cumplimiento de todas las promesas de Dios y de las esperanzas de los hombres. De las entrañas de David saldrá el "Ungido" que instaurará el reino definitivo de Dios. El "Hijo de David" será el salvador del mundo. Todo el Nuevo Testamento no es otra cosa que el testimonio de ello.

El éxito de David no llevó a Israel a creer que en él se habían realizado las promesas de Dios. La profecía de Natán dio un nuevo impulso a la esperanza mesiánica. La "casa", que Dios edificará, orienta la mirada de Israel hacia el futuro. En cada aniversario del traslado del Arca, símbolo de la presencia divina, Israel en sus cantos fija su mirada en el futuro descendiente de David:

Haré germinar un vástago del tronco de David,
enciendo una lámpara para mi ungido,
pues sobre él brillará mi diadema.

En tiempos del rey Acaz está amenazada la continuidad de la dinastía davídica. El rey de Siria, Rasón, y el de Israel, Pécaj, se han aliado contra el rey de Judá. Quieren destituir a Acaz y poner en el trono a "el hijo de Tabeel", que no es descendiente de David. La promesa de la descendencia eterna, hecha a David, corre un grave peligro. En ese momento, Dios envía al profeta Isaías al incrédulo Acaz a anunciarle:

El mismo Señor, por su cuenta, os dará una señal: He aquí que la virgen está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que el niño aprenda a rechazar lo malo y a escoger lo bueno. Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno quedará abandonada la tierra de los reyes que te hacen temer".

Sabedlo, pueblos: seréis destrozados; en guardia: seréis destrozados; trazad un plan: fracasará; pronunciad amenazas: no se cumplirán. Porque tenemos a Dios-con-nosotros.

Es lo que confirmará, unos treinta años después, el profeta Miqueas:

Pues tu, Belén Efratá, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antiguo, desde los días de antaño. Por eso El los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz... El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh su Dios.

Jesús hijo de David nuestro salvador carpintero




El Emmanuel cambiará la situación. En el pueblo, que vivió por muchos años caminando en tinieblas y habitando tierra de sombra, en oscuridad y sin esperanza, se producirá el cambio prodigioso e inesperado: la irrupción de la luz inundará todo de alegría. Será una alegría semejante a la que se experimenta cuando llega la siega o se reparte el botín. Con el nacimiento del Emmanuel terminará la opresión, pero no a base de la guerra, sino con la implantación de la paz sin límites:

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras, y una luz brilló sobre ellos.
Acreciste la alegría, aumentaste el gozo:
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva al hombro el principado, y su nombre es:
Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz.
Grande es su señorío y la paz no tendrá fin
sobre el trono de David y sobre su reino.

Este rey anunciado se presentará en la humildad para implantar la paz. Aunque no posee ejército y cabalga sobre un asno, su dominio será muy superior al de David, de mar a mar, desde el Gran Río hasta el confín de la tierra:

Alégrate, hija de Sión; grita de alegría, hija de Jerusalén;
mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso,
humilde y cabalgando un asno, una cría de borrica.
Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén;
destruirá los arcos de guerra y proclamará la paz a las naciones;
dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.

Pero los caminos de Dios, Señor de la historia, no son los caminos del hombre. Dios se ha situado frente al bosque de Judá, ha desgajado el ramaje, derribando los troncos corpulentos con su hacha. Los árboles han ido cayendo uno a uno, sin vida. Pero, de esta vegetación aparentemente muerta, reverdecerá la vida. Del tronco de Jesé brotará un vástago impregnado por el Espíritu de Dios:

Saldrá un renuevo del tronco de Jesé,
de su raíz brotará un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y de temor del Señor.
No juzgará por apariencias,
ni sentenciará de oídas.
Juzgará a los pobres con justicia,
con rectitud a los desamparados.
Herirá al violento con la vara de su boca

y al malvado con el soplo de sus labios.
La justicia será el ceñidor de sus lomos
y la verdad el cinturón de sus flancos.
Habitará el lobo con el cordero,
la pantera se tumbará con el cabrito,
el novillo y el león pacerán juntos:
un niño pequeño los pastoreará.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león comerá paja con el buey.
El niño de pecho urgará en la hura del áspid,
meterá la mano en el agujero de la serpiente.
Nadie hará daño en todo mi Monte santo,
porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor,
como las aguas colman el mar.

Se trata de una vuelta a la paz de los orígenes, superando incluso la situación del Paraíso, pues no habrá que anhelar comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Una ciencia más profunda llenará la tierra, el conocimiento de Dios, que colma la tierra como las aguas colman el mar. Y mientras un juez humano decide por lo que ve y oye, el Mesías se halla por encima de eso; penetra directamente los corazones de los hombres y su sentencia es infalible. No precisa cetro, ni guardias para que se cumplan sus sentencias; basta una palabra de su boca para acabar con el malvado.

Jesús hijo de David, ten piedad de mi



El profeta Jeremías, dirigiéndose a los reyes que no piensan más que en "comer, beber y pasarlo bien", sin tener "ojos y corazón más que para el lucro, para derramar sangre inocente, para el abuso y la opresión" (22,15.17), les dirige la tremenda amenaza: "juro que este palacio se convertirá en ruinas" (22,5). Pero, al mismo tiempo que denuncia a los reyes que "dispersaron a mis ovejas, las expulsaron y no hicieron caso de ellas" (23,1-2), anuncia que Dios mismo intervendrá para congregar de nuevo a su rebaño:

Mirad que llegan días -oráculo del Señor-
en que suscitaré a David un Germen justo.
Inaugurará un reinado prudente
y administrará la justicia y el derecho en la tierra.
En sus días estará a salvo Judá, Israel vivirá en paz,
y este es el nombre con que le llamarán:
"Yahveh, justicia nuestra".

Aquel día romperé el yugo de tu cuello
y haré saltar las correas;
ya no servirán a extranjeros,
servirán al Señor, su Dios,
y a David, el rey que les suscitaré.

Mirad que llegan días -oráculo del Señor-

en que cumpliré la promesa que hice
a la casa de Israel y a la casa de Judá.
En aquellos días y en aquella hora
suscitaré a David un vástago legítimo
que hará justicia y derecho en la tierra.
En aquellos días se salvará Judá
y en Jerusalén vivirán tranquilos,
y la llamarán así: "Señor nuestra justicia".
Porque así dice el Señor:
No faltará a David un sucesor
que se siente en el trono de la casa de Israel.

A pesar de los errores y pecados de los descendientes de David, la promesa de Dios a David es tan firme y estable que puede compararse con las leyes que rigen el día y la noche:

Pues así dice el Señor:
Si puede romperse mi alianza con el día y la noche,
de modo que no haya día ni noche a su tiempo,
también se romperá la alianza con David, mi siervo,
de modo que le falte un sucesor en el trono,
y la alianza con los sacerdotes y levitas, mis ministros.
Como las estrellas del cielo, incontables,
como las arenas de la playa, innumerables,
multiplicaré la descendencia de mi siervo David
y de los levitas que me sirven.

También el profeta Ezequiel, frente a los pastores "que se apacientan a sí mismos y no apacientan el rebaño del Señor" (34,8), nos anuncia la intervención de Dios:

Yo suscitaré un pastor único que los pastoree,
mi siervo David;
él las apacentará, él será su pastor.
Yo, el Señor, seré su Dios,
y mi siervo David será príncipe en medio de ellos.

En la acción simbólica de los dos leños, Ezequiel anuncia la unión de Israel y Judá. Ya no serán dos pueblos, cada uno con su rey: "un solo rey reinará sobre ellos". "Mi siervo David será su rey, el único pastor de todos ellos". Dios los purificará de todas sus infidelidades "y serán mi pueblo y yo seré su Dios". Con ellos "concluirá una alianza de paz, que será eterna". No se trata de un rey potente, sino un pastor, que congrega a Israel en la unidad.

Al Pueblo de Dios infiel, Oseas anuncia que vivirá sin rey ni príncipe, sin sacrificios ni estela, sin efod ni terafim durante muchos días. Sólo "después volverán a buscar a Yahveh su Dios, y a David, su rey; con temor acudirán a Yahveh y a sus bienes en los días venideros" (Os 3,4-5).

Con el exilio, la dinastía davídica ha sufrido una dura prueba. No es ya la antigua casa, sino una simple choza y además caída, en ruinas, pero la esperanza lleva al profeta a levantar los ojos al futuro, para el que anuncia:

Aquel día levantaré la choza caída de David,
tapiaré sus brechas, levantaré sus ruinas,
hasta reconstruirla como era antaño;
para que conquisten Edom
y todos los pueblos que llevaron mi nombre
-oráculo del Señor, que lo cumplirá...

Para ello:

Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de compunción. Al mirarme traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único, llorarán como se llora a un primogénito...
Aquel día se alumbrará un manantial para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza.

La monarquía de Israel ha terminado. Pero la esperanza no ha muerto, porque Dios es fiel a la promesa hecha a David, que se cumplirá en el rey Mesías. La alianza establecida con David sólo era una anticipación de la alianza definitiva con el futuro rey Mesías. Cristo, el hijo de David, es el Ungido de Dios, pues "Dios ungió a Jesús con el Espíritu Santo y con poder".

Israel verá siempre en David el tipo del Mesías, que ha de nacer de su raza. El recuerdo de David alimentará su esperanza, pues Dios es fiel a la promesa hecha a David. Por ello canta:

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Pues dijiste: "Cimentado está por siempre mi amor,
asentada más que el cielo mi fidelidad.
Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
"Te fundaré una descendencia perpetua,
edificaré tu trono para todas las edades"...
Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso;
no lo engañará el enemigo,
ni los malvados lo humillarán;
ante él desharé a sus adversarios
y heriré a los que lo odian...
El me invocará: "Tú eres mi padre,

mi Dios, mi Roca salvadora";
y yo lo nombraré mi primogénito,
excelso entre los reyes de la tierra.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable;
le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo.

Si sus hijos abandonan mi ley
y no siguen mis mandamientos,
castigaré su rebelión con vara
y sus culpas con látigos;
pero no retiraré mi amor
ni desmentiré ni fidelidad.
No violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas.
Una vez juré por mi santidad
no faltar a mi palabra con David.
Su linaje durará por siempre
y su trono será como el sol ante mí;
como la luna que permanece siempre,
testigo fiel en el cielo.

Israel es un pueblo de pastores, de nómadas, de hombres de la estepa, pero es el pueblo elegido de Dios y, por tanto, extraordinariamente sensible al misterio. La concepción espacial o sacra es común a todas las religiones de los pueblos. Todas las religiones circunscriben un perímetro, un espacio como casa de Dios. Es el lugar sagrado de su presencia.

Es el que quería hacer David. Pero Natán, profeta de Dios, le revelará que el verdadero templo, casa de Dios, no es un espacio circunscrito por unos muros, sino la "casa" que Dios edifica en la secuencia de anillos genealógicos en la continuidad de la historia. Dios se hace presente no en el espacio, sino en el tiempo, en la historia de los hombres. En la carne de los hombres se erige el templo auténtico de su presencia.

Mientras el espacio es externo a nosotros, el tiempo, la historia es algo interior a nosotros, es nuestra piel, nuestra carne, nuestra sangre, nuestra existencia. Ahí es donde entra Dios y donde actúa. En el Mesías, el hijo de David, se realiza en plenitud la profecía de Natán: "El Verbo se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros".

María, la madre de Jesús, es la nueva tienda de la Alianza, es el Arca donde toma carne la Palabra de Dios. Es el Arca de la presencia de Dios entre los hombres. Cristo, el hijo de David, ha sido constituido como fundamento y piedra angular y viva de la verdadera casa de Dios, levantada con piedras vivas que son los creyentes en él.

David pastor


David pastor, arrancado por Dios de detrás del rebaño, es figura del Mesías, el Buen Pastor, a quien Dios confía su rebaño. Será el pastor "traspasado", que da la vida por sus ovejas y, por ello, su muerte es salvadora. Es el pastor, siervo de Yahveh, que se entrega a la muerte para reunir a las ovejas dispersas.

David, el inocente perseguido, que no responde con la violencia a la violencia de Saúl, es la figura del Mesías, el Ungido del Señor que, inocente, es condenado a muerte.

Y las victorias de David no hacen más que anunciar la victoria que el Mesías, lleno del Espíritu que reposa sobre el hijo de Jesé, reportará a la humanidad sobre el gran enemigo, el Maligno, señor de la muerte. Con la victoria de su resurrección, Jesús cumplirá las promesas hechas a David:

También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Y que le resucitó de entre los muertos para nunca más volver a la corrupción, lo tiene declarado: Os daré las cosas santas de David, las verdaderas. Por eso dice también en otro lugar: No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Ahora bien, David, después de haber servido en sus días a los designios de Dios, murió, se reunió con sus padres y experimentó la corrupción. En cambio aquel a quien Dios resucitó, no experimentó la corrupción.

* * *

Evocar a David es afirmar el amor entrañable y celoso de Dios a su pueblo y su fidelidad a su alianza, "alianza eterna, hecha de las gracias prometidas a David". De esa fidelidad no se puede dudar ni en lo más duro de la prueba.

Cuando se cumplan los tiempos de la profecía, Cristo será llamado "Hijo de David", pues Jesús es el cumplimiento de las promesas hechas a David. Dios descartó el proyecto de David, cuando quiso edificar una casa para el Señor, pero bendijo la intención de su ungido. Si no quiso habitar en una casa de piedra, sí quiere, en cambio, construir a David una casa y afirmar a su descendencia en el trono. Construir una casa a Dios estará reservado al hijo de David, que tiene a Dios por Padre. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su trono no tendrá fin. El es aquel a quien David ha llamado "su Señor". El mismo proclamará: "Yo soy el Retoño y el descendiente de David, el Lucero radiante del alba".


La pequeñez de los elegidos es una constante de la historia de la salvación. Abel es preferido al primogénito Caín y Jacob, a Esaú. Gedeón, el más pequeño de la más pequeña casa de Manasés, es el elegido por Dios para salvar a Israel, como el pequeño Jeremías lo es para llevar a Israel su palabra. Débora, Judit, Ester, como otras mujeres, en su fragilidad han sido el instrumento de la salvación. Igualmente David, el más pequeño de los hermanos es el elegido por Dios como rey, que confunde con los débiles a los fuertes (1Cor 1,27-29). Esta actuación de Dios culmina en el Mesías, prefigurado en David, que nace como él en la pequeña ciudad de Belén y en la debilidad de la carne, en su kénosis hasta la muerte en cruz realiza la salvación de la muerte y el pecado. A Juan, que llora ante la impotencia de abrir el libro de la historia, sellado con siete sellos, se le anuncia: "No llores más. Mira que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y él puede abrir el libro y los siete sellos" (Ap 5,5).

Gabriel anuncia a María que Jesús será rey y heredará el trono de David. Zacarías espera que la fuerza salvadora suscitada en la casa de David acabe con los enemigos y permita servir al Señor en santidad y justicia. Los ángeles lo aclaman como salvador, aunque haya nacido en pobreza, débil como un niño: "Hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías y Cristo" (Lc 2,11). Simeón lo ve como salvador y luz de las naciones... Pedro lo confiesa como el Mesías, Hijo de Dios. También lo hace Natanael: "Maestro tú eres el hijo de Dios, el rey de Israel".

Cada día podemos cantar con Zacarías:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitando una fuerza de salvación
en la Casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Jesús, Hijo de David e Hijo de Dios


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